Metafísica del Sexo: Introducción. 1. Delimitación del tema
El título de este libro reclama una aclaración a propósito del término "metafísica". Emplearemos aquí esta palabra en un doble sentido. El primer sentido es bastante corriente en filosofía, donde por "metafísica" se entiende la investigación de los principios y de las significaciones últimas. Una metafísica del sexo será pues el estudio de lo que, desde un punto de vista absoluto, significan ya los sexos, ya las relaciones basadas sobre los sexos. Una investigación semejante cuenta con pocos precedentes. Una vez citado Platón, si hacemos abstracción de ciertas ideas posibles de encontrar en autores cercanos a la época del Renacimiento, de las teorías de Boehme y de algunos místicos heterodoxos inspirados en él, hasta Franz von Baader, hay que llegar a Shopenhauer, después del cual únicamente se puede mencionar a Weininger y, en cierta medida, a Carpenter, Berdiaeff y Klages. En los tiempos modernos, en nuestros días sobre todo, se han multiplicado endémicamente las obras sobre el problema de los sexos, considerado desde el punto de vista antropológico, biológico, sociológico, eugenésico y, finalmente, psicoanalítico; se ha creado inclusive un neologismo para designar semejantes investigaciones: la "sexología", pero todo esto tiene poco o nada que ver con una metafísica del sexo.
En este dominio, como en cualquier otro, nuestros contemporáneos no están interesados en la búsqueda de las significaciones últimas, que se toma por cosa vaga -y sobrepasada. Se piensa alcanzar algo más serio y más importante manteniéndose por el contrario sobre el plano empírico y más estrictamente humano, cuando la atención no se concentra en los subproductos patológicos del sexo.
Estas observaciones son válidas en gran parte también para aquellos autores de ayer y de hoy que han tratado del amor, más que del sexo en particular. Ellos se han mantenido esencialmente sobre el plano psicológico y sobre el de un análisis general de los sentimientos. Inclusive lo que escritores como Stendhal, Bourget, Balzac, Solovieff o Lawrence han publicado a este respecto, concierne poco a las significaciones más profundas del sexo. Por lo demás, la referencia al "amor" —dado lo que se entiende hoy principalmente por esta palabra, y dado el agotamiento de orden sobre todo sentimental y romántico en la mayor parte de las experiencias correspondientes— no podía sino provocar un equívoco y restringir la investigación a un dominio estrecho y más bien banal. Sólo contadas veces, y diríamos que casi por azar, ha habido aproximaciones a lo que se relaciona con una dimensión en profundidad, o dimensión metafísica del amor en sus conexiones con el sexo.
Pero, en este estudio, el término "metafísica" será tomado también en un segundo sentido, relacionado con su etimología, ya que, literalmente, "metafísica" significa la ciencia de lo que va más allá de lo físico. Sólo que aquí ese "más allá de lo físico" concernirá no a conceptos abstractos o a ideas filosóficas, sino a lo que puede resultar, como experiencia no solamente física, sino como experiencia transpsicológica y transfisiológica, de una doctrina de los estados múltiples del ser, de una antropología que no se detiene, como la de los tiempos más recientes, en el simple binomio alma-cuerpo, sino que conoce las modalidades "sutiles" e incluso trascendentes de la conciencia humana. Tierra ignota para la mayoría de nuestros contemporáneos, un conocimiento de este género constituyó parte integrante de las discipli-nas antiguas y de las tradiciones de los pueblos más diversos. De ella, extraeremos los puntos de partida para una metafísica del sexo, tomada en el segundo sentido: como constatación de todo lo que en la experiencia del sexo y del amor comporta un cambio de nivel de la conciencia ordinaria, "física", y a veces inclusive una cierta suspensión del condicionamiento del Yo individual, y la emergencia momentánea o inserción de modos de ser de carácter profundo.
Que en la experiencia del eros se establece un ritmo diferente, que una corriente distinta invade y transporta o suspende las facultades ordinarias del individuo humano, que se abren huecos sobre un mundo diferente, todo esto, en todo tiempo ha sido observado o entrevisto. Pero en quienes son los sujetos de esta experiencia falta casi siempre una sensibilidad sutil desarrollada de forma que puedan captar algo más que las simples emo-ciones y sensaciones que les sobrecogen; les falta toda base para orientarse en el acontecimiento en que se esbozan los cambios de nivel de que acabamos de hablar.
