Metafísica del sexo. Capítulo IV. Dioses y Diosas, hombres y mujeres. 37. Phallus y menstruum
Concluiremos este orden de consideraciones con una alusión a dos motivos particulares del sacrum sexual.
Se trata en primer lugar del "culto fálico". En el dominio de la historia de las religiones, casi siempre se atribuye a este culto un sentido únicamente naturalista, si no también "obsceno", reduciéndolo a un culto de la fecundidad y de la virilidad procreadora pandémica. Pero, en el fondo, esto no concierne más que a los aspectos más exteriores, degradados y populares del complejo de que se trata. En realidad, el símbolo fálico se ha utilizado también para expresar justamente el principio de la virilidad trascendente, mágica o sobrenatural, luego algo bastante diferente de la variedad puramente priápica del poder macho. Es así como el phallus ha podido venir asociado al misterio de la resurrección, a la esperanza en ella y a la fuerza que puede producirla, de ahí que el phallus figure en el arte sepulcral y a menudo en Grecia y Roma fue puesto sobre las sepulturas. Ya hemos aportado textos en los que el dios ithifálico —el dios con el phallus en erecciónes relacionado con la imagen de aquel en quien se manifiesta y afirma la naturaleza del ser primordial, de Adamas, de "aquel que no puede ser despedazado". En otro testimonio proveniente de la misma fuente, se llama también a este ser "aquel que se mantuvo de pie, que se mantiene de pie y que se mantendrá de pie", y el simbolismo ithifálico, basado sobre la vertical, expresa precisamente el estar derecho o de pie, condición opuesta a la de quien está tumbado o ha sido abatido. El texto lleva de manera explícita al contexto metafísico ya expuesto anteriormente, al hablar del "que se mantiene de pie allá arriba, en la potencia increada, y que se mantiene de pie aquí abajo, habiendo sido engendrado por la [imagen] llevada por las Aguas" (78), pasando en seguida a hablar del Hermes ithifálico. En el mundo egipcio (en sus aspectos "solares, opuestos a los que se expresan en el simbolismo indicado más arriba de la "diosa que se curva"), el dios ithifálico Osiris no simboliza la fecundidad, el nacimiento y la muerte que se liga a la procreación animal y al principio húmedo de la generación y del deseo, sino a la resurrección de la muerte. "Oh dios nacido del phallus, tiéndeme los brazos", dice por ejemplo una inscripción egipcia al lado de la figura de un muerto que se levanta del sepulcro; y también se puede leer: " ¡Oh phallus que surges para la exterminación de los rebeldes contra el dios solar! ¡Gracias a tu phallus, soy más fuerte que los fuertes, más poderoso que los poderosos!" (79). Y en diferentes estatuas y representaciones, el mismo Osiris sostiene o muestra el phallus para aludir a su resurrección, prototipo de la de sus fieles. Sin embargo, en Egipto hubo misterios fálicos en los que, según un testimonio de Diodoro de Sicilia, tenía que hacerse iniciar quien quisiera hacerse sacerdote de cultos particulares. Especial mención merece finalmente el hecho de que, en la India, el phallus —lingam— es uno de los símbolos de Shiva, y el de que un colgante que reproduce la forma fálica es llevado por los ascetas como signo distintivo, luego en un contexto diferente a cualquier trasfondo procreador pánico o dionisíaco, en relación, por el contrario, con la fuerza de la virya, de la virilidad que se despierta y actúa a través de la separación ascética del mundo condicionado.
Ahora bien, existe una correspondencia secreta entre tal significado y la degradación del mismo simbolismo propia del hecho de que, en el mundo romano antiguo, la gente del pueblo empleaba la imagen del phallus como talismán o amuleto contra las influencias nefastas, para destruir todo encantamiento maléfico; inclusive aquí persiste el eco del significado propio de una virilidad luminosa que triunfa y dispersa todo cuanto es oblícuo y demoníaco. Por esto, la presencia iconográfica del phallus en algunos templos (en los templos no sólo de Baco, de Venus, de Príapo, sino también de Júpiter, Apolo y Hermes) venía considerada como la de un poder purificador y neutralizador de las fuerzas adversas. Las murallas de antiguas ciudades itálicas tenían un phallus evocador de una fuerza mágica protectora, mientras que, en general, el phallus como amuleto está atestiguado también en otras diversas civilizaciones, señaladamente en el Japón. Por otra parte, vemos figurar el phallus en el culto imperial, después de que, según un testimonio de Plinio, los imperatores lo hubiesen ya colocado delante de su carro triunfal. Pero, según la antigua mística romana de la victoria, Júpiter es el principio luminoso o uraniano, que hace tal al vencedor. Es en este complejo, enteramente otra cosa que naturalista y priápico, donde va integrado el simbolismo y el mismo culto del phallus conocido por el mundo tradicional. Por contra, la historia corriente de las religiones se limita a considerar en él los valores más groseros. En el mundo clásico, parece ser que sólo en los templos de la decadencia de las costumbres el phallus se convierte en símbolo de la lujuria y reviste un carácter "obsceno" en el sentido moderno.
