El Mágico Grupo de Ur y la Espiritualidad Romana
Biblioteca Julius Evola.- El texto que reproducimos a continuación ha sido tomado de la web del Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires y es el texto de la conferencia dada por su presidente, el profesor Macos Ghio, con ocasión de la presentacion del tomo VI de "Introducción a la Magia en tanto que ciciencia del Espíritu", publicada por las Ediciones Herakles. El profesor Ghio centra su intervención en el papel de la espiritualidad romana en la obra de Evola, a la que consagró distintas obras y ensayos.
EL MÁGICO GRUPO DE UR Y LA ESPIRITUALIDAD ROMANA
(Conferencia dada el pasado 18-5-00 En Buenos Aires en ocasión de presentarse la obra La Magia como ciencia del Espíritu Tomo VI)
por Marcos Ghio
Hoy presentamos el tomo VI de la obra La Magia como ciencia del espíritu del Grupo Ur, representando el penúltimo en editarse de tal colección que contará con un total de siete volúmenes. Recordemos al respecto que cada vez que se publicaba un tomo de dicha colección hemos efectuado la correspondiente presentación, por lo que, amén de que siempre veamos un público renovado en estas reuniones y en aras de no ser reiterativos con nuestros conceptos, en cada una de ellas hemos tratado de formular la temática del Grupo de Ur desde una perspectiva diferente, en especial ahora en que, tras haber sido leída la casi totalidad de los tomos de la obra iniciática, ciertas cosas que se dirán adquieren un sentido muy especial y diferente, para ese pequeño grupo de entusiastas lectores de tal obra fundamental.
En esta exposición nosotros, tal como se verá, indicaremos en manera ordenada los nombres reales de quienes han escrito con seudónimo y a qué escuela o corrientes del pensamiento los mismos pertenecían.
Pero el tema que nos interesa tratar es el relativo a una ubicación espacio-temporal del Grupo de Ur. Resaltemos en primer término que el mismo tiene una sede geográfica precisa cual es la ciudad de Roma. Dicha situación no significa en manera alguna un acontecimiento azaroso. Y digamos de paso que para el pensamiento iniciático el azar es una cosa inexistente, el mismo representa tan sólo una impotencia ante la incapacidad de hallar una explicación superior de un hecho o de un conjunto de hechos.
Ubiquémonos ahora en la ciudad de Roma en una etapa que resulta crucial y que Renato Del Ponte ubica entre fines del siglo XIX y el primer ventenio del XX, fecha en la cual se escribe esta obra y que es cuando aparece en escena el Grupo de Ur. Algo nuevo e inédito se respiraba en ambiente de ese entonces. Nos dice en su muy singular conferencia el Movimiento Tradicionalista Romano (Ed. Sear, 1986) que algo inusual y diferente flotaba por el aire. Una serie de hechos esperados por algunos con suma expectativa comenzaban a perfilarse a ritmo vertiginoso. Históricamente había sucedido un acontecimiento trascendente para la ciudad de Roma. Luego de un dominio casi bimilenario por parte de la Iglesia sobre la misma, dominio como bien sabemos basado en una fraudulenta y pretendida donación de parte del Emperador Constantino, la misma había sido liberada de dicho dominio en 1870. Es cierto que en ese entonces quienes aparecían a la cabeza de tal liberación eran fuerzas pertenecientes a la masonería, al socialismo, al carbonarismo, etc., es decir a todo ese vasto espectro moderno y subversivo que podría calificarse a secas con el nombre de laicismo. Pero también existía entre bastidores un movimiento que se remontaba a un pasado espiritual más remoto, que el representado por la misma Iglesia el cual, luego de un largo silencio, había podido reaflorar tan sólo durante un prolífico período espiritual conocido como el Renacimiento el que había traído la secuela de un resurgir del antiguo espíritu romano en figuras como Pico de la Mirándola, Marsilio Ficino, Gemisto Pletón y finalmente en mártires y perseguidos como Bruno