En cuanto a los que hacen de la experiencia del sexo un estudio científico, refiriéndose a otros y no a sí mismos, las cosas no van para ellos mucho mejor respecto al tema de una metafísica del sexo tomada en el segundo sentido. Las ciencias susceptibles de suministrar las referencias necesarias para la exploración de estas dimensiones potenciales de la experiencia del eros se ha perdido casi completamente. Por ello han faltado los conocimientos indispensables para identificar en términos de realidad los contenidos posibles de lo que es habitualmente tomado "de una manera irreal", reduciendo lo no-humano a prolongaciones exaltadas de lo que es solamente humano, de la pasión y del senti-miento, consiguiendo únicamente hacer poesía, lirismo, romanticismo idealizante y empequeñecerlo todo.
Con estas observaciones, tenemos a la vista el dominio erótico que podríamos llamar profano, que poco más o menos es el único que conocen los hombres y las mujeres del Occidente moderno, y que es el único también con el que se enfrentan los psicólogos y sexólogos de hoy. En las significaciones más profundas que nosotros indicaremos para el amor en general, y hasta en el acto brutal que lo expresa y lo concluye, en este acto en que, como alguien ha dicho, se forma un ser múltiple y monstruoso y en el que se diría que el hombre y la mujer buscan humillarse, sacrificar todo cuanto hay en ellos de bello (Barbusse), es posible que la mayoría no se reconozca y piense que se trata de interpretaciones nuestras arbitrarias y fantásticas, personales, de carácter abstruso y "hermético".
Las cosas pueden parecer así únicamente a quien tome por absoluto lo que en general él ve cada día a su alrededor o experimenta en sí mismo. Pero el mundo del eros no ha comenzado hoy, y basta con echar una ojeada a la historia, a la etnología, a la historié de las religiones, a la misteriosofía, al folklore, a la mitología, para darse cuenta de la existencia de formas del eros y de la experiencia sexual en que fueron reconocidas y tomadas en consideración posibilidades más profundas, en las que se pusieron suficientemente de relieve significaciones de orden transfisiológico y transpsicológico como las que nosotros indicaremos. Referencias de este género, bien documentadas y concordantes con las tradiciones de civilizaciones muy diferentes entre sí, bastarán para disipar la idea de que la metafísica del sexo sea una pura fantasía. La conclusión que se podrá extraer será muy otra; se llegará a decir más bien que, como por atrofia, aspectos muy determinados del eros han llegado a quedar latentes hasta resultar casi indiscernibles en la mayoría de los casos; que, en el amor sexual habitual, no subsiste de ellos más que leves huellas o indicios, de manera que, para hacerlos resurgir, es precisa una integración, una operación análoga a la que en las matemáticas constituye el paso de la diferencial a la integral. En efecto, no es verosímil que en las indicadas formas antiguas, a menudo sacrales e iniciáticas del eros, se haya inventado y añadido lo que no existiera en absoluto en la experiencia humana correspondiente; no es verosímil que se haya hecho de ésta un uso para el cual no se prestaba en modo alguno, ni siquiera virtualmente y en principio. Mucho más verosímil resulta que, con el tiempo, esta experiencia se haya degradado en cierto sentido, empobrecido, oscurecido y atrofiado en la gran mayoría de los machos y hembras pertenecientes a un ciclo dado de civilización, esencialmente orientada hacia la materialidad. Justamente se ha dicho: El hecho de que la humanidad haga el amor como lo ha hecho casi todo, es decir, estúpida e inconscientemente, no impide que su misterio continúe manteniendo la dignidad que le corresponde (1). Será inútil adelantar que, llegado el caso, ciertas posibilidades y ciertas significaciones del eros no sean testificadas sino excepcionalmente. Justamente estas excepciones de hoy (que, por lo demás, como `hemos dicho, se van a integrar en lo que, en otros tiempos, presentaba este carácter en un grado menor) suministran la clave para comprender el contenido potencial, profundo e inconsciente también de lo no-excepcional y de lo profano. C. Mauclair, aunque no teniendo en el fondo a la vista más que las variedades de una pasión de carácter profano y natural, dijo con toda razón que, en el amor, se cumplen los gestos sin reflexionar, y que su misterio no está claro más que para una ínfima minoría de seres... En la multitud innumerable de los seres con rostro humano, añadía, muy pocos son auténticos hombres y, dentro de esta selección, muy poco numerosos son los que penetran el sentido del amor (2). En este dominio como en otro, el criterio estadístico del número está desprovisto de todo valor. Se lo puede dejar para métodos vulgares como el empleado por Kinsey en sus bien conocidos informes sobre el "comportamiento sexual del macho y de la hembra en la especie humana". En una investigación como la nuestra, es lo excepcional lo que puede tener valor de "normal" en un sentido superior.
