Con toda intención, después del espiritismo y las búsquedas síquicas, pasamos a considerar el sicoanálisis. El sicoanálisis, como exigencia general, habría podido contener un principio de superación en el aspecto particular de ambas corrientes.
En efecto, a manera de principio en esta disciplina no se trata nada más de acertar o provocar simplemente fenómenos síquicos; se desearía, en cambio, proceder con profundidad (de ahí la designación, algunas veces usada, de Psicología del profundo" Tielenpsychologie), para explorar la zona subterránea del alma con las fuerzas que ahí habitan y operan.
En el sicoanálisis, es verdad, no se consideran ya manifestaciones inusitadas como en la mediumnidad y en la metasíquica (han sido solamente algunas tentativas esporádicas recientes para aplicar el sicoanálisis también en este campo). El sicoanálisis ha tomado forma en et estudio de las neurosis, del histerismo y de otras perturbaciones síquicas, desarrollándose en un principio COMO una nueva rama de la sicoterapia moderna. Sin embargo, este círculo especializado ha sido sobrepasado rápidamente. Las concepciones sicoanalíticas han sido generalizadas con abusos, han sido consideradas válidas no sólo para casos clínicos en particular sino también para el hombre y para la vida del alma en general. De esto el rápido excederse de lo razonable en el sicoanálisis en dominios que con la medicina y la sicopatología no tiene nada que hacer; de aquí el esfuerzo por descubrir una fenomenología más o menos para neurópatas con fenómenos y manifestaciones culturales y sociales de toda índole, desde la moral, arte, sexología, religión, mitología, hasta la sociología y la política. Más que del asunto de una "psicología profunda" seria y rigurosa, se ha tratado precisamente de una aplicación abusiva de hipótesis y principios que los sicoanalistas se han formado en relación con casos patológicos: hipótesis y principios que en ellos, digámoslo así desde ahora, tienen exactamente la misma función obsesiva de aquellos "complejos" que tratan de descubrir bajo la conciencia ordinaria de vigilia de los neurópatas.
De esta manera el psicoanálisis encuentra el modo de adelantar interpretaciones erróneas y contaminantes (presentadas como análisis “realista” debido a un nuevo y más perspicaz examen) de una cantidad de fenómenos que son trasladados en sus raíces, a los bajos fondos del inconsciente. Con toda razón hay quien ha hablado, en este aspecto, de un "delirio de la interpretación", delirio en el sentido siquiátrico de manía, de "fijación"; o sea de suponer y de descubrir por todas partes intrigas turbias y sombrías: lo que vale también para los análisis individuales del sueño, impulsos, tendencias, etcétera, de las personas consideradas como normales.
Dejaremos aparte el sicoanálisis como simple sicoterapia. Se necesita que haya registrado y registre numerosos sucesos. Pero entre los sicólogos hay quien se pregunta si tales sucesos, prescindiendo de lo que es debido a la sugestionabilidad de los sujetos (como sucede en casi todas las sicoterapias), habrían podido conseguirse con procedimientos en los cuales no se tuvieran las mismas presuposiciones dogmáticas del sicoanálisis.
De cualquier modo, a nosotros aquí no nos interesa el campo terapéutico sino el antropológico, o sea la teoría sicoanalítica del hombre, el sicoanálisis como fenómeno cultural y sobre todo lo que el "clima" del sicoanálisis, sus sugerencias, su "ética" puedan provocar en una dirección no diversa de aquella de los peligros ya indicados por el neoespiritualismo. Nos dirigiremos sobre todo a la llamada escuela "oxtodoxa" del sicoanálisis o sea a las ideas principales de su fundador, Sigmund Freud. Las observaciones de otros sicoanalistas, tales como Adler, Jung y Reich las tendremos en cuenta sólo accesoriamente en el desarrollo de algún punto.
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Hacemos notar, ante todo, que no es cierto que el sicoanálisis haya descubierto el inconsciente. La idea de una zona que, aun permaneciendo síquica, no está iluminada por la luz de la conciencia clara, había ya recibido el derecho de ciudadanía en la sicología moderna, especialmente después de los estudios sobre el hipnotismo y sobre las disociaciones de la personalidad. Y no sólo esto: no había sido ignorada por las antiguas doctrinas tradicionales; para citar un solo ejemplo, por aquellas a las cuales el yoga y la práctica budista se habían referido, introduciendo las nociones de los samskara y de los vasana), reconociendo al mismo inconsciente (sería mejor decir: al subconsciente) y otras muchas estratificaciones de la conciencia más amplias y profundas. Y no menos precisos eran aquí la exigencia y el método de una "exploración del profundo" llevada a cabo con el fin de arrojar luz a las zonas de la sique y en general, del ser, las cuales caen de ordinario fuera del campo más amplio de vigilancia de la conciencia.
Pero al descubrimiento moderno del subconsciente no le han faltado las controversias, polémicas dirigidas contra el intelectualismo de la época que nos ha precedido inmediatamente.
En efecto, la psicología de ese período se fundaba en la ficción de una vida del alma concentrada solamente sobre los fenómenos conscientes, aunque se tendía, en forma común, a darle-s una base material.
Además de las teorías solamente filosóficas, como las de Eduard von Hartmann, las primeras fórmulas de una sicología más comprensiva fueron más bien vagas y espiritualistas, como la de William James sobre el subconsciente en la diversidad de la experiencia religiosa y mística, o como aquellas del Myen sobre "sublimidad" (lo que está bajo el umbral de la conciencia).
Siguieron fórmulas más técnicas, y más que del subconsciente, se pasó a hablar del inconsciente. He aquí cómo se expresó Le Bon al respecto: "La vida intelectual consciente representa sé, lo una mínima parte con relación a la vida inconsciente del alma. El análisis más sutil, la observación más penetrante no alcanzan más que un número muy reducido de motivos conscientes de la vida del alma. Nuestros actos conscientes derivan de una subcapa inconsciente creada particularmente por influencias hereditarias. Dicha subcapa contiene numerosos vestigios atávicos por los cuales está constituida el alma de la raza. Detrás de la confesión de los motivos de nuestras acciones, existen sin lugar a duda motivos secretos inconfesados; y detrás de éstos se ocultan otros todavía más secretos que ni siquiera nosotros mismos conocemos. La mayoría de nuestras acciones diarias son solamente efecto de motivos escondidos que se nos escapan (1). Ya aquí, por lo tanto, salta a la vista una reacción anti intelectualista por la cual se observa que una humanidad sana y normal, va visiblemente más allá de lo indicado. Otro punto que hay que poner de relieve en este descubrimiento moderna del subconsciente es la tendencia a darle un carácter hipostático, a concebirlo como una entidad distinta en tal forma que llega a crear un verdadero, y, propio dualismo del ser humano. Esto se manifiesta ya dondequiera que se habla precisamente del "inconsciente" en lugar del "subconsciente" o "preconsciente".
Efectivamente, el inconsciente, como tal, no representa un grado de conciencia reducida, sino otro dominio, que por principio excluye la posibilidad de todo conocimiento directo. Esta escisión y acto de convertir una parte del ser humano en sustancia, características del sicoanálisis, habían asumido ya un carácter dinámico de enseñanza, como las de Coué y de Badouin. Si se habla aquí algunas veces del inconsciente y otras tantas del subconsciente, se da, en cada caso, un paso adelante en la dirección dualista ya qtie este principio es considerado como un ente que posee leyes propias y que casi siempre logra la victoria cuando el yo se pone en conflicto con él.
