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Biblioteca Evoliana

Artículos sobre Evola

Evola y el judaísmo

     La postura que adoptó Julius Evola ante el judaísmo quedó muy bien definida en unos escritos que fue redactando a lo largo de los años ´30 y ´40 de la pasada centuria y que han sido recogidos en una compilación que fue traducida y editada, en 2.002, en castellano bajo el título de “Escritos sobre judaísmo” por Ediciones Heracles. Dicha postura la podríamos resumir de la siguiente manera:

     El judaísmo no es el causante del actual estado de decadencia en que se halla inmerso el hombre moderno, sino que tan sólo representa un factor de aceleración del proceso de disolución de los valores eternos. Un Freud y un Adler, judíos ambos, redujeron el actuar de la conciencia al influjo directo del inconsciente y de lo subconsciente, esto es, de las pasiones, de los instintos, de las pulsiones incontroladas, de los sentimientos cegadores,... Pero sus teorías disolventes nunca hubieran podido aparecer y triunfar en nuestro mundo si siglos antes un no judío como René Descartes no hubiera intentado reducir el campo de la conciencia a lo meramente racionalista, pretendiendo, así, barrarle la vía de lo Superior, de lo Trascendente. Igualmente, en el triunfo del Tercer y Cuarto Estado, es decir, del espíritu burgués y del proletario intervino el judaísmo de forma muy preponderante, pero estos nefastos triunfos jamás hubieran sobrevenido si antes no hubieran existido las monarquías absolutistas carentes de la componente sacra que al poder político siempre le había sido consustancial en el Mundo Tradicional; y en cuya desacralización no había intervenido el judaísmo. Así pues éste actúa como detonante de procesos que ya habían iniciado la senda de la corrosión de los valores Tradicionales.
 
     Por un lado, el judío fiel a la Ley mosaica maquina contra otros pueblos bajo los dictados que le marca el considerarse como el pueblo elegido por Yahvé. Por otro lado, el judío que se ha desmarcado de su Ley se mueve guiado por un atávico sentimiento de venganza hacia el pueblo indoeuropeo por los supuestos padecimientos a que le ha sometido históricamente. Además, este último tipo de judío, al haberse desmarcado de su religión, tampoco aspira con entusiasmo a su ´tierra prometida´ de Israel para poner punto y final a su diáspora, sino que continúa incrustado en otros países, acelerando en ellos los procesos de decadencia de que hemos hablando. Al no constituir, el pueblo judío, una raza, sino una amalgama de ellas -askenazis de origen tártaro, sefardíes, camitas,...-, el judío descreído no posee un terruño físico al que añorar, pues su remoto origen geográfico es múltiple y variado e Israel tiene, por el contrario, connotaciones de patria de origen religioso. Y es por esta razón, repetimos, por la que se contenta con no poner fin a su diáspora.
Al parecer de algunos autores Tradicionalistas el problema de las disolutas ideas que el judío ha ido vertiendo en el seno del Mundo Moderno y del espíritu materialista, monetarista y especulador que ha ayudado de manera inestimable a extender entre otros pueblos, se podría resolver si se reencontrara con su Tradición Solar que, según su opinión, tuvo y se hizo patente en la etapa de los reyes y que se trasluce en episodios bíblicos como el de la revuelta, que sería prometeica y heroica, de Jacob contra el ángel enviado por Yahvé. Según Evola estas pinceladas de concepción del mundo y de la Trascendencia viriles y Solares no le son innatas al judaísmo sino que no fueron más que una muestra más de la costumbre del judaísmo de copiar modelos de otras culturas y pueblos.

     Nada mejor que transcribir unas líneas redactadas, en otro lugar, por Evola para confirmar, y entender con más profundidad, cuanto hemos dejado dicho:

     “Las civilizaciones “arianas” –pueden contarse entre ellas, la de la antigua Grecia, de la antigua Roma, de la India, del Irán, del grupo nórdico-tracio y danubiano- redespertaron por un cierto período a la raza solar bajo la forma heroica, realizando así un parcial retorno a la pureza originaria. Puede decirse de las mismas que el elemento semítico, pero luego sobre todo el judaico, representó la antítesis más precisa, por ser tal elemento una especie de condensador de los detritos raciales y espirituales de las diferentes fuerzas que chocaron en el arcaico mundo mediterráneo. Se ha ya mencionado que, desde el punto de vista de la misma investigación de primer grado (el que hace referencia a la raza física), Israel debe ser considerado menos como una “raza” que como un “pueblo” (“raza” tan solo en un sentido totalmente genérico), habiendo confluido en el mismo razas muy diferentes, incluso de origen nórdico, como parece haber sido el caso respecto a los Filisteos. Desde el punto de vista de la raza del espíritu las cosas se encuentran en manera análoga: mientras que, en su necesidad de “redención” de la carne y en sus aspectos “místicos-proféticos” en el Judío parece aflorar la raza dionisíaca, el grueso materialismo de otros aspectos de tal pueblo y el relieve dado a un vínculo puramente colectivista señala la raza telúrica, su sensualismo la afrodítica, y, en fin, el carácter rígidamente dualista de su religiosidad no se encuentra privado de relaciones con la misma raza lunar. También desde el punto de vista espiritual es necesario pues concebir a Israel como una realidad esencial compuesta; una “ley”, casi en la forma de una violencia, ha buscado mantener unidos a elementos muy heterogéneos y darles una cierta forma, cosa que, hasta cuando Israel se mantuvo sobre el plano de una civilización de tipo sacerdotal, pareció incluso lograrse. Pero en el momento en el cual el Judaísmo se materializó y, luego y más aun, cuando el Judío se desligó de su propia tradición y se “modernizó”, el fermento de descomposición y de caos, anteriormente retenido, tenía que volver a su estado libre y –ahora que la dispersión de Israel había introducido el elemento hebraico en casi todos los pueblos- tenía que actuar por contagio en sentido disgregativo en todo el mundo hasta convertirse en uno de los más preciosos y válidos instrumentos para el frente secreto de la subversión mundial. Separado de su Ley, que le sustituía a la patria y a la raza, el Judío representa la antiraza por excelencia, es una especie de peligroso paria étnico, cuyo internacionalismo es simplemente un reflejo de la naturaleza informe y disgregada de la materia prima de la cual aquel pueblo ha sido originariamente formado. Estas concepciones sin embargo hacen también comprender a aquel tipo medio de Judío, que mientras por un lado, para él y para los suyos, como tradicionalismo residual, observa en su estilo de vida un racismo práctico solidario, muchas veces incluso intransigente, en lo que se refiere a los otros deja en vez actuar las restantes tendencialidades, y ejerce aquella actividad deletérea que, por lo demás, se encuentra prescripta por la misma Ley hebraica e incluso indicada como obligatoria cuando haya que tratar con un no-judío, con el goim.” (1) 

     En “El mito de la sangre” (2) nos dice Evola que:
     “Es irrebatible que en el campo de la cultura, de la literatura, del arte, de la misma ciencia las “contribuciones” hebraicas, de manera directa o indirecta, convergen siempre hacia este efecto: falsificar, ironizar, mostrar como ilusorio o injusto todo aquello que para los pueblos arios tuvo siempre un valor de ideal, haciendo pasar tendenciosamente hacia un primer plano todo aquello que de sensual, sucio, animal se esconde, o resiste, en la naturaleza humana. Ensuciar toda sacralizad, hacer oscilar todo apoyo y toda certidumbre, infundir un sentido de perturbación espiritual tal de propiciar el abandono hacia fuerzas más bajas, en esto se manifiesta la acción hebraica, acción por lo demás esencialmente instintiva, natural, procedente de la esencia, de la “raza interna”, así como al fuego le resulta propio el quemar y a un ácido la corrosión”.

     De todos modos, en el mismo capítulo del que hemos extraído la anterior cita, nos acaba recordando Evola lo que ya señalamos en los primeros párrafos de este artículo: que “no se puede hacer de los Judíos las causas únicas y suficientes de toda subversión mundial”, pues “La acción judaica ha sido posible tan solo porque en la humanidad no-judía ya se habían determinado procesos de degeneración y de disgregación”.

(1)    Corresponde al capítulo XII (“Las razas del espíritu en el mediterráneo arcaico y en el judaísmo”) de la Parte Tercera (“La raza del alma y del espíritu”) del libro “Sintesi della dottrina della raza”, escrito en 1.941, y traducido y editado al castellano por Ediciones Heracles, en 1ª edición en 1.996 y en 2ª ampliada en 2.005, bajo el título “La raza del espíritu”. 
(2)    También existe, por Ediciones Heracles, edición en castellano del año 2.006. Las citas extractadas corresponden al capítulo IX: “Racismo y antisemitismo”.

(c) Eduard Alcántara - Septentrionis Lux

!QUE NOS DISCULPE EVOLA! , por Eduard Alcántara

!QUE NOS DISCULPE EVOLA! , por Eduard Alcántara

Biblioteca Julius Evola.- No vamos a hablar en esta ocasión, y tal como suele ser habitual, sobre ningún aspecto del corpus doctrinal expuesto por Evola a lo largo de su vida. No vamos a detenernos a exponer y/o reflexionar sobre ningún dominio del Mundo Tradicional de los muchos que nos hizo conocer nuestro intérprete italiano de la Tradición (1). No vamos a escribir sobre ninguna de las ciencias y doctrinas sacras que de manera tan diáfana nos expuso genialmente Evola. No vamos a redactar nada sobre cómo, al decir de nuestro autor,  el Mundo de la Tradición se plasma en lo político o en lo social o sobre cómo intentar vivir de acuerdo a los parámetros y valores de dicho Mundo en el opuesto, desacralizado, alienante y disolvente mundo moderno por el que transitamos en la actualidad.

     No lo vamos a hacer, sino que, girando 180º con respecto a la temática habitual que suele encontrarse en la mayoría de ensayos y exposiciones que se acostumbran a componer alrededor de la obra evoliana, nos vamos a aprestar a hablar sobre dos hechos que conciernen a la propia persona de Evola y que sin duda se escapan a las herramientas de comprensión de la ciencia profana que, en Occidente, monopoliza, con total exclusividad, el ámbito del conocimiento desde hace ya unas cuantas centurias.

     Somos sabedores de que a nuestro romano autor le habría disgustado que habláramos sobre su persona, puesto que pocos como él, desde que el mundo moderno relegó al olvido al Tradicional, han cumplido con tanto denuedo aquella fórmula que siempre fue santo y seña de aquéllos que en épocas pretéritas se ponían por entero al servicio de la Idea. Fórmula que no era otra que la de la de la “impersonalidad activa”, por la cual lo importante no era la persona que protagonizaba una acción tendente hacia lo Alto o tendente a contribuir al desarrollo o al mantenimiento del equilibrio y la armonía de las instituciones que pretendían ser un reflejo en el microcosmos del Orden propio a las fuerzas o numens que constituían el macrocosmos. Según dicha fórmula lo que valía era la obra y no quien la protagonizaba. Lo que importaba no era ser actor ni figurar. La tendencia al protagonismo y a la notoriedad eran considerados como lastres propios del egoísmo de quien era esclavo de su propia individualidad, de su ego no superado, de un yo que como tal no podía (y no puede) ser concebido más que como el cúmulo de sentimientos, pasiones, pulsiones y complejos que convulsionan y atormentan al individuo y le impiden experimentar los estados de calma mental necesarios para poder aspirar a Conocer (y a vivenciar) otras Realidades que se hallan por encima de la realidad material que aprehenden nuestros sentidos. De acuerdo a la fórmula de la “impersonalidad activa” la acción (interior o exterior) emprendida debe de estar impregnada de un total desapego.

      Las pocas imágenes fotográficas que existen de Evola responden a su rechazo al protagonismo personal y a su adhesión a esta fórmula Tradicional. No comulgaba con que se le considerara como “filósofo de la Tradición”, pues afirmaba que filosofar es un ejercicio de la mente que realiza aquél que elabora (o pretende elaborar) nuevas teorías o sistemas de pensamiento y que, por el contrario, el propósito que él perseguía no era el de elaborar nada nuevo sino el de transmitir, y en todo caso sistematizar (para mejor comprensión del hombre de nuestros desangelados y huérfanos días), el saber sacro connatural a la Tradición. Es por esta razón que Evola prefería, en lugar de filósofo, que se le considerara como “intérprete de la Tradición”. 

     El rechazo a la filosofía le venía también dado por el hecho de que al utilizar ésta herramientas de la mente (tal como el método discursivo o el especulativo) que como tales se circunscriben a la esfera de lo humano, no puede ser nunca –la filosofía- una vía válida para acceder al Conocimiento de lo que es más que humano, de lo sobrehumano, de lo suprasensible, de lo metafísico.

     No es, pues, el corpus doctrinal evoliano elaboración del pensador Evola sino sistematización, de la Sabiduría Sacra, magistralmente por él realizada y a nosotros transmitida. Desde el punto de vista Tradicional lo importante no es el hombre llamado Julius Caesar Andrea Evola sino el legado que nos ha transmitido. Así, además, lo quería él y es, repetimos, por lo cual por lo que sin duda no hubiera mostrado especial conformidad a que nos pusiéramos, como es nuestra intención, a discurrir sobre hechos que se refieren a su persona, por más que éstos tengan, seguramente, mucho que ver con los logros interiores y transfiguradores a los que, sin duda, arribó y que le fueron alejando del personaje Evola; le fueron despojando de la máscara que nos vamos colocando a lo largo de nuestro tránsito terreno (máscara que nos aboca al condicionamiento, a las dependencias y a las ataduras para con el mundo del devenir o continuo fluir y, a la postre, a la descentralidad con respecto a lo Trascendente).

     Pero esperemos que su Alma Espiritualizada nos disculpe desde la Dimensión o Realidad Metafísica, incondicionada e imperecedera en la que, sin duda, se hallará.

     Así pues pasemos a considerar el primero de los dos episodios que queremos tratar en el presente escrito, que no es otro que aquél al que hace alusión Alain de Benoist en un artículo que lleva, sencillamente, por título “Julius Evola” y en el que se nos explica cómo nuestro autor había anticipado, con dos años de antelación, a su discípulo y amigo George Gondinet que la muerte le sobrevendría –a Evola- a las 15:15 horas del 11 de junio de 1.974. En efecto, el deceso le aconteció a la hora predicha en tal día del sexto mes del año 74 del pasado siglo…

     ¿Qué podemos colegir de tan sorprendente hecho?

      Pues lo que debemos de entender es que el proceso iniciático recorrido por el que ha venido a ser denominado como “el último gibelino” había llegado, al menos, a aquel punto en el cual el iniciado ha adquirido el conocimiento de cuáles son las diversas energías y fuerzas sutiles que hallándose en el Cosmos se encuentran igualmente en el interior del ser humano y representan la causa primera –sutil- del funcionamiento de sus funciones vegetativas, fisiológicas, cardiovasculares, respiratorias,… De esta manera el prana o aliento vital del que nos hablan los textos sapienciales de la tradición indoaria puede considerarse como la fuerza de la vida suprabiológica.

     Y no únicamente debemos de entender que nuestro autor adquirió el conocimiento y visión de estas fuerzas y energías sino que, además, llegó a su identificación ontológica con ellas. Estado al que llegó tras completar lo que la tradición hermeticoalquímica denominó como la “obra al nigredo” y completar igualmente la posterior “obra al albedo”. Según ciertas equivalencias que se han querido realizar, no sin ciertos reparos, ambos estadios u obras de la vía de transustanciación interior corresponderían a lo que en la Antigüedad fue conocido como iniciación en los Pequeños Misterios.

     Para completar la “obra al albedo” Evola debió, previamente (y tras un largo, arduo y metódico camino) completar una “obra al nigredo” en la que fue dejando lastre, deshaciéndose de escorias, descondicionándose de posibles traumas y complejos, de miedos, de sentimientos alteradores del ánimo, de pasiones que atan y de pulsiones que esclavizan. Fue entonces cuando con la mente limpia y calma pudo emprender el camino (la “obra al albedo”) que conduce del conocimiento de la realidad sensitiva y material al conocimiento y vivencia de otras realidades cada vez más sutiles de las que emana la sensorial y más burda. Cuando en el interior del hombre se han activado dichas fuerzas sutiles es cuando se accede a su gnosis y, por otro lado, si se han activado, el iniciado es capaz de actuar sobre ellas y de convertirse en el dueño de los procesos orgánicos de su cuerpo, hasta el punto de poder llegar a decidir y a provocar el final del funcionamiento de estos procesos y, como consecuencia, la muerte física.

          Este proceso de palingénesis o renacimiento interior a otra/s realidad/es hace de Evola una especie de oasis en nuestro mundo. No en vano ya apuntamos en cierta ocasión que debía de quedar, de antemano, claro que “cuanto mayor es el grado de materialización y/o de sojuzgamiento a lo ínferior, a las fuerzas irracionales, a los bajos impulsos e instintos y a los sentimientos desenfrenados por el que atraviesa el hombre en un determinado período del devenir de la humanidad menor, es, en inversa correspondencia, la posibilidad de encontrar individuos aptos, conscientes y dispuestos a adentrarse en lo que se conoce como Iniciación. Y no se olvide, en relación a esto, que el actual y disoluto período del mundo moderno por el que transitamos representa la etapa más disolvente y deletérea –la crepuscular u obscura- de la decadente edad de hierro o del kali-yuga de la que ya nos ponían sobre alerta los textos sapienciales y sagrados de la antigüedad”.

