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Las revelaciones de un alemán que experimentó los

Las revelaciones de un alemán que experimentó los

En Alemania tuvo una triste fama el denominado "Cuestionario": der Fragebogen. Era un formulario que había que llenar y que comprendía 131 preguntas, las cuales no solamente representaban un sistema de información sobre cada mínimo detalle de la persona, de la vida y de las actividades del interrogado, sino que implicaban un verdadero y propio "examen de conciencia". La única diferencia estaba en que quien lo solicitaba no era la Iglesia sino el gobierno militar aliado.

Justamente con el título "El Cuestionario" Ersnt von Salomon ha escrito un libro que ha tenido en Alemania una vasta resonancia y que ahora ha salido a través de Ediciones Longanesi en versión italiana con el título modificado de Yo sigo siendo prusiano. Von Salomon es ya conocido por otros libros exitosos tales como La ciudad, Los proscriptos, Los cadetes. Aquí emplea casi 900 páginas para darle al aludido ’cuestionario’ aliado la respuesta deseada de acuerdo a su conciencia. Las diferentes preguntas son ocasiones para una especie de sugestiva autobiografía, que comprende al mismo tiempo el encuadre de acontecimientos, de experiencias y de encuentros de todo tipo, desde el período de la primera posguerra al de la ocupación aliada.

El rubro reservado  a las ’observaciones’ es quizás el más impresionante: se refiere a todo aquello que el autor experimentó con los norteamericanos en sus campos de concentración. En su objetividad es un terrible documento respecto de una brutalidad inaudita, cuanto más odiosa en tanto ha sido producida por aquellos que presumieron de dar a su guerra el carácter de una cruzada en nombre de la humanidad y de la dignidad de la persona humana. Aun queriendo establecer un paralelo con aquello que pudo acontecer en algún campo de concentración alemán, aquí no era ahorrado ni el combatiente heroico, ni el general, ni el alto o digno funcionario, agregándose también aquellas personas arrestadas casualmente que no estaban en condiciones de responder sobre nada en especial. Lo cual fue el caso del mismo von Salomon, nunca inscripto en el partido nazi, y de su compañera, una judía protegida por éste en contra de las medidas anti-hebraicas, a la cual le había hecho poner un nombre falso. Ambos no fueron liberados sino después de más de un año de vida degradante, luego de haberse dado cuenta de que... se trataba de un equívoco.

Respecto al contenido del libro, queremos tan sólo hacer mención a todo aquello que se refiere a aspectos poco conocidos de las fuerzas políticas que en Alemania actuaron durante el advenimiento de Hitler y, en parte, también durante su dictadura. Tal como se ha dicho, Salomon no era nazi. Pertenecía más bien a aquel movimiento que puede denominarse como de la "revolución conservadora". Luego del derrumbe de 1918 en Alemania tomó forma un movimiento múltiple de entonación nacionalista el cual se proponía la renovación resuelta de formas y métodos, conservando sin embargo los principios fundamentales de la tradición y de la concepción germánico-prusiana del Estado. Con este espíritu estuvieron animadas las formaciones de voluntarios que, al mando del capitán Erhardt, se batieron en la frontera oriental aun luego del derrumbe y que luego, al lado de otras corrientes, actuaron como fuerzas políticas en contra de la Alemania de Weimar, la socialdemocracia y el comunismo. Aquí la consigna era la "revolución desde lo alto": es decir, una revolución que partiera del Estado y desde la idea de Estado y desde el concepto de autoridad legítima. Estos mismos ambientes forjaron entonces por vez primera la famosa fórmula del "Tercer Reich".

Y bien, todo este nucleamiento vio en el nacionalsocialismo no tanto la realización cuanto la traición de sus ideas. Tal como dice von Salomon, el primer serio y gran tentativo del movimiento nacional  de provocar un vuelco histórico decisivo partiendo desde lo alto, desde el Estado, fracasó a causa de la existencia de Hitler. Con Hitler, nos agrega, el acento decisivo del nacionalismo se desplazó del Estado al pueblo, a la pura autoridad de la nación como colectividad, y ello fue formulado en el hecho de que para defender una concepción política totalmente opuesta fue utilizada una terminología que se remontaba en gran parte al patrimonio tradicional germano-prusiano.

Todo sumado, nos dice Salomon, el régimen totalitario instaurado por Hitler no sale de los marcos de la democracia, más aun es una democracia exasperada en una especie de tribunado del pueblo. El poder se lo conquista a través de las masas, la legitimación formal del poder es recabada de las masas, mientras que el Estado tradicional autoritario se basa en la jerarquía y sobre un concepto autónomo y superior de la soberanía. Por esto von Salomon no podía ser nacionalsocialista; ni tampoco lo fueron muchos otros que, luego del advenimiento de Hitler y del "partido de masas", se echaron atrás o bien se afiliaron al movimiento con la sola intención de accionar desde lo interno del mismo en el momento oportuno, luego de que hubiesen sido resueltos algunos problemas improrrogables de política interna y externa. Muchos de tales elementos figuraron entre aquellos que intentaron liberarse de Hitler en junio de 1944. Esta veta escondida de la "revolución conservadora" es en general muy poco conocida, a pesar de su importancia. También a tal respecto los libros de von Salomon son interesantes documentos.

Respecto del último punto, corría por Alemania la siguiente historieta. Se preguntaba: "¿Qué es peor, que se gane la guerra y los nazis sigan estando, o bien que se la pierda y que los nazis desaparezcan?" La respuesta humorista era: "Lo peor de todo es perder la guerra y que a pesar de ello los nazis sigan estando". Von Salomon nos refiere que, aparte de la broma, los ambientes que le resultaban cercanos habrían considerado una cuarta posibilidad: Ganar la guerra y sobre la base de ello liberarse luego del gobierno de los nazis. Ello en la medida que aun sin ser tan radicales, se hubiese hablado de una acción que, partiendo de las fuerzas combatientes más puras, hubiese removido las estructuras del Estado totalitario tribunalicio en nombre del ideal de un verdadero Estado nacional jerárquico, en esto se habría quizás tenido la fórmula de un futuro mejor, válido no sólo para la Alemania sino quizá también para la misma Italia.

Roma, 2 de julio de 1954.

Actualidad de Wilfredo Pareto, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Actualidad de Wilfredo Pareto, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Aun prescindiendo de su sistema sociológico, cuya validez puede ser objetable desde muchos puntos de vista, Wilfredo Pareto es un autor que siempre es leído y releído con placer, además por su estilo claro y vivaz, por un anticonformismo, un valeroso amor por la verdad y por una insufribilidad hacia las ideologías, los mitos y las mentiras de aquel mundo burgués pre-fascista existente en la época en la cual él había concebido sus obras principales. Tal mundo es el que hoy en día ha resucitado, pero de manera más virulenta, por lo cual muchas de las consideraciones de Pareto mantienen un carácter de sorprendente actualidad.

Aparte de su aversión congénita hacia todo tipo de democracia, en el campo de la sociología positiva Pareto ha hecho una importante contribución al principio antidemocrático al demostrar la ley de la “circulación de las élites”, cuya validez es cada vez más notoria. Es decir que Pareto ha acertado en sostener que en cualquier tipo de sociedad el fenómeno de la existencia de una élite, de una minoría que domina, es una cosa constante. Así pues una jerarquía en mayor o menor medida elaborada representa un dato sociológico siempre presente, aun en los casos en los cuales la misma es negada de palabra. Lo que sucede es que las élites pueden modificarse, que grupos sociales diferentes, pueden, “circulando”, sustituirse el uno al otro y eventualmente desplazarse entre sí, justamente en su acción formativa de una élite. Pareto se ha limitado a demostrar el fenómeno estructural sociológico de carácter general de la élite; él no ha desarrollado una filosofía de la historia para descubrir cuáles cualidades de élite se han sucedido en el transcurso de los tiempos conocidos por nosotros. Desde el punto de vista tradicional, es dable constatar un proceso de regresión que en nuestros días está alcanzando un límite.

Pareto no ahorra dardos cuando hace frente a los mitos de las que él denomina como “las religiones laicas del mundo burgués”, que se han sustituido a las verdades y valores de otros tiempos: Humanidad, Democracia, Progreso, Libertad, Voluntad del Pueblo, Igualdad, moralismo puritano, etc.. Todas estas palabras escritas habitualmente con mayúscula del mismo modo como antes se escribía tan sólo el nombre de Dios, y objeto todas de un nuevo culto y de un nuevo fanatismo. Será interesante recordar algunos pasajes de su obra principal, Tratado de sociología general (2ª Edición).

