Evola, Guenon y el Cristianismo (I) TESTIGOS DE LA TRADICION
Biblioteca Evoliana.- En 1978, Daniel Cologne, entonces colaborador de la revista "Totalité" publicó esta pequeña obra de la que hoy ofrecemos la versión digital y la Introducción. Dicha obra tuvo una importante repercusión para algunos que todavía no estábamos suficientemente familiarizados con la obra de estos dos autores. Esta obra fue traducida al castellano por Ernesto Milà y publicada en una edición limitada de 150 ejemplares por las Ediciones Alternativa en 1988. Esta obra es importante en tanto que supone un fácil acceso a la obra de Evola y de Guénon que recomendamos a todos los interesados por esta temática.
Daniel Cologne
JULIUS EVOLA, RENE GUENON
Y EL CRISTIANISMO
INTRODUCCION
ALGUNOS TESTIGOS DE LA TRADICION
En el centro del "tradicionalismo integral" figura la idea de la Tradición primordial, anterior y superior a todas las tradiciones particulares, tronco metafísico común a las diversas religiones que se han sucedido en la superficie de la Tierra.
Si debemos creer a Jean Robin, autor de un libro capital sobre René Guenon, aparecido recientemente y que citaremos con frecuencia, Guenon es el principal "testigo de la Tradición". Algunos críticos (como por ejemplo Michel Valsan) llegan incluso a atribuirle una especie de infalibilidad pontifical en la materia.
Heredero de René Guenon en muchos aspectos, Julius Evola se ha separado de él especialmente a la hora de evaluar la participación del cristianismo en la Tradición primordial. El título de nuestro trabajo menciona ambos autores en un orden inverso al cronológico, pues, aunque anterior a la investigación de Julius Evola, el análisis de René Guenon es más profundo y constituye un jalón decisivo en la búsqueda de este "supra-cristianismo" del que habla Mircea Eliade. Julius Evola niega, en efecto, cualquier valor iniciático al cristianismo de los orígenes. Si bien subraya en ocasiones, en un loable rasgo de honestidad intelectual, el sentido esotérico de algunos fragmentos de los Evangelios o de las epístolas de San Pablo, no asigna a estas últimas más que una tradicionalidad accidental, en absoluto inherente a la esencia misma de las doctrinas evangélica y paulista. Si la Iglesia Católica y la Cristiandad Medieval revistieron un carácter más tradicional -aunque imperfectamente en lo que concierne a la primera- lo deben, no a la expansión intrínseca del cristianismo de los orígenes, sino a la aportación respectiva de la romanidad clásica y del ethos nórdico-germánico. Para René Guenon, por el contrario, el "cristianismo primitivo" es de esencia esotérica y conoce, bajo la forma de los sacramentos, la vía iniciática común a todas a las grandes religiones tradicionales. Este cristianismo tradicional culmina en la Edad Media, sin que se muestra preponderante, en esta expansión espiritual, el papel del sustrato étnico "bárbaro" y vestigios de la mentalidad romana. Al margen de una decadencia interior debida al declive de su conciencia esotérica y a la sacralización de sus ritos, el catolicismo se ha convertido a los ojos de René Guenon en la sola fuerza capaz de regenerar a Occidente en un sentido tradicional.
Además de Evola y Guenon, otros pensadores han concebido, de manera esporádica, la idea de una "religión universal" de la que procedieron todas las religiones particulares. Joseph de Maistre escribe: "La verdadera religión tiene más de dieciocho siglos: nació el día en que nacieron los días". En su Carta a un religioso, Simone Weil se hace eco del sentir del autor de Las Veladas de San Petersburgo: "Las diversas tradiciones religiosas son reflejos diferentes de la misma verdad". La "verdadera religión que evoca De Maistre, es la philosophia perennis, la religio vera con la que San Agustín ha titulado uno de sus libros. Afirma: "Lo que hoy se llama religión cristiana existía en los Antiguos y no ha cesado jamás de existir desde el origen del género humano, hasta que Cristo mismo, habiendo venido, ha empezado a llamar cristiana a la verdadera religión que existía mucho antes". En el mismo orden de ideas, Donoso Cortés escribía: "La verdad esencial del cristianismo ha sido revelada al hombre, vertida en su espíritu y colocada en la historia, desde que la primera palabra divina se ha odio en el mundo".
No solamente estos autores son testigos de la Tradición sino que atestiguan igualmente, por esto mismo, la existencia de un cristianismo eterno, más allá de sus manifestaciones contingentes en el espacio y en el tiempo, del establo de Belén a la basílica de San Pedro de Roma, del siglo de Augusto al tiempo de las catedrales y los caballeros.