Según tales enseñanzas, hay un solo modo de influir sobre el subconsciente, y éste es el de sugestionarlo, cesando la voluntad y empleando la imaginación. A las sugestiones pasivas, a las cuales obedece una gran parte de la vida ordinaria del alma se trata de contraponer un método de la autosugestión consciente. ¡Qué desdicha si la voluntad afronta directamente el inconsciente y la imaginación! No sólo tendrá la peor parte, sino que la energía de su esfuerzo irá a reforzar al adversario ("ley del esfuerzo convertido"). Por todo esto, se contempla el camino peligroso ya sugerido. Si, como habíamos señalado, antes de haber sido "descubierta" por los modernos la "sublimidad" era conocida por los exploradores del alma de otros tiempos, ellos no habían creado por sí mismos un principio. De acuerdo con un simbolismo muy expresivo de ciertos testimonios medievales, el inconsciente y el subconsciente representan las dos partes de una espada rota que deben unirse, soldarse de nuevo para devolver su estado originario a un tipo humano superior. Las enseñanzas modernas, digámoslo ya desde ahora, se inclinan sólo a hacer más irritante la fractura y a invertir las relaciones jerárquicas entre los dos principios.
Volviendo a Freud, la característica de su doctrina descansa, en primer lugar, en colocar en el inconsciente la fuerza motriz principal de la sigue con términos, mecánicos y deterministas. Los impulsos, los instintos, los complejos del subsuelo síquico tendrían una "carga fatal" (el término técnico es Besetzungsenergie) lo cual debe descargarse, y si esto no sucede, todo el ser humano lo resentiría más o menos gravemente.
De aquí también la caracterización del inconsciente como es y la oposición fundamental entre el yo (das Ich) y el es (2). El término es fue tomado de formas de la lengua alemana donde el pronombre impersonal es hace de sujeto en frases que expresan estados, movimientos y sensaciones simplemente vividas, con carácter de mayor o menor examen. Como ejemplo típico se puede tomar la frase es treibt mich, "me siento estimulado" o "transportado", porque- el verbo treiben impulsar, inducir viene a la expresión trieb impulso, fuerza de instinto, siempre usada en el sicoanálisis para designar el modo de manifestar y de actuar del es.
En términos de análisis lexicográficos es evidente, pues, que la inversión de valores que caracteriza al sicoanálisis freudiano: es, el inconsciente, es el sujeto, el agente; el yo que se convierte en objeto al sufrir la acción. Por lo tanto el sicoanálisis no sólo ve en el es la fuerza primaria de la persona humana, sino también las relaciones entre él y el yo que concibe en la porción de una pura causalidad, como algo semejante en la vida síquica a la necesidad o coerción que se puede experimentar de lo exterior por parte de una fuerza física.
Triebe, los impulsos, los dinamismos y los "complejos del es" impulsan y operan de este modo. Como se ha dicho, son fuerzas que, de un modo o de otro, deben tener su manifestación, deben resolver su "carga".
En segundo lugar, la característica del freudismo consiste en ver en la líbido, en el impulso al placer (lustprinzip), que tiene su manifestación más notable en lo sexual, el tronco fundamental del inconsciente. Y aquí interviene toda la mitología de los complejos" que cada hombre, más o menos ineludiblemente, sabiéndolo o no, albergaría en sí mismo, a partir del famosa complejo de Edipo y de todos los otros producidos por una interpretación más o menos fantástica y siempre con la llave sexual de la vida del niño (y también de ciertas costumbres de los salvajes, como la iniciada en el libro Tótem y tabú), creados por figuras atávicas del inconsciente humano, individual o (sobre todo en las teorías de Jung) colectivo.
La posición característica del freudismo es el desconocimiento, en el hombre, de la presencia y del poder de cualquier centro espiritual soberano, en conclusión, del yo, como tal. De frente al inconsciente el yo queda desautorizado. El aceptarlo en principio capaz de reconocer verdaderos valores y de dar normas autónomas, sería una ilusión y llegado el caso, el producto de un "complejo". Aquello que generalmente obra en el hombre al nivel consciente moral es el llamado "superyo", el cual se define por la "introspección" (de las actuaciones propias como una segunda naturaleza artificial) de todas las prohibiciones, tabúes, limitaciones existentes en el ambiente, por una acción de censura, de bloqueo y de represión de las demandas del inconsciente.
Una especie de títere conforme y un tanto histérico es quien toma el lugar del verdadero yo. Y en su construcción, como ya se ha señalado, puede tener lugar hasta la manifestación de un 6 a complejo" (complejo de Narciso o complejo autístico") procedente de la primera infancia, de la fase del erotismo infantil, cuando el niño (según las suposiciones del sicoanálisis) satisfacía por sí mismo, sin recurrir a ninguna otra persona, su libido, alcanzando un sentido de autosuficiencia y casi diríamos de autarquía.
Desde otro punto de vista este complejo puede ser un factor fundamental en la exasperación o forma-límite del sentido del yo al que Freud llama Ich-deal ("ideal del yo"): los valores y normas externas "percibidas" son afirmadas en forma absoluta, despóticamente, con un libido sui géneris (especial). Y así puede producirse el sentido ilusorio de la autonomía del yo y una oposición entre el yo y lo que el hombre, en relación con otras y más auténticas expresiones del es y de la libido es efectivamente (3). De otro modo, al principio consciente no le queda más que la función de una especie de procurador de la parte instintiva del propio ser. Mientras el binomio superyo e inconsciente (o libido) sería el que definiera la estructura fundamental del hombre, el contraste entre el uno v el otro daría la llave para la interpretación no sólo de hechos neuróticos típicos sino también de múltiples modos de conducirse que se consideran normales.
Como se ha dicho, las "cargas" del inconsciente deben descargarse. Así, la única alternativa consiste en guiar los correspondientes impulsos de manera que su explicación para ir en contra de las exigencias del ambiente y de la realidad social (de la que interiormente también el suba se convierte en vengador) no lleve a consecuencias indeseables y hasta desastrosas. A este respecto, su modus vivendi es ofrecido por su satisfacción traspuesta: desviar los impulsos de sus fines inmediatos, para dirigirlos hacia otros objetos, fines o personas, que hagan sus veces y que sean de tal índole que no susciten graves conflictos. Así es el régimen de "las trasposiciones" y de las "sublimaciones". Por ejemplo, quien tenga que combatir, supongamos, con el complejo incestuoso puede "descargarse", desviando la "carga" de su líbido sobre la patria concebida como una "madre". Gran parte de estos procesos de sustitución se desenvuelven en el inconsciente; el individuo no se da cuenta y cree que obedece a sentimientos nobles y a fines superiores, hasta que el sicoanálisis le abre los ojos. Si en cambio, o por la acción inhibitorio aunque inconsciente, del superyo, y por la "angustia social" que en particular se demuestra, y por los obstáculos del ambiente, se opone a los impulsos y los reprime, éstos vuelven a entrar en el inconsciente, se atrincheran ahí enriqueciéndolo con nuevos complejos o bien despertando a otros latentes, presentes, ya sean como una arcaica herencia, o bien como articulaciones de la libido infantil (4). Situaciones de este género envenenan la vida consciente con diversos grados de neurosis. Eventualmente interviene lo que Freud ha llamado el "principio del nirvana": se busca refugio en evasiones que permiten sustraerse a tensiones insoportables (el sicoanálisis hace un uso semejante y grotesco del concepto budista metafísico del nirvana, presumiendo quizá de explicar también el nacimiento con relación al sexo). En muchos otros casos se juega simplemente con todo esto, porque los impulsos del subsuelo psíquico se satisfacen a pesar de todo y obran como en las experiencias del sueño, cuando las facultades de control y de censura del yo consciente vienen reducidas o suspendidas. En otros casos aun intervienen activamente en el sentido de provocar ellos mismos una exclusión de la conciencia o de la memoria (5), e incluso hasta disturbios sicofísicos. Más normalmente esperan el momento oportuno para ponerse una máscara y "proceder" como quieren y descargar su energía de cualquier modo, y en algunos casos mediante el procedimiento de las sublimaciones.
