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Actualidad de Wilfredo Pareto, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Actualidad de Wilfredo Pareto, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Aun prescindiendo de su sistema sociológico, cuya validez puede ser objetable desde muchos puntos de vista, Wilfredo Pareto es un autor que siempre es leído y releído con placer, además por su estilo claro y vivaz, por un anticonformismo, un valeroso amor por la verdad y por una insufribilidad hacia las ideologías, los mitos y las mentiras de aquel mundo burgués pre-fascista existente en la época en la cual él había concebido sus obras principales. Tal mundo es el que hoy en día ha resucitado, pero de manera más virulenta, por lo cual muchas de las consideraciones de Pareto mantienen un carácter de sorprendente actualidad.

Aparte de su aversión congénita hacia todo tipo de democracia, en el campo de la sociología positiva Pareto ha hecho una importante contribución al principio antidemocrático al demostrar la ley de la “circulación de las élites”, cuya validez es cada vez más notoria. Es decir que Pareto ha acertado en sostener que en cualquier tipo de sociedad el fenómeno de la existencia de una élite, de una minoría que domina, es una cosa constante. Así pues una jerarquía en mayor o menor medida elaborada representa un dato sociológico siempre presente, aun en los casos en los cuales la misma es negada de palabra. Lo que sucede es que las élites pueden modificarse, que grupos sociales diferentes, pueden, “circulando”, sustituirse el uno al otro y eventualmente desplazarse entre sí, justamente en su acción formativa de una élite. Pareto se ha limitado a demostrar el fenómeno estructural sociológico de carácter general de la élite; él no ha desarrollado una filosofía de la historia para descubrir cuáles cualidades de élite se han sucedido en el transcurso de los tiempos conocidos por nosotros. Desde el punto de vista tradicional, es dable constatar un proceso de regresión que en nuestros días está alcanzando un límite.

Pareto no ahorra dardos cuando hace frente a los mitos de las que él denomina como “las religiones laicas del mundo burgués”, que se han sustituido a las verdades y valores de otros tiempos: Humanidad, Democracia, Progreso, Libertad, Voluntad del Pueblo, Igualdad, moralismo puritano, etc.. Todas estas palabras escritas habitualmente con mayúscula del mismo modo como antes se escribía tan sólo el nombre de Dios, y objeto todas de un nuevo culto y de un nuevo fanatismo. Será interesante recordar algunos pasajes de su obra principal, Tratado de sociología general (2ª Edición).

Comencemos con el igualitarismo. Objetivamente toda igualdad es un absurdo. Pareto (#1227) dice que si en algún momento los sentimientos de igualdad pueden alcanzar algún impulso, ello se debe al hecho de que los mismos no tienen nada que ver con la verdadera igualdad, puesto que se refieren no

“a un valor abstracto, como todavía creen ciertos ingenuos intelectuales, sino a los intereses directos de personas que quieren sustraerse a desigualdades que les resultan contrarias e instituir nuevas que les sean favorables, siendo para éstas la meta principal”.

En otras palabra, toda ideología igualitaria es tan sólo un instrumento, usado hipócritamente para una finalidad destructiva. Luego de un análogo análisis efectuado por Tácito, también Vico había notado cómo se exalta y enarbola la igualdad primero para destituir a los superiores, luego para mancomunarse a éstos y finalmente para ponerlos por debajo de los que son inferiores, instituyendo así nuevas desigualdades con una jerarquía al revés. Refiriéndose a Esparta, a las antiguas estirpes nórdicas y también a Inglaterra, Pareto recuerda que como efectivamente “iguales” o “pares” (en griego omoioi) valieron de hecho tan sólo los miembros de una aristocracia sumamente restringida a los cuales se les imponía la estricta observancia de difíciles y rigurosos deberes de casta. Nada de esto es pues lo que corresponde al igualitarismo nivelador de nuestros días.

Además Pareto ataca la interpretación difamatoria del régimen feudal, presentado por al historiografía “progresista” como un régimen de violencia y de atropellos. Él escribe (#1154):

“Es una cosa absurda representarse a la antigua feudalidad de Europa como una cosa impuesta exclusivamente a través de la fuerza; en cambio se mantenía en parte por sentimientos de recíproco afecto los cuales se observaron también en otros países, en donde existía la feudalidad, como por ejemplo en Japón... De manera general, ello se verifica en todos los ordenamientos sociales en donde existe una jerarquía, la cual, tan sólo cuando está por desaparecer y para dar lugar a otra cesa de ser espontánea, para ser impuesta exclusivamente y de manera predominante, a través de la fuerza”.

