Evola, Guenon y el Cristianismo (III) ASPECTOS DEL ESOTERISMO CRISTIANO
Biblioteca Evoliana.- La cuestión de su ha existido alguna vez un "esoterismo cristiano" o bien el cristianismo ha cobrado form, no solo al margen del esoterismo, sino contra toda forma de esoterismo, es una de las conversaciones recurrentes entre "tradicionalistas". Evola, en este terreno, dijo muchas cosas y extremadamente sensatas. También es cierto que, su búsqueda permanente de la objetividad, le llevó a modificar ligeramente su posición. Daniel Cologne, en este Capítulo II se dedica a analizar la postura de Evola en torno al esoterismo cristiano.
CAPITULO II
ASPECTOS DEL ESOTERISMO CRISTIANO
La condición sine qua non para un enderezamiento del cristianismo es el redescubrimiento de su esoterismo y, de forma más general, de todo lo que lo relaciona, más allá de su forma religiosa particular, con el tronco metafísico común a todas las tradiciones. La principal causa de su decadencia es la pérdida de conciencia, hasta en sus depositarios teóricamente más cualificados -es decir, el clero-, de la conformidad de su doctrina con la Tradición primordial. Esta pérdida de conciencia tradicional engendra normalmente la confusión entre la esencia del cristianismo y su adaptación accidental a las circunstancias históricas. Esta última está hipostatizada, exaltada hasta el punto de pasar por una absoluta novedad en toda la historia de las religiones, mientras que en realidad, se trata de una novedad muy relativa, estrechamente ligada a las condiciones de fin de ciclo y no teniendo en absoluto, para la comprensión profunda del cristianismo, la importancia de sus elementos perennes, garantes de su vinculación con la Tradición primordial.
Evola tiene razón al escribir: "La "novedad" no puede ser concebida más que en el plano de una adaptación particular de la doctrina, adaptación que no es nueva más que por lo que se refiere a las nuevas condiciones existenciales e históricas. para tener la posibilidad de afirmar sensatamente el axioma católico, anteriormente recordado, la actitud debería ser la opuesta de la que es: en lugar de insistir sobre la "novedad" de las doctrinas, como si contribuyera un mérito, se debería resaltar su Antigüedad y su Perennidad, mostrando precisamente en qué es posible reconducirlas, en su esencia, a un cuerpo superior de enseñanzas y símbolos, que es verdaderamente "católico" (es decir, universal)".
Como eco a este fragmento, reproducimos in extenso, una página de Guenon que, en el orden de ideas que nos ocupa merece un comentario detallado.
"La adaptación religiosa, como la constitución de cualquier otra forma tradicional, es sin embargo, el hecho de una verdadera autoridad espiritual, en el sentido más completo de esta palabra; y esta autoridad, que aparece entonces exteriormente como religiosa, puede también, al mismo tiempo, convertirse en otra cosa, en tanto haya en su seno verdaderos Brahamanes, entendiendo por tales a la élite intelectual que conserve la conciencia de lo que está más allá de todas las formas particulares, es decir, de la esencia profunda de la Tradición. Para tal élite, la forma no puede jugar más que un papel de "soporte" y, por otra parte, facilita un medio de hacer participar a la tradición los que no tienen acceso a la pura intelectualidad; pero estos últimos, naturalmente, no ven más allá de la forma, sus propias posibilidades individuales no les permiten ir más lejos y en consecuencia, la autoridad espiritual no puede mostrarse ante ellos bajo otro aspecto que el que corresponde a su naturaleza, aunque su enseñanza, incluso exterior, sea siempre inspirada por el espíritu de una doctrina superior. Solamente, puede ocurrir fatalmente que, una vez realizada la adaptación, quienes son los depositarios de esta forma tradicional se encuentren encerrados ellos mismos a continuación, habiendo partido la conciencia efectiva de lo que está más allá".
En estas líneas está incluida toda la problemática de la decadencia del cristianismo. La "verdadera autoridad espiritual" ha desaparecido en el seno de la Iglesia que se presenta como "católica", no hay una auténtica "élite intelectual" capaz a la vez de adaptar la doctrina a las circunstancias y preservar su significado universal. Numerosos con los representantes de la tradición cristiana que se han dejado "encerrar" en los límites de la "adaptación religiosa" y han perdido, con la esencia profunda del cristianismo -que es también la de las otras tradiciones y, en última instancia, de la Tradición primordial cualquier contacto, incluso teórico, hasta el punto de defender un "exclusivismo sectario y dogmático" que Evola tiene razón al reprochar. Confieren a su tradición particular un absolutismo completamente incompatible con el ideal de la "catolicidad" comprendida en su acepción etimológica. Para ellos el cristianismo no es "una tradición entre otras"; sino la "Revelación en el seno de la Tradición". Este exclusivismo repleto de pretensión novedosa no es aún más que un mal menor cuando al relativo desprecio por las otras tradiciones agrupadas con la peyorativa etiqueta de "paganos", añade el categórico rechazo a hacer un frente común a la Subversión. Tal es el caso actual del integrismo que, aun permaneciendo muy alejado del verdadero ecumenismo -el ecumenismo por lo alto, aquel que se desprende de la esencia común a todas las doctrinas referidas a la tradición primordial- no constituye tampoco una barrera eficaz contra la Subversión en la medida en que su interpretación exoterismo-social del mensaje cristiano es aristocrático y autoritario, es decir, en cierta forma, tradicional.