    El segundo episodio del que queríamos tratar ya no sería un episodio de la vida de Evola, sino, más bien, de su muerte; o, para ser más precisos, de su postmortem. Lo conocemos gracias a la narración hecha por alguien que fue testigo de ello. Se trata de su discípulo el Tradicionalista Renato del Ponte. Las líneas en las que del Ponte nos explica este episodio fueron reproducidas en la parte final de un ensayo elaborado por Marcos Ghio, con motivo del 30º aniversario del deceso de Evola,  intitulado “Actualidad y vigencia del pensamiento evoliano”; texto que sirvió de base a una conferencia por él impartida.

     Ocurrió que tras el fallecimiento del ´último gibelino´ razones tecnológicas y burocráticas fueron dilatando la posibilidad de que su cuerpo fuera incinerado en el horno crematorio del cementerio de Roma. Los inconvenientes surgidos llevaron a la decisión de incinerarlo en Spoleto (en la región de Umbría). Había transcurrido un mes desde la luctuosa fecha cuando se pasó a abrir el ataúd para sacar de él los restos mortales que iban a ser incinerados. Unos restos que, sorprendentemente, se hallaban completamente intactos pese al fuerte calor que hace en esas latitudes italianas durante los meses de junio y julio. Concretamente las palabras de Renato del Ponte nos hablan de un rostro de marfil que perfilaba una enigmática sonrisa…”

    ¿Qué hemos de pensar ante tan inaudito episodio?

     Pues lo que hemos de pensar es que el proceso de transformación interior de Evola no se detuvo en la ´obra al albedo´. No tuvo su límite en los ya citados Pequeños Misterios, sino que continuó hasta completar la tercera y definitiva fase de la Obra alquímica: la ´obra al rubedo´. O dicho en términos budistas: alcanzó la iluminación o Despertar; la Gran Liberación. Completó los conocidos, en la Antigüedad, como Grandes Misterios. Evola fue, progresivamente, conociendo y vivenciando realidades cada vez más sutiles. Accedió a la visión y al control de fuerzas o numens (presentes en el cosmos y en el seno del ser humano) que cada vez compartían menos esencia con el mundo manifestado y que se hallaban en los primeros estadios (o tattva, al decir del tantrismo) de la manifestación. Así continuó su vía iniciática hasta acceder a la Gnosis por excelencia: la del Principio Supremo que se encuentra más allá y en el origen del mundo manifestado. La del Principio Inmutable, imperecedero, eterno, indefinible e incalificable a partir del cual emana el Cosmos.

     Y no únicamente a su Gnosis sino también a su identificación interior con él. Esto es, repetimos, a su Liberación con respecto a cualquier resabio del mundo de la manifestación.

     Su Alma se había convertido en un fiel reflejo del Espíritu. O, más bien, su Alma se había espiritualizado por completo.

     Y si, según la máxima Tradicional, lo de arriba se refleja en lo de abajo, o lo Trascendente en lo inmanente, así mismo la eternidad conseguida por el Alma, ya imperecedera, de Evola tenía que verse reflejada en su cuerpo físico. Un cuerpo físico incorrupto; ignorando y contradiciendo la lógica habitual de las leyes de la naturaleza que imperan para el común de los mortales.

 

     ¡Que nos disculpe Evola por haberle hecho protagonista de estos párrafos!

 

                                                …………………………………..

 

(1)  Hemos querido escribir con mayúscula el vocablo “Tradición” y sus derivados para distinguir el concepto que ella representa de la “tradición”, en minúscula, que haría referencia a usos, costumbres, cultura,… -con independencia de su naturaleza- que arrancan del pasado y que tienen o no vigencia en la actualidad. En cambio a la Tradición, con mayúscula, alguien la definió como la vigencia del Macrocosmos en el microcosmos; o, para resultar más fáciles de entender, del Cielo en la Tierra.

EDUARD ALCÁNTARA

 

 

    

    

 

Presentación de LA TRADICION ROMANA por Antonio Tursi

Presentación de LA TRADICION ROMANA por Antonio Tursi

Biblioteca Julius Evola.- Reproducimos aquí la presentación realizada por Antonio Tursi, de la recopilación de ensayos de Julius Evola, titulada "La Tradición Romana", publicada por ediciones Herakles. La conferencia fue organizada por el Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires y tuvo lugar el 5 de julio de 2006. Como se sabe, Evola fue uno de los principales especialistas en la tradición de Roma y ella consagró algunas de sus páginas más memorables y algunos de los mejores capítulos de "Revuelta contra el Mundo Moderno". La Obra "La Tradición Roamana" reproduce ensayos y artículos poco conocidos de Julius Evola sobre esta materia.

 

 

PRESENTACIÓN de La tradición romana

de Julius Evola, 5 de julio de 2006,

Biblioteca del Congreso Nacional.

por Antonio Tursi

La tradición romana reúne 26 notas breves sobre diversos aspectos del mundo preromano, romano y su proyección -la más extensa es de 13 páginas y algunas de ellas consisten en críticas bibliográficas (en las que, con todo, no se hace un análisis neutral)-, aparecidas en diversas revistas italianas, desde 1929, la mayoría de las décadas del ’30 y del ’40 y una de 1973 (de un año antes de su muerte), del filósofo italiano Julius Evola (1898-1974). Su traductor coloca una ineludible introducción en la que brinda, de un lado, el aporte de Evola para una cabal interpretación de determinados símbolos y revaloraciones que la Italia de su época estaba haciendo de Roma; y de otro, la clave de lectura de las categorías o principios antitéticos con los que Evola rescata y analiza ese pasado heroico. Pues el triunfo romano fue el resultado de una lucha, que por lo demás, más allá de la confusión a la que podrían llevar algunos términos utilizados, es dable en todas las culturas y en todos los tiempos, lucha entre dos fuerzas opuestas, dos concepciones del mundo, dos razas que Evola caracteriza la una como solar, activa, viril, que apunta hacia lo alto, celestial, del norte o hiperbórea y la otra como lunar, pasiva, femínea, que apunta hacia lo bajo, telúrica, del sur o demétrica. En los romanos la decisión hiperbórea se manifiesta en sus mitos, en sus símbolos, y su lucha ya está desde sus orígenes tanto internamente: Rómulo-Remo, Patricios-Plebeyos, Mario-Sila, César-Pompeyo, Augusto-Antonio, como externamente: Romanos - Sabinos/Etruscos/Cartagineses/Cleopatra. Ahora bien, estas notas de Evola uno podría leerlas de manera salteada, digamos, según sus intereses con la recurrencia a los títulos del Índice, o bien linealmente -que es la lectura que recomendamos- y en este caso están ordenadas por el traductor de manera tal que la compilación bien puede servir como una historia sobre la espiritualidad romana, sus manifestaciones en la historia fáctica y en la cultura en general. A la par Evola va iluminando de aquella tradición espiritual “fragmentos dispersos, decaídos en meras costumbres y fiestas convencionales” (p. 91), porque “Si hoy el símbolo romano vuelve a una nueva vida y vigor, se ha tomado muy poco el trabajo de precisar el contenido de tal símbolo” (p. 48), especialmente ahora que “grandes sombras de la decadencia espiritual incumben al Occidente moderno.” (p. 177)

Por cierto, Evola señala que “Para nosotros Roma, además que una grandeza material político-jurídica y militar, fue una grandeza espiritual” (p. 176). Esta grandeza espiritual, como en otras civilizaciones, es originaria respecto de esas luchas que señalamos: “El ciclo primordial de las civilizaciones nórdico-arias fue superior y anterior a tales oposiciones” (p. 105). El pueblo romano pertenece a la civilización hiperbórea; tronco primordial ario o indoeuropeo, y quizás sea el romano el que más conscientemente luchó para plasmar sus valores. “El verdadero valor de Roma es <...> una ‘restauración’, un intento por retomar en un cuerpo universal una originaria espiritualidad de tipo hiperbéreo o solar” (p. 106). Evola considera tres ciclos en la historia romana: “<...> podemos individualizar tres momentos fundamentales: el de la Roma primigenia hasta Catón; el de la Roma imperial hasta Augusto; el de Roma en el primer Medioevo. En todo esto, la tradición de Roma significa potencia inatenuada, formación, estilo, dominio.” (p. 136) La primera tuvo la sensación viril y activa de lo sagrado, obró “una síntesis entre el elemento regio y el sacerdotal, entre espiritualidad y virilidad” (p. 105), que defendió contra enemigos internos y externos al punto de que pudo elevarla al segundo ciclo de Roma, la cesárea, que conforma el Imperium. La tercera constituye la transfiguración de aquel mundo viril en el mundo jerárquico del medioevo bajo el imperio sacralizado.

Evola distingue atentamente en el mundo mediterráneo en general y en la Península en particular los elementos no arios, arios alterados y arios puros o hiperbóreos, para establecer el verdadero origen de Roma. Así los latinos y los albanos como pueblos pre-romanos se separan de los Etruscos (no arios), de los Sículos y de los Ausonios (arios alterados) por ser pueblos incineradores, no telúricos. Y aunque éstos hayan impuesto algunos ritos y costumbres a aquéllos, con todo Roma siempre los consideró hostiles al punto de que encarnó nuevos símbolos que de alguna manera representen un principio nuevo que erradique lo antiguo. Analiza, así, componentes de los mitos fundacionales, pues los mitos representan, dice Evola siguiendo a pensadores de la talla de Guenon, W. Otto, Altheim y Kerenyi, procesos espirituales. Así p.ej. en el de Rómulo y Remo, la salvación del agua, la loba, el dios Marte y Rea Silvia, el antagonismo entre los gemelos como símbolo de lucha entre dos razas (concepciones) opuestas, ubicadas geográficamente en el Palatino y en el Aventino, destaca los elementos hiperbóreos que guardan. Y a esta lucha, simbólicamente entre dos principios, la encuentra Evola reiterada a lo largo de la historia romana hasta César: “Son <...> puntos culminantes de la historia interna del Occidente, la cual se cumple a través de la dinámica de antítesis ideales, que no dejan de transparentarse entre las mismas tramas de las luchas internas; puesto que también en Mario, en Pompeyo, en Antonio, se puede divisar el tema del Sur y del Asia en el tenaz tentativo de frenar y de subvertir la nueva realidad. Si en Cleopatra se tiene pues un símbolo sensible de la cultura afrodítica, a cuyo vínculo subyace Antonio, en César se encarna el tipo aristocrático, nórdico-occidental del héroe y del dominador.” (pp. 78-9)

El triunfo y la restauración de la espiritualidad se manifiesta en los ludi (juegos) romanos que reproducían “el valor simbólico de una participación místico-ritual” (p. 55), en los dioses, símbolos heroicos de la tradición romana: Victoria, Venus vencedora, origen de la gens Iulia, y el dios invicto, el dios sol, que los emperadores hacen suyo. Ya desde sus inicios, como en otros pueblos hiperbóreos, se constata en Roma el culto solar en grabados y en mitos. Al respecto Evola aclara: “Es un disparate creer que la antigua humanidad y sobre todo la de la gran raza aria, divinificase supersticiosamente los fenómenos naturales. La verdad es en cambio que la antigüedad concibió los fenómenos naturales como esencialmente símbolos sensibles de significados superiores, espirituales, por lo tanto como sostenes espontáneamente ofrecidos a los sentidos por parte de la naturaleza para poder presentir estos significados trascendentes.” (p. 92) Con el solsticio de invierno, el 25 de diciembre, se separan las fases descendente y ascendente del sol, en las que fenece, se hunde en la tierra para luego resurgir y ser luz y calor. En esa muerte (invierno) y renacimiento (primavera) del sol es dable una experiencia espiritual primordial de la muerte y resurgimiento del hombre. El Natalis solis invicti, el natalicio del sol invicto marcaba en el Imperio el inicio del nuevo año. Evola hace notar cómo esta consideración junto con el símbolo de la vida: el árbol siempre verde, un pino o un abeto, que se iluminaba con nueva luz y al cual se lo llenaba de regalos que simbolizan los dones de la vida se encuentra, como un eco residual, en la navidad cristiana. Otro rastro de ello se encuentra en la semana romana cuyo día de fiesta era el dedicado al sol, así se conserva en alemán sontag, en inglés sunday, y como el dia del sol era el día del señor (dominus), en la tradición latina tenemos domingo (de dominicus).

El culto al dios sol fue difundidísimo en la antigüedad. Los emperadores romanos son los que de lleno, digámoslo así, lo oficializan. Caracalla le coloca el atributo de invicto. Heliogábalo toma su nombre. Aureliano lo convierte en culto de Estado. El culto oriental a Mithra adoptado en Roma es equiparado al dios sol. Constantino lo conserva y, aún cristianizado, lo labra en su escudo. En otros significativos símbolos volvemos a encontrar al sol al punto de que, dice Evola, “No es aventurado decir que los mismos nos hablan de un verdadero y propio ‘mandato divino solar’ cual alma viva de aquella función imperial cesárea que, para nosotros, en el mundo antiguo, fue una especie del último esfozo de significados arcaicos perdidos paulatinamente.” (p. 96). Este símbolo solar con sus implicancias se encuentra, decíamos, en símbolos romanos y en dioses. Así p. ej. el dios bifronte Jano representa el ascenso y descenso del sol, el fin y el comienzo. Su templo permanecía cerrado en tiempos de paz y abierto en guerra para, por él, desatar las fuerzas sobrenaturales propicias. Evola insiste en que las religiones y las mitologías antiguas no deben considerarse “como supersticiones, creaciones fantasiosas o divinificaciones de simples fenómenos naturales, sino como las formas simbólicas y dramáticas de expresión de significados cósmicos, de fuerzas vivientes de principios metafísicos.” (p. 87)

Respecto de los símbolos y especialmente en los revividos en su época, aunque sin su alma, vacíos de su acepción originaria, Evola establece su origen hiperbóreo y solar, señales de una espiritualidad heroica. El hacha en su origen consistía en la sideral, compuesta de silicio o hierro meteórico, esto es un metal venido desde arriba, vinculada así a la fuerza del cielo, al rayo y a Zeus (Júpiter). Su primer uso era sagrado, ritual y luego secular, utilizada por los líctores. Estos especialmente eran los que alzaban la fasces, el hacha rodeada por varas, escolarmente símbolo del poder de administrar justicia. Mas se trata, en rigor, del hacha bicúspide, símbolo del arco descendente y ascendente del año solar que ocupa el centro de las varas. El hacha separa y cierra una época y abre otra. El hacha en el centro es el regente de las doce varas, de una serie sagrada. Se trata, insiste Evola, de nociones originarias de tiempo, una especie de alfabeto prehistórico. 12 fueron los buitres que divisó Rómulo, y también 12, el total de los templos de Jano y los signos celestiales. 12 son las Leyes de Manú, los discípulos de Lao Tse y los de Cristo. 12 las puertas de la Jerusalem celeste. 12 son los trabajos de Hércules, como los dioses olímpicos, los caballeros del rey Arturo y los condes palatinos de Carlomagno. 12 también los Césares del Imperio y según una profecía etrusca, 12 son los siglos que duraría Roma. También un centro regente, dominador y estable, como el hacha respecto de las varas, está en la cruz gamada. La cual no es propiedad monopólica de una raza, sino que se encuentra en lugares tan disímiles como Asia y América. En ella hay un punto fijo central y un movimiento rotatorio que conlleva un cierto dinamismo, una fuerza arrolladora. Es notable también como símbolo regio: un señor en el centro y un movimiento ordenado que lo acompaña. En el pensamiento filosófico el esquema responde a la concepción aristotélica del motor inmóvil y a la neoplatónica de lo uno. Y resulta un claro antecedente de la concepción copernicana. Finalmente, el águila era el animal sagrado de Zeus (Júpiter), representación de la luz, el rayo, el fuego. Si bien era el símbolo de las legiones romanas y por extensión de la Roma imperial, de donde lo toma el imperio carolingio y luego el S.I.R.G., con todo se lo encuentra también en las mitologías nórdicas. Un águila era precisamente el encargado de volar sobre la pira del emperador muerto y llevar su alma para que acogida en el Olimpo se cumpla la apoteosis imperial.

En el ámbito privado, los lares (el lar es el padre, principio fundador de una familia), los penates (los antepasados) y el genio (la fuerza divina de la gens, el principio director de sus actos, que se hereda y se transmite) constituyen para Evola “la antigua conciencia romana de las fuerzas místicas de la sangre y de la raza” (p. 118), que se simbolizaba con el fuego, la llama sagrada que ardía constantemente en el atrium donde el pater familias celebraba los ritos. Para los romanos el individuo pertenecía a una gens, un linaje, con la cual mantenía un vínculo inmediato de sangre, que conformaba una vida subsistente más allá de los individuos. El sentimiento de pietas, piedad, era el contacto con esa fuerza profunda de la raza y, a su vez, la condición de toda otra idea religiosa. Evola une magistralmente el análisis histórico con el filológico con recurrencia tanto a la etimología como al análisis de pasajes de algunos autores clásicos en el cap. XV, el mejor logrado a mi criterio y que tiene por título “La mística de la raza en Roma antigua” (pp. 117-25) para establecer el origen y el significado de esos dioses familiares y personales. “Es un carácter específico, concluye allí Evola, del culto de las más antiguas sociedades arias su antiuniversalismo. El hombre antiguo no se dirigía hacia un Dios en general, Dios de todos los hombres y de todas las razas, sino a un Dios de su estirpe, es más de su gens y de su familia. Y viceversa: sólo los miembros de un grupo que le correspondía podían legítimamente invocar la divinidad del fuego doméstico y pensar que sus ritos fuesen eficaces.” (p. 122) Mas no por ello, advierte, debería pensarse en un politeísmo. Pues la concepción religiosa antigua era jerárquica. Un Dios universal no excluía intermediarios más cercanos a una familia e incluso a un individuo y, además, a fin de que la relación entre lo humano y lo divino fuese eficaz se requerían determinadas condiciones y una de ésas era la de la raza y la sangre, el elemento material presente en su cuerpo, pero que conllevaba caracteres supranaturales y supraindividuales.

