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La cultura de Derecha, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

La cultura de Derecha, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Hoy suele hablarse en Italia de una "cultura de Derecha"; sin embargo resulta difícil sustraerse a la sensación de que en todo esto no se trata de otra cosa que de un ’fenómeno de coyuntura’. Debido al avance que ha tenido la Derecha en el campo político, evidentemente se trata de levantar una contraparte cultural a fin de integrarla. Sin embargo surgen aquí una serie de problemas.

En primer lugar habría que precisar qué es lo que se entiende por cultura. Nos podemos referir al campo creativo o bien al de las ideas y de las doctrinas. Ahora bien, el campo creativo (de la literatura, de las novelas, del teatro, etc.) es tal que no se soportan allí ni fórmulas ni recetas; aquí toda producción auténtica y válida depende esencialmente de la existencia de un clima adecuado. La inconsistencia de una creatividad elaborada sobre ciertas medidas u ordenada ha dado por resultado por ejemplo la nulidad de las producciones en el marco del denominado ’realismo marxista’ o ’socialista’.

Es en el segundo sector en el que se debería y podría precisar el contenido de una cultura de Derecha, para los distintos dominios. Pero aparte del apelativo coyuntural ’de Derecha’, en la esencia habría que referirse a orientaciones intelectuales y críticas preexistentes, y se trataría tan sólo de retomarlas y desarrollarlas ulteriormente. El ataque en contra del marxismo, en contra de su historiografía y de su metodología resultaría obvio, pero en una cierta medida puede definírselo como algo descontado. Son muy raros aquellos que todavía se atienen a los dogmas apolillados del marxismo: el cual, si hoy representa un peligro, no lo es tanto en el dominio cultural, sino más bien en el político-práctico, en donde, más que ser necesaria una polémica es necesaria una acción decidida.

En una cultura de Derecha no puede no existir una crítica de la ciencia y del cientificismo, respecto de lo cual son notorios los embates en contra del marxismo. La desmitificación de la ciencia es aquí una tarea fundamental y en una perspectiva más vasta sería necesario sopesar por un lado el aporte positivo de la ciencia en el campo material y por el otro la contraparte consistente en las devastaciones espirituales derivadas de la visión científica del mundo.

Un campo más importante de trabajo para una cultura de Derecha es el de la historiografía. Es un hecho irrebatible que la historiografía de nuestra patria ha sido escrita casi sin excepción en clave anti-tradicional, masónico-liberal y en gran medida ’progresista’. La así llamada ’historia patria’ y no tan sólo la más estereotipada, está caracterizada por poner de relieve y glorificar como ’nuestra’ historia todo lo que ha tenido un carácter prevalecientemente anti-tradicional: todo esto partiendo de la rebelión de las Comunas en contra de la autoridad imperial hasta aquellos aspectos del Resurgimiento que tuvieron una innegable relación con las ideas del 89’, hasta la intervención en la primera guerra mundial. Algo de tal tipo se podría decir no tan sólo en relación a la ’historia patria’, sino también respecto de toda la historia en general.

Respecto de esto último faltan lamentablemente antecedentes para desarrollar. Hay quien hace poco ha querido resaltar los nombres de Machiavelli y de Vico, respecto de los cuales, sinceramente no sabemos qué tendrán que ver en un contexto similar, al disponer entre otras cosas de los mismos un material sumamente diversificado y limitado. De Vico, cuanto más, se podrían recabar la interpretación de la historia en sentido regresivo, a través del alejamiento del nivel de aquellas que él denominaba las "estirpes heroicas", hacia una nueva barbarie. Esto sin embargo en Vico se refiere a su teoría de los ciclos, de los ’cursos y recursos’ de la historia: algo similar vale también para las teorías más actualizadas de Oswald Spengler con su Ocaso de Occidente.

De Machiavelli no sabemos en verdad qué es lo que se pueda recabar para una historiografía de Derecha. Ante algunos que, aparte de la historiografía, quieren poner a Machiavelli entre los pensadores de Derecha, nosotros queremos contraponer estas reservas precisas. No por nada Machiavelli ha dado su nombre al ’maquiavelismo’, y aun dejando a un lado el aspecto menos simpático del mismo, es decir el uso desperjuiciado de los medios para alcanzar un fin, debemos decir que no estamos de acuerdo para nada con definir como de Derecha la simple ’manera fuerte’, un poder que se afirma con dureza, en tanto tal poder sea sin forma y se encuentre privado de un crisma y de una superior legitimación: de otra forma existiría el peligro de tener que incluir en ello a no pocos regímenes actuales de más allá de la cortina (1).

Para una consideración de Derecha de la historia, aparte de ciertos esbozos presentes en Burke, en Tocqueville, en De Maistre, en Burckhardt, la única contribución válida reciente que nosotros conocemos es el libro La Guerra Oculta de L. Poncins y E. Malinski (2). El mismo es sumamente ilustrativo respecto de los procesos, muchas veces desarrollados por detrás de los bastidores de la historia conocida, que han llevado a la disgregación de la civilización tradicional europea. Lamentablemente la exposición se detiene tan sólo  con el advenimiento del bolchevismo. Queda por lo tanto, para llegar hasta nuestros días, un período sumamente vasto, denso como nunca de acontecimientos, en el cual el análisis debería ser continuado.

También la sociología ofrece al pensamiento de Derecha un importante campo de trabajo. En efecto, tal disciplina, cuando es desarrollada en clave abiertamente marxista, tiene siempre un componente pervertidor, de reducción de lo superior en lo inferior y las corrientes de la sociología norteamericana nos han dado un claro ejemplo de todo esto. En fin, también la antropología, en el sentido de teoría general del ser humano, debería valer como un objeto  importante. Por ejemplo  se debería estudiar aquí y rechazar la orientación, lamentablemente tan difundida y aceptada, que opera como premisa del psicoanálisis, en sus diferentes variedades, para señalar y rechazar la concepción mutilada y distorsionada  del hombre que constituye su fundamento principal.

Con esto creemos que algunas direcciones esenciales han sido precisadas.