LA UNIDAD PRIMORDIAL Y LA DOCTRINA DE LAS CUATRO EDADES
El pensamiento tradicional reposa esencialmente en la distinción entre el mundo manifestado, resultante de la continua dispersión en lo múltiple y el "supramundo" concebido como el estado primordial de unidad trascendente. A esta distinción entre los mundos visible e invisible, corresponde muy exactamente la doctrina de las dos naturalezas que Evola expone en el inicio de Rivolta contro il mondo moderno: la naturaleza física, dominio de la diversidad y de la cantidad, y la naturaleza metafísica, caracterizada por la unidad y la cualidad. De un lado, el mundo espiritual, lugar de superación de las diferencias y los antagonismos, teatro de la coincidentia oppositorum del otro, el mundo material, emanación imperfecta y perecedera del primero, estallido en la diversidad portadora de conflicto, reino informe de la cuantitativo (materia signata quantitate).
Esta concepción general de la Unidad Primordial -de la que procede la multiplicidad inherente al mundo manifestado- se refleja en varios aspectos particulares de la visión tradicional del hombre y del mundo. En relación a la representación humana de lo divino ("la idea de Dios", a la cual el Padre W. Schmidt ha consagrado una voluminosa obra), mencionaremos la tesis del "monoteismo primitivo" de este etnólogo católico del que Evola ha hecho un elogio en Rostro y máscara del espiritualismo contemporáneo. Es, en efecto, verosímil que, paralelamente a la contemplación del supramundo en tanto que lugar de la Unidad Primordial, la espiritualidad de los orígenes haya concebido a Dios como un Ser único, totalizando en El todos los atributos comprendidos los contradictorios. En el mismo orden de ideas, Mircea Eliade reagrupa las tres religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo e islamismo- bajo el vocablo de "revolución monoteísta", lo que es juicioso, si se entiende por "revolución" -conforme a la etimología latina del término- el movimiento inspirado por la voluntad de volver al estado primordial. En cuanto a Guenon, afirma en sustancia que toda gran tradición es necesariamente monoteísta en la medida en que intenta relacionarse con la unidad suprema característica de la espiritualidad de los orígenes.
La idea misma de la Tradición Primordial transciende a las instituciones particulares, procede, en el sector bien determinado de la historia de las religiones, de una concepción que distingue, más allá de los fenómenos contingentes condicionados por el tiempo y el espacio, la unidad que los integra y los supera a la vez. Frithjof Schuon ha podido evocar así "la unidad trascendente de las religiones". La metapolítica y la metafísica del sexo ofrecen otros reflejos de la Unidad Primordial anterior y superior a la diversidad del mundo físico: son respectivamente la síntesis de la autoridad espiritual y del poder temporal, y el mito del andrógino al cual la tradición cristiana hace alusión a través de las voces de San Lucas, San Mateo y Escoto Erígena.
En la visión tradicional del mundo, a la idea de Unidad Primordial hecha durante la nostalgia de una era original donde las diferencias y los conflictos se resolvían en una común tensión metafísica hacia una síntesis integradora y trascendente.
Esta afortunada época de paz, de orden, de equilibrio y armonía, la llamamos generalmente Edad de oro, según la terminología de Hesiodo. Pero no es otra cosa que el Paraíso de la tradición cristiana, estado primordial de alta espiritualidad del que todas las tradiciones conservan un recuerdo luminoso.
Desde el momento en que se refleja la tensión metafísica propia al mundo de los orígenes, se produce la caída vertiginosa en el caos inherente a la materia. El "pecado original" de la tradición cristiana no es otra cosa que la causa de esta decadencia. Esta comporta cuatro grandes etapas: es la tradicional doctrina de las cuatro edades que comportan la duración de un manvantara (en la tradición hindú, ciclo correspondiente a la historia de una humanidad). No detallaremos aquí las características respectivas de las edades de oro, plata, bronce y hierro. Nos limitaremos a recordar que su sucesión en la historia del actual manvantara es paralela a un alejamiento progresivo de la humanidad de hoy en relación a la espiritualidad primordial. Se trata aquí de una dirección general que no excluye intentos, en ocasiones exitosos, de restauración. Así, en pleno corazón de la edad de hierro, cuyo origen se remonta, según Guenon, a los tiempos "históricos", se produciría la luminosa revolución -en el sentido etimológico del término- de la Edad Media cristiano-occidental. Visto el estado de decadencia avanzada de la humanidad actual, tales intentos se han visto condenados siempre a una rápida absorción en la corriente cada vez más impetuosa de la Subversión. Sucede también que algunas tradiciones, aún participando, en lo esencial, de la espiritualidad primordial, se adaptan a las condiciones de su época. Es el caso del cristianismo cuya ambigüedad nace de dos orientaciones diferentes que coexisten en el seno de su doctrina: de un lado la innegable conformidad con la Tradición, de otro el esfuerzo de adaptación a las condiciones del Kali-Yuga.