y Campanella. Luego, tras el fracaso de tal movimiento, tendremos un prolongado silencio de cuatrocientos años. Pero habrá que esperar hasta 1870 cuando, en la epopeya perteneciente al movimiento por la unidad de Italia, es destruido el Estado Pontificio y de allí el gobierno más que milenario del Papa sobre Roma. Y fue también cómo en tal fragor, entreverado entre este movimiento independentista, con todas las limitaciones propias de su laicismo, masonismo y socialismo, que aparece entre bastidores una corriente esotérica, oculta, una corriente que recreaba el antiguo espíritu romano, pero no meramente como una reivindicación patriótica, sino como una restauración de una realidad histórica y espiritual, permanecida escondida y en estado de latencia. Eran aquellos capaces de ver en dicho territorio, en la Roma eterna y en la región del Lacio, no meramente a la capital de una nación, Italia, no sus bellezas paisajísticas, ni su riqueza, ni el ámbito recreador de un sentimiento de pertenencia, sino lo que tradicionalmente fue concebido como una tierra sacra y misteriosa, el Saturnia Tellus (la tierra de Saturno) y Roma como un espacio sagrado, un centro magnético en el cual habían tenido resonancia, quizás por última vez en la historia en forma plena, ciertos principios universales de la tradición primordial. Y esta intuición metafísica efectuada por este grupo de personas emergentes tras un silencio secular, recibirá un testimonio nítido y contundente, casi como un preanuncio que oficiaba como una confirmación del nuevo clima que debía renacer cuando en 1899, es decir en el último año del siglo XIX debajo del Foro de Roma se descubriera la Lapis Niger que testimonia tajantemente la existencia de la monarquía romana de reyes sagrados que eran más que simples hombres y por lo tanto la irrebatible exactitud de los Annales Maximi de los pontífices hasta Tito Livio imperturbables testimonios de la tradición sacra de la Roma transmitida hasta el Imperio.
Debía ser justamente un poeta (Giovanni Pascoli) quien, en rigurosos hexámetros, testimoniara tal nuevo estado de situación.
El arado está quieto: y el toro, de arar sacio,
eleva el humeante hocico hacia la enramada
del olmo; la vaca muge, cansada
y se oye un eco en el frondoso Palacio.
Una mano posada sobre el yugo, otra sobre el anca
del toro, el arador mira el espacio:
debajo de él, verde acuoso, el Lacio;
Y allá sobre el monte, una larga brecha blanca.
Es Alba. Y pasa el Álbula impávido
haciendo que se escuche un ruido que estremece
en el Argileto el arce sonoro.
Por sobre el Tarpeyo un bosque al sol grávido,
como incendio refulge. Desciende en vastas creces
el águila negra en polvareda de oro.
Es también en los albores del siglo XX que dentro de esta nueva mística que se constituye en Roma la Hermandad de Myriam, fundada por Giuliano Kremmerz (es decir el príncipe Ciro Formisano di Portici) en su seno se desarrolla un impulso al espíritu romano por el que uno de sus precursores en un artículo dedicado al dios Pan cierra su artículo con estas palabras.
"…Ante esta era anónima de masas y de democracias puedo decir tan sólo que yo no soy sino pagano y en tanto admirador del paganismo divido al mundo en vulgo y sabios… vulgo, al cual mis antepasados simbolizaban en la figura del perro y lo pintaban encadenado en el vestíbulo del Domus familiae con la conocida frase: Cave canem (Cuidado con el perro); perro porque ladra, muerde, desgarra".
En esos años (1905) inicia su labor de publicista Arturo Reghini quien juntamente a la tradición romana intentará fallidamente revitalizar también la masonería, en su origen tradicional iniciático previo al desvío iluminista. Reghini será fundamental en su intento de recrear el pitagorismo. En el sur de Italia fundará la Asociación Pitagórica. Justamente frente al espíritu moderno masificador, sea laico o cristiano, sea burgués o güelfo, sus frases son también tajantes.