 

(1) Se refiere aquí a los regímenes comunistas de la Cortina de Hierro que existían todavía en su tiempo. Hoy en día hay personas que, remitiéndose a Evola de manera maliciosa y tendenciosa al mismo tiempo,  además de haberle hecho decir (cosa que como vemos nunca hizo) que estimaba y concordaba con el pensamiento de Maquiavelo, hacen consecuentemente también la apologética del nuevo régimen capitalista-bolchevique de Putin, asumiendo incluso el nombre de nacional-comunistas. Lo repudiable en todo esto es que además se digan evolianos y lleguen a rendirle homenajes a J. Evola sin que les caiga la cara de la vergüenza.

(2) Esta obra ha sido traducida al castellano por Ediciones Heracles, Buenos Aires, 1999.


Roma, 29 de agosto de 1972.

(Publicado originariamente en http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Roma6.htm)

Ser de Derecha, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Ser de Derecha, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Derecha e Izquierda son designaciones que se refieren a una sociedad política en crisis. En los regímenes tradicionales las mismas eran inexistentes, por lo menos si eran tomadas en su significado actual; en los mismos podía haber una oposición, aunque no revolucionaria, esto es que pusiera en jaque al sistema, sino lealista y de algún modo funcional: así en Inglaterra se pudo hablar de una His Majesty’s most loyal, es decir de una "lealísima oposición a su Majestad". Las cosas han cambiado luego de la aparición de los movimientos subversivos en los tiempos más recientes, y se sabe que en su origen la Izquierda y la Derecha se definieron en base al lugar ocupado respectivamente en el parlamento por parte de los partidos opuestos.

De acuerdo a los planos, la Derecha asume significados diferentes. Existe una Derecha económica de base capitalista no privada de legitimación si la misma no prevarica y si su antítesis es el socialismo y el marxismo.

En cuanto a una Derecha política la misma en rigor adquiere su pleno significado si existe una monarquía en un Estado orgánico: tal como ha sucedido sobre todo en la Europa central, en parte también en la Inglaterra conservadora.

Pero se puede también prescindir de presupuestos institucionales y hablar de una Derecha en los términos de una orientación espiritual y de una concepción del mundo. Entonces ser de Derecha significa, además de estar en contra de la democracia y en contra de todas las mitologías ’socialistas’, defender los valores de la Tradición como valores espirituales, aristocráticos y guerreros (de manera derivada, también con referencia a una severa tradición militar, como, por ejemplo ha acontecido con el prusianismo). Significa además alimentar un cierto desprecio hacia el intelectualismo y respecto del fetichismo burgués del ’hombre culto’ (el exponente de una antigua familia piamontesa tuvo ocasión de decir en forma paradojal: "Yo divido a nuestro mundo en dos clases: la nobleza y los que tienen un diploma" y Ernst Jünger valorizó el antídoto constituido por un "sano analfabetismo").

Ser de Derecha significa también ser conservadores, aunque no en un sentido estático. El presupuesto obvio es que existe algo subsistente digno de ser conservado, lo cual sin embargo nos pone frente a un difícil problema en el momento en que uno se refiera a aquello que ha constituido el inmediato pasado de Italia luego de su unificación: la Italia del ochocientos no nos ha dejado por cierto una herencia de valores superiores a ser tutelados, aptos para servir como base. También elevándose más hacia atrás, en la historia italiana no se encuentran sino esporádicas posturas de derecha; ha faltado una fuerza unitaria formativa tal como existiera en otras naciones, desde hace tiempo convertida en firme y sólida por parte de antiguas tradiciones monárquicas de una elite aristocrática.

De cualquier modo, al afirmar que una Derecha no debe estar caracterizada por un conservadorismo estático quiere decirse que deben más bien existir ciertos valores o ciertas ideas-base operando como un firme terreno, pero que a los mismos deben dárseles diferentes expresiones, adecuadas al desarrollo de los tiempos, para no dejarse sobrepasar, para retomar, controlar e incorporar todo aquello que se va manifestando a medida que las situaciones varían. Éste es el único sentido en el cual un hombre de Derecha puede concebir el "progreso"; no se trata del simple movimiento hacia delante, como demasiadas veces se piensa sobre todo entre las izquierdas; de una "fuga hacia delante" ha podido hablar al respecto con razón Bernanos ("où fuyez-vous en avant, imbécils?"). El "progresismo" es una quimera extraña a toda posición de Derecha. También lo es porque en una consideración general del curso de la historia, con referencia a los valores espirituales, no a los materiales, a las conquistas técnicas, etc., el hombre de Derecha es llevado a reconocer un descenso, no un progreso y un verdadero ascenso. Los desarrollos de la sociedad actual no pueden sino confirmar esta convicción.

Las posturas de una Derecha son necesariamente anti-societarias, anti-plebeyas y aristocráticas; en modo tal que la contraparte de todo esto será la afirmación del ideal de un Estado bien estructurado, orgánico, jerárquico, regido por un principio de autoridad. A este último respecto se asoman sin embargo dificultades en orden a aquello de lo cual tal principio puede recabar su fundamento y su crisma. Es obvio que el mismo no puede venir desde lo bajo, del demos, en el cual, a pesar de lo que manifiesten los mazzinianos de ayer y de hoy, no se expresa para nada la vox Dei, sino más bien lo contrario exacto. Y deben excluirse también las soluciones dictatoriales y "bonapartistas", las cuales pueden valer tan sólo transitoriamente, en situaciones de emergencia y en términos contingentes y coyunturales.

Nuevamente nos vemos obligados a referirnos en vez a una continuidad dinástica, siempre y cuando, considerando un régimen monárquico, se tenga al menos en vista lo que ha sido denominado como el "constitucionalismo autoritario", es decir un poder no puramente representativo, sino también activo y regulador, sobre el plano de aquel "decisionismo" del cual ya hablaron De Maistre y Donoso Cortés, con referencia a decisiones que constituyen la extrema instancia, con todas las responsabilidades que se le vinculan y que son asumidas en persona, cuando nos encontramos ante la necesidad de una intervención directa porque el orden existente ha entrado en crisis o nuevas fuerzas urgen sobre la escena política.

