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Metafisica del sexo

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 55. Sobre el régimen de la unión en las prácticas sexuales tántricas y sobre su peligro

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 55. Sobre el régimen de la unión en las prácticas sexuales tántricas y sobre su peligro

Ya hemos indicado que las formas iniciáticas del tantrismo se diferencian de las formas orgiásticas también por un régimen especial de la unión sexual. Esta conducta particular consiste en la inhibición de la eyaculación, en la retención del semen, en el momento en que estarían presentes todas las condiciones emoti­vas y fisiológicas para que se expandiera en el interior de la mujer y ésta fuese fecundada. Aunque a menudo se haya expresado en un lenguaje cifrado y místico, este es un punto fundamental sobre el que los principales textos de estas escuelas están en total acuer­do: el Hathayogapradtpiká, el Goraksha-samhita, los cantos de Káhna, el Subhálita-samgraha y otras diversas obras de Vajrayá­na. En el primero de estos textos se prescribe, inclusive si en el curso de la unión sexual "el bindu (el semen) está a punto de verterse en la mujer, se le debe obligar a retornar por medio de un esfuerzo extremo... El yogui que retiene el semen de esta manera vence a la muerte, porque lo mismo que el bindu vertido conduce a la muerte, el bindu retenido conduce a la Vida" (40). Todo esto tiene una evidente relación con la doctrina de la vtrya, de la fuerza oculta de la virilidad. No se deben pues tomar al pie de la letra ciertas expresiones de los textos que hacen pensar solamente en un procedimiento físico, fisiológico, como si lo único que importase fuese economizar la substancia material del esperma. Lo que a este respecto se indica en los tratados tántricos hindúes y en los textos taoistas chinos, al prescribir incluso algunas veces procedimientos drásticos (como una intervención manual en el taoismo y, en el texto hindú citado más arriba, un estrangula­miento del órgano masculino por el órgano femenino en el momento de la emisión; acción que normalmente produce un efecto contrario, porque de costumbre ella despierta en el hombre sensaciones que le llevan justamente a la crisis eyaculatoria), todo esto, repitámoslo, debe ser tomado en un sentido amplio y según el caso. De la misma manera no hay que tomar las cosas groseramente cuando, ya sea en el Hathayogapradipiká, ya sea en • la Dhyána-bindu-upanishad se aconseja la suspensión de la respi­ración por medio del procedimiento llamado khecari-mudrá, gracias al cual los fakires y los yoguis pueden también entrar en estado cataléptico. Que entonces, como dice el texto, la eyacu­lación no se produzca, "ni siquiera si se está unido a una mujer joven y ardiente", es evidente. Pero es difícilmente conce­bible si el hombre no se aisla completamente, si no se aparta psíquicamente de la situación erótica, lo que sin embargo destrui­ría el proceso fundamental de amalgamación fluídica y lo redu­ciría todo a una proeza más bien insípida, que haría casi pensar en las palabras que, según una anécdota, pronunció Friné al negarse a pagar la apuesta que había hecho con Senócrates, dicien­do que ella se había comprometido a animar a un hombre, no a una estatua. Aparte de dirigir el pensamiento hacia otra cosa, la detención de la respiración es uno de los medios considerados también por los tratados de erótica profana para impedir o retar­dar la emisión del esperma. Pero, en la operación yóguica, por poco que las cosas se profundicen, éstas se producen de una manera diferente. La respiración es también puesta en práctica para que la unión sexual nó tenga su desenlace normal y la "simiente no se derrame hacia abajo" (41). Sin embargo, no se trata de paralizar el proceso interior con un síncope o una marcha atrás. Se trata más bien de separar el hecho de la emoción erótica liminal de su condicionante fisiológica, casi obligada en el hombre ordinario, y que consiste justamente en la eyaculación.

En este orden de ideas, la no emisión del semen puede tener el sentido, ya de una causa, ya de un efecto. Será un efecto cuando esté presente un deseo particularmente exasperado y suti­lizado (y un poco más adelante nos enteraremos, por un texto, de que en los medios tántricos se prevé también un auténtico entrenamiento preliminar para alumbrar un tal deseo). Ya en el dominio de la sexualidad profana, se atestiguan casos en los que un tal grado de deseo impide en el hombre el desenlace fisioló­gico normal de la unión sexual. Es más, el mismo fenómeno se produce cada vez que la consciencia se desplaza sobre el plano sutil, al comportar este desplazamiento una cierta disociación de procesos fisiológicos paralelos. Se atestigua igualmente en et' dominio profano; es sabido que el empleo de estupefacientes y, en ocasiones, de bebidas alcohólicas —que son medios materiales para provocar un desplazamiento parcial, pasivo, de la concie1cia ordinaria hacia el plano sutil— tiene por consecuencia impedir la eyaculación del hombre ordinario en el curso de la unión sexual o de no lograrla sino con muchas dificultades. En estas circuns­tancias, se puede sin embargo experimentar una forma difusa, extática y prolongada del "placer", semejante a la que a veces se experimenta en sueños, inclusive sin polución, es decir, en condiciones que también corresponden al plano sutil: y es justa­mente con vistas a este efecto como en el ars amatoria profana antigua u oriental se emplearon también determinados estupe­facientes. Ahora bien, es preciso retener que, en razón de todas sus presuposiciones y de la particular orientación interior reque­rida, la operación sexual tántrica se cumple —como cualquier otra operación mágico-ritual— no en el estado de conciencia habitual, sino en un estado de embriaguez lúcida, casi de trance (de "embriaguez de luz astral"), que comporta la activación del esta­do sutil y que por tanto ya inhibe por sí mismo, según lo que acabamos de decir, la crisis fisiológica eyaculatoria del orgasmo erótico. Esta condición, que es negativa, e incluso eventualmente causa de neurosis para el amante ordinario que no busca otra cosa que acelerar su orgasmo físico hasta la brusca y breve satisfacción carnal, en estas prácticas se presenta por el contrario como una condición positiva, porque ella facilita la inhibición interior, no simplemente fisiológica, y la consecutiva transforma­ción de la fuerza despierta de este modo así como de toda la experiencia provocada por la mujer y por la unión sexual.

Al mismo tiempo, se debe considerar el segundo aspecto, es decir, la detención de la emisión seminal considerada ahora no como efecto, sino, en una cierta medida, como la causa del des­plazamiento de la conciencia y, en el límite, del hecho de la tras­cendencia. La intervención inhibitoria violenta de aquel que, como dice un texto, en todos los grados de la emoción no debe perder el control, en el momento supremo de la unión sexual y de la amalgamación con la mujer puede producir un traumatis­mo, una ruptura de nivel de la conciencia, casi una fulguración que representa el grado extremo de la crisis que ya se produce en la erótica profana, pero en una condición de pasividad, de conciencia reducida y de orgasmo físico del amante. A esto es también a lo que tiende la técnica de la detención de la respira­ción en el momento en que, estando ya en curso el correspon­diente proceso fisiológico, estuviera a punto de producirse la emisión seminal: justamente para despegar la fuerza que se ha despertado de esta condicionalidad fisiológica y llevarla a actuar sobre un plano diferente como fuerza que, por un instante, destruye efectivamente el límite individual, que "mata" o "suspende lo mental".

En los comentarios de un texto citado por Mircea Eliade (42), se dice que, inmovilizando el semen, se provoca también la detención del pensamiento. Lo "mental (manas) es matado" (excesus mentis), sin embargo, como éxtasis activo. Pero justa­mente entonces —añadamos nosotros— comienza también la absorción de la "pura semilla de loto", del rajas femenino.

Volveremos sobre este último punto. Entretanto, se nos muestra claramente que la esencia de estas prácticas es la activa­ción extrema y consciente del amor "físico" como "fuerza que mata" (que "mata al tirano oscuro", es decir, al Yo individual, al decir de Geláleddin Rúmi) (43). Con su fluido y con su "fue­go", la mujer suministra una sustancia que disuelve y libera el veneno, transformándose en agua de vida. Es por esto por lo que, en los textos del tantrismo budista, se atribuye a la yoguini (a la compañera del yogui) el poder de "liberar la esencia del Yo", y se nos presenta a un Buda que, por este medio, es decir, gracias al uso de la mujer, llega al despertar y alcanza el Nirvana (44). A este respecto, es decisivo el momento de la amalgamación comple­ta, de lo que se llama el samarasa, término que Shahidullah ha traducido incorrectamente, de una manera casi profana, por "identidad de goce" en la unión sexual (45). En realidad, se trata de algo mucho más profundo y radical, ya por el hecho de que, digamos, su contrapartida es la detención, la inmovilización y la unión de vukra y de rajas, palabras que indican la "simiente" masculina y la femenina. De la misma manera que en las prácti­cas puramente yóguicas la suspensión de la respiración forma parte de las técnicas empleadas para el despertar de la kundalini, así el mismo poder es atribuido a la detención de la respiración y del semen en el momento supremo de la amalgamación erótica; gracias a él, se puede despertar igualmente la kundalini y se puede provocar la corriente ascendente y fulgurante de la unidad. Entonces "la identidad de goce" (de los dos) deja de ser la espas­módica y carnal de algunos instantes, después de la cual el proce­so se agota y la unión cesa. En lugar de ser un fin, se convierte en un comienzo, e incluso por sukha, el placer, se produce el áropa, es decir, una transubstanciación. El es "fijado" a su manera en un estado continuado ("sin crecimiento ni disminución") que representa la dimensión trascendente de toda la experiencia.. Bajo este aspecto es como si la unión tuviese lugar sobre un plano no físico sin ser limitado a un solo momento; se habla de sahaja­sukha, es decir, del placer-éxtasis "no engendrado" o "no condi­cionado". Para comprender esta noción, es preciso referirse a la teoría tradicional de los elementos eternos, omnipresentes y uni­versales. Según esta teoría, por ejemplo, el fuego, como elemento, existe por todas partes, idéntico a sí mismo, fuera del tiempo y del espacio; los procesos de combustión no lo "producen", sino que suministran solamente las condiciones que, normalmente, son necesarias para su aparición en un lugar y en un momento dados. Pero un yogui puede también evocar el fuego "en sí", fuera de estas condiciones. De la misma manera, se concibe un placer no engendrado, continuo, fuera del tiempo y del espacio, que es el relativo a la unión eterna de lo masculino y lo femenino cósmi­cos: mitológicamente, del Dios y de la Diosa, de Shiva y Cakti, de Radha y Krishna. De ella, "que no viene y que no se va", el placer experimentado en un cierto momento por una determinada pareja de amantes no sería más que una aparición particular, fugitiva en el tiempo, ligada a los condicionamientos ya fisioló­gicos, ya físico-emotivos de las uniones humanas. Ahora bien, en las uniones mágico rituales tántricas, se produciría justamente el afloramiento del "placer en sí", atemporal, ligado al estado no-"dual", a la unidad suprema, a lo incondicionado (45a). El acmé que, en las uniones normales, es vivido un solo instante de una manera turbulenta, en el momento en que el semen se derrama en el interior de la mujer y es captado por ella, esta sensa­ción-límite es "fijada" o estabilizada por cambio de plano; ella da lugar a un estado continuo ("sin fin") que no está ya condicio­nado fisiológicamente y que sobre todo los Tantras budistas consideran como el umbral de la Gran Liberación y de la "ilumi­nación perfecta". La ola de placer que asciende se hace idéntica a la del pensamiento-iluminación (bodhicitta) que se enciende y, desde abajo, sube hacia la cabeza, como en el Yoga.

Una tal continuidad es alimentada, como una llama por el combustible, por la substancia sutil de la mujer; y aquí entra en cuestión justamente lo que, en el texto citado con anterioridad, se llama la absorción del rajas en el estado en que es detenido el semen. Así se despliega la unión alquímica del Shiva sin movi‑ miento, fijo con la substancia de su esposa, en un sentido activo que finalmente conduce más allá del momento solamente extático. No se desprende claramente de los textos si, en la unión sexual, la técnica de la detención debe ser practicada, además de por el hombre, por la mudra o pakti, es decir, por su compañera. Para la mujer, se considera una técnica correspondiente, llamada amaroli-mudrá (46), pero aparte, enumerando solamente los poderes especiales que ella le procuraría, sin que se haga alusión a una sincronización con el acto análogo del hombre. De todas formas, esta técnica considerada para la mujer confirma el lado no-fisiológico de estos procedimientos. En el caso de la mujer, no se trata en efecto de inhibir un proceso de eyaculación ni de retener una substancia comparable al semen masculino; como es sabido, en la mujer se dan secreciones vaginales y, en parte, ute­rinas, sobre todo las de las glándulas de Bartholin (secreciones llamadas por los tratados de erótica profana hindú "agua de amor" o "agua del dios del amor"), que de costumbre comienzan con su estado natural de excitación sexual, sin ser localizadas en un solo momento de crisis, como ocurre en el hombre con la eya­culación. La palabra más empleada en los textos tántricos, rajas, tiene varias significaciones. Una de ellas es la de "menstruación". Evidentemente, no puede tratarse de detener nada semejante durante una unión sexual por parte de la mujer; será más bien la fuerza cuyo afloramiento e irrupción se siente en el acmé erótico que, llegado el caso, la mujer deberá también detener y fijar: fuerza que en la mujer es la contrapartida de la virya, de la virilidad trascendente del hombre, y que en ella es a la mens­truación lo que la virya es al semen como esperma. Es esta fuerza lo que los antiguos concebían como la "simiente femenina", necesaria, según ellos, para la procreación. Esta concepción de la "simiente femenina", profesada también en Europa hasta el siglo XVII, ha sido cumplidamente declarada errónea y fantasiosa, por el hecho de que aquello de que se trataba había sido asociado a la menstruación o las secreciones vaginales. La "simiente feme­nina" tiene, como la "virya", un carácter hiperfísico; pero si se considera todo lo que, en general, en la mujer constituye normal­mente la aportación necesaria para la generación, se puede perfec­tamente hablar de un todo psico-físico, que en su aspecto físico comprende también las menstruaciones y las secreciones. Cuando en los Tantra se habla de la simiente masculina y de la simiente femenina como de los dos principios que, al unirse, engendran la corriente ascendente de la iluminación, de la misma manera que, en la unión sexual ordinaria, el espermatozoide y el óvulo engen­dran, al unirse, la primera base del embrión, es preciso efectiva­mente referirse a estas contrapartidas hiperfísicas desligadas, retenidas, fijadas y llevadas a fundirse. No es en vano que los textos del Vajrayána establecen correspondencias entre ellas y las dos corrientes, ida y pingala o lalana y rasana que, en el Yoga puro, ascético, son detenidas y llevadas a fundirse, según hemos expues­to ya (47). Al querer traducir rajas por menstruación, al querer considerar por el contrario las menstruaciones en sentido propio, se podrá por lo demás referirse al efecto posible, ya indicado, de estas operaciones, a saber, la disminución o cese absoluto de las menstruaciones en las jóvenes consagradas al procedimiento de fijación de su "semen". La interpretación sería entonces la ya dada: la menstruación- debería ser comprendida también en función de esta fuerza mágica ambigua o mana especial, de la que ya hemos hablado (cfr. § 36); su retención tendría conexio­nes con la conversión completa de la posibilidad maternal de la mujer en la puramente afródisiana, con el efecto correspondiente, verosímilmente, de una saturación fascinante-demoníaca sexual en el tipo en cuestión. Pero podemos considerar también otra de las significaciones del término sánscrito rajas. Además de-significar rojo (de donde la relación con las menstruaciones), además del sentido filosófico que le es propio en la doctrina tradicional de los gúna, además del de polen o polvo de una flor (particularmente del loto), existe para rajas un sentido que es sinónimo de tejas, fuego o energía radiante. Esto nos conduce exactamente a la naturaleza de la sustancia sutil de la mujer, considerada en estos términos por los textos antiguos, cuando comparan la unión sexual con un sacrificio por el fuego, y a la mujer, o bien a sus órganos sexuales, con las llamas de ese mismo fuego (48). Es la substancia que alimenta el proceso de disolución y de unión extática durante la unión sexual mágica. He aquí las palabras de una antigua inscripción egipcia, que tal vez no tengan un sentido únicamente profano: "Como el fuego arde el cuerpo de la mujer."

Para hacer inteligible la teoría de que el estado trascendente se produce mediante la unión del pkra con el rajas, dado que en este orden de ideas no se pueden tomar estos términos en un sentido literal meterial (esperma y menstruación), es preciso pues referirse a los dos principios masculino y femenino, que se debe estar en disposición de conservar y de fijar, impidiendo la degra­dación en el proceso fisiológico animal, dado todo esto, es preciso pues suponer una intervención sincrónica de la mujer en el samarasa. En los Dohákwa se dice efectivamente que no sola­mente el pkra, sino también el rajas (la "simiente femenina"), debe ser inmovilizada para que se produzca el estado hacia el cual tiende todo el proceso (49). Solamente en las prácticas sexuales taoistas, que en parte tienen una orientación diferente, no parece que sea éste, o que no lo sea siempre, el caso. Paracelso escribió: "Dios ha preordenado el nacimiento de manera que la fantasía reside en dos personas, ajustándose la imaginación de la una a la de la otra, en el hombre y en la mujer y viceversa. Porque el hombre solo no tiene más que una mitad de imgaina­ción; con la mujer, la tiene entera" (50). Esta idea de Paracelso podría aplicarse muy bien asimismo a la situación de la que acabamos de hablar: la integración de las dos imaginaciones vivientes, magnetizadas por el deseo, que se reencuentran, debe ser ciertamente la contrapartida interior, oculta, del régimen tántrico de la unión sexual.

En fin, en cuanto a la cooperación de la mujer en el proceso de fijación, parecería requerida también por una razón práctica si, dada la postura ritual invertida, la mudra debe jugar el papel activo. Abandonándose al curso normal de crisis y síncopes de la experiencia erótica, está bastante claro que pocas mujeres podrían continuar representando este papel y, por causa de su desfallecimiento, detendrías todo el proceso.

En cuanto al resto, se puede hallar interés en algunas curio­sas expresiones de la escuela Sahajiya, en relación con el régimen de la unión sexual: "En el amor reside el escalofrío de la alegría, y sobre este escalofrío el flujo [el paso al estado continuo], y hay el flujo por encima del flujo [es la intervención del nuevo estado por fijación]." Hay el agua sobre la tierra y por encima de este agua nace la ola; el amor permanece por encima de esta ola [referencia a la superación de la crisis erótica]: ¿hay quien conoce esto?" (51). Y también: "Sumergirse en las profundidades del océano sin mojarse en modo alguno", "liar un elefante con un hilo de araña" (52): estas son alusiones a detalles del arte interior que se debe poner en práctica. Ya hemos hablado de la imagen "cabalgar el tigre", es decir, de una situación que, so pena de consecuencias muy graves, no admite apearse: porque entonces el tigre saltaría sobre el que se ha dejado derribar y haría presa en él. Más adelante hablaremos de las consecuencias del fracaso de la práctica.