La espiritualidad romana que a grandes rasgos hemos resumido en sus aspectos esenciales da por tierra, según Evola, con la tan mentada pura practicidad romana. Esta efectivamente existió, pero fue fruto de una concepción profunda de la vida. Así también las filosofías estoica y epicúrea, de gran rendimiento en la Roma clásica, vienen a fortificar la ética viviente y viril patricia. Evola nos presenta aquí otro modo de especulación típicamente romana: “Debe tenerse presente, dice, que si en su origen el romano fue antiespeculativo y antimístico, ello no lo fue por una inferioridad propia, sino en el fondo, por una superioridad suya. Él poseía un estilo de vida congénito, ajeno a misticismos puros y a efusiones sentimentales; tenía una intuición supraracional de lo sagrado <...>” (p. 184).

Evola y el Medioevo

De hecho, no es su cometido tratar sobre el Medioevo. Pero a partir de determinados pasajes que se encuentran en algunas de estas notas, uno bien podría formarse cierta idea evoliana respecto de la Edad Media.

Siguiendo a Altheim (El dios invicto -hay traducción castellana, Eudeba, Buenos Aires, 1966) Evola sostiene que el dios sol, por medio del emperador Constantino, se introduce en el cristianismo. Así, nota que la última gran idea del paganismo se continuó en el cristianismo. Al respecto refiere imágenes del crucifijo de la época rodeado de un sol. Pero en rigor, sostiene, no debería haber seguido una continuidad, sino el contraste entre dos modos o concepciones de la vida y de lo sagrado.

Evola considera al Medioevo como el tercer ciclo de Roma, “un ápice de Roma” (p. 136). Las referencias son al medioevo latino, no al bizantino, y específicamente a Carlomagno, a quien refiere como aquel que retoma el símbolo imperial romano del águila. El mundo feudal es caracterizado como una transfiguración luminosa del mundo viril romano clásico, como un mundo guerrero, fuertemente articulado y personalizado, organizado jerárquicamente. El Imperio se sacraliza, dice en alusión al S. I. R. G. -denominación que se remonta a la dinastía de los Otones- y aviva una fides, una fe, que tuvo por primera y única vez la capacidad de unir a los príncipes de toda la tierra en una empresa simbólica: las Cruzadas. Estas palabras loables bien pueden dar cuenta de que está pensando en las cruzadas como una nueva lucha de lo hiperbóreo contra lo telúrico. En ese momento ve Evola (p. 110) el resurgimiento de las verdaderas fuerzas ya actuantes en la romanidad nórdico-aria.

Con todo, antes de esta conformación, en el momento en que comienza la cristianización del Imperio, se da una cierta corrupción en la espiritualidad de los Césares: el Imperio (p. 132) aceptó el cosmopolitismo, fermento de nivelación y desarticulación. El Bajo Imperio abrazó de manera universal a todo el género humano, sin distinción de razas, pueblos ni tradiciones, sino solo sobre la base del supremo poder central divino. El cristianismo -o parte de él- asumió esa herencia en sus términos negativos: trató de unificar y reunir pueblos en disolución, creo una jerarquía y un poder central sin ningún presupuesto racial y por ello no pudo constituir una casta, ni dio lugar a una tradición regular.

El cristianismo de anárquico y universalista solo se convirtió en articulado y jerárquico con la contribución germánica. La fusión romano-gótica, según Evola, (p. 133) logró la rectificación de los aspectos negativos de la herencia de la última romanidad, del Bajo Imperio cristianizado. Solo con ella resurgió el ideal orgánico.

 

Un filósofo en la Edad del Lobo.

Un filósofo en la Edad del Lobo.

Biblioteca Julius Evola.-  Publicamos el artículo de Martin Schwarz "Julius EVola: un filósofo en la Era del Lobo". Este pequeño ensayo -pues supera las pautas propias de un artículo- fue publicado inicialmento en la revista Deutsche Stimme, portavoz del NPD y ha sido traducido por José Antonio Hernández García. Vale la pena decir solamente a modo de introducción que la Era del Lobo o la Edad del Lobo en la tradición nórgico-germánica, tiene el mismo sentido que la Edad del Hierro en la tradición clásica o el Kali-Yuga en la tradición hindú.

Julius Evola: un filósofo de la Era del Lobo

Una valoración a treinta años de su muerte

Martin Schwarz

Traducción de José Antonio Hernández García

 

El Barón Julius Evola, cuyo centenario recordamos en 1998 y de cuyo fallecimiento conmemoraremos el 11 de junio del 2004 su 30° aniversario, es justamente apreciado como la figura intelectual de vanguardia de la derecha italiana. Aunque la propaganda antifascista diga lo contrario, nunca fue la "eminencia gris de Mussolini" pero, por encima de todos, rivaliza con la influencia del Duce en varias generaciones de italianos de derecha. El líder del Movimiento Social Italiano (MSI), Giorgio Almirante, lo ha designado con los memorables términos de "nuestro Marcuse, pero mejor". Aunque quizá sería más apropiado llamarlo el "anti-Marcuse", pues Evola, como Marcuse, diagnosticó como "unidimensional" al hombre moderno, pero no buscó reemplazarlo con nuevas ilusiones: en lugar de la Utopía, él ofreció la Tradición.

En Francia, la influencia de Evola ha aumentado desde los años setenta, gracias al círculo de pensadores de la "Nueva Derecha". En Alemania, en contraste, los trabajos más importantes de Evola sólo han estado disponibles muy recientemente, y en algunos casos se han impreso apenas por primera vez; pero aquí también su nombre - y no siempre su obra- ha inspirado a una nueva generación de intelectuales de derecha. En los años treinta, fue de hecho en Alemania donde tuvo una recepción similar a la que tuvo en Italia. El gran poeta alemán Gottfried Benn escribió con entusiasmo sobre el libro de Evola Rebelión contra el mundo moderno:

Es un libro cuyas ideas y supuestos amplían los horizontes de casi cualquier problema europeo a grados hoy desconocidos y nunca vistos. Quien haya leído el libro verá a Europa de una manera diferente. Es la primera presentación de envergadura de uno de los impulsos básicos espirituales que se encuentran activos aún en la Europa de hoy - por "activo" quiero decir que hace época, más allá de la destrucción de los sentimientos sobre el mundo, cambiando y reorientando: es el impulso que se opone a la historia. Por esta razón, es un libro de importancia clave para Alemania, porque la historia es un problema específicamente alemán, y la filosofía de la historia una forma alemana de auto-comprendernos (Die Literatur, 1935).

El mismo Evola buscó contactos no sólo en los círculos nacionalsocialistas, sino también y preferentemente con los representantes de la "Revolución Conservadora" que mostraban sólidos fundamentos religiosos: Wilhelm Stapel, quien intentó dotar al nacionalsocialismo de una base teológica; Carl Schmitt, el católico "Juez con Corona del Tercer Reich"; Othmar Spann, el teórico vienés del Estado combinado, que ejerció una gran influencia en el movimiento nacionalista de los estudiantes alemanes; el Príncipe Rohan, un nacionalista de mirada europea. Estos eran los interlocutores y los contactos que Evola había elegido en Alemania. Pero Evola no estaba completamente a gusto en este terreno. Más que otros, le gustaba ser llamado "solitario", un pensador aislado en un paisaje abandonado: el filósofo de la Era del Lobo.

Junto a la influencia de ciertas corrientes de su época, como el dadaísmo y el existencialismo, que Evola rápidamente dejó tras de sí, fue sobre todo la lectura de Nietzsche la que compartió con muchos otros de su generación, al igual que la experiencia vital de la acción en el frente de batalla en la Primera Guerra Mundial.

Evola descubrió en el tradicionalista francés René Guénon a un gran maestro. Al igual que Evola, Guénon había frecuentado varios círculos de culto esotérico y teosófico, y se sintió alejado de las distorsiones neo-espiritualistas de las antiguas tradiciones y religiones (tal y como lo hace hoy la llamada "New Age") que desarrollaron sus propias doctrinas "tradicionales". El carácter común de las tradiciones indo-germánicas y asiáticas lo condujo a descubrir la Tradición Primordial que había sustentado la oscilación del universo antes de la caída en la historia. Especialmente en el Vedanta de la India, esta tradición es claramente perceptible. El mundo tradicional difiere del mundo moderno porque éste se orienta por un sentido desalmado de la cantidad y por el poder desbordante de las masas.

Además, Evola estuvo muy influido por las investigaciones en la prehistoria, como las llevadas a cabo por Herman Wirth, que le permitieron corroborar los antiguos mitos nórdicos y el origen solar de la cultura. Sin embargo, en la reconstrucción conceptual que Evola hizo de la Tradición Primordial esto tuvo un significado distinto al que Wirth le había conferido.

Jerarquía, forma, virilidad, trascendencia, autoridad, soberanía: estos son algunos de los componentes de la imagen solar del mundo que Evola intenta preservar a través de la incontenible involución de la que forma parte el ciclo cósmico. Su primera acometida magnífica sobre esta condición tomó forma en su libro Rebelión contra el mundo moderno (1934), cuya imago-mundi fue comentada así por Gottfried Benn:

¿Qué es, entonces, este mundo de la Tradición? Primero, es una nueva y evocativa representación; no es un concepto naturalista o histórico, sino una visión, una edificación, un encantamiento. Evoca al mundo como algo universal, supra-terreno, supra-humano. Pero esta evocación solamente puede elevarse y tener efecto cuando hay remanentes de esta universalidad presente, de tal manera que sólo pueda aproximarse y asirlo alguien excepcional: la élite, los elegidos. Este concepto permite a las culturas liberarse de la humanidad y de la historia, y elevar sus diferencias a un plano metafísico, en donde puedan reconstruir en libertad y dar nacimiento a una nueva imagen del hombre: el antiguo, elevado y trascendente hombre que es el portador de la Tradición.

Evola se había dado cuenta que su propuesta previa para un "imperialismo pagano" (Imperialismo pagano, 1928) no era viable y la había abandonado. Pensó que había sido forzado en una estrecha dirección anticatólica bajo la influencia de la francmasonería. De igual forma juzgó errónea su fijación monotemática por la "cuestión judía" de los gobiernos de entreguerras, identificable en los poderes ocultos que sólo así pudieron continuar con sus propias actividades tras bambalinas. 

El movimiento Gibelino, tal y como Evola lo presenta, tenia aparejado como prioridad al Emperador, un Lord secular con sus propias exigencias sacras, opuesto al Papado como portador de valores sacerdotales. Su supremacía no significaba anticlericalismo, porque cualquier anticlericalismo tiende a negar cualquier valor sagrado, incluyendo los del guerrero y del jefe militar.

Esto nos lleva a la siguiente obra mayor de Evola, El misterio del Grial (1937), que tiene que ver precisamente con la realeza sacra, tal y como se vivió en la épica del Grial. Evola señala claramente los orígenes no cristianos de estas sagas: la leyenda del Grial es la Saga del Imperio. Y este Imperio es el Imperium que había sido adoptado por la cristiandad: en última instancia, es el mundo ordenado de acuerdo con los valores tradicionales. Cuando el mundo cae en el desorden, la caballería secreta que continúa y restaura el Orden Solar del Imperio Interior se oculta otra vez, hasta que el Grial sea nuevamente encontrado.

De todas estas obras resulta absolutamente claro que Evola no asumía ninguna posición política, sino una posición que estaba en contra de la política, en contra de la mercantilización operada por los partidos políticos, en contra del cortejo de las masas de votantes, en contra del predominio de lo económico sobre los valores culturales. En consecuencia, él nunca perteneció a ningún partido y nunca emitió ni un voto. De aquí deriva su epíteto de "pensador fascista". Pero entonces los fascistas deberían de haber aspirado a esto, a concretarlo. ¿Fue éste su caso?

Ciertamente hubo esfuerzos en esta dirección en Italia y Alemania, pero hubo muchos más que intentaron nulificarlos. Evola hizo un balance a este respecto en su opúsculo El Fascismo visto desde la Derecha (1964).

Sus dos libros El hombre entre ruinas (1953) y Cabalgar el tigre (1961) tenían que ver con la nueva situación derivada del triunfo total del americanismo y el bolchevismo: dan una orientación para aquellos pocos que todavía tienen la valentía de mantenerse de pie en medio de un mundo en ruinas. El requisito para esta actitud interna es la apoliteia, que se niega a involucrarse en el negocio del alboroto político. Rechaza el ser utilizado por cualquiera de las dos superpotencias materialistas. No hay satisfacción interna por el colapso de las instituciones existentes, porque fueron construidas sobre las arenas de la democracia - hechas por francmasones con el morteroo barato del Iluminismo. Estas instituciones, que son ya una caricatura de las tradicionales, merecen perecer. Parafraseando a Nietzsche: si se están cayendo, basta con darles un empujón. Aunque no se puedan esperar éxitos directos, se trata más bien del ámbito de las acciones propias. Evola no es un pensador pasivo que gimotea incesantemente sobre las miserias del mundo, sino un hombre que convoca a la acción. No es precisamente el hombre que se resigna a una situación desesperada sino que actúa, que se muestra a sí mismo como un guerrero - un Kshatriya. Si Evola señala todos los falsos caminos y los obstáculos, no lo hace para impedir la acción, sino para evitar las ilusiones.

Acción sin ilusión y la renuncia a todas las utopías: esa es la esencia de lo que ha sido llamado el "anarquismo de derecha". Evola inspiró, por lo tanto, a una nueva generación de la derecha italiana que ya no pudo encontrar nada valioso que defender en la Italia de la posguerra. La cabeza rutilante de este grupo, Giorgio Freda, proclamó el grito de batalla en su estudio La Desintegración del Sistema. Freda quería crear un Estado popular a través de la destrucción del sistema, que debía reconstruir las jerarquías y las estructuras tradicionales. Había nacido el "nazi-maoísmo".

Otra dirección fue la de la Nueva Derecha, que llegó a una conclusión absolutamente contraria de su alejamiento de la política: la metapolítica. Se supone que los centros de estudio y los periódicos culturales debían dominar el discurso en nombre de la Derecha, y sólo después de eso se podría cuestionar el poder. Los representantes de esta tendencia, como Alain de Benoist, Robert Steuckers y Marco Tarchi se refieren a menudo a Evola... pero también a muchos otros, incluyendo a pensadores modernos absolutamente incompatibles, como los biólogos sociales, los "investigadores conductuales" y los tecnócratas - algo que de alguna manera pudo ser asimilado por la Derecha.

Recientemente, Evola se ha convertido en una figura importante de una subcultura juvenil completamente apolítica: es el elemento intelectual de la ola Dark y Gótica en escena. La música y la moda por sí solas aquí han sido insuficientes. Evola es presentado como un modelo para un estilo de vida superior sin ninguna conexión política directa. Podemos apreciar una expresión de esto en el CD que reunió a diferentes grupos musicales para el centenario de Evola en 1998 (Cavalcare la Tigre). Este es un síntoma de su nueva popularidad, cuyo aspecto más afortunado puede ser la moda de publicar sus trabajos en alemán, si todo no fuera hecho tan lamentablemente como la pésima traducción de Cabalgar el tigre. Se ha llegado al punto de traducir a Evola no de los originales italianos sino de las ediciones estadounidenses, en un síntoma más del desesperanzador colapso europeo. ¡Evola tiene que ser importado de América debido a que, aparentemente, no hay nadie en Europa que hable italiano ni alemán!

¿Habría esperado Evola ser tan popular en sus aniversarios? ¿Qué significado le habría atribuido a ese hecho? ¿Es la moda de Evola otra estrategia para desvincularlo de su contenido tradicional y distorsionarlo? ¿Resulta Evola como icono más importante que sus enseñanzas sobre la Tradición?

¡Acción, no preguntas! Pero tampoco ilusiones.

 

Actualidad y vigencia del pensamiento evoliano. Marcos Ghio.

Actualidad y vigencia del pensamiento evoliano. Marcos Ghio.

Biblioteca Julius Evola.- Reproducimos el texto de la conferencia dictada el 11 de junio de 2004, por Marcos Ghio, presidente del Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires, con motivo del 30 aniversario del fallecimiento de Julius Evola. El profesor Ghio comenta los aspectos del pensamiento evoliano que conservan hoy más vigor e incorpora al texto, algunos aspectos biográficos poco conocidos como el destino de las cenizas de Evola que descansan en un glaciar del Monte Rossa, gracias a los buenos oficios del entonces presidente del Centro Studi Evoliani de Génova, Rebato del Ponte.