Sin embargo repetimos que el rechazo en estos términos de un "conservadorismo estático" no se refiere al plano de los principios. Para el hombre de Derecha son los principios lo que siempre constituye la base de su acción, la tierra firme ante la mutación y la contingencia, y aquí la "contra-revolución" debe valer como una consigna muy precisa. Si se quiere, nos podemos referir en vez a la fórmula, tan sólo en apariencias paradojal, de una "revolución conservadora". La misma concierne a todas las iniciativas que se imponen para la remoción de situaciones negativas fácticas, necesarias para una restauración, para una asunción adecuada de aquello que posee un valor intrínseco y que no puede ser objeto de discusión. En efecto, en condiciones de crisis y de subversión, puede decirse que nada tiene un carácter tan revolucionario como la sustentación de tales valores. Un antiguo dicho es usu vetera novant, es decir las antiguas costumbres renuevan, y ello pone en evidencia el mismo contexto: la renovación que puede realizar la asunción de lo "antiguo", es decir de la herencia inmutable y tradicional.

Con esto creemos que las posiciones propias del hombre de la Derecha quedan esclarecidas en forma suficiente.

(Publicado originariamente en http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Roma7.htm)

 

Aceptar y entender, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Aceptar y entender, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Un interesante campo, para quien observe con la debida distancia a la civilización contemporánea, se refiere a la manera como resulta ‘fabricada’ la así llamada opinión pública, esta presunta soberana del mundo de las democracias, así como también el misterio que se esconde detrás del éxito de ésta o de aquella teoría, a través del eco que suscita una u otra de las consignas hoy en boga. Ya al usar en el primer caso el término ‘fabricar’, hemos querido significar que tales procesos en gran parte no son ‘espontáneos’ o determinados por factores contingentes. En especial en lo referente a los ejemplos más importantes podemos decir que los mismos son provocados o dirigidos por medio de oportunas sugestiones o por acciones efectuadas, por así decirlo, por detrás de los bastidores.

Pero además de este dominio que tiene relación sobre todo con el mundo de la política y de las ideas o de las ideologías predominantes, entra aquí en cuestión, para el mencionado estudio, un dominio menor, referido al arte, a la cultura y a la literatura. También aquí quien es capaz de una mirada distanciada no puede no ser impactado por el papel que cumplen los factores irracionales y las corrientes en gran medida fabricadas por la moda, por el gusto y el interés. Es en los tiempos modernos que, por efecto de todo aquello que ha sido considerado como la apertura y difusión de la cultura, este fenómeno ha tenido un carácter esencial, lo cual por lo demás es natural: es una consecuencia por un lado del incremento de los órganos de información y de difusión en manos de camarillas de críticos y de intelectuales, por la otra, justamente por el acrecentamiento democrático del público, mucho más allá de los restringidos círculos más calificados de aquellos que anteriormente disfrutaban verdaderamente de los bienes de la cultura y del arte.

Para considerar el estado actual de las cosas en el uno y el otro de los dos dominios mencionados, no se pude no sonreír por las extravagancias de aquellos para los cuales la humanidad moderna sería aquella que por fin habría arribado intelectualmente a la mayoría de edad y a la capacidad de juzgar por sí misma. La verdad es en cambio que raramente un grado semejante de pasividad, de labilidad y de influenciabilidad  se ha jamás registrado en nuestra historia. Comenzando por un fenómeno muy típico de nuestros días cual es el increíble dominio que tiene la publicidad y la existencia en función de la misma de una verdadera y propia ciencia de base psicoanalítica (la MR = motivational research) usada en Norteamérica para influir sobre la parte inconsciente, afectiva e irracional del público y de las masas. Usada primeramente para la venta de productos, se ha podido notar que estas mismas técnicas se han ido utilizando también para el ‘lanzamiento’ de una novela o de un actor y en una campaña presidencial, sin rasgos muy distintos de lo que podría emplearse para promocionar un dentífrico o un electrodoméstico. Que este fenómeno y estas técnicas, que tienen como presupuesto para su éxito una pasividad que arriba incluso a la credulidad y sugestión infantil, sean típicos de la ‘civilización-guía’ que se encuentra a la cabeza del ‘progreso democrático’, es decir de América US, es todo esto también algo natural y significativo.

Pero deteniéndonos un instante en el campo del arte, en especial en sus variedades modernas, vemos aquí una contraparte irracional de su éxito y fama, aun en el caso de obras y de corrientes notabilísimas que tienen una aceptación indiscutida.

Un ejemplo entre los tantos. Hace muy poco tuvo lugar un concierto de música exclusivamente atonal y dodecafónica en un gran teatro a precios altísimos y con un agotamiento total de localidades. No cuestionamos aquí el significado de tal música: la misma lo pudo tener en sus orígenes, como señal de un determinado clima espiritual, y puede conservarlo aun para un muy restringido público especializado. Lo cierto es que entre todos los que presenciaban tal concierto con seguridad ni un 10% de los presentes estaba en condiciones de vivir tal música, salvo que como un fastidioso conjunto de ruidos. El 90% restante habría tenido que admitirlo, si hubiese sido sincero consigo mismo, en vez de dar a entender que le gustaba y que la entendía para demostrar encontrarse à la page.

NI qué decir de ciertas novelas. Es increíble todo lo que se traduce en italiano, sobre todo del anglosajón. La producción es aluvional en el seno de grandes editoriales como Mondadori, Rizzoli o Bompiani. Aquí la falta de discriminación resulta impresionante. Pero ello significa que si libros de tal tipo son traducidos e impresos, los mismos son leídos. Por lo cual hay que preguntarse nuevamente qué es lo que impulsa al lector corriente a comprarlos, en todos los numerosísimos casos en los cuales no son ni siquiera algo artístico, ni tampoco se trata de temas excitantes o morbosos, sino simplemente estúpidos, banales, aburridos, ligados a pequeños ambientes y a mediocres figuras de más allá del océano, que el italiano debería considerar como ajenos a él y privados de cualquier interés.

