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Biblioteca Evoliana

El fascismo visto desde la derecha

El fascismo visto desde la derecha (VI) PARTIDO Y "ORDEN"

El fascismo visto desde la derecha (VI) PARTIDO Y "ORDEN"

Biblioteca Evoliana.- El capítulo VI de "El Fascismo visto desde la Derecha" aborda la principal contradicción entre la doctrina fascista y el concepto tradicional del Estado: la existencia de un partido. El pensamiento politico tradicional rechaza la idea de "partido" y mucho más la de "partido único" en el que ve una contradicción en sí mismo. A pesar de que en el fascismo italiano el partido se situaba por debajo del Estado (no así en el caso alemán), la idea que Evola contrapone a la de "partido único" es la de "Orden", élite encuadrada que agrupa a hombres diferenciados.

 

CAPITULO VI

PARTIDO Y "ORDEN"

 

Tras este paréntesis concerniente a las contingencias históricas, volvemos al examen estructural del régimen fascista. Si no pensamos pues, desde nuestro punto de vista, que la "Diarquía" representase en principio un absurdo, es preciso subrayar por el contrario una situación dual más general en el conjunto de las estructuras y a este respecto nuestro juicio debe ser diferente. En efecto, por su naturaleza misma, un movimiento revolucionario de Derecha tras una primera fase, debe tender al restablecimiento de la normalidad y de la unidad sobre un plano nuevo, por medio de procedimientos de integración adaptados.

es preciso pues revelar en primer lugar el carácter híbrido de la idea del "partido único" en la medida en que toma en el nuevo Estado el carácter de una institución permanente. A este respecto, es preciso separar la exigencia positiva que se encontraba en el origen de esta idea e indicar en que marco más adecuado habría debido actuar, tras la conquista del poder.

El Estado auténtico ‑apenas es necesario decirlo‑ no admite el poder de los partidos propio de  los regímenes democráticos y la reforma parlamentaria, de la que hablaremos más adelante, representa sin ninguna duda uno de los aspectos más positivos del fascismo. Pero la concepción de un "partido único" es absurda; perteneciendo exclusivamente al mundo de la democracia parlamentaria, la idea de "partido" no podía ser conservada más que de manera irracional en un régimen opuesto a todo lo que es democrático. Decir "partido" de otro lado, quería decir "parte" y el concepto de partido implica el de una multiplicidad, si bien el partido único sería la parte deseosa de convertirse en todo, en otros términos, la facción que elimina a las otras sin por tanto cambiar de naturaleza y elevarsea un plano superior, precisamente por que continúa considerándose como partido. En la Italia de ayer el partido fascista en la medida en que se da un carácter institucional y permanece, representa en consecuencia una especie de Estado dentro del Estado, o un doble del Estado, con su milicia, sus responsables federales, el gran Consejo y todo lo demás en detrimento de un sistema verdaderamente orgánico y monolítico.

En la fase de conquista del poder, un partido puede tener una importancia fundamental como centro cristalizador de un movimiento, como organizador y guía de este movimiento. Tras esta fase su mantenimiento como tal más allá de un cierto período es absurda. Esto no debe ser comprendido bajo la forma de una "normalización", en el sentido inferior del término, con una caida de la tensión política y espiritual. La exigencia "revolucionaria" y renovadora del fascismo poseía incluso como tarea una acción global permanente, adaptada y, en un sentido, capilar en la sustancia de la nación. Pero entonces es bajo otra forma que las fuerzas válidas de un partido deben mantenerse, no dispersarse, permanecer activas: insertándose en las jerarquías normales y decisorias del Estado, remodelándolas eventualmente, ocupando los puestos clave y constituyendo, además una especie de guardia armada del Estado, una élite portadora de la Idea en un grado eminente. En este caso, será necesario hablar, más que de un "partido", de una especie de "Orden". Tal es  la función misma de la nobleza en tanto que clase política que ostentó el poder en otros tiempos, hasta un período relativamente reciente en los Estados de la Europa Central.