 

ACTUALIDAD Y VIGENCIA DEL PENSAMIENTO EVOLIANO

por Marcos Ghio

En un día como hoy, hace exactamente treinta años, inválido desde su lecho de muerte, el barón Julius Evola solicitaba a dos de sus más fervientes seguidores que lo pusieran de pié antes de morir para observar por última vez, desde la ventana de su departamento frente a la antigua Cancillería de Roma, al mundo moderno que estaba a punto de abandonar.

Debió seguramente una vez más percibir la profunda distancia que lo separaba de esas multitudes anónimas que deambulaban por las calles devorando su tiempo en una vida oscura originada en manera azarosa y que a su vez, del mismo modo que casual había sido su comienzo, también habría de serlo irreversiblemente su final, sin nada sustancial que hubiese sido elegido durante todo el trayecto, como el producto de una tenebrosa fatalidad que constantemente la interpreta en un concierto de notas infinitas, de marionetas que rumian apretujadas sin rumbo ni razón de ser. Ellos eran seres en sí mismos insuficientes, sujetos sociales que necesitan irreversiblemente del otro para justificarse, que solicitan diariamente de un foro ante quien explicarse, retóricos precisados de permanentes confirmaciones para continuar con su camino, siempre solícitos a los aplausos y alabanzas, así como de democráticas y promiscuas participaciones. Él en cambio pertenecía al grupo de aquellos que se bastan y son suficientes a sí mismos, que no necesitan de nadie que incremente su yo, y que son por lo tanto capaces de prescindir de las tres metas principales que agitan la existencia mundana tales como el deseo de fama, de poder, de dinero, pues sólo en sí mismos y no en otra cosa encuentran la propia justificación.

Formaba pues parte de la especie de los persuadidos contrapuesta a la de la multitud abundante de retóricos a los que contemplaba por última vez desde su ventana. Se trataba por lo tanto de dos razas, de dos hombres que se hallaban frente a frente sin nada esencial que los identificase, sino tan sólo la superficial circunstancia de compartir un cuerpo semejante, o de hablar una misma lengua. Afuera por lo tanto la muchedumbre moderna, la masa, el ganado sin nombre, afanoso de consumos y de aturdimientos para poder saturar el propio tiempo y olvidarse de sí y del por qué se encuentra aquí. Drogados con cosas superfluas, ensordecidos con ruidos infernales, borrachos de curiosidades que llenan incesantemente su yo. Atrapados por la “vida”, absorbidos en un torbellino ensordecedor que les permite saturarse de sensaciones intensas, escapándose de sí y disolviéndose en la nada, siendo arrastrados así en el ritmo desenfrenado del devenir. Frente a ellos, inconmovible, el mundo del ser parmenídeo, de aquello que nunca cambia, aquel que el Evola que se despide desde siempre respiraba. Porque existir para el hombre de la Tradición, antagónico del moderno, significa trascender la mera vida, tenerse a sí mismo como centro indisoluble e impenetrable, como roca inflexible ante los avatares del tiempo.

 Ya desde su misma infancia él había percibido, tal como nos relata en El Camino del Cinabrio, que no se encontraba aquí de casualidad ni que tampoco su ida, ya inminente, era algo que se le hubiese impuesto involuntariamente; él sabía que había venido de otra parte, de un universo lejano y distinto en donde las apuestas son duras y osadas, en donde los hombres, lejos de buscar la paz, la quietud y la “felicidad”, se encuentran en cambio ansiosos por transitar el peligro y las misiones más difíciles y complicadas, y para los cuales, a diferencia de nuestros tiempos democráticos, no es ni la fama ni el dinero la medida de todo. Por lo tanto ningún paraíso de bueyes apacentados ni aquí en la tierra ni en el cielo lejano representa su meta. Sólo donde no hay paz y donde existe el peligro se halla la verdadera realización. Porque allí donde se encuentra el heroísmo la vida es comprendida como una epopeya y el hallarse en ella no es entendido nunca como una situación azarosa y casual por la que, sin siquiera habérsenos preguntado, nos despertamos de golpe adentro del cuerpo de un hombre determinado, viviendo en un cierto sexo, en una determinada raza o nacionalidad, en una condición social rica o pobre, en un cierto momento de la historia al que nos debemos adaptar así como el yeso a un molde prefijado, es decir, con una existencia que nos ha sido impuesta por encima de nuestra voluntad. Contrariamente a ello la vida es en cambio concebida aquí como un viaje que previamente ha sido minuciosamente proyectado, como una empresa aventurada en la que entra en juego una meta suprema cual es la conquista y búsqueda de la inmortalidad.

Ni tampoco en tal contexto resulta una casualidad el hecho de que se haya elegido vivir justamente aquí en este Kali-yuga, en esta edad del hierro sombría, en su etapa más decadente y terminal, pues ello ha sido en razón de que hemos querido otorgarnos una medida difícil, una prueba sumamente complicada, posiblemente la más arriesgada de todas, en la que es posible más que en cualquier otra extraviarse, perder el rumbo asignado, disolverse en el mundo del devenir y la nada y por lo tanto morir definitivamente arrastrado por el torbellino del número. Pero todo ello ha sido en relación a la apuesta que nos hemos hecho a nosotros mismos, pues quien puede ser libre en un universo de máquinas programadas, ser persona en medio de una sociedad de masas, quien alcanza la conquista de la otra vida en un mundo que se encuentra ebrio de “vida” placentera, de puros instantes sin tiempo, vividos con obtusa intensidad y que se aturde y alucina en sensaciones fugaces, que no son sino huidas y olvidos verdaderos de que realmente se es; aquel que logra sobrevivir en tal sociedad carente de cualquier sostén existencial es sin duda alguna el superior a todos. Y es paradojalmente en un mundo de tal tipo, al que se ha llegado ex profeso, en donde resulta más claro que en cualquier otro que existen en un mismo pellejo que a todos nos identifica dos tipos esencialmente distintos y confrontados de seres humanos que conviven bajo un mismo techo, que se cruzan cotidianamente en una misma circunstancia y situación, en donde sólo un ojo metafísico puede percibir la diferencia esencial que los contrapone. Que se encuentran aquellos, la mayoría, la masa, que son tomados por la vida en un flujo incesante, irracional y reiterativo, siendo apenas átomos mutables de un proceso infinito y vermicular, los que no son otra cosa, al decir de Schopenhauer, que la expresión de una ciega voluntad de vivir que los utiliza como piezas recambiables, como luces fugaces de un concierto infinito de estrellas incesantes que se prenden y apagan raudamente y, en contraposición a éstos, en cambio se encuentran los otros, la otra raza a la que perteneciera el Evola a punto de despedirse, de pié junto a su ventana, de los que han tomado la vida tan sólo como un medio, como un trampolín para lanzarse hacia lo alto a fin de obtener una conquista en donde la muerte, lejos de ser una nada o un velado apagarse de una existencia ansiosa y agotada, es a la inversa la consumación de un proceso, un tránsito victorioso sobre el devenir. No por nada en las grandes religiones de Occidente, como la griega y el cristianismo, dioses y ángeles, divinidades intermedias, envidiaban a los hombres, pues mientras que los primeros estaban determinados a ser siempre inmortales de una misma manera, asemejándose en ello a los animales quienes también estaban signados por un estado de fijedad aunque polarmente inversa, el hombre en cambio, en tanto participaba de dos dimensiones contrapuestas, poseía una libertad esencial de la cual carecían todos los restantes seres, pues sólo a él ninguna fatalidad le estaba prefijada, ni de arriba ni de abajo. Él solo podía elegir entre elevarse hasta la dimensión de un dios o descender hasta el grado más bajo de las bestias y aun hasta de los mismos vegetales, que tan sólo “viven”, “gozan” y se reproducen, como en los momentos últimos y actuales de la gran decadencia y postmodernidad, la que, como indica su mismo nombre, no es sino la modernidad postrera y última que pueda concebirse. Por ello ser meramente hombre, tal como mienta el moderno humanismo, no es propiamente nada, pues lo humano es ser tan sólo un puente, un proyecto existencial entre el animal y el superhombre, entre la bestia y el dios.

“No nos engañemos: somos hiperbóreos”, decía el maestro Nietzsche en la misma línea asumida por el también maestro Evola. Somos diferentes de la inmensa mayoría. Por lo tanto apartémonos del dogma esencial de este mundo de apariencias, en el que la igualdad ya representa un abuso del lenguaje en el nombre de la cual se cometen las más absurdas injusticias. Repitámoslo pues de manera clara y concisa: existen dos tipos de hombre que se encuentran afincados simultáneamente en un mismo tiempo, por un lado los modernos, que son los que han hecho del mismo su principio esencial y por el otro los hombres de la Tradición que en cambio tienen por meta la eternidad, lo que siempre es y nunca deviene y para los cuales la vida representa un medio y no un fin. Tal dualismo es a su vez el que se encuentra presente en todas las grandes religiones las que han contrapuesto dentro de lo humano a dos principios antagónicos e irreconciliables. El origen del hombre, decía la antigua religión griega, surgía a partir de las cenizas de los impuros Titanes destruidos por Zeus en venganza por haber devorado a su hijo Dionisio. Por lo tanto coexistían dos principios antagónicos en nuestra misma especie, divino el uno e impuro y profano el otro, hallándose signados ambos por una lucha incesante e irreversible. En modo tal que los hombres se dividían de acuerdo a si habían sido capaces de hacer primar en sí mismos lo titánico o lo dionisiaco, lo impuro o lo divino, lo sagrado o lo profano, por lo tanto lo moderno o lo tradicional. Y esta lucha interior que cada uno desarrolla en el seno de sí mismo da como consecuencia la coexistencia en la humanidad de dos estirpes antagónicas, determinadas de acuerdo al principio que se haya logrado hacer valer. En modo tal que quienes han hecho primar el devenir y lo mutable, es decir los titánicos, éstos son pues los modernos. Aquellos que en cambio lo han logrado hacer con lo divino y permanente, lo dionisíaco, éstos son los hombres de la tradición. Y aun el cristianismo, en su continuidad aria y occidental, ha reconocido también esta dialéctica incesante en el seno de lo humano cuando ha revelado en el mismo la coexistencia simultánea de dos principios también antagónicos: la imagen y el pecado. El de ser hijo de Dios, de la misma estirpe divina, y la de representar en cambio y por contraposición una tendencia exasperada e impura hacia el no ser y la disolución.

Pero agreguemos esta peculiaridad: que esta gran guerra que nosotros sobrellevamos adentro de nosotros mismos, se exterioriza a su vez en el mundo externo cuando, como una proyección de este combate interior, el hombre de la Tradición y el moderno luchan en manera incesante entre sí. Más aun, la misma representa un paradigma necesario e indispensable para objetivar y mantener vivo ante nuestra conciencia y la de los otros tal hecho irreversible. Porque aquí, en relación a tal dicotomía, digámoslo para entrar de lleno al tema de nuestra ponencia, hay dos cosas esenciales que hacen a lo que caracteriza al más estricto pensamiento evoliano y que lo singularizan en relación con otras tendencias que también dicen reivindicar la tradición, pues en los tiempos oscuros y caóticos en los que vivimos existen términos que es indispensable especificar a fin de no extraviarse. Y agreguemos a partir de este instante que hay un pensamiento evoliano claro y definido que es un signo preciso e identificatorio en los tiempos actuales.

La primera característica del mismo es que no deben confundirse nunca las categorías moderno y tradicional con conceptos históricos, sino que ambos son metahistóricos. Hacer lo contrario, tal como hace cierto “tradicionalismo”, es sucumbir a una sugestión de la modernidad. El hombre moderno no es propiamente ni se agota en lo que hoy se conoce como la Edad Moderna, y a su vez, el hombre tradicional no es tampoco en manera necesaria el perteneciente a sociedades de un remoto pasado. Se trata más bien de dos modalidades existenciales hallables siempre y en todo momento de la historia, con la peculiaridad de que es cierto sí que cuanto más retrocedamos en el pasado más nos aproximamos a paradigmas de sociedades en las cuales rigieron principios tradicionales y es tan sólo por ello, y no por pertenecer a un tiempo que ya fue, que reciben tal nombre y a su vez, del mismo modo, cuanto más nos adentramos en los tiempos actuales, son también mayores los caracteres modernos que las identifican, aunque, nuevamente lo decimos, ello no es porque sean actuales, sino porque han sido el producto de un desvío. Moderno significa aquella modalidad existencial en la cual el modo, lo accidental y consecuentemente lo que es superficial es aquello que prima; por tal razón tiene que ver propiamente con la moda y con todo aquello que siempre es mutable. En cambio el hombre de la tradición (que viene de tradere, y que es lo que por su sustancialidad posee el privilegio y deber de ser transmitido) es aquel que se encuentra afincado en valores que no cambian, es el que adhiere a realidades sustanciales y perennes por contraposición a las accidentales y modales, por lo tanto es aquel que se encuentra más lejos que cualquiera de agotarse en una realidad histórica determinada.

El otro principio que caracteriza al evolianismo y que emana del primero se vincula a su carácter decididamente contrario a las actitudes historicistas y por lo tanto modernas, que consideran a la Historia como una especie de deidad que determina el accionar del ser humano. Él no cree en los cursos fatales de la historia, que no son otra cosa que una extrapolación ilícita hacia un plano espiritual y libre de los cursos fatales que acontecen en cambio en el mundo de la naturaleza física. Por lo tanto lejos se encuentra tanto de la actitud de quien se mantiene a la espera de que los ciclos irreversibles se cumplan, como de aquellos que consideran anacrónica y “ahistórica” una conducta meramente porque no es la que corresponde a las modas vigentes. No hay nada más contrario al evolianismo que el pragmatismo y lo que hoy se conoce como “la muerte de las ideologías”, es decir, la actitud de rendirse ante los hechos y el curso “irreversible” de los acontecimientos en aras de no fracasar. Por lo tanto en la medida que no acepta ningún tipo de fatalismo ni en la evolución ni en la involución del proceso histórico, en él más que en cualquier otro se encuentra una postura activa y de compromiso incesante frente a las circunstancias del tiempo presente. Él cree en manera decidida que es el hombre el sujeto de la historia y rechaza la idea de que ésta sea una realidad extrínseca que se le sobreponga y lo determine de manera irreversible a ser de una cierta manera. El hecho de que el hombre de la Tradición repudie los valores mutables no significa en manera alguna que se escape del mundo del devenir o que niegue idealmente su existencia. Y ello no es algo irrelevante puesto que, ante la negación de los valores representados por la modernidad, significa una indubitable tentación la de alejarse de la realidad mundana, vivir apartado para los que puedan hacerlo e ignorar lo que sucede como encerrado en una campana de cristal. La actitud evoliana se caracteriza en cambio por ser la de aquel que, a pesar de sostener principios anacrónicos y diametralmente opuestos a los de la inmensa mayoría de sus contemporáneos, sin embargo no se escapa ni se aísla, no huye de una responsabilidad existencial, no se llama a un silencio que muchas veces puede terminar siendo involuntariamente cómplice de la situación, como formando parte él también de una misma avalancha. Él considera que lo absoluto sólo lo es en un acto de doblegamiento de lo mutable y relativo y que tal acción debe ser a su vez también absoluta. De tal modo, la lucha que desarrolla en contra de lo impuro que habita en su seno, en tanto expresión del elemento titánico antes mentado, debe exteriorizarse también hacia afuera en un combate irreversible en contra del mundo moderno en tanto expresión histórica de tal dimensión, convirtiéndose así en un enemigo irreconciliable del mismo, pues para él lo exterior representa una extensión de esa lucha incesante y aun una manera de mantenerla actualizada y viva en sí mismo. Al enemigo hay que derrotarlo en todos los planos, en el interno así como en lo externo. Dejarlo vivo en alguno de ellos es un riesgo notorio pues puede revitalizar al que hemos abatido en alguno de los dos lados. Ambas realidades, la interna y la externa, se retroalimentan. Tal principio se hace claro en la tradición que el Islam supiera explicar lúcidamente en su descripción de las dos guerras santas que debe llevar a cabo el sujeto durante toda su existencia. La gran guerra es la que se despliega en lo interior en manera permanente para abatir al enemigo que tenemos adentro y la pequeña es la proyección de esa misma lucha en contra de lo que podría comprenderse como la propia sombra, pues si hubiese algo que escapase de tal guerra, la misma no sería absoluta y entraría en negación consigo misma. Tal imagen es también formulada por Platón en la alegoría de la caverna cuando el prisionero, tras ser liberado de su oscura prisión y haber podido contemplar la luz de frente, siente una necesidad insoslayable de volver hacia sus antiguos compañeros para comunicar su novedad y mensaje y así redimirlos del error. Y ello lo hace aun corriendo el riesgo de ser repudiado y ridiculizado por todos, cuando lo más fácil hubiera sido vivir tranquilo y satisfecho con la verdad descubierta, pero con esta conducta traicionaría la razón principal por la cual se existe, la de combatir siempre e incesantemente, y por lo tanto aun así admite mezclarse con quienes no aceptan en ninguna manera que pueda existir una realidad diferente de la de las sombras.