Personalmente iremos más lejos todavía. Por ejemplo no tenemos dificultad en confesar que no logramos terminar nunca la lectura del famoso Ulises de Joyce (como tampoco lo pudimos hacer con la Montaña encantada de T. Mann) y que hemos decididamente cerrado los libros de Faulkner cuando se ha sentido autorizado a dejar a un lado cualquier forma sensata de expresión en la narrativa, de escribir frases sin signos de puntuación que se desarrollan por páginas enteras, y así sucesivamente. Un público consciente y activo, con un preciso rechazo, habría hecho perderle las ganas a una praxis semejante.

La función más deletérea en todo esto la tiene la “crítica”, verdadero flagelo del mundo cultural actual. Es ella la que marca lo bueno y lo malo a través de la ‘gran prensa’, rodeada por mentes pequeñas y por un público bovino. Aquí alguien ha hecho recordar oportunamente la historia de Til Eulenspiegel, cuando fue contratado como pintor por la corte de un rey. Él presentó telas en blanco diciendo que, en razón de un sortilegio, solamente aquellos que no habían tenido un nacimiento honesto no habrían visto nada. La consecuencia fue que todos se entregaron a admirar y a comentar aquellas telas en blanco. Es así como las cosas hoy se encuentran en la mayoría de los casos. Y si alguien protesta en nombre de la verdad y de la inteligencia, enseguida se lo acusará de ‘no entender’, casi como si ‘aceptar’ y ‘entender’ fuesen una misma cosa, casi como si no se pudiese rechazar una obra no ya porque no se la entiende, sino justamente porque como se la entiende uno se rebela a las cábalas de la ‘crítica’ y de todos aquellos que se le someten en buena o mala fe.

Dado que Picasso no era alguien carente de buen humor, seguramente podría ser verdadera esta pequeña anécdota. Picasso habría donado un cuadro suyo a una persona respecto de la cual se sentía en deuda. Pero luego de habérselo dado se percató de que no lo había firmado y entonces fue que dijo: “Espere un momento que lo firmo, pues de lo contrario no valdría nada, pues cualquiera lo podría haber hecho”.

Ayer las cosas se desarrollaban de manera muy distinta en este campo. Que aquello que antes era pertinencia de un arte de excepción, representado como tal y apreciado por pocos, y rechazado en cambio por los más, hoy se ha convertido en cambio en una moda, ello es una señal indubitable de un conformismo nuevo y peor del anterior, dado que en esto estaban por lo menos en juego algunos factores y valores tradicionales; y señala en cambio el poder de los procesos artificiales y de comercialización de ‘fabricación’ de las reputaciones, en el marco de una fundamental carencia de sinceridad y fatuidad.

Roma, 21 de octubre de 1973.

(traducido por Marcos Ghio, http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Roma5.htm)

Lar hordas de Gog y Magog, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Lar hordas de Gog y Magog, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

La esencia de todo esfuerzo civilizador y de todo Estado verdadero consiste en dar una forma superior a aquello que en la humanidad resulta informe, instintivo, sub-personal, salvaje, ligado al elemento masa, materia y número: por lo tanto consiste también en cerrarle los caminos a aquellas fuerzas que, libradas a sí mismas, producirían tan sólo destrucción y caos. Sin embargo, aun frenadas, estas fuerzas subsisten siempre, como una amenaza latente, por debajo de las diferentes instituciones informadas por un principio de jerarquía, de orden, de justicia, de espiritual autoridad. En las antiguas tradiciones a la función ordenadora de lo alto se le vinculó siempre el símbolo de un Soberano que, de acuerdo a los distintos pueblos, se manifiesta de maneras diferentes, pero que en su esencia reproduce siempre un único tipo o "arquetipo". El punto de partida puede, a tal respecto, estar dado por una determinada figura histórica. Pero en la imaginación popular tal figura en su significado de representante de la función mencionada no tarda en asumir aspectos míticos que, en una cierta medida, la separan de la historia y la universalizan. Esto ha acontecido por ejemplo, además que con algunos soberanos orientales, con Alejandro Magno, con Carlomagno, con Federico de Hohenstauffen. La India había ya esencializado tal idea en una concepción metafísica, la del Chakravarti, o "Rey del Mundo".

Un tema sugestivo que en un grupo de antiguas leyendas se asocia a estas concepciones se refiere a las denominadas hordas de Gog y de Magog. La denominación proviene del Antiguo Testamento. En el mismo las mismas nos son presentadas como hordas salvajes convocadas por Dios desde el fondo del Asia, hordas que luego de haber sembrado la destrucción en Israel, estaban destinadas a ser ellas mismas exterminadas. Pero la idea más profunda que se esconde en esta representación no se refiere tanto a invasores extranjeros bárbaros y destructores, cuanto justamente al sustrato oscuro, demónico, salvaje que, encerrado dentro de las formas de una superior civilización y de un gran Estado, está siempre listo para volver a brotar, a emerger destructivamente en cada momento de crisis.

Este significado es sumamente manifiesto en la redacciones bizantinas de la leyenda de Alejandro Magno. En éstas Alejandro les cierra las vías con una muralla de hierro a las hordas de Gog y de Magog. Y esta función la vemos atribuida por parte del Corán también a Dhu l-Qurnain, volviendo a presentarse luego dicha temática en las sagas relativas a una figura que en el Medioevo tuvo una gran popularidad, al rey-sacerdote Juan, el cual, si bien hubiese sido pensado como el soberano de un misterioso reino oriental, es en el fondo también una de las representaciones de la mencionada función del "Rey del Mundo". El Preste Juan es descrito como aquel que, entre otras cosas, tiene bajo su poder a las estirpes de Gog y de Magog. Sería fácil indicar las correspondencias que existen con otras tradiciones; así pues en la nórdica de los Edda se habla de los "seres elementales" -Elementarwesen- y del pueblo de los Rimthursi, enemigos de los hombres, cuya vía es cerrada por una muralla que ellos tratan constantemente de abatir.