Añadamos algunas palabras sobre el género de preparación requerida por estas prácticas en sus formas superiores. La regla es que la joven debe en primer lugar ser "adorada" y después "poseída" (en el ritual, inclusive en el de las prácticas colectivas, se indican dos posiciones distintas de la pareja; en la primera fase, la mujer está a la derecha, en la segunda, a la izquierda del hombre). "Adorar" significa aquí, en su más alto grado, "hacerla objeto de un culto", realizando en la mujer la presencia de la diosa, de Tárá, de la que da la salud, o de otras imágenes cultuales vitalizadas del principio femenino; de una cierta manera, nos encontramos aquí con una correspondencia con el culto a la mujer propio de los "Fieles de Amor" medievales. Detalle intere­sante: en la fase de adoración, aunque el hombre tenga la natura­leza de Krishna (el macho divino), frecuentemente le es atribuida la naturaleza de Rádhá, es decir, de mujer. Se explica en este sentido que, en tanto que el hombre permanece en el dominio profano, tiene algo de femenino, no posee la verdadera virilidad; debe abandonar la pretensión de ser ya un purusha (la encarna­ción de la verdadera virilidad sin movimiento) si quiere penetrar en el dominio de lo eterno (53). Quizá, como consecuencia de un tal orden de ideas, en la mística se atribuye a menudo al alma un papel femenino, o el de esposa o novia, ante el amante celestial. En el tantrismo vishnuíta, se mantiene a veces esta relación; pero en tales casos se trata de excepciones o agotamientos de la con­cepción central. En el conjunto, el proceso se desarrolla en el sentido de una superación de esta condición y de una inversión de polaridad: como hemos visto, la mujer, en primer lugar adora­da como la viva encarnación de la diosa y como portadora de lo suprasensible, de la fuerza salutífera e iluminante, es a continua­ción poseída, y pasa de la derecha a la izquierda.

En un manuscrito bengalí, resumido por Mahindra Mohan Bose (54), se pueden recoger algunos detalles interesantes sobre el régimen de preparación del rito sexual. En él se considera una larga y difícil disciplina de alimentación del deseo y, al mismo tiempo, de refrenamiento. En un primer período, el hombre debe servir a la joven (en cierta medida, se puede ver aquí un equiva­lente técnico del "servicio de amor" medieval) y dormir en la misma cámara que ella, a sus pies; después, durante cuatro meses, compartirá su lecho teniéndola a su derecha, posición que, como acabamos de decir, es la de la fase de "adoración"; durante otros cuatro meses, dormirá con ella teniéndola, por el contrario, a su izquierda, deseándola siempre, pero sin contactos corporales. Sólo al cabo de todo este tiempo es admitida la unión sexual. La finalidad de este procedimiento, bastante formalista, es, toma­da en su conjunto, doble: de un lado alimentar un deseo sutiliza­do y exasperado por la cercanía sin contactos de la mujer, casi en una quintaesencia "tecnicisada" del amor platónico; en segundo lugar, desarrollar el control de sí hasta un grado en que, llegado el momento de la unión sexual, de la posesión de la mujer y de la disolución con su substancia fluídica, con su rajas, este control de sí permita detener el semen y cambiar el sentido de la ola en el acmé de la crisis erótica.

Se puede pues hablar de una ascesis preliminar sui generis, de la misma manera que para el fin supremo perseguido a través de estas técnicas, se puede hablar de una realización supra-ascéti­ca, diferente de los éxtasis místicos. Esto aparece sobre todo en el tantrismo budista, es decir, en el Vajrayána. Estas escuelas han llegado a conseguir un Buda bastante diferente de la imagen habi­tual que de él se tiene, un Buda que habría vencido a Mára, el dios de la tierra y de la muerte y que habría alcanzado la ilumi­nación absoluta, adquiriendo además poderes sobrenaturales, gracias a los ritos de magia sexual y a su unión con las mujeres (un texto hace decir a Buda: "ellas son las divinidades, ellas son la vida") (55). Por otra parte, aquí no se trata solamente del sexo concebido como uno de los medios para alcanzar el Nirvana. El punto particular que queremos subrayar es que, en el Vajrayána, el estado supremo de la mandsukha, en que Buda está unido a su Cakti, está situado jerárquicamente más allá del estado mismo del nirvana considerado unilateralmente, es decir, como un éxtasis desatado del mundo. Esta es la esencia de la doctrina del "cuarto cuerpo" de los Buda, llamado mandsukha-káya; unidos con la Cakti, están unidos, a través de ella, con la raíz de toda la manifestación, lo que equivale a decir que son los reyes de la inmanencia (samsára) tanto como de la trascendencia (nirvana): en estas escuelas, estos términos dejan de constituir una excep­ción. Por lo que respecta al contenido de la experiencia, podemos pues pensar en una superación del estado extático o de simple excesus mentís, si se le concibe de una manera pasiva, "mística". Por otra parte, he aquí un fin que ha sido conscientemente perse­guido también dentro de otras corrientes de la metafísica hindú. Por ejemplo, se dice: "No permitas a lo mental gozar de la felici­dad que viene de la condición extática (samádhi), sino libéralo, por medio de la práctica de la discriminación, de la atadura que se experimenta en una tal felicidad (56).

En general, se pueden descubrir sentidos análogos detrás del simbolismo y de la terminología de las escuelas de las que acabamos de hablar. Si se concibe que cada hombre es potencial­mente un Buda, la mujer empleada, además del nombre de mudrá (cuya significación hemos explicado ya) y de pkti (porque tangi­blemente encarna la akti), tiene el de vidyá, que quiere decir conocimiento en un sentido que a veces se confunde con praj­ná = iluminación; es como decir que la mujer incorpora el princi­pio capaz de producir el despertar de la poctencial cualidad "boda" del hombre. En el mismo orden de ideas por el que la mujer de los "Fieles de Amor" sensibiliza la "Madona Inteligencia", la Gnosis donadora de la salud, la Santa Sabiduría que actualiza la "inteligencia posible" del amante (cf. § 47), ella es aquí el símbolo vivo de la prajná en la profundidad de su ser. Por lo demás, en estas escuelas, el misterio de la realización es muy fre­cuentemente indicado por medio del simbolismo de la unión de padma y de vafra; estos dos son otros tantos términos poliva­lentes, porque simultáneamente admiten un sentido abstracto, metafísico, doctrinal, y un sentido concreto sexual. Pueden alu­dir, ya al órgano sexual femenino y masculino, ya a la "matriz de los Buda" de una parte, o al cetro-rayo o al "diamante", por otra (siendo estos últimos los símbolos de la fuerza y del princi­pio fijo, incorruptible y soberano del ser). En otros casos, los términos empleados son prajná y upáya, es decir, la fuerza-ilu­minación por un lado, la técnica, el "medio apropiado" o el "poder actuante", por otro, que, al unirse, conducen a la reali­zación suprema. Ahora bien, dado que aquí se trata de una unión que a veces es concebida en términos abstractos, metafísicos, solamente espirituales, a veces dentro de un cuadro que implicala unión del principio masculino con el principio femenino por el acto sexual cumplido por un hombre con una mujer, hay una correspondencia ontológica, mágica y analógica entre ellos, entre estos principios que se designan por las palabras citadas más arriba (upáya y prajná) (57). Ahora bien, el punto a retener en todo este conjunto, el punto que nosotros deseamos poner de relieve, es la acentuación que obtiene el principio masculino, por el hecho de que a la fuerza-iluminación le es dado un carácter femenino, que en el simbolismo hierogámico, ella representa el papel de la mujer poseída por el macho en la unión sexual, y se reconoce en general que el vajra puede asumir un sentido fáli­co (58). Tenemos pues un índice signalético para la dirección "mágica" de estas corrientes; en alguna medida, volvemos a lo que ya dijimos sobre la muerte de Beatriz y de Raquel, y sobre el simbolismo hermético del incesto.

Puede preguntarse en qué medida las prácticas tántricas sexuales conducen a los mismos resultados que el despertar pura­mente yóguico de la kundalini. Se deduce bastante claramente de los textos, que se juzga posible este despertar a través del uso de la mujer, cuando en su momento hemos considerado fenó­menos de la vida sexual profana (por ejemplo, en ciertos casos de hebefrenia) que, verosímilmente, son efectos de un despertar parcial de la fuerza basal. En la fisiología hiperfísica del Yoga, se habla de un centro llamado yonish-thána, cercano a aquel en el cual "duerme" kundalini, y se dice que en él, bajo el signo del deseo carnal, puede ya producirse una unión de Shiva y de Cakti, casi como una anticipación o un reflejo de la unión suprema que, según la enseñanza yóguica, se cumplirá arriba, en la región coronal. Esto hace pensar también en la posibilidad de una convergencia de las dos técnicas. Además, hay textos en que la mujer amadá y poseída es presentada como el símbolo viviente de la propia kundalini o candált. El punto de vista predo­minante es que, gracias a las prácticas sexuales, se puede alcanzar sólo transitoriamente el sahaja, el estado superior, el estado no-"dual" más allá del Yo y del no-Yo, pero esta conquista es difícil de estabilizar, como si se tratara únicamente de un "golpe de mano", y no se puede proceder a todas las operaciones consi­deradas por el Yoga con la kundalini en ascenso. Esta es precisa­mente la objeción que se pone en los medios 'del Yoga puro contra las prácticas indicadas (59). De acuerdo con esto, también en los textos del tantrismo budista se habla a veces de maestros que, después de haber alcanzado la iluminación mediante prácti­cas sexuales, se han mantenido alejados de las mujeres, siguiendo otra vía y proclamando una doctrina severa. No ocurre así en los medios de los Siddha y los Kaula, por no hablar de las organiza­ciones en las que se ha llegado a dar incluso a estas prácticas una dirección de magia operativa.

Si, como ya hemos visto al hablar del Yoga, las consecuencias de un despertar mal conducido de la kundalini pueden ser la enfermedad, la locura o la muerte, no hay que decir que semejan­te riesgo se da igualmente en las prácticas sexuales, en las que tal riesgo es inclusive más grande, dado que, en razón de la orienta­ción congénita de la sexualidad humana, es más difícil controlar todo el proceso y dirigirlo en el sentido debido. Si en la unión sexual el bindu (término técnico que designa el semen y el princi­pio que a él corresponde) "cae", de ella no resultará la liberación, sino una atadura más temible (60). En particular, el peligro puede ser el de una intoxicación sexual completa; al haber absor­bido la fuerza femenina en las capas más profundas del ser, al haber activado la energía elemental del sexo y del deseo, si la transmutación, la inversión de la polaridad, no se produce porque lo que permanece predominante es la tendencia al simple y ávido placer, aunque sólo fuese en el inconsciente, la consecuencia puede ser una intoxicación sin solución para el ser. En este caso, se dice que la condición de hombre puede inclusive retrogradarse a la de "demonio", instrumento de la fuerza de la que no habría querido servirse sino como un medio. Este es también el peligro de lo que alvinos han llamado la "magia roja". Mientras que lo propio de las prácticas de tipo tántrico en sus formas superiores es emplear la experiencia del sexo como un medio, lo propio de la "magia roja" es lo opuesto: el empleo de los contactos con lo supersensible (a veces con la ayuda de substancias análogas a los estupefacientes), a fin = de intensificar la experiencia sexual y, en particular, para prolongar anormalmente la duración del orgasmo y del placer, sin modificar sin embargo su naturaleza en el sentido indicado más arriba. El peligro de las prácticas de tipo tántrico es justamente el de acabar sobre este plano, sin siquiera darse cuenta exacta de ello.

Hay un mito griego que se puede considerar como una dramatización de este desenlace abortivo: el mito de la túnica de Neso. Deyanira, al objeto de lograr que Hércules se ligue a ella mediante los lazos del amor y del deseo, le envía una magnífica túnica empapada en un filtro de amor, que ella había recibido de Neso; pero era un filtro mortal, de manera que Hér­cules, quemado en las venas por una llama inextinguible, sintió su cuerpo envenenado. El suicidio de Deyanira fue inútil. Sólo pudo salvarle su transfiguración sacrificial en fuego sobre el monte Oeta, donde, sin embargo, al fuego sucedió la fulmina­ción divina; por ésta, Hércules fue transportado a la mansión olímpica donde obtuvo por esposa a Hebé, la juventud eterna. En este mito son pues bastante visibles significaciones válidas para el orden de cosas del que acabamos de hablar. La mujer elemental que se ha evocado y absorbido, a la que se hace entrar en sí, puede convertirse en el principio de una sed mortal, inextin­guible. Entonces, sólo una "fulminación" olímpica puede hacer volver al fin original inmortalizarte de la unión.

La situación obsesiva se describe de una manera muy suges­tiva en una novela de G. Meyrink, en relación justamente con las ideas del tantrismo. En ella se habla de un personaje que sufre el poder de la diosa que se había activado en una mujer (Assia), como en una de sus encarnaciones especiales, hasta el punto de perder el principio de la virilidad sobrenatural (simbolizada aquí por un puñal-lanza que se puede hacer corresponder con el cetro-diamante —o vara— de la doctrina oriental). La mujer ya conoci­da físicamente va entonces a actuar de una manera hipersensible o sutil bajo las especies de una imagen fascinante y alucinante "de sus ojos, de su cuerpo, de todo su ser despiadado". El perso­naje en cuestión se expresa así: "El súcubo se apoderó completa­mente de mis sentidos..., fue como si una sed continua, mortal, hasta un límite en el cual o la copa se hace trizas o el mismo Dios abre el horno. Mi tormento se centuplicó porque Assia había venido a actuar, por así decir, en un plano más profundo, menos tangible, de mis sentidos, haciendo siempre sentir su cercanía consumante. Si al principio mi voluntad había intentado relegarla, al presente esta misma voluntad se volvía contra mí y yo me sentía quemado por el deseo de ella." En miles de imágenes fasci­nantes, se le aparecía ahora "la Desnuda, la Parásita, la Disolven­te" e, idéntica en todas sus múltiples imágenes de fiebre, de deseo y de desnudez, la mujer comienza a "envolverle en su aura y a penetrar progresivamente en él y alrededor de él", hasta que él siente encontrarse "en el límite de la perdición, al borde de lo que los Sabios llaman el octavo mundo, el mundo de la destrucción completa" (61).

Recordemos en fin que, según los textos hindúes, quien quiere poner en práctica lás técnicas sexuales que conducen al mahá-sukha, además de un perfecto control de sí mismo, debe disponer de un cuerpo sano fortificado por disciplinas del Yoga físico; de otro modo, el mahá-sukha, es decir, el éxtasis del estado de unión conducirá a un oscurecimiento de los sentidos, "en algo semejante a un desvanecimiento" (62). Este detalle es importante: en esto se puede , ver la relación con los estados negativos que, inclusive en la erótica profana, en particular en la mujer, se mani­fiestan durante la unión sexual tomando el lugar de la experiencia transfigurante.

Nos hemos detenido un poco extensamente sobre los ritos sexuales tántricos, porque ellos nos presentan, suficientemente visibles y unidos, los principales motivos encontrados por noso­tros al considerar la metafísica del sexo, ya sea en el dominio profano, en las formas no intencionales, pasivas y tendenciales, ya sea en el dominio de las sacralizaciones tradicionales. En estos ritos, hemos vuelto a encontrar efectivamente el régimen de las evocaciones, la aparición y la activación, en el individuo de uno u otro sexo, del poder que constituye su naturaleza o su raíz onto­lógica más profunda. De la misma manera, como parte de un todo, se considera el régimen del deseo "platónico", el estado sutilizado, físico de la embriaguez que es la esencia de cada eros, mientras que, en las prácticas, una presuposición precisa es la independencia potencial, de cara a las condicionalidades fisioló­gicas ordinarias, también de este deseo e inclusive del acmé del "placer" que se realiza en ,la unión sexual. La asociación entre la muerte y el amor (el amor que mata, morir de amor, la "muer­te" en el espasmo, en el orgasmo y en el delirio carnal) aquí pasa, del plano romántico o simplemente emocional, a un plano efecti­vo, objetivo, de una técnica iniciática, en una experiencia en que la solución de continuidad, el pasmo (que en la mayoría corres- , ponde al traumatismo o crisis última provocada por la unión con la mujer), los sustituye una presencia en sí que acompaña o deter­mina la ruptura de nivel, la "muerte de lo mental", la fulminación del "pensamiento-iluminación" más allá del estado "dual". En fin, sea la doctrina del andrógino, como clave de la metafísica del sexo, sea la idea de que la sexualidad en función animalmente procreadora representa una caída, están confirmadas por las técni­cas de la inversión de polaridad y de retención del semen, todo como por la concepción de la kundalini que, despierta, se convier­te en la fuerza que, en lugar de alimentar el círculo de la genera­ción y de reforzar su lazo, lleva hacia el sahaja, hacia lo sin-muerte, hacia lo incondicionado. En estas tradiciones, se encuen­tra pues un conjunto típico en que, como otros tantos eslabones de una cadena, los diferentes elementos se engarzan dando el sentido exacto del todo, del cual se debe partir para cualquier comprensión más profunda de los fenómenos particulares, de los aspectos y las posibilidades del eros y del amor sexual.

En lo que sigue, aportaremos otras tradiciones secretas situa­das en la misma línea que la enseñania tántrica; los datos que de ellas podremos recoger serán sin embargo más fragmentarios, y no siempre encontraremos la misma claridad o el mismo nivel en cuanto a las finalidades superiores de los procedimientos.

(1)     Hathayogapraclipiká, III, 85, 87-90.

(2)     Cf. G. TUCCI, Tibetan painted Scrolls, Roma, 1949, v. I, pág. 242.

(3)     Op. cit., pág. 255.

(4)     En efecto, se habla de una "muerte en el amor" y se dice: "Sólo el que la conoce vive verdaderamente, a través de la muerte, en el amor", cf. DAS GUPTA, Op. cit., pág. 160.

(5)     H. von GLASENAPP, Buddhistische Mysterien, Stuttgart, 1940, pág. 56.

(6)     Así, en la siguiente traducción de este pasaje de Kánha (Dohd­kopa, v. 19): "El que ha inmovilizado al rey de su espíritu por la identidad de goce (samarasa) en el estado de lo Innato (sahaja) se convierte instantaneamente en mago; él no teme el envejecimiento ni la muerte" (apud ELIADE, pág. 268).