Por lo dicho, en tanto se considera como necesaria una lucha tradicional en contra del mundo moderno, es que resulta indispensable formular los principios que son propios de una política evoliana distinguiéndola claramente de todas las demás vertientes y en especial de aquellas que, si bien dicen contraponerse al actual sistema vigente, en los hechos no hacen sino consolidarlo. Y al respecto digamos primeramente, para evitar cualquier equívoco, que lo que la caracteriza es que en ella las posturas a asumir frente al mundo moderno son de una radicalidad absoluta, no admitiendo frente al mismo ningún tipo de concesión. Su apotegma principal no es el actualmente aceptado por el que se afirma que “la política es el arte de lo posible”, sino que a la inversa para el mismo en cambio ella representa el arte de saber mantenerse siempre en los principios a pesar y más allá de las modas vigentes. Por ello, si para el moderno lo principal en la política se encuentra representado por la manera como logramos adaptarnos a las circunstancias para tener éxito en nuestra acción, para el evoliano en cambio el esfuerzo principal está centrado en ser capaces de asumir siempre y en todo momento actitudes de intransigencia que lo diferencien de esas mismas circunstancias. ¿Cómo logro mantenerme fiel a los principios y no cómo soy capaz de triunfar? tal es la pregunta principal que se formula, y, como secuela de la misma, sobreviene esta otra: ¿cómo logro que aquello ante lo cual nada puedo en tanto no quiero en manera alguna adaptarme a la “realidad” o a los “procesos históricos”, no pueda nada en mi contra?

Dentro de este contexto el primer problema a resolver es el relativo a la denominación a utilizar por parte de un movimiento verdaderamente alternativo que quiera ser acorde a los valores de la Tradición. Nosotros resaltamos hoy más que nunca que su nombre debe ser a secas evoliano, pues es el único que no puede llamar a engaño ni confusión. En la actualidad, en tanto nos hallamos en un universo de caos y subversión, podemos notar en cuál manera las principales palabras que pueden ser asumidas como un modo de diferenciarse del mundo moderno se encuentran teñidas de un sesgo ambiguo y confuso que termina favoreciendo al mismo sistema que se quiere combatir. Empezando por el término “tradicional” el cual es fuente de una serie incalculable de equívocos, por lo que muchas veces decirse “hombre de la Tradición” puede incluso llegar a significar muy poco o nada, ya que son muchos los que la asumen de manera por lo demás imprecisa y contraria a lo que debe entenderse como un verdadero tradicionalismo. Más aun, podemos decir que no existe nada más antitradicional que muchos de los que se autotitulan como tradicionalistas. Tal es el caso patético del autodenominado “tradicionalismo católico” el cual, además de confundir a la tradición con una expresión histórica en particular, siendo ya tan sólo en ello lo contrario del tradicionalismo, ni siquiera es fiel a la tradición más raigal de su propia religión, convirtiéndose de este modo en una variante más de una iglesia que ha traicionado sus orígenes al combatir a cualquier forma de esoterismo. Y si descendemos a otros léxicos propios de un ideal de tal tipo en su pureza más plena, digamos que tampoco decirse de derecha, tal como correspondería a un hombre de la tradición que desciende a la arena política, representa algo claramente discriminatorio e indicativo en los tiempos actuales. Ello a pesar de tratarse de un término correcto pues en su significado originario, es decir, el que es verdadero más allá de todas las distorsiones, ser de derecha tiene que ver con lo que es recto, con lo que se encuentra alejado de desvíos y ambigüedades, con lo que sigue siempre el camino derecho, más adecuado y acorde, a pesar de todas las dificultades que puedan presentarse. Hoy en día en cambio dicha palabra, de su significado absoluto originario, ha sido degradada a una forma relativa e intercambiable. Se la ha asimilado a una conducta de estricta ortodoxia sin importar la doctrina de la que se trate. De este modo se ha llegado hasta el absurdo de calificar como de derecha desde un liberal hasta un marxista, en tanto tal término se ha reducido meramente a la calificación de quienes se mantengan en una línea de principio en relación a su doctrina originaria, olvidando que el trasfondo de estas últimas, el liberalismo y el marxismo, en tanto negadoras de cualquier valor absoluto, que es en cambio lo propio de la derecha, no significan otra cosa que distintas variantes de la izquierda. Obviamente allí donde se niega el orden natural todo se relativiza, todo se caotiza, hasta el mismo lenguaje. Y más aun, tal término que, como dijéramos, es signo de valor, hoy en día, en épocas subversivas, ha diametralmente invertido su significado, en modo tal que, cuando se quiere descalificar a alguien, se lo acusa despectivamente como “de derecha” y a su vez dentro de tal juego dialéctico impuesto por la modernidad, los que reciben tal terrible calificación, lejos de asumirla, protestan por ello y cuanto más se proclaman como de centro, es decir nada, lo que es lo mismo que decir “ni de izquierda ni de derecha”, todo lo cual en el mejor de los casos no es sino un signo de timidez. La realidad es que solamente puede haber dos posibilidades en materia política, o ser de izquierda, moderno, es decir desviado del sentido recto y absoluto, o de derecha, que es lo contrario. Además hoy en día, puesto que nos encontramos en la etapa más aguda de relativismo y pragmatismo, ser ortodoxo, es decir mantenerse apegado a principios es decir ser coherente con los propios principios, es calificado como algo negativo, por lo que lo bueno en cambio sería ser oportunista. Esta subversión en el lenguaje, que es también parte del conjunto de subversiones a las que la modernidad ha sometido a nuestra especie, se vincula con la otra por la cual un conjunto de términos, usualmente utilizados para calificar valores, tales como los aludidos ortodoxia, derecha, así como también represión, autoridad, etc., hoy en cambio, por hallarnos en los tiempos últimos de total descomposición semántica, son calificados en cambio como disvalores.

Por último, siempre dentro del contexto de la especificación del lenguaje, vale la pena dedicarle dos palabras al termino nacionalismo, en una época utilizado por nosotros como un elemento de distinción respecto de la modernidad. En efecto, desde un punto de vista tradicional y evoliano, ser nacionalista puede ser calificado como positivo tan sólo en un sentido, en tanto signifique rescatar un ideal universal por encima de los intereses singulares y clasistas de las partes que componen la sociedad, por lo que su significado más hondo es el de priorizar valores espirituales por sobre los materiales y económicos, sustentados por los grupos en manera egoísta, expresando en esto una postura tradicional. Pero deja de serlo en tanto se reduzca a un mero factor reivindicativo de los “intereses” de una determinada nación en relación a las restantes, subordinando a ello cualquier otro valor superior, reputándose sin más como una cosa sagrada la defensa de un “sano egoísmo nacional”, que en el fondo no termina siendo otra cosa que una forma más de economicismo. Tal nacionalismo es por lo tanto de carácter burgués y se encuentra expresado con gran precisión por aquel ministro británico que dijera que, en relación a las demás naciones, Inglaterra no tenía principios, sino meramente intereses. El mismo no hace así sino reflejar el pragmatismo de las clases económicas para las cuales el éxito en la vida material lo es todo. En tal caso la nación no se diferenciaría mayormente de la clase o del mero individuo que lucha por hacer valer sus intereses por encima de los restantes, siendo cuanto más una individualidad superior y de mayor alcance. Y de esta manera el nacionalismo, que puede haber tenido un significado positivo, en virtud del virus moderno, pasa a convertirse en una de sus tantas manifestaciones deletéreas. No por nada la Revolución Francesa reivindicó el nacionalismo y tanto nuestros liberales como nuestros marxistas se proclamaron alternativamente nacionalistas. Por lo cual consideramos que, lo mismo que los términos “tradicionalismo” o “derecha”, no debe ser una palabra a adoptar en forma aislada por parte de un movimiento alternativo, si previamente no se los especifica con otro que no dé lugar a confusión alguna. Por ello es que sostenemos una vez más que, puesto que el término evoliano es el único que es ajeno a cualquier ambigüedad, es a partir del mismo únicamente que podemos asumir las palabras antes aludidas en su significado positivo. Es decir, que somos nacionalistas, de derecha y tradicionalistas solamente en tanto somos evolianos y no a la inversa.

Por lo dicho, en tanto evoliano significa tradicional en sentido estricto y absoluto, sin concesiones respecto del mundo moderno y en tanto su significado último se comprende en un combate en contra del mismo (Rebelión contra el mundo moderno no es casualmente el título de su obra principal de la cual se cumplen 10 años de su edición en castellano) formulemos en este momento cuáles son las posturas que debe adoptar dicho movimiento.

La primera y principal consiste en sostener que: No podrá haber nunca un cambio verdadero en una nación si no se logra simultánemente una modificación en la estructura psíquica y espiritual del hombre desintoxicándolo de siglos enteros de contaminación moderna en todos los planos. Todo movimiento evoliano debe arrancar de esta premisa principal y a partir de la misma juzgar a todas las posturas que se asuman en el ámbito político.

Hoy en día, al contemplar la realidad cotidiana, notamos como se parte del equívoco de juzgar como moderno (aunque habitualmente ni siquiera se utilice ese nombre) únicamente a aquello que se califica como inherente a un poder mundial centralizado y uniforme, al denominado “pensamiento único” representado principalmente por los Estados Unidos, frente al cual se propone como alternativa la de constituir un mundo plural compuesto por “grandes espacios”, tales como la Comunidad Europea, la Asiática, el MERCOSUR, etc. Pero en realidad digamos que estos últimos sectores en el fondo no se oponen a la modernidad, sino tan sólo al hecho de que la propia nación o aun ellos mismos no sean quienes ejerzan el liderazgo en el mundo. En el fondo ellos rechazan a los Estados Unidos tan sólo porque no ocupan su lugar. Y es dentro de esta misma tónica que puede encuadrase lo dicho por un pensador nacionalista en el sentido criticado quien, al recordar la frase antes aludida del político británico que formulaba la necesidad de hacer primar los intereses sobre los principios, se lamentaba no por el carácter deletéreo de esa postura filosófica moderna, sino porque no hubiésemos sido nosotros en haberlo hecho. Hoy la gran mayoría de los que dicen oponerse al mundialismo en realidad no se oponen a la modernidad, sino tan sólo a una manera como ésta se manifiesta. Es cierto que repudian el dominio de los Estados Unidos o del “poder financiero internacional”, pero lo hacen en el fondo tan sólo porque ellos no son el sujeto que ejerce tal hegemonía. Y hasta nos quedaría la duda respecto de qué pasaría si ellos viviesen o fuesen ciudadanos norteamericanos. Con mucha seguridad tales personas en razón del nacionalismo relativista que sustentan, serían fervientes patriotas de tal país tal como dicen serlo en la actualidad del propio.

Lo esencial a sostener es que la modernidad, en la que pueden incluirse las dos variantes antes mentadas, la globalizadora y la pluralista como falsa disyuntiva, ha erigido un sistema de vida que ha hecho de la economía y la finanza el destino de las personas y ha convertido a la posesión de objetos tecnológicos, al consumo desaforado y patológico, en los medios principales para alcanzar la felicidad del hombre. De allí que haya sido que en función de ello que en los últimos años los consumos de la humanidad hayan aumentado en ritmo vertiginoso, trayendo como secuela la cada vez mayor desproporción de riquezas entre las naciones y en el seno de las mismas sociedades. Y esto ha sido hecho vulnerando los principios más elementales de cualquier orden cósmico normal y del mismo sentido común. Alguien ha dicho con razón que si todos los pueblos tuviesen un nivel de vida semejante al de los denominados países del Primer Mundo, se necesitaría un espacio equivalente a por lo menos siete veces el planeta Tierra, sin tener en cuenta los desórdenes ecológicos que ya ahora, en donde apenas un 10 por ciento de la población mundial disfruta de un nivel de vida privilegiado, produce este avance desaforado de la tecnología en el mundo.

Nosotros sostenemos inversamente frente al desorden moderno como premisa principal que es indispensable invertir el esquema hasta ahora propuesto en donde la economía gobierna a la política, el interés al principio, la materia al espíritu, sosteniendo exactamente lo contrario. Esto lleva a la siguiente conclusión: que los argentinos si queremos salir de una vez por todas de la crisis absurda que estamos viviendo desde hace décadas debemos primeramente 1) centrarnos en nosotros mismos y consecuentemente vivir con nuestros propios recursos, prescindiendo de toda aquella tecnología que resulte superflua y puramente dadora de lujos. Por lo tanto como medida concurrente debemos sostener que nunca la economía de nuestra nación debe estar basada en el mercado externo, en el aumento de las exportaciones, sino en el interno, en la satisfacción de las necesidades elementales de nuestro pueblo. Surge pues como consecuencia de ello que debemos 2) desintoxicar al hombre del consumismo, generando un espíritu de frugalidad en donde lo tecnológico, hoy fuente de consumos incesantes, sea reducido a su mínima expresión y sosteniendo abiertamente 3) un retorno a la naturaleza con una aparejada descongestión de las grandes ciudades.

Es dentro de este contexto que debemos formularnos nuestra separación respecto de todos los organismos multinacionales que nos tienen atrapados en razón de ser la pretendida llave de entrada para disfrutar de los quiméricos progresos y de sus chiches liberadores por los cuales estamos condenados a disfrutar también de su sistema monetario, de sus créditos y consecuentes endeudamientos. Es de notar al respecto que mantenernos dentro del espíritu moderno y no cobrar sus acreencias es justamente la meta principal de tales organismos. No por casualidad el presidente Bush, cuando se reunió con su colega argentino para discutir sobre la deuda externa, no le dijo “pague”, sino “negocie”, es decir, mantenga el país apegado a tales organismos “benefactores”, encargados de ejercer un control cada vez más incesante y cotidiano de nuestra economía asegurándose así de que no pateemos el tablero y salgamos del sistema. Y hoy mismo curiosamente cuando se habla de una quita sustancial de la deuda, Wall Street acaba de alabar al gobierno argentino. Ello es porque a pesar de todos los desvalijamientos padecidos, lo esencial no se toca.

Por ello nada más lejos de nosotros se encuentran quienes hoy en función de hacer primar “intereses nacionales”, siempre imitándolo a aquel ministro inglés, sostienen la necesidad de agruparnos en forma protectora alrededor de otros grandes organismos como el MERCOSUR, que no es sino una burda imitación del Mercado Común Europeo. De ninguna manera, nuestro destino debe ser por el contrario nuestro aislamiento como nación pues sólo en nuestra interioridad hallaremos las energías necesarias para realmente ser. Tales personas caen en un doble error, el primero ignorar que el capitalismo para poder subsistir ha incrementado hasta límites patológicos el consumo de los seres humanos y lo que es peor lo ha hecho también con las necesidades de consumo de las personas, sin importar si las mismas puedan o no ser satisfechas. Pero digamos además que el avance tecnológico que ha marchado acompañado de una multiplicación ilimitada de riquezas en unas pocas personas, no ha mejorado mayormente la situación de aquellos que viven en tales países altamente desarrollados, los cuales, tal como dijéramos, han hallado en todas las chucherías tecnológicas cada vez más abundantes verdaderas fuentes de alienación y vaciamiento espiritual. Por lo tanto querer competir con tales países a nivel de mercados es el peor de todos los errores que cometería un movimiento que pretendiera ser antiglobalizador en serio, pues no sería otra cosa que participar de su mismo espíritu. Se debe ser principalmente antimoderno, es decir, formular abiertamente el renunciamiento a muchas de la tecnologías hoy existentes, distinguiendo aquella que es necesaria de la mayoría que en cambio es superflua, dando prioridad en vez a un mayor contacto del hombre con la naturaleza y con la propia familia y que la economía en vez de estar volcada hacia el lujo y el consumismo, lo esté hacia la satisfacción de las necesidades elementales de las personas.

Por lo dicho hasta aquí sostenemos como indispensable para un movimiento alternativo contraponerse decididamente a la ola feminista hoy vigente por la cual la mujer va ocupando cada vez más funciones que le corresponden naturalmente al hombre. Resulta curioso constatar cómo por un lado hoy en día, en razón del proceso de incesante mecanización del trabajo, cada vez existen menos empleos. Y ello es un fenómeno corroborable a simple vista. Con las computadoras por ejemplo si en un banco antes había 100 empleados hoy esa misma tarea la pueden realizar 10. Pero por el otro, en forma por demás paradojal, constatamos cómo simultáneamente a tal proceso de disminución de las fuentes laborales existentes, las mujeres, que ocupan más de la mitad de la población mundial, van entrando cada vez más en el mundo del trabajo ocupando lugares que antes eran exclusivos de los hombres, colaborando así de tal modo con el desorden existente aumentando el fenómeno galopante de la desocupación. Una sociedad rectificada debería hacer volver prioritariamente a la mujer hacia el hogar para ocuparse de la crianza de los hijos, elevando en función de ello los salarios, teniendo que ser suficiente el del hombre para mantener a toda su familia. El trabajo en la mujer debería ser admitido solamente como una vía de excepción, en especial cuando se tratase de un talento, pero no a la inversa como ahora que en distintas tareas, como un signo de “antidiscriminación”, se exige un cupo femenino, convirtiéndose así el trabajo de la mujer en una regla. Y ello ha acontecido no porque se haya querido beneficiar a la mujer sino en tanto es la consecuencia de una filosofía que ha hecho del trabajo la mayor fuente de alineación junto con el consumismo desaforado. Ya no se trabaja en función de la satisfacción de necesidades materiales, que no son sino un complemento secundario de lo que en el hombre es lo esencial: disfrutar del ocio, sino que la totalidad de la vida misma es comprendida como trabajo, pues de esa manera con su saturación el hombre ocupa su tiempo restándolo de funciones espirituales de carácter superior.