Ahora bien, a las leyendas de las cuales hablamos se les asocia un tema apocalíptico. Un día la muralla cederá, las hordas de Gog y de Magog irrumpirán; un tal día en las formas cristianizadas de la saga es habitualmente identificado con la venida del Anticristo. Un detalle resulta interesante: la emergencia acontecerá en el momento en el cual las hordas de Gog y de Magog se darán cuenta de que las trompetas que hacían sonar antes  aquellos que custodiaban la muralla protectora todavía lo hacen pero  solamente porque es el viento el que sopla, en tanto que no hay más nadie que las haga resonar. Es éste un símbolo profundo: las masas se desencadenan cuando se darán cuenta de que, en realidad, los representantes del principio opuesto son una simple supervivencia, que no se encuentra más nada detrás de su voz: tan sólo el viento. Con su irrupción más allá de la muralla arribará también la hora de las decisiones últimas.

En efecto, un tema todavía toma forma en estas sagas: es el tema de la "última batalla". Se habla de un volver a manifestarse de aquel que ya había sido el representante de las fuerzas de lo alto, el refrenador de las fuerzas del caos: figura ésta muchas veces dada en los rasgos de un Rey o héroe que se creía muerto, pero que en cambio sólo "dormía" o se había retirado en una sede invisible. Es él quien hace frente a las hordas de Gog y de Magog, o a otras fuerzas que poseen un significado similar, y combate la "última batalla". Si son tomadas en su conjunto, las sagas de los "tiempos últimos" dejan como problemática la resolución final. La última batalla puede ser vencida, pero también perdida. El renacido "Federico" puede vencerla, haciendo reverdecer el Árbol del Imperio (el mismo del cual habla también Dante). Sin embargo la saga sabe también de un "Alejandro" o de un "emperador romano" que se despierta del Sueño, pero que luego de un breve reino debe finalmente restituir la corona al Señor, dejando que el hecho se cumpla. Y en la antigua saga nórdica el tema del "crepúsculo de los dioses", del ragna-rökkr, tan maltratado por Wagner, tiene un significado no muy diferente.

Todos estos temas legendarios encierran un significado profético profundo sumamente visible. Hoy las hordas de Gog y de Magog representan en última instancia a las masas sin rostro, al reino de la cantidad, a la humanidad colectivizada y materializada, al anti-Estado afirmado por el frente de la subversión mundial. La época moderna -la época del "progreso"- ha conocido su emergencia como una marea, su destrucción sistemática de todas aquellas instituciones basadas en un superior principio de soberanía, jerarquía y autoridad, su escalamiento de las estructuras de un Estado degradado, su tender al dominio de la tierra. Y la "última batalla" de la leyenda con su enigmático resultado es sumamente menos una ficción apocalíptica que una realidad de aquello que un futuro no muy lejano con seguridad nos reserva.

Roma, 22 de Febrero de 1956

(traducido por Marcos Ghio http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Roma5.htm)

Reyes que curan. Por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Reyes que curan. Por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Un fenómeno que en la historia occidental medieval y hasta en el mismo comienzo de la era moderna ha impactado en muchos estudiosos por su carácter de singularidad, pero que tiene también un significado particular, es el de los reyes taumaturgos.

Existen testimonios precisos de que los reyes de Francia y de Inglaterra tuvieron el poder de curar a través de la imposición de sus manos o bien permitiendo al enfermo que los tocara. En Francia tal poder se manifestó primeramente en Roberto el Piadoso, y sus sucesores, comprendido san Luis, lo heredaron. Al transmitirse, el mismo se especificó de virtud de curar o aliviar a todas las enfermedades indistintamente al de curar la escrofulosis, una enfermedad en ese entonces sumamente difundida.

En Inglaterra tal poder taumatúrgico se afirmó en ciertos casos en contra de la misma peste. La fórmula era: "Le Roi te touche, Dieu te guérit", es decir, si el Rey te toca, Dios te cura. Y si en las antiguas crónicas se conservan rastros de tal creencia, de que ya los reyes merovingios poseían una fuerza milagrosa que impregnaba casi materialmente sus mismas vestimentas, la Inglaterra medieval conoció los denominados cramps-rings, anillos consagrados por los reyes, a los cuales se les atribuía un poder de curar la epilepsia y ciertas enfermedades musculares incluso más allá de la frontera del propio país.

En cuál medida el poder curativo estuviese asociado a la idea de la verdadera dignidad regia, lo dice el hecho de que Venecia, durante la guerra de los Cien Años, invitó a Felipe de Valois a decidir el conflicto dinástico entre Francia e Inglaterra demostrando la propia legitimidad justamente por el hecho de poder curar enfermos, "tal como suelen hacerlo los verdaderos reyes".

Pierre de Blois pudo escribir: "Lo confieso: asistir al Rey es para el sacerdote cumplir con algo santo. Él es el Cristo del Señor y no es en vano que él ha recibido el sacramento de la unción, cuya eficacia, si es que alguno lo ignorara o lo pusiese en duda, se encuentra ampliamente demostrada por la curación de esta especial peste y de la escrofulosis". El fenómeno taumatúrgico fue así constante en modo tal que alguien lo pudo llamar "el único milagro perpetuo, hereditario, de la religión cristiana".

Del lado gibelino, en contra de la tesis gregoriana, se insistió en afirmar que los soberanos recababan este poder no de su eventual santidad, sino de su simple condición de reyes. Hasta los siglos XIV y XV el milagro regio fue ampliamente utilizado por los defensores del carácter sagrado de la realeza.

En efecto, tal como lo resalta M. Bloch, al cual se le debe un estudio profundizado y bien documentado sobre el tema, "el milagro regio se presenta sobre todo como la expresión de una cierta concepción del supremo poder político". Esta concepción relativa al carácter sagrado de la realeza corresponde, tal como es sabido, a una tradición universal: el mismo testimonio concreto, bajo la forma de un poder sanador de tal carácter se encuentra también afuera del mundo cristiano y en épocas anteriores al mismo cristianismo.