No estará privada de interés una última referencia a la tradición egipcia. Según un mito de tal tradición, Osiris, el dios primordial, habría sido hecho pedazos; pero se encontraron los diferentes trozos y se le recompuso. Sin embargo, su phallus no fue encontrado. El desmembramiento es símbolo del paso del mundo del Uno el de la multiplicidad y la individuación. En este mundo, el ser primordial tiende a recomponerse en el hombre. El hombre está sin embargo todavía privado del phallus, no de la virilidad física sino de la trascendente, del poder creativo o mágico divino. Lo reencontrará —y estará completo— sólo como iniciado y como "osirificado". El tema del phallus de Osiris se presenta pues como una variante del motivo general de algo que ha andado perdido y que debe ser reencontrado: la palabra sagrada perdida u olvidada, la verdadera bebida celeste que jamás ha sido conocida, el mismo Graal que se ha vuelto invisible, etc.
Al aspecto masculino, ahora considerado, del sacrum sexual, se puede oponer el aspecto ambiguo e inclusive peligroso atribuido por un complejo de tradiciones concordantes con el principio femenino. No es solamente en el marco de religiones puritanas y enemigas del sexo en el que la mujer fue concebida como principio de "impureza"; el precepto de "ser puro de mujer" es en efecto un precepto que figura en un sistema ritual y cultural bastante más vasto. Esta "impureza" no debe ser concebida en términos morales; por el contrario, se refiere a la cualidad objetiva, impersonal, de una influencia determinada, ligada a una parte esencial de la naturaleza femenina. Una idea no distinta a ésta está en la base de concepciones y creencias variadas que conciernen a la pubertad femenina, y sobre todo a las menstruaciones.
En una macroscopisación primitivista, la idea a la cual hacemos alusión ha encontrado su expresión más drástica en el uso de algunos pueblos salvajes, en los cuales las muchachas eran segregadas (80) e inclusive aisladas del suelo a la primera señal de la pubertad. Es que se las consideraba "cargadas de una fuerzapotente que, si no era retenida entre los límites dados, podía destruir a la joven, así como a quienes entrasen en contacto con ella". Por esto venía a ser considerada tabú, portadora de una energía misteriosa, ni buena ni mala en sí, pero capaz de actuar en un sentido o en el otro, según sus aplicaciones y las circunstancias. El aislamiento inicial a la aparición de la primera menstruación podía repetirse cada nueva vez que aquella apareciera. La "influencia", de la que se trataba, era considerada en términos tan objetivos, casi "físicos", diríamos, que la primera vez los mismos vestidos de la joven eran quemados, en la idea de que estaban impregnados de esa influencia (81). En ciertos casos y en la opinión de ciertos pueblos, la peligrosidad y la impureza eran empero extendidas a la mujer parturienta, que era aislada y purificada. Junto a la efusión de sangre y al contacto con cadáveres, el sobreparto era circunstancia contaminante que imponía el rito de la lustración. En la Hélade, estaba prohibido a la mujer parir en el recinto sagrado del templo, en el Temenos. Y si en otros pueblos la peligrosidad parecía tener un grado particularmente alto en caso de aborto, la base de ello estaba probablemente en la idea de una energía entrada en acción, pero no agotada por el proceso —interrumpido— de la gestación. Por otra parte, la Iglesia romana y la Iglesia anglicana han conocido un servicio especial, llamado en francés relevailles, que hay que considerar como la "supervivencia de la antigua creencia de que una mujer que ha puesto a un niño en el mundo debe ser desinfectada, no médicamente, sino religiosamente (espiritualmente). A título de superstición popular, continúa existiendo aquí y allá la idea de que "si una mujer no va a la iglesia después de un parto para ser purificada, es muy peligroso para ella salir de su casa" (82)