El exclusivismo denunciado anteriormente se convierte en catastrófico cuando, aún ejerciéndose con vigor contra las otras religiones tradicionales, se acompaña de una tolerancia inadmisible hacia las doctrinas antitradicionales como el protestantismo o el marxismo. Desemboca en una especie de ecumenismo por lo bajo, un pseudo-universalismo de carácter híbrido aunador de elementos subversivos a una tradición no solamente despojada de su dimensión esotérica, sino traicionada en cuanto a su forma exotérico-social. Tal es el actual cristianismo "abierto a la izquierda" que, no contento con negar toda participación de la tradición cristiana en la Tradición primordial -lo que no lo diferencia de la "Derecha" integrista-, opera, a través de una mezcla de anacronismo y de literalismo, una exégesis igualitaria de las Escrituras. La asimilación del cristianismo a un marxismo ante litteram postula el principio protestante del "libre examen" de los textos sagrados. Así el cristianismo "abierto a la izquierda" se presenta como la síntesis perfecta de los dos eslabones de la cadena subversiva que destruye el edificio tradicional de la cristiandad. Constituye, ante el cristianismo tradicional y verdaderamente "católico" un mal peor que el integrismo que, a pesar de todo, por su interpretación aristocrática y autoritaria del exoterismo cristiano, sigue estando, aunque solo sea parcialmente, en contacto con la Tradición. Así pues, una restauración tradicional del cristianismo sigue siendo posible sobre la base del integrismo, mientras que el cristianismo "abierto a la izquierda" encaja irreversiblemente en la corriente de la Subversión y debe ipso facto ser combatido con todas las fuerzas.
Como ejemplo de representante de la tradición cristiana que se ha dejado "encerrar" en una óptica exotérica, citaremos al cardenal Danielou, caso tanto más ilustrativo en cuanto que se trata de uno de los mejores teólogos contemporáneos. Sus "reticencias" respecto a René Guenon y al tradicionalismo integral permiten imaginar el abismo de incomprensión donde deben estar a fortiori los miembros del clero subalterno y los "sacerdotes obreros". "El cristianismo no está animado de una cierta comprensión metafísica de las dimensiones permanentes del hombre" afirma el cardenal Danielou. "Procede de la misma intervención de Dios en la historia humana". Su "superioridad directa" sobre las otras religiones "le viene de la encarnación misma del Verbo" en un hombre particular, Jesucristo, el Salvador de toda la Humanidad. Por ello "las religiones bíblicas" y "el cristianismo en particular, no son formas de la Tradición primordial, sino el nacimiento de algo nuevo". Repitamos aún que se trata para nosotros de una novedad relativa. El cristianismo se ha pretendido la religión del verbo encarnado en la medida en que las condiciones históricas propias del estadio muy avanzado del kali-yuga necesitan el impacto, sobre el mayor número de gente posible, de un acontecimiento extraordinario -en el sentido pristino del término-, susceptible de estremecer de manera definitiva a un tipo humano, sin retorno, sobre la vía de la redención. En el "misterio de la Encarnación" aparecen pues las tres dimensiones de la relativización exotérica: las dimensiones histórica, social y existencial. Cualquiera que sean las formas bajo las cuales se opera, esta relativización no afecta en nada al significado superior de la doctrina, su sentido esotérico indisociable de la tradición primordial. Entre estas formas, ya hemos señalado anteriormente el matiz aportado por el cristianismo en la concepción tradicional de las dos naturalezas, la sustitución, del dualismo distintivo tradicional, por un dualismo separativo de origen completamente tradicional pero adaptado a las circunstancias de la edad de hierro donde predomina una mentalidad monista y materialista. A una humanidad decadente, sufriendo la tentación del monismo materialista, conviene primeramente sugerir la existencia de otro mundo más allá del material, incluso si el dualismo así reconstituido parece en un primer tiempo oponer dos mundos completamente heterogéneos, a fin de facilitar a continuación la elevación hacia un dualismo, tampoco de oposición, sino de complementareidad, en donde el mundo material sea percibido como la emanación y el reflejo del mundo espiritual, su imagen imperfecta y perecedera. De forma más general, la relativización exotérica de una doctrina reside en su expresión religiosa. Guenon ya insistió: lo religioso no es más que un aspecto de lo sagrado, siendo el otro la metafísica. Sobre esta distinción fundamental se inscribe otra entre la "salvación", modalidad religiosa de acceso a lo divino, vía exaltada por el cristianismo al convenir a un "tipo humano roto" (Evola) habiendo perdido el sentido de la intelectualidad verdadera, y la "liberación", ideal metafísico de "obtención del estado supremo e incondicionado" una vez superadas todas las limitaciones inherentes a la parte material del ser.