En el cristianismo el carácter sagrado de los reyes se vinculó con el rito de la unción, que ya en el judaísmo había valido como aquel en virtud del cual un ser era investido de sacralidad, como profeta o vidente. Por lo demás, en la Edad Media aquel rito tuvo el carácter de un verdadero sacramento, diferente tan sólo por algunos detalles al rito de ordenación de los obispos. Fue tan sólo en el siglo XIII que, al haberse definido la doctrina de los sacramentos, la unción regia fue excluida, por lo cual la consagración asumió un carácter formal y externo, casi como una simple ceremonia: no fue más una acción que, otorgando al rey una fuerza real proveniente de lo Alto, le confería una dignidad paralela a la del sacerdote o del obispo regularmente ordenados, tal como anteriormente había sido sin más reconocido. Antes, en la exégesis de figuras como Golein, a la unción regia le era atribuido un poder de regeneración espiritual igual al del bautismo. De acuerdo a un texto de la Iglesia oriental, la misma habría incluso borrado la mancha del homicidio, estableciendo, como en el sacerdote, un character indelebilis, una cualidad que no se puede borrar. Y en la lucha en contra de la Iglesia, entre los emperadores suabos se asomó la doctrina de la "sangre real" como una sangre sagrada en sí misma, independientemente de la persona y del derecho formal.

Es de tal orden de ideas que deriva la concepción de los reyes que curan. La misma subraya justamente el carácter de sacralidad de los reyes, carácter comprendido no como una simple palabra o como un oropel retórico de cortesano, sino como algo real, real incluso físicamente. Aun en 1575 D’Albon escribía: "Aquello que ha hecho de los reyes objeto de tanta veneración han sido principalmente las virtudes y potencias divinas descendidas sobre ellos solamente y no sobre los demás hombres".

Éstos son horizontes que hoy en día a la gran mayoría de las personas les resultarán extravagantes e incluso supersticiosos. Aquella virtud taumatúrgica será cuanto más puesta en la cuenta de la sugestión. Pero esto no es sino rehuir el problema, porque el hecho mismo de una sugestión que en ciertos casos, a diferencia de los otros, se demuestra eficaz, se lo tendría que explicar: es la misma cuestión que se presenta respecto de las curaciones que acontecen en Lourdes y en otros lados. De cualquier forma, tal como justamente afirma Bloch, aquí interesa el testimonio de una determinada idea del supremo poder político, idea que, ya universalmente reconocida en el mundo tradicional, se supo conservar durante un cierto tiempo en los mismos marcos del cristianismo. Por lo demás, si hoy todo italiano siente todavía, aunque sea confusamente y en modo instintivo, que entre la dignidad de un rey y la de un presidente de la república cualquiera, de un dictador o un tribuno de la plebe existe un abismo insuperable, en esto se conserva todavía un último reflejo de aquella concepción.

 

Roma, 16 de febrero de 1955.

 

(16 de febrero de 2009, los tiempos últimos, es decir a 54 años de la redacción de esta nota, nos muestran que esa capacidad aun instintiva que pudieran expresar las comunidades de percibir la sacralidad del Estado ha desaparecido totalmente. En los mismos el poder político ha definitivamente asumido un carácter material y anti-metafísico, en donde el gobernante es uno más ’de los nuestros’; habiendo sido su antecedente primero en el proceso de decadencia de nuestra cultura el momento en el cual se derogó el rito de la unción regia y la ceremonia de coronación pasó a tener un carácter meramente formal, del mismo modo de lo que sucede hoy en día con los restantes ritos religiosos, los cuales son cada vez más meras instancias recordatorias carentes de carácter real y efectivo de transformación. El Estado ha dejado de ser por lo tanto un ente formativo y soberano para transformarse en una mera expresión de la voluntad general encargada simplemente de plasmar la naturaleza física de los habitantes de una comunidad a los cuales no debe modificar, sino simplemente garantizarles una buena administración de los servicios públicos, lo cual por otro lado en muchos casos ni siquiera llega a suceder de manera pasable. Ésta es pues la democracia o era de la decadencia terminal a la que se ha llegado en preciso contraste con la edad áurea en donde los gobernantes eran seres seres sagrados casi de otra naturaleza... Basta tan sólo mirar alrededor para percibir la profunda diferencia en donde quienes gobiernan, en vez de curar, más bien enferman.  M.G.)

La Mujer trata de valer tanto como el hombre. Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

La Mujer trata de valer tanto como el hombre. Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Hace poco hemos escuchado casualmente en una transmisión radial a un conocido director de revistas que presentaba a nuevos poetas. Se trataba finalmente de presentar también a poetisas. El aludido entonces manifestó que el término "poetisa" ya se  encuentra superado. Así como se ha reconocido como conveniente denominar "embajador" y no "embajadora" a la Señora Luce, del mismo modo -nos dijo- yo llamo arquitecto y no arquitecta a una sobrina mía y no hablaré entonces de "poetisas", sino de poetas, poniendo a un lado así estas "sofisticaciones gramaticales".

El tema nos ha sorprendido y se nos ocurriría preguntarle si al verse a una joven del tipo de Sofía Loren en reducida malla de baño junto a un hombre en orden consigo mismo, reputara que toda diferencia de sexos se redujese a una soslayable sofisticación gramatical. Permaneceremos en vez en el campo de las denominaciones para señalar diferentes equívocos.

Es posible -y agregaríamos que deseable- que al llaamar a Luce ’embajador’ y no embajadora no se hayan tenido susceptibilidades feministas, sino que se haya tenido presente el hecho de que en el uso corriente de la lengua ’embajadora’ ha significado la esposa del embajador. Lo mismo vale por ejemplo para el término ’presidenta’. Pero todavía nadie ha pensado en llamar profesor a una profesora o doctor a una doctora. Es en las profesiones en las cuales la mujer ha podido hace poco acceder, que por una especie de complejo de inferioridad se tiende a masculinizar el título: por ejemplo se ha dado el caso de que algunas abogadas han encontrado desagradable no ser llamadas ’abogado’.

Sin embargo, para subrayar tan sólo la cualidad ’neutra’ de ciertas profesiones, sería necesario que nuestra lengua tuviese, del mismo modo que la alemana, un género neutro, además del masculino y femenino. Porque, si fuese en vez con intención que por ejemplo se dice en masculino ’abogado’ en vez que ’abogada’, es evidente que en el fondo se arriba a lo opuesto de la tesis feminista: es decir, se continúa considerando como masculina a la esencia de algunas ocupaciones, hayan sido o no accedidas por mujeres.