Comencemos con el igualitarismo. Objetivamente toda igualdad es un absurdo. Pareto (#1227) dice que si en algún momento los sentimientos de igualdad pueden alcanzar algún impulso, ello se debe al hecho de que los mismos no tienen nada que ver con la verdadera igualdad, puesto que se refieren no

“a un valor abstracto, como todavía creen ciertos ingenuos intelectuales, sino a los intereses directos de personas que quieren sustraerse a desigualdades que les resultan contrarias e instituir nuevas que les sean favorables, siendo para éstas la meta principal”.

En otras palabra, toda ideología igualitaria es tan sólo un instrumento, usado hipócritamente para una finalidad destructiva. Luego de un análogo análisis efectuado por Tácito, también Vico había notado cómo se exalta y enarbola la igualdad primero para destituir a los superiores, luego para mancomunarse a éstos y finalmente para ponerlos por debajo de los que son inferiores, instituyendo así nuevas desigualdades con una jerarquía al revés. Refiriéndose a Esparta, a las antiguas estirpes nórdicas y también a Inglaterra, Pareto recuerda que como efectivamente “iguales” o “pares” (en griego omoioi) valieron de hecho tan sólo los miembros de una aristocracia sumamente restringida a los cuales se les imponía la estricta observancia de difíciles y rigurosos deberes de casta. Nada de esto es pues lo que corresponde al igualitarismo nivelador de nuestros días.

Además Pareto ataca la interpretación difamatoria del régimen feudal, presentado por al historiografía “progresista” como un régimen de violencia y de atropellos. Él escribe (#1154):

“Es una cosa absurda representarse a la antigua feudalidad de Europa como una cosa impuesta exclusivamente a través de la fuerza; en cambio se mantenía en parte por sentimientos de recíproco afecto los cuales se observaron también en otros países, en donde existía la feudalidad, como por ejemplo en Japón... De manera general, ello se verifica en todos los ordenamientos sociales en donde existe una jerarquía, la cual, tan sólo cuando está por desaparecer y para dar lugar a otra cesa de ser espontánea, para ser impuesta exclusivamente y de manera predominante, a través de la fuerza”.

Pareto recuerda justamente el papel que en los sistemas tradicionales tiene el principio de la “fidelidad”, concebida en términos tales por lo que jurarla equivalía a un sacramento, convirtiendo en “mártires a aquellos que sacrificaban la propia vida para mantenerla y malditos en cambio a aquellos que la violaban”. Varias citas interesantes son hechas a tal respecto.

El realismo de Pareto resulta del siguiente pasaje (#2183):

“Todos los gobiernos usan la fuerza y todos sostienen tener un fundamento en la razón. En los hechos, con o sin sufragio universal, es siempre una oligarquía la que gobierna y la que sabe dar a la “voluntad del pueblo” la expresión que ella desea... desde  los votos de la mayoría de una asamblea elegida de manera variada, hasta el plebiscito que dio el imperio a Napoleón III y así sucesivamente, para terminar con el sufragio universal sabiamente conducido, comprado y manipulado por nuestros politiqueros. ¿Quién es este nuevo dios que tiene por nombre el de “sufragio universal”? No se encuentra mejor definido, ni es menos misterioso, menos afuera de la realidad que las cosas referentes a tantas otras divinidades: ni tampoco faltan en su teología, como en las otras, tantas contradicciones patentes”.

Con respecto a las nuevas hipocresías, afirma Pareto (#1462):

“En los tiempos bárbaros un pueblo llevaba la guerra a otro, saqueaba sus tierras, sustraía sus dineros, sin tantos discursos; en nuestros tiempos en cambio esto se lo sigue haciendo, pero se dice actuar en nombre de los “vitales intereses” y ello sería un inmenso progreso”.

De una manera no muy distinta se echa mano a los ideales, a los valores morales, al “derecho” a fin de enmascarar los verdaderos fines. Se cita el caso de la guerra de los Boxers en China a comienzos del siglo XX, la que en realidad fue combatida por los europeos para imponer el comercio del opio. Por lo tanto no hay duda respecto del modo en el cual Pareto habría juzgado los casos más recientes y notorios: la etiqueta de “Cruzada europea”, aplicada por los Norteamericanos (y propiamente por parte de Eisenhower) a su intervención en la segunda guerra mundial, y la macabra farsa del proceso de Nüremberg celebrado en nombre de la “humanidad” y de la “civilización”. ¡Cómo era mejor la cruda franqueza de quien se limitaba a declarar: Vae victis? (1)!

Pareto se indigna cuando escucha hablar de la llamada “voluntad popular” y pone de relieve la adulación demagógica del “pueblo”. En otros tiempos, él dice, por ejemplo (#1713), incluso los reyes podían ser duramente atacados por su misma nobleza o por los papas,

“mientras que hoy nadie tiene el valor suficiente como para reprender al “pueblo” y menos que menos el de resistírsele abiertamente; lo cual no obsta de que lo engatusen, lo engañen, lo exploten como ya en otra época los sicofantes y los demagogos explotaban al demos de Atenas.”

Es obvio que esto puede valer en aun mayor medida en relación al más reciente y sacrosanto tabú constituido por la “clase obrera”.

Pareto resalta también que la proclamada “libertad de pensamiento” de los “tiempos del Progreso” es comprendida en modo tal de que se la reivindica para sí y se la niega en cambio a los adversarios. Ello no tan sólo en el plano social, sino también en el religioso: los ortodoxos y tradicionalistas, en nombre de tal libertad, deberían tolerar a los herejes y revolucionarios, pero éstos no piensan para nada en reconocerles a los primeros la libertad de pensar como quieren y de defender la propia tradición: para ellos éstos carecerían de tal derecho, puesto que son unos “oscurantistas” (# 1852). Y de una intolerancia puede hablarse en lo que se refiere a la misma “libre democracia”; se observa que pocas sociedades son tan fanáticas como las que proclaman justamente la libertad (véase el caso de los Estados Unidos). Se podría agregar el caso de más recientes acontecimientos en los cuales la “libertad” ha sido impuesta a pueblos que no la reclamaron para nada (2). Resulta superfluo recordar luego todas las intrigas e intervenciones armadas de las potencias comunistas para “liberar” a otras naciones. Del mismo modo que en un nuevo maniqueísmo, a la democracia se le asocian el humanitarismo y el pacifismo a la manera de ángeles de la luz que combaten y se oponen a entidades denominadas retrógradas y que salvan y defienden a la mísera humanidad de las insidias de éstas (# 1891).

Respecto de las ideas humanitarias, Pareto resalta que el influjo que pueden tener en las personas representa una señal de debilitamiento del impulso que tiende a la conservación del individuo, de la sociedad y del Estado.

“Los charlatanes se creen que sus declaraciones puedan ser sustituidas por los sentimientos que mantienen el equilibrio social y político” (#2741).

Por lo cual Pareto afirmó siempre la necesidad de un Estado fuerte, del Estado que actúa sobre el plano de las realidades y no de ficciones cuyo subsuelo verdadero nunca parece. En consecuencia, él reconoció el significado que tuvo el Estado prusiano y no pudo no simpatizar con el fascismo.

Sobre tal línea él combatió el mito anti-alemán y el de una falsificada “latinidad”. En contra de aquellos católicos sectarios que quieren ver en el catolicismo latino el principio de todo orden y de toda disciplina y en el protestantismo en cambio la matriz de toda anarquía (con tales antítesis se deleitaron más tarde por ejemplo Guido Manacorda y Francisco Orestano en el mismo período fascista), Pareto resaltaba (#1856) que, si bien Italia sea católica, “los sentimientos de disciplina son menos poderosos que en Prusia”; así como reconocía que en Alemania regían impulsos sumamente más concretos y eficaces, es decir que “la fe monárquica, el espíritu militar, la sumisión a la autoridad eran muy débiles en Italia”.