Pareto recuerda justamente el papel que en los sistemas tradicionales tiene el principio de la “fidelidad”, concebida en términos tales por lo que jurarla equivalía a un sacramento, convirtiendo en “mártires a aquellos que sacrificaban la propia vida para mantenerla y malditos en cambio a aquellos que la violaban”. Varias citas interesantes son hechas a tal respecto.

El realismo de Pareto resulta del siguiente pasaje (#2183):

“Todos los gobiernos usan la fuerza y todos sostienen tener un fundamento en la razón. En los hechos, con o sin sufragio universal, es siempre una oligarquía la que gobierna y la que sabe dar a la “voluntad del pueblo” la expresión que ella desea... desde  los votos de la mayoría de una asamblea elegida de manera variada, hasta el plebiscito que dio el imperio a Napoleón III y así sucesivamente, para terminar con el sufragio universal sabiamente conducido, comprado y manipulado por nuestros politiqueros. ¿Quién es este nuevo dios que tiene por nombre el de “sufragio universal”? No se encuentra mejor definido, ni es menos misterioso, menos afuera de la realidad que las cosas referentes a tantas otras divinidades: ni tampoco faltan en su teología, como en las otras, tantas contradicciones patentes”.

Con respecto a las nuevas hipocresías, afirma Pareto (#1462):

“En los tiempos bárbaros un pueblo llevaba la guerra a otro, saqueaba sus tierras, sustraía sus dineros, sin tantos discursos; en nuestros tiempos en cambio esto se lo sigue haciendo, pero se dice actuar en nombre de los “vitales intereses” y ello sería un inmenso progreso”.

De una manera no muy distinta se echa mano a los ideales, a los valores morales, al “derecho” a fin de enmascarar los verdaderos fines. Se cita el caso de la guerra de los Boxers en China a comienzos del siglo XX, la que en realidad fue combatida por los europeos para imponer el comercio del opio. Por lo tanto no hay duda respecto del modo en el cual Pareto habría juzgado los casos más recientes y notorios: la etiqueta de “Cruzada europea”, aplicada por los Norteamericanos (y propiamente por parte de Eisenhower) a su intervención en la segunda guerra mundial, y la macabra farsa del proceso de Nüremberg celebrado en nombre de la “humanidad” y de la “civilización”. ¡Cómo era mejor la cruda franqueza de quien se limitaba a declarar: Vae victis? (1)!

Pareto se indigna cuando escucha hablar de la llamada “voluntad popular” y pone de relieve la adulación demagógica del “pueblo”. En otros tiempos, él dice, por ejemplo (#1713), incluso los reyes podían ser duramente atacados por su misma nobleza o por los papas,

“mientras que hoy nadie tiene el valor suficiente como para reprender al “pueblo” y menos que menos el de resistírsele abiertamente; lo cual no obsta de que lo engatusen, lo engañen, lo exploten como ya en otra época los sicofantes y los demagogos explotaban al demos de Atenas.”

Es obvio que esto puede valer en aun mayor medida en relación al más reciente y sacrosanto tabú constituido por la “clase obrera”.

Pareto resalta también que la proclamada “libertad de pensamiento” de los “tiempos del Progreso” es comprendida en modo tal de que se la reivindica para sí y se la niega en cambio a los adversarios. Ello no tan sólo en el plano social, sino también en el religioso: los ortodoxos y tradicionalistas, en nombre de tal libertad, deberían tolerar a los herejes y revolucionarios, pero éstos no piensan para nada en reconocerles a los primeros la libertad de pensar como quieren y de defender la propia tradición: para ellos éstos carecerían de tal derecho, puesto que son unos “oscurantistas” (# 1852). Y de una intolerancia puede hablarse en lo que se refiere a la misma “libre democracia”; se observa que pocas sociedades son tan fanáticas como las que proclaman justamente la libertad (véase el caso de los Estados Unidos). Se podría agregar el caso de más recientes acontecimientos en los cuales la “libertad” ha sido impuesta a pueblos que no la reclamaron para nada (2). Resulta superfluo recordar luego todas las intrigas e intervenciones armadas de las potencias comunistas para “liberar” a otras naciones. Del mismo modo que en un nuevo maniqueísmo, a la democracia se le asocian el humanitarismo y el pacifismo a la manera de ángeles de la luz que combaten y se oponen a entidades denominadas retrógradas y que salvan y defienden a la mísera humanidad de las insidias de éstas (# 1891).

Respecto de las ideas humanitarias, Pareto resalta que el influjo que pueden tener en las personas representa una señal de debilitamiento del impulso que tiende a la conservación del individuo, de la sociedad y del Estado.