El fascismo, por el contrario, quiso mantenerse en tanto que "partido" si bien lo que se tuvo, como  hemos dicho, fue una especie de desdoblamiento de las articulaciones estáticas y políticas en superestructuras que sostuvieron y controlaron un edificio privado de estabilidad, en lugar de una síntesis orgánica y de una simbiosis: por que el foso no estaba funcionalmente superado por el simple hecho que se declaraba, por ejemplo, que el "partido" y la milicia fascista deberían estar "al servicio de la nación". Esto no puede ser considerado como elemento válido del sistema fascista, ni siquiera es permisible imaginar el porvenir en función de los desarrollos ulteriores que el régimen habría podido tener si fuerzas más importantes no hubieran provocado el hundimiento final, e incluso si se debe reconocer el valor de la objeción según la cual la existencia de fuerzas que no siguieron el nuevo curso, o bien que lo seguían pasivamente, volvió peligrosa toda evolución prematura en el sentido normalizados y anti‑dual mencionado anteriormente. Y lo que sucedió tras una veintena de años de régimen es elocuente a este respecto.

Pero precisamente, en relación con este último punto es preciso recordar que la concepción fascista del "partido" se resiente desde los orígenes de este último fenómeno, es decir de la solidaridad intrínseca entre el concepto de partido y la idea democrática, a causa de la ausencia de un criterio rigurosamente cualitativo y selectivo. Incluso después de la conquista del poder, el partido fascista persistió en ser un partido de masas; se abrió en lugar de purificarse. En lugar de hacer aparecer la pertenencia al partido como un privilegio difícil de obtener, el régimen lo impuso prácticamente a cada uno. ¿Quién es el que ayer no tenía "carnet"? Aún más: ¿Quien podía permitirse el lujo de no tenerlo si quería dedicarse a ciertas actividades? De aquí la consecuencia fatal de innumerables adhesiones, conformistas u oportunistas, con efectos que, inmediatamente, se manifestaron en el momento de la crisis; crisis, sin mencionar la prueba suplementaria y retrospectiva representada por numerosos "fascistas" de ayer, no siempre simples ciudadanos, sino escritores e intelectuales, que han cambiado de bandera tras los acontecimientos, intentando hacer olvidar su pasado, renegado de él, o bien declarando cínicamente que habían actuado, en la época, de mala fe. En su origen, en el comunismo soviético y en el nacional‑socialismo, la concepción del "partido" (mantenida también en estos movimientos) tuvo por el contrario rasgos mucho más exclusivistas y selectivos. Pero,en el fascismo prevaleció   la idea de un "partido de masas", comprometiendo incluso la función positiva que el partido, eventualmente, podía continuar teniendo.

Desde nuestro punto de vista, la finalización positiva de coyunturas de este género, contrapartida positiva del concepto revolucionario de "partido único" en un marco institucional normalizado e integrado, debe ser pensada en términos de una especie de Orden, espina dorsal del Estado, que participa, en cierta medida, de la autoridad y de la dignidad concentradas en la cúspide indivisible del Estado.

A esto debía conducir la exigencia del paso de la fase de conquista del poder por un movimiento de renacimiento nacional y político a la fase en que la misma energía se manifestará como fuerza natural motriz formadora y diferenciadora del elemento humano. En general, los residuos "partidistas" fueron precisamente un obstáculo al desarrollo completo y feliz del régimen fascista en el sentido de una verdadera Derecha y  sobre el plano práctico se le deben diversas interferencias endiabladas: como cuando, de una parte, los méritos de partido, en relación sobre todo con la fase activista e insurreccional (el haber sido "squadristi", por ejemplo) fueron considerados como válidos para la atribución de cargos y funciones que reclamaban cualificaciones y competencias específicas, incluso aunque se tuviera una formación mental "fascista"; o igualmente, cuando, por el contrario, se acogieron en el partido a hombres de un cierto renombre, sin preocuparse de saber si esta adhesión era puramente formal, si no eran en el interior agnósticos o simplemente antifascistas (tal fue el caso de numerosos miembros de la Academia de Italia instituida por el fascismo).