Justamente en relación a la actitud que predominaba en Alemania, Pareto hace observaciones que hoy en día en Italia se deberían compartir plenamente:

“Se pretende que si las fuerzas revolucionarias o aun tan sólo populares chocan contra las fuerzas del orden las primeras tengan cualquier derecho y las segundas en cambio solo posean deberes, principalmente el deber de soportar todo antes de hacer uso de las armas: injurias, golpes, pedradas, todo es perdonado si es que viene del pueblo... mientras que la fuerza pública debería tener una paciencia inagotable, si es golpeada en una mejilla ella debería ofrecer la otra, los soldados (se refiere aquí a un período en el cual el ejército era empleado para combatir los desórdenes) deben ser santos ascetas; no se entiende por qué se le pone en sus manos un fusil o una daga en vez de un rosario del Santo Progreso”.

Es decir que Pareto a la concepción democrática vigente en nuestros días contraponía la visión prusiana que todo Estado verdadero debería hacer propia, en el sentido de que “reaccionar en contra de los insultos y los golpes no sólo es concedido, sino impuesto a la fuerza pública; un oficial es deshonrado si se deja rozar impunemente por el más leve de los golpes” (#2147).

Pareto también fue un anticonformista en el dominio de la moral sexual. Él escribió una pequeña obra que saliera primeramente en francés, Le virtuisme, en la cual estigmatizaba al puritanismo sexófobo, que no es sino la contracara del pansexualismo de nuestros días. Él puso de relieve que el moderno “virtuismo” sexual no encuentra su equivalente en ninguna gran civilización del pasado. Roma antigua lo ignoró, pues puso en primer plano la dignidad y la medida. Pareto relata dos ejemplos referidos al famoso Catón el censor. Éste estaba presente en las Floralia, fiesta romana en la cual en el escenario en un determinado momento una joven tiene que ser totalmente desvestida. El director del espectáculo, al darse cuenta de la presencia de Catón entre el público, dudaba si ofrecer tal escena. Entonces Catón se retiró, para no privar al público de una diversión. Otra vez Catón vio a un joven discípulo salir de un prostíbulo. No le dijo nada. Tan sólo cuando ello se repitió otras veces le dijo que no había nada malo en tales visitas, pero que él no debía confundir el prostíbulo con su habitación.

He aquí una graciosa reflexión de Pareto (#1890):

“¿Si se tiene la manía de proteger, por qué ocuparse tan sólo de la seducción de las mujeres y descuidar la de los hombres? ¿Por qué no se inventa alguna otra expresión, como la de “trata de blancas” que valga también para los “blancos”?”.

Y también:

“Entre los dogmas de la actual religión sexual (el “virtuísmo” burgués) se encuentra aquel de que la prostitución es un “mal absoluto” que no se discute... de la misma manera que no se discute un dogma religioso; pero bajo el aspecto experimental queda por saber si la prostitución es, o no es, el oficio que mejor se vincula con la índole de ciertas mujeres, a las cuales, más que cualquier otro oficio que podría encarar, le resulta grato, y si es o no es, dentro de ciertos límites, útil a toda la sociedad” (#1382).

Y él pone de relieve el carácter “honesto” de la prostitución de la mujer, la cual en el fondo comercia con lo que le pertenece, su cuerpo, con respecto a la prostitución que debe denunciarse en tantos hombres públicos de hoy en día que comercian indignamente con los bienes colectivos y de otros, traicionando la confianza obtenida a través de la seducción de las masas....

(Il Conciliatore, abril de 1972)

Existiría la "segunda muerte", por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Existiría la "segunda muerte", por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

En ciertas civilizaciones antiguas, aunque también aun hoy en algunos pueblos exóticos, la más terrible maldición que se podía proferir era. “¡Ojalá puedas morir en la segunda muerte!”, mientras que en cambio el más feliz augurio era: “¡Qué tú puedas escapar de la segunda muerte!”.

Resulta una noción sumamente interesante la de la ‘segunda muerte’, cuya comprensión presupone sin embargo la familiaridad con ciertos horizontes espirituales ya desde hace mucho tiempo oscurecidos durante el desarrollo de la civilización occidental. Veamos ahora cómo orientarnos al respecto.

El punto de partida es una concepción del ser humano mucho más compleja y profunda de la que hoy en día las mismas teorías ‘espiritualistas’ profesan. Hoy cuanto más nos remitimos al binomio cuerpo-alma, permaneciendo por lo demás como sumamente inciertos sobre aquello que propiamente debe comprenderse como ‘alma’. Casi todas las antiguas tradiciones admitían en vez la existencia de elementos y de fuerzas intermedias, comprendidas entre el polo de la materialidad visible y física y el de la pura inmaterialidad. A todo aquello que para el hombre moderno  posee un carácter tan sólo ‘psicológico’, ‘interior’, -pensamientos, sentimientos, instintos, recuerdos, deseos- le era atribuida también una realidad objetiva sui generis en una zona que, aun no siendo más la de la corporeidad, no es sin embargo aun la del alma o del espíritu en sentido propio y absoluto.

Ahora bien, todo aquello que corrientemente fue concebido como muerte fue comprendido por parte de las tradiciones a las que nos estamos refiriendo como el desapego de todos los principios no materiales respecto del cuerpo y como la disolución de la unidad que los mismos formaban con el cuerpo. El elemento corpóreo abandonado constituye el cadáver: y puesto que en el mismo no se encuentra más presente la íntima fuerza que lo animaba y mantenía juntos a los miembros, el cadáver muy pronto se vuelve a disolver en sus elementos los que pasan a obedecer exclusivamente a las leyes químicas y físicas de la materia. Es en esto en lo que consiste el fenómeno de la ‘primera muerte’.

El cual, en tales términos, no tendría aun un carácter verdaderamente destructivo. Se ha disuelto la unidad psico-física del hombre, pero subsiste aun la unidad psíquica, es decir la unidad del Yo y de todos aquellos elementos de la vida interior, afectiva y volitiva que, tal como hemos dicho recién, de acuerdo a las tradiciones aludidas poseen una realidad propia objetiva sui generis y se mantienen apegados al alma aun luego de la muerte, aun luego del menoscabo del cuerpo. Sin embargo se mantienen apegados tan sólo por un tiempo que difiere en los casos según su duración. En la inmensa mayoría de los seres humanos este mismo apego terminaría con la disolución: y ésta sería la ‘segunda muerte’. La segunda muerte consistiría pues en la separación del principio propiamente espiritual e inmaterial de la personalidad de este conjunto de fuerzas psíquicas, de impulsos, de pensamientos, con el cual el mismo en la vida ordinaria terrestre hacía una misma cosa, respecto del cual casi no se distinguía. No tanto la primera muerte cuanto esta segunda constituiría la crisis más peligrosa y temible, pudiendo en este punto verificarse un menoscabo de la continuidad de la conciencia a la cual le son ahora quitados todos sus habituales apoyos, es decir todo aquello con lo cual era identificada durante las experiencias de la vida terrenal. De aquí pues el sentido de la maldición: “Morir en la segunda muerte” y del augurio: “Salvarse de la segunda muerte”.

Es interesante hacer alusión a una concepción complementaria a la hasta ahora indicada. De la misma manera que la primera muerte da lugar a un cadáver físico, la segunda muerte daría también lugar a un cadáver, digámoslo así, psíquico, constituido por los elementos psíquicos que se separan del núcleo puramente espiritual del Yo. Y puesto que luego de un cierto período el cadáver físico se disuelve, acontece lo mismo (aunque quizás luego de un período mucho más largo) con el cadáver psíquico: los pensamientos, las tendencias, los recuerdos, los deseos, los impulsos dinámicos se disocian y pasan a una vida independiente y automática la que en una zona que en Extremo Oriente es denominada como la de las ‘influencias errantes’. Y son justamente estos elementos disociados, variables en cuanto a su intensidad y persistencia de acuerdo a los individuos y a la vida por ellos desarrollada, que bajo especiales condiciones pueden también manifestarse en el mundo de los vivientes: de allí los fenómenos llamados ‘espiritistas’, fenómenos de las ‘casas frecuentadas’ y de tantos otros del mismo tipo.

Es pura superstición e ingenuidad reputar que en todo esto actúan las almas de los muertos, y que por lo tanto fenómenos extranormales de tal tipo puedan valer como una especie de prueba experimental de la inmortalidad del alma. A alguien que refirió cómo en Inglaterra se creyese en tales cosas, ciertos lamas tibetanos manifestaron estupefactos: “¡Y ésta es la gente que conquistó la India!” En realidad, en aquellos fenómenos se manifiestan y actúan simples residuos psíquicos, liberados con la ‘segunda muerte’: no se trata para nada del alma en sentido propio.

