Evola y el judaísmo
La postura que adoptó Julius Evola ante el judaísmo quedó muy bien definida en unos escritos que fue redactando a lo largo de los años ´30 y ´40 de la pasada centuria y que han sido recogidos en una compilación que fue traducida y editada, en 2.002, en castellano bajo el título de “Escritos sobre judaísmo” por Ediciones Heracles. Dicha postura la podríamos resumir de la siguiente manera:
El judaísmo no es el causante del actual estado de decadencia en que se halla inmerso el hombre moderno, sino que tan sólo representa un factor de aceleración del proceso de disolución de los valores eternos. Un Freud y un Adler, judíos ambos, redujeron el actuar de la conciencia al influjo directo del inconsciente y de lo subconsciente, esto es, de las pasiones, de los instintos, de las pulsiones incontroladas, de los sentimientos cegadores,... Pero sus teorías disolventes nunca hubieran podido aparecer y triunfar en nuestro mundo si siglos antes un no judío como René Descartes no hubiera intentado reducir el campo de la conciencia a lo meramente racionalista, pretendiendo, así, barrarle la vía de lo Superior, de lo Trascendente. Igualmente, en el triunfo del Tercer y Cuarto Estado, es decir, del espíritu burgués y del proletario intervino el judaísmo de forma muy preponderante, pero estos nefastos triunfos jamás hubieran sobrevenido si antes no hubieran existido las monarquías absolutistas carentes de la componente sacra que al poder político siempre le había sido consustancial en el Mundo Tradicional; y en cuya desacralización no había intervenido el judaísmo. Así pues éste actúa como detonante de procesos que ya habían iniciado la senda de la corrosión de los valores Tradicionales.
Por un lado, el judío fiel a la Ley mosaica maquina contra otros pueblos bajo los dictados que le marca el considerarse como el pueblo elegido por Yahvé. Por otro lado, el judío que se ha desmarcado de su Ley se mueve guiado por un atávico sentimiento de venganza hacia el pueblo indoeuropeo por los supuestos padecimientos a que le ha sometido históricamente. Además, este último tipo de judío, al haberse desmarcado de su religión, tampoco aspira con entusiasmo a su ´tierra prometida´ de Israel para poner punto y final a su diáspora, sino que continúa incrustado en otros países, acelerando en ellos los procesos de decadencia de que hemos hablando. Al no constituir, el pueblo judío, una raza, sino una amalgama de ellas -askenazis de origen tártaro, sefardíes, camitas,...-, el judío descreído no posee un terruño físico al que añorar, pues su remoto origen geográfico es múltiple y variado e Israel tiene, por el contrario, connotaciones de patria de origen religioso. Y es por esta razón, repetimos, por la que se contenta con no poner fin a su diáspora.
Al parecer de algunos autores Tradicionalistas el problema de las disolutas ideas que el judío ha ido vertiendo en el seno del Mundo Moderno y del espíritu materialista, monetarista y especulador que ha ayudado de manera inestimable a extender entre otros pueblos, se podría resolver si se reencontrara con su Tradición Solar que, según su opinión, tuvo y se hizo patente en la etapa de los reyes y que se trasluce en episodios bíblicos como el de la revuelta, que sería prometeica y heroica, de Jacob contra el ángel enviado por Yahvé. Según Evola estas pinceladas de concepción del mundo y de la Trascendencia viriles y Solares no le son innatas al judaísmo sino que no fueron más que una muestra más de la costumbre del judaísmo de copiar modelos de otras culturas y pueblos.
