Metafísica del Sexo: Introducción. 2. El sexo en el mundo moderno
Antes de entrar en el tema, quizá sea oportuno hacer unas breves observaciones relativas a la época en que este libro se ha escrito. El papel del sexo en la civilización actual es de todos conocido, si bien hoy se podría hablar incluso de una obsesión por el tema del sexo. En ninguna otra época la mujer y el sexo han ocupado de tal forma el primer plano. Bajo mil formas, el sexo y la mujer dominan la literatura, el teatro, el cine, la publicidad, toda la vida práctica contemporánea. Bajo mil formas, la mujer es presentada para atraer sin cesar al hombre e intoxicarle sexualmente. El strip tease, costumbre americana llevada a la escena, consistente en el espectáculo de una joven que se desnuda poco a poco, quitando una a una de su cuerpo las prendas más íntimas, hasta el mínimo necesario para mantener en los espectadores la tensión propia de ese "complejo de expectación" o estado de suspense que quedaría destruido, por la desnudez total, completa e impúdica, tiene el valor de un símbolo en el que se resume lo que, en los últimos períodos de la civilización occidental, se ha producido en cada dominio bajo el signo del sexo. Los recursos de la técnica han sido utilizados para estos efectos. Los tipos femeninos más fascinantes y excitantes no son ya conocidos, como ayer lo eran, sólo en los espacios restringidos de los países donde viven o donde se encuentran; cuidadosamente seleccionados y puestos en vedette de todas las formas posibles, mediante el cine, las revistas, la televisión, los dibujos animados, etcétera, como actrices, "estrellas" y misses, se convierten en las hogueras de un erotismo cuyo radio de acción es internacional e intercontinental, de la misma manera que su zona de influencia es colectiva, no respetando las capas sociales que antaño vivían dentro de los límites de una sexualidad normal y anodina.
Importa poner de relieve el carácter cerebral de esta moderna pandemia del sexo. No se trata de impulsos más violentos que se manifiestan sobre el solo plano físico, dando lugar, como en otras épocas, a una vida sexual exuberante no reprimida, y hasta incluso al libertinaje. Hoy día, el sexo ha impregnado más bien la esfera psíquica, produciendo en ella una gravitación constante e insistente hacia la mujer y el amor. Es así que sobre el plano mental se tiene, como fondo, un erotismo que presenta dos caracteres sobresalientes: ante todo, el carácter de una excitación difusa y crónica, casi independiente de toda satisfacción física concreta, porque ella dura como excitación psíquica; en segundo lugar, y en parte como consecuencia de esto, este erotismo puede inclusive coexistir con una castidad aparente. Respecto del primero de estos dos puntos, es un hecho característico que hoy se piensa mucho más en el sexo que ayer, cuando la vida sexual era mucho menos libre, cuando las costumbres, al limitar más la libre manifestación del amor físico, hubiera hecho más lógica la intoxicación mental que, por el contrario, es típicamente actual. En cuanto al segundo punto, ciertas formas femeninas de anestesia sexual y de castidad corrompida, teniendo conexiones con lo que el psicoanálisis llama las variedades narcisistas de la libido, son muy significativas. Se trata de esas jóvenes modernas para quienes la exhibición de su desnudez, la acentuación de todo aquello que puede representar un reclamo para el hombre, el culto de su cuerpo, el maquillaje y todo lo demás, constituyen el principal interés y les proporciona un placer transpuesto, que prefieren al placer específico de la experiencia sexual normal y concreta, hasta provocarles una especie de insensibilidad ante esta experiencia y, en ciertos casos, un rechazo neuropático. Estos tipos deben ser situados entre las hogueras que alimentan más la atmósfera de lujuria cerebral crónica y difusa de nuestro tiempo.
Tolstoi dijo un día a Gorki: "Para un francés, antes que nada, está la mujer. Es un pueblo extenuado, desequilibrado. Los médicos aseguran que todos los tísicos son sensuales." Dejando de lado a los franceses, queda verdaderamente el hecho de que la propagación pandémica del interés por el sexo y la mujer marca todas las eras crepusculares, y el de que, en la época moderna, este fenómeno se encuentra pues entre los numerosos que nos hacen ver que esta época representa precisamente la fase más avanzada, terminal, de un proceso de regresión. No se puede menos que recordar las ideas formuladas por la antigüedad clásica, siguiendo una analogía con el organismo humano. En el hombre, la cabeza, el pecho y las partes inferiores del cuerpo constituyen respectivamente las sedes de la vida intelectual y espiritual, de los impulsos del alma que van hasta la aptitud heroica, y en fin de la vida del vientre y el sexo. Tres principales formas de interés, tres tipos humanos y, podríamos añadir, tres tipos de civilización se corresponde con ellas. Es evidente que, en nuestros días, por regresión, se vive en medio de una civilización en la que el interés predominante no es el interés intelectual o espiritual; no es tampoco el interés heroico o cualquier otro que se relacione con las manifestaciones superiores de la afectividad, sino que es el interés subpersonal determinado por el vientre y el sexo. Y es así como amenazan con convertirse en realidad las infortunadas palabras de un gran poeta, respecto a que serían el hambre y el amor los que darían forma a la historia. El vientre es, actualmente, el fondo de las luchas sociales y económicas más características y más desastrosas. Su contrapartida es la importancia, más arriba indicada, que tiene en nuestros días la mujer, el amor y el sexo.
La antigua tradición hindú sobre las cuatro edades del mundo, en su formulación tántrica, nos aporta otro testimonio de lo que venimos diciendo. Una característica fundamental de la última de estas edades, de la que se denomina edad obscura (Kali-yuga), será que en ella Káli se ha despertado —es decir, se ha desencadenado— hasta el punto de tener a esta época bajo su signo. En lo que ha de seguir, tendremos que ocuparnos a menudo de Káli; en su aspecto esencial, ella es no solamente la diosa de la destrucción, sino también del deseo y del sexo. A este respecto, la doctrina tántrica formula una ética e indica un camino que, en las épocas precedentes, habría tenido que ser condenado o bien mantenido en secreto: transformar el veneno en remedio. No es de todas formas hoy el caso, al considerar el problema de la civilización, de hacerse ilusiones ante perspectivas de este género. Más adelante, verá el lector qué plano alcanzan las posibilidades que acabamos de señalar. Por el momento, no hay más que constatar la pandemia del sexo como uno de los signos del carácter regresivo de los tiempos actuales: pandemia cuya contrapartida natural es esta ginecocracia, esta preeminencia tácita de todo lo que, directa o indirectamente, está condicionado por el elemento femenino, cuyas variedades de retorno a nuestra civilización ya hemos señalado en otros trabajos (4).
Lo que, en este orden especial de ideas, pongamos en claro respecto de la metafísica y del empleo del sexo, no podrá sin embargo más que servir para marcar una oposición, para fijar unos puntos de vista. Conocidos éstos también en este dominio, aparecerá directamente la caída del nivel interior del hombre moderno.
Notas a pie de página
(4) Cf. J. Evola, Rivolta contro il mondo moderno, Milano, p. 422-423; Commentario a J. J. Bachofen, Le Madri e la virilitá olímpica, Milano, 1949, p. 14 sqq. Constituye también un signo de la llegada de "la edad oscura" cuando "los hombres se hacen sumisos a las mujeres y esclavos del placer, opresores de sus amigos, de sus maestros y de todo lo que merece respeto" (Mandnirvdna-tantra, IV, 52).
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