Podrá entonces preguntarse qué es lo que acontece finalmente con esta alma en sentido propio. Habrá que agregar: si ella escapa de la ‘segunda muerte’. Pero lamentablemente no podemos aquí referirnos a tal tema que pertenece al plano de la metafísica. Aquellos lectores que siguen alguna de las religiones históricas podrán hallar una respuesta en los dogmas de la misma. Nosotros hemos querido tan sólo hacer referencia a una especial fenomenología de la ultratumba, cuya teoría ha sido perdida totalmente en el Occidente moderno, el que se ha manifestado tan accesible en cambio a cualquier divagación espiritista y pseudo espiritual.

Roma, 9 de marzo de 1934

Hesicasmo y yoga cristiano, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Hesicasmo y yoga cristiano, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Entre nosotros ya todo el mundo sabe acerca del Yoga, aun si las ideas respecto de esta especial disciplina hindú son sumamente vagas y fantasiosas. Así pues algunos pondrán en una misma bolsa a los faquires con los cultores del Yoga: otros pensarán esencialmente en prácticas dirigidas hacia la adquisición de facultades especiales extranormales; otros todavía, en razón de ciertas divulgaciones yanquizadas, se referirán a ciertos ejercicios físicos que comprenden diferentes posturas del cuerpo y un control de la respiración y que tienen finalidades higiénicas o de tal tipo.

Muchos son los libros que se han publicado sobre el Yoga, en el contexto del ocultismo y del neo-espiritualismo contemporáneo; pocos son sin embargo aquellos que pueden dar una noción exacta y auténtica de aquello de lo que se trata. De cualquier manera el interés por el Yoga en Occidente es un hecho real. Así pues hay quienes se han preguntado si el Yoga es una disciplina privada de relaciones con nuestras tradiciones, como formando parte de una espiritualidad que nos resulta ajena. Aquel que se interesa en tales temas no pude permanecer ajeno a una obra publicada recientemente: El Hesicasmo -Yoga cristiano (ed. Rocco, Nápoles, 1955). ¿Existiría en el cristianismo un equivalente al Yoga? ¿Sería posible hallar los mismos métodos y buscar las mismas finalidades de esta rama de la sabiduría hindú sin salir del dominio de la religión que ha predominado en el Occidente?

En primer lugar: ¿qué es el Hesicasmo? Es una corriente ascética perteneciente por supuesto al cristianismo, pero al greco-ortodoxo y que tiene como centro principal al famoso convento del Monte Athos. Tal como se sabe, la Iglesia de Oriente, habiéndose separado de la católica de Occidente alrededor del 1000, tiene en común con ésta las ideas fundamentales del cristianismo, pero le da un relieve particular a la patrística griega, muy poco considerada por el cristianismo latino pero mucho más rica en referencias interesantes, no privadas de relación con las doctrinas de los antiguos Misterios. El término “hesicasmo” viene de la palabra “hesikìa” que significa paz y reposo; y la corriente se denomina así porque indica en la paz interior la condición primera para toda realización en el campo de la vida espiritual.

La atención sobre el Hesicasmo ha sido recientemente puesta en boga por escritores adheridos a las ideas de René Guénon, justamente con el intento de hallar, en los marcos del cristianismo, una especie de doctrina secreta y de práctica de la alta contemplación. Sin embargo en cuanto a los puntos de contacto con el Yoga hindú, los mismos son escasos y de un orden sumamente subordinado.

Analizando el libro en cuestión, muy interesante desde más de un punto de vista, se ve que, a tal respecto, el todo se reduce al hecho de que, como en el Yoga, en el Hesicasmo se encuentran disciplinas espirituales que se aplican también al cuerpo, en el sentido que determinados puntos del cuerpo son indicados como los lugares en donde la mente se debe concentrar para facilitar la consecución de determinados estados místicos. Se trata sobre todo de un centro situado en el corazón; al concentrarse en el mismo, suspendiendo por mucho tiempo la respiración e invocando mentalmente sin interrupción el nombre de Jesús, los monjes hesicastas dicen que consiguen una milagrosa ampliación de la conciencia, la iluminación y el éxtasis.

El Yoga conoce efectivamente prácticas análogas, centros secretos del cuerpo, uso de la respiración, repetición de fórmulas mágicas o sagradas. Pero también, prescindiendo del hecho de que en el Yoga todo esto tiene un desarrollo mucho más  vasto, exacto y sistemático, queda una diferencia fundamental en cuanto al sentido y al fin de procedimientos de tal tipo: diferencia debida a la profunda heterogeneidad existente entre todo lo que es cristianismo y el trasfondo metafísico propio de las formas más típicas de Yoga. Naturalmente debemos limitarnos aquí a una simple mención alrededor de dos puntos.

El primero es que en el cristianismo la intervención de la Divinidad, bajo la forma de la gracia, es la condición para cualquier realización mística. Todo aquello que el hombre puede hacer, sus disciplinas, sus ejercicios, sus mortificaciones ascéticas, sirven tan sólo como una preparación. Es más, de acuerdo a algunos teólogos, incluso esta obra de preparación propiciatoria de la gracia presupondría una forma especial de gracia. En vez las disciplinas del Yoga tienen un carácter autónomo y determinante. Prescinden de la intervención divina. Puede decirse que el Yoga toma en serio lo que se dice, a pesar de ello, en los mismos Evangelios, es decir que se puede usar la violencia sobre las puertas del reino de los cielos.

En segundo lugar, el cristianismo se centra en las relaciones entre un creador y una criatura limitada por el pecado original. Nada de todo esto se encuentra en el Yoga. La idea de un creador está aquí ausente, o en todo caso tiene un papel muy secundario. La Divinidad hace una misma cosa con la esencia más profunda del Yo, la cual no es creada, sino que es eterna. Y no se trata aquí de redimirse del pecado; se trata en cambio de ‘despertarse’, de volver a tomar conciencia de aquello que fundamentalmente se es y de lo cual nos hemos olvidado por la intervención de una forma trascendental de ‘ignorancia’, llamada avidya. Por lo tanto se trata aquí del ‘conocimiento’ como centro, en lugar de la devoción,  del anhelo hacia la salvación y la redención a través de la mediación del Cristo.

En razón de estos puntos esenciales (y muchos otros que se podrían agregar) toda analogía entre una forma cualquiera de ascética o de mística cristiana y el Yoga, tendrá siempre un carácter puramente exterior. Los dos dominios corresponden a vocaciones totalmente diferentes. En cuanto al Hesicasmo, el mismo en el cristianismo representa una corriente interesante y poco conocida; por lo cual el libro antes señalado cumple una interesante función informativa. Sin embargo hablar de un ‘Yoga cristiano’ es para nosotros una contradicción en los términos.

Roma, 24 de noviembre de 1955

La encrucijada del Islam, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

La encrucijada del Islam, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Desde hace mucho tiempo se habla del problema del Islam en forma general y de manera particular de los pueblos de tal contexto cultural, en especial con relación al significado que el uno y los otros pueden tener en el conflicto entre el bloque oriental y el occidental. No es desde este punto de vista político, sino desde el espiritual que nosotros querríamos encuadrar de modo sumario el problema. No pocas veces los movimientos irredentistas de los pueblos árabes y las mismas iniciativas egipcias han sido vistas con simpatía por nuestros ambientes 'nacionales'. Pero a tal respecto es necesario tener el coraje de la verdad y analizar el real motivo de tales simpatías. Al tener las cuentas que saldar con las potencias que  nos han quitado las colonias y nos impusieron imposibles tratados de paz, puede producirnos placer ver amenazado el prestigio de tales potencias, casi como si se tratara de una reparación histórica, por parte de los movimientos nacionalistas árabes y de otros pueblos no europeos. Pero no por tal razón nos tenemos que lanzar indiscriminadamente en contra del colonialismo, olvidando cómo al mismo, hasta el día de ayer, estuviese vinculado el principio mismo de la hegemonía de la raza blanca. Preguntémonoslo de manera franca: hagamos de cuenta que todavía tuviésemos Libia y Etiopía. Pues bien, si en tales países se desarrollaran movimientos independentistas como los que ahora se están desarrollando en el África Septentrional, ¿los seguiríamos acaso con la misma simpatía, para mayor gloria del principio de las 'libres nacionalidades'?