No hay duda alguna de que, al no aceptar soluciones intermedias, el nuestro es un movimiento revolucionario en el sentido más estricto. Luchamos por la destrucción del mundo moderno y por la instauración de un mundo tradicional y no aceptamos ni aceptaremos ningún tipo de compromiso con el sistema al cual cabe combatirlo no sólo en la Argentina, sino en el mundo entero. El espíritu de Malvinas y no la negociación de nuestra partidocracia es pues la modalidad que sustentamos. Todos aquellos que estén comprometidos activamente en tal lucha son nuestros aliados, estando más cerca de ellos, a pesar de sus diferencias de religión, raza y nacionalidad que de muchos de los que hoy se dicen en nuestro país nacionalistas.

Pero volvamos al inicio de nuestra exposición. El tiempo que hemos hasta ahora utilizado en ella ha sido el mismo que el barón Julius Evola empleara para expirar, habiendo establecido así la última de las distancias que tuviera con los modernos que aun “vivían”. Pero sin embargo su historia personal no concluye en el momento de su muerte, luego de la misma se establecerá un nuevo combate en contra del mundo moderno, combate que hasta diríamos paradigmático y simbólico que concentrará en pocas imágenes toda su existencia pasada. Recordemos que, de acuerdo a la tradición, siendo el hombre un compuesto de tres principios, alma, cuerpo y espíritu, con la muerte física sobreviene tan sólo la del cuerpo. La segunda muerte que consiste en la disolución de los residuos psíquicos, es decir, lo que se conoce como la muerte del alma, es acelerada a través del rito de la incineración. Pero he aquí la última sorpresa. Ciertas extrañas circunstancias tecnológicas impiden que su cuerpo pueda ingresar al horno crematorio del cementerio de Roma, misteriosamente inutilizado justo en esa época. Luego de una serie increíble de gestiones burocráticas y dilatorias, deberá esperarse hasta un mes más tarde para procederse a la ceremonia final. Y no será en Roma, la ciudad eterna que lo viera nacer y en la que viviera durante toda su existencia, en donde se efectuará su cremación por las circunstancias antes aludidas, sino en la localidad de Spoleto, en Umbria cerca de Perugia, y no con un moderno horno eléctrico como el que contara el cementerio romano, sino con uno vetusto a leña. Los aspectos sumamente sugestivos de tal ceremonia son puntualmente relatados por uno de sus más fieles seguidores, Renato del Ponte, quien la presenciara. Dejamos pues para finalizar esta conferencia que la esclarecedora pluma del discípulo nos relate lo sucedido.

“Cuando el féretro de Evola fue abierto luego de un mes de espera se constató que su cuerpo, no obstante el alto calor reinante (recordemos que en Europa el mes de julio es de pleno verano) estaba intacto, con un rostro de marfil que perfilaba una enigmática sonrisa....

Luego mientras esperábamos el comienzo de la ceremonia... he aquí aparecer improvisamente a un enano deforme: habrá tenido unos cincuenta años y era manco de un brazo y además ciego a la luz del día, por el hecho de que nos expresara que él vive únicamente de noche ya que se dedica a este oficio desde que tiene quince años... La realidad nos proporciona un horror que no puede ser imitado por la imaginación.

Nuestro pequeño guía nos acompaña hasta un rincón del cementerio rodeado por un bajo muro pero defendido por una robusta verja: es la sala de cremación fundada –de acuerdo a una inscripción– en 1870. En el salón se encuentra un horno que la ocupa totalmente, con la forma de un inmenso carro metálico, provisto de ruedas. Nos recuerda las grandes cocinas de campo de los ejércitos de otras épocas o bien el toro de bronce con el cual el tirano de Siracusa se deleitaba asando a sus enemigos.

El cuerpo de Evola, sin ropa e intacto, ya ha sido llevado en lo interior de la extraña máquina y ya el fuego está a punto de ser encendido, alimentado con ramas de encina por el minúsculo funebrero. Paulatinamente el salón comienza a recalentarse y bocanadas de humo salen de sus chimeneas exteriores. Si no me equivoco yo fui el único que tuvo el coraje de observar por una rendija cómo el cuerpo de Evola era envuelto y devorado por las llamas, y cómo sus brazos y cabeza, improvisamente elevados en lo alto, se fueron derritiendo por la intensidad del calor. Fue un espectáculo impresionante. Luego de la última carrada de leña el enano nos invita a ir a dormirnos y a volver al día siguiente hacia las nueve de la mañana. ¿Pero quién podrá dormir aquella noche?

La pira durará hasta más allá de la medianoche. Noche de aquelarre pasada solitario con nuestros pensamientos en un hotel cercano.

A la mañana siguiente el horno está caliente todavía y el horrible gnomo se encuentra trabajando alrededor de las tibias cenizas. Al parecer algunos fragmentos óseos y una parte del cráneo han resistido a las llamas. Sin perder tiempo él los tritura con una rudimentaria piedra (la maza, nos explica, le fue robada algunos años antes). El triste trabajo ha concluido. Con una pequeña escoba y una pala recoge todas las cenizas, grises, negras y blancas; luego las coloca en dos urnas de barro de antiguo formato, perfectamente iguales, que son después selladas.

Una de éstas, casi vacía, será destinada al cementerio de Verano, en Roma; la otra llena hasta el borde será destinada al glacial de Lys en el Monte Rosa... La recibirá hacia fines de agosto el antiguo compañero de alpinismo de Evola y con éste escalador de la pared Norte del Lyskamm Oriental, el 29 de agosto de 1930, el emérito guía Eugenio David, gracias al cual, 44 años más tarde, un 29 de agosto de 1974 a las 19,15 horas, los restos mortales de Julius Evola retornan al mismo sitio, a 4.200 metros de altura.”

Nos especifica Del Ponte que tal acto fue ilegal pues la ley italiana sólo consiente la conservación de las cenizas del difunto en los cementerios, pero como a los 10 años tal delito prescribe, no tiene inconveniente alguno en divulgarlo.

 

 

Evola y Romualdi en España. Enrique Ravello

Evola y Romualdi en España. Enrique Ravello

Biblioteca Julius Evola.- En el curso de los actos en recuerdo del XXX Aniversario del fallecimiento de Julius Evola, tuvo lugar unas jornadas conmemorativas en el curso de las cuales tomó la palabra el presidente de la Asociación Cultural "Tierra y Pueblo", Enrique Ravello, el cual aludió en su parlamento, entre otras cosas, al papel del pensamiento de este autor y de uno de sus intérpretes más representativos, el malogrado Adriano Romualdi. Reproducimos el texto completo de esa alocución y recordamos que la asociación Tierra y Pueblo ya había convocado anteriormente, en España, unas jornadas sobre Evola, cuyas intervenciones fueon recopiladas en un volumen cuya lectura recomendamos y que puede ser adquirido en la misma asocación [véase en la URL en la columna de enlaces.

 

Evola y Romualdi en España. Enrique Ravello

La muerte del general Franco puso al descubierto las grandes carencias de la derecha radical española a la hora de poder articular un discurso político coherente, moderno y capaz de competir con los diferentes “adversarios” en el terreno político.

La herencia recibida del franquismo era nula, el Franquismo fue una simple praxis –con sus cosas positivas y sus cosas negativas ninguna ideología detrás, referencias a España y al catolicismo pero sin mayor contenido. Franco no fue el Mussolini español, por desgracia.

La herencia lejana fue mucho más pequeña que lo imaginado. Desde siempre en Europa se ha hecho una valoración apasionada de la Falange y sus fundadores hasta el límite de redimensionar su importancia política y sus posiciones ideológicas. El libro de A. Marcigiliano I Figli di Don Chisciotte realiza un buen estudio sobre las referencias ideológicas de la Revolución conservadora española: de Ortega y Gasset, a Menéndez Pelayo, Unamuno y los ideólogos de FE-JONS: José Antonio, Ramiro Ledesma y Enésimo Redondo, pero lo cierto es que estos tres fueron prematuramente asesinados en los inicios de la Guerra Civil española, antes de que se pudiera organizar un verdadero corpus ideológico, y sobre todo antes de que se pudiera crear una organización que llevase al mensaje a la sociedad española y crease adhesiones numéricamente importantes; recordemos que FE-JONS nunca llegó a conseguir –ni de lejos- un solo diputado en el parlamento español y que si José Antonio lo fue, fue antes de la fundación de FE y en las listas de un partido de derecha monárquica.

El decreto de unificación y la creación de FET de las JONS fue el cierre de toda posible evolución política al estilo del que se estaba dando en muchos países europeos. Y aún más, 1945, cerró cualquier tipo de comunicación con Europa y se pasó a concebir a España como algo diferente y ajeno al resto del continente.

En definitiva, los rasgos ideológicos de la derecha radical española a finales de los 70, eran:

1) Una idea de España cerrada, cubierta de una retórica neo-imperial pero realmente extremadamente jacobina, y consecuente liberalista, igualitaria y uniformizadora, hasta tal punto que hace literalmente imposible la presencia de esta derecha radical en territorios como Cataluña, País Vasco y Galicia.

2) Un catolicismo axfisiante convertido en moral y en moralina pequeño burguesa que obsesionó a varias generaciones de españoles con el temor al “pecado” y el castigo divino hasta extremos que, de contarlos aquí, parecerían cómicos, pero que en absoluto lo son.

3) Hispanoamericanismo/Africanismo. España se reconocía en comunión con Hispanoamérica continente muy parcialmente poblado por descendientes de europeos, excepto los casos de Uruguay y Argentina y zonas concretas del resto de países.

Viendo, a su vez, en África el lugar natural de expansión y alianzas de España.

4) Antieuropeísmo. Todo lo que venía de Europa, era concebido como pecado como posible alienación de la reserva espiritual de Occidente, o, incluso como racismo.

Ante esta situación hay una doble reacción interna en el mundo de la destra española:

La mayoritaria, que se enquista en estas posiciones sin ninguna posibilidad de reactivación ideológica.

La minoritaria que entiende la absoluta necesidad de buscar fuera, en Europa las bases de la necesaria renovación ideológica, partiendo siempre de un fuerte europeísmo. La organización que capitaneó este proceso de forma casi exclusiva fue Cedade, aunque también hay que mencionar la labor personal de Ernesto Milá, que no llegó a ser miembro de la misma pero siempre estuvo cercano. También en Cedade hubo dos formas de entender esa apertura a Europa, que no dejaron de estar en tensión interna.

a) nostálgico-romántica: que se centró exclusivamente en los autores de la Alemania nacionalsocialista, y otros como Codreanu, para terminar en un deleite puramente estético sobre la Época. Esta tendencia cayó pronto en una entropía paralizante y terminó también por ser incapaz de articular discursos novedosos.

b) otra más actual que buscó sus referentes entre los movimientos nacionalrevolucionarios europeos: donde nos encontramos con el GRECE en Francia y en Italia con una serie de pensadores entorno al MSI y al mundo tradicional: aquí es cuando encontramos a Evola y a Romualdi.

EVOLA.

En este contexto la incorporación del pensamiento evoliano en el “área” española trae elementos más que novedosos, rupturistas, supone un redimensionamiento de ciertos puntos centrales del mensaje y señala líneas de ruptura definitiva. Pasando a analizar los elementos del pensamiento evoliano incorporados, citaremos:

1) Sin duda el más importante y determinante es la idea de Tradición, de una transmisión y una continuidad de principio espiritual que recorre como columna vertebral todo el proceso histórico y que da forma y valencia a todas las grandes civilizaciones conocidas. La existencia de unos principios tradicionales y se adecuación o no a los mismos, como clave para analizar a una sociedad y su futura evolución. Es decir también el criterio tradicional como método historiográfico, al fin y al cabo eso es Rivolta contra il mondo moderno.

Además, y aún más importante en el caso español, esta idea de tradición relativiza el fenómeno puramente religioso y a la vez daba una respuesta o, mejor, una propuesta espiritual no-cristiana y sí metafísica, todo hay que decirlo, también superadora de ciertos neopaganismo que podríamos calificar de racionalistas o simplemente filosóficos como es el caso del Alain de Benoist.

2) La mayor aportación que hace Evola al pensamiento tradicional y que, a nuestro juicio, le sitúa –polémica guerreros/sacerdotes aparte- por encima de Guénon y de casi cualquier otro autor tradicional es identificar el origen y la expansión de la Tradición con un grupo humano concreto al que denomina raza hiperbórea, origen de las razas arias. Esta realidad de una nueva clave al conocimiento histórico y también a la problemática del agotamiento de energía y debilitamiento interno de los descendientes de aquellos portadores de la Tradición y constructores de las grandes civilizaciones –es decir de nosotros mismos- tema que trata perfectamente en Síntesi della doctrina della razza, traducida al castellano como La raza del espíritu.

Todo este esquema chocará frontalmente con la tradicional derecha española ligada siempre a conceptos igualitaristas y universalitas que consideró las posiciones evolianas como “extremadamente racistas” (es una frase textual).

3) La noción de Imperium, la denuncia del nacionalismo decimonónico como manifestación de ideologías antitradicionales, modernas e igualitaristas. El nacionalismo español franquista se envolvió en una retórica imperial que no fue más que un oropel semántico alejado absolutamente de la idea de Imperium, idea que definitivamente, se pierde para Espala con la Guerra de Sucesión de 1700 en la que la dinastía reinante, los Austria (también llamados por la Habsurgo de Madrid por diferenciarlos de la rama reinante en Viena) pierde el trono frente al que será el primer Borbón español, Felipe V.

El nacionalismo de matriz jacobina como antítesis del concepto tradicional de Imperio basado en la unidad de la diversidad y la constante denuncia del nacionalismo moderno como colectivismo democratizante por Evola, dará nuevos argumentos a los intentos renovadores de la destra radicale separándola cada vez más de los residuos paleofranquistas.

Al margen de estos tres aspectos fundaméntales Evola ha influenciado en cada uno de nosotros de forma personal y particular: permitiéndonos reconocer, gracias a sus lecturaas, lo que “de occidental hay en Oriente”, y poder integrarlo en la ecuación personal, en este mismo sentido haber realizado una exposición del budismo original en su libro, La doctrina del despertar, demostrando la perfecta adecuación de esta ascesis guerrera para el hombre europeo contemporáneo, tanto en su conocimiento, como en su práctica (zazen). También Evola da claves necesarias para un entendimiento de los procesos históricos de la Antigüedad, son sus escritos sobre el Mitraísmo, de obligada lectura, los que permiten conocer la esencia de esta iniciación (más que religión) profundamente aria y guerrera, del todo diferente al resto de “cultos mistéricos” –ésos sí- orientales del Bajo Impero romano.

Esto sin olvidar la lúcida y profunda explicación que da Evola al llamando “ciclo romano”, que de otro modo, sólo se entendería parcialmente y en un sentido simplemente “arqueológico”. Ciclo romano que quizás aún no haya terminado como apunta en sus reflexiones Renato del Ponte.

La historiografía de la obra evoliana en España tendría, como hemos dicho, sus inicios ene Cedade y en concreto en dos –por aquel entonces- jóvenes militantes de la sección madrileña de la organización a principios de los 70: Isidro Palacios (primer traductor de Evola) y el conocido Antonio Medrano. Varias iniciativas y traducciones ligadas siempre a Cedade y/o Ernesto Milá continúan con el proceso durante algún tiempo hasta la aparición –de nuestra mano- de Marcos Ghio, sus Ediciones Heracles y su Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires. Ghio, hijo de familia lombarda, y expulsado de la docencia por declaraciones a favor del gobierno militar argentino sanción que consistió en seguir pagándole el sueldo íntegro aunque sin poder dar clases (algo sólo concebible en Argentina) hizo que dedicase el tiempo a poder traducir casi todas las obras principales de Evola, que serán publicadas y distribuidas en España con nuestra ayuda. Estamos en una fecha tan tardía como mediados de los 90, es entonces cuando se produce la introducción “masiva” de Evola en España y cuando el conjunto de la juventud de la destra radicale lo lee íntegra y directamente por primera vez en castellano.

A principios de la presente década un enfrentamiento ideológico -que, increíblemente, llegó a referirse al atroz atentado islamista del 11M como un “acto tradicional” (??)- con el Centro de Estudios Evolianos ha congelado esta colaboración, que de momento es irrecuperable.

2004 supone la organización del primer homenaje a Julius Evola habido en España, será organizado por Tierra y Pueblo en Madrid contando con la participación de Antonio Medrano y Renato del Ponte. También fue invitado Isidro Palacios, quien se adhirió al mismo pero, lamentándolo, no pudo participar por motivos de un viaje laboral.

ROMUALDI.

La introducción de la obra de Romualdi en el “área” española, va a hacerse de modo unidireccional, seremos concretamente nosotros, primero sin encuadre organizativo y luego como Tierra y Pueblo, los encargados de ello, aunque también es obligatorio señalar la edición de ENR del libro Corrientes políticas e ideológicas del nacionalismo alemán (la que sería su tesis doctoral). Y desde aquí diremos que es una labor fundamental y en la que podemos considera cierto éxito, al lograr que Romualdi sea una referencia válida para casi todas las familias del área, es nuestra intención seguir insistiendo en esta labor.