Partiendo de esto, se pueden ya delimitar los dominios sobre los que recaerá nuestro examen. El primer dominio será el de la experiencia erótico-sexual en general, es decir, del amor profano tal como puede también conocerlo un cualquier Armando o una Julieta cualquiera, para buscar ya en esta experiencia los "indicios intersticiales" de algo que, virtualmente, sobrepasa el simple hecho físico y sentimental. El estudio puede comenzar por una cantidad de expresiones constantes del lenguaje de los amantes y por las formas típicas de su comportamiento. Esta materia nos la proporciona ya la vida cotidiana; no hay más que considerarla bajo una nueva luz para obtener interesantes elementos indicativos de lo que se nos muestra como lo más estereotipado y banal.
Siempre dentro de lo que concierne a la fenomenología del amor profano, se pueden espigar otros materiales en la obra de los novelistas y los dramaturgos; es sabido que, en nuestra época, sus temas casi exclusivos han sido el amor y el sexo. En efecto, se puede admitir que, a su manera, esta producción tiene también un valor de testimonio, de "documento humano", porque, de costumbre, una experiencia personal realmente vivida, o al menos tendente a ello, constituye la materia prima de la creación artística. Y lo que ésta ofrece además, justamente por ser arte —en lo que hace sentir, decir o hacer a los diferentes personajes—, no se reduce siempre a ser una ficción o una fantasía. Por el contrario, se puede tratar de integraciones, de amplificaciones y de intensificaciones, donde se pone más distintamente a la luz lo que en la realidad —en la experiencia personal del autor o de otros— se presenta de una manera incompleta, muda o potencial. Desde este punto de vista, se puede encontrar en el arte y en la novela otro material a considerar, un material objetivo, y que a menudo concierne a formas ya diferenciadas del eros.
La búsqueda del material tropieza sin embargo con dificultades particulares en el aspecto de los datos que se relacionan con un dominio importante para nuestro estudio: el dominio de los estados que se desarrollan en los puntos límite de la experiencia erótico-sexual, es decir, durante la unión sexual. La literatura, en este punto, ofrece pocos elementos. Hasta ayer, existía el veto del puritanismo. Pero, en las novelas modernas más atrevidas, lo que es banal y vulgar prevalece sobre la rr•ateria eventualmente utilizable para nuestros fines. Ejemplo típico de ello es Lady Chatterley's Lover, de D. H. Lawrence, libro que, en este dominio, fue considerado en una cierta época como una especie de record.
Para recoger directamente material, se tropieza aquí con una doble dificultad, subjetiva y objetiva. Subjetiva, porque no ya con los extraños, sino inclusive con la respectiva pareja masculina o femenina no gusta hablar con exactitud y sinceridad de lo que se experimenta en las fases más exaltadas de la intimidad corporal. Igualmente, la dificultad es objetiva, porque estas fases corresponden a menudo a formas de conciencia reducida (y es lógico que, para la mayoría, ocurra así), hasta el punto de que ocurre a veces no solamente no recordar lo que se ha experimentado, sino inclusive lo que se ha dicho o hecho en tales momentos, cuando se desenvuelven en las formas más interesantes. En efecto, nosotros hemos podido constatar que los momentos culminantes, estáticos o menádicos de la sexualidad, constitu-yen a menudo soluciones más o menos profundas de continuidad de la conciencia de los amantes, estados de los que ellos vuelven en sí como agotados; o bien, lo que es simple sensación paroxística y emoción, lo confunde todo.
Gracias a su profesión, los psiquiatras y los ginecólogos podrían encontrarse en una situación bastante favorable para recoger un material útil, si supieran orientarse e interesarse por un tal orden de cosas. Pero no ocurre así. Con un buen gusto extremado, la escuela positivista del siglo pasado llegó a publicar fotografías de órganos genitales femeninos para establecer extrañas correspondencias entre las mujeres delincuentes, las prostitutas y las mujeres de los pueblos salvajes. Por contra, una recolección de testimonios de tipo introspectivo, al respecto de la experiencia íntima del sexo, no ha despertado, al parecer, el menor interés. De otra parte, cuando en este' dominio interviene una actitud con pretensiones científicas "sexológicas", los resultados son en general ensayos de una incompetencia más bien grotesca. Aquí, como en otros ámbitos, la condición previa para comprender una experiencia es, en efecto, saber uno mismo algo de ella. Havelok Ellis (3) ha hecho notar justamente que "las mujeres que, con seriedad y sinceridad, escriben libros sobre estos problemas (los problemas sexuales) son a menudo las últimas a las que habría que acudir como representantes de su sexo; las que saben más de ellos son las que menos escriben". Nosotros diríamos más: que son las que no escriben en absoluto. Y esto, naturalmente, es válido también en gran parte para los hombres.