EL CRISTIANISMO: NOVEDAD Y PERENNIDAD
El cristianismo comparte con las demás tradiciones un cierto número de mitos, símbolos e imágenes. Ya hemos evocado el mito de la edad de oro (o Paraíso) común a las religiones bíblicas y al hinduismo, y cuyo eco se encuentra también en Hesiodo y Virgilio. Ya hemos señalado igualmente el título simbólico de Pontifex (literalmente el "Constructor de Puentes") reservado tanto a los emperadores romanos como a los papas cristianos. Guenon recuerda que "simbólicamente, el Pontifex es aquel que realiza la función de mediador, estableciendo la comunicación entre este mundo y los mundos superiores. A este respecto, el arco iris, el "puente celeste", es un símbolo natural del "pontificado"; y todas las tradiciones le dan significados perfectamente concordantes: así, entre los hebreros, es el símbolo de la alianza de Dios con su pueblo; en China es el símbolo de la unión del Cielo y de la Tierra; en Grecia, representa el Iris, el "mensajero de los dioses"; un poco por todas partes, entre los escandinavos y también entre los persas y árabes, en Africa Central y hasta en algunos pueblos de América del Norte, es el punto que relaciona el mundo sensible a los "suprasensible". Añadamos que el Tirhamkara hindú (literalmente "aquel que construye un vado o un puente") es el estricto equivalente del Pontifex latino. El puente en cuestión no es otro que el camino de la Liberación. Los Tirhamkaras son veinticuatro, como los ancianos del Apocalipsis. Pero volveremos más adelante sobre la concordancia intertradicional del simbolismo numérico.
Podríamos multiplicar semejantes ejemplos. En un libro escrito poco tiempo después de la muerte de Guenon, pero recientemente reeditado y que constituye una exclente introducción al pensamiento de Guenon, Paul Serant no deja de citar otros muchos. Constata, por ejemplo, la analogía existente entre el Cristo, en la persona en quien se unen las dos naturalezas, divina y humana, y el JEN (el "Hombre") que juega, en la Gran Triada toaista, el pael de mediador entre el "Cielo" (Tien) y la "Tierra" (Ti). Guenon relaciona esto con el sentido superior de la frase evangélica: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Y Guenon comenta: "El Verbo en sí mismo, y en consecuencia el "Hombre Universal" que le es idéntico, está más allá de la distinción del "Cielo" y de la "Tierra"; permanece eternamente tal como es, en su plenitud de ser, mientras que toda manifestación y cualquier diferenciación (es decir todo orden de existencias contingentes) se han desvanecido en la "transformación" total".
La integración del simbolismo cristiano en el gran conjunto esotérico intertradicional no implica solamente la percepción de la Concordancia de los significados. Cada símbolo, cada imagen, cada mito es el soporte de una idea conveniendo igualmente reconducir esta idea al Corpus temático que funda la visión tradicional del mundo, una y universal por encima de las diversas religiones que la concretizan en el tiempo y en el espacio. La superación delexoterismo cristiano y el descubrimiento de la dimensión esotérica del cristianismo, el tránsito de la Shariyah a la Haqiqah, por emplear una terminología islámica, postula, aparte de resaltar la concordancia de los significados, el establecimiento de la Convergencia de los Significados. Así, por ejemplo, no basta constatar la perennidad del mito edénico. es preciso aún unir esto a la metafísica tradicional de la histórica, a esta visión cíclica a la vez pesimista y activa que comparten todas las tradiciones, a esa concepción involutiva y sin embargo portadora de esperanza que alía la sombra constante de la decadencia con la perspectiva de redención en un nuevo ciclo.
El símbolo del caminar sobre las aguas es un caso típico del símbolo llamado no solamente a aproximar significados, sino también a la comparación de los significados y a su integración final en la Weltanschaung tradicional. Guenon refiere que Visnhu es llamado Narayana, "aquel que camina sobre las aguas", y que "una aproximación con el Evangelio se impone allí donde se ve precisamente a Cristo caminar sobre las aguas". Y añade que, en la tradición hindú, la conquista de la "Gran Paz", la unión con la "Tranquilidad", la posesión del "Sí en su plenitud", es decir, a fin de cuentas, la realización interior, "es frecuentemente representada bajo la figura de una navegación". Piénsese, de manera casi inevitable, en los Argonautas y en la barca que, en el simbolismo cristiano, representa a la Iglesia, aunque además, el descubrimiento del centro espiritual interior sea frecuentemente asimilado a una empresa heroica que no se produce necesariamente sobre el mar (Queste del Graal, doctrina islámica de la "gran guerra santa", Bhagavad Gita). En todas las tradiciones donde aparece, la acción de "caminar sobre aguas" en medio del "mar de las pasiones", es como el permanecer inmutable de una isla en medio de la agitación incesante de las olas. En la imaginería evangélica, al igual que en los demás simbolismos tradicionales, nos remite a la doctrina universal que sitúa la realización del Ser en la tensión metafísica permanente hacia la unidad interior más allá de la diversidad de los instintos materiales, de las pulsiones afectivas y de todas las manifestaciones informes del Bios.
