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Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y Amor Sexual. 3. El prejuicio evolucionista

Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y Amor Sexual. 3. El prejuicio evolucionista

Es evidente que la significación que se atribuye al sexo dependerá, por regla general, de la forma de concebir la naturaleza humana, y hasta de la antropología particular que se profese. El carácter de esa antropología tiene que repercutir sobre el concepto mismo que se configure del sexo. Así, por ejemplo, el sentido que presente la sexualidad desde el punto de vista de una antropología que reconozca al hombre la dignidad de un ser no exclusivamente natural, estará por fuerza en oposición al que le atribuya una antropología que considere al hombre como una de las muchas especies animales, y en una época en que —como ha dicho H. L. Philp— pareció conveniente escribir Selección Natural con mayúsculas, como se hacía antes con el nombre de Dios.

El cuadro de la sexología en el período más próximo, y todavía hoy en los tratados con pretensiones "científicas", se resiente de la herencia del materialismo del siglo XIX, que tuvo por premisas el darwinismo y el biologismo, es decir, una imagen a la vez deformada y mutilada del hombre. Así como según estas teorías el hombre derivaría del animal por "evolución natural", también la vida sexual y erótica del hombre fue expuesta como una prolongación de los instintos animales, y explicada en su fondo último y positivo por finalidades puramente biológicas de la especie.

Por consiguiente, la moderna tendencia a someter lo superior a lo inferior, a explicar lo superior por lo inferior —en este caso, lo humano por lo fisiológico y animal—, se afianza también en este terreno. Para los paladares más delicados intervino en seguida el psicoanálisis, con el fin de que se considerase el elemento psicológico, aunque confirmando la misma tendencia. En efecto, para la antropología psicoanalítica hay siempre un elemento pre-personal y sub-personal —el mundo del inconsciente, del instinto, del "Ello", de los arquetipos arcaicos que retroceden a una ancestralidad primitiva— que constituye el fondo del hombre. En función de ese fondo o subsuelo pretenden explicar los psicoanalistas todo lo que anteriormente se había considerado como vida psíquica autónoma en el hombre: sobre todo cuando se trata de amor y de sexo.

Aquí partiremos de unas premisas completamente distintas. Nuestro punto de partida no será la teoría moderna de la evolución, sino la doctrina tradicional de la involución. En el caso presente, para nosotros no es el hombre el que desciende del mono por evolución, sino el mono quien desciende del hombre por involución. Lo mismo que para De Maistre, también para nosotros los pueblos salvajes no son pueblos primitivos, en el sentido de pueblos originales, sino los restos degenerantes, crepusculares, nocturnos, de razas más antiguas enteramente desaparecidas. Admitiremos, por lo demás, aquello que recientemente han presentido varios pensadores opuestos al dogma evolucionista (Kohlbrugge, Marconi, Dacqué, Westenhófer, Adloff): incluso en las especies animales hay que tener en cuenta las especializaciones agotadas de ciertas posibilidades comprendidas en el ser humano primordial; por consiguiente, de los subproductos del verdadero proceso evolutivo que desde el principio está centralizado en el hombre. Sin embargo, la ontogénesis —la historia biológica del individuo— no refleja en absoluto la filo-génesis —la supuesta historia evolutiva de la especie—, sino que recorre de nuevo las posibilidades eliminadas, deteniéndose en los bosquejos y pasando adelante, para subordinar estas posibilidades al principio superior, específicamente humano, que se define y manifiesta cada vez más en el desarrollo del individuo.
Las diferencias fundamentales de métodos y visiones que se derivan de estas premisas aparecen claras también para nuestro problema. No contemplaremos la sexualidad humana como una prolongación de la sexualidad animal, sino que, por el contrario, consideraremos y explicaremos la sexualidad animal —en sí, en los animales, y tal como eventualmente se presenta asimismo en el hombre— como la caída y la regresión de un impulso ajeno a la esfera biológica. Metafísicamente, así es como se nos presentarán las cosas desde el punto de vista del llamado "instinto de reproducción" y de la "vida de la especie" misma. No representan en absoluto el hecho principal. Son unos derivados.

Notas a pie de página

(1) P. BOURGET: Physiologie de l’amour moderna, París, 1890 (trad. italiana, pág. 47, par. 1). Como corolario: "El amante que busca en el amor algo más que el amor, desde el interés hasta la estima, no es un amante" (íd.).

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