(45a) Se dice que en ciertas experiencias de ultratumba se expe­rimenta en estado trascendente y continuo este placer "no engendrado" (cf. G. TUCCI, 11 libro tibetano del Morto, 1949, págs. 130, 201). Es posi­ble que sea el que aparece incidentalmente en algunos temperamentos anor­males, allí donde se produce una repetición ininterrumpida del fenómeno liminal del orgasmo sexual, durante una unión sexual, o bien en el transcur­so de una misma jornada; en sus relatos, Kinsey cita casos de un número inconcebible de veces por día, pero siempre en las mujeres; ya que es más fácil en la mujer el desprendimiento del hecho físico-emotivo de los condi­cionantes fisiológicos más groseros. Si, en estos casos, el nivel ordinario, físico, de la conciencia persiste, se entra en el dominio de la patología, la cual, como ya hemos dicho, sería rica en enseñanzas si se estudiara desde puntos de partida apropiados.

(46) Hathayogapradípiká, III, 92-101.

(47)       Cf. TUCCI, Tibetan painted Scrolls, cit., v. 1, pág. 242.

(48)       Cuando se habla de las uniones, frecuentemente se designa a la mujer como suryéi, es decir, sol en femenino. Esto remite al aspecto, en cierto modo positivo, de la misma energía en su aspecto de "esplen­dor". En este mismo orden de ideas, se puede recordar que, en la Hélade, ciertos tipos de mujeres fascinantes y "magas", como Circe y Medea, fueron también consideradas como Helíades, es decir, como de descenden­cia "sola"; cf, K. KERENYI, Le Figlie del Sole, Torino, 1949. Como correspondencias sobre un plano mucho más condicionado se podrían citar sensaciones experimentadas por los poetas, por ejemplo: en presencia de la amante, él experimentaba siempre "la sensación de estar rodeado de un éter inflamado, de un aura vibrante", de suerte que recordaba cómo una tarde, siendo niño, "el atravesar un terreno desierto, de pronto se había sentido rodeado de fuegos fatuos y había gritado" (D 'ANNUNZ I0); sobre el efecto del aliento femenino: "Y más allá de los sentidos, el alina recibe un perfume salvaje y penetrante, como un rocío ardiente que se disuelve, en el seno de un copo helado" (SHELLEY). A. LEGER: " ¡O mujer y fiebre hecha mujer! Los labios que te han gustado no gustarán la muerte."

(49)    Cf. ELIADE, Yoga, cit., pág. 261.

(50)    Scritti scelti, cit., pág. 139.

(51)    En DAS GUPTA, Op. cit., pág. 167.

(52)    Ibid., pág. 163.

(53)    Ibid., págs. 145-146.

(54)    An introduction to the study of the post-chaitanya sahajiyd cult, págs. 77, 78, apud ELIADE.

(55)    DE LA VALLEE POUSSIN, Bouddhisme, cit., pág. 144.

(56)    Mándúka-upanishad, II, 45 (com.).

(57)    DAS GUPTA, Op. cit., pág. XXXVIII.

(58)    Al respecto también de los dQs principios concebidos, el uno como "iluminación", prajná, y el otro como fuerza operativa, updya, se indican correspondencias en punto a fisiología hiper-biológica, en términos análogos a los del taoismo; la primera está situada en la parte inferior del cuerpo, cerca del plexo solar (más o menos allí donde el taoismo localiza el "espacio de la fuerza") y la segunda en la cabeza. En este caso también la práctica tiene por finalidad hacer subir a la diosa desde el polo inferior hasta el Señor, en la región del cerebro (cf. DAS GUPTA, Op. cit., pág. XXXVIII). En la iconografía tibetana del yab-yum, la madre, yum, y el macho a quien ella abraza son las correspondencias de prajná y upáya que, uniéndose, provocan la ascensión del pensamiento-iluminación (cf. TUCCI, Op. cit., v. I, pág. 244).

(59)    DAS GUPTA, Op. cit., pág. 180.

(60)    Cf. TUCCI, Op. cit., v. I, pág. 242.

(61)    G. MEYRINK, L'Angelo della Finestra d'Occidente, Milano, 1949, pág. 467.

(62)    DAS GUPTA, Op. cit., pág. 108.

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 54. Las prácticas sexuales tántricas

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 54. Las prácticas sexuales tántricas

Ya en la Introducción hemos indicado que es aplicable a los Tantra una especie de encuadramiento histórico de la orien­tación que los caracteriza. Partiendo de la concepción de una involución creciente que se ha realizado en el ciclo actual de la humanidad, con la sucesión de cuatro edades, habiendo consta­tatado que de ahora en adelante nos encontramos en la última de esas edades, en la llamada "edad de sombra" (kali-yuga), que es una época de disolución, de preponderancia de las fuerzas elementales, casi de una Cakti sin lazos, mientras que la espiri­tualidad de los orígenes se ha perdido casi por completo, la vía indicada como conveniente para una tal situación es la que podría ser caracterizada por la fórmula "cabalgar el tigre". Este es el principio de no evitar una fuerza peligrosa e inclusive de no opo­nerse directamente a ella, sino de injertarse en ella, perseverando con la idea de finalmente triunfar. Es por esto por lo que los Tantra consideran como abrogado ese lazo del secreto que, en otros tiempos, se imponía sobre ciertas doctrinas y prácticas de la "Vía de la Mano Izquierda", en razón de su peligro y de la posi­bilidad de abusos, de aberraciones y de incomprensiones (23). El principio fundamental de la enseñanza secreta, común tanto a la corriente hinduista como a la corriente budista de los Tantra (el segundo corresponde esencialmente a lo que se llama Vajrayá­na), es la transformación del veneno en remedio o "néctar", es el empleo con el fin de la liberación de las mismas fuerzas que han conducido o que pueden conducir a la caída y a la perdición. Emplear "el veneno como antídoto del veneno" es justamente lo que se dice. Otro principio tántrico es que "fruición" y "libera­ción" (o desprendimiento, renunciamiento) no está dicho que se excluyan necesariamente el uno al otro, como lo quieren las escuelas unilateralmente ascéticas. Como fin, se propone realizarlos dos a la vez, luego hallarse 'en estado de alimentar el deseo y la pasión manteniéndose libres. Enseñanzas similares habían sido juzgadas tales que no debían ser reveladas a todo el mundo. Un texto decía que se trataba de una vía "tan difícil como caminar por el filo de una espada o llevar a un tigre atado por una cuer­da" (24). En qué medida, en vista de esto, los métodos tántricos son adaptables hoy día, cuando la mayoría de los hombres y las mujeres carecen por completo de la cualificación requerida para afrontar riesgos de este género, es algo que habría que examinar muy bien. De todas formas, a quien piense que el tantrismo lo que ofrece es una cómoda coartada espiritual para abandonarse a los instintos y a los sentidos, se le debe recordar que en todas estas corrientes se presupone una iniciación y casi una consagración preliminares, la inserción del individuo en una comunidad o cadena determinada (kula), para obtener de ella una fuerza protectora, en todo caso una ascesis sui generis, una enérgica disci­plina de control de sí mismo en quien quiera entregarse a las prác­ticas de las que hablaremos. Por otra parte, es preciso hacer notar que una premisa del mismo género se encuentra también en otras corrientes en las que fue decididamente proclamada la "anomia", la libertad del espíritu frente a todo lazo y toda norma de la moral corriente, pero solamente al final de una vía muy difícil. Así en los Ismaelianos del período del Cheik de la Montaña; así en las corrientes, citadas anteriormente, de los "Hermanos del Libre Espíritu", de los Begardos y de los Ortlibianos, a propósito de los cuales se ha escrito: "Antes de llegar al punto en que cual­quier placer les era permitido, se sometían a la más duras pruebas; su vida era semejante a la de las más severas órdenes; aspiraban a romper su voluntad, a anular su persona para reencontrarla como una gloria pura en el esplendor divino... Era preciso orar, meditar, ejercitarse en los actos que más nos repugnan. Pero, una vez que llegaban a la libertad del espíritu, todo les estaba permitido" (25).

A propósito del tantrismo, sus raíces nos conducen a menudo al sustrato arcaico de la India aborigen, donde figura no solamen­te el motivo central de las Diosas de tipo gaktico, sino también un conjunto de prácticas y de cultos orgiacos. En un dominio que frisa con la brujería, se reencuentran formas oscuras de tantrismo, ritos con los cuales el hombre, mediante la obtención de poderes especiales, buscaba captar ciertas entidades femeninas elementales —yakshini, yogint, dakint— consideradas a veces como siervas de la diosa Durga, a veces como emanaciones de esta misma diosa, pero a menudo con una mezcla de temas animistas —fascinándolos y reteniéndolos por medio de encantamientos en la persona de una mujer real, embriagándose y poseyendo carnal­mente a esta mujer en algún lugar salvaje, en un cementerio o en un bosque (26). Aunque bajo una forma grosera, en estas prácti­cas vuelve pues a surgir el régimen de las evocaciones, ya estudia­do por nosotros en el capítulo precedente en sus múltiples varian­tes, sino que con la diferencia de que en este régimen se inserta ahora el hecho sexual concreto. Si la joven a "demonizar" prime­ramente, luego a violentar, constituye el fondo de los ritos oscuros que acabamos de citar, es también el tema fundamental en las formas superiores de la magia sexual tántrica y vajrayánica.

En estas formas, ante todo, la concepción de una pareja humana que se transforma en encarnación momentánea de la pareja divina y eterna, pasa del plano ritual general de las hiero­gamias al plano operativo. Primeramente se deben realizar los principios ontológicos de Shiva y Cakti o de otras divinidades equivalentes, presentes en el cuerpo del hombre y de la mujer; es preciso alcanzar, ritual y sacramentalmente, un estado en el que se toma conocimiento de su naturaleza más profunda, sintién­dose el hombre efectivamente Shiva y la joven, Cakti. Esta es la premisa de una unión sexual que deja de tener un carácter sola­mente físico y carnal para adquirir también un sentido mágico, desplazándose su centro de gravedad hacia el plano sutil (el plano ya considerado, cuando dijimos que el hecho magnético de todo amor o deseo sexual intenso consiste en una "embriaguez o congestión de luz astral"), correspondiendo su climax y su éxta­sis supremó a la ruptura de nivel de la consciencia individual y a la brusca realización del estado no-"dual" (27).

Consideremos ahora de más cerca estos diferentes aspectos de la práctica tántrica (28). El punto de partida es, por un lado, la aptitud para una sensación o percepción particular de la natura­leza femenina y, para esto, hace falta también volver sobre lo que ya hemos dicho a propósito de la desnudez femenina. Si, para estas escuelas, cada mujer encarna la Cakti o Prakrti, una mujer desnuda expresa ritualmente esta misma fuerza en estado puro, elemental, primario, no religado a una forma, no oculto por la individuación; al despojarse de todos sus vestidos, es como si la mujer ofreciera a las miradas esta esencialidad. A este respecto, escribe justamente Mircea Eliade: "La desnudez ritual de la yogui-ni (la compañera del vira) tiene un valor místico intrínseco: si ante la mujer desnuda no se descubre en el ser más profundo la misma terrorífica emoción que se experimenta ante la revela­ción del Misterio cósmico, no hay rito [en la unión con ella]; no hay más que un acto profano con todas las consecuencias que de él derivan", porque entonces el empleo de la mujer, en lugar de aflojar la cadena que liga a la existencia condicionada, la reforza­rá (29). A esta condición subjetiva a la que se asocia un régimen de intensas visualizaciones, es decir, de proyecciones mentales en la mujer, de una imagen cultual vitalizada, corresponde en las formas más elaboradas del tantrismo de la Mano Izquierda, un procedimiento a su manera objetivo, para el que el término técni­co empleado es el de áropa; áropa significa "establecimiento de una cualidad diferente", es decir, en sentido riguroso, transubs­tanciación, en la misma acepción según la cual el cristianismo emplea esta palabra para el misterio de las especies eucarísticas, efectuado por el sacerdote, que producirá en ellas la presencia real de Cristo. A este respecto, el autor hindú ya citado dice que, . por medio de la áropa, la forma física (rúpa) no es negada, sino que cada uno de sus átomos es penetrado por el avárúpa, es decir, por el elemento primordial no físico que constituye ontológica-mente su esencia (30). Esto se aplica por consiguiente a la mujer. Está cualificada para la práctica sexual una joven debidamente iniciada e instruida en el arte de las posturas mágicas (mudrá), habiendo despertado y vuelto vivo su cuerpo por medio del nyása (31). El nyása es un procedimiento sacramental mediante el cual, en diferentes puntos del cuerpo (en sus "puntos vitales"), se ha impuesto, inducido o despertado un "fluido divino". En esto podemos ver un equivalente de la "demonización" de la mujer de la que hemos hablado en las prácticas oscuras citadas • más arriba, por el crecimiento de un fluido natural que, en la mujer ordinaria, alimenta el magnetismo sexual y constituye la base de su fascinación. Por otra parte, una designación para las jóvenes empleadas en estos ritos es la de mudrá, que ha dejado perplejos a los orientalistas y que, sin embargo, es bastante clara: mudrá (literalmente, sello) es el nombre de los gestos o posturas mágico-rituales tomadas por el yogui para activar el circuito —o provocar el cierre del circuito— de ciertas corrientes de fuerza sutil del organismo. Esta misma función la ejerce la mujer en grado eminente en el acto sexual mágico, de donde se sigue (quizá en relación también con los mudrá en sentido propio, es decir, con las posiciones especiales asumidas por ella en el acto del amor) la transferencia de esta denominación a ella misma. Bajo este aspecto, la joven empleada en estas prácticas se diferencia de las mujeres de los simples ritos orgíacos, de la misma manera que, como pronto veremos, el régimen de la unión sexual es diferente en ambos casos. Entre los "Fieles de Amor" se habla de la "dama del milagro"; aquí se habla de la "mujer de excepción" (viesha rati) convertida a la misma substancia que la mujer trascendente o divina —Rádhá, Durgá, Candali, Dombi, Sabaja-Surdarí, etc. (a veces identificada a la misma kundalini en la forma personifica­da de una diosa); se dice que es con ella, y no con una mujer ordinaria, con la sámánya-rati, como en la unión sexual puede ser realizado lo que algunas de estas escuelas llaman el sahaja, el estado primordial no-"dual" que produce la liberación ya durante la vida (32). Esto no debe sin embargo hacer pensar en algo así como una vaga idealización de la mujer empleada. En medios de este género, algunas veces se preconiza, e inclusive se señalan como más capaces, a mujeres disolutas de baja casta, aunque para esto se alegue una justificación simbólica: en su manera de vivir fuera de las normas sociales, morales y de la reli­gión corriente, estas jóvenes reflejan de una cierta manera el esta­do de la "materia prima" no ligada a una forma (33). Esto consti­tuye una diferencia específica respecto al matrimonio-rito, a las uniones de tipo sacralizado, más que mágico, en un cuadro insti­tucional y de casta, del que ya hemos hablado. Las escuelas vishnuistas de orientación tántrica consideran como el más alto tipo de amor el parakiyá, es decir, el amor ilegítimo, como la unión con una muchacha muy joven, o con una mujer que no sea la propia esposa (mejor dicho: una de sus esposas, dado que, en las civilizaciones de que se trata, está admitida la poligamia). En las discusiones retóricas que, en Bengala, tuvieron unos aires análogos a los de los "Cursos de Amor" medievales de Occidente, los partidarios de las uniones conyugales fueron siempre vencidos por los partidarios de las uniones libres o ilegítimas; esto es por lo que uno de los modelos divinos que la pareja humana debía imitar y encarnar, se ha indicado muy frecuentemente una pareja no legítima, sino adúltera, la formada por Rádhá y Krishna (34).

Para justificar esta concepción, se alega, de una parte, una razón psicológica, es decir, el hecho de que normalmente no se puede obtener de una unión conyugal una intensidad emotiva y una pasión semejante a la que se despierta en las susodichas situacio­nes irregulares o excepcionales; de otro lado, de nuevo, una razón simbólica: la correspondencia de la realidad en un símbolo. Se tiende a lo incondicionado, y la unión secreta, fuera de toda sanción o lazo social, hasta inclusive infractora de estos lazos, simboliza mejor la "ruptura impuesta por toda experiencia reli­giosa auténtica" (valdría mejor decir iniciática) (35). A este res­pectp, Mircea Eliade hace notar que, a los ojos del hindú, el simbolismo conyugal (el "Esposo" y la "Esposa"), usual en la mística cristiana, no subraya bastante el desasimiento de todos los valores morales y sociales que se impone a quien tiende a lo abso­luto: de donde, precisamente, la elección, como modelo ideal y mítico, de una pareja como la formada por Rádhá y Krishna y, como compañía de los Siddha y de los Vira, de muchachas sin limitaciones de casta, en las que se considera menos la persona que un cuarto poder o fluido especial capaz de alimentar un pro­ceso intenso de "combustión". Si el uso de otras mujeres que la propia está prohibido al hombre de temperamento débil, esta restricción, según la opinión predominante en los Tantra hinduis­tas, desaparece, y no se hace ninguna restricción extrínseca, si se ha alcanzado el estado de siddha-virá. Ya hemos hablado de la graduación de la desnudez femenina —que tiene también un sentido simbólico y ritual— y del hecho de que sólo el iniciado de alto grado debería emplear muchachas completamente desnu­das. Para designar a la joven se emplea también la palabra rati, que significa literalmente el objeto de rasa, de la embriaguez o emoción intensa. La escuela Sahajiyá distingue tres tipos de rati: la sádharani, es decir, la mujer ordinaria que en el abrazo sexual no busca más que su satisfacción inmediata; la sámanja­sá, que es la que busca una participación con el hombre, y la samarthá, que es la joven capaz de un abandono total y super-individual. Se dice que sólo esta última es el tipo conveniente de muchacha (37). También el deseo, Káma, en sus diferentes grados, se convierte en objeto de distinciones muy elaboradas en diversos textos. En esencia, al deseo animal se opone lo que se podría llamar "el Gran Deseo que une los cuerpos al espíritu, mucho más allá de la unión de los cuerpos que tiene lugar en el Pequeño Deseo" (38).