Además, existen las posibilidades que ofrecen las "situaciones de multitud". Siguiendo a Le Bon, Freud resalta que en tales situaciones, cada uno, sintiéndose conjunto pierde la "angustia social" y con ella el sentido de la propia impotencia de frente al ambiente y de la propia responsabilidad, lo cual permite a los impulsos reprimidos salir con ímpetu en su forma originaria.
En este contexto, se puede hacer también alusión al sicoanálisis de Adler (llamado por él sicología individual). Aquí el punto de referencia es diverso, está constituido por el geltungstrieb, es decir, por el impulso de cada uno, de valor, para afirmarse, pero con mecanismos análogos inconscientes que intervienen cuando está bloqueado por las condiciones del ambiente, por la propia situación o por la propia debilidad. Nacen entonces los famosos "complejos de inferioridad", los cuales desempeñan la función de coartadas falsas con el fin de autojustificarse, o se recurre a las compensaciones en alto grado, o a invertir el orden en las afirmaciones de dicho impulso, que pretenden ocultar en sí misma la propia impotencia en una o en otra situación y le impiden obrar.
Como un ejemplo humorístico del punto al cual se puede llegar en esta línea, una alumna de Freud y de Adler ha sicoanalizado la pretensión, para ella absurda, de superioridad del hombre respecto de la mujer y el despotismo masculino en la historia de la civilización. La base de todo esto sería neurópata, histérica. Se trata de una "supercompensación" neurótico debida a un inconsciente "complejo de inferioridad" que deriva del hecho de que, a diferencia de la mujer, el hombre no es capaz de entregarse ininterrumpidamente al acto sexual. Para compensar este sentimiento de penosa inferioridad respecto de la mujer, el hombre se crea la pretensión de una superioridad en otros campos y se constituye histéricamente en el "sexo fuerte" y dominante (6).
Volviendo a la antropología general del freudismo, de cuanto se ha dicho se colige que no existen propiamente para ella conflictos éticos. Cada conflicto del alma pierde todo carácter ético y se revela como la consecuencia de un hecho histérico. Cuando la personalidad consciente advierte y combate los impulsos de la otra parte de sí misma, no se tiene de ninguna manera la manifestación de una ley superior sino una especie de conflicto en familia o de choque entre complejos, porque, como se ha dicho, cuando el yo piensa obrar por sí mismo a manera de un legislador autónomo y despótico sufre el efecto de una variedad autosádica del mismo complejo: aun en los casos en los que afronta una catástrofe o la muerte al mantenerse firme, se engaña, es impulsado, actúa él, sino es él es quien actúa en él. Ahí donde no hay, en la vida del alma, discordia y neurastenia explícita, subsiste siempre, sin embargo, la posibilidad de que el yo pueda gozar de paz y de armonía pero solamente sobre la base de adaptaciones, trasposiciones y sublimaciones ocurridas más o menos inconscientemente. Pero es suficiente un trauma para que se produzca la "regresión", es decir para que de los impulsos y complejos se reaviven en sus expresiones, fines y objetos originarios.
Después de esto, se puede proceder a dar realce a cualquier punto de critica fundamental. Y antes que todo sobre la caracterización freudiana como libido del tronco principal del inconsciente. A Freud se le ha acusado de "pansexualismo". Él a veces, ha tratado de justificarse; ha escrito: "Llamamos libido a la energía cuantitativa, hasta el presente incapaz de ser medida, de aquellos impulsos que guardan relación con todo lo que puede compendiarse en la palabra amor”. Él dice que se trata también del amor de los poetas y de la afición por objetos concretos o por ideas abstractas. Pero añade inmediatamente que la "investigación sicoanalítica nos ha enseñado que todas estas inclinaciones son la expresión de las mismas excitaciones repulsivas (triebregungen) que, entre los dos sexos, estimulan a la unión sexual, las que en otras circunstancias pueden ser reprimidas respecto a su finalidad sexual, o detenidas en el mismo momento de lograr su objeto pero que a pesar de todo conservan siempre bastante de su naturaleza primitiva y su identidad sigue siendo bien conocida" (8).
Estando así las cosas, cuando Freud dice que quien quiera, quien prefiera una expresión menos cruda, y en lugar de la libido hable de eros en el sentido general platónico, es evidente que juega con el equívoco. Y en realidad, todo aquello que él nos cuenta sobre el origen de los complejos fundamentales ya sea en la vida infantil como en la de los salvajes, y de la "horda más antigua", carece de base sin la más insignificante relación entre la libido y la sexualidad (9).
De hecho, el sicoanálisis, en su parte esencial, se resuelve en una interpretación general de la existencia individual y colectiva con llave en la sexualidad, tanto que se podría decir que sólo llega a la mente de una persona en la cual el sexo constituye la única y absoluta idea.
En el freudismo se ha reflejado aquella pandemia u obsesión del sexo que tiene gran cabida en la época contemporánea y precisamente a eso debe gran parte de su éxito sirviendo a su vez de colaborador y marco seudocíentíficos. Para los sicoanalistas "ortodoxos" el sexo es una verdadera idea fija, algo como un trieb o un complejo de su es que los empuja coactivamente y les impide ver otra cosa; de la misma manera aquellos dicen que una función del es inhibe la conciencia del neurótico, e impide que vea y reconozca lo que le desagrada. Precisamente esto debe decirse y con decisión, cuando los psicoanalistas llegan a sostener, con mucho descaro, que cada oposición a su doctrina significa que ella ha dado en el blanco, que cada objeción manifiesta una resistencia interna que el antisicoanalista no podría vencer, sin antes tratar, en tales casos, de ser psicoanalizado él mismo. Exactamente lo contrario es lo verdadero.
Aquí no se trata de negar o debatir toda la parte que el sexo tiene en la existencia humana. Se trata en cambio, en primer lugar, de los límites, sin respetar los cuales, las interpretaciones sexuales son absurdas y contaminantes. En segundo lugar, se trata de reconocer que Freud ha dado a conocer solamente el sexo en sus aparencias más bajas y oscuras (y hasta sucias) en sus efectivos aspectos subpersonales, en el cuadro de una especie de demonolatría del sexo y de la libido.
Por otra parte, el sexo tiene también una dimensión diferente, además de los aspectos de una fuerza elemental del subsuelo síquico, la dimensión de una posible trascendencia, que puede especificarse mediante un análisis conveniente, verdaderamente profundo, de varios fenómenos significativos de la misma corriente erótica a la vez que ha sido reconocido explícitamente en múltiples tradiciones, a tal punto que han llegado a atribuir al sexo posibilidades sagradas, místico-estáticas y mágicas en términos totalmente diversos de las trasposiciones y sublimaciones consideradas por el sicoanálisis, en vista de que la esencia es aquí algo verdaderamente elemental y precisamente trascendente: trascendencia de orden casi metafísico y no aquella de la transporta al individuo. Y una metafísica del sexo puede llegar hasta reconccer que las formas más turbias, más bajas, del sexo, son una degradación involutiva de aquel superior impulso (10).
Así se, contempla que, mientras por una parte el freudismo va más allá del límite, cuando se entrega a una hermenéutica de tipo sexual generalizada en el campo de la sique humana, por otra parte se detiene a mitad del camino reconociendo sólo una parte del sexo, confundiendo el resto con esta parte, o reduciendo a eso el resto. Cierta ampliación de horizontes ha sido intentada por un ex discípulo de Freud, Wilhelm Reich. En un cierto modo, elevó al sexo de las bajezas de la casuística freudiana y le dio una energía con carácter casi cósmico, a la que llamó "orgón" o energía orgiástica (porque en el orgasmo se manifiesta al desnudo), aplicando siempre la teoría sicoanalítica de los bloqueos, de las represiones y de las "corazas" patógenas que el yo se echa encima para protegerse de ella. Pero esta ampliación es más cuantitativa e intensiva que cualitativa: en sustancia, la calidad "inferior" de la sexualidad concebida a le, freudiano permanece y la desautorización de todo poder superior de la sique se acentúa más.