"En nosotros el sentido de la romanidad se funde con el aristocrático e inciático". "Roma se manifiesta también históricamente como la ciudad eterna, se manifiesta como una de estas regiones magnéticas de la tierra". En un célebre artículo aparecido en 1914 de título Imperialismo pagano, más tarde retomado por Evola, se lanzaba en contra del parlamentarismo y el sufragio universal que favorecía por igual a católicos y a socialistas. Ello debía ser contrastado por la unidad e inmutabilidad de la tradición pagana, vinculada en su visión del pitagorismo y que debería ser transmitida a través de las figuras de algunos iniciados.
Mientras se cultivaba tal clima de resurrección de la antigua romanidad un hecho verdaderamente inusual acontecía en la noche del solsticio de invierno de 1913. Este hecho realmente inédito es relatado detalladamente por su importancia al final del tomo VII de la Magia a editarse en julio u agosto de este año.
Debido a su importancia sin igual, justamente en estos días en que se acaba de develar una paródica "profecía", por la cual resulta que nada menos que la Virgen María se habría tomado cuidados especiales por la salud de un conocido apóstata, tanto como para manifestarse alarmada por un atentado fallido que habría de acontecer más de setenta años más tarde en su contra y del cual saliera ileso. Relataremos en cambio de este verdadera profecía los aspectos más singulares en tanto la misma aconteciera en una arcaica tumba en donde habían estado guardados no tan sólo unos féretros milenarios, sino un espíritu listo y a la espera de una resurrección en esta época especial en la misma ciudad de Roma de la cual estamos ahora hablando:
Sobre el final de 1913 comenzaron a manifestarse señales de que algo nuevo reclamaba a las fuerzas de la tradición itálica. Estas señales nos fueron manifestadas de manera directa.
En nuestro "estudio", sin que nunca nos lo pudiésemos explicar por cuáles caminos hubiese arribado a nosotros, recibimos en aquella época una pequeña esquela. Había allí trazada de manera esquemática, una calle, una dirección, un lugar. Una calle que se hallaba más allá de la Roma moderna; un lugar en donde, en el nombre y en los silenciosos vestigios augustos, subsiste la presencia de la Urbe antigua.
Indicaciones sucesivas, obtenidas por medio de quien en ese entonces actuaba para nosotros como intermediario entre lo que tiene cuerpo y lo que no tiene cuerpo, confirmaron el lugar, precisaron una empresa y una fecha, confirmaron una persona.
Fue en el período sagrado a la fuerza que realza al sol en el curso anual, luego de que ha tocado la mágica casa de Aries: en el período del Natalis Solis invicti, y en una noche de tiempo amenazante y de lluvia. El itinerario fue recorrido. El lugar fue encontrado.
Que la inusitada salida nocturna de quien actuó no fuese en manera alguna relevada; que el que condujo, no se acordara luego de nada, que ningún encuentro aconteciera y, luego, que la verja del arcaico sepulcro estuviese abierta, y el custodio ausente – todo esto, naturalmente, lo quiso la "casualidad". Tras picar un poco se nos reveló una cavidad en la pared. En la misma había un objeto oblongo.
Transcurrieron largas horas hasta que pudimos deshacer un envoltorio externo, parecido a un betún endurecido durante siglos, que finalmente nos permitió ver lo que el mismo protegía: una venda y un cetro. Sobre la venda estaban trazados los signos de un rito.
Y el rito fue celebrado por meses y meses, cada noche sin cesar. Y nosotros sentimos maravillados que acudían fuerzas de guerra y de victoria; y vimos centellear en su luz las figuras vetustas y augustas de los "Héroes" de la raza romana; y un "signo que no puede fallar" fue sello para el puente de sólida piedra que hombres desconocidos construían para ellos en el silencio profundo de la noche, día tras día.
La guerra terrible que estalló en 1914, inesperada para cualquier otro, nosotros la presentimos. El resultado de la misma lo conocíamos. Una y otra cosa fueron vistas allí donde las cosas son, antes de ser reales. Y vimos la acción de potencia que una fuerza oculta quiso desde el misterio de un sepulcro romano; y poseímos y poseemos el breve símbolo regio que les abrió herméticamente las vías del mundo de los hombres.