A continuación hay un detalle interesante al que ya hemos hecho alusión en otro parágrafo: la menstruación les va desapare­ciendo poco a poco a las muchachas utilizadas en las prácticas tántricas. Los sexólogos modernos querrían ver en esto un simple efecto transitorio de "disfunciones sexuales", debido a los excesos o al curso normal de la experiencia erótica. Por el contra­rio, a un hecho de este género se le puede atribuir un sentido muy diferente: el de una señal concreta, psicológica, de la conversión real, completa, de las jóvenes en cuestión, de la posibilidad deme­triana (maternal) en la afrodisiana o dúrgica. Por otra parte, se pueden observar fenómenos análogos en otros órdenes de ideas relacionadas, en general, con una desviación de la función genési­ca de la mujer. Se sabe, por ejemplo, que Juana de Arco no tuvo menstruaciones. El hecho de que las mujeres que han sido madres estén excluidas de las prácticas de tipo tántrico está evidentemen­te relacionado con todo esto. Una máxima de un autor moder­no (39) resume sin duda la teoría que justifica esta exclusión: "De la misma manera que la mujer pierde su virginidad física con la primera unión sexual, pierde su virginidad mágica al convertirse en madre." Al convertirse en madre, cesa pues de ser utilizable para las prácticas tántricas de tipo superior.

En la medida en que el acto de amor humano debe reprodu­cir un gesto divino; ya el tipo de unión del dios con la diosa, predominante en la iconografía, habría hecho suponer que el tantrismo de la Mano Izquierda adopta como postura ritual fun­damental la del vipartta-maithuna, caracterizada por la inmovi­lidad del hombre. Aparte las razones simbólicas ya indicadas, en la elección de esta postura para el acto de amor representan también un papel, verosímilmente, razones de índole práctica. Es al hombre, sobre todo, a quieri debe ser dada la posibilidad de ejercer durante la unión sexual una concentración especial sobre lo que pasa y toma forma en su conciencia, a fin de que reaccione como conviene, lo que le resultará mucho más fácil si mantiene su cuerpo inmóvil. La postura está confirmada, por otra parte, por una de las designaciones dadas en estos medios, sea a la mujer, latá, sea a la operación, latá-sadhdna, porque latá (literalmente: liana o planta trepadora) está justamente en rela­ción con una de las posturas de la mujer en esta forma invertida de la unión sexual (los tratados de erótica profana tienen para estos casos designaciones como latáveshtitaka y vrkshádhirúdha­ka). La expresión que se encuentra en los textos es general­mente "abrazado por la mujer", y no viceversa, lo que lleva igual­mente a pensar que ella tiene un papel activo. Así, también sobre este plano son activadas las significaciones metafísicas corres­pondientes a la esencia de lo masculino y de lo femenino, según lo que hemos dicho anteriormente.

 

(1)     Cf. Mandnirvána-tantra, IV, 80; VIII, 203; Káltvildsa-tantra, V., págs. 13 sgg.

(2)     WOODROFFE, Shakti and Shdlcta cit., págs. 591, 619.

(3)     H. DELACROIX, Essai sur le mysticisme spéculatif en Alle­magne au XI Ve siécle, París, 1900, págs. 121, 119-120. Cf. también págs. 72-73: "Se comprende que estas dos formas opuestas de la vida moral, la orgía y el renunciamiento, tengan ambas un sentido religioso; ellas entienden glorificar a Dios, la una reproduciendo la exuberancia de su poder creador... La otra, sacrificándole a El todo cuanto no es El, siguiendo el movimiento mediante el cual El se repliega sobre sí mismo, hacia el manantial de su energía.

(4)     Prapancaslira-tantra, VII, 103-111; L. DE LA VALLEE POUS­SIN, Bouddhisme. Etudes et matétiaux, París, 1898, pág. 138

(5)     Cf. DAS GUPTA, Obscure religious cults, Calcuta, 1946, pág. XXXVII y cap. V, págs. 155-156.

(6)     Para más detalles y citas de textos a propósito de lo que sigue, remitimos al capítulo VI de la segunda parte de nuestro libro Lo Yoga della potenza

(7)     M. ELIADE, Le Yoga, inmortalité et liberté, París, 1954, pág. 260.

(8)     DAS GUPTA, Op. cit., págs. XV, 156.

(9)     DE LA VALLEE POUSSIN, Bouddhisme, cit., págs. 131-132.

(10) DAS GUPTA, Op. cit., pág. 162.

(11) Cf. ELIADE, Yoga, cit., pág. 262.

(12) DAS GUPTA, Op. cit., pág. 144.

(13) Por la misma razón, en el culto popular, se considera a Shiva como el dios y el patrono de todos los que llevan una vida contraria a la vida común; así, no solamente los ascetas, sino también los vagabundos, los danzantes errabundos e inclusive los fuera de la ley.

(14) ELIADE, Op. cit., pág. 265.

(15) DAS GUPTA, Op. cit., pág. 163.

(16) Es una expresión de R. SCHWALLER DE LUBICZ, Adam, l'homme rouge, París, 1927, pág. 242

(17) En Introduzione alla magia quale scienza dell7o, cit. v. II, pág. 374.

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 53. El sexo en la Cabala y en los Misterios de Eleusis

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 53. El sexo en la Cabala y en los Misterios de Eleusis

Nos queda por examinar el dominio de las técnicas empleadas intencionadamente para obtener una ruptura de nivel extático, místico o iniciático, por medio de la unión sexual real del hombre y la mujer, simplemente como tal o gracias a un régimen especial de unión sexual. Además, indicaremos brevemente algunas posibles aplicaciones de magia "operativa" que, en ciertos medios, han sido consideradas más o menos dentro del mismo encadena­miento de ideas.

Este dominio se diferencia del ya tratado de la sacralización y de las uniones rituales porque, en él, el acento cae menos sobre la realización de símbolos y de analogías cósmicas, que sobre la experiencia pura. Y no es que una cosa excluya a la otra; por el contrario, veremos que el régimen de las evocaciones y de las tran­substanciaciones constituye a menudo la premisa rigurosa de las técnicas de que se trata. Pero, en esencia, el fin es diferente; no es cuestión de la sacralización y la participación en el sacrum, que puede efectuarse incluso en cuadros generales institucionales y culturales, sino que es un hecho absoluto de la experiencia indi­vidual, mediante el cual, como en el Yoga, se puede producir un "descondicionamiento" del Yo. Aquí, en este dominio, se encara, asume y activa directamente y se impulsa al extremo todo lo que, como fenómeno de trascendencia parcial o. tendencial, hemos visto ya que existe en el mismo amor sexual profano. En cuanto a la documentación, por lo que se sabe de las tradiciones secretas de numerosas civilizaciones, se puede añadir lo que encierran de más serio y más digno de fe algunos escritos procedentes de medios en los cuales parecen haberse continuado, hasta nuestros días, conocimientos y prácticas del mismo tipo.

A título de introducción, ofrecemos algunas ideas que, en el esoterismo hebraico y, sobre todo, en el Chasidismo, se aproxi­man ya a este dominio. En el Zohar (I, 55 b) se puede leer: "El Santo —bendito sea— no elige domicilio allí donde el macho y la hembra no están unidos." Una sentencia talmúdica reza: "Tres cosas contienen en sí un poco del más allá: el sol, el Sabbat y la unión sexual" (17). Y aún en el Zohar (III, 81 a) se lee: "El Rey [Dios] busca solamente lo que le es apropiado. Esto es por lo que el Santo —bendito sea— reside en quien [como él] es uno. ¿Y cuándo el hombre es llamado uno? Cuando hombre y mujer están unidos sexualmente (siwurga)... ¡Ven y mira! En el momento en que el ser humano como macho y hembra se encuentra unido, vigilando que los pensamientos sean santos, él es perfecto y sin mancha y es llamado uno. El hombre debe pues hacer de suerte que la mujer goce en este instante en que ella forma con él una voluntad única, y los dos unidos deben portar el espíritu sobre esta cosa. Así nos ha sido enseñado: ’El que no ha tomado mujer es como si no fuera más que una mitad’ (Jebamoth, 83). Pero si el hombre y la mujer se unen, si se hacen uno en el cuerpo y en el alma, entonces el ser humano es llamado uno, y el Santo —bendito sea— toma domicilio en este uno y engendra para él un espíritu santo" (18).

Sobre la base de estas ideas en que, como se ve, vuelve a surgir el motivo del andrógino, prácticas mágicas no han sido extrañas a determinadas corrientes secretas del kabalismo. Se puede relacionar con una de estas corrientes lo que ha llegado a nuestro conocimiento a través de la secta de los Sabattianos, en relación también con las doctrinas expuestas por Jacob Franck. En estos medios, se daba una interpretación esotérica a la "venida del Mesías", considerándola, no como un hecho histórico y colec­tivo, sino como un símbolo para el despertar interior individual, por la iluminación que libera y que conduce más allá de la Ley. A esto se ha asociado el motivo específicamente sexual en la medida en que la fuerza mística del Mesías ha sido colocada en una mujer y se ha afirmado que el misterio del despertar y de la salvación se cumple por la unión sexual con una mujer. Franck enseñaba justamente: "Os digo que todos los hebreos se encuen­tran en un gran infortunio, porque esperan la venida del Salvador y no la de la Mujer." Con una cierta interferencia con la doctrina de la Shekinah, esta mujer o Virgen termina por no ser más que una con el arquetipo femenino, con la Mujer una, presente en cada mujer y más allá de cada mujer, puesto que está dicho: "Ella tiene en su poder a muchas jóvenes, todas las cuales reciben de ella su fuerza, de suerte que, si ella las abandona, ellas no tienen ya ningún poder." Para Franck, ella es "una puerta de Dios, por la cual se entra en Dios", y añade: "Si fueseis dignos de tomar a esta Virgen, sobre la cual reposa toda la fuerza del mundo, esta­ríais también en disposición de cumplir la Obra; pero no sois dignos.de tomarla." Por obra, se entiende aquí la celebración de un misterio sexual, orgíaco, del cual se dice: "Por medio de esta Obra nos aproximamos a la cosa, que está toda desnuda y sin vestidos; esto es por lo que debemos conseguir cumplirla." Quizá sea posible ver en esto una correspondencia con la "visión de Diana desnuda", de la que ya hemos hablado; de todas formas, de la gracia otorgada por esta Virgen cabalística procederían poderes y revelaciones diferentes, según el "grado" de cada uno (19). Ideas similares deben de haber.tenido relación con una enseñan­za iniciática original (20) cuya divulgación acaba sin embargo por conducir a abusos y desviaciones. Así precisamente en el Sabba­tismo o, entre otras, la doctrina del "misterio mesiánico del des­pertar" y de la realización del Uno, parece haber dado lugar a orgías con fines místicos, que tenían por centro a una joven desnuda, adorada bajo diferentes formas aberrantes de sexuali­dad: orgías en las cuales se ha visto justamente una reviviscencia deformada de antiguos cultos de la Diosa, como el de Ishtar. De la misma manera que entre los Kaula tántricos y entre los "Her­manos del Libre Espíritu" medievales, en estas corrientes judías que hacen uso de la mujer y del sexo vuelve a surgir el tema de la mujer y de la impecabilidad del despertado, con referencia a la doctrina cabalística con relación a este principio del ser humano que no puede ser castigado, haga lo que haga, porque si lo fuera, "sería como si Dios se castigara a sí mismo".

En cuanto a la antigüedad _clásica, conviene hacer notar que, en los Misterios más célebres de la época, es decir, en los Miste­rios de Eleusis, la unión sagrada, además de que tenía el valor general de las hierogamias simbólico-rituales, hacía alusión al misterio del renacimiento en un conjunto que, en el origen, comprendía verosímilmente la sexualidad como medio; y aquí el acento caía igualmente sobre el principio femenino, sobre la mujer divina. El tenor de los testimonios de varios autores cris­tianos, a este respecto, no podría atribuirse únicamente a un denigramiento o a escándalo de moralista. Clemente de Alejan­dría, Teodoro y Psellos se muestran de acuerdo en afirmar que, en estos Misterios, el órgano sexual femenino, llamado de una manera eufemística y mística ateis ginekejos era ofrecido a las miradas de los neófitos, como para indicar el instrumento necesa­rio para celebrar los misterios. Y Gregorio Nancianceno, refiriéndose a Deméter, diosa de estos Misterios, dice que se debe tener vergüenza "de exponer a la luz del día las ceremonias nocturnas de la iniciación y de hacer de las obscenidades un Misterio"; aporta también un verso en el cual Deméter es descrita anasya­mene (es decir, levantando sus vestidos para mostrar su sexo), a fin de "iniciar a sus amantes a estos ritos que hoy todavía se celebran simbólicamente" (21). Todo esto hace precisamente suponer que el sentido de la ceremonia simbólica del misterio, que es la única que quedó en primer plano en el período más reciente, fue el de recordar, más allá de las mismas hierogamias rituales, y de una unión sexual del sacerdote con la sacerdotisa (que pronto no fue más que simulada), el misterio de la resu­rrección que puede efectuarse por mediación del sexo y de la mujer; de ésta, en cuanto encarnación de la Diosa. Así, en Eleusis, tras el cumplimiento en la oscuridad del rito del matrimonio, se encendía una gran luz y el hierofante anunciaba con voz tonante: "La Gran Diosa ha puesto en el mundo al Hijo Sagrado, la Fuerte ha engendrado al Fuerte" —ieron eteke potnia kouron Brimo Bri­mon— y en el contexto de uno de los principales testimonios (22), la espiga mostrada en este momento a los epoptes como símbolo del renacimiento iniciático sagrado, es puesto en relación íntima con el hombre primordial andrógino, con el arsenozélis y con su resurrección. El texto añade: "Augusta es en efecto la generación espiritual, celeste, de lo alto, y fuerte es el que ha sido engendra­do así." Es pues posible que, bajo el signo del Misterio de la Gran Diosa, la antigüedad mediterránea haya conocido también la doctrina secreta de la iniciación sexual, y que lo que sabemos de los Misterios de Eleusis no haya sido más que su transposición sobre el plano cultural y espiritual, sin una puesta en práctica efectiva del sexo, con el empleo, por el contrario, de otras técni­cas iniciáticas y de los misterios que poco a poco habían de irse desnaturalizando hasta el punto de que, al fin, estos misterios se redujeran al equivalente de un culto religioso, abierto casi a todo el mundo.

Para informaciones específicas sobre las técnicas sexuales, es preciso referirse al Oriente y, primero que a nada, al tantrismo en el segundo de los aspectos indicados con anterioridad, en el aspecto que se liga a la "Vía de la Mano Izquierda" y a lo que se ha llamado el "ritual secreto". Como hemos dicho, este rituales reservado a aquellos cuya cualificación es "viril" o "heroica" (vira) más que espiritual, y que son dvandvátitá, es decir, cualificados para no tener en cuenta ninguna dualidad de contrarios, bien y mal, mérito y falta, ni de ninguna oposición análoga de valores humanos.

(16)     Pág. 151 (tr. it.).

(17)     B'rachoth, 57 b, en M. D. G. LANGER, Die Erotik in der Kabbala, Praga, 1923, pág. 30. 

(18)     Sobre este último pasaje del Zohar, cf. LANGER, Op. cit., pág. 23.

(19)     Sobre esto, cf. LANGER, págs. 30-44.

(20)     Por otra parte, parece que el cabalismo no ignoraba prácticas semejantes, a las del Yoga hindú, basadas sobre la fisiología mística o hiper­física; se piensa que en el cuerpo humano están presentes los sephiroth, es decir, los principios metafísicos estudiados por la Cabala, dispuesto como un árbol de tres columnas y, al igual que en el Yoga, se habla de dos corrientes laterales que hay que unir para hacer recorrer a la fuerza resul­tante la dirección axial; aquí también se considera la unión de los sephiroth correspondiente al principio masculino y al principio femenino, al Padre y a la Madre, al Esposo y a la Esposa, a la Derecha y a la Izquierda en la línea central que comprende los sephiroth llamados Kether (Corona), Tiphereth (Belleza), Jesod (Base) y Malkouth (Reino).

(21)      Orat. IV contra Julian., I, 115. Cf. PESTALOZA, Religione Mediterranea, cit., págs. 217 sgg., 271, 300-301, 306.

(22)      HIPPOLYTE, Philos., V, I, 8.

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 52. Técnicas de transmutación endógena en el kundalini-yoga y en el taoismo

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 52. Técnicas de transmutación endógena en el kundalini-yoga y en el taoismo

Una distinción análoga a la que acabamos de hacer parece imponerse también en el dominio del Yoga en sentido propio. Como es sabido, en contra de lo que caracteriza la ascesis en sentido general o la mística, en el Yoga auténtico se trata de procedimientos bien controlados, de técnicas puestas en práctica con un conocimiento preciso de los efectos y del fin que se pretende alcanzar, convalidados por una tradición y una experiencia secular. En su esencia, el Yoga es sin embargo una doctrina secreta para la que existe el principio de la transmisión directa; asimismo, a pesar de que recientemente se haya escrito mucho sobre él en Occidente y de que muchos de sus textos clásicos hayan sido traducidos, no siempre es fácil orientarse respecto a determinados puntos fundamentales de sus enseñanzas.

De una parte, el Yoga, sobre todo tal como se ha aclimatado en el Tibet, parece haber considerado y enseñado una transfor­mación de la fuerza sexual en el sentido general del ojas. Tiene fundamento pensarlo, cuando se habla del "calor místico" turno, como una energía utilizable para producir fenómenos extranormales de orden físico y psicológico (6). De la misma manera, cuando se atribuye a este calor el papel de una fuerza capaz de despertar la kundalini, no se sobrepasa la idea de un coadyuvante de algo que sirve únicamente de medio, de instru­mento. Pero, a este respecto, es bueno referirse más bien a las enseñanzas propiamente hindúes, a las del kundalini-yoga tántrico, en el que se encuentra un encuadramiento doctrinal más claro de todo el conjunto.

En el tantrismo se debe distinguir el dominio del Yoga del de las prácticas sexuales de las que hablaremos más adelante; son dos vías que si, bajo ciertos aspectos, conducen al mismo fin, se dirigen sin embargo a hombres diferentemente dotados y orientados en cuanto a su naturaleza más profunda. Según que en el que aspire a sobrepasar los condicionamientos humanos predomine el principio sattva, es decir, el principio luminoso del `ser", o bien el principio rajas, que es el de un estallido expansivo de la pasionalidad, del transporte, del fuego (del ardor), se aconseja la vía del Yoga que excluye a la mujer, o bien la vía de las prácticas que, por el contrario, la emplean y se basan en ella. Respectivamente, se llama también a los dos tipos humanos, el tipo espiritual ("divino", divya) y el tipo heroico (vitya); ambos siguen igualmente la vía "shivaica", distinguiéndose de quienes se limitan a seguir el régimen ritualista de la religión tradicional.