En todo esto resulta interesante que el lado ambiguo, peligroso, de la substancia femenina, en su aspecto oculto, aparece referido no tanto a la potencialidad afrodisiana, como a la demetriana (maternal) de la mujer. Esto está confirmado por el hecho de que, según una tradición casi universal, está en relación con la menstruación —fenómeno ligado precisamente a la posibilidad maternal, no a la posibilidad afrodisiana o dionisíaca de la mujer—donde la idea del peligro mágico adquiere el mayor relieve, puesto que se trata de una influencia capaz no solamente de paralizar lo sagrado, sino también de alcanzar el nudo más profundo de la virilidad. Así, si en las Leyes de Manu se dice que "la sabiduría, el vigor, la fuerza, la potencia y la energía vital de un hombre que se aproxima a una mujer que está pasando la menstruación, desaparecen enteramente, una creencia análoga se encuentra en los pueblos indígenas norteamericanos, que piensan que "la presencia de una mujer en ese estado, puede quitar el poder a un hombre santo" (83). En Roma, las vírgenes que desempeñaban el papel de Vestales, suspendían esta función durante el período menstrual. Entre los medos, los Bactranos y los Persas, las mujeres, en el tiempo de su menstruación, debían mantenerse lejos de los elementos sagrados, en particular del fuego. Entre los griegos ortodoxos, les estaba prohibido recibir la comunión y besar los iconos en las iglesias; y en ciertas partes del Japón, les está severamente prohibido visitar los templos y rogar a los dioses y a los buenos espíritus. Según el Nitya-karma y el Padma-purána, en la India el precepto es el siguiente: "[En tal período, la mujer] no debe pensar ni en Dios, ni en el sol, ni en los sacrificios o las plegarias." Entre los hebreos, en ciertos casos, estaba prevista inclusive la pena de muerte para el hombre que se uniera carnalmente a una mujer durante su menstruación. Para el zoroastrismo, esto constituía un pecado para el cual no había remisión. El código islámico de Sidi Khebil dice: "El que, por satisfacer su placer, toca a una mujer durante la menstruación pierde la fuerza y la tranquilidad de espíritu." Un antiguo dicho inglés, citado por Ellis, reza así: "Oh menstruating woman, thou’rt a fiend — from whom all nature should be closely screened!" (84).
Entre todas, tiene un particular valor indicativo la concepción hindú de que una mujer, cualquiera que sea su casta, en el período menstrual tiene la sustancia de un paria; cualidad, ésta, que se atenúa en ella sólo con el declinar del período. Esto es interesante si se recuerda que, según las enseñanzas hindúes, el paria, el fuera de casta, representa el elemento caos, o elemento demoníaco, siempre más frenado en la jerarquía de las castas superiores. En este orden de ideas, la menstruación tiene pues una relación indubitable, sobre todo con el aspecto negativo del mana, de la fuerza misteriosa portada por la mujer, contenida en ella: aspecto que se manifiesta principalmente como tal, por contraste, cuando se interfiere con una sacralidad en sentido viril y verdaderamente sobrenatural. Sin embargo, la menstruación ha tenido también una parte en la magia de los encantamientos y de los filtros de amor, así como en la brujería. En la Edad Media europea, se atribuía a su empleo en determinadas nociones el poder de volver cretino o hipocondríaco; en otros casos, locos furiosos e insensatos (son poco más o menos los mismos efectos que hemos encontrado en la patología de la pubertad). Mezclada al vino, la sangre menstrual habría provocado sonambulismo, demencia o locura de amor (85), mientras que todavía está extendida la "superstición", según la cual esta sangre, si se ha hecho llevar consigo a un hombre, sin él saberlo, lo vincularía insensiblemente a una determinada mujer. Igual valor bastante indicativo tiene una doble tradición conservada entre los Gitanos, es decir, que la sangre menstrual mezclada con cierta bebida provoca un desencadenamiento por medio del cual no se puede renunciar ya al beber; en segundo lugar, que todas las mujeres que van a celebrar el Sabbat sobre el "Monte de la Luna", ratifican cada siete años su pacto con el diablo por medio de su sangre menstrual (86). Sea o no todo esto pura superstición, su significado es sin embargo preciso, en cuanto a la idea de una conexión de la substancia de la mujer, a través de su menstruo, con el mundo de una magia nocturna (no apolínea) y a posibles influencias psíquicamente disgregadoras y desencadenantes (87). Repitámoslo: lo interesante es que aquí se trata esencialmente de un sacrum femenino ligado al aspecto maternal de la mujer.
