Metafísica del Sexo. Capítulo IV. 42. Sobre la ética de los sexos
Esta última observación nos lleva a tratar del problema de la ética de los sexos. Se trata de un problema que aquí no haremos más que esbozar, por una doble razón. En primer lugar, porque, en contra de lo que muchos piensan hoy día, la ética según la concepción tradicional no constituye un dominio autónomo. Si ella debe tener un valor realmente normativó, es preciso que tenga una base en la esfera de lo sagrado y de lo metafísico. En segundo lugar, porque ya hemos tratado en otra parte la ética sexual considerada según esta perspectiva (125). Aquí apenas tocaremos el tema, en parte a título de introducción al examen de las formas sacralizadas de la sexualidad.
Toda ética verdadera, es decir, tradicional y no "social", o abstracta, filosófica, se basa sobre la asunción en forma tan libre como absoluta de aquello que corresponde a la naturaleza propia de cada ser. Un dato originariamente "naturalístico", en su convertirse en el contenido de un acto puro del querer, pierde aquel carácter suyo y asume un valor ético. La fórmula de toda ética se resume en el "sé tú mismo" o "sé fiel a ti mismo", debiendo entender en el "sí mismo" la propia naturaleza más profunda, la propia "idea" o tipicidad.
Ahora bien, si en el ser por sí y en el ser por el otro hemos reconocido los caracteres elementales de la masculinidad y de la femineidad, parece bastante claro cual es la ética del hombre y cual la de la mujer: será la pura, incondicionada asunción y el desarrollo de las dichas disposiciones por parte de los individuos empíricos del uno o del otro sexo. A este respecto, en nuestra obra mencionada más arriba hemos indicado una simetría. Como tipos de la virilidad pura, realizadores del ser por sí, hemos señalado los del guerrero y el asceta, que hacen de contrapartida ideal, cuales realizadores del principio del ser por otro, o "heteridad", los tipos de la femineidad pura, expresados por la amante y por la madre.
Añadiremos solamente la siguiente consideración por lo que concierne a la mujer. Tomadas en sí mismas, ni la disposición materna ni la disposición afrodisiana tienen ningún valor ético, deontológico; ambas atestiguan la pertenencia de la mujer a la simple "naturaleza". Si esto viene generalmente reconocido respecto a la disposición afrodisiana, muchos se dan por el contrario a una exaltación completamente falta de base respecto a la disposición materna. Se habla de la "función sublime de la maternidad", mientras que sería muy difícil mostrar qué es lo que tiene de sublime la maternidad. El amor materno es algo que la hembra humana tiene en común con la de muchas especies animales (126); se trata de un rasgo naturalístico, impersonal e instintivo del ser femenino, en sí mismo desprovisto de una dimensión ética, que puede inclusive manifestarse en una neta antítesis con los valores éticos. Así se ha hecho notar justamente que, en el tipo de la madre absoluta, un tal amor no está en modo alguno en función de principios superiores (127); es ciego y puede inclusive ser injusto. La madre ama al hijo únicamente porque es su hijo, no porque vea en él la encarnación de lo que es digno de ser amado. Por defender o salvar al hijo, la madre absoluta estará dispuesta no solamente a sacrificar su vida (y hasta aquí subsistiría la base naturalística por una actitud ética), sino también a mancharse con faltas imperdonables desde el punto de vista ético. El ejemplo más crudo es quizá el tipo de madre de la novela Imant y su madre, de Aino Kailas: una madre que, habiendo sabido que su hijo arriesga la vida en una conjura contra su señor, no vacila en traicionar a todos los conjurados, a condición de que el señor se comprometa a respetar la vida del hijo. Todos los compañeros de éste son "masacrados"; el hijo salva la vida, pero, naturalmente, apenas conoce la verdad, no le queda otra cosa que hacer que suicidarse. El contraste entre la ética masculina y el amor maternal se presenta aquí en sus términos más netos.
Es menester una autosuperación, una disposición heroica, sacrificial, supraindividual, para que las tendencias naturales de la mujer en tanto madre y en tanto amante, asuman un carácter ético. Para la madre, no se tratará ya de un amor ciego, de un instinto, de algo coactivo, que no deja posibilidad de elección, sino de un acto libre, de un amor clarividente en el que permanecerá la disposición a no vivir para sí, a ser para el otro (aquí para el hijo), pero unido a la facultad de discriminar y a una voluntad positiva capaz de llevar a la superación del substratum naturalístico, hasta el punto de hacer eventualmente desear la muerte del hijo indigno. Algunos tipos espartanos, antiguo-romanos, ibéricos y germánicos de madres pueden ilustrar esta primera posibilidad ética femenina.