En cuanto al espíritu del Yoga tántrico, lo, que lo caracteriza mejor es esta expresión de un texto: "¿Qué necesidad tengo yo de una mujer exterior? Yo tengo una mujer en mí (7)." Se hace alusión aquí del principio femenino que se lleva en el fondo del ser y que corresponde a "nuestra Diana", a la "Eva" o "Hebé oculta" de la que habla también el hermetismo occidental. Según el tantrismo, es la diosa presente en el mismo organismo humano, bajo las especies de una fuerza elemental a la que se le da el nom­bre de "aquélla que está enrollada" (tal es el sentido de la palabra kundalini). El Yoga del que aquí hablamos encara pues un proceso puramente interior; la unión de lo masculino con lo femenino y, por tanto, la superación de la diada se efectúa en el cuerpo del yogui sin recurrir a otro individuo de distinto sexo, como encarnación y símbolo viviente del principio opuesto. A este respecto, entran en juego conocimientos de una fisiología hiperfísica, que indica fuerzas sutiles y elementos en acción detrás de la estructura material del organismo y bajo el umbral de la consciencia ordinaria de vigilia. En particular, se consideran dos corrientes de energía vital —llamadas ida y pingala— que en el hombre corriente corren serpenteando por los dos lados de la columna vertebral y están en conexión, una con el principio negativo y femenino y la otra con el principio positivo y masculino, la una con la Luna y la otra con el Sol. Constituyen pues manifestaciones y correspondencias, en el cuerpo humano, de la diada o polaridad elemental. Mediante técnicas difíciles, el yogui detiene estas corrientes, les impide seguir las dos direcciones laterales, serpentinas y hace de manera que se unan. Esta detención y unión provocan un cierre de circuito que puede dar lugar al despertar de la kundalini.

Hemos dicho que, para los Tantra, la kundalini representa la Diosa, la akti primordial en el hombre. Es la fuerza-vida "luminosa" que ha organizado el cuerpo y que reside en él ocul­tamente en tanto que raíz de todas las corrientes sutiles de éste. Se la llama "la que está enrollada" para indicar que, en la existen­cia humana ordinaria, no se manifiesta en su verdadera naturaleza; ella "duerme" en un centro sutil situado en la base de la columna vertebral. En lo tocante a manifestaciones, existe una relación esencial entre ella, el fuego del deseo y las funciones sexuales (8). Ella permanece siendo sin embargo la esposa potencial del macho primordial, lo que se expresa por el simbolismo de la kundalini en forma de serpiente que rodea el lingam —el phallus de Shiva en el centro-base del que acabamos de hablar.

En el momento en que las corrientes de los dos lados se detienen, la kundalini se despierta y "se desenrolla". Se produce entonces un cambio de polaridad en la fuerza basal de la vida del hombre, y la kundalini se desliza hacia lo alto recorriendo un "conducto" axial que sigue la línea de la columna vertebral y que se llama sushumna (recibe también el nombre de "vía de la akti" y, en los Tantra budistas, de "vía de nirvana"). Desde la sede originaria que ocupa en el profano, la kundalini sube hasta la cima de la cabeza. En general, a la fuerza que se despierta se le atribuye por analogía una naturaleza ígnea, y esto es por lo que varios textos designan su despertar y su ascensión como un incendio que quema todo lo que encuentra, que corta toda condi­cionalidad. A este respecto se puede hablar de la sushumna como de la vía fulminante de la unidad en la que la ascensión se desenvuelve en el sentido de una unión ulterior de lo masculino con lo femenino, unión que se hace perfecta y absoluta al final de la vía de la sushumna, en la cima de la cabeza. Aquí se produce el excessus; Shiva y Çakti, el dios y la diosa, se abrazan y se unen, se produce una transformación y una fusión completas del principio 9akti en el principio shiva, equivalente a la "gran liberación", a la reintegración trascendente, a la superación del estado "dual" y, en general, del lazo cósmico.

En todo esto, las referencias al organismo no deben llevar a pensar en procesos que se agotan en la estructura corporal del individuo. En el tantrismo, el cuerpo es "cosmicisado"; es concebido en función de principios y poderes que están también en acción, en el mundo y en la naturaleza, según las corresponden­cias tradicionales entre el macrocosmo y el microcosmo. Así, en el yogui, la ascensión de la kundalini comportaría una serie de experiencias suprasensibles, un paso, ya a través de los "elementos" (como en los antiguos Misterios), ya a través de los estados múltiples del ser, simbolizados de una manera diferente según las escuelas y, en este Yoga, puesto en conexión con los diferentes centros dispuestos a lo largo de la vía axial y activados por la kundalini, a medida que ésta los va tocando (9).

En la forma del Yoga de la que nos ocupamos ahora, la clave de todo el proceso está pues en la activación de la energía basal, la cual constituye también el poder operante en él hasta la reali­zación final. Teniendo presente la relación que, en el hombre ordinario, tiene esta fuerza con el impulso del sexo y con la gene­ración animal, se dice en un texto que la misma fuerza kundalini produce, en el ignorante, la servidumbre y, en el yogui, la liberación (10). Se trata evidentemente de una doble polaridad; es el cambio de polaridad que produce el misterio de la transmutación y del despertar. Los textos dicen abiertamente que se trata de guardar la fuerza del semen, la virya; de "impulsar hacia arriba la corriente" (urdhvaretas); también hablan de la "práctica a contrapelo" (ujána-sadhána) (11). La operación de "hacer correr el semen hacia arriba" se encuentra mencionada ya en los Upanishads (cf. Mattri-Upanishad, VI, 33; Mahánarayáni-upanishad XII, 1) y en el Hatha-Yoga en general. En la Dhyána-bindu-upa­nishad (86), se puede leer: "Aquel que conserve el semen en su cuerpo no tiene que temer a la muerte", y la Candilya-upanishad dice: "O se consigue conquistar el bindu o el Yoga fracasa", siendo bindu uno de los términos que designan la fuerza oculta del semen, la virya. Según la enseñanza y el simbolismo tántrico, si la kundalini duerme durante largo tiempo, obstruye el acceso a la vía central, a la sushumna, lo que equivale a decir que la fuer­za orientada en el sentido de la sexualidad ordinaria constituye un obstáculo para el proceso que, en lugar de conducir a la generación animal, conduciría al renacimiento iniciático. Así, la kundalini durmiente se representa también de manera que obstruye el orificio del phallus de Shiva, si bien el semen del renacimiento no puede ser emitido hacia arriba. Por otra parte, ya queda dicho que cuando la energía vital no corre ya a lo largo de las dos líneas laterales como ocurre en la existencia ordinaria del hombre en general, sino que se hace desaparecer la obstrucción, se introduce en el "conducto" central, en la sushumna, se suspende el condicionante del tiempo y "se enciende el fuego de la muerte".

Esto quiere decir que se produce una ruptura de nivel equiva­lente a esa crisis que muchas tradiciones han designado en general justamente como "muerte iniciática". "Tú, que subes como un reguero de rayos", se dice en un himno a la Diosa, que se mani­fiesta aquí (12). Es pues natural que las prácticas en cuestión no estén exentas de graves peligros; en los textos se dice que quien despierta la kundalini sin tener la cualificación necesaria ni los conocimientos de un verdadero yogui, puede encontrarse no sola­mente con serias perturbaciones, sino inclusive con la locura y con la muerte (muerte no iniciática, sino efectiva). Por esta razón, como premisa indispensable para el kundalini-yoga se indi­can las más severas disciplinas de control de sí mismo, de concen­tración mental, de purificación. Solamente el hombre que ha realizado su verdadera naturaleza de Shiva puede librarse del trastorno cuando ella despierta, desnuda a la diosa y la hace actuar. Un texto ofrece justamente el simbolismo de una viuda (que representa la fuerza en su estado de separación del Uno en la fase descendente, donde es como si ella no tuviera ya macho), sentada a la orilla de dos ríos, que figuran las dos corrientes indicadas (ida y pingala), que en el organismo reflejan el principio de la diada: se la debe desnudar por la fuerza y poseerla, dice el tex­to. Entonces ella conducirá a la sede suprema (13).

Para alcanzar su fin, el kundalini-yoga emplea en gran medida la técnica de la respiración asociada a posturas mágicas especiales del cuerpo (asana); un determinado régimen de respiración que comprende también la retención completa se considera que favo­rece de una manera eficaz el cambio del curso habitual de las energías sutiles del organismo. Aportemos algunos detalles: ade­más del ida y el pingala, los textos consideran también dos corrientes —prána-vayu y ápana-vayu— que deben estar unidas después de haber invertido la dirección natural propia de cada una de ellas en la existencia ordinaria, dirección hacia arriba para la primera y hacia abajo para la segunda. Prána-vayu tiene relaciones con la función de la inspiración, de la absorción de la energía vital del ambiente; ápana-vayu, por el contrario, con las funciones secretivo-eyaculatorias. En el conjunto, esta manipulación yóguica es conocida como viparita-karant (operación de la inversión).

En lo que concierne a ápana-vayu, la inversión (la dirección hacia lo alto, en lugar de hacia abajo) puede ser una indicación interesante, dado que se trata de la energía que, según la fisiolo­gía hiperfísica del yoga, preside ordinariamente también a la emi­sión del semen.

Dado el carácter de este libro, nos limitaremos a estas indicaciones sumarias sobre el kundalini-yoga, remitiendo al lector, para una exposición más completa, a nuestro libro ya citado. Nos hemos referido a él como a un ejemplo típico y bien atestiguado de método "endógeno" que tiene por premisa un régimen de rigu­rosa castidad. Aquí, la fuerza de la que, en el mundo condicionado, la mujer es eminentemente la encarnación y la portadora, es decir, la Cakti, se despierta en sí misma bajo las especies de kundalini; es en sí misma también donde tienen lugar el abrazo mágico y la teogamia, después de que una aséesis preliminar ha conducido al yogui a realizar en sí el principio opuesto, el principio del macho absoluto o trascendente, la naturaleza shivaica: el Vajradhara (el "Portador del Cetro"), según la denominación tibetana.

Otras tradiciones secretas consideran también el misterio de la transmutación. El taoismo chino la conoce, y a menudo la alquimia occidental y oriental, a través de una jerga simbólica, hacen sin duda alusión a ella y a las técnicas correspondientes y no a la transmutación problemática de las sustancias metálicas. A causa de la polivalencia potencial propia de todo simbolismo esotérico, en el hermetismo alquímico, el esquema de las opera­ciones fundamentales puede admitir también una interpretación en términos de técnicas sexuales. Una tal interpretación no es la única ni es obligatoria, más bien al contrario: excepción hecha, quizá, de Nicolás Flamel, a partir de la época aurea de esta tradición, no tenemos referencias de maestros que verosímilmente hayan operado sobre este plano empleando mujeres. Es por esto por lo que sólo accesoriamente haremos alusión más adelante a esta interpretación, considerando algunos testimonios de autores modernos que, en parte, han utilizado el simbolismo hermético en conexión justamente con las realizaciones de que estamos tratando. La interpretación del opus transformationis en términos puramente iniciáticos cae, por el contrario, fuera de nuestro tema, pero constituyó el objeto de otro de nuestros libros (14).

En lo concerniente al taoísmo, es necesario hacer la misma distinción que respecto al tantrismo, pues una especie de transmu­tación endógena de tipo yóguico se opone también aquí a un orden de prácticas abiertamente sexuales. Pronto volveremos sobre las segundas. A propósito de las primeras, las referencias a la sexualidad como materia prima de la transmutación no son siempre explícitas. Nos limitaremos pues a una indicación, basán­donos en las enseñanzas contenidas en un texto bastante tardío, el T'ai 1 Chin ua Tsung chih, traducido también a lenguas euro­peas bajo el título de "El misterio de la Flor de Oro" (15). Ellaspresentan algunas correspondencias interesantes con el kundali­ni-yoga hindú.

En este texto taoista se parte de la dualidad primordial —de la del yang y el yin, según las designaciones chinas—, estando presente esta dualidad en un solo individuo y no en dos personas distintas de sexo opuesto. En el hombre, el yang —principio masculino— está presente bajo la especie del elemento luminoso hun, localizado en la cabeza, y más precisamente entre los ojos; el yin —principio femenino— está presente por el contrario bajo la especie del elemento oscuro p 'o, localizado en la parte inferior del cuerpo, en la región llamada "espacio de la fuerza"; lo que nos lleva de nuevo a la idea de lo femenino concebido como l'akti. En la enseñanza china, la dualidad es dada también como la del hsing y el ming, palabras que se han traducido por "ser" y "vida" y que reenvían pues a uno de los aspectos más esenciales de la Gran Diada; se dice que, con el nacimiento a la existencia indivi­dual, "ser y vida se separan y desde este instante no se vuelven a ver más", dado que, bien entendido, no intervienen los procedi­mientos iniciáticos expuZstos en el texto, los cuales tienden a conducir el centro del ser humano al "Gran Polo" (T'ai chin) o "Gran Uno", o "Estado sin dualidad" (wu chi) que vuelve a tomar en sí tanto el ser como la vida, tanto el yang como el yin.

La condición existencial del hombre ordinario es la de un ser en el que "el Centro no está protegido" y el principio femenino yin (llamado también "alma inferior") somete al principio mascu­lino yang (llamado también "alma superior"), obligándole a servirle y orientándole hacia el exterior. Esta dirección hacia el exte­rior es llamada "rectilínea irreversible" (como algo que fue impul­sado irresistiblemente hacia adelante) y comporta la dispersión y el derroche de la energía vital y de la "semilla original". El pun­to de partida para la reintegración es sin embargo- una interven­ción dirigida a replegar la energía sobre sí misma, a "hacer circu­lar (o cristalizar) la luz", fin para el cual el texto considera prácticas de concentración espiritual (la "contemplación fija", chih kuan) y también, como en el Yoga, prácticas respiratorias. Habien•- do obtenido el cambio de dirección, habiendo inhibido el impulso rectilíneo hacia el exterior y habiendo substituido por un movi­miento a contrapelo y a continuación por un movimiento de "rotación", otras prácticas tienden a hacer descender la consciencia hasta el "espacio de la fuerza". Aquí se produce la ruptura de nivel y la unión de los dos principios opuestos, aun con el sentido último de una "destilación del yin en puro yang". Con el retorno al estado original "sin dualidad", llamado también la "eclosión de la Flor de Oro", se asocia el nacimiento de kuei, término que se puede traducir por "ser divino activo". No deja de tener interés hacer notar que el ideograma chino para el kuei es también el del rayo; ya hemos recordado la relación establecida por otras tradiciones entre el misterio de la reintegración, el número tres y el rayo.

El control de la "simiente original" y su retención es un motivo central de estas enseñanzas. Sin embargo, en el texto a que nos referimos, sólo algunas raras alusiones pueden hacer pensar que esta simiente sea el equivalente de la vtrya hindú, es decir, que tenga una relación específica con la fuerza secreta de la virilidad, ordinariamente captada por la mujer cuando, en el acto del amor, el semen masculino se vierte en su carne íntima. Cierto que en un pasaje encontramos enunciado el principio fundamental de la magia sexual: el de la transmutación en substancia saludable de lo que, en sí, tendría un carácter tóxico, y allí se dice: "Aquí se hace alusión a la unión sexual del hombre con la mujer de la que nacen hijos e hijas. El insensato derrocha la joya más preciosa de su cuerpo en placeres desenfrenados y no sabe conservar su energía seminal, al agotamiento de la cual el cuerpo se derrumba. Los juiciosos no tienen otro medio de conservar la vida que aniquilar el placer y guardar la simiente" (16). No obstante aquí se podría pensar en primer lugar en una finalidad diferente a la ya considerada, es decir, más en una especie de existencia prolonga­da, según el simbolismo de los elixires alquímicos de longevidad (tema bastante constante también dentro del taoismo), que en la reintegración iniciática del ser; en segundo lugar, el texto, teniendo en cuenta lo que se atribuye a un antiguo maestro, P'eng, a saber, que para obtener el elixir había empleado mujeres, afirma que no se trata de una verdadera unión sexual, sino más bien de la unión y de la sublimación de los dos principios, del principio de la luz cristalizada yang y el de la fuerza húmeda yin. De este modo, el plano con el que se relacionan las enseñanzas de este género parecería ser esencialmente el plano de los procesos endógenos, sobre el que el misterio de la transmutación se realiza directamente en el interior de un solo ser ("en un solo vaso", por emplear la expresión hermética) y no en operaciones que hay que cumplir en unión de una mujer ("operación con dos vasos"). Según los textos taoistas antiguos en los que, por el contrario, esta segunda posibilidad es explícitamente enseñada —pronto hablaremos de ellos—, en este segundo caso las premisas doctrinales no son sin embargo diferentes de las indicadas ahora, al refe­rirnos a las enseñanzas del Misterio de la Flor de Oro.

(1)     Sobre esto, cf. W. Y. EVANS WENTZ, Tibetan Yoga and secrets doctrines, London, 1935.

(2)     En lo que sigue, haremos un resumen de lo que hemos expuesto más ampliamente en nuestro libro Lo Yoga della Potenza. Los títulos que citaremos aquí son, en principio, los que no habíamos citado en ese libro. Las palabras que acabamos de citar encuentran su correspondencia exacta en este pasaje hermético: "Hermaphroditum noster Adamicus, quamvis in forma masculi appareat, semper tamen in corpore occultam Evam sive faeminam suam secum decumfert" (escolio en MANGET, Blib. Chemyca Curiosa, y. I, pág. 417.

(3)     En los textos tántricos, se encuentra la idea de que la kundalini personificada "goza en el amante". En un procedimiento encantatorio tendente a reducir a una mujer al poder del hombre y a hacerla desfallecer eróticamente, se prescribe al amante, entre otras cosas, evocar mental­mente la kundalini en el corazón, sobre la frente y en la "morada del dios del amor" (en la vulva) de la mujer deseada. Cf. R. SCHMIDE, Indische. Erotik, Berlín2, 1910, págs. 676, 677. Ssus.

(4)     En un texto, se dice de la kundalini: "Unete seguidamente con tu esposo en el loto de los mil pétalos, después de haber purificado todo el camino del pueblo de las potencias la tierra en la base fundamental, el fue­go en su propia sede, el aire en el corazón,•el éter en la rueda de la pureza, el intelecto en le rueda del mandamiento", estando todas estas sedes dis­puestas a lo largo de la línea axial (G. TUCCI, Teoria e pratica dei mandala, Roma, 1949, pág. 136.

(5)     Hathayogapradipikd, III, 107; cf. Dhydna-bindu-upanishad, 43-47: el centro en que ella reside controla al mismo tiempo "las ataduras y la desatadura [ascética] de los vivientes".

(6)     Uno de los principios de la escuela de los Mátha Siddlia es el siguiente: "Quien no conoce el secreto de este proceso de inversión no puede obtener la vida eterna" (D. Das Gupta, Obscure rellglous culis, Calcuta, 1946, pág. 266).