Hay que considerar otros dos puntos. Si el freudismo diera a la líbido un carácter generalizado, podría estar en ventaja respecto de las concepciones más vagas y espiritualistas de la raíz fundamental de la vida subterránea prepersonal, propias de otros caminos del psicoanálisis "no ortodoxos", porque se daría la posibilidad de retroceder a una enseñanza tradicional fundamental, a la idea de que el "deseo", o "ansia" es la raíz de toda la vida "natural". A este respecto es necesario, sin embargo, volver a un plano metafísico. Aquella alteración profunda, aquella crisis y aquella turbación irracional donde el espíritu cesó de “ser” el mismo para perderse en el gozo de sí mismo y en la identificación con el deseo, precisamente en el campo metafísico, prenatal y de preconcepci6n, fue considerado ya en Occidente (por ejemplo exégesis neoplatónicas del mito de Narciso) ; ya en Oriente (particularmente en el budismo), como el principio y la fuerza, o dynamis, que lleva en el mundo condicional y, en un caso particular, al nacimiento, lo mismo que al hombre mortal.
Si en correspondencia se afirma que el "deseo" es el sustrato de la vida mortal en general, no se limitan los aspectos subjetivos del mismo, ni al caso especial de la sexualidad, ni a otras formas del campo afectivo y pasional, pero se reconoce una fuerza elemental, un es, que actúa con el mismo conocimiento de las cosas, con la misma experiencia del mundo externo: bhoga, término sánskrito que significa disfrutar, gozar del objeto de un deseo, constituye el cuadro en el cual se plasma la experiencia humana en el sentido más general de la palabra. Ya toda percepción contiene kama (deseo) y bhoga: es una identificación según el deseo o "ambición" del que conoce con el conocido, es un turbio y ávido mezclarse de los dos que provoca la calda inicial alegorizada por el mito de Narciso. Este hombre no sabe qué cosa pueda ser conocimiento puro, ni de sí mismo, ni de las cosas (11)
Por otra parte, en la creencia cristiana de lo pecaminoso o concupiscencia original, no exenta de relación con la sexualidad, que desde Adán llevaron consigo los hombres, y que fuera la base de todas sus obras "naturales" hasta que ellos "volvieran a nacer" y "fueran redimidos”, aunque sea en forma moral religiosa y no metafísica, se podría encontrar la huella de la misma enseñanza.
Por consiguiente parece que con el "pansexualismo", con la teoría del es o libido sexualizada, el freudismo toma una vez más la parte por el todo, lo derivado por lo original. En el cuadro señalado, la sexualidad no constituye ciertamente más que un episodio en relación con algo mucho más vasto y si se quiere, mucho más peligroso. Por lo mismo es significativo que solamente en los términos primitivos de la teoría freudiana de la libido se haya tenido hoy un presentimiento de esa verdad.
Hay otro punto que amerita precisión en el campo sexual. Contra la acusación del pansexualismo se adelanta también que Freud en un segundo tiempo reconoció que en el inconsciente, además del lustprinzip y del impulso al placer de la libido, actúa también un todestrieb, un impulso a la muerte, que revela una tendencia general de lo orgánico para volver al estancamiento del mundo inorgánico. De una manera más general, se trata de un impulso a la destrucción (12). La temática, aquí, no es del todo clara, y los discípulos de Freud ni siquiera la han desarrollado en un sentido único. En tono de superioridad, Freud sostuvo que un impulso es independiente del otro, pero no hasta el punto de que el segundo no tenga valores sexuales. En efecto, tal impulso le ha servido para explicar los fenómenos del sadismo y del masoquismo: si en su explicación el impulso destructivo se dirige sobre el mismo sujeto, eso da lugar a la tendencia masoquista, pero si se dirige sobre otros, entonces la tendencia es sádica.
Pero algunos sicoanalistas pretenden que el segundo impulso deriva del primero; sería la represión del impulso al placer, a dar lugar neuróticamente al impulso destructivo, como en una especie de ira. La forma introvertido autodestructiva vuelve a llevarnos al ya señalado "principio del nirvana". Se pasa, además, a generalizaciones más amplias, porque todo aquello que es agresividad se refiere a "descargas" impuestas por incitación al placer (según Reich: por la energía orgiástica), cuando se reprime v se orienta, por varias causas, en sentido del impulso destructivo.
No faltan las aplicaciones en los campos tipológico, sociológico y sociopolítico: la tendencia a la autoridad, al poder, al dominio, al despotismo ha sido atribuida a la manifestación sádica de aquel impulso; mientras que a la masoquista se refiere, la tendencia a obedecer, a aceptar, a servir, a sacrificarse. De esta manera después de Freud han sido descontadas, francamente, como llave de represión y de patología sexual, las dos componentes complementarias, que constituirían la base esencial de todo sistema no democrática En este mismo dominio de las aplicaciones sociopolíticas se puede también advertir que otro autor, recientemente muy ensalzado, Herbert Marcuse, después de haber criticado el sistema actual de las sociedades industriales Y consumidoras altamente desarrolladas, ha buscado la forma de indicar (en su libro Eros y civilización) los fundamentos de la sociedad que debería sustituirlo, liberando al hombre; él se ha mantenido estrechamente ape-gado a los más ortodoxos presupuestos del freudismo, al doble impulso al placer y a la destrucción, a sus derivados y a desahogos ofrecidos de una parte por las sublimaciones, y de otra por el debilitamiento del sistema represivo. Se ve, así, hasta donde puede llegar la influencia que distorsiona y confunde en las ideas fijas freudianas y parafreudianas.
Volviendo al campo sicológico, la admisión del segundo impulso, del todestrieb, puede constituir un paso adelante, un estudio más intenso sobre el erotismo, siempre y cuando no se le separe del mismo impulso al placer; por el contrario, se le vea actuar mezclado en diverso grado con esto último, poniendo entonces una parte de su pretendida procedencia de las represiones. Es una verdad profunda que toda libido sexual, todo deseo ansioso, ya en sí "ambivalente", o sea que contiene también una carga inconsciente destructivo y "mortal"; tiende, sin embargo, en un sentido diverso a una destrucción y a una hemóstasis análoga a aquella del mundo inorgánico. En toda voluptuosidad suficientemente intensa hay una voluptuosidad de autodestrucci.6n y de la destrucción: una manifestación extrínseca, ya de odio, ya de amor." Es por esto, como ya lo hemos dicho en otro lugar, al tratar de toda esta fenomenología, " que en el antiguo mundo romano Venus así como Libitima (la misma raíz de libido) eran, a un tiempo, como divinidades del amor sexual y de la muerte; que se le daba el mismo valor a Príapo; que en el dionisismo es notable la mescolanza de la voluptuosidad orgiástica con un paroxismo destructivo y autodestructivo; y, finalmente, en Oriente, Kama, Mara y Durga eran divinidades, ora del deseo, ora de la muerte.
Pueden, entonces, ser indicadas de nuevo enseñanzas de un orden superior, y dar sólo una confusa idea del sicoanálisis. Ahora bien, si es a este orden superior de ideas relacionadas con la libido y con el resto al que nos hemos referido, saliendo del campo de las elevaciones puramente humanas y más bien neuropáticas del sexo en las cuales el freudismo se ha encerrado, se podría reconocer que varios aspectos de su crítica realista, que parece de esta manera iconoclasta, podrían tener también una justificación, a su tendencia, si se quiere, inconsciente.
En efecto, el primer paso en un desarrollo verdaderamente espiritual, está en percatarse de la no-espiritualidad de muchas cosas que los hombres consideran espirituales, en reconocer exactamente que las trasposiciones, sublimaciones y los equivalentes tienen muy poco que hacer con la naturaleza superior del ser.