En fin, a propósito del dominio del eros profano, incluso la más reciente disciplina que ha hecho del sexo y de la libido una especie de idea fija, el psicoanálisis, tiene muy poco valor para nuestros fines, como ya hemos dicho. Sólo en algún que otro extremo, podrá ella ofrecernos algunas indicaciones útiles. Sus investigaciones, en general, están ya desplazadas desde el punto de partida, a causa de los prejuicios de escuela y de una concepción absolutamente deformada y contaminadora del ser humano. Y aquí hay que decir que es justamente porque en nuestros días el psicoanálisis, mediante una inversión casi demoníaca, ha puesto de relieve una primordialidad sub-personal del sexo, por lo que es absolutamente necesario oponer otra primordialidad, ésta de carácter metafísico, y de la cual la otra no sería más que su degradación; este es exactamente el objetivo funda-mental de este libro.
Todo esto, pues, a propósito del dominio de la sexualidad ordinaria, diferenciada o no, que, como ya hemos dicho, no debe ser identificada sin más con cada sexualidad posible. En efecto, para nosotros hay un segundo dominio, mucho más importante, correspondiente a las tradiciones que han conocido una sacralización del sexo, un empleo mágico, sagrado, ritual o místico de la unión sexual, hasta incluso de la orgía, a veces en formas colectivas e institucionales (fiestas estacionales, prostitución sagrada, hierogamías, etc.). El material de que se dispone a este respecto es bastante vasto, y el hecho de que ofrezca un aspecto ampliamente retrospectivo no obsta nada a su valor. En este punto también, todo depende de tener o no tener los conocimientos adecuados para proceder a una interpretación exacta, no considerando todos estos testimonios como lo hacen casi sin excepción los historiadores de las religiones y los etnólogos: con el mismo interés "neutro" que se puede experimentar ante los objetos de un museo.
Este segundo dominio, con su fenomenología relativa a una sexualidad ya no profana, admite una separación que se puede hacer corresponder con la que existe entre el exoterismo y el esoterismo, entre las costumbres generales y la doctrina secreta. Aparte las formas, cuyo tipo más conocido está constituido por el dionisismo, por el tantrismo popular y por los diversos cultos eróticos, ha habido medios que no sólo han reconocido la dimensión más profunda del sexo, sino que también han formulado técnicas que a menudo tenían finalidades pura y conscientemente iniciáticas; se ha contemplado un régimen especial de la unión sexual para conducir a formas particulares de éxtasis, para conseguir una liberación de las ligaduras humanas y una anticipación de lo incondicionado. Para este dominio especial, también existe una documentación, y la concordancia bastante visible de la doctrina y los métodos en las diversas tradiciones resulta grandemente significativa.
Considerando estos diferentes dominios como las partes de un todo donde se integran y se aclaran unos a otros, aparecerán suficientemente demostradas tanto la realidad como el sentido de una metafísica del sexo. Lo que los seres humanos conocen habitualmente cuando se sienten atraídos el uno hacia el otro y cuando ellos se aman, será restituido al más vasto conjunto del que forma parte esencialmente. En razón de particulares circunstancias, este libro no representará apenas más que un ensayo. En otras obras, ya hemos tenido ocasión de hablar de la doctrina esotérica del andrógino, así como de las prácticas sexuales de la que esta doctrina es la base. Para la parte más nueva, que es la investigación en el dominio del amor profano, hubiéramos tenido que disponer de un material mucho más rico que, incluso haciendo abstracción de las dificultades indicadas más arriba, una contingencia estrictamente personal nos ha impedido recoger. De todas formas, esperamos que habrá aquí bastante para mostrar una dirección y para dar una idea de conjunto.
Notas a pie de página:
(1) S. Péladan, La Science de !'Amour (Amphitheátre des Sciences Mortes). París, 1911.
(2) C. Mauclair, La magie de l'amour.
(3) EHavelok Ellis, Studies in the psychology of sex, v. III, Philadelphie, 1909, p. VII.
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