No ocultamos nuestra absoluta sintonía con Adriano Romuladi, en casi cada línea de las escritas por él. Lo consideramos el más preclaro discípulo de Evola, un lúcido intérprete de la Tradición, tanto conceptual como vitalmente, y también quien pone los fundamentos correctos y precisos del nacionalismo europeo post-45, teniendo el mérito intelectual de haber realizado el aggiornamiento de las ideologías derrotadas en el 45 para convertirlas de nuevo en material políticamente operativo.

Para Romuladi la palabra Tradición tiene un apellido: europea. Según sus palabras –que también compartimos plenamente-, los europeos serían “il popolo della luce. Il popolo destinato a portare il logos, la legge, l´ordine, la misura. Il popolo che ha divinificato il Celo di fronte alla Terra, il Giorno di fronte alla Notte. La razza olimpica por eccellenza”. El “racismo” de Romualdi es de inspiración tradicional y con implicaciones metafísicas.

En Romualdi la idea tradicional tiene implicaciones vitales personales dando forma a un carácter y a una personalidad completa. Como se indica en el prólogo de la edición española de Los indoeuropeos. Orígenes y migraciones: “en sus planteamientos teóricos y prácticos en el terreno político, se puede ver el genio de alguien que está muy lejos de nostalgias y apasionamientos, mira la realidad desde sólo llegan los más grandes, su propuesta es la del un dorio, la de un ario; nada de nostalgia de lo superfluo, pero tampoco ninguna transigencia en el campo de los valores, ni en la defensa de la verdad”. En palabras de Evola “Romualdi comprendía lo que llamamos mundo de la Tradición y sabía que era de ese mundo de donde habría que extraer los fundamentos de una seria política de Derecha”.

Será este conocimiento de la Tradición y su proximidad a Evola el motivo de su conocido ensayo Julius Evola el hombre y la obra, la primera de sus obras publicada en español y editada primero como Ed. Iskander y en su 3º edición como Tierra y Pueblo.

Incluyendo a los indo-arios y demás indoeuropeos esparcidos por Asia, el libro bien podría haberse llamado El problema de una Tradición aria, pensamos que no fue así, no sólo por los obvios problemas del uso de ese término después de 1945, sino porque precisamente lo que Romuladi quiere potenciar es una conciencia propiamente europea como base de una nacionalismo europeo posible aquí y ahora.

El problema de una tradición europea está articulado en tres ejes: la Prehistoria indoeuropea, el Mundo Clásico y la Cristiandad: asumiendo toda nuestra herencia. Así se abarca el conjunto de experiencia espiritual e histórica del hombre occidental constatando a través de los siglos la pervivencia de una misma Cosmovisión y una sustancia humana común, si bien los ciclos determinados por el cristianismo, debieron pasar por un necesario proceso de rectificación previo de esta doctrina, en su origen muy ajena a la naturaleza anímica y espiritual europea.

Efectivamente, en los diversos momento de nuestra historia espiritual, el principio de “no-dualidad”, y su desarrollo en la doctrina de los estado múltiples del ser, se muestra como la esencia y fundamento de los ciclos desarrollados en el marco de los tres ejes mencionados: de los Upanisad a Heráclito, de Platón a Sidharta Gautama y de Plotinio y su Aurea Catena al M. Ekhart. Pero en nuestro universo espiritual hay un concepto determinante y especialmente valorado por Romualdi: el Orden, principio que conforma el horizonte de toda acción cósmica y en consecuencia también de toda acción humana: de la ascesis, la ética, la urbanística, la guerra hasta el cultivo de los campos “aquel que cultiva el grano, cultiva el Orden” dice el Avesta. Nos atrevemos a decir que ese ensayo constituye un canto a lo que en Tradición se conoce como Vía de la Acción, “una vía- en palabras del propio Romualdi- en la que el fin, es decir la identidad Suprema, se concibe como algo a conquistar, como la victoria sobre las potencia que produce adviya, es decir ignorancia entre el sujeto individual y el sujeto universal”. En este texto Romualdi pretende, ante todo, colocar al europeo frente a sí mismo, ofreciéndole los caminos por los que buscar su identidad perdida. Pero no se trata sólo de que el europeo tome “posición frente” al mundo, sino más bien “responsabilidad ante” el mundo. Puesto que si sólo la desnaturalización de Occidente, su alejamiento de la Tradición, pudo desatar fuerzas que han llevado a la totalidad del planeta a esta situación casi desesperadas, únicamente la capacidad y la energía de Europa, reintegradas en nuestra visión del mundo, podrán poner freno al desastre y harán posible retomar tantos siglos de deslizamiento hacia la nada.

En Los indoeuropeos. Orígenes y migraciones nuestro autor sintentiza toda la investigación fundamentalmente alemana que determina el indudable origen nórdico de nuestros pueblos, en un momento en el que la tesis de Gimbutas eran difundidas con todo tipo de apoyo por la inteligencia oficial y en el que cualquier réplica basada en objetivas pruebas arqueológicas, históricas, filológicas y antropológicas parecían rozar lo legalmente permitido. Hoy es más evidente que nunca que la veracidad de las tesis defendidas expuestas por Romualdi en ese ensayo, habiendo quedado evidenciado que la cultura de kurganes, hipotetizada por Gimbutas y su escuela como origen de lo indoeuropeo, es sí un núcleo de difusión indoeuropea, pero secundario y derivado de uno nórdico anterior. De no haber mediado la derrota del 45, este libro sería la base de los manuales universitarios actuales. Pero además su enorme valor está en que lanza la idea clave sobre la que se debe articular el nacionalismo europeo del silo XXI: más allá de intereses económicos o comerciales, de estrategias políticas o de alianzas militares defensivas, siempre aspecto coyunturales, el nacionalismo europeo responde a una realidad esencia e inmutable, la comunidad de origen bio-racial de todos nosotros, descendientes de aquellos indoeuropeos que habitaron la zona báltica y que en sus expansiones dieron nacimiento al mundo celta, al germánico, a Roma y a la Hélade: Europa es esa herencia o no es nada, un ente vacío que deambula por los despacho de los burócratas de Bruselas.

Un apunte final sobre este libro es llamar la atención sobre el aparato crítico incluido en la edición española, y que pensamos, debería tenerse en cuenta en próximas ediciones italianas del libro (aunque sabemos que hay una muy reciente). Para todo aquel que quiera conocer el proceso de indoeuropeización en la península ibérica, estimamos que es de necesaria lectura. Hay que decir que lo que escribe Romualdi al respecto está bastante alejado de la realidad y es herencia de los varios errores y visiones tópicas de los arqueólogos e investigadores alemanes del siglo XX, incluyendo a Gunther, Kossina, Krahe, que nunca dedicaron el suficiente tiempo a ese estudio. Así es y así hay que decirlo.

En definitiva Evola Y Romualdi supusieron, hace ya varias décadas, una posibilidad de profundidad y renovación para el pensamiento de una Destra que, entonces , pretendía ser europea. Realidad ideológica y política en la en la que atronadoramente, sigue faltando la presencia española, por la propia incapacidad de asimilación e integración de las coordenadas ideológicas de una Destra que hoy sí es efectivamente europea.

Enrique Ravello.

 

El Mágico Grupo de Ur y la Espiritualidad Romana

El Mágico Grupo de Ur y la Espiritualidad Romana

Biblioteca Julius Evola.- El texto que reproducimos a continuación ha sido tomado de la web del Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires y es el texto de la conferencia dada por su presidente, el profesor Macos Ghio, con ocasión de la presentacion del tomo VI de "Introducción a la Magia en tanto que ciciencia del Espíritu", publicada por las Ediciones Herakles. El profesor Ghio centra su intervención en el papel de la espiritualidad romana en la obra de Evola, a la que consagró distintas obras y ensayos.

 

EL MÁGICO GRUPO DE UR Y LA ESPIRITUALIDAD ROMANA

(Conferencia dada el pasado 18-5-00 En Buenos Aires en ocasión de presentarse la obra La Magia como ciencia del Espíritu Tomo VI)

por Marcos Ghio

Hoy presentamos el tomo VI de la obra La Magia como ciencia del espíritu del Grupo Ur, representando el penúltimo en editarse de tal colección que contará con un total de siete volúmenes. Recordemos al respecto que cada vez que se publicaba un tomo de dicha colección hemos efectuado la correspondiente presentación, por lo que, amén de que siempre veamos un público renovado en estas reuniones y en aras de no ser reiterativos con nuestros conceptos, en cada una de ellas hemos tratado de formular la temática del Grupo de Ur desde una perspectiva diferente, en especial ahora en que, tras haber sido leída la casi totalidad de los tomos de la obra iniciática, ciertas cosas que se dirán adquieren un sentido muy especial y diferente, para ese pequeño grupo de entusiastas lectores de tal obra fundamental.

En esta exposición nosotros, tal como se verá, indicaremos en manera ordenada los nombres reales de quienes han escrito con seudónimo y a qué escuela o corrientes del pensamiento los mismos pertenecían.

Pero el tema que nos interesa tratar es el relativo a una ubicación espacio-temporal del Grupo de Ur. Resaltemos en primer término que el mismo tiene una sede geográfica precisa cual es la ciudad de Roma. Dicha situación no significa en manera alguna un acontecimiento azaroso. Y digamos de paso que para el pensamiento iniciático el azar es una cosa inexistente, el mismo representa tan sólo una impotencia ante la incapacidad de hallar una explicación superior de un hecho o de un conjunto de hechos.

Ubiquémonos ahora en la ciudad de Roma en una etapa que resulta crucial y que Renato Del Ponte ubica entre fines del siglo XIX y el primer ventenio del XX, fecha en la cual se escribe esta obra y que es cuando aparece en escena el Grupo de Ur. Algo nuevo e inédito se respiraba en ambiente de ese entonces. Nos dice en su muy singular conferencia el Movimiento Tradicionalista Romano (Ed. Sear, 1986) que algo inusual y diferente flotaba por el aire. Una serie de hechos esperados por algunos con suma expectativa comenzaban a perfilarse a ritmo vertiginoso. Históricamente había sucedido un acontecimiento trascendente para la ciudad de Roma. Luego de un dominio casi bimilenario por parte de la Iglesia sobre la misma, dominio como bien sabemos basado en una fraudulenta y pretendida donación de parte del Emperador Constantino, la misma había sido liberada de dicho dominio en 1870. Es cierto que en ese entonces quienes aparecían a la cabeza de tal liberación eran fuerzas pertenecientes a la masonería, al socialismo, al carbonarismo, etc., es decir a todo ese vasto espectro moderno y subversivo que podría calificarse a secas con el nombre de laicismo. Pero también existía entre bastidores un movimiento que se remontaba a un pasado espiritual más remoto, que el representado por la misma Iglesia el cual, luego de un largo silencio, había podido reaflorar tan sólo durante un prolífico período espiritual conocido como el Renacimiento el que había traído la secuela de un resurgir del antiguo espíritu romano en figuras como Pico de la Mirándola, Marsilio Ficino, Gemisto Pletón y finalmente en mártires y perseguidos como Bruno y Campanella. Luego, tras el fracaso de tal movimiento, tendremos un prolongado silencio de cuatrocientos años. Pero habrá que esperar hasta 1870 cuando, en la epopeya perteneciente al movimiento por la unidad de Italia, es destruido el Estado Pontificio y de allí el gobierno más que milenario del Papa sobre Roma. Y fue también cómo en tal fragor, entreverado entre este movimiento independentista, con todas las limitaciones propias de su laicismo, masonismo y socialismo, que aparece entre bastidores una corriente esotérica, oculta, una corriente que recreaba el antiguo espíritu romano, pero no meramente como una reivindicación patriótica, sino como una restauración de una realidad histórica y espiritual, permanecida escondida y en estado de latencia. Eran aquellos capaces de ver en dicho territorio, en la Roma eterna y en la región del Lacio, no meramente a la capital de una nación, Italia, no sus bellezas paisajísticas, ni su riqueza, ni el ámbito recreador de un sentimiento de pertenencia, sino lo que tradicionalmente fue concebido como una tierra sacra y misteriosa, el Saturnia Tellus (la tierra de Saturno) y Roma como un espacio sagrado, un centro magnético en el cual habían tenido resonancia, quizás por última vez en la historia en forma plena, ciertos principios universales de la tradición primordial. Y esta intuición metafísica efectuada por este grupo de personas emergentes tras un silencio secular, recibirá un testimonio nítido y contundente, casi como un preanuncio que oficiaba como una confirmación del nuevo clima que debía renacer cuando en 1899, es decir en el último año del siglo XIX debajo del Foro de Roma se descubriera la Lapis Niger que testimonia tajantemente la existencia de la monarquía romana de reyes sagrados que eran más que simples hombres y por lo tanto la irrebatible exactitud de los Annales Maximi de los pontífices hasta Tito Livio imperturbables testimonios de la tradición sacra de la Roma transmitida hasta el Imperio.

Debía ser justamente un poeta (Giovanni Pascoli) quien, en rigurosos hexámetros, testimoniara tal nuevo estado de situación.

El arado está quieto: y el toro, de arar sacio,

eleva el humeante hocico hacia la enramada

del olmo; la vaca muge, cansada

y se oye un eco en el frondoso Palacio.

Una mano posada sobre el yugo, otra sobre el anca

del toro, el arador mira el espacio:

debajo de él, verde acuoso, el Lacio;

Y allá sobre el monte, una larga brecha blanca.

Es Alba. Y pasa el Álbula impávido

haciendo que se escuche un ruido que estremece

en el Argileto el arce sonoro.

Por sobre el Tarpeyo un bosque al sol grávido,

como incendio refulge. Desciende en vastas creces

el águila negra en polvareda de oro.

Es también en los albores del siglo XX que dentro de esta nueva mística que se constituye en Roma la Hermandad de Myriam, fundada por Giuliano Kremmerz (es decir el príncipe Ciro Formisano di Portici) en su seno se desarrolla un impulso al espíritu romano por el que uno de sus precursores en un artículo dedicado al dios Pan cierra su artículo con estas palabras.

"…Ante esta era anónima de masas y de democracias puedo decir tan sólo que yo no soy sino pagano y en tanto admirador del paganismo divido al mundo en vulgo y sabios… vulgo, al cual mis antepasados simbolizaban en la figura del perro y lo pintaban encadenado en el vestíbulo del Domus familiae con la conocida frase: Cave canem (Cuidado con el perro); perro porque ladra, muerde, desgarra".

En esos años (1905) inicia su labor de publicista Arturo Reghini quien juntamente a la tradición romana intentará fallidamente revitalizar también la masonería, en su origen tradicional iniciático previo al desvío iluminista. Reghini será fundamental en su intento de recrear el pitagorismo. En el sur de Italia fundará la Asociación Pitagórica. Justamente frente al espíritu moderno masificador, sea laico o cristiano, sea burgués o güelfo, sus frases son también tajantes.

"En nosotros el sentido de la romanidad se funde con el aristocrático e inciático". "Roma se manifiesta también históricamente como la ciudad eterna, se manifiesta como una de estas regiones magnéticas de la tierra". En un célebre artículo aparecido en 1914 de título Imperialismo pagano, más tarde retomado por Evola, se lanzaba en contra del parlamentarismo y el sufragio universal que favorecía por igual a católicos y a socialistas. Ello debía ser contrastado por la unidad e inmutabilidad de la tradición pagana, vinculada en su visión del pitagorismo y que debería ser transmitida a través de las figuras de algunos iniciados.

Mientras se cultivaba tal clima de resurrección de la antigua romanidad un hecho verdaderamente inusual acontecía en la noche del solsticio de invierno de 1913. Este hecho realmente inédito es relatado detalladamente por su importancia al final del tomo VII de la Magia a editarse en julio u agosto de este año.

Debido a su importancia sin igual, justamente en estos días en que se acaba de develar una paródica "profecía", por la cual resulta que nada menos que la Virgen María se habría tomado cuidados especiales por la salud de un conocido apóstata, tanto como para manifestarse alarmada por un atentado fallido que habría de acontecer más de setenta años más tarde en su contra y del cual saliera ileso. Relataremos en cambio de este verdadera profecía los aspectos más singulares en tanto la misma aconteciera en una arcaica tumba en donde habían estado guardados no tan sólo unos féretros milenarios, sino un espíritu listo y a la espera de una resurrección en esta época especial en la misma ciudad de Roma de la cual estamos ahora hablando:

Sobre el final de 1913 comenzaron a manifestarse señales de que algo nuevo reclamaba a las fuerzas de la tradición itálica. Estas señales nos fueron manifestadas de manera directa.

En nuestro "estudio", sin que nunca nos lo pudiésemos explicar por cuáles caminos hubiese arribado a nosotros, recibimos en aquella época una pequeña esquela. Había allí trazada de manera esquemática, una calle, una dirección, un lugar. Una calle que se hallaba más allá de la Roma moderna; un lugar en donde, en el nombre y en los silenciosos vestigios augustos, subsiste la presencia de la Urbe antigua.

Indicaciones sucesivas, obtenidas por medio de quien en ese entonces actuaba para nosotros como intermediario entre lo que tiene cuerpo y lo que no tiene cuerpo, confirmaron el lugar, precisaron una empresa y una fecha, confirmaron una persona.