Esto es absolutamente válido en el marco de una civilización de tipo enteramente "humano" como es la moderna, de tal manera que en ella sólo son demasiados los "valores" susceptibles de ser explicados sobre la base de una deducción semejante a la sicoanalítica: ciertamente aparecen refugios y compensaciones de fuerza reprimidas y sobre todo de la impotencia y del miedo de cada uno frente a la realidad y así mismo. Las limitaciones impuestas por los convencionalismos sociales y por todas las hipocresías de la moral occidental hacen el resto: y la necesidad se transforma en virtud, la debilidad toma nombre de fuerza y de carácter, mientras a través del estado de escisión, de contraste y de insuficiencia respecto a las fuerzas profundas de la vida, hoy mucho más están en obra los procesos subconscientes generadores de neurosis, de supercompensaciones, de propios histerismos y traumas síquicos.
Poner a la vista todas estas superestructuras seudoespirituales, para dejar al desnudo la fuerza subterránea de nuestra vida más profunda y subconsciente podría ser un principio para quien se mantuviera firme en una voluntad absoluta de superación. Desde luego, no es éste, de un modo positivo, el caso del sicoanálisis; como la mediumnidad, que una vez abierta la puerta de los "estratos inferiores" no ofrece ningún medio de defensa, ningún método de control eficaz. Por esto constituye un peligro para la mayoría.
Efectivamente, dada la inconsistencia del hombre de hoy, los caminos, en general, se reducen a dos: o volver a entrar, ya sea en forma consciente, comprometido por las transposiciones, sublimaciones, o por otros caminos de evasiones y compensaciones; o bien, responsabilizarse de los impulsos de la libido y del es, convirtiéndose en el procurador, en el instrumento, en el cómplice racional para la satisfacción directa de éstos.
Ambos caminos representan una abdicación. El sicoanálisis no sabe aconsejar otra cosa. El segundo camino es el sostenido, sobre todo por la corriente de Adler, la cual quisiera que el yo, eliminado todo complejo de inferioridad, asumiera la responsabilidad, y se afirmara en el ambiente de la voluntad, para plasmarlo de acuerdo con ella. Pero, dadas las premisas, ¿qué sentido puede tener la "responsabilidad" y la "voluntad" creadora"? Ahí donde falta la idea de la personalidad como un principio autónomo superior al orden de lo natural, todo eso aparece desprovisto de fundamento. Más bien, la instancia "terapéutica" puede dar lugar a la social o revolucionaria. Es la dirección que Reich y sus secuaces han seguido más recientemente, polemizando con Freud. Reich ha hecho notar, con inobjetable coherencia, que si la primera causa de la vida neurótico (de aquella verdadera y propia y de aquella que el sicoanálisis generalizado atribuye a múltiples comportamientos del hombre) es la "represión" impuesta por el "sistema" del ambiente y por las ideas del ambiente, no se trata de dar largas a un asunto con soluciones a medias, con el paliativo de adaptaciones individuales, que dejan subsistir la primera causa, objetiva y social, del mal, sino de destruirla en su misma sede, destruyendo asimismo las estructuras y los ordenamientos del sistema vigente, que por el contrario, Freud reconoce y respeta temerosamente: aquí es donde está el paso a la abierta contestación y a la revolución, indicada como la verdadera terapia radical y general. Y de la forma citada, de la llamada "revolución sexual" de la cual Reich precisamente es el principal apóstol, sería necesario pasar a ulteriores movimientos, desbordamientos anárquicos, de los que la sociedad "represiva" da siempre más lugar a una sociedad permisivo".
El problema de una separación de lo que no se proclame como "todo es lícito" no se ha rozado siquiera; parece que con una ingenuidad casi rousseauniana (elevado, por otra parte, también por el anarquismo clásico) se piensa que todo aquello que emerge del subsuelo humano y del inconsciente, cuando cada dique viene removido, sea solamente agradable, bello, sano, de cualquier modo, con tal de que deje subsistir la posibilidad de algún orden social positivo. A decir verdad, Freud a este respecto, es más realista al reconocer el carácter turbio de aquello que prevalece en el subsuelo psíquico de la mayoría de los hombres; admite también el límite impuesto por lo que ha llamado el "principio de la realidad".
Pero el punto más importante puede ser indicado por lo ya dicho: que el ser "desencadenados" no significa de ninguna manera ser libres, y mostrar las situaciones en las cuales la parte contraria interior de las instancias contendientes y revolucionarias, más bien la premisa evidente de ellas, es una capitulación; no puede llamarse de otra manera la identificación con el propio ser subracional e instintivo, restituirse a ello deliberadamente y sin inhibiciones, como solución de la crisis. A este respecto, en los dominios psicológico y sicoanalítico, entra en cuestión la corriente de C. G. Jung, considerado como el "espiritualista" entre los sicoanalistas, ya que su moral, hasta adornada de matices de espiritualidad que la hacen aceptable a aquellos a quienes las opiniones de Freud parecen demasiado crudas, consiste en que el yo debe "entenderse" como el es y el hombre como el inconsciente ya sea individual, ya sea arcaico-colectivo, mediante una armonía y una especie de aproximación al límite entre ambos. No se puede hablar de una superación del límite, porque el motivo es siempre que el "otro" es un inconsciente y no un subconsciente. Dejemos hablar al propio Jung: "Despójate de todo aquello que tienes y entonces recibirás... en virtud de este antiguo precepto místico es necesario abandonar lo mejor de las ilusiones más queridas. Solamente entonces algo mucho más bello, más profundo y más comprensivo se desarrollará, porque sólo el misterio del sacrificio de sí mismo, permite encontrarse de nuevo con un alma renovada. Son preceptos de una sabiduría muy antigua que vuelven a ver la luz en el tratamiento sicoanalítico y es curioso sobre todo constar que, llegados al nivel actual de nuestra civilización, tengamos precisamente necesidad de aquella especie de educación síquica que, en más de un punto, es comparable con la técnica de Sócrates" (15). Éstas son bellas palabras. Veamos sin embargo cuál es su verdadero sentido. Aunque Jung evite el radicalismo freudiano de la libido y dé al inconsciente colectivo los caracteres indeterminada, de "vida", la situación no es diversa, pues esta vida se entiende como una realidad por sí misma y como elemento primario, y en ella deberá "integrarse" un yo, el cual, de otra manera sería "de arraigado", apartando el centro de gravedad hacia "un punto virtual situado entre el consciente y lo inconsciente" (16). Esta es también la esencia de lo que Jung llama "el proceso de individualismo" teniendo por llave el mysterium conjuncti@s (el misterio de la unión), expresión, para él, de un pensamiento todavía místico que "científicamente" haría alusión a las nupcias, a la unión, entre el consciente y lo inconsciente. Y es también característico que hasta tal unión o perfección, que sería oscurecida por las imágenes divinas ideales de las religiones tendía, para Jung un carácter coactivo e impulsaría hacia ella una fuerza lista a vengarse de un "arquetipo", de un es, teniendo la conciencia aún aquí una parte pasiva, en lugar de tratarse de una excepcional y libre vocación.
He aquí el verdadero sentido del misterio sicoanalítico del sacrificio, de la renuncia "de lo mejor de las ilusiones más queridas" que permitiría "volver a encontrarse con un alma renovada". Y ésta sería la revalorización moderna de los "preceptos de una sabiduría antiquísima". Sí debiéramos describir un método de la obsesión, no se necesitarían palabras demasiado distintas de las ya dichas. Es la solución de la discordia obtenida con la derrota, con el término de toda tensión moral. Y el sentido de liberación y de satisfacción proporcionado por la détente, por la descarga del peso del yo y por la tarea de la forma espiritual y de la autonomía se cambia por el sentido de una "conciencia desasida" y por el respiro de una existencia "más bella, profunda y comprensiva".