Estamos ahora muy por encima del confusionismo místico sentimental y del dualismo rígido que el joven Evola reprocha al cristianismo de los orígenes. La distinción ternaria Cuerpo-Alma-Espíritu, fundamento de la visión tradicional del hombre, está presente en el cristianismo, y especialmente en los primeros textos, las Epístolas de San pablo a los Tesalonicenses y a los Corintios. El precepto de "glorificar a Dios en su cuerpo" está en las antípodas de este ataque visceral que el cristianismo habría dirigido contra la parte carnal del ser humano. San Pablo dice que el hombre es a la vez cuerpo, alma y espíritu y que el cuerpo humano es la epifanía del alma y el templo del Espíritu Santo. Transición entre el espíritu y el cuerpo, el alma es el soporte de la tensión metafísica que el primero implica en el segundo. No es solo el receptáculo de impulsos confusos, a través de los cuales reconocemos el lazo que nos une con la esfera biológico-material del ser. Es también la palanca de la tensión espiritual. Lleva como improntas de esta búsqueda existencial del supra-mundo, rasgos que transcienden, por su naturaleza misma, los impulsos de la simple emotividad y cuya organización en un estilo coherente de comportamiento y de acción constituye la base de lo que Evola llama la "raza del espíritu", la "raza del alma" en el sentido superior, Noopsiquico del término, y no en la acepción inferior y Biopsiquica del alma concebida como fuente de dispersión afectiva.
INTEGRACION DEL SIMBOLISMO CRISTIANO
En el desarrollo precedente, hemos evocado la noción de "centro espiritual" en el sentido interior del término, a saber, el núcleo esencial de la personalidad que cada uno debe esforzarse en descubrir, más allá de la contingencia de las llamadas de la carne y al precio de lo que los musulmanes llaman la "gran guerra santa", por oposición a la "pequeña guerra santa", la que se realiza en el exterior, contra los enemigos de la patria. existe también un sentido exterior a la noción de "centro espiritual". Se trata entonces del lugar de irradiación de una tradición dada: Roma, La Meca, Jerusalén.
Los diferentes centros espirituales, a partir de los cuales las diversas tradiciones religiosas han irradiado no son siempre más que los reflejos espacio-temporales de un gran centro universal, lugar de irradiación de la Tradición Primordial, estancia del "Rey del Mundo" que, antes de Guenon, saint Yves d'Alveydre ha evocado en Mission de L'Inde. Este "Centro del Mundo" se llama Agarta conocido también en la Edad Media cristiana como el reino del Preste Juan y su "estructura duocenal" se refleja en todos los centros espirituales histórico-geográficos que derivan. Entraremos de lleno aquí en el simbolismo númerico, el significado esotérico de las cifras, de las que, tal como recuerda un historiador del arte cristiano, "el carácter utilitario ha sido siempre cubierto por un sentido misterioso y siempre preciso que ha llegado hasta nosotros, como una confidencia de las primeras edades". Nos limitaremos al estudio del sentido simbólico de los números doce y trece.
Saint-Yves d'Alveydre refiere que "el círculo más elevado próximo al centro misterioso se compone de doce miembros, que representan la iniciación suprema y corresponden, entre otras cosas, a la zona zodiacal". Guenon comenta: "Esta constitución se encuentra reproducida en lo que se llama el "consejo circular" del Dalai Lama, formado por doce grandes Namshans; y se la encuentra también, además, hasta en algunas tradiciones occidentales, como por ejemplo los doce caballeros de la Tabla Redonda. Añadiremos aún que los doce miembros del círculo interior del Agarta, desde el punto de vista del orden cósmico, no representan simplemente los doce signos del Zodiaco, sino más bien los doce Adityas, que son otras tantas formas del sol, en relación con estos mismos signos zodiacales. Y añade aún una nota sobre los doce Adityas representados por el Sol de doce rayos, mientras que la liturgia católica atribuye a Cristo el título de Sol Justitiae, siendo los doce apóstoles de la tradición cristiana los doce rayos "enviados" (conforme a la etimología de la palabra griega Apóstoles) por el "Sol espiritual" que es Cristo. En conclusión de todo esto, podemos afirmar, no solo que los centros espirituales diversos que corresponden a las diferentes tradiciones son las emanaciones de un centro único y supremo que corresponde a la gran Tradición primordial, sino también que el número de los doce apóstoles es una señal, entre muchas más de la perfecta conformidad del centro espiritual cristiano con el centro espiritual universal".