(7)     AVALON, Hymns to the Goddes, cit., pág. 35.

(8)     Hathayogapradtpikii, III, 109.

(9)     La Tradizione ermetica, Bari2, 1949.

(10) Las traducciones alemana e italiana de esta obra van precedidas de una introducción del psicoanalista C. G. JUNG, que falsea comple­tamente su sentido. Un extenso análisis de esta obra se encuentra en Intro­duzione alla Magia quale scienza dell10 (al cuidado del "Gruppo di Ur"), Roma, 1956, v. II, págs. 422 sgg. Cf. también E. ROUSSELLE, Seelische Führung im lebenden Taoismus, "Eranos-Jahrbüchcr", 1943.

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 51. Las transmutaciones y el precepto de castidad

Metafísica del Sexo. Capítulo VI. EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA. 51. Las transmutaciones y el precepto de castidad

Haremos ahora unas breves consideraciones sobre la cuarta solución al problema de la sexualidad, indicada al principio del capítulo precedente, es decir, a la transmutación ascética de la fuerza del sexo con vistas a realizaciones de orden sobrenatural.

En la mayoría de las tradiciones, ya sean de tipo ascético, ya de tipo iniciático, se encuentra el precepto de la castidad, de la abstención en el uso de la mujer. Generalmente, este precepto no es comprendido justamente, porque sé le atribuye un sentido moralista. Se piensa que hay que excluir o destruir la fuerza del sexo ("hacerse eunucos por el Reino de los Cielos", como dice San Mateo), lo que es un error. La fuerza del sexo está en la raíz misma del individuo y es una ilusión creer que se puede realmente suprimir. Todo lo más, se la puede reprimir en sus manifestaciones más directas, lo que no serviría más que para alimentar estos fenómenos de una existencia neuropática y dividida sobre los que el psicoanálisis moderno ha arrojado inclusive demasiada luz. La alternativa que se plantea frente a la fuerza del sexo es por el contrario ésta: afirmarla o transformarla. Y cuando no se trate de operar la transmutación desde el punto de vista espiritual se debe desaconsejar la represión, pues puede conducir a paralizantes contrastes interiores, a derroche de energías y a peligrosas transposiciones. En particular la mística cristiana, que tiene un fondo emotivo, nos ofrece ejemplos suficientes de ello.

La segunda posibilidad, es decir, la transmutación, es a la que se refiere efectivamente el precepto ascético o iniciático de la castidad y la continencia. Aquí no se trata de excluir la energía del sexo, sino de renunciar a su empleo y a su derroche en relaciones carnales y procreadoras ordinarias con individuos del otro sexo. Su potencial es conservado, pero separado del plano "dual" y aplicado a un plano diferente.

Si con anterioridad hemos considerado en varias ocasiones lo que, inclusive sobre el plano "dual" el eros puede dar en las rela­ciones entre hombre y mujer, más allá de la simple sensualidad concupiscente (y dentro de poco aportaremos enseñanzas ulteriores y más precisas sobre este tema), el "misterio de la transmutación" concierne pues a otra línea de posibilidades, de técnicas, de procedimientos internos. Es preciso sin embargo formarse una idea clara de lo que se trata, sobre todo por los equívocos que pueden surgir por causa de las opiniones difundidas hoy día por los psicoanalistas.

Ante todo, cuando en las doctrinas esotéricas se habla del sexo, se hace alusión a la manifestación de una fuerza mucho más profunda y elemental de lo que en el freudismo es la libido y el Lustprinzip; se hace alusión a una fuerza que tiene un valor meta­físico potencial, como hemos explicado suficientemente al consi­derar el mito del andrógino.

Segundo punto, no menos importante: la transmutación de que se trata en la alta ascesis no debe ser confundida con las dislocaciones y las sublimaciones de las que se ocupa el psicoanálisis ni con las técnicas mediante las cuales éste intenta resolver los problemas personales del sexo. En todo esto, no es caso de hablar de una verdadera transmutación que ataña a la raíz; se trata de una fenomenología periférica, al margen de la vida ordinaria y profana, en vistas sobre todo a situaciones patológicas sin interés para nosotros. Cuando se aplican técnicas conscientes del tipo de las del yoga, a fin de que se produzca la transformación, debe existir en el espíritu del que las pone en práctica un punto de partida verdaderamente trascendente y capaz de absorber la totalidad de su ser, como es precisamente el caso de la alta ascesis, no de los sujetos psicoanalíticos. Esta condición es más que natural: si se reconoce el sentido más profundo, metafísico, de todo eros, se comprenderá fácilmente que, sólo en el caso susodi­cho, la desviación o la revulsión de la sexualidad de su objeto más inmediato no dejará residuos, porque se habrá producido justa­mente en función de este sentido profundo. Cuando todo el espíritu está realmente centrado en algo superior, la transformación de la fuerza que ordinariamente se manifiesta en el sexo tendrá lugar inclusive por sí misma, sin intervenciones violentas y especí­ficas. Es lo que pasa ya en los santos, los místicos y los ascetas de alto rango, los cuales, después de un período inicial de control de sí mismos, no tienen en absoluto que combatir la "carne" ni las "tentaciones de la carne"; este caen de cosas deja sencillamente de tener interés para ellos; no sienten ya necesidad de la mujer, porque, en ellos, la integración del ser se ha producido por otra vía más directa, menos peligrosa. Y la señal más segura de esta realización no es la aversión puritana por el sexo, sino más bien la indiferencia y la calma frente a él.

A este nivel, no se trata de nada de aquello de lo que se ocu­pa el psicoanálisis; el fin no es "curar" a un neurópata sexual sacudido por sus complejos, o bajo la forma de enfermo verdade­ro, o en la más velada y difusa del hombre ordinario, inhibido o frustrado en razón del ambiente social y de circunstancias parti­culares de su existencia personal. El fin es, pór el contrario, la superación de, la misma condición humana, en una regeneración real, en una transformación del estatuto ontológico. La fuerza del sexo transformada debe conducir a este fin. Solamente en un tal conjunto es como, en términos técnicos y no "morales", se justifica el precepto ascético, yóguico o iniciático de la castidad. La misteriosofía ha hablado de una única corriente de doble flujo, simbolizada por el Gran Jordán y por el Océano, la cual, manando hacia abajo, da lugar a la generación de los hombres y, manando hacia arriba, por el contrario, a la generación de los dioses (1). Esta enseñanza indica de una manera transparente la doble posi­bilidad comprendida en la fuerza del sexo según su polarización. Esta es la base del régimen, o misterio de la transmutación, a la que hace alusión la figura de una de las láminas del Tarot, la XIVa, que lleva por título "La Temperancia". Dicha lámina representa a una mujer alada que trasvasa un líquido de un reci­piente de plata a un recipiente de oro, sin derramar una sola gota, mientras que, para simbolizar el crecimiento interior hacia lo alto, se ven al lado de ella unas flores saliendo del sol (2).

Por otra parte, justamente la expresión "corriente hacia lo alto", urdhvaretas, se encuentra en la terminología técnica del yoga. Más adelante hablaremos de esto. Por el momento, será preciso distinguir entre el más alto fin que acabamos de indicar y otros fines más contingentes que a veces se confunden con el primero en varias exposiciones de la enseñanza hindú, cuando se habla del voto de brahmacárya, concebido justamente como el de la continencia sexual. Que el abuso de la sexualidad puede causar una postración nerviosa y repercutir desfavorablemente sobre las facultades mentales, sobre la inteligencia y sobre el carácter es un hecho más bien banal y muy conocido que no puede interesar más que desde el punto de vista de la higiene psíquica personal del hombre ordinario en la vida corriente. Pero inclusive en esta vida, lo que la experiencia sexual puede eventual­mente significar para mucha gente puede conducirles a atribuir muy poca importancia a las consecuencias de este género, como hemos visto cuando hemos resaltado los valores trascendentales que el ecos presenta inclusive en el dominio profano (§ 18). Apar­te los abusos, el eventual efecto deprimente del ejercicio de la sexualidad depende en gran parte —como también hemos visto (§ 26)— del régimen de la unión sexual. En fin, el problema más específico de derrochar la energía vital o nerviosa, o de economizarla limitando la vida sexual, tiene un interés mínimo desde el punto de vista espiritual, si no se tiene a la vista una utiliza­ción superior de esta energía.

Con la teoría del ojas o del ojas-vakti nos aproximamos ya a un plano más adecuado. En un autor moderno como Sivananda Sarasvati, pese a frecuentes interferencias de la higiene y la moral que se dan en sus consideraciones, se puede ver también de qué se trata. "El semen —escribe (3)— es una energía dinámica que es preciso convertir en energía espiritual (olas)", y añade: "Quien busque con verdadero ardor la realización divina debe observar una castidad rigurosa." A este respecto, se debe hacer una distinción. De un lado, lo que dice Sivananda concierne a una fuerza que nace de toda forma de control de sí mismo, de toda inhibición activa. Aquí interviene la ley de la que ya hemos hablado al tratar por ejemplo del poder de seducción más sutil y eficaz que ejerce la mujer casta. No se trata pues de la sola sexualidad. Sivananda reconoce sin embargo que "también la cólera y la fuer­za muscular pueden transformarse en olas" (4). Es una enseñanza esotérica antigua, que el control de cualquier impulso —inclusive de un impulso simplemente físico—, si posee una cierta intensi­dad, libera una energía más alta y más sutil; tal puede ser pues el caso igualmente para una fuerza como la pulsión y el deseo sexual. Como efecto de la acumulación del ojas por este medio se indica, entre otras, la formación de un "aura magnética" especial en una "personalidad que inspira una especie de terror sagrado", al mismo tiempo que el poder de influir sobre los otros mediante la palabra, la mirada, etc... La misma energía, el ojas o el ojaslakti, puede sin embargo ser utilizado también para la contempla­ción y para la realización espiritual (5).

A este propósito, podemos añadir que la castidad a que se someten los guerreros, en el seno de diferentes tradiciones, a menudo inclusive en poblaciones salvajes, se relaciona en princi­pio con un orden de ideas similar. No se trata tanto de econo­mizar energías físicas como de acumular una fuerza en cierta medida sobrenatural, mágica, en el mismo sentido que el ojas, para la integración de las fuerzas naturales del combatiente. Este encadenamiento de ideas aparece claramente, por ejemplo, en un conocido episodio del Mahá'bhárata.

De la noción general del ojas, fuerza sutil que puede, como hemos visto, ser producida también mediante el control de impul­sos elementales diferentes del sexo, hemos de distinguir la de visrya, que es verdaderamente la virilidad espiritual, de la que se dice que perderla o derrocharla conduce a la muerte y retenerla y conservarla, a la vida. La virya, como ya hemos dicho, fue pues­ta en relación con el semen, hasta el punto de que, en la termi­nología técnica y mística de los textos hindúes, a menudo la palabra significa indistintamente una cosa u otra. En este contex­to se representa la idea ya indicada al hablar de la "muerte succionarte que viene por la mujer", es decir, el hecho de que, en una perspectiva metafísica y ascética, en los acoplamientos ani­males y ávidos con la mujer, no es la simple energía vital o nervio­sa la que se derrocha, Sino más bien el principio del "ser" del hombre, su virilidad trascendente. Es por relación a esto como, en su momento, hemos reconocido en el asceta una forma supe­rior de virilidad. De la misma manera concuerda con este plano secundario la doctrina específica de la transmutación y del fluir hacia arriba de la fuerza que en el régimen naturalista del sexo fluye hacia abajo: en el dominio que acabamos de considerar aquí, esto ocurre practicando la castidad y, a continuación, cambiando la polaridad de esta fuerza. Dentro de este cuadro se puede explicar el hecho de que el precepto de la castidad se encuentre no solamente en la ascesis, sino también en el domi­nio mismo de la magia operativa, y con razón dice Eliphas Levi que nada hay más funesto para el "mago" que el deseo de la voluptuosidad. Aquí, la finalidad puramente técnica, extramoral, del precepto de continencia se muestra bien clara: la fuerza obte­nida por inhibición activa y por transmutación de la del sexo bajo la forma de una virilidad trascendente puede ser empleada también para fines "perversos". El precepto de castidad puede ser idéntico e igualmente riguroso, ya en operaciones de "magia blanca", ya en las de "magia negra", por emplear expresiones bastante aproximativas y populares.

(1)     Apud HIPOLYTE, Philos., V. i, II.

(2)     0. WIRTH, Le Tarot des Imagiers du Moyen Age, París, 1927, pág. 169.

(3)     La practique de la méditation, París, 1950, págs. 276-277, 100, 278.

(4)     Ibid., pág. 278.

(5)     Ibid.

Metafísica del Sexo. Capítulo Quinto. 50. La doctrina del andrógino en el misticismo cristiano

Metafísica del Sexo. Capítulo Quinto. 50. La doctrina del andrógino en el misticismo cristiano

Ya hemos visto que, con Escoto Erígena, la doctrina del andrógino aparecía en el marco mismo de la teología cristiana. Sin relación alguna, al menos visible, con Escoto Erígena, por el contrario, partiendo sobre todo de Jacob Boehme, el mismo tema se encuentra también en un grupo conocido de místicos y de exegetas que, aunque permaneciendo esen­cialmente en la órbita del cristianismo, han intentado igual­mente presentar la diferenciación de los sexos como una consecuencia de la caída del hombre primordial, creado al principio por Dios a su imagen, hombre y mujer, es decir, andrógino.

Hemos recordado que la exégesis cabalística se había aplica­do ya a interpretar en este sentido el mito bíblico; en particular, que León Hebreo había intentado explícitamente homologar el mito bíblico con el del Banquete de Platón. Desarrollando ideas análogas, inclusive sin referirse a Platón, ateniéndose exclusivamente a la Biblia, los autores cristianos que acabamos de citar, empezando por Boehme, se han visto constreñidos a especulaciones sofísticas y forzadas para dar alguna unidad a motivos hetero­géneos que, en el mito bíblico, se encuentran visiblemente en estado de mezcla sincrética. En el Génesis, en efecto, al contrario que en Platón, se habla al principio del ser original creado andró­gino, luego de la aparición de los sexos, no como resultado de una falta, sino como iniciativa de Jehová, el cual, como apercibiéndose de un defecto de su precedente creación en siete días, estimando que no era bueno para Adán estar solo, separa y forma de él a Eva. En fin, en tercer lugar, ya exis­tiendo los sexos, se habla del pecado de Adán, pecado al que no se puede dar, como ya hemos hecho notar, una interpre­tación sexual, pues el precepto de multiplicarse y las palabras referentes a que el hombre formará con la mujer una sola carne viene en el Génesis antes del relato de la caída y la deso­bediencia de Adán.

Pero la teoría del andrógino ha ejercido tal atractivo sobre varios místicos, que no se han preocupado de estas discordancias objetivas manifiestas y han intentado hacer valer igualmente esta teoría en él marco bíblico. El que está en el origen de esta corrien­te más tardía, Jacob Boehme, no solamente conocía la especula­ción hermética, sino que había extraído del hermetismo alquímico una gran parte de su terminología simbólica; así por ejemplo, él hace del Azufre, Mercurio, Nitrato, Agua, Fuego, Sal, etc., los símbolos de las potencias cósmico-espirituales. Por esto es vero­símil que tomara el tema del andrógino, no de la teología hebrai­ca secreta de la Cabala, sino del hermetismo que, bajo las especies del Rebis, había hecho suyo ya este tema, gracias a una tradición independiente surgida de los medios misteriosóficos y gnósticos (81).

El arreglo boehmiano del mito bíblico es como sigue. Origina­riamente, el ser había sido pues creado andrógino, reuniendo en sí el principio masculino y el principio femenino (llamados tam­bién por Boehme la Tintura del Fuego y la Tintura de la Luz). El sueño de Adán no fue el estado en el que Adán fue sumergido cuando el propio Dios quiso sacar a Eva de Adán, sino que ese sueño es presentado como el símbolo de una primera caída; para Boehme, este sueño hace alusión al estado en que se encontró Adán cuando, abusando de su libertad, se separó del mundo divino y se "imaginó" a sí mismo en el de la naturaleza, haciéndose terrestre y degradándose. Ciertos continuadores de Boehme asociaron este sueño, ya al vértigo que descendió sobre Adán al ver emparejarse a los animales, ya a su deseo de imitarlos. La aparición de los sexos habría sido, según esta concepción, una consecuencia de la caída original. Sin embargo, ella habría sido también un remedio divino, como si Dios, al ver el estado de privación y de deseo en el que, en adelante, se encontraría el ser caído, le hubiese dado a la mujer, Eva, para evitar lo peor (82). León Hebreo había enseñado por otra parte que el fin original del hom­bre no era la procreación, sino la contemplación divina, que le habría asegurado la inmortalidad, sin deber procrear. Fue cuando, por causa del pecado, el hombre se hizo mortal, cuando Dios le dotó del poder de reproducirse dándole a Eva como compañía, a fin de que, de una manera o de otra, el género humano no pereciese (83).

Volviendo a Boehme, la historia de la manzana y la serpiente (la verdadera falta, según el texto ortodoxo), no se referiría sino a una segunda caída, o segunda fase de la caída. El nacimiento de Eva es ofrecido en estos términos por un discípulo de Boehme, J. J. Wirz: después de haber visto emparejarse a los animales, Adán engendró primeramente a Eva como una imagen mági­ca (podríamos decir: como una imagen de fiebre proyectada por su propio deseo), a la que suministró en seguida una subs­tancia terrestre, interviniendo Dios en último lugar para insu fiar también en ella un espíritu divino y darle un ser verda­dero, para que a continuación los dos no fuesen más que uno (84).