El denominado ’problema de la mujer’ es de vieja data, y hoy se considera falsamente superado. Para toda persona dotada de un justo discernimiento algunos puntos deben quedar claros. Todo ser humano se compone de dos partes, la una externa, cerebral, social, práctica; la otra profunda, esencial. La primera podemos definirla como su máscara, la otra como su rostro. La primera es en gran medida algo construido, adquirido. Ella se define con dotes y facultades en gran medida ’neutras’ y generales. La segunda, es la naturaleza propia de cada uno, su verdadera personalidad. En los individuos, sea una como otra parte puede estar en mayor o menor medida desarrollada. Pero ello no está sin relación con el tipo de civilización en la cual ellos viven.

Existen en efecto civilizaciones que dan preeminencia  a todo lo que es práctico, exterior, cerebral, adquirible, no cualitativo. En tales civilizaciones resulta fatal una hipertrofia del aspecto ’máscara’ (de la individualidad exterior) en detrimento del aspecto ’rostro’ (la verdadera personalidad); siempre menos son requeridas en éstas las cualidades condicionadas por el propio ser más profundo, de aquello que hace en modo tal que un determinado ser sea justamente aquel ser, y no otro; en suma, justamente lo relativo a la ’personalidad’. En tal marco también las diferencias entre los sexos se convierten en irrelevantes, secundarias. Ahora bien, la civilización moderna es justamente de este tipo, y por ser así las mujeres han invadido casi todos los campos. En efecto, debido a la primacía de lo práctico, de lo cerebral, de la estandarización y tecnificación de casi todas las ocupaciones modernas, no se ve más por qué éstas deban ser monopolio de los hombres. Considerando aquello que para esto se requiere, también las mujeres, con un poco de buena voluntad y de aplicación, pueden ponerse en un mismo plano. Es justamente aquello que están haciendo, en especial en los países en donde el verbo de la democracia absoluta reina de manera soberana.

Pero en cuanto al significado interno de estas ’conquistas’ femeninas, no hay que ilusionarse: representa un significado de renuncia. Ya en lo relativo al feminismo se ha dicho justamente  que el mismo no ha realmente combatido por los ’derechos de la mujer’, sino más bien, sin darse cuenta, por el derecho de la mujer de hacerse igual al hombre, es decir por el derecho de la mujer a desnaturalizarse, a traicionarse a sí misma. Resulta curioso cómo la mujer moderna no haya para nada entendido que al no soportar, al considerar casi como ofensivo el ser considerada como ’tan sólo mujer’, la misma ha demostrado un verdadero complejo de inferioridad, ella misma ha pronunciado inconscientemente un juicio negativo injusto sobre la feminidad: lo cual es lo opuesto a toda verdadera reivindicación relativa a aquello que ella es justamente como mujer y no como hombre. Y un reflejo residual de esta actitud errada y renunciataria se lo tiene justamente en el rechazo respecto a que las denominaciones de las mismas profesiones en sí mismas ’neutras’, se encuentren en femenino, es decir que nos recuerden en todos los casos de ser mujer, en vez que en masculino.

Para los seres anacrónicos como nosotros todos éstos son síntomas de que más que encontrarnos con una civilización ’evolucionada’, estamos yendo a paso agigantado hacia una civilización de ’sin casta’, de parias: puesto que así deberían ser llamados todos aquellos que por analogía no son más fieles a sí mismos, a su naturaleza más profunda, a la cual siempre corresponden funciones específicas y vocaciones no permutables. No se entiende que es en el ser y en el deseo de ser tan sólo mujer y no en descender hacia el plano en el que las diferencias son borradas o no son más requeridas, que la mujer puede valer exactamente de la misma manera que el hombre, e incluso si no más, por la misma razón que un campesino fiel a su tierra que realiza plenamente su función es superior a un príncipe incapaz de realizar la propia.

Todo esto es cuestión de sensibilidad: de una sensibilidad que hoy tiende cada vez más a desaparecer.

 
Roma, 15 de septiembre de 1955


(Hoy el feminismo, es decir aquella corriente por la cual la mujer trata de emanciparse del señorío del hombre, del ’machismo’, ha dado un paso más hacia la disolución. Del deseo por ser iguales señalado aquí por el uso del género masculino para referirse al ejercicio de una profesión con independencia del sexo al que se pertenezca, se ha pasado a la idea de la superioridad de la mujer respecto del hombre, la que sería capaz de realizar mejor los fines de la sociedad, en este caso concebida en forma matriarcal, moderna y ’materialista’ (de mater = madre), el que sería mejor llevado a cabo por alguien perteneciente a tal sexo. Esto es lo que explica entre otras cosas el énfasis con el cual nuestra presidente exigió que se la denominara con el género femenino, es decir ’presidenta’, a pesar de que ello pudiese haberse confundido con quien ejerce la función de esposa del presidente. En fin, 54 años más tarde el feminismo ha profundizado su tendencia, del anhelo por la igualdad absoluta requerida en un primer momento, ha pasado a la consecuencia lógica de todo impulso hacia la disolución: la superioridad pretendida esta vez poniendo énfasis en el ’género’ al señalar el ejercicio de la función. M.G.)

Julius Evola - el secreto de los Vedas

De 1914 a 1916, el periódico Arya, editado en Pondichèry  con un número limitado de copias, hoy son imposibles de encontrar en ninguna parte, publicó una serie de escritos de Srî Aurobindo sobre el secreto de los Vedas. Estos ensayos han sido ahora republicados en forma de volumen único con el mismo título, Le secret du Véda (Cahiers du Sud, París 1954). Se trata del intento de clarificar el contenido más profundo de los Vedas, a partir de la idea de que éstos contienen mitos susceptibles de una interpretación espiritual. Es evidente que el objetivo principal de Aurobindo es el de contestar la interpretación materialista prevalente entre muchos estudiosos orientales en el momento en que escribió sus artículos. Según una fórmula extendida, en los Vedas se encontrarían sobre todo la atribución supersticiosa de un carácter divino a los fenómenos y fuerzas de la naturaleza, las oraciones de los conquistadores indios tendrían como objetivo asegurarse el poder, la salud y la prosperidad, así como las proyecciones en clave mitológica de las luchas entre los arios contra las poblaciones originarles de los territorios en los que habían penetrado.
 