Por lo que se refiere al simbolismo perenne del número tres, en relación con el dogma católico de la Trinidad, no podemos hacer nada mejor que reproducir el siguiente fragmento de uno de nuestros artículos: "Los rasgos de ésta última (NdA,de la espiritualidad pagana) son múltiples en el seno de la Iglesia católico romana. No nos corresponde mencionarlos aquí. Citemos solamente, por ejemplo, la Trinidad, vestigio de la cosmogonía homérica -"cualquier cosa se divide en tres", dijo el famoso poeta griego-, reflejo de la tríada sagrada de los Arios, supervivencia de la doctrina hindú de la trimurti, reminiscendia del "Shamroch" o guirnalda con tres reflejos de los druidas. La concepción del "dios de las tres formas" o de "tres dioses en un solo ser" es igualmente propia de la mitología nórdica (Odín, Ladur y Hoenir) y de la religión egipcia".
Nuestra referencia a este artículo no quiere decir que sigamos de acuerdo con el punto vista ahí desarrollado. En la época en que escribimos estas líneas, nos sentíamos bloqueados, de una parte, por los recuerdos de una educación particular y los imperativos temperamentales que nos llevaban hacia el cristianismo y, de otra parte la influencia conjugada de Rivolta contro il mondo moderno y las publicaciones de la "nueva escuela" de derecha. de todo ello resultaba una especie de compromiso crítico. de un lado la condena a un pretendido "cristianismo primitivo" considerado como contrario al "genio europeo". De otro, una loa al catolicismo en base a pretendidas "huellas" de "espiritualidad pagana" en las que residía la especificidad de Occidente. A pesar de la saludable valoración de la universalidad del simbolismo ternario, el tránsito anteriormente mencionado da cuenta de un historicismo implícito completamente incompatible con la idea de su supratradicionalismo primordial y, en lo que respecta al desarrollo intrínseco del cristianismo, la supervivencia del prejuicio evolucionista aumentada por una concepción limitativamente sociológica del papel de la religión. Al haber "evolucionario" en un sentido favorable al orden social, el catolicismo exaltado por aquellos mismos que, rechazando el "cristianismo primitivo" en su significado más profundo, lo amputan de su cimiento espiritual. Pues el catolicismo es, al igual que la caballería, la corriente ascético-guerrera de la edad Media y el pensmaiento político gibelino, el producto de la expansión del cristianismo original y, por esta filiación histórica contingente, una de las formas de expresión de la Tradición absoluta que trasciende las categorías del espacio y del tiempo.
ESTRUCTURA DUOCENAL DE LOS CENTROS ESPIRITUALES
"La Cruz permanece mientras que el mundo cambia", tal es la divisa de la Orden monástica de los cartujos. Expresamente se encuentra enunciada la identificación de la cruz con el "Eje del mundo". El Axis Mundi es el centro espiritual del universo, su motor inmóvil, por emplear la célebre fórmula de Aristóteles, la fuerza que dirige el movimiento universal sin participar en él. Existe un "simbolismo de la cruz" al cual Guenon ha consagrado una de sus mayores obras. Cuando el cristianismo hace el signo de la cruz, no rememora solamente las dos maderas en las que Cristo fue clavado, se relacionam, a través de este gesto simbólico, con la Tradición primordial; no solamente el cristianismo ha utilizado el símbolo crucial, sino que otras muchas religiones lo han hecho figurar como aspecto fundamental de su doctrina.
René Guenon escribe: "La mayor parte de las dcotrinas tradicionales simbolizan la realización del "Hombre Universal" mediante un signo que es por todas partes el mismo, por que, como decíamos al principio, es de aquellos que se relacionan directamente con la Tradición primordial: es el signo de la cruz, que representa muy netamente la forma mediante la cual esta realización es alcanzada a través de la comunión perfecta de la totalidad de los estados del ser, armónica y conformemente, en desarrollo integral en los dos sentidos de "amplitud" y "exaltación". Guenon precisa que los términos "amplitud" y "exaltación" son tomados del esoterismo islámico. Es necesario determinar su significado y, consiguientemente, la noción de "Hombre Universal" que se encuentra también en los antiguos textos persas (el Vohumanas) así como en el taoismo (el Jen, elemento mediador del Cielo y de la Tierra en la Gran Tríada).
La expansión en el sentido horizontal de la "amplitud" es "la extensión íntegra de la individualidad tomada como base de la realización, extensión que consite en el desarrollo indefinido de un conjunto de posibilidades sometidas a ciertas condiciones especiales de la manifestación". Se refiere pues a la parte biopsíquica del ser. Por esta razón, no puede constituir un fín en sí. Debe realizarse en perfecta armonía con el desarrollo en el sentido vertical de la "exaltación". Esto último corresponde a la realización de lo que Evola llama la "persona absoluta". Dejamos de subrayar la diferencia fundamental que separa la Individualidad de la Personalidad. Las modalidades de la primera son las modalidades biopsíquicas cuya extensión puramente horizontal no puede bastar a quien quiere alcanzar la dimensión del "Hombre Universal". A fin de que la realización del sí en el sentido de la "amplitud" no se limite a un simple individualismo fundado sobre la "voluntad de poder", las modalidades biopsíquicas mismas deben ser jerarquizadas. Deben ser privilegiados, en la extensión horizontal de la individualidad, los estados del alma susceptibles de servir de soporte a la extensión vertical de la personalidad, la "exaltación" en el sentido esotérico del término, la elevación espiritual que postula la organización coherente de la diversidad biopsíquica en un principio dominante de unidad interior.