Sobre estos temas hablaremos de nuevo en capítulos sucesivos. Mientras tanto, es importante por ahora advertir que en la práctica psicoanalítica el sicoanalista hace más o menos el papel que el maestro espiritual desempeñaba frente al discípulo y el confesor con el penitente e interviene activamente, ayuda al sujeto a realizar este sacrificio de sí mismo y esta catarsis dentro de las variedades de la técnica del transfert, del cual trataremos después. Guénon no se- equivocó, pues, al ver en esta práctica algo de diabólico. En realidad, quien supiera escudriñar detrás de los bastidores de lo sensible podría percibir, en el punto en el cual los sujetos se sienten liberados en virtud de la catarsis sicoanalítica, la misma risa burlona que sorprendería ahí donde los espiritistas toman los fenómenos mediumnímicos por revelaciones de un mundo superior, y las larvas por espíritus.
Sin embargo, para volver al punto del cual partimos al considerar el estado interno del hombre moderno, es difícil concebir para él la posibilidad de evitar las abdicaciones ya dichas, una vez que el psicoanálisis le haya abierto los ojos.
En general, se provoca una crisis que en la mayoría de los casos puede tener solamente una solución negativa. Se sabe que despertar a un sonámbulo que camina a la orilla de un barranco es el mejor medio para hacerlo precipitar en él. La ignorancia, en algunos casos, es una fuerza: removerla para superar cualquier forma patológica de contraste entre el yo y el subconsciente, no quiere decir que se le pueda llamar en todos los demás casos en los cuales sería saludable dejar a la personalidad una ilusión de autonomía, puesto que dicha ilusión puede ser pragmáticamente eficaz y, dadas ciertas premisas, puede servir de base para un desarrollo superior.
Además la atención sicoanalíticamente llamada y concentrada sobre las raíces de la voluntad de placer o de muerte, juntamente con todas las sugestiones de un orden demoniaco-sexual (17) produce una verdadera fascinación, que multiplica las vías de acceso a los ya debilitados rincones del yo y propicia la elevación de influencias más oscuras y contaminantes en acecho bajo los umbrales de la conciencia, en el subconsciente. Las fuerzas de estas observaciones aumentan cuando el sicoanálisis se convierte en un estado de ánimo que, como sucede en ciertos ambientes, participa de lo colectivo y cuando desemboca en aplicaciones sociológicas e ideológicas de la especie de las ya mencionadas.
He aquí pues el preciso punto de referencia: aparte de algunos casos especialísimos de sicoterapia, el sicoanálisis es un peligro cuando no antepone a sí mismo una disciplina dispuesta a formar una unidad espiritual, una personalidad verdadera en lugar de la exterior e inconsciente creada por las convenciones sociales, por la educación por el ambiente, por la herencia, y aun por los fragmentos mediocres de un deseo emprendido y familiarizado con los desahogos histéricos de tipo propio. En oras palabras: el sicoanálisis como Psicología de profundidad puede tener un valor positivo solamente citando es precedida por una especie de ascética, la cual, a su vez, aparece inconcebible, privada de cualquier punto de apoyo, citando primeramente no se rechace la antropología freudiana, la concepción freudiana del hombre que, como se ha visto, está caracterizada por la negación y desconocimiento de la realidad y por la posibilidad del yo como principio central y autónomo. Pero entonces, en el campo mismo de la técnica sicoanalítica, se impone un cambio fundamental y una ampliación de perspectivas.
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De hecho, esta técnica se encuentra más o menos en la misma línea del adiestramiento mediumníco; consiste en alejar la “censura", las inhibiciones inconscientes o semiconscientes, propiciando estados en los cuales, por medio de asociaciones mentales espontáneas, de recuerdos, de sueños, de analogías, de movimientos involuntarios y así sucesivamente, los impulsos y los complejos inconscientes se traicionan. A los ojos del sujeto la cosa se reduce por eso al entrenamiento de una facultad de détente y de "regresión", la cual, adquirida, constituye una condición exactamente opuesta a la de la integración de la personalidad.
Y hay algo más. La misma técnica del transfert y la parte que el sicoanalista tiene en tales procedimientos constituyen una instancia ulterior en contra de esta integración. El yo no sólo abre las puertas de su "subsuelo" sino que hace esto en cuanto se abandona a otra persona, lo cual, muchas veces, conduce a situaciones equívocas y patológicas en cuanto a las relaciones entre el sicoanalista y el sicoanalizado."
Cuando después, con conocimiento del inconsciente, la individualización de los diferentes impulsos no se ha hecho directamente por el sujeto, es necesariamente el sicoanalista quien debe hacerla con un procedimiento inductivo o hermenéutico, por lo tanto siempre hipotético sobre la base del material proporcionado por el sujeto en los estados ahora señalados; el sujeto puede, posteriormente, "como despertando" reconocer la verdad de lo que el sicoanalista le dice, pero aquí necesita dar todo su peso a la parte que las sugestiones pueden tener. De cualquier modo, nunca se puede hablar de conocimiento directo; esto, como se ha dicho, queda excluido a priori en el punto en el cual se considera al es como un inconsciente.
En lugar de una vía, no de "análisis" sino de integración de la personalidad el primer paso sería tener el sentido del "otro" que el yo lleva en el propio seno; Jung habla con razón de un alma, criatura racional y demoniaca contraria al ánimus, el cual sería propiamente el principio personal. En seguida trata de separarse de este "otro". Sucesivamente se debería desenlazar hasta donde sea posible, la amalgama que el deseo ha establecido entre quien experimenta y la materia de la experiencia, sea materna o externa. Hasta que se hayan identificado no se puede tener conciencia de lo que nos hace proceder: desasidos y también libres de las obstrucciones establecidas en el yo, lo tenemos, por así decir, de frente.
Entonces se podría proceder en un campo, sobre el cual es mérito del sicoanálisis (pero también de ciertos estudios sobre el hipnotismo, por ejemplo, aquellos sobre las sugestiones poshipnóticas)(19) haber obtenido la atención. Efectivamente la investigación sicoanalítica conduce a la constatación no de una sino de dos especies de inconscientes. Además de los dinamismos inconscientes y activos del es, existe un inconsciente en acto, en modo sutil e inteligente entre la trama de la misma conciencia vigilante. Los diversos procesos de censura, obstrucción, inhibición, represión y también de sublimación en defensa del yo se desenvuelven ellos mismos en la penumbra y solamente con el fatigoso procedimiento sicoanalítico se llega a descubrir su existencia y a reconstruir las formalidades (20). Sólo las "influencias" en acto en procesos del género van mucho más lejos de aquellas que tienen que ve con las relaciones entre el yo y la líbido. En ciertos casos ellas pueden hasta llevarnos a un plano muy general, recobrando, entre otras cosas, el origen oculto de teorías, de sugestiones y de "mitos, que en la historia de la civilización son ordinariamente juzgados como "espontáneos" y explicados con factores extrínsecos bidimensionales. Pero, de una manera u otra, éste es un aspecto según el cual el sicoanálisis puede producir una inquietud saludable. Es decir, se constata la existencia de una "lógica del subsuelo" en acción entre forma y forma de la conciencia, distinta del verdadero y propio subconsciente. Ahora bien, en oposición a la técnica del sicoanálisis, en una disciplina de verdadera superación y consolidación de la personalidad encontramos un refinamiento de la percepción directa a que se tiende; este refinamiento casi creando nuevos sentidos permite sorprender las acciones sutiles e infraconscientes que determinan ciertos procesos, juicios y resoluciones de la conciencia vigilante. En una fase sucesiva permite alcanzar, en una visión directa, las fuentes extraindividuales de tales acciones. El umbral de la conciencia ordinaria es removido con la liberación de las limitaciones del yo ficticio. Además de las formas que emergen de la conciencia externa se pueden entonces descubrir las raíces, antes ocultas en las aguas turbias y profundas de la "sublimidad".
Disciplinas de tal índole fueron conocidas como ciencias en la civilización tradicional. El sicoanálisis, que presume de "ir mucho más allá, en lo profundo" (Jung), se encuentra, sin embargo, en los primeros pasos.