AMBIGUEDAD DEL CRISTIANISMO
En la visión tradicional del mundo, la edad de oro no es solamente un objeto de nostalgia. Es también objeto de esperanza. El Paraíso está a la vez sumergido en el trasfondo del pasado y proyectado sobre el horizonte del futuro. Cada ciclo contiene los gérmenes de la humanidad nueva. El fin del manvantara actual coincide con el principio de un nuevo ciclo inaugurado por una nueva edad de oro. Frente a la disolución propia al Kali-Yuga (término hindú que designa a la edad de hierro, "edad sombría", edad de Kalí, diosa de la destrucción), este paraíso reencontrado reviste simbólicamente la apariencia de eternidad. Es el "reino de los mil años" anunciado en el Apocalipsis.
En tanto que tradición de fin de ciclo, el cristianismo exaspera normalmente la creencia en el regreso de la edad de oro instauradora de una nueva humanidad. Algunos ven en este mesianismo una ruptura de tono con las otras tradiciones, un rasgo específico de la tradición cristiana (y judía). En realidad, este mesianismo no es más que la amplificación, impuesta por las condiciones históricas, de una tendencia tradicional general. Así, el concepto cristiano de Parusía (regreso de Cristo en el fin de los tiempos) tiene su equivalente en otras religiones. Al Cristo triunfante que restablece el orden y la justicia corresponde, en la tradición hindú, el "vengador" Kali que pone fin al desorden y a la disolución de la edad de hierro con colosales destrucciones (cf. Savitri Devi, Souvenirs et reflexions d'une aryenne, pág. 199). Si el cristianismo ofrece en ocasiones el espectáculo de un mesianismo exacervado es únicamente en la medida en que el teatro histórico de su acción es la fase última de la "consumación de los siglos" de que habla el Evangelio, esta era de decadencia general e irreversible donde la única razón de vivir reside en la esperanza una nueva edad de oro.
Tal es la ambigüedad del cristianismo: coexisten en él elementos de pura doctrina tradicional y una temática judiciosamente adaptada a las condiciones de fin de ciclo. El esfuerzo e adaptación de la tradición cristiana a las condiciones del Kali Yuga es diversamente interpretado. Algunos ven una ocasión para despreciar al cristianismo, estigmatizar en él a un mesianismo que no concuerda con la mentalidad occidental. Otros lo asimilan a una novedad de la que el cristianismo puede enorgullecerse para reivindicar su superioridad sobre otras tradiciones. Así piensan numerosos católicos: religión del Verbo encarnado, tradición procedente de la intervención directa de Dios en la historia, el cristianismo presenta un carácter de novedad absoluta y de superioridad espiritual en relación a otras tradiciones. De hecho, se trata de una novedad relativa, explicable en la economía general del actual manvantara. La intervención de Dios en la historia a través e la encarnación del Verbo, es necesaria por el estado extremo de degeneración del ciclo y de la humanidad que le corresponde. También es relativa la pretendida superioridad de la tradición cristiana. El cristianismo no es la mejor religión en sí. Es la mejor religión en relación a las contingencias de la edad de hierro, la tradición mejor adaptada a una época extremadamente disoluta donde la humanidad entera se pierde en el caos materialista y en el "reino de la cantidad".
NUESTRO OBJETIVO METAPOLITICO
Paul Serant nos recuerda que, en su búsqueda de la civilización "cristiana integral", Guenon se ha situado siempre "fuera y por encima de las perspectivas modernistas integristas". Tal será igualmente nuestro punto de vista en el análisis del cristianismo como fenómeno metapolítico. No basta concluir que colocamos en pie de igualdad a los absurdos criterios de aggiornamento y a las concepciones mucho más interesantes de Monseñor Lefevre y del abate Georges de Nantes. Para nosotros como para los integristas, la concepción cristiana de la sociedad se funda sobre los valores de orden, autoridad y aristocracia, a condición de entender estos términos en su sentido superior. Conforme a la etimología griega, la aristocracia es el gobierno de los mejores, siendo estos designados según un criterio espiritual. Cuando hablamos de autoridad, se trata evidentemente de la autoridad espiritual, que es necesario distinguir del poder temporal y que, en toda sociedad normal, está llamado a frenar la "voluntad de poder" de los jefes políticos. En cuanto al orden, no debe ser confundido con la represión brutal. Es ante todo la garantía de la paz social, el factor de armonización de las diferencias, el elemento generador de equilibrio colectivo, la fuerza integradora y superadora de los antagonismos, el instrumento que unifica la diversidad social, yugulando sus virtualidades conflictivas.