Naturalmente, como para todo cuanto tiene el carácter de mana, una cierta ambivalencia está atestiguada también en este caso.
Eventualmente, de la fuerza peligrosa se puede hacer un uso positivo. Así, ya Plinio (88) pudo hablar de influencias no solamente maléficas, sino también positivas, atribuidas a los menstruos, según un poder eficaz sobre los mismos elementos y fenómenos de la naturaleza. Se ha mencionado su uso terapéutico contra el morbo comitalis y la epilepsia. En el Getreuer Eckart, se atribuyen virtudes mágicas particulares al mentruum virginis primus, con una relación evidente con las posibilidades propias a todo poder en su primera manifestación, es decir, cuando está todavía, de una cierta manera, en estado libre. Entre las antiguas poblaciones nórdicas, entre los finlandeses y los godos, está atestiguado su uso para obtener la victoria en las luchas, la suerte en los juegos, como contraencantamiento en las peripecias de la navegación (89). Pero, en el conjunto de las tradiciones de este género, prevalece el aspecto negativo del Misterio de la Madre, aspecto que, oscuramente advertido allí donde hubo una sensación de la esencia del principio opuesto (a la que se podría asociar los valores superiores del símbolo fálico), en contrabalanza al aspecto luminoso.
Sobre otro plano, se encuentra un hecho que podría tener una significación profunda y que se acuerda exactamente con lo que acabamos de decir. Mientras que todo lo que está ligado al cuerpo de la mujer y a todas las secreciones femeninas puede tener un poder erótico fascinante a causa del fluido que va unido a ello, la materia menstrual constituye una excepción. Los casos en los que el menstruo no tiene un efecto antiafrodisíaco en el hombre son casi inexistentes. Tal vez no sea arriesgado pensar en un trasfondo metafísico de este hecho, en base a la idea de que, mientras la potencialidad afrodisiana de la mujer es la que corresponde a posibilidades de integración, de vivificación e inclusive de superación extática, su posibilidad materna, al tener en los menstruos y en el mana menstrual su manifestación más cruda, es la que presenta un carácter exclusivamente natural ístico, por el cual es incapaz de activar los valores superiores encerrados en todo eros masculino.
Notas a pie de página:
(79) Apud D. MEREJKOWSKI, Les Mystéres de l'Orient, París, 1927.
(78) Apud HIPOLITO, Philos. VI, 17.
(80) Detalle interesante es que, en algunos casos, la separación era interrumpida durante la noche.
(81) Sobre todo esto, Cf. G. FRAZER, The golden bough, v. I, c. XX, 3; v. II, c. LX, 3, 4.
(82) E. HARDING, Les Mystéres de la femme, París, 1953, pág. 65.
(83) BLACK ELK, The Sacred Pipe, Norman, 1953, pág. 116.
(84) Sobre todo esto, PLOSS BARTELS, Das Weib, cit., v. I, págs. 324 sgg., 327, 335-351, 338-339; H. ELLIS, Studies in the psychology of sex, v. I, Philadelphie, 1905, págs. 208 sgg.; HARDING, Op. cit., págs. 66 sgg.
(85) PLOSS-BATELS, Op. cit., pág. 349.
(86) H. von WLISLOCKI, Aus dem inneren Leben der Zigeuner, Berlín, 1892.
(87) Hagamos notar de paso a este respecto que un investigador serio como ELLIS (Op. cit., v. I, págs. 213, 215-216) menciona ciertos fenómenos de carácter "metapsíquico" atribuidos a la presencia de muchachas en período menstrual, fenómenos que en algunos países no europeos, por ejemplo en Annam, serían por lo demás considerados como bastante corrientes (a este respecto ELLIS cita la monografía del Dr. D. L. LAURENT, De quelques phénoménes mécaniques produits au moment de la mentruation, en "Annales de sciences psychiques", septiembre-octubre, 1893), pero que serían verificados también en Europa. Además ELLIS refiere testimonios de muchachas que, en el período crítico, dicen sentir como "una carga eléctrica". Por otra parte, a nosotros nos resulta que en el pueblo, pero también en algunos medios que practican conscientemente la magia sexual, el menstruo es a veces empleado como ingrediente.
(88) Nat. Hist., VII, 13; XXVIII, 12.
(89) PLOSS-BARTELS, Op. cit., v. I, págs. 350-352.
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