Pasaremos ahora a hablar del verdadero y propio subconsciente y de la exploración, o para decirlo mejor, de la destrucción del mismo. A este respecto debemos limitamos a una breve exposición ya que se volverá a hablar del tema en uno de los próximos capítulos.
Aparte del agente de la "lógica del subsuelo” ya indicado, el subconsciente comprende estratos y "regiones" bien distintos. En primer lugar, es necesario considerar la zona del subconsciente cuyo principio es el "deseo" o la cupiditas (concupiscencia) en el sentido superindividual y metafísico ya indicado: es la fuerza que ha hecho disminuir el estado de "ser" y ha originado en el mundo el nacimiento de los cuerpos y las causas. Cosmológicamente es la región de lo "demoniaco" en general, en sus variadas formas. Los troncos de las almas de las razas, más que las raíces de los instintos y de las pasiones humanas, vuelven a entrar en este estrato del subconsciente. Cuando algunos sicoanalistas hablan de las dramatizaciones del inconsciente colectivo y "filético" bajo formas de simbolos-tipo, es también cuando Jung, en una especie de nueva fórmula psicoanalítica-irracionalista de la doctrina platónico de las ideas, trata de los llamados "arquetipos", como la zona del es a donde siempre somos conducidos.
Ahora bien, los caracteres de obstrucción fueron constantemente atribuidos a este inconsciente. Se debe tomar contacto solamente para cruzarlo, vencerlo y superarlo. El mito ha simbolizado esto de distintas maneras. El héroe que baja a los "infiernos" o penetra en la "caverna" afrontando a la serpiente, al dragón o al toro, expresa en una alegoría el principio consciente que se ha integrado mediante la ascética que pasa el umbral y afronta aquel impulso originario. Siempre en el mito, la victoria del héroe sobre la criatura simbólica y salvaje y su muerte, lleva a una resurrección, a una vida nueva; una resurrección, o la posesión de una "agua de vida" o de una "bebida de inmortalidad" sigue al descenso a los "infiernos”; espigas de vida nacen de la herida mortal ocasionada al toro; una virgen es liberada del dragón; un fruto de inmortalidad y otro objeto simbólico equivalente es alcanzado (mito de Heracles, de Jasón, etcétera) y así por el mismo estilo.
Aquí no se trata de asuntos con la sexualidad, en cualquier sentido que se le quiera dar a esta palabra, sino que se trata de una acción trascendental a la fuerza que ha puesto y conserva la conciencia bajo la condición de un cuerpo animal, con el fin de reintegrar la persona a aquel estado de "ser", respecto al cual la común existencia humana fue comparada tradicionalmente a un estado de calda, de entorpecimiento, de ebriedad, de parálisis, etcétera.
Este estado de “ser” es el verdaderamente sobrenatural, el estado "metafísico" y el restablecido contacto con él es despertar. Entonces es cuando se abre el camino a la resolución y eliminación de lo que, como "inconsciente" los sicólogos modernos han concebido erróneamente corno un principio independiente. En efecto, en las ulteriores profundidades fuera de la región del “deseo” este inconsciente existe sólo, digámoslo así, como tarea de una conciencia superior. Sus estratos o grados corresponden exactamente a potencias o grados de la superconciencia, de la integración de la personalidad, de la "soldadura de la espada rota".
Proceder en estas regiones superiores significa sin embargo reconocer que, una vez que se ha superado el mundo del inconsciente, por real que sea al mundo de los hombres y de las cosas, sobre el plano cosmológico corresponde solamente a aquello que en cada uno es el reino del sueño, de las alucinaciones, de las ideas obsesivas. Metafísicamente, aparece como el mundo de los sueños y de los fantasmas, al que ya Homero opuso el de la visión verídica. Cuando es la superconciencia la que lleva a tales profundidades, la pesadilla se resuelve, las nieblas se aclaran, los fantasmas desaparecen, todo residuo es superado en sus más hondas raíces." En el límite de aquello que de otra manera sería sueño profundo sin sueños, a ella se abre la conciencia misma de la superrealidad (la hipercosmia de los antiguos, las "formas inteligibles" del mundo real), en sus diferentes grados. Primeramente son las formas que determinan, en general, la experiencia de un mundo, aquella práctica que en el hombre común se forma en apariencia sin la intervención de su yo y de su voluntad."
Luego viene el paso del mismo espejismo cósmico al estado de significados metafísicos puros, cosa que corresponde, en cierta medida a lo que alguna vez ha sido llamado la realización de el sub specie aeternitatis (bajo la forma de eternidad).
Apenas es necesario decir que todos estos horizontes son desconocidos al sicoanálisis y ni siquiera saben los que lo estudian el verdadero sentido de la personalidad; menos todavía pueden tener una cierta idea de la personalidad del superconsciente (o bien lo concebirán como una extrema exasperación histérico autista del Ichideal). Como método, su Psicología de profundidad "no va más allá de un incierto palpar que deforma inmediatamente todo aquello que toca en lugar de desarrollarse en una sicología trascendental. Como moral, ésta se reduce, m el mejor de los casos, a una mística del instinto y de lo irracional; como visión de la vida, a un mero naturalismo. A los ojos del hombre moderno el sicoanálisis arroja una alarma, plantea un problema, pero no hace nada para la formación de aquella superconciencia y de aquella superindividualidad que pueden en verdad resolverlo; que pueden eliminar los peligros del análisis, los cuales, aun en el campo material, pueden no ser leves;" puede hacer reconocer por vía directa la naturaleza y la diversidad de las fuerzas subterráneas con las cuales se tiene que hacer algo. En seguida ahí donde ella se excede y cree arrojar luz sobre lo primordial y lo arcaico, cuando no cesa entre las ilusiones de anormales, histéricos y neuropatas, de galopar con las riendas sueltas en un campo semejante, sobre los corceles de los diversos complejos de la libido sexualizada que le parecen como los principios supremos explicativos del mundo del símbolo y del mito, lo mismo que de todo fenómeno espiritual, ofrece uno de espectáculos más dignos de lástima y de preocupación de cuantos presente la docta ignorancia de nuestros días.
Del hecho de que el sicoanálisis ortodoxo es la creación de un hebreo y de que es grandísimo el porcentaje hebraico entre los sicoanalistas, cada uno puede sacar las conclusiones que crea oportunas según el punto de vista que tenga respecto de la cuestión judía en general (24).
Cierto es, de cualquier manera, que si debiéramos hacer el sicoanálisis del sicoanálisis como fenómeno general, encontraríamos en el fondo una Schadenfreude, un placer maligno de envilecimiento y contaminación aplicado no sólo a los otros y al mundo espiritual, sino que, en la visión general de la vida, también a sí mismos: casi como si uno de aquellos complejos autosádicos, sobre los que ya se ha tratado, obrara aquí bajo la apariencia de "ciencia". El sicoanálisis se puede considerar también como la parte opuesta al mito darwiniano: manifiesta la misma tendencia, la misma alegría inconsciente de poder reducir lo superior a lo inferior, lo humano a lo animal, y a lo primitivo y salvaje, en lo que se revela en la llamada teoría de la "evolución". Así, como se ha dicho, el sicoanálisis como fenómeno general es un símbolo, un signo de los tiempos. Depende del hombre occidental, de su posibilidad de reintegración y de su sumisión definitiva a un proceso de regresión espiritual ya en curso desde hace siglos, hacer verdadero o falso, el día de mañana, el mito sicoanalista.
Notas
(1) G. LE BON, La psychologie des foules, París, 1909, p. 13.
(2) S. FREUD, Ich und Es, Viena, 1923.
(3) L' Ich-Ideal, o "ideal del yo", en su pretensión de suficiencia recoge todas las exigencias del ambiente que el yo no puede satisfacer: de esta manera el yo, no contento de sí mismo, puede encontrar en el "ideal del yo" diferenciando de él la satisfacción que no sabe encontrar en sí mismo. El sentimiento de culpa no sería más que una expresión de la tensión entre el yo y el "ideal del yo".