Al igual que hemos encontrado el eco del simbolismo numérico docenario desde los doce caballeros de la Mesa Redonda hasta los doce Apóstoles pasando por los doce dioses del Olimpo griego, el simbolismo espacial de la cruz representa la integralidad de realización interior en el "Hombre Universal" que es a la vez el Cristo, el profeta de la tradición islámica, el Adam Kadmon de la kabbala hebraica y el Wang de la tradición extremo-oriental. En virtud de la analogía tradicional entre el macrocosmos y el microcosmos, está interpretación del simbolismo metafísico de la cruz no contradice en absoluto, sino que, por el contrario, completa la interpretación implícita en el lema de la orden monástica de los Cartujos. En efecto, la extensión íntegra en las dos direcciones del espacio, del "Hombre Universal" es el microcosmos humano, Axis Mundi del macrocosmos mundial. La realización total del ser consiste muy exactamente en el descubrimiento del propio eje espiritual, del núcleo central de la personalidad que dirigirá el movimiento de la individualidad sin participar en ella del principio espiritual llamado a ser el "motor inmóvil" del alma y del cuerpo.
Solo nos resta para cerrar el presente desarrollo el evocar el caso de una de las numerosas aplicaciones particulares del simbolismo universal de la cruz, relativamente en uso completamente antitracional en época reciente. Se trata de la Svastika, viejo y perenne símbolo del que se encuentran huellas entre los indígenas de América, signo indudablemente relacionado con la Tradición primordial y del que el nacional-socialismo, ignorando completamente su valor universal, ha convertido en emblema de la pretendida superioridad de la "raza aria". semejante riesgo de particulariza afecta hoy al símbolo de la "cruz céltica" recuperado por el nuevo nacionalismo europeo. En tanto que símbolo de la unidad europea, la cruz céltica es ciertamente tan legítima desde el punto de vista étnico como lo es desde el punto de vista político. Los pueblos celtas se han, efectivamente, diseminado por toda Europa, de España a Bohemia. Ciertamente se ven ramificaciones celtas hasta en el próximo Oriente. El profesor Jaques Bauge Prevost )no nombra al mismo Jesús "el Celta de Galilea", afirmando así el origen céltico del pueblo europeo?. La "cruz céltica" es el símbolo legítimo de un nacionalismo abierto sobre el Occidente cristiano, de una ideología nueva y de alto interés por que opone al liberalismo y al marxismo el ideal de una Europa concebida como unidad de civilización antes que como conglomerado de naciones en sentido estrecho, siempre dispuestas a hacer valer unas contra otras sus particularismos. Es preciso, sin embargo, cuidarse en no reemplazar el particularismo nacional por el particularismo europeo que, incluso fundado sobre la comunidad de cultura antes que sobre la, puramente biológica, de la raza, que es el exacto equivalente de lo que supone en el plano individual, la realización de sí en la dirección horizontal de "amplitud". El nacionalismo europeo debe también abrirse verticalmente, en el sentido de la universalidad, añadiendo a su lúcida y necesaria percepción de las Diferencias biopsíquicas, raciales y culturales, la clara e indispensable conciencia de las Jerarquías espirituales. Solamente las diferencias espirituales tienen un valor absoluto y universal pudiendo ipso facto servir como fundamentos al establecimiento de las jerarquías. A título de ejemplo, diremos que desde el punto de vista tradicional en una civilización como la Medieval occidental y cristiana, la comunidad de espíritu que liga al caballero europeo a su homólogo japonés, el Samurai, es más importante, no solamente que la diferencia de raza que los separa, sino también y sobre todo que la comunidad étnica y cultural que liga a este mismo caballero con el burgués y el siervo europeos. Paralelamente a este redescubrimiento de la jerarquía (en el orden creciente de importancia, la comunidad biológica, la comunidad cultural y la comunidad de espíritu, tripartición que corresponde a la división tradicional ternaria del ser humano), el nuevo nacionalismo europeo debe reencontrar el sentido universal de su símbolo, la "cruz céltica" cuyas dos ramas perpendiculares representan la doble realización horizontal y vertical, de la comunidad europea, y el círculo que las rodeas, la totalidad, la plenitud del ser resultante de esta doble realización.