En estas especulaciones, se encuentra una dicotomía característica del principio femenino, en relación con la doctrina de Sofía, la Virgen divina. El ser indiviso de los orígenes habría sido unido interiormente, "en un matrimonio sagrado y oculto", al "cuerpo luminoso de la virgen celeste Sofía"; unido a ella, podía comunicar con Dios y operar toda clase de milagros (85). G. Gichtel habla de esta sofía como de la "luz del alma de fuego" en el ser original; cuando la considera como "el Fiat con el que Dios creó toda cosa" (86), es decir, como la "potencia" de Dios, nos la hace aparecer como un equivalente de la Cakti. Ella es asimi­lada también al "arbol de Vida" y llamada "Agua-de-Vida" (M. Hahn), con lo que vuelve a aparecer la convergencia entre los dife­rentes símbolos tradicionales de lo femenino, ya señalado por nosotros (87). Finalmente, Sofía es concebida también como la "Sabiduría celeste". Boehme y Gichtel dan también una versión. complementaria a la caída, diciendo: al igual que Lucifer, el ser primordial quiso dominar a la Virgen que, entonces, se separó de él, pese a que en él no permaneció más que el principio de fuego privado de luz, árido y sediento. Para otros (Gottfried Arnold), es el mismo deseo carnal el que hace perder al ser original esta "esposa oculta" (88). De todas formas, inclusive caído, el hombre, al amar a las mujeres, desea siempre secretamente a esta Virgen, es de ella de quien tiene hambre, inclusive cuando cree satisfa­cerse con el placer carnal y terrestre. La "débil" mujer terrestre no es más que un sucedáneo de ella, y la integración que ella parece prometer es ilusoria. Boehme hace de la palizada bíblica del Edén, que contiene el Arbol de la Vida, un símbolo de la imposibilidad de alcanzar el fin a través de la unión de los sexos terrestres; es como tocar un fruto que repentinamente el jardinero arranca de la mano del hombre: justamente porque el hombre 'confunde Sofía con Eva, confunde a la Virgen con la matriz Veneris que le atrae con un falso deseo (89). Wirz (90) concibe el fuego de la espada del ángel encargado de la guarda del Edén como el que debe destruir hasta las raíces el principio animal del deseo, en los que aspiran a la reintegración de la imagen divina. De esto se pasa a la mariología; se ve en la María cristiana la mujer en la cual se cumplen no solamente el nacimiento del Hijo, sino también el nuevo nacimiento del alma.

Así, inclusive dentro de esa corriente que intenta atenerse al mito hebraico bíblico, avalado por el cristianismo, la doctrina del andrógino es indicada como la clave del misterio de la atrac­ción entre los sexos. Franz von Baader pronuncia palabras decisi­vas cuando dice que: "Se elevará victoriosa sobre todos sus adver­sarios sólo esta teología que presentará al pecado como una desin­tegración del hombre; la redención y el renacimiento, como su reintegración (91). Pero en principio la doctrina de Sofía ha terminado por conducir al dualismo de un ascetismo puritano: el que quiera alcanzar de nuevo a Sofía, debe renunciar a Eva, la mujer terrestre. La una excluye a la otra. Confusamente, Sofía se identifica a veces con María, a veces con el mismo Cristo (que, como en Escoto, según estos autores, habría restablecido en sí la unidad de los dos sexos); no solamente el hombre la desea, sino también la mujer, como si fuese ella, Sofía, quien incorpora lo Uno. Todo converge pues en el plano del simple misticismo reli­gioso, y tampoco se podría decir si estas especulaciones han dado lugar al menos al régimen de las evocaciones. Este fue probable­mente el caso de Gichtel (Gichtel es quizá el representante de esta corriente más cercano al esoterismo; entre otras cosas, se encuentra en él una doctrina de los centros secretos del cuerpo semejante a la yóguica y a la tántrica) (92). El escribía: "Tenemos un cuerpo sideral por encima del de los elementos, que es también espiritual, que tiene hambre de Sofía y que, con su hambre per­manente, la atrae" (93). Pero, en general, en esta corriente no se encuentra nada que tenga aspecto de ser un uso iniciático concre­to del sexo. Todo lo más, se llega a una justificación idealizante del matrimonio, en lugar de a su negación ascética.

Esta justificación se encuentra sobre todo en uno de los. representantes más tardíos de esta dirección: Franz von Baader. Este escribe: "El fin del matrimonio como sacramento es la restauración recíproca de la imagen celeste o angélica como debe­ría ser en el hombre, y como sería justamente el que, interiormen­te (espiritualmente) no sería ya un animal macho, al igual que en la mujer tal como ella debería ser, es decir, no ya un animal hem­bra, porque solamente así los dos habrían completado en sí la idea de la humanidad" (94). "Unicamente así —añade Baader (95)—se puede comprender el elemento sacramental de esta unión (del matrimonio), porque solamente una tal finalidad los transporta más allá del tiempo, en el ser eternamente verdadero, mientras que lo que es simplemente terrestre o temporal no podría, como tal, revestir el carácter de un sacramento, y no tiene necesidad de un sacramento." Así, "la significación superior del amor sexual, que no se debe identificar con el instinto de reproducción, no es otra que ayudar, tanto al hombre como a la mujer, a integrarse interiormente (en el alma y el espíritu) en la imagen humana completa, es decir, en la imagen divina original (96). Esta imagen andrógina que se hizo incorporal después de la caída, debe encar­narse, fijarse y estabilizarse en los amantes, si bien "los dos no se reproducen solamente en un tercer ser, en el hijo, permanecien­do sin embargo ellos mismos tales como eran (no regenerados), sino que ambos renacen interiormente como hijos de Dios" (97).

Aparte este esquema abstracto, Baader no concibe ni siquiera en teoría una verdadera vía iniciática del sexo; la causa de ello fue que el dualismo cristiano y un misticismo asexual habían hecho presa en él. Así, por ejemplo, le vemos enunciar la curiosa y bastante cómica teoría según la cual el simple abrazo de los aman­tes, que afecta exclusivamente la región del pecho, se opondría a la unión sexual verdadera "que, tomada en sí misma abstracta­mente, sería en tan poca medida un acto de unión y de amor (de esponsales) que, por el contrario, expresaría lo opuesto, el más grande reforzamiento recíproco del egoismo (del no-amor), que no concluye en una unión, sino más bien en la indiferencia, por la separación de los dos polos desespiritualizados y, exactamente, por una caída abisal del uno en el otro (wechelseitiges Ineinanderzu-Grunde-Gehen) e incluso también por la torpeza, hermana de la muerte: acto animal que solamente por medio del abrazo, es decir, a través del amor, es exorcizado" (98). Baader pone esta oposición en relación con la antítesis que existiría entre la doctri­na cristiana y mística del andrógino y la teoría "pagana" que, según él, concerniría más bien al hermafrodita: "En las relaciones sexuales tomadas en sí mismas, es decir, consideradas sin el exor­cismo del amor —del amor religioso, principio único de toda aso­ciación libre que eleva el lazo impuesto por la pasión, hasta la unión libre— no se manifiesta del todo lo que se imaginaron los pensadores y los filósofos de la naturaleza del paganismo, es decir, un impulso a volver al andrógino como a la integración de la natu­raleza humana en el hombre y en la mujer, sino, físicamente y psíquicamente, el mismo impulso orgíaco, sin amor, egoista, del hombre y de la mujer a alumbrar cada uno en sí este doble ardor hermafrodita y a arrancar el uno al otro lo que le es preciso para este abrazo; si bien en la pareja sin amor el más grande egoismo, de la mujer o del hombre, busca su propia satisfacción, sirviendo aquí de instrumento la mujer al hombre y el hombre a la mujer: así la satisfacción del instinto sexual se cumple no solamente con menosprecio de la personalidad, sino inclusive en el odio a ella" (99).

Quien conozca la doctrina del andrógino y la metafísica del sexo en sus fuentes auténticas, puede reconocer fácilmente las confusiones y las unilateralidades propias de estas opiniones de Baader, quien, no menos que los otros autores citados más arriba, si presintió el móvil más profundo de la atracción sexual, terminó sin embargo en un vago misticismo que se resentía en todo momento de la congénita aversión cristiana por la experiencia sexual. Como tantos teóricos del amor, Baader parece compren­der muy poco los valores efectivos de esta experiencia. Las formas, en las que ésta se reduce al egoismo sexual recíproco y ávido de los amantes, son las más groseras, inclusive en el simple amor profano. Ya hemos visto que en la experiencia orgiaca, no menos que en toda experiencia intensa de unión sexual, el factor destruc­tor y autodestructor —que comporta una ruptura de la clausura individual y sin embargo, existencialmente, lo opuesto del egois­mo, de la Selbstsucht— es por el contrario fundamental, mientras que el lector conoce ya el sentido profundo del "odio" al que Baader hace alusión. Lo que se puede aceptar en Baader, como en Boehme, es el mito de que, cuando el ser primordial se separa del Padre, la "cualidad ígnea" revistió la forma de un falso ser en sí como Yo en la masculinidad, y que esta forma es extrínseéa y degenerativa, debe ser superada, debe ser matada, debe desapare­cer. Pero prácticamente no se nos dice nada sobre el régimen del amor capaz de restaurar al Uno como a través de un Misterio (100). En estos autores, el marco general no parece diferir demasiado del de la ortodoxia que incita a los creyentes a reprimir lo más posi­ble la sexualidad comprendida como animalidad, en las "castas nupcias" de esposos que deberían sobre todo amarse en Dios y olvidar así las características sexuales. El representante más reciente de esta corriente cristianizante, N. Berdiaeff, de acuerdo con su mentalidad rusa, desplazará inclusive el problema sobre el plano escatológico, relegando "al hombre a la sexualidad transfi­gurada" y la "revelación de la androgineidad celeste" en una futura épocá del mundo (101).Concluyendo, podemos decir que, en su conjunto, esta espe­culación no añade nada a lo que había quedado establecido en la formulación platónica del tema; más bien al contrario: las refe­rencias al cristianismo y al mito bíblico confuso, impiden, ya en el punto de partida, deducir del tema los principios de una metafísi­ca del sexo, es decir, de una doctrina apta para fundar no sola­mente el régimen de las hieroáamias, sino también las prácticas de las que hablaremos en el próximo capítulo, que están basadas sobre los fenómenos de trascendencia que, no ya el amor místico, sino el amor sexual concreto puede provocar. El hecho es que, en el cristianismo, la doctrina del andrógino representa un grano extraño arrojado sobre un terreno que no le conviene y en el que no podría fructificar. Los puntos de vista que acabamos de resu­mir pueden, todo lo más, servir al que no busca a Sofía a través de una Eva, sino que tiende a evocarla y a unirse a ella sobre un plano místico, ayudándose de las formas a las que el arquetipo femenino, o "mujer de Dios", ha dado lugar en cierto cristianis­mo que se resiente de influencias gnósticas.

De paso, sería interesante considerar el origen de la creencia de los mormones, según la cual un hombre no podría alcanzar después de la muerte el supremo grado de beatitud, el séptimo, y convertirse en un ser divino, si no se hubiese casado con una mujer.

 

(81)                       E. BENZ, en su libro Der Mythus des Urmenschen (München, 1955), ha recogido los principales testimonios de los autores y místicos cristianos que han tratado la cuestión del andrógino. En lo que sigue, la mayor parte de las citas estarán sacadas de textos reproducidos en esta obra.

(82)       Cf. BENZ, Op. cit., págs. 50-65.

(83)       Dialoghi d'Amore, cit. págs. 432 sgg.

(84)       J. J. WIRZ, Zeugnisse und Eróffnungen des Geistes, Barmen, 1863, v. I, págs. 215-216 (Benz, 240-241).

(85)       BENZ, págs. 73 sgg.

(86)       J. G. GICHTEL, Theosophia practica, Leyden, 1722, III, 2-4; VI, 29-31.

(87)       Cf. BENZ, págs. 200-202, HAHN escribe (pág. 202): "Si Adán poseyó espiritualmente, mágicamente, a su esposa, el Arbol de Vida, en él y de él nacieron frutos de vida."

(88)       Cf. BENZ, págs. 126, 127, 129.

(89)       BOEHME, Von den drei Prinzipen des góttlichen Wesens, XIII, 40.

(90)       Cf. BENZ, pág. 242.

(91)       F. von BAADER, Gesamm. Werke, v. III, pág. 306.

(92)       Sobre esta doctrina de Gichtel, cf. Introd. alla Magia quale scienza dell'Io, cit., v. II, págs. 16 sgg.

(93)       Theosophia practica

(94)       Gesamm. Werke, v. II, pág. 315.

(95)       Ibid., v .111, pág. 306.

(96)       Ibid., pág. 309.

(97)       Ibid., 308.

(98)       Ibid., v. VII, pág. 236.

(99)       Ibid., v. VIII, págs. 301-302.

(100)    Como única sugestión utilizable también en la práctica, se podría quizá indicar la identificación boehmiana de lo masculino al princi­pio "fuego", de lo femenino al principio "luz", la idea de que "la tintura del fuego desea ardientemente en la carne la de la luz", para dar como sentido de un amor o de una unión sexual mágica "andrógina", una "igni­ficación" de la luz y una iluminación (liberación) del fuego. Esta es consi­derada como "la vía más corta y rápida" y como la esencia del proceso de la transformación de la naturaleza humana. Cf. también: C. A. MUSES, Illumination on J. Boehme, New York, 1951, págs. 149-150.

(101)    N. BERDIAEFF, Der Sinn des Schaffens, Tübingen, 1927, págs. 211-213. (BENZ, págs. 219-292.)

Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 14. El eros y las variedades de la embriaguez

Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 14. El eros y las variedades de la embriaguez

Después de lo cual nos queda considerar la teoría del amor que Platón hace exponer a Diotima.. Pero antes vendrá bien aludir a cuanto dice Platón sobre la forma superior del eros como esta­do, esto es, considerado simplemente como contenido de la conciencia. Personificado, Eros es llamado, ya en el Banquete, un "potente demonio"; "intermediario entre la naturaleza de dios y la naturaleza mortal", él va a colmar la distancia entre la una y la otra (13). En el Fedro se habla extensamente de la manía. No es fácil traducir este término, cuya traducción literal, "manía", hace pensar hoy en algo negativo e insano, al igual que ocurre con la traducción de "furor", adoptada por los huma­nistas del Renacimiento (los "eroici furori", en Giordano Bruno). Se podría hablar de un estado de transporte, de "entusiasmo divino", de exaltación o lúcida embriaguez: con lo que precisamente nos lleva de nuevo a cuanto ya hemos dicho acerca de la materia prima de todo estado erótico. Platón, que subraya aquí un punto esencial al distinguir dos formas de "manía", "una que deriva de enfermedad humana y la otra de exaltación divina, por la cual nos sentimos extraños a las leyes y las normas habituales" (14). La segunda —dice Platón— "está muy lejos de causarnos miedo"; grandes beneficios pueden derivar de ella. Y, viniendo a una referencia específica del eros, dice que es "una ventura grandísima la manía que nos otorgan los dioses hacien­do nacer el amor en el alma del que ama y del que es amado" (15).

Lo que aquí importa más es que el eros como "manía" viene inserto en un contexto más vasto que hace resaltar su posi­ble dimensión metafísica. En efecto, Platón distingue cuatro géne­ros de manía positiva, no patológica, no sub-humana, refiriéndo­las respectivamente a cuatro divinidades: la manía del amor, ligada a Afrodita y a Eros; la manía profética de Apolo; la manía de los iniciados de Dionisos; la manía profética de las Musas (16). Marsilio Ficino (17) dirá que son "aquellas especies de furores que Dios nos inspira, elevando al hombre por encima del hombre y convirtiéndolo en Dios". Poniendo aparte la "manía poética", la cual pudo tener un carácter no profano sólo en otros tiempos, cuando el arte no era una cosa subjetiva, cuando el poeta era también un vate y la poesía, un carmen, persiste, como fondo común de tales formas, un estado de ebriedad apto para provocar un autotrascendimiento y la variedad de una experiencia supra­sensible: en el amante, pues, no menos que en el tiempo y que en el sujeto de la experiencia mágica (18). Es algo singular que ni Platón, ni ninguno de sus comentaristas hayan mencionado una variedad ulterior del mismo género lúcido y anagógico (que lleva a lo alto) de embriaguez: la heroica, que se podría situar bajo el signo de Marte, es singular, en cuanto que la antigüedad consi­deró casos en los cuales también la experiencia heroica pudo ofre­cer posibilidades iniciáticas (19). En fin, se podría recordar el tipo de embriaguez sagrada, propia de los Coribantes y los Curetes, con las correspondientes técnicas, no exentas de relaciones con la danza.

De todas formas, las referencias son precisas. Es consideradopues un tronco, del que el eros sexual es una rama, una especia­lización; la materia prima de él sigue siendo una embriaguez animadora (casi por injerto, en la vida humana, de una vida supe­rior —en la formulación mitológica: la posesión fecundado­ra e integradora de parte de un demonio o un dios) y libera­dora que, si obedeciese exclusivamente a su metafísica defi­nida por el mito del andrógino, tendría como posibilidad suprema una teleté (como precisamente dice Platón): a saber, un equivalente de la iniciación mistérica. Por lo demás, es signifi­cativo que el término "orgía", que ha terminado por asociarse únicamente al desencadenamiento de los sentidos y a la sexuali­dad, pudo originariamente unirse al atributo de "sagrado": las "orgías sagradas". En efecto, orgía designaba el estado de exalta­ción entusiástica que, en los antiguos Misterios, constituía el punto de partida de la realización iniciática. Pero cuando esta embriaguez del eros, afín en sí a las otras de orden suprasensible de que habla Platón, se especializa convirtiéndose en deseo, y después en deseo únicamente carnal; cuando, por así decir, de condicionante pasa a ser condicionada, porque se liga completa­mente a los determinismos biológicos y a las sensaciones turbado­ras de la naturaleza inferior, entonces se degrada y termina en síncope, en la forma constituída del "placer", de la voluptuosidad venérea.

Aquí hay que distinguir, a su vez, distintos grados: el placer tiene un carácter difuso todavía estático cuando el momento "magnético" del amor, con la consiguiente fusión fluídica de los dos seres es bastante intensa. Aminorando esta intensidad, o bien con la costumbre del acto físico con una misma persona, el placer tiende cada vez más a localizarse corporalmente en determinada zona u órgano, esencialmente en los órganos sexuales. El hombre está notoriamente predispuesto más que la mujer a esta ulterior degeneración. En fin, está el placer disociado de cada experiencia o colapso, del estado de manía de la pura embriaguez exaltada y lúcida, transportada por un elemento suprasensible. Constituye la contrapartida del malogro del conato del eros, cual impulso hacia el ser absoluto e inmortal, en el círculo de la generación física; al que corresponderá la segunda teoría del amor: la expuesta por Diotima.

No resultará inútil, en el presente contexto, volver todavía un momento sobre la oposición platónica entre dos especies de manía, para desarrollar su contenido. En general, desde que inter­viene el estado de que hemos hablado, las facultades del individuo común quedan suspendidas, su "mental" (en términos hindúes: el manas) queda excluído, o bien transportado, sometido a una fuerza diferente. Esta fuerza puede ser una fuerza ontológicamen­te superior o inferior al principio de la personalidad humana. De ahí la posibilidad y el concepto de una embriaguez estática que tiene, también, un carácter decididamente regresivo. Sobre este sutilísimo límite fronterizo se encuentra particularmente la magia sexual.