(4) Un punto principal del sicoanálisis freudiano es la llamada "per. versión infantil polimorfa": tesis que, si acaso fuera justa, lograría hasta simpatía como reactivo a la actitud fastidiosa y burguesa del culto al niño, al ver en cada infante un "angelito". Para Freud, el niño deja entrever, aunque sea en una forma inconsciente y embrional, distintas variantes de la libido, que lo hacen aparecer unilateral, en su comparación con todo adulto pervertido. Y eso pertenecería a la herencia del "inconsciente" que cada uno lleva en sí y que en las llamadas "regresiones" sería susceptibles de reactivarse.
(5) En el sueño, según el freudismo, no hay nada o casi nada que sea casual. En las imágenes y en las acciones del sueño se manifiestan o satisfacen los impulsos reprimidos durante la vida despierta. La insignificancia o la incoherencia de estas imágenes o acciones son disfraces para eludir la "censura" y facilitar el contrabando. En otros casos sucede que es sueño o parte del mismo ni siquiera sea recordado; es decir, se inhibe la memoria. Son procesos que, según el sicoanálisis, se repiten en grado diverso, en la vida diurna del alma y después culminan en las experiencias de los neuróticos.
(6) S. LAZERSFELD, Wie die frau den Man erlebt, Vieiia, 1929.
(7) Por ejemplo, las formas de ternura para el freudismo no son más que trasposiciones o disoluciones de impulsos que, en el momento de una crisis, "retroceden" y toman la forma de instintos incestuosos, homosexuales, narcisismo-homicida y así por el estilo.
(8) S. FREUD, Masionpsychologie und leh, Leipzig-Viena-Zürich, 1921, pp. 43-44.
(9) Sobre el pansexualismo sin los velos de los ambientes piscoanalistas, un discípulo de Freud, Silberer, como lema de un libro dedicado a la interpretación sicoanalista de los símbolos y de los mitos ha puesto una genial variante de las primeras palabras del Evangelio de San Juan: no "en el principio existía el Verbo" sino "Im anfang war penis und vulva", es decir, "en el Principio existían los órganos genitales del macho y de la hembra”.
(10) Acerca de todo esto, cfr., nuestro libro intitulado Metafisica del Sesso.
(11) Cfr. por ejemplo, Bhagavad-Gita, III, 39-40: "El conocimiento confuso nace de aquello que, bajo de deseo, es un fuego insaciable ... reside en los sentidos, en la inteligencia y en la razón y, por medio de estas confusión el conocimiento altera al esoíritu".
(12) S. FREUD, jenseits des Lustprinzips, Viena, 1920.
(13) Y del mismo modo, ya sea la tendencia sádica o la masoquista se manifiestan como elementos congénitos de la misma libido sexual, no son "derivados", sino que forman parte de su misma esencia. Tienen un carácter de desviaciones sólo cuando se absolutizan condicionando todo el proceso erótico.
(14) Cfr. nuestro libro ya citado Metafisica del Sesso.
(15) C. G. JUNG, L'Inconscient dans le vie psychique normale et
anormale, París, 1928, p. 43.
(16) Cfr. JUNG, Introd. a Das Geheimnis der goldenen Blüte, München, 1929, pp. 35-60. Para una crítica más profunda y exhaustiva sobre los escritos de jung cfr. el ensayo contenido en la obra colectiva Introduzione alla Magia (3a. ed., Edizioni Meditarranec, Roma, 1971, v. III, . 383 ss.)
(17) Hasta dónde se llega con la teoría de la "censura" que inhibiría la conciencia y la memiria, se puede ver en este ejemplo. Un psicoanalista puede preguntarles con toda seriedad si no han experimentado nunca sentimientos incestuosos u homosexuales, ni siquiera en imágenes del sueño. Si responde que no, puede suceder que se les juzgue como un "caso grave”: si nada semejase a ello ha venido a aflorar a su conciencia, quiere decir que aquellos impulsos so- tan fuertes que imponen medidas radicales de censura, de tal manera que nada llega a la conciencia. Hay que pensar hasta dónde puede ser llevado por este camino quien sea fácilmente propenso a sugestionarse.
(18) Un sicoanalista americano, Smith-Jelliffe, ha llegado hasta proponer, por medio del método de "transferencia afectiva" una situación en tres puntos: el sicoanalista debería tener a una muchacha psicoanalista como ayudante, de manera que el sicoanalizado tuviera a su disposición a uno y a otro sexo para contar con el objeto sobre el cual por trasposición pudiera "descargar" sus complejos. El sicoanalista hombre entraría en la contienda si se tratara de impulsos homosexuales y la mujer si se tratara de encontrar un sustituto de la hermana o de la madre deseadas incestuosamente. Los honorarias por el tratamiento sicoanalítico cara s-empre son muy elevados. Pero es necesario reconocer que en este caso al menos se ofrece a los complejos un servicio propio con todo confort.
(19) He aquí de qué se trata: Al sujeto puesto en estado hipnótico se le ordena cumplir como si estuviera despierto, un cierto acto; él lo hace y encuentra casi siempre razones para persuadirse de lo que ha hecho con libre voluntad.
(20) En la terminología freudiana esto es el "preconsciente", distinto del "inconsciente".
(21) En el campo "experimental" se podrían, por lo demás, recordar interesantes resultados de investigación como aquellos de 0. KOHNSTAMM (Medizinische u. philosophische Ergebnisse aus der Methode der hypnotischen Selbstbesinnung, München, 1918, cit. por R. ROSEL).
En medio de la hipnosis han sido constatados tres estados del subconsciente: el "subconsciente que ordena" (cuya idea podría volver a tomar la misma "lógica del subsuelo"), el "subconsciente que experimenta" (el emotivo, el cual puede extenderse a la zona "inferior") y finalmente "el subconsciente profundo". Los sujetos sienten a este último, "en el fondo, como si de ninguna manera perteneciera a su persona", como "impersonal" y "superpersonal". Se reconoce que si, por defecto de otro término, se le quiere llamar un "yo", eso es, pero absolutamente diferente del "yo" de la conciencia despierta ordinaria. Mientras los otros dos inconscientes pueden ser influidos por efectos y complejos, el "subconsciente profundo" es absolutamente objeto y verídico". En estados especiales de la hipnosis, no se manifiesta exteriormente es decir, se convierte en consciente. Estos son ya significativos ofuscamientos del "descenso metafísico del profundo".
(22) La llamada filosofía crítica idealista occidental ha llegado a través de la teoría del conocimiento a la idea de que la experiencia del mundo externo se apoya esencialmente sobre formas ("categorías") y funciones que residen en el yo. Es mérito de E. von Hartmann haber mostrado en modo apremiante que una idea como ésta no puede sostenerse en caso de que no se conciba que el lugar de tales formas y funciones es el inconsciente. La enseñanza tradicional, especialmente en su fórmula hindú, es análoga: se reconoce un inconsciente, como el "órgano interno" que determina la experiencia del mundo.
(23) Los sicoanalistas admiten que el conocimiento del mundo del es, además de las variadas formas de neurosis, puede tener como consecuencia la alienación mental, el suicidio, la lenta preparación de causas que, aun a través de accidentes en apariencia fortuitos, conducirán a la muerte. A esto se agregan las variedades de las mencionadas relaciones morbosas entre sujetos y sicoanalistas, particularmente cuando los sujetos son mujeres.
(24)Sin embargo, Jung no es hebreo, pero sus puntos de vista, no por ser más sutiles y espiritualistas, dejan de ser tan peligrosas como los otros; mientras que en el campo de la sicoterapia encontramos que una de las mejores críticas del psicoanálisis con el esquema de un método que tiene en vista, por el contrario, los valores de la personalidad, pertenece a un hebreo (V. Franckl. Aerzliche Seelsorge, Viena, 1946).