El problema verdadero es diferente. Ya Mussolini, en un discurso que creemos de 1930 que sostuviera ente estudiantes orientales arribados a Roma, subrayó el punto esencial: se trata de revisar el fundamento de aquel derecho, que fue la tácita premisa del colonialismo, y de manera general de la moderna hegemonía de la raza blanca. Este fundamento no debe derivar de una civilización materialista que en las tierras de otros pueblos ve exclusivamente fuentes de materia prima y potenciales mercados a fin de explotar sin escrúpulos a los fines del capitalismo, pudiendo ello hacerlo en razón de contar con medios adecuados en razón de una superioridad tecnológica y organizativa. Impersonalmente, se puede también aprobar que, en especial pueblos dotados de auténticas y seculares tradiciones espirituales y culturales, como el caso de los islámicos, vuelvan a poner en discusión el derecho de hegemonía basado sobre tales bases, se rebelen en contra del colonialismo y contra cualquier tipo de tutela, y que anhelen su independencia. Pero el problema no concluye aquí. El punto esencial es el de ver en cuáles términos tal independencia es reivindicada y qué significado la misma puede tener en la lucha actual entre el "Oriente" y el "Occidente". Es sumamente evidente el peligro de que dichos movimientos de independencia confluyan de manera natural en las aguas del comunismo en tanto el problema sea considerado en términos puramente materiales. En efecto se sabe muy bien que el comunismo mantiene lista, como un instrumento táctico, una extensión de la teoría de la lucha de clases en el plano internacional, al ser aquí equiparados los pueblos coloniales o sujetos a influjos occidentales con el proletariado oprimido que debe poner fin a la explotación capitalista. Por tal causa los Soviéticos sostienen en tales pueblos aquel nacionalismo que en cambio en su área es estigmatizado como "contra-revolucionario" y combatido en forma decidida. Ahora bien, esta orientación debe ser considerada también por parte de aquellos que, entre nosotros, se detienen en el concepto moderno de nación. El punto esencial es éste: los mismos pueblos islámicos actualmente se están haciendo independientes del Occidente occidentalizándose, es decir en tanto padecen espiritual y culturalmente la invasión occidental: ellos no se emancipan material y políticamente sino abandonando las propias tradiciones y constituyéndose en facsímiles en gran medida imperfectos de los Estados occidentales. Aquí el comunismo los espera en la otra orilla: espera que la industrialización y la tecnificación creen en su seno un proletariado privado de raíces, el cual no tardará en organizarse y seguir el mismo camino de las "reivindicaciones sociales" en cadena que nosotros conocemos bien y que conduce siempre más lejos del ideal de un Estado nacional que se encuentre jerárquicamente articulado y ordenado por valores superiores, mientras que prepara aquella vía apropiada para el marxismo pasando por la fase intermedia del "Estado nacional del trabajo".

Se ha dicho que un bloque de pueblos islámicos, que abarcaría unas 360 millones de almas, representaría una potencia mundial y una especie de baluarte en contra de Rusia. Ello es verdad. Pero hay que preguntarse cuál "Islâm" es el que prevalecerá, o más aun prevalece entre los pueblos islámicos, dado su incesante proceso de occidentalización. Luego de la Turquía de Kemal Ataturk, justamente el Egipto de Nasser se encuentra entre tales países, como el más avanzado en el impulso a conformarse en el marco del ideal occidental moderno del Estado laico, que se encuentra en plena contradicción con la tradición islámica. A ésta por lo demás, ya el concepto de 'nación' en sentido nuestro le resulta extraño: es un concepto que ha sido importado en los países árabes, sobre todo a través de elementos locales occidentalizados. El Islam ortodoxo es todavía defendido en Arabia Saudita y por la organización de los "Hermanos Musulmanes", organización que sin embargo en Egipto ha sido prohibida por su manifiesta aversión al nuevo régimen y que, por lo demás,  en su programa más reciente tenía incluso ideas socialistas reformistas y radicales mucho más avanzadas, por lo cual en Siria se debe a la misma la formación de un "Frente islámico socialista". A través de la instrucción de tipo moderno, entre la juventud y la intelectualidad árabe hacen cada vez más pié el indiferentismo, el agnosticismo, el racionalismo y el ateísmo. La universidad Al Ashar, que en su momento había sido árbitra en materia de formación islámica del derecho y de las costumbres sociales, tiene ya muy poco que ver con el tema. En más de un Estado árabe el derecho islámico no es considerado más como la única fuente de la ley; los tribunales religiosos muchas veces han sido abolidos o desautorizados, y han sido aprobadas reformas en estridente contraste con la ley islámica, típicas entre todas ellas las relativas a la emancipación de la mujer, hasta haber llegado a un límite tal que en Siria se ha revindicado para las mujeres el derecho no solamente al voto sino también a ser elegidas y que Pakistán, imitando a Norteamérica, tuvo ocasión de designar a una mujer como 'embajadora' *. Además el Presidente de los Ministros de tal Estado en 1955 fue objeto de violentos ataques por parte de las mujeres de su país porque, en plena conformidad con la ley islámica, se había tomado una segunda esposa. Estos pueblos hoy se occidentalizan y desislamizan en los modos de vida, en la alimentación, en las viviendas. Sus diarios y sus revistas recaban casi exclusivamente todo su material y las mismas fotos de agencias europeas o yanquis. A lo cual debe agregarse la influencia de la radio y del cine, con películas casi sin excepción del mismo origen no árabe. Si por el momento tales modificaciones más sensibles que son fatal consecuencia de todo esto se refieren a los centros urbanos y a los estratos medios y superiores, sin embargo no debe pensarse que esto se detenga aquí, mientras que también debe ser considerado el otro factor, la occidentalización en términos marxistas del estrato más bajo una vez que éste tome paulatinamente la forma de una masa obrera.

Junto a la falta de una autoridad tradicional espiritual verdaderamente reconocida, en el área islámica un peligro ulterior se encuentra constituido por diferentes tendencias reformistas en ambientes que, mientras que padecen pasivamente las ideas occidentales, es decir de la decadencia europea -democracia, socialismo, sociedad sin clases, a veces incluso marxismo- tales ideas se presentan como conciliables con la propia tradición. Es la contraparte de lo que se ha verificado entre nosotros con aquel catolicismo político de izquierdas que se esfuerza por descubrir un fondo esencialmente cristiano y evangélico no sólo en la democracia, sino en los mismos movimientos obreros comunistoides.

Todo esto debe ser adecuadamente considerado. Un mundo islámico que se organice, se emancipe y se haga fuerte como una mala copia del Occidente materialista, a nosotros no nos interesa para nada. Y en la balanza de los valores el mismo no se encuentra en modo alguno como más ventajoso respecto del mundo de las potencias coloniales de las cuales se sacudiría el yugo, pero sin un verdadero y superior derecho. Las cosas serían sumamente diferentes si la contrapartida fuese un despertar del Islâm como potencia espiritual y religiosa, no a los fines agresivos, como en épocas lejanas, sino en aras de una consolidación interna, para una defensa ante la infección de ideas occidentales, ideas que, si son aceptadas ligeramente por carecer de una forma interna o por el impulso de necesidades externas, en muy corto plazo llevarían a aquellos pueblos hacia la misma crisis que padecemos nosotros y en las cuales se encentra nuestra debilidad ante la amenaza comunista.

Tal como se ve, el verdadero problema no vierte sobre el plano puramente político. Se trata del mismo problema que debemos resolver nosotros en base a nuestras tradiciones. Resolviéndolo, sería simultáneamente puesta la base para una colaboración, cuyos efectos también políticos en la actual lucha por la conquista del mundo serían por cierto decisivos.

El Amor por lo Lejano, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

El Amor por lo Lejano, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

En el campo de las reacciones interiores y de aquella disciplina que, con un neologismo, ha sido denominada la etología, se pueden distinguir dos formas fundamentales, marcadas respectivamente con las fórmulas de “amor por lo cercano” y “amor por lo lejano” (que no es otra que la nietzscheana Liebe der Ferne). En el primer caso uno se siente atraído por aquello que se le encuentra cerca, en el segundo en cambio por lo que le resulta lejano. Lo primero tiene que ver con la “democracia”, en el sentido más amplio y sobre todo existencial del término; lo segundo en cambio tiene relación con un tipo humano más alto, rastreable en el mundo de la Tradición.