CRISTO: REY, SACERDOTE Y PROFETA
Uno de los acontecimientos simbólicos más notables de la tradición cristiana es incontestablemente la historia de los tres "Reyes Magos" "venidos de Oriente" para rendir pleitesía a Jesús y llevarle "oro, incienso y mirra". Es ante todo significativo que uno de estos tres reyes ostente el nombre de Melki-or (literalmente, en hebreo, "Rey de la Luz"), cuya raíz es la misma que Melki-Tsedek (o Melquisedec). René Guenon es formal a este respecto: "El nombre de Melquisedec no es otra cosa que el nombre bajo el cual la función misma del "Rey del Mundo" se encuentra expresamente designada en la tradición judeo cristiana". Este nombre tiene una relación cierta con el centro espiritual supremo, el Agarta. Además Guenon añade: "La tradición judeo-cristiana distingue dos sacerdocios, uno "según la orden de Aarón", el otro "según la orden de Melquisedec"; y este es superior a aquel, como Melquidesec mismo es superior a Abraham, del cual nació la tribu de Levi y, por consiguiente la familia de Aarón".
La superioridad del "orden de Melquisedec" sobre Aarón proviene del hecho que Melquisedec es el "Señor de la Paz y de la Justicia", es decir, que acumula el poder real y la autoridad sacerdotal, siendo a la vez rey y sacerdote. La Paz y la Justicia son, en efecto, los ideales respectivos de la autoridad espiritual y del poder temporal. El sacerdocio cristiano se identifica con el sacerdocio mismo de Melquisedec, siguiendo la aplicación hecha por el Cristo de uno de los Salmos: "Tu es cucardas in aeternum sucundum ordinem Melchissedec". es preciso relacionar con esto el hecho revelador de que Cristo nació de la tribu real de Judá y no en la tribu sacerdotal de Leví.
De todo esto desemboca que Cristo es al vez rey y Sacerdote, y también Profeta, ya que el Profeta es precisamente aquel que reune en sí poderes, el poder temporal o real (que corresponde a la realización horizontal que hemos evocado en nuestro análisis del simbolismo de la cruz) y la autoridad espiritual o sacerdotal (que corresponde a la extensión vertical). La dignidad crística es pues la del "Hombre Universal", a la que los musulmanes llaman precisamente el "Profeta". Esta dignidad es conferida al cristo, desde su nacimiento, por los enviados del Agarta que son los "Reyes Magos", de forma de Cristo es por esto mismo una representación del "Rey del Mundo" y el cristianismo una emanación perfectamente ortodoxa de la Tradición Primordial. A propósito de los "Reyes Magos", Guenon escribe: "El Mahanga ofrece a Cristo el oro y lo saluda como "Rey"; el Mahatma le ofrece el incienso y lo saluda como "Sacerdote"; por fin el Brahatma le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad) y lo saluda como "Profeta" o Maestro espiritual por excelencia. El homenaje así rendido al Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los representantes auténticos de la Tradición Primordial, es al mismo tiempo, nótese bien, el signo de la perfecta ortodoxia del cristianismo respecto a ésta".
CRISTIANISMO E INICIACION
Una doctrina no puede ser declarada verdaderamente tradicional, en el sentido superior del término, más que si ofrece también paralelamente a su simbolismo metafísico, una vía iniciática que es al plano operativo y experimental lo que es el esoterismo en el plano teórico. para Guenon, no hay ninguna duda "que la Iglesia cristiandad, en los primeros tiempos, constituyó una organización cerrada o reservada, en la cual todos no eran admitidos indistintamente, sino solamente quienes poseían las cualificaciones necesarias para recibir válidamente la iniciación bajo la forma que puede llamarse "crística".
Guenon no niega que los sacramentos que constituyen la base iniciática de la tradición cristiana hayan podido degenerar con el paso del tiempo para convertirse finalmente en simples ritos exotéricos. Algunos no han dejado de acusar a Guenon de mantener opiniones contradictorias. La objeción es sustancialmente la siguiente: es imposible que los sacramentos cristianos hayan tenido inicialmente y luego perdido su carácter iniciático, ya que este último es permanente e inmutable. Guenon refuta diciendo: "Esta noción de permanencia del carácter iniciático se aplica a los seres humanos que lo poseen, y no a ritos o a la acción de la influencia espiritual a la cual estos están destinados a servir de vehículos".
Esta desaparición del carácter iniciático de lo ritos cristianos, esta exoterización de los sacramentos originalmente concebidos como los aspectos operativos, y experimentales del esoterismo doctrinal, todo esto forma parte del "descenso en este mundo" que han inspirado al cristianismo las condiciones del mundo occidental de la época. Es uno de los múltiples aspectos de esta adaptación ya evocada en varias ocasiones cuando hemos hablado de las contingencias del fin del ciclo, una de las formas de esta secularización deliberada y necesaria donde numerosos historiadores modernos, atribuyendo a otros su propia mentalidad e incapaces de juzgar el pasado de otra manera que a través del alambique del maquiavelismo moderno, han vislumbrado una maniobra política interesada.