“Los charlatanes se creen que sus declaraciones puedan ser sustituidas por los sentimientos que mantienen el equilibrio social y político” (#2741).

Por lo cual Pareto afirmó siempre la necesidad de un Estado fuerte, del Estado que actúa sobre el plano de las realidades y no de ficciones cuyo subsuelo verdadero nunca parece. En consecuencia, él reconoció el significado que tuvo el Estado prusiano y no pudo no simpatizar con el fascismo.

Sobre tal línea él combatió el mito anti-alemán y el de una falsificada “latinidad”. En contra de aquellos católicos sectarios que quieren ver en el catolicismo latino el principio de todo orden y de toda disciplina y en el protestantismo en cambio la matriz de toda anarquía (con tales antítesis se deleitaron más tarde por ejemplo Guido Manacorda y Francisco Orestano en el mismo período fascista), Pareto resaltaba (#1856) que, si bien Italia sea católica, “los sentimientos de disciplina son menos poderosos que en Prusia”; así como reconocía que en Alemania regían impulsos sumamente más concretos y eficaces, es decir que “la fe monárquica, el espíritu militar, la sumisión a la autoridad eran muy débiles en Italia”.

Justamente en relación a la actitud que predominaba en Alemania, Pareto hace observaciones que hoy en día en Italia se deberían compartir plenamente:

“Se pretende que si las fuerzas revolucionarias o aun tan sólo populares chocan contra las fuerzas del orden las primeras tengan cualquier derecho y las segundas en cambio solo posean deberes, principalmente el deber de soportar todo antes de hacer uso de las armas: injurias, golpes, pedradas, todo es perdonado si es que viene del pueblo... mientras que la fuerza pública debería tener una paciencia inagotable, si es golpeada en una mejilla ella debería ofrecer la otra, los soldados (se refiere aquí a un período en el cual el ejército era empleado para combatir los desórdenes) deben ser santos ascetas; no se entiende por qué se le pone en sus manos un fusil o una daga en vez de un rosario del Santo Progreso”.

Es decir que Pareto a la concepción democrática vigente en nuestros días contraponía la visión prusiana que todo Estado verdadero debería hacer propia, en el sentido de que “reaccionar en contra de los insultos y los golpes no sólo es concedido, sino impuesto a la fuerza pública; un oficial es deshonrado si se deja rozar impunemente por el más leve de los golpes” (#2147).

Pareto también fue un anticonformista en el dominio de la moral sexual. Él escribió una pequeña obra que saliera primeramente en francés, Le virtuisme, en la cual estigmatizaba al puritanismo sexófobo, que no es sino la contracara del pansexualismo de nuestros días. Él puso de relieve que el moderno “virtuismo” sexual no encuentra su equivalente en ninguna gran civilización del pasado. Roma antigua lo ignoró, pues puso en primer plano la dignidad y la medida. Pareto relata dos ejemplos referidos al famoso Catón el censor. Éste estaba presente en las Floralia, fiesta romana en la cual en el escenario en un determinado momento una joven tiene que ser totalmente desvestida. El director del espectáculo, al darse cuenta de la presencia de Catón entre el público, dudaba si ofrecer tal escena. Entonces Catón se retiró, para no privar al público de una diversión. Otra vez Catón vio a un joven discípulo salir de un prostíbulo. No le dijo nada. Tan sólo cuando ello se repitió otras veces le dijo que no había nada malo en tales visitas, pero que él no debía confundir el prostíbulo con su habitación.

He aquí una graciosa reflexión de Pareto (#1890):

“¿Si se tiene la manía de proteger, por qué ocuparse tan sólo de la seducción de las mujeres y descuidar la de los hombres? ¿Por qué no se inventa alguna otra expresión, como la de “trata de blancas” que valga también para los “blancos”?”.

Y también:

“Entre los dogmas de la actual religión sexual (el “virtuísmo” burgués) se encuentra aquel de que la prostitución es un “mal absoluto” que no se discute... de la misma manera que no se discute un dogma religioso; pero bajo el aspecto experimental queda por saber si la prostitución es, o no es, el oficio que mejor se vincula con la índole de ciertas mujeres, a las cuales, más que cualquier otro oficio que podría encarar, le resulta grato, y si es o no es, dentro de ciertos límites, útil a toda la sociedad” (#1382).

Y él pone de relieve el carácter “honesto” de la prostitución de la mujer, la cual en el fondo comercia con lo que le pertenece, su cuerpo, con respecto a la prostitución que debe denunciarse en tantos hombres públicos de hoy en día que comercian indignamente con los bienes colectivos y de otros, traicionando la confianza obtenida a través de la seducción de las masas....

(Il Conciliatore, abril de 1972)

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