Nada mejor que transcribir unas líneas redactadas, en otro lugar, por Evola para confirmar, y entender con más profundidad, cuanto hemos dejado dicho:
“Las civilizaciones “arianas” –pueden contarse entre ellas, la de la antigua Grecia, de la antigua Roma, de la India, del Irán, del grupo nórdico-tracio y danubiano- redespertaron por un cierto período a la raza solar bajo la forma heroica, realizando así un parcial retorno a la pureza originaria. Puede decirse de las mismas que el elemento semítico, pero luego sobre todo el judaico, representó la antítesis más precisa, por ser tal elemento una especie de condensador de los detritos raciales y espirituales de las diferentes fuerzas que chocaron en el arcaico mundo mediterráneo. Se ha ya mencionado que, desde el punto de vista de la misma investigación de primer grado (el que hace referencia a la raza física), Israel debe ser considerado menos como una “raza” que como un “pueblo” (“raza” tan solo en un sentido totalmente genérico), habiendo confluido en el mismo razas muy diferentes, incluso de origen nórdico, como parece haber sido el caso respecto a los Filisteos. Desde el punto de vista de la raza del espíritu las cosas se encuentran en manera análoga: mientras que, en su necesidad de “redención” de la carne y en sus aspectos “místicos-proféticos” en el Judío parece aflorar la raza dionisíaca, el grueso materialismo de otros aspectos de tal pueblo y el relieve dado a un vínculo puramente colectivista señala la raza telúrica, su sensualismo la afrodítica, y, en fin, el carácter rígidamente dualista de su religiosidad no se encuentra privado de relaciones con la misma raza lunar. También desde el punto de vista espiritual es necesario pues concebir a Israel como una realidad esencial compuesta; una “ley”, casi en la forma de una violencia, ha buscado mantener unidos a elementos muy heterogéneos y darles una cierta forma, cosa que, hasta cuando Israel se mantuvo sobre el plano de una civilización de tipo sacerdotal, pareció incluso lograrse. Pero en el momento en el cual el Judaísmo se materializó y, luego y más aun, cuando el Judío se desligó de su propia tradición y se “modernizó”, el fermento de descomposición y de caos, anteriormente retenido, tenía que volver a su estado libre y –ahora que la dispersión de Israel había introducido el elemento hebraico en casi todos los pueblos- tenía que actuar por contagio en sentido disgregativo en todo el mundo hasta convertirse en uno de los más preciosos y válidos instrumentos para el frente secreto de la subversión mundial. Separado de su Ley, que le sustituía a la patria y a la raza, el Judío representa la antiraza por excelencia, es una especie de peligroso paria étnico, cuyo internacionalismo es simplemente un reflejo de la naturaleza informe y disgregada de la materia prima de la cual aquel pueblo ha sido originariamente formado. Estas concepciones sin embargo hacen también comprender a aquel tipo medio de Judío, que mientras por un lado, para él y para los suyos, como tradicionalismo residual, observa en su estilo de vida un racismo práctico solidario, muchas veces incluso intransigente, en lo que se refiere a los otros deja en vez actuar las restantes tendencialidades, y ejerce aquella actividad deletérea que, por lo demás, se encuentra prescripta por la misma Ley hebraica e incluso indicada como obligatoria cuando haya que tratar con un no-judío, con el goim.” (1)
En “El mito de la sangre” (2) nos dice Evola que:
“Es irrebatible que en el campo de la cultura, de la literatura, del arte, de la misma ciencia las “contribuciones” hebraicas, de manera directa o indirecta, convergen siempre hacia este efecto: falsificar, ironizar, mostrar como ilusorio o injusto todo aquello que para los pueblos arios tuvo siempre un valor de ideal, haciendo pasar tendenciosamente hacia un primer plano todo aquello que de sensual, sucio, animal se esconde, o resiste, en la naturaleza humana. Ensuciar toda sacralizad, hacer oscilar todo apoyo y toda certidumbre, infundir un sentido de perturbación espiritual tal de propiciar el abandono hacia fuerzas más bajas, en esto se manifiesta la acción hebraica, acción por lo demás esencialmente instintiva, natural, procedente de la esencia, de la “raza interna”, así como al fuego le resulta propio el quemar y a un ácido la corrosión”.
De todos modos, en el mismo capítulo del que hemos extraído la anterior cita, nos acaba recordando Evola lo que ya señalamos en los primeros párrafos de este artículo: que “no se puede hacer de los Judíos las causas únicas y suficientes de toda subversión mundial”, pues “La acción judaica ha sido posible tan solo porque en la humanidad no-judía ya se habían determinado procesos de degeneración y de disgregación”.
(1) Corresponde al capítulo XII (“Las razas del espíritu en el mediterráneo arcaico y en el judaísmo”) de la Parte Tercera (“La raza del alma y del espíritu”) del libro “Sintesi della dottrina della raza”, escrito en 1.941, y traducido y editado al castellano por Ediciones Heracles, en 1ª edición en 1.996 y en 2ª ampliada en 2.005, bajo el título “La raza del espíritu”.
(2) También existe, por Ediciones Heracles, edición en castellano del año 2.006. Las citas extractadas corresponden al capítulo IX: “Racismo y antisemitismo”.
(c) Eduard Alcántara - Septentrionis Lux
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