A título de ejempificación teórica, se puede aludir aquí a la interpretación desviada de un autor moderno ya citado: Lud­wig Klages. Klages ha retomado en parte los puntos de vista plató­nicos, ha puesto de relieve la elementalidad del hecho constituí-do, en el eros, por la ebriedad, o manía, frente a las diferentes interpretaciones psicológicas o fisiológicas, reconociéndole la dimensión no física y la posibilidad estática. Pero el punto central de su interpretación es éste: "No es el espíritu del hombre el que se libera [en el éxtasis], sino el alma; y ella no se libera del cuerpo, sino del espíritu" (20). Pese a que en este autor el espíritu no sea enteramente el espíritu, sino, en el fondo, un sinónimo de lo "mental", queda siempre que el "alma" de la que habla corres­ponde a los estratos inferiores, casi inconscientes, cercanos al bios, del ser humano: a su parte yin (o femenina, oscu­ra, nocturna) y no yang (masculina, luminosa, diurna). Así, muy bien podemos llamar, al éxtasis que considera Klages, un éxtasis telúrico, quizá inclusive demoníaco. Su conteni­do emotivo había sido ya designado, en la tradición hindú, como rasásvádana.

Existe pues una fenomenología bien diferenciada de la "manía" y del eros, cuya importancia, desde el punto de vista práctico, nunca será lo suficientemente subrayada. Es necesario sin embargo tener por cierto que, sea la posibi­lidad negativa ahora señalada, sea la opuesta, positiva, de una manía "divina", están igualmente alejadas tanto de ca­da manía de origen patológico como del impulso brutal y ciego del eros animalizado. Ni los etnólogos, ni los histo­riadores de las religiones ni los psicólogos de hoy se preocu­pan casi nada de estas importantes distinciones.

 

(9)       Banquete, 193 c-a.

(10)    Ibid., 202 d-e.

(11)    Fedro, 265 a.

(12)    Ibid., 245 b.

(13)    Ibid., 265 b.

(14)    Sopra lo Amore, VII, 13, 14.

(15)    Refiriéndose al Eros en general, PLATON (Banquete, 202 e, 203 a) dice: "Por obra suya aparece tanto la adivinación en cada una de sus formas como el arte de los sacerdotes adeptos a los sacrificios y a las iniciaciones, así como a los encantamientos y a toda suerte de predicciones y a la magia." Sobre esto, cfr. EVOLA, Rivolta contro il mondo moderno, cit. 1, § 19.

(16)     Vom kosmogonischen Eros, cit. pág. 63.

Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 13.- El mito del Andrógino

Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 13.- El mito del Andrógino

La forma propia bajo la cual el mundo tradicional ha expre­sado las significaciones últimas del ser ha sido el mito. El mito. tradicional tiene el valor de una clave. Sobre todo en el período precedente se ha intentado explicar el mito por la historia natu­ral, la biología y la psicología. Por el contrario, para nosotros el mito servirá para hacer comprender la relación particular que tiene todo este material con el tema que nos interesa aquí.

Más de un mito se presta a la profundización del problema metafísico del sexo. Entre ellos, elegiremos uno que, para los occidentales, se encuentra relativamente entre los menos lejanos, advirtiendo sin embargo que los mismos significados se encuen­tran igualmente contenidos en mitos pertenecientes a otras cultu­ras. Como base, tomaremos pues cuanto se encuentra contenido en el Banquete de Platón. Aquí se encuentran propiamente, mezcladas al mito, dos teorías del amor que, respectivamente, son expuestas por Aristófanes y Diotima. Veremos cómo las dos teorías se complementan en cierto modo, iluminando las antino­mias y la problemática del eros.

La primera teoría concierne al mito del andrógino. Como para casi todos los mitos intercalados por Platón en su filosofía, también para éste se debe suponer un origen mistérico e iniciá­tico. En efecto, el mismo tema circula subterráneamente en una literatura bastante variada, desde los antiguos ambientes miterio­sóficos y gnósticos hasta a autores del Medievo y de los primeros siglos de la misma era moderna. Temas correspondientes encuén­transe también fuera de nuestro continente.

Según Platón (1), existió una raza primordial, "cuya esencia está ahora extinguida", raza de seres que contenían en sí los dos principios, masculinó y femenino. Los componentes de tal raza andrógina "eran extraordinarios por su fuerza y su audacia, y alimentaban en su corazón orgullosos propósitos, hasta los de atacar a los propios dioses. También a ella le está atribuída la tradición referida por Homero a propósito de Oto y Efialte, es decir, la tentativa de escalar el cielo para atacar a los dioses. Es el mismo tema del ibris de los Titanes y los Gigantes; es el tema prometeico y el que se encuentran en tantos otros mitos; en cierto modo, en el mismo mito bíblico del Edén y de Adán, en cuanto en él figura la promesa de "llegar a ser semejante a los dioses" (Génesis, III, 5).

En Platón, los dioses no fulminan a los seres andróginos, como habían fulminado a los gigantes, pero paralizan su potencia dividiéndolos en dos. De ahí el nacimiento de seres de sexos dis­tintos, portadores, como hombres y mujeres, de uno u otro sexo; seres en los cuales permanece sin embargo el recuerdo del estado anterior y en los que se enciende el impulso de reconstituir la unidad primordial. Para Platón, es en este impulso donde es preci­so buscar el sentido último, metafísico y eterno del eros. "Desde estos tiempos tan antiguos, el amor impulsa a los seres humanos los unos hacia los otros; es congénito en la naturaleza humana, y tiende a restablecer la naturaleza primordial en la tentativa de unir en un solo ser a dos seres distintos y, por consiguiente, volver a sanar así a la naturaleza humana" (2). Aparte la común participación de los amantes en el placer sexual, el alma de cada uno de los dos "tiende a algo diferente, que no sabe expresar, pero que siente y revela misteriosamente (3). Casi como contra­prueba a posteriori, Platón hace que Efestos pregunte a los amantes: "¿No es quizá, esto que deseáis, una fusión perfecta del uno con la otra, de manera de no separarse jamás, ni de día ni de noche? Si tal es vuestro deseo, yo estoy dispuesto a fundiros y a soldaros juntos, con la fuerza del fuego, en un mismo indivi­duo, de dos que erais, de manera que viváis unidos el uno al otro tanto como dure vuestra vida y, una vez muertos, allá, en el Hades, en vez de dos seáis uno sólo, unidos el uno a la otra en una suerte común. Pues bien, considerad si es a esto a lo que aspi­ráis y si, alcanzado esto, os daríais por satisfechos." "A este res­pecto —dice Platón— bien sabemos que ni uno solo habría que lo rechazara o que mostrase su deseo de otra cosa, sino que cada uno de los dos pensaría que finalmente había oído expresar lo que desde largo tiempo era su deseo: unirse y fundirse con el amado para, de dos seres distintos, no formar más que una naturaleza. Ahora bien, es necesario buscar el móvil de esta aspiración en el hecho de que esa era precisamente nuestra naturaleza primitiva, de que formábamos una unidad todavía completa; precisamente el deseo ansioso de esta unidad es lo que lleva el nombre de amor" (4). Casi como un símbolo, "el estrecharse (de las dos partes), la una a la otra, como con el deseo de compenetrar­se" (5).

En este conjunto, los elementos accesorios, y figurativos y místicos, deben quedar separados del concepto esencial. Así, en primer lugar, no se debe naturalmente pensar en los seres primordiales que Platón, fabulando, nos describe hasta en sus rasgos somáticos, como a miembros de una raza prehistórica cualquiera, de la que se podrían encontrar restos o fósiles. Por el contrario, hemos de referirnos a un estado, a una condición espi­ritual de los orígenes, no tanto en un sentido histórico, como en el marco de una ontología, de una doctrina de los estados múlti­ples del ser. Haciendo abstracción de la mitología, podemos comprender un tal estado como el de un ser absoluto (no roto, no dual), de plenitud o pura unidad y, por esto mismo, como un estado de inmortalidad. Este último punto está confirmado ya por la doctrina puesta en boca de Diotima más adelante, en el Banquete, ya por la expuesta en el Fedro, donde, aunque respecto a lo que llegaría a ser llamado "amor platónico" y con la teoría de la belleza, resulta explícita la conexión entre el fin último del eros y la inmortalidad.

Como segundo elemento, en el mito platónico tenemos después una variante del tema tradicional general de la "caída". La diferenciación de los sexos corresponde a la condición de un ser roto y, por lo tanto, finito y mortal: a la condición dual de quien no tiene la vida en sí, sino en otro, estado éste que aquí no es considerado como original. Así, bajo este último aspecto, se podría establecer un paralelo con el mismo mito bíblico, en cuanto en éste la caída de Adán tiene por efecto su exclusión del Arbol de la Vida. También en la Biblia se habla de la androgi­nia de los seres primordiales, hechos a imagen de Dios ("y los creó macho y hembra" — Génesis, 1, 27), de aquí que al nombre de Eva, complemento del hombre, se le ha atribuído el significado de "la Vida", "la Viviente". Como veremos, en la interpreta­ción cabalística, la separación de la Mujer-Vida en el andrógino es puesta en relación con la caída y termina por equivaler a la exclusión de Adán del Arbol de la Vida, a fin de que éste "no venga a ser como uno de nosotros [un Dios]" y "no viva eterna­mente" (Génesis, III, 22).

En conjunto, el mito platónico se encuentra pues entre los que hacen alusión al paso de la unidad a la dualidad, del ser a la privación del ser y de la vida absoluta. Su carácter distintivo y su importancia se encuentran sin embargo en el hecho de su apli­cación, precisamente, a la dualidad de los sexos, para indicar el sentido secreto y el objeto último del eros. Coma término parti­cular de una secuencia relativa a lo que verdaderamente se busca a través de una u otra finalidad aparente e ilusoria de la vida ordi­naria, ya en una Upanishad se lee: "No es por la mujer [en sí] por lo que la mujer es deseada por el hombre, sino más bien por el átmá [por el principio 'todo luz, todo inmortalidad']" (6). El marco es el mismo. En su profundidad, el eros incorpora un impulso a superar las consecuencias de la caída, a salir del mundo finalizante de la dualidad, para restablecer el estado primordial, para superar la condición de una existencialidad dual, rota y condi­cionada por el "otro". Este es su significado absoluto; este es el misterio que se oculta en lo que impulsa al hombre hacia la mujer, elementalmente, todavía antes que todos los condicionamientos ya dichos, presentados por el amor humano en sus infinitas varie­dades relativas a seres que no son ni siquiera hombres absolutos o mujeres absolutas, sino casi subproductos del uno o de la otra. Aquí está expresada pues la clave de toda la metafísica del sexo: "A través de la diada, hacia la unidad". En el amor sexual está reconocida la forma más universal en que los hombres intentan oscuramente destruir momentáneamente la dualidad, superar existencialmente la frontera entre Yo y no Yo, entre Yo y Tú, haciendo la carne y el sexo de instrumentos para una aproxima­ción estática á la "unición". La etimología de la palabra "amor", dada por un "Fiel de Amor" medieval, por ser fantástica, no es menos significativa: "La partícula a significa "sin"; mor (mors) significa muerte; uniéndola se tiene "sin muerte", esto es, inmor­talidad (7).

En el fondo, amando y deseando, el hombre busca pues la confirmación de sí, la participación en el ser absoluto, la des­trucción de la stéresis, de la privación y de la angustia exis­tencial a ella ligada. Examinados a una tal luz, veremos acla­rarse los aspectos múltiples del mismo amor profano y de la sexualidad. Al mismo tiempo, se entrevé ya la vía que conduce a los dominios del erotismo místico y del empleo sacral o mágico del sexo, propio de tantas antiguas tradiciones: porque ya de partida se nos ha revelado el fondo elemental, no físico, sino metafísico, del impulso erótico. Así la vía está abierta para el orden de las investigaciones que constituirán el objeto de los siguientes capítulos de este libro.

Entretanto, no hay que olvidar un punto particular. Como se ha visto, Platón formuló la doctrina del andrógino de manera de darle una coloración "prometeica". Si los seres míticos de los orígenes eran capaces de inspirar temor a los dioses y de luchar con ellos, hay lugar para pensar que, en principio, el término final de la tentativa de integración constituída por el eros, no sea tanto un estado cualquiera confusamente místico cuanto la condición de un "ser" que es también potencia. Esto tendrá su importancia cuando estudiemos las formas iniciáticas de la magia del sexo. Tal motivo está sin embargo desdramatizado. En un contexto más vasto, se puede despojar al prometeismo de su carácter negativo de prevaricación. La misma tradición que ha dado forma al mito de Prometeo y de los Gigantes es también la que conoció el ideal de Hércules, cual corresponde a un equivalente de la finalidad perseguida por los Titanes y de aquí, en general, tiende a abrirse de nuevo, a pesar de todo, el acceso al Arbol de la Vida, cuando este héroe se asegura el disfrute de las manzanas de la inmortali­dad (el camino hacia las cuales, según una versión de la leyenda, le fue indicado por el propio Prometeo) y la posesión, en el Olimpo, de Hebe, la juventud eterna, no como un prevaricador, sino como un aliado de los Olímpicos.

Es con esta reserva como se puede hacer alusión al hecho de que el momento "prometeico" latente en el eros está efectiva­mente atestiguado por motivos provenientes de diversas tradicio­nes. Aquí nos limitaremos a recordar que, por ejemplo, .en el ciclo del Graal (ciclo rico de contenidos iniciáticos presentados bajo el aspecto de aventuras caballerescas), la tentación que la mujer constituye para el caballero elegido es a veces referida a Lucifer (8), hasta el punto de incorporar un sentido bastante diferente del sentido moralista de la pura seducción de la carne. En segundo lugar, en Wolfram von Eschenbach, la caída de Amfortas viene puesta en relación con el hecho de haber elegido como divisa "Amor"; divisa, dice el poeta, que no se compagina con la humildad (9), lo que equivale a decir que en ella se oculta lo contrario de la humildad, la ibris de los seres "unos" de los orígenes. Por lo demás, hay que hacer notar que en Wol­fram se habla de un "abrirse el camino del Graal con las armas en la mano", es decir, de manera violenta, y que el héroe principal del poema, Parsifal, llega inclusive a una especie de rebelión contra Dios (10). Ahora bien, abrirse el camino del Graal equivale más o menos a abrirse de nuevo el camino del Arbol de la vida o de la inmortalidad, teniendo en cuenta que todo el encuadramien­to exfoliado, propio del Parsifal de Wagner, no corresponde en absoluto a los temas originales predominantes y no merece por tanto ser tenido en ninguna consideración. En fin, es preciso hacer notar que los medios en los que ha sido practicada la magia sexual y el erotismo místico, han sido también los que de cos­tumbre practicaron abiertamente la doctrina de la "unidad", en términos de una negación de toda verdadera distancia onto­lógica entre el creador y la criatura, con una anomia manifiesta —es decir, con un desprecio, tanto de las leyes humanas como de las divinas— como consecuencia lógica: desde los Siddha y los Kaula hindúes de la "Vía de la mano izquierda", hasta los "Her­manos del Libre Espíritu" del Medievo cristiano, al sabbatismo franckiano y, todavía en nuestros días, hasta un Aleister Crow­ley (11). Pero, repetimos, estas referencias deben ser depuradas de su lado problemático "prometeico" y, por otra parte, conside­rando exclusivamente experiencias "dirigidas" del eros, en un dominio que no es el de cualquier forma que sea del amor ordina­rio entre hombres y mujeres. Finalmente hay que añadir que en el mismo Platón (12) la recuperación de la salud, el retorno al antiguo estado de "felicidad suprema", entendidos como el "bien supremo" al que el eros puede conducir, están asociados al rechazo de la impiedad, causa primera de la separación exis­tencial del hombre de lo divino en general. Es sólo una diversa orientación, junto a algunas correspondencias morfológicas, lo que diferencia a Prometen de Hércules, y las indicadas experien­cias del satanismo. Pero no es el caso de extenderse sobre estas ideas.

 

 

(1)    Banquete, XIV y XV, y especialmente 189 c 7 190 c.

(2)    Ibid., 191 c-d.

(3)    Ibid., 192 c-d.

(4)    Ibid., 192 d-e.

(5)    Ibid., 187 a.

(6)    Bhradháranyaka-upanishad, II, IV, 5.

(7)    A. RICOLFI, Studi sui Fedeli d 'Amore, Milano, 1933, v. I, pág. 63.

(8)    Textos en EVOLA, Il mistero del Graal e la tradizione ghibe­llina dell-Impero, Roma, 1957, pág. 92.

(9)    WOLFRAM VON ESCHENBACH, Parzifal, III, págs. 70-71.

(10)Cfr. EVOLA, Il mistero del Graal, cit. págs. 87-88.

(11)En lo que concierne a un personaje que S. DE GUAITA (Le Serpent de la Genése, Le Temple de Satan, v. I, París, 1916, pág. 503) presenta bajo una luz siniestra, para el contexto que aquí se indica son significativas las siguientes expresiones, en el cuadro de un erotismo mís­tico: "Entendez le verba d'Elie: si vous tremblez, vous étez perdus. Il faut étre téméraires; si vous ne l'étes pas, c'est que vous ne connaisez pas l'amour! L'amour entreprend, il renverse, il roule, el brise. Elevez-vous! Soyez grands dans votre faiblesse. Epouvantez le cid et l'enfer, vous le pouvez... Oui, Pontzfes éliaques, qui étes transformés, régénérés, transfi­gurés sur le montagne du Carmel, ditas avec Elia: A nous le dam! A nous l'Enfer! A nous Satan!" Por lo demás, inclusive en los neoplatónicos cristianizantes, como MARSILIO FICINO (Sopra lo Amore, XI, 19), expresiones como las siguientes no están desprovistas de un matiz lucife­rino: "Ciertamente, estamos aquí separados y truncados: pero ahora, reunidos por el amor a nuestra idea, volvemos a estar enteros, de manera que aparecerá que hemos primeramente amado a Dios en las cosas, para despuU amar las cosas en Dios; y honramos las cosas en Dios para resca­tarnos a nosotros sobre todo: y amando a Dios nos hemos amado a noso­tros mismos." Y todavía más (11, 6): "Puesto que en este acto, el amante, desea y se esfuerza en convertir, de hombre, en Dios." En fin, como convergencia casual de las ideas de un autor moderno más profano (H. BARBUSSE, L'enfer): "El deseo pleno de lo desconocido, la sangre noctur­na, el deseo semejante a la noche, lanzan su grito de victoria. Los amantes, cuando ellos se entrelazan, luchan cada uno para sí y dicen: 'Te amo'; esperan, lloran, sufren y dicen: 'Somos felices'; se separan, ya desfalleci­dos, y dicen: ' ¡Siempre!' Parece que en los bajos fondos en los que están sumergidos, como Prometeo, hayan robado el fuego del cielo."