La segunda posibilidad ética femenina corresponde al tipo de la amante y se concreta en la voluntad de ser para otro, de vivir para otro (128), en un clima heroico y transfigurante en el que ella desea que el hombre sea su "señor y esposo", venerado también como a un dios: superando todo exclusivismo y todo egoísmo pasional, haciendo casi de su ofrenda un acto sacrificial, conservando el potencial disgregador, vivificante y "demoníaco" de la mujer absoluta afrodisiana, pero liberándolo del lado destructivo y "succionante" del que hemos hablado. En nuestra obra citada con anterioridad, hemos indicado instituciones del mundo tradicional que tuvieron por premisa esta actitud ética posible, de la mujer en tanto que naturaleza no demetriana, sino afrodisiana y dionisíaca. La mujer que quiere seguir a su esposo en el más allá, inclusive entre las llamas de la hoguera funeraria —costumbre atribuida falsamente sólo a la India, porque se encuentran costumbres animadas por el mismo espíritu entre los tracios, los antiguos germanos, en China, entre los incas, etc.— representa el límite de esta vía (129).
Sobre el tema de la ética de los sexos nos limitaremos, en una obra como ésta, a estas notas más que esquemáticas. Dejamos de lado completamente el "problema de la mujer" y el de las "relaciones sexuales" según las conciben los modernos, con referencias al matrimonio, divorcio, emancipación, amor libre, etc. Todos estos son problemas inexistentes. El único problema serio es el de la medida en la cual, en una sociedad y en una época dada, el hombre pueda ser él mismo y la mujer pueda ser ella misma, en una neta aproximación a los arquetipos correspondientes, y el problema de la medida en que, más allá de las variedades de las formas exteriores y de los diferentes marcos institucionales, sus relaciones reflejan la ley natural inmutable enraizada en la metafísica misma de lo masculino y lo femenino, ley que reza: integración y complemento recíproco junto a una subordinación principian de la mujer al hombre. Todo lo demás —por expresarnos a la manera de Nietzsche— es tontería; y en la introducción, ya hemos puesto de relieve en qué estado, en cuanto al hombre, a la mujer y al sexo, nos encontramos en el mundo occidental moderno, gracias al llamado "progreso" (130).
Notas a pie de página:
(125) En Rivolta contro il mondo moderno, parte I, § 21.
(126) Cf. MEUNIER, L'amour maternal chez les animaux, París, 1877.
(127) Cf. L. KLAGES, Vom kosmogonischen Eros, cit., pág. 18: "El amor maternal casi impersonal de una mujer se parece, hasta confundirse, al de otra mujer... Puesto que todo instinto tiene en sí algo de anímico, el amor maternal tiene, sí, una profundidad de alma, pero de ninguna manera una altura espiritual, y no pertenece al animal-madre de modo diferente al de la madre humana."
(128) Como interesante testimonio de esta disposición se pueden citar las palabras de Mlle. de Lapinasse a de Guilbert: "Ese yo del que habla Fenelón es una quimera; yo siento positivamente que yo no soy yo. Soy usted y, para ser usted, no debo hacer ningún sacrificio. Sus afectos, sus pensamientos, he aquí, oh amigo, el yo que me es querido, el que me es más íntimo; todo lo demás me es extraño." (En B. DANGENNES, Op. cit., págs. 152-153.) La Sftá de la epopeya dice que para una mujer bien nacida, la vía a seguir no son los padres, los hijos, los amigos, "ni siquiera su misma alma", sino que es su esposo.
(129) San Bonifacio habla de ciertas mujeres de los pueblos nórdicos que no querían en modo alguno sobrevivir a sus maridos y que, "con un furor inaudito", se hacían quemar con él; la leyenda presenta el mismo motivo en las figuras de Nama y Brunilda. Entre los Letones, los Godos y los Hérulos, erán frecuentes los casos de mujeres cuyos maridos caían en la guerra y que se mataban. Cf. también E. WESTERMARCK, History of human marriage, cit., págs. 125-126.
(130) El mundo moderno ha conocido a la mujer que ha querido emanciparse (materialmente, socialmente) del hombre, pero no al hombre que ha querido emanciparse (interiormente, espiritualmente) de la mujer. El clima "ginecocrático" de la actual civilización occidental (y, en un grado más elevado todavía, de la civilización americana) está bastante bien indicado por estas palabras de un personaje de H. D. LAWRENCE (Aaron's rod, c. XIII): "La importancia fundamental de la mujer en la vida, la mujer portadora y fuente de vida, es la creencia profesada y profunda de todo el mundo blanco... Casi todos los hombres aceptan este. principio. Casi todos los hombres, en el momento mismo en que ellos imponen sus derechos egoístas de machos dueños, aceptan tácitamente el hecho de la superioridad de la mujer portadora de la vida. Tácitamente creen en el culto de aquello que es femenino. Tácitamente están de acuerdo en admitir que cuanto hay de productivo, de bello, de apasionado y de esencialmente noble en el mundo es la mujer. Y aunque puedan reaccionar contra esta creencia, detestando a sus mujeres, recurriendo a las prostitutas, al alcohol y a cualquier otra cosa, en rebelión contra ese gran dogma ignominioso de la sagrada superioridad de la mujer, sin embargo no hacen siempre, más que profanar al dios de su verdadera fe. Al profanar a la mujer, continúan, aunque negativamente, rindiéndole culto... El espíritu de la virilidad ha desaparecido del mundo. Los hombres [de hoy] no podrían jamás unirse para combatir la buena batalla, porque apenas una mujer se adelante con sus hijos, encontrará un ejército de borregos dispuestos a defenderla y a sofocar la rebelión."
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