En el primer caso, a fin de que una persona, un jefe, sea seguido, es necesario que se lo sienta como “uno de los nuestros”. Así pues alguien ha acuñado a tal respecto la feliz expresión de “nuestrismo”. Las relaciones de éste con la “popularidad”, con el “ir hacia el pueblo” o “entre el pueblo”, así como también, consecuentemente, con su insufribilidad hacia todo lo que signifique diferencias cualitativas, resultan sumamente evidentes. Casos recientes y significativos de tal orientación son conocidos por todos nosotros, pudiéndose incluir entre los mismos también a la insípida vocación “viajera” de los mismos Pontífices, allí donde lo normal hubiera sido en cambio alimentar una casi-inaccesibilidad, esa misma por la cual ciertos soberanos aparecieron ante el pueblo como “alturas solitarias”. Hay que subrayar aquí el pathos de las situación, puesto que puede existir una cercanía física que no excluye sino que mantiene la distancia interior.

Se sabe del papel relevante que el “nuestrismo” ha tenido aun en los regímenes totalitarios de ayer y de hoy en día. Son patéticas las escenas, que no se han dejado de resaltar por doquier, de dictadores que se complacen por figurar entre el “pueblo”. Allí donde la base del poder es en gran medida demagógica, ello resulta por lo demás casi una necesidad. El “Gran Compañero” (Stalin) no ha cesado de ser el compañero. Todo esto pertenece a un preciso clima colectivo. Hace ya más de un siglo y medio que Donoso Cortés, filósofo y hombre de Estado español, tuvo ocasión de escribir con amargura que ya no existen soberanos que pretendan presentarse verdaderamente como tales; y que si ellos lo hicieran, quizás casi nadie los seguiría. De modo tal que parece como si se impusiera hoy en día una especie de prostitución, ya puesta en relieve por Weiniger en el mundo de la política. No es azaroso afirmar que si hoy existiesen jefes en un auténtico sentido aristocrático, éstos muchas veces estarían obligados a esconder su naturaleza y a presentarse bajo la vestimenta de agitadores democráticos de masas, si es que pretendiesen ejercer una influencia. El único sector que en parte ha permanecido aun inmune de tal contaminación es el del ejército, aun si ya no es fácil hallar allí el estilo severo e impersonal que caracterizó por ejemplo al prusianismo.

Al “nuestrismo” le corresponde un tipo humano esencialmente plebeyo. El tipo opuesto es aquel al cual se le puede referir la fórmula del “amor por lo lejano”. No la cercanía “humana”, sino la distancia suscita en él un sentimiento que en el fondo lo eleva y, al mismo tiempo, lo impulsa a seguir y a obedecer, en términos sumamente diferentes del otro tipo. Antiguamente se pudo hablar de la magia o de la fascinación de la “superioridad olímpica”. Vibran aquí otras cuerdas del alma. En un dominio diferente, nosotros no podemos por cierto ver un progreso en el pasaje del hombre-dios del mundo clásico (por más símbolo o ideal que fuese) al dios-hombre del judeo-cristianismo, a aquel dios que se hace hombre y funda una religión de fondo humano, con un amor que debería mancomunar a todos los hombres así como hacerlos cercanos el uno con el otro. No equivocadamente Nietzsche denunció en esto a lo opuesto de lo que designó con la palabra vornehm, que se traduce por “distinto” o “aristocrático”.

El cielo nocturno estrellado por encima de sí era exaltado por Kant por su indecible lejanía, y tal sentimiento es probado por muchos seres no vulgares, en manera totalmente natural. Nos encontramos aquí en el límite. Sin embargo un reflejo puede ser resaltado también en planos infinitamente más condicionados. A la distancia “anagógica” (es decir, a la distancia que eleva), se le puede oponer en cambio aquello que se esconde bajo la vestimenta de una cierta humildad. Es de Séneca el dicho de que no existe un orgullo más detestable que el de los humildes. Este dicho deriva de un agudo análisis del fondo de la humildad ostentada por personas que, en el fondo, se complacen consigo mismas, sintiéndose en cambio sumamente insufribles hacia todo lo que es superior a ellas. El sentirse juntas en éstas es natural y remite a lo que hemos dicho más arriba.

Como en muchos otros casos, las consideraciones aquí expuestas son comprendidas con la finalidad de establecer criterios de discriminación, de medida, y se encuentran en verdad en una posición de contracorriente con lo actual.

Respecto  de la manía de popularidad de los grandes, no resistimos a la tentación de referir un episodio personal. Años atrás hicimos llegar uno de nuestros libros a un soberano respetando las normales reglas de etiqueta, es decir, no de manera directa, sino a través de un intermediario. Y bien, nosotros decimos la pura verdad cuando afirmamos haber probado casi un shock al recibir una carta de agradecimiento que comenzaba con las palabra “Querido (!) Evola”, sin que yo hubiese conocido nunca personalmente a tal personaje o le hubiese ni siquiera escrito. Esta “democraticidad” parece estar muy en boga. En cambio hoy en día disgusta aquella persona que aun tiene una sensibilidad por los antiguos valores.

En un dominio sumamente banal se podría recordar como índice de una línea similar, un uso muy difundido en los Estados Unidos, el país más plebeyo de la Tierra. En especial en la nueva generación no se puede intercambiar un par de palabras con alguien sin que éste nos invite a tutearlo y a llamarlo con su nombre de pila, Al, Joe, etc. En contraste con esto podemos recordar a aquellos hijos que trataban de Usted a sus mismos padres y de una cierta persona, a nosotros sumamente cercana, la cual continuaba tratando de Usted a chicas (chicas bien) aun luego de haberse acostado con ellas, mientras que películas, que seguramente reflejan las costumbres del más allá del océano, nos presentan al estereotipo de aquel que, luego de un simple e insípido beso enseguida tutea a la mujer.

(De Il Conciliatore, septiembre de 1972)

(Publicado originariamente en http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Lejano.htm)

El mayor peligro, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

El mayor peligro, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

No hay duda alguna de que, desde un punto de vista material y político, Rusia con sus derivaciones comunistas constituye hoy para nosotros el mayor enemigo: ello por el mero hecho de que un triunfo del mismo equivaldría a la inmediata eliminación física de todos aquellos que en Europa aun defienden una superior idea de la existencia humana y del Estado. Por tal razón, debido al actual encuadramiento internacional, quedan totalmente justificadas desde el punto de vista práctico, todas aquellas medidas defensivas y de profilaxis que, a través de un bloqueo capitaneado por Estados Unidos, puedan marginar el peligro ruso. E incluso se puede estar también del lado de tal país, al no estarnos concedida, por el momento, otra alternativa posible. Las premisas para una “tercera fuerza” que pueda desarrollarse en el campo de la gran política mundial, son lamentablemente inexistentes hoy en día.

Sin embargo las cosas se encuentran en una manera distinta si del plano material se pasa al espiritual. En tal plano, para todo aquel que se encuentre orientado en el sentido de una verdadera Derecha tradicional, debería mantenerse firme lo que fue reconocido en manera clara durante el período del Eje, es decir, que Rusia y Estados Unidos representan dos caras de un mismo mal, dos aspectos de una misma negación. Así pues el hecho de que materialmente y militarmente por el momento no podamos no apoyarnos en el encuadramiento “atlántico” no nos debería llevar a formular entre nosotros y Norteamérica, una distancia interior menor que la que nos separa de la Rusia soviética. Las tácticas político-militares antes mencionadas no nos deberían llevar en manera alguna a un vasallaje intelectual.