Guenon les opone un punto de vista mucho más legítimo cuando escribe: "Si se considera cual era, en la época en cuestión, el estado del mundo occidental, es decir del conjunto de países que estaban comprendidos en el Imperio romano, se puede fácilmente darse cuenta que, si el Cristianismo no hubiera "descendido" al terreno exotérico, este mundo, en su conjunto, habría sido desprovisto muy pronto de cualquier tradición, aquellas que existían hasta esa fecha y especialmente la tradición greco-romana que se había convertido naturalmente en preponderante, encontrándose en una degeneración extrema que indicaba que su ciclo de vida estaba a punto de finalizar. Este "descenso", insistamos otra vez, no era en absoluto en accidente o una desviación, y se debe por el contrario contemplarlo como provisto de un carácter verdaderamente "provisional", ya que evitó a Occidente caer desde ese momento en un estado comparable en suma al actual".
"Para darse cuenta que, en lo que podría llamar el segundo estado del cristianismo, los sacramentos no tienen ningún carácter iniciático y no son propiamente más que ritos exotéricos, basta considerar el caso del bautismo, ya que los demás dependen directamente de él. En el origen, a pesar de la "oscuridad" de la que hemos hablado, se sabe al menos que, para conferir el bautismo, se tomaban preocupaciones rigurosas, y quienes debían recibirlo eran sometidos a una larga preparación. Actualmente se produce todo lo contrario y facilitar en extremo la recepción de este sacramento, ya que no solo es administrativo indistintamente, sin que ninguna cuestión de cualificación y preparación se plantee, sino que incluso puede ser conferido válidamente por no importa quien, mientras que los demás sacramentos no pueden ser más que administrados por sacerdotes, que ejercen una función ritual determinada".
Evola ha tratado también el caso del bautismo, en el marco de su análisis de la exoterización de los ritos iniciáticos, fenómeno que evalúa con mucho más pesimismo que Guenon. "Si Guenon no ha visto la situación con tanto pesimismo se debe a un doble malentendido. Uno viene de lo que no ha sido considerado solamente iniciación en el sentido amplio y actual que acabamos de definir, y ha introducido la noción de una "iniciación virtual" pudiendo tener lugar sin ningún efecto perceptible por la conciencia y permaneciendo inoperante en la práctica como ocurre en la casi totalidad de los casos. El segundo malentendido procede de que Guenon ha supuesto que la fuerza en cuestión es realmente transmitida, incluso cuando se trata de organizaciones que en otro tiempo tuvieron un carácter auténticamente iniciático pero que han entrado desde hace tiempo en un proceso de extrema degeneración, hasta el punto de que se pueda suponer que el poder espiritual que albergaron en otro tiempo, se ha retirado, no dejando subsistir más que tras la fachada, un especie de cadáver psíquico".
Al margen de estas divergencias superficiales, Guenon y Evola están de acuerdo, en profundidad, para reconocer, entre los múltiples aspectos del obscurecimiento de la conciencia esotérica cristiana, la exoterización de los ritos sacramentales. El bautismo les aparece a ambos como la ilustración más evidente de este fenómeno. De su significado original de "segundo nacimiento" reservado a élites de iniciados, el bautismo ha degenerado en ceremonia puramente formal con la que se celebra la llegada al mundo de cada uno, sobre una base absolutamente igualitaria. El concepto tradicional del "segundo nacimiento" encuentra su propio eco, bajo una forma netamente degradada, en los "ritos de tránsito" que los etnólogos y antropólogos modernos han constatado en el seno de sociedades primitivas, teniendo en cuenta que estos últimos no son el estado original y primordial de la humanidad, sino como lo ha señalado con precisión Joseph de Maistre, vestigios hiperdegenerados más que recordar en este terreno, el peligro inherente al empleo del adjetivo "primitivo", peligro debido a su carácter equívoco, ya que significa a la vez "degenerado" y "original". El "segundo nacimiento" no es más que el nacimiento espiritual, aquel que permite acceder a la "sociedad de los hombres" en el sentido superior del término (el Vir latino opuesto al Homo con que se designa al ser humano de manera indiferenciada), aquello que abre las puertas a la casta hindú de los "nacidos dos veces", los re-nacidos en la acepción etimológica del término (y señalemos de paso que su nombre mismo predestinaba a Guenon a ser el supremo "testigo de la Tradición" en el mundo moderno). En tanto el primer nacimiento -el biológico- es accidental y no puede conferir, sobre una base igualitaria que la dignidad a la cual tiene derecho toda criatura en tanto que entidad biosíquica, el "segundo nacimiento" -el espiritual- es el producto de una superación voluntaria de sí mismo y confiere la dignidad superior propia de toda verdadera aristocracia.
En el capítulo consagrado a las relaciones de la ética cristiana y de la metafísica del sexo, volveremos a la cuestión de la exoterización de los sacramentos evocando el caso del matrimonio, este "gran misterio" del que habla San Pablo y que también, ha degenerado en un simple formalismo social. pero anteriormente, estudiaremos el cristianismo bajo el ángulo metapolítico, y este estudio no dejará de tener relación con algunos aspectos del esoterismo cristiano anteriormente desvelados. Así la dualidad funcional del Cristo Rey y Sacerdote permitirá comprender la verdadera esencia del gibelinismo, este florecimiento metapolítico del pensamiento medieval del que Evola y Guenon se han proclamado, cada uno a su manera, herederos.
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