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1917. Diferentes acontecimientos. Y luego el derrumbe. Caporetto.
Un alba. Sobre el cielo tersísimo de Roma, sobre el sagrado monte del Capitolio, la visión del Águila; y luego, conducidos por su vuelo triunfal, dos figuras resplandecientes de guerreros; los Dióscuros.
Un sentido de grandeza, de resurrección, de luz.
En plena desazón por las luctuosas noticias de la gran guerra, esta aparición nos habló con la palabra esperada: un anuncio triunfal estaba marcado en los itálicos faustos.
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Más tarde. 1919. Fue "casualidad" que, de parte de las mismas fuerzas, a través de las mismas personas, se comunicase a quien debía asumir el Gobierno –entonces director de un diario de Milán– el anuncio: "Vosotros seréis Cónsul de Italia". Fue por igual "casualidad" que se le transmitiese a él la fórmula ritual de augurio – la misma que es llevada por la llave pontificia: "Quod bonum faustumque sit".
Más tarde. Luego la Marcha sobre Roma. Hecho insignificante, ocasión aun más insignificante: entre las personas que rinden homenaje al Jefe de Gobierno, una, vestida de rojo, avanza hacia él, y le entrega un Fascio. Las mismas fuerzas quisieron esto: y quisieron el número exacto de las varillas y el modo de su corte y el entrelazamiento ritual del moño rojo; y también quisieron –nuevamente la "casualidad"– que el hacha del Fascio fuera una arcaica hacha etrusca, a cuyas vías misteriosas por igual nos condujeron (1).
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Hoy se trabaja en un gran monumento, en cuyo nicho central será colocada la estatua de Roma arcaica. ¡Pueda este símbolo revivir en toda su potencia! ¡Su luz, resplandecer de nuevo!
En una calle cercana y centralísima, de la vieja urbe, a la cual en el tiempo de la Roma de los Césares le correspondía el lugar del culto isíaco (y restos de obeliscos egipcios fueron hallados allí), surge un extraño edificio pequeño. Del mismo interesa solo esto: como indeleble certeza de la resurgente fortuna romana, en la más recóndita parte de esta construcción se había insertado y hoy todavía está, un signo: un signo que al mismo tiempo es un símbolo hermético: el Fénix coronado que resurge de las llamas. "
Pero este esperanzador movimiento que había creído ver en el fascismo el resurgir de aquellas fuerzas ocultas y latentes de la Roma imperial encuentra su repentina frustración ante la inminente apertura clerical en vísperas del Concordato, es decir ante la inminencia de una alianza turbia y oscura con las mismas fuerzas de cuya matriz se originara la era burguesa y moderna. Nuevamente los dos elementos que componen y fundan la modernidad, la burguesía y la Iglesia, se encontraban preparadas y listas para absorber al fascismo. Arturo Reghini es el primero es vislumbrar tal desvío. Reacciona entonces con vigor:
"Mussolini nos acaba de decir que el monte del Capitolio es luego del Gólgota desde hace siglos lo más sagrado para los pueblos. De esta manera Mussolini, en vez de exaltar la romanidad, llega a menoscabarla y vilipendiarla. Nosotros rechazamos subordinar a una pequeña colina asiática el sagrado monte del Capitolio".
Más tarde en 1927, será Evola en persona quien retomará esta lucha hacia una apertura pagana iniciática y no güelfa por parte del fascismo a través de la edición de su penetrante e incisivo Imperialismo pagano, término tomado de Reghini.
Pertenecen a esta preclara obra del joven esoterista estas agudas intuiciones:
"Inglaterra y Norteamérica, temibles focos del peligro europeo, deben ser las primeras en ser extirpadas, pero no es necesario siquiera gastar demasiadas palabras para mostrar qué resultado tendría una aventura semejante en base a la actual situación de hecho. Debido a la mecanización de la guerra moderna, sus posibilidades se compenetran estrechamente con el poderío industrial y económico de las grandes naciones…" Es decir una guerra concebida tan sólo en función de una superioridad meramente tecnológica es entrar en el juego economicista, y materialista de nuestro enemigo moderno.