Contra esta fórmula, ahora ya no tan generalmente aceptada, Aurobindo ha tomado el camino inverso. Todo mito y, podemos decir, toda estructura tradicional de los orígenes, tiene por su propia naturaleza muchos aspectos, tantos que siempre admite, potencial o efectivamente, también una interpretación espiritual. El objetivo de Aurobindo es el de contestar la existencia de una fractura real entra la fase védica “naturalistas” de la tradición hindú y su sucesiva fase filosófica y metafísica, que asumió su propia forma definitiva sobre todo en las Upanishad. Sus interpretaciones de ciertos episodios característicos de algunos himnos de los Vedas, recogidas y presentadas de manera eficaz desde muchos puntos de vista, nos muestran cómo bajo un revestimiento mítico pudiese estar ya contendida en los Vedas esta doctrina secreta de la iluminación espiritual y de la naturaleza superior del Yo, que debería constituir el centro de la doctrina de las Upanishad.

Sin embargo nuestra impresión es que, en parte, Aurobindo ha pasado de un exceso a otro. Mientras la escuela naturalista veía sólo los aspectos exteriores y más groseros de los Vedas, Aurobindo insiste, puede que demasiado, en su aspecto más profundo como si el resto fuese sólo una forma contingente, de tal modo que refluye de manera excesivamente unilateral en el plano espiritualista.

Según nuestra opinión, cuando vamos a estudiar las tradiciones de los orígenes, entre las que hay que incluir también a los Vedas, es deberemos adoptar un visión más amplia; es decir deberemos considerar que el sentido cósmico y el espiritual están íntimamente conectados, en cuando que, según la feliz fórmula de Mircea Eliade, para la humanidad de los orígenes “la naturaleza no era nunca natural”, y en las imágenes y hechos materiales reales había encerrado un significado superior y profundo, unas veces advertido a nivel instintivo como un presentimiento, otras visto con mayor consciencia, especialmente por parte de una elite. Pero esto no debería llevarnos a ignorar el aspecto “cósmico”, a través de una interpretación puramente psicológica.

Otro punto sobre el que no podemos estar de acuerdo con Aurobindo, es en el que muestra la tendencia a atenuar las antítesis existentes entre la herencia espiritual de los arios y la de las civilizaciones aborígenes de la india pre-aria. Por otro aspecto, un capitulo muy importante es el quinto, porque nos da la clave para una nuevo frente de investigación. Se delinean brevemente algunos principios metodológicos en el campo filológico. También aquí hay un problema de similar significado. Hay expresiones verbales de los orígenes, en virtud sobre todo de las raíces de las palabras, que indican por así decir, una “tendencia” o una “estructura elemental”, que, según las circunstancias, es susceptible de ser traducida con un significado que puede pertenecer a varios planos muy distintos, materiales y espirituales. Esto da origen, por adaptación y especificación, a expresiones que, objetivamente, a cusa de esas diferencias de plano, parecen no tener ninguna conexión, mientras que en realidad están conectadas por profundas analogías. Un ejemplo señalado por Aurobindo es aswa, cuyo significado ordinario es caballo, pero que es también usado como símbolo del prâna, la energía vital. Su raíz puede sugerir al mismo tiempo, las nociones de ímpetu, de potencia, de posesión, de placer, y estas diferentes ideas se asocian al símbolo del corcel, con el objetivo de representar las características distintivas del prâna.

La importancia del reconocimiento de este estado de cosas, desde el punto de vista metodológico y epistemológico, es evidente. Aurobindo lo verifica utilizándolo en el análisis de ciertas expresiones védicas. Pero una extensión de este principio, elaborado por estudiosos competentes, no puede dejar de abrir nuevos e interesantes horizontes para las ciencias religiosas en general.

(Aparecido originalmente en East and West, VI, (1955), nº2, p. 167)

Julius Evola - Abuso de Confianza

Hace cerca de dos años, una persona que se decía periodista, de nombre Elisabeth Antebi, vino a Roma para pedirme una entrevista, decía, que debía salir en una revista parisina. La entrevista se hizo y yo respondí a todas las preguntas que se me hicieron, poniendo como condición que se me diese el texto final de esta conversación antes de imprimirlo.

Después no tuve noticia alguna por parte de esta señora.

En su lugar, supe de la publicación en París, por parte de la editorial Calmann-Lévy, de una obra titulada Ave Lucifer, que contenía una veintena de páginas dedicadas a mí (Le eminenze grige, pp. 217-239). La autora de esta obra es Antebi y, no hace falta decirlo, las páginas referentes a mí se basan en nuestra entrevista.

Ahora, sucede que la autora, además de deformar y confundir el conjunto de mis afirmaciones, se permite escribir cosas sin ningún fundamento. Se me presenta como “la eminencia gris de Mussolini”, mientra que yo sólo lo vi dos o tres veces durante la guerra y anteriormente no había tenido ningún contacto con él. Se dice que en aquella época yo “tenía relaciones personales con Himmler”, sin que yo lo haya siquiera conocido. Se dice también que me fui a Viena con el fin de “trabajar para la raza”, mientras que sólo tuve el encargo de estudiar los rituales masónicos (por lo demás, no sólo los franceses, como dice Antebi, sino de también de muchos otros países), y de atender a la traducción de ciertos textos de carácter esotérico.

Del mismo modo, le dí a Antebi un estudio sobre el tantrismo escrito por un amigo mío y que ella me había prometido presentarlo a diversos periódicos. En efecto, ha dispuesto de él a su arbitrio, sin la mínima autorización, y ha insertado en su libro algunos pasajes cortados y modificados.

Tratándose de la edición de un libro, no me es posible pedir la rectificación apelando a la ley de prensa. Por lo menos que los lectores de Nouvelle Ecole, que hayan podido leer este libro sin conocer mi obra, sepan a qué atenerse.

(Escrito aparecido en Nouvelle Ecole, nº 20, septiembre-octubre de 1972)