En el análisis contemporáneo de la metapolítica del cristianismo, convienen distinguir tres corrientes: el cristianismo "abierto a la izquierda", el anticristianismo de derecha y el integrismo. de este último, acabamos de mencionar las características positivas. Su contrapartida negativa lo constituye el hecho esencial de ser una categoría de rechazo ante los aspectos esotéricos de la doctrina cristiana y las modalidades de su ligazón con la Tradición primordial de la que, a excepción de algunos pocos sujetos, los integristas niegan su existencia.
La negligencia y el olvido de la parte esotérica del cristianismo va fuertemente unidad con la extrema valorización de su vocación exotérica. Aunque los integristas conciban esta como una vocación autoritaria y aristocrática -la famosa "Iglesia del Orden" tan querida a Charles Maurras- a la que Eric Vartre consagra un importante capítulo en su libro Charles Maurras: un itineraire spirituel (N.E.L., 1978)- privilegiar el exoterismo no comporta menos el peligro de un exclusivismo sectario y dogmático que puede llegar incluso hasta la reivindicación de una especie de monopolio de la espiritualidad y el desprecio hacia otras religiones tradicionales injustamente consideradas como inferiores. Guenon lo recuerda en Aperçus sur l'esoterisme chretien (pág. 21): "El exclusivismo es inevitablemente inherente a cualquier exoterismo como tal". En cuanto a Evola, condena este exclusivismo que lleva a buen número de católicos a considerar su tradición como "la única depositaria de la verdadera y perfecta revelación". Añade, no sin crudeza: "No se trata aquí de fe o de incredulidad, sino de conocimiento o ignorancia. Persistir en el exclusivismo constituiría por parte del catolicismo de hoy un contrasentido comparable al de quienes defendieron ciertas concepciones de física y astronomía contenidas en el Antiguo Testamento y hoy completamente superadas" (Gli uomini e le rovine, pág. 139).
Al menos el exclusivismo integrista es consecuente y se ejerce con tanto vigor contra los otros sistemas religiosos tradicionales y contra las tendencias subversivas del protestantismo y del marxismo. Tal no es el caso de los adeptos de un "ecumenismo" mal comprendido que, aun permaneciendo firmes ante el hinduismo o el islam, pactan con los protestantes. A este ecumenismo, por lo bajo, convendría oponer un ecumenismo por lo alto, un universalismo anagógico fundado a la vez sobre el rechazo radical hacia todas las formas de subversión y sobre la valorización del fondo doctrinal común a todas las religiones tradicionales, desde la mitología griega al hinduismo pasando por los "monoteismos del desierto".
El "ecumenismo" denunciado antes constituye la variante moderna del cristianismo "abierto a la izquierda". La variante más extremista consiste en un "cristianismo social" que, apoyándose sobre una exégesis estrechamente literal de algunos fragmentos de las Escrituras (particularmente del Sermón de la Montaña), transforma el mensaje de Jesús en un igualitarismo ante literum. Por haber prometido el Reino de los Cielos de manera prioritaria a los "pobres" y a los "pobres de espíritu", Jesús se convirtió en el precursor de Marx y del comunismo. Cegados por sus preocupaciones de clase, los partidarios del "cristianismo social" no pueden siquiera entrever que la "pobreza" y la "riqueza" de que se trata en estos textos no deben ser entendidos en su aspecto material.
Una cierta Derecha se funda en una interpretación similar llegando a una conclusión opuesta. Ya que el cristianismo valoriza a los "pobres de espíritu" -que los representantes de esta "nouvelle ecole" [alusión al portavoz del movimiento cultural conocido en Francia como "nueva derecha", NdT] (tienden a asimilar con los imbéciles- es preciso combatirlo en el nombre del a inteligencia. Ya que el cristianismo predica la renuncia y la caridad, es preciso vituperarlo en nombre de la "voluntad de poder", es "cicatriz genética" que atestigua los orígenes animales del hombre civilizado. Curiosa mezcla de humanismo librepensador, de voluntarismo nietzscheano y de evolucionismo darwinista, la Nueva Derecha vomita sobre el cristianismo en nombre de una concepción pretendidamente aristocrática de la sociedad que no es, en última instancia, más que una coartada ideológica más para la burguesía depredadora. Uno de los objetivos mayores de la presente obra es demostrar que junto a todas las demás doctrinas tradicionales, el cristianismo vehiculiza una aristocrácia del espíritu oponiéndose con igual vigor al absurdo igualitario y a todas las formas de elitismo prometéico.
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