Fue en el período sagrado a la fuerza que realza al sol en el curso anual, luego de que ha tocado la mágica casa de Aries: en el período del Natalis Solis invicti, y en una noche de tiempo amenazante y de lluvia. El itinerario fue recorrido. El lugar fue encontrado.

Que la inusitada salida nocturna de quien actuó no fuese en manera alguna relevada; que el que condujo, no se acordara luego de nada, que ningún encuentro aconteciera y, luego, que la verja del arcaico sepulcro estuviese abierta, y el custodio ausente – todo esto, naturalmente, lo quiso la "casualidad". Tras picar un poco se nos reveló una cavidad en la pared. En la misma había un objeto oblongo.

Transcurrieron largas horas hasta que pudimos deshacer un envoltorio externo, parecido a un betún endurecido durante siglos, que finalmente nos permitió ver lo que el mismo protegía: una venda y un cetro. Sobre la venda estaban trazados los signos de un rito.

Y el rito fue celebrado por meses y meses, cada noche sin cesar. Y nosotros sentimos maravillados que acudían fuerzas de guerra y de victoria; y vimos centellear en su luz las figuras vetustas y augustas de los "Héroes" de la raza romana; y un "signo que no puede fallar" fue sello para el puente de sólida piedra que hombres desconocidos construían para ellos en el silencio profundo de la noche, día tras día.

La guerra terrible que estalló en 1914, inesperada para cualquier otro, nosotros la presentimos. El resultado de la misma lo conocíamos. Una y otra cosa fueron vistas allí donde las cosas son, antes de ser reales. Y vimos la acción de potencia que una fuerza oculta quiso desde el misterio de un sepulcro romano; y poseímos y poseemos el breve símbolo regio que les abrió herméticamente las vías del mundo de los hombres.

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1917. Diferentes acontecimientos. Y luego el derrumbe. Caporetto.

Un alba. Sobre el cielo tersísimo de Roma, sobre el sagrado monte del Capitolio, la visión del Águila; y luego, conducidos por su vuelo triunfal, dos figuras resplandecientes de guerreros; los Dióscuros.

Un sentido de grandeza, de resurrección, de luz.

En plena desazón por las luctuosas noticias de la gran guerra, esta aparición nos habló con la palabra esperada: un anuncio triunfal estaba marcado en los itálicos faustos.

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Más tarde. 1919. Fue "casualidad" que, de parte de las mismas fuerzas, a través de las mismas personas, se comunicase a quien debía asumir el Gobierno –entonces director de un diario de Milán– el anuncio: "Vosotros seréis Cónsul de Italia". Fue por igual "casualidad" que se le transmitiese a él la fórmula ritual de augurio – la misma que es llevada por la llave pontificia: "Quod bonum faustumque sit".

Más tarde. Luego la Marcha sobre Roma. Hecho insignificante, ocasión aun más insignificante: entre las personas que rinden homenaje al Jefe de Gobierno, una, vestida de rojo, avanza hacia él, y le entrega un Fascio. Las mismas fuerzas quisieron esto: y quisieron el número exacto de las varillas y el modo de su corte y el entrelazamiento ritual del moño rojo; y también quisieron –nuevamente la "casualidad"– que el hacha del Fascio fuera una arcaica hacha etrusca, a cuyas vías misteriosas por igual nos condujeron (1).

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Hoy se trabaja en un gran monumento, en cuyo nicho central será colocada la estatua de Roma arcaica. ¡Pueda este símbolo revivir en toda su potencia! ¡Su luz, resplandecer de nuevo!

En una calle cercana y centralísima, de la vieja urbe, a la cual en el tiempo de la Roma de los Césares le correspondía el lugar del culto isíaco (y restos de obeliscos egipcios fueron hallados allí), surge un extraño edificio pequeño. Del mismo interesa solo esto: como indeleble certeza de la resurgente fortuna romana, en la más recóndita parte de esta construcción se había insertado y hoy todavía está, un signo: un signo que al mismo tiempo es un símbolo hermético: el Fénix coronado que resurge de las llamas. "

Pero este esperanzador movimiento que había creído ver en el fascismo el resurgir de aquellas fuerzas ocultas y latentes de la Roma imperial encuentra su repentina frustración ante la inminente apertura clerical en vísperas del Concordato, es decir ante la inminencia de una alianza turbia y oscura con las mismas fuerzas de cuya matriz se originara la era burguesa y moderna. Nuevamente los dos elementos que componen y fundan la modernidad, la burguesía y la Iglesia, se encontraban preparadas y listas para absorber al fascismo. Arturo Reghini es el primero es vislumbrar tal desvío. Reacciona entonces con vigor:

"Mussolini nos acaba de decir que el monte del Capitolio es luego del Gólgota desde hace siglos lo más sagrado para los pueblos. De esta manera Mussolini, en vez de exaltar la romanidad, llega a menoscabarla y vilipendiarla. Nosotros rechazamos subordinar a una pequeña colina asiática el sagrado monte del Capitolio".

Más tarde en 1927, será Evola en persona quien retomará esta lucha hacia una apertura pagana iniciática y no güelfa por parte del fascismo a través de la edición de su penetrante e incisivo Imperialismo pagano, término tomado de Reghini.

Pertenecen a esta preclara obra del joven esoterista estas agudas intuiciones:

"Inglaterra y Norteamérica, temibles focos del peligro europeo, deben ser las primeras en ser extirpadas, pero no es necesario siquiera gastar demasiadas palabras para mostrar qué resultado tendría una aventura semejante en base a la actual situación de hecho. Debido a la mecanización de la guerra moderna, sus posibilidades se compenetran estrechamente con el poderío industrial y económico de las grandes naciones…" Es decir una guerra concebida tan sólo en función de una superioridad meramente tecnológica es entrar en el juego economicista, y materialista de nuestro enemigo moderno.

Era pues necesario que la guerra en contra de estas fuerzas fuera más una guerra espiritual cifrada en concepciones del mundo diferentes, pues no se puede combatir al enemigo estando rodeado por quienes en el fondo piensan como él. El fascismo tiene un cuerpo, dice Evola, pero aun "le falta un alma". Y ante la disyuntiva que se le presenta es bueno que tome lecciones de la historia, y que recuerde el final que tuvieron los emperadores que pactaron con el papado de Roma. Y es bueno que, ante la disyuntiva histórica que se le presenta, encuentre su fundamento en la Roma precristiana antes de que fuese demasiado tarde, de modo tal de "elegir el Águila y el fascio y no las dos llaves y la mitra como símbolo de su revolución".

Y agrega con fervor pagano: "Nuestro Dios sólo puede ser el aristocrático de los Romanos, el Dios de los patricios al que se le reza de pie con la frente alta y que se lleva en la cabeza de las legiones victoriosas – no el patrono de los miserables y de los afligidos que se implora de rodillas en el derrumbe y desazón de la propia alma".

Y agregaríamos hoy nosotros que el Dios al que veneramos no debe ser nunca el Dios de los pusilánimes que siempre "quieren la paz" y que se pasan la vida entera pidiendo perdón a todo el mundo, aun a aquellos que ni siquiera se han tomado el trabajo de solicitarlo, es decir, ni más ni menos que el dios esgrimido por el papa Wojtyla en la guerra de Malvinas.

Fue justamente ante los preanuncios de este giro güelfo y burgués del fascismo lo que llevara a las fuerzas de la tradición a un último e incisivo intento. Tal es pues la obra del Grupo de Ur. La misma consistía en reagrupar a todos los sectores tradicionales en un nucleamiento capaz de actuar desde los bastidores. Sentar las bases de la doctrina, la misma aparecida magistralmente en Imperialismo pagano. Pero acotemos enseguida ante los detractores que el paganismo que se sustenta aquí es lejano del antimetafísico propio de cierta apologética. Es un paganismo que más que anticristiano en antigüelfo, que abjura de las propensiones temporales de la Iglesia, surgidas en plena edad Media con el conflcito por las investiduras pero que aun puede aceptar el cristianismo en cuanto éste no abjure de la metafísica, del fondo trascendente común a las grandes tradiciones, y como un eco vivo en los dos últimos milenios de la Tradición Primordial. Es por ello que el Grupo de Ur puede incluir en su seno a cristianos como Guido De Giorgio y otros).

La meta era pues influenciar por vía sutil a las jerarquías del régimen. El mismo Evola pudo escribir: "podemos decir que una Gran Fuerza, hoy más que nunca, busca un punto de desemboque en el seno de aquella barbarie que es la denominada "civilización" contemporánea". Y más tarde en El camino del Cinabrio dirá que era objetivo del grupo "despertar una fuerza superior que sirviese de ayuda para el trabajo individual de cada uno, para hacer en modo tal que sobre aquella especie de cuerpo psíquico que se quería crear pudiese establecerse por evocación una verdadera influencia de lo alto de modo tal que no habría estado excluida la posibilidad de ejercer por detrás de los bastidores una acción incluso sobre las fuerzas predominantes en el ambiente de la época".

Dicho intento fracasó, no sabemos si por las desavenencias surgidas en el grupo, recordemos la ruptura entre Evola y el sector de Reghini, o porque los tiempos no estaban preparados para la restauración.

Sin embargo la importancia de la obra se alcanza a valorar por la doctrina y por los principios metafísicos formulados con una claridad meridiana como nunca en otra circunstancia lo fuera en una era oscura como la nuestra y es por lo tanto capaz de trascender el momento histórico particular en que fue escrita.

 

Entrevista a Claudio Mutti. Sobre Julius Evola

Entrevista a Claudio Mutti. Sobre Julius Evola

Biblioteca Julius Evola.- Claudio Mutti es uno de los principales especialistas en Evola en Italia, a lo que se une su interés por lasc ulturas del Este Europeo, especialmente la rumana y la húngara. Esta entrevista fue publicada en la revista chilena "Ciudad de los Césares" y ha sido reproducida en varias webs, entre otras la propia gestionada por Claudio Mutti. La entrevista resulta interesante en la medida en que plantea algunos de los problemas de los seguidores de Evola en Italia, en particular de Giorgio Fredda, autor de "La Desintegración del Sistema", especie de manifiesto político (muy discutible por lo demás), insirado en "Cabalgar el Tigre".

 

Entrevista a Claudio Mutti. Sobre Julius Evola

 

(La labor literaria de Claudio Mutti, comprende investigaciones sobre Tradición y política; como este libro, donde trata las relaciones entre el historiador de las religiones Mircea Eliade con el movimiento místico nacionalista rumano "Guardia de Hierro")

 

¿Cómo ha conocido la obra de Julius Evola?

Leí Revuelta contra el mundo moderno cuando tenía  dieciocho años. Fue un dirigente de la sección italiana  de Jeune Europe, organización en la que militaba por aquel entonces, quien me dio una copia del libro. El pragmatismo de Jean Thiriart y su concepción maquiavélica de la política no nos satisfacían del todo, así que en nosotros, jóvenes "nacionaleuropeos" de hace cuarenta años, permanecía viva la exigencia de una visión integral del mundo y de una auténtica consagración de la acción política. La obra de Evola representó por tanto, para mí al igual que para otros, la puerta de acceso a una Weltanschauung espiritualmente fundada.

¿En qué consiste la importancia de Julius Evola para el mundo occidental?

En primer lugar, es preciso despejar el terreno del equívoco que tal sintagma ("mundo occidental") supone inevitablemente. Si bien es cierto que en los siglos pasados una "civilización occidental" ha existido efectivamente, hoy la misma denominación sirve para indicar una Zivilisation spengleriana que, aparte de extenderse sobre un área geográfica mucho más amplia, teniendo su propio epicentro y paradigma en los Estados Unidos de América, se configura como una verdadera pseudoreligión idolátrica, cuyos dogmas principales son el Mercado, los Derechos Humanos y la Democracia. De este modo, Occidente - este Occidente que ha adquirido dimensiones casi planetarias- es la más monstruosa manifestación de lo que, evolianamente, podemos llamar la Antitradición. Tanto Europa como América Latina pueden extraer de la obra de Evola, y de su llamada al valor fundamental de la Tradición, los puntos de referencia esenciales para su redespertar y para una lucha coherente contra esta "civilización occidental" innatural y antihumana.

Usted ha defendido la controvertida lucha llevada a cabo por el autor de la Desintegración del sistema, Giorgio Freda, que, por su radicalismo revolucionario, cumplió una larga condena de prisión. ¿Puede explicarnos el porqué de esta defensa?

En 1969, cuando el fenómeno de la revuelta estudiantil inducía a muchos a creer que la movilización para la destrucción del sistema burgués había comenzado, Freda consideró un deber dirigirse a los jóvenes nacionalrevolucionarios para replantearles los principios del verdadero Estado. Hasta entonces, en la Italia de la posguerra, los defensores de la doctrina "tradicional" del Estado no habían salido del verbalismo académico y nostálgico o habían descendido a la arena política alineándose al servicio de las retaguardias burguesas, usando el evolianismo como burda coartada para sus opciones reaccionarias. Con La desintegración del sistema, en cambio, la doctrina tradicional del Estado era presentada en su oposición integral e irreducible al mundo burgués. La misma organización comunista del "Estado popular" teorizado por Freda se veía como una terapia de emergencia que se hacía indispensable para la eliminación del homo oeconomicus: remedio homeopático en función de "la restauración de lo humano" en una viril Rangordnung. La larga persecución a la que Freda ha sido sometido, más allá de los pretextos judiciales formales, se explica precisamente por su compromiso radical de soldado político. Por tanto, he considerado que por mi parte era un deber emprender una acción de solidaridad militante.

El acercamiento entre los escritores tradicionalistas puros (Guénon, Lovinescu, Välsan, etc.) y algunas personalidades más bien políticas o "metapolíticas" (Evola, Codreanu, Wirth) ha constituido una constante en sus trabajos. Sin embargo, mientras los primeros proponen una lucha interna, es decir la Gran Jihâd, los segundos parecen perderse en la contingencia de una batalla externa... ¿Cuál es su opinión al respecto?
En el contexto de la obra evoliana, la doctrina de "la Pequeña y la Gran Guerra Santa" ocupa una posición muy importante. Enunciando tal doctrina, que es designada mediante una expresión extraída de la terminología islámica (Al-jihïâd al- akbar, Al-jih�d al-a�ghar), Evola retoma la concepción de la acción que caracteriza toda visión tradicional: la acción se encuentra "conforme al orden" cuando ésta es ritualmente consagrada y se convierte en una vía para la realización espiritual. El acercamiento del que usted habla corresponde, por tanto, a una complementariedad: quienes usted define como "escritores tradicionalistas puros" nos proporcionan las indicaciones necesarias para comprender, mientras las personalidades políticas o metapolíticas representan la acción política o cultural a un nivel que no es en absoluto el de la pura contingencia.

Usted dirige las Ediciones "All'insegna del Veltro", que han publicado material de gran valor tanto desde el punto de vista espiritual como metapolítico. ¿Cuáles son las nuevas obras que piensa editar? ¿Qué proyectos tiene al respecto?

Las ediciones "All'insegna del Veltro" han publicado, desde 1978 hasta hoy, cien libros. Este año ha sido inaugurada una nueva colección editorial, en la que tendrían cabida obras de geopolítica de autores tanto "clásicos" como contemporáneos. A los primeros dos textos, que son de Haushofer, les seguirán una conferencia de Omar Amin von Leers, un volumen con escritos de diversos autores sobre Turquía, distintos escritos de Jean Thiriart, etc. En la colección dedicada a la antigüedad greco-latina, además, debería salir otro libro de Bèla Hamvas (1897-1968), un escritor húngaro que, pese a ser muy leído y apreciado en su patria, era del todo desconocido en Italia hasta hace pocos años, cuando las Ediciones "All'insegna del Veltro" han publicado Scientia sacra, un obra suya de síntesis que puede con toda dignidad figurar entre las obras maestras del "tradicionalismo integral"

Su editorial ha publicado el libro de Vasile Lovinescu, quien mantuvo correspondencia epistolar con Guénon y fue discípulo de Schuon, titulado La Dacia iperborea. Usted también ha tratado la temática de la influencia ejercida por Evola en el "frente del Este" (Rumania, Hungría, etc.) y ha escrito un libro obre los autores tradicionalistas rumanos (Vâlsan, Lovinescu, etc.). ¿A qué se debe su interés por Rumania?

Este interés nació hace muchos años, cuando descubrí la maravillosa figura de Corneliu Codreanu. ¿Qué es lo que ha hecho posible un fenómeno como el legionario en la Europa del Novecientos? A partir de esta interrogación se pusieron en marcha aquellas investigaciones que me han llevado a descubrir la realidad de un país que, por citar una frase que circula en Rumania, es "el más guénoniano del mundo". Vasile Lovinescu, en particular, representa precisamente esa complementariedad de contemplación y de acción de la que hablaba hace un momento: muqqadim de una orden iniciática del Sufismo, fue alcalde legionario de su ciudad. De otro autor rumano, Mihai Marinescu, estoy traduciendo ahora el texto de una conferencia sobre "Drácula en la tradición rumana" que dio en Santiago de Chile y organizada en Santiago por "Bajo los Hielos". No es necesario, por tanto, que me extienda explicándoles el rico patrimonio tradicional que ha sido custodiado en Rumania hasta nuestros días.

Bajo los Hielos. 2004

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