En efecto, en el domino de la cultura, defenderse de Norteamérica es sumamente más importante que defenderse de todo aquello que proviene de Rusia. Afuera de un campo estrictamente material, el peligro comunista es efectivamente mínimo. A pesar de las veleidades de unos pocos intelectuales cuyo encuadramiento se hace siempre más exiguo, una “cultura” comunista puede reputarse como inexistente. La nueva “civilización proletaria” existe tan sólo como un slogan de agitadores. Se sabe que en los países no dominados por parte de la Rusia soviética, el “comunista”, prácticamente, no es sino el obrero que aspira a hacer propios los modos y los tenores de vida del “burgués”; y aquí es donde comienza y termina todo el potencial sugestivo de la propaganda correspondiente, lo cual es sumamente ostensible para todos nosotros. En los mismos países comunistas, empezando por Rusia, no es el caso de hablar de un “hombre nuevo”, si se prescinde de estrecho círculo de un minúsculo grupo de “puros” y de fanáticos. Por su carácter rudimentario y su craso materialismo, las mismas condiciones marxistas son tales que es suficiente con tener un mínimo de forma interna y de sensibilidad espiritual para advertir todo su carácter bárbaro y ajeno a cualquier sentido mínimamente superior. Así pues, mientras no tengamos que padecer una ocupación, para nosotros la Rusia soviética y el comunismo no representan culturalmente un peligro verdadero. Sumamente diferentes se encuentran las cosas si tenemos que remitirnos a Norteamérica. La americanización de nuestro continente se encuentra en pleno desarrollo y –lo que es más preocupante– posee un carácter que parece espontáneo y natural. A tal respecto es dable decir que quizás sea Italia el país que se encuentra a la vanguardia de todas las demás naciones europeas en su actitud de aceptar pasiva y obtusamente la influencia norteamericana en la cual ella ve la quintaesencia de todo aquello que es verdaderamente “moderno”, interesante, grandioso, digno de ser imitado e importado. Esta fascinación, cuyas formas son múltiples, no ahorra casi a ningún estrato de la población. Cine, radio, televisión, prensa escrita, son los principales focos de todo esto. Y puesto que se trata del dominio de la vida ordinaria de los ciudadanos, nadie se preocupa políticamente de esta intoxicación, nadie se preocupa de perder el amor propio, ningún límite es puesto para asegurar al italiano medio un mínimo de dignidad, de decoro, de independencia interior y también, de libertad y de reflexión. Con respecto a esto último no queremos decir para nada que en una época como la actual tengamos que permanecer cerradamente apegados a lo nuestro sin importar su valor. Podemos también abrirnos a experiencias propias de una vida más vasta, pero eligiendo, discriminado, teniendo una medida propia, no lanzándonos hacia un solo lado, como acontece en cambio hoy en día con relación a la influencia norteamericana.

Un ejemplo típico, si bien archisabido, nos es dado con la llamada música ligera y con el jazz. A tal respecto entre nosotros circula casi con exclusividad mercadería norteamericana o de tal tenor. En la R.A.I., por lo menos en los dos tercios de sus programas, no se siente cantar en otra lengua que no sea el inglés, y no se escuchan sino orquestas norteamericanas o del estilo. Se ha llegado hasta el límite de que se difunden ejecuciones y “arreglos” norteamericanos incluso en temas italianos y vieneses. Una de las más bellas danzas del Príncipe Igor se ha hecho popular entre nosotros a través de un pegajoso “arreglo” aparecido en una película norteamericana, y los ejemplos abundan. Ante tal pasividad, todo aquello de interesante, de menos estereotipado, de más variado y de mucho más cercano a nuestra naturaleza que podrían ofrecernos por ejemplo la Europa central o centro-oriental, vale como inexistente para los compiladores de los programas. Aun desde el punto de vista de la lengua no se entiende cómo al italiano no le repela el inglés (en especial el inglés yanqui), en cuanto a la pronunciación y cadencia, y no se haya sentido más alejado del mismo que de cualquier otra lengua.

Y resulta a su vez sumamente triste y exasperante que ante tal estado de cosas no haya surgido ninguna reacción espontánea, popular para hacer frente a semejante esnobismo y mal gusto de usos ya difundidos que “hacen mucha América”, por parte de una cierta jerga existente en los modales y en las vestimentas, en especial cuando se trata del sexo femenino. A ciertas jóvenes fanáticas de los pantalones y de los blue jeans se los haríamos endosar no en habitaciones lujosas o en halls de hoteles, sino en un campo de concentración, en donde en verdad los mismos corresponden, dado que en su origen tal indumentaria, incluso en los Estados Unidos, era usada exclusivamente en el más duro mundo del trabajo. En ciertos casos especiales un gobierno serio se sentiría obligado a intervenir. En cambio no se ha encontrado nada para decir, por ejemplo, en el hecho de que un grupo de jóvenes de la aristocracia italiana haya ido en tournée a América, poniendo bien de relieve justamente su carácter de nobles, pero tan sólo para exhibirse como modelos, al servicio de una clientela yanqui bien provista de dólares.

En el mismo campo de la literatura, serían sumamente deseables ciertas reacciones. Así pues hallamos la novela norteamericana acompañada de una inflación de traducciones italianas que muchas veces se trata de obras de un nivel ínfimo, vinculadas a ambientes extraños y mezquinos, privados para nosotros de cualquier interés. Debería ser a su vez advertido el peligro de los denominados “intercambios culturales”. Es sabido que sobre la base de un grupo de leyes –la Fullbright y la Smith-Mundt Law– los Estados Unidos han abierto créditos en Europa y especialmente en Italia para estadías y sueldos de jóvenes en ambientes y colleges norteamericanos: con relación a ello hay justamente una oficina especial en la embajada de los Estados Unidos. Y como si esto no bastara, el gobierno italiano ha aportado su cuota, para incrementar tales intercambios, que se resuelven generalmente en otras tantas ocasiones de intoxicación intelectual. En efecto, lamentablemente sobre el joven que no tenga una forma mentis propia, unos principios verdaderos y buen sentido, puede impactar mucho todo aquello que Norteamérica nos presenta en el campo práctico y con su aparente facilidad de vida. Hemos comprobado varias veces esta experiencia respecto de quienes han regresado de los Estados Unidos. Y ello no tan sólo entre gente común, sino entre alguien perteneciente a la más antigua nobleza europea hemos escuchado decir tranquilamente que así como en la antigua área imperial se iba a Roma para formarse, de la misma manera acontecía hoy en día con Norteamérica comprendida como la nueva nación-guía.

Dado el clima de irresponsable democracia hoy vigente en Italia, es imposible que hablemos de un sistema organizado de defensa de tal tipo. Ello puede ser tan sólo algo perteneciente a unos pocos que se encuentran aun espiritualmente de pié. A éstos les correspondería dar el ejemplo con energía. Sin polémicas ni animosidad debe considerarse todo lo yanqui con una fría curiosidad, invirtiendo los roles: remitiendo a Norteamérica al rango de una provincia, de una excrescencia periférica en donde se ha centralizado y desarrollado hasta el absurdo todo aquello que de negativo había producido la civilización última de Europa. Y cuando algo perteneciente a lo norteamericano tuviese que ser admitido, se lo tendría que hacer manteniendo la mirada libre, considerando simultáneamente otras perspectivas, otras posibilidades, otros valores, en un marco tal en el cual, cualitativamente, Norteamérica represente tan sólo un episodio, y su pretensión de ser la portadora de la forma más alta alcanzada por la civilización humana, al cual el resto del mundo debe ser elevado bajo el signo de la democracia, se nos aparezca como una broma de mal gusto.

(de Il Conciliatore, Noviembre 1958)

(Publicado originariamente en http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Peligro.htm)

 

El peligro wagneriano, por Julius Evola (traducido porMarcos Ghio)

El peligro wagneriano, por Julius Evola (traducido porMarcos Ghio)

Acontece casi siempre que no se pueda profesar un antiwagnerismo, sin que se piense enseguida en una animadversión hacia la música de Wagner en nombre de tradiciones artísticas anteriores, o de música italiana, o de música sinfónica clásica. Por cuenta nuestra, no consentiremos nunca entrar en tal dominio, puesto que, a nuestro parecer, todo se reduce a preferencias en gran medida personales y sentimentales, Existe en efecto un “caso Wagner” que hoy en día se encuentra muy lejos de haber perdido su actualidad: pero en un plano diferente y por lo tanto no en relación con el significado que tiene el arte de Wagner en sí mismo, sino con respecto a gran parte del material y de las tradiciones de las cuales él recabó, tal como se suele decir, su inspiración.