Era pues necesario que la guerra en contra de estas fuerzas fuera más una guerra espiritual cifrada en concepciones del mundo diferentes, pues no se puede combatir al enemigo estando rodeado por quienes en el fondo piensan como él. El fascismo tiene un cuerpo, dice Evola, pero aun "le falta un alma". Y ante la disyuntiva que se le presenta es bueno que tome lecciones de la historia, y que recuerde el final que tuvieron los emperadores que pactaron con el papado de Roma. Y es bueno que, ante la disyuntiva histórica que se le presenta, encuentre su fundamento en la Roma precristiana antes de que fuese demasiado tarde, de modo tal de "elegir el Águila y el fascio y no las dos llaves y la mitra como símbolo de su revolución".
Y agrega con fervor pagano: "Nuestro Dios sólo puede ser el aristocrático de los Romanos, el Dios de los patricios al que se le reza de pie con la frente alta y que se lleva en la cabeza de las legiones victoriosas – no el patrono de los miserables y de los afligidos que se implora de rodillas en el derrumbe y desazón de la propia alma".
Y agregaríamos hoy nosotros que el Dios al que veneramos no debe ser nunca el Dios de los pusilánimes que siempre "quieren la paz" y que se pasan la vida entera pidiendo perdón a todo el mundo, aun a aquellos que ni siquiera se han tomado el trabajo de solicitarlo, es decir, ni más ni menos que el dios esgrimido por el papa Wojtyla en la guerra de Malvinas.
Fue justamente ante los preanuncios de este giro güelfo y burgués del fascismo lo que llevara a las fuerzas de la tradición a un último e incisivo intento. Tal es pues la obra del Grupo de Ur. La misma consistía en reagrupar a todos los sectores tradicionales en un nucleamiento capaz de actuar desde los bastidores. Sentar las bases de la doctrina, la misma aparecida magistralmente en Imperialismo pagano. Pero acotemos enseguida ante los detractores que el paganismo que se sustenta aquí es lejano del antimetafísico propio de cierta apologética. Es un paganismo que más que anticristiano en antigüelfo, que abjura de las propensiones temporales de la Iglesia, surgidas en plena edad Media con el conflcito por las investiduras pero que aun puede aceptar el cristianismo en cuanto éste no abjure de la metafísica, del fondo trascendente común a las grandes tradiciones, y como un eco vivo en los dos últimos milenios de la Tradición Primordial. Es por ello que el Grupo de Ur puede incluir en su seno a cristianos como Guido De Giorgio y otros).
La meta era pues influenciar por vía sutil a las jerarquías del régimen. El mismo Evola pudo escribir: "podemos decir que una Gran Fuerza, hoy más que nunca, busca un punto de desemboque en el seno de aquella barbarie que es la denominada "civilización" contemporánea". Y más tarde en El camino del Cinabrio dirá que era objetivo del grupo "despertar una fuerza superior que sirviese de ayuda para el trabajo individual de cada uno, para hacer en modo tal que sobre aquella especie de cuerpo psíquico que se quería crear pudiese establecerse por evocación una verdadera influencia de lo alto de modo tal que no habría estado excluida la posibilidad de ejercer por detrás de los bastidores una acción incluso sobre las fuerzas predominantes en el ambiente de la época".
Dicho intento fracasó, no sabemos si por las desavenencias surgidas en el grupo, recordemos la ruptura entre Evola y el sector de Reghini, o porque los tiempos no estaban preparados para la restauración.
Sin embargo la importancia de la obra se alcanza a valorar por la doctrina y por los principios metafísicos formulados con una claridad meridiana como nunca en otra circunstancia lo fuera en una era oscura como la nuestra y es por lo tanto capaz de trascender el momento histórico particular en que fue escrita.
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