Decir algo a tal respecto es útil desde un punto de vista que no es simplemente abstracto y doctrinal. R. Wagner, con la poderosa influencia ejercida en sus contemporáneos y aun no apagada hoy en día, se encuentra entre los mayores responsables de equívocos muchas veces graves, los cuales han determinado más de una antítesis artificial. Si por ejemplo, entre nosotros Manacorda, con muchos otros, ha formulado en lo referente al antiguo mundo nórdico, la broma de mal gusto de la “selva” por contraposición con el “templo”, ello no habría sido posible sin la deformación y la romantización de aquel mundo, debida en gran medida justamente a Wagner. Por supuesto, en esto Wagner no ha sido un caso aislado: ya existía en Alemania un ambiente en gran medida preparado para acoger su punto de vista y, a tal respecto, su influencia, por decirlo así “avanzó por sí misma”. Si también hoy en día examinamos las concepciones de los “neopaganos” más facinerosos, de aquellos que querrían lanzar todo hacia el mar, no sólo Roma católica, sino el mismo mundo imperial gibelino, y volver a los puros orígenes, al puro mito nórdico y a la pura leyenda heroica germánica, sería fácil reconocer, en tales construcciones, no algo verdaderamente originario, sino un romanticismo fantasioso, que no conduce demasiado más allá de las ideas y las interpretaciones difundidas por Wagner, revelándose así como un producto totalmente reciente y “moderno”, que tiene como principio no una realidad, sino un “mito”.

Aquí no puede tratarse de un análisis aun sumario del mundo wagneriano, sino sólo de lo que se refiere a las relaciones que se establecen entre arte y tradición. En un mundo marcado por la tradición –es decir, según el sentido que nosotros siempre damos a este término, por un sentido de conocimientos, de principios y de símbolos de origen y validez no simplemente “humanos”– en un tal mundo el arte no puede tener sino una función subordinada, y las pretensiones de un “arte puro”, fin en sí mismo, no pueden no aparecer sino heréticas y absurdas: aquí, el arte está destinado a conferir, con los medios específicos propios, vida y evidencia a un contenido tradicional, sin alterarlo en modo alguno, dándole tan sólo una especial expresión y sensibilización, de modo tal de convertirlo en accesible también a aquellos que son incapaces de una comprensión intelectual directa. Por esto, en los tiempos más antiguos el artista tuvo siempre algo de “vate”: se le solicitaba no tanto la función de “crear” o de “inventar” sobre la base de una originalidad, sino la de elevarse hasta un determinado conocimiento supraracional, al cual su genialidad y humanidad de artista le debía luego permanecer estrechamente fiel.

Justamente lo contrario es lo que ha acontecido en el mundo moderno, el cual por lo tanto puede ser llamado en forma indiferenciada como “antitradicional” como “humanista”. Sobre todo, tal como es sabido, el arte, del mismo modo que lo demás, se emancipa y se humaniza. Hasta aquí poco es malo: es poco malo aun que el arte se reduzca a crear fantasmas subjetivos, a suscitar “estados de ánimo”, más o menos elevados y líricos, a ser el mediador complaciente de la sentimentalidad humana. El verdadero mal comienza allí donde el arte moderno, luego de haberse emancipado y humanizado de esta forma, echa mano a formas tradicionales, utilizándolas como nuevos “temas” y nuevas fuentes de inspiración. En una tal coyuntura toda relación normal resulta invertida, y como resultado se tiene una profanación, en el sentido más riguroso del término: aquello que no es “humano” –la tradición– se convierte en instrumento y medio para lo que es humano, es decir, para la creación artística; en el centro se encuentra la “personalidad del artista”, lo demás se le encuentra subordinado, no adquiere vida sino en función de la misma, es decir, en función de algo puramente subjetivo. Allí donde el arte tradicional o “sagrado” (“sagrado” sin embargo no en sentido simplemente religioso y eclesiástico: epopeyas, mitologías, símbolos, etc. entran en tal idea más vasta de lo “sagrado”) espiritualizaba a lo humano, el arte, del cual hablamos aquí, viene en cambio a humanizar y a deformar incluso lo espiritual.

Y tal es en modo característico, también el caso de Wagner. Se dice que él ha revelado a sus contemporáneos el antiguo y olvidado mundo nórdico del Eda, de los Nibelungos, del Grial. Lo contrario es lo opuesto: él ha perjudicado toda comprensión efectiva de un tal mundo con su interpretación romántica, fumosamente “heroica”, místico-erotizante e ininterrumpidamente “humanista”, en suma, con un espíritu, lejano como cielo de la tierra, del que es propio del tema, y por lo tanto llevado a asumir, en las diferentes tradiciones, sólo los aspectos más condicionados, y tradicionalmente insignificantes. Y naturalmente, la música, entre las diferentes artes, es la que más podía prestarse para propiciar una tal desviación.

Para mostrar las divergencias que los mismos temas poseen en la ópera wagneriana por un lado, en las tradiciones originarias por el otro, o bien lo que en la primera se encuentra como arbitrariamente agregado o inventado, no se terminaría más, y  nosotros ya hemos dicho que no es éste el lugar para entrar en detalles. Haremos tan sólo mención a que sobre todo en lo relativo al antiguo mundo nórdico (ciclo de los nibelungos, Parsifal, Lohengrin) la ópera de Wagner tiene, desde el punto de vista en el cual nosotros nos ubicamos, los caracteres de una verdadera y propia adulteración. Todo es llevado exactamente al nivel de un escenario operístico, el elemento humano y pasional suplanta violentamente todo elemento simbólico y metafísico, todo se convierte en oscuro, inestable, fatalista, turbiamente “heroico” por un lado, malamente “místico” por el otro, no sólo en las circunstancias de los seres morales, sino incluso en las de los celestes; se habla románticamente de “Crepúsculo de los dioses”, allí donde en cambio se trata simplemente del “cumplimiento de un ciclo” en conformidad con leyes cíclicas, que cualquier tradición conoció: oscurecimiento temporáneo de lo divino que retomará la vida olímpica en otra era. Se lleva la historia del Grial desde el plano del misterio “solar” e imperial de la “piedra de luz” al de una historieta místico-cristiana moralizada por el obligado complejo culpa-amor-redención. La verdadera misión de Lohengrin desaparece en puras divagaciones inficionadas de erotismo. El cual naturalmente  sumerge todo en otra leyenda, el contenido más profundo de la cual se sustrae mayormente al ojo inexperto, la de Tristán e Isolda, y se proyecta en el místico epílogo de estilo happy end americano, privado de cualquier vínculo con la leyenda, del “Buque Fantasma. Y así se podría fácilmente continuar.

Pero aquí se nos objetará que una cosa es hacer arte, y otra darse a especulaciones metafísicas y a exégesis tradicionales; y que no se pretenderá que un teatro o una sala de conciertos se transformen en una alta escuela. Ello es cierto. Sin embargo hay que saber entonces qué es lo que verdaderamente se quiere. En tanto existiese con la debida autoridad una élite en posesión del justo conocimiento, desarrollos arbitrarios de tal tipo no serían tan peligrosos, todos sabrían que se trata tan sólo de “arte” y con el goce estético cual hoy se lo concibe, todo concluiría. No es lo mismo en un mundo que efectivamente parece haber perdido totalmente sus verdaderas tradiciones y que lo demuestra, creyendo acercarse a través de interpretaciones, como por ejemplo las wagnerianas. ¿Y no se ha visto acaso a Schuré y a Steiner llegar hasta el límite de declarar a Wagner como un “iniciado”? En tal circunstancia el arte se muestra tanto más un instrumento de perversión, en tanto más alta, supraestética, es la misión reveladora que la misma supone desarrollar. No repetiremos lo que hemos revelado al comienzo, es decir que justamente a influencias de tal tipo se debe buena parte de la desviación ideológica de ciertos ambientes alemanes contemporáneos, tal como el de Chamberlain y de su interpretación del germanismo. Insistiremos más bien en decir que de todo esto se está formando un “mito” (identificado con una presunta tradición nórdica) el cual, de acuerdo a lo que suele acontecer en cada procedimiento hipnótico, termina convirtiéndose en verdadero. A un mito entonces se le contrapone otro, a la historia de la “selva” la del “templo”, al mundo nibelúngico, otro mundo por igual fantástico, “construido”, inexistente y, en su carácter puramente polémico, por igual alejado de aquella atmósfera de claridad, de controlada visión y de universalidad, de la cual, en cada pueblo, antes de adaptarse a las condiciones específicas propias del mismo, recaba su origen toda forma verdaderamente tradicional.

 
(De Corriere Padano, 6 de marzo de 1937)

(Traducido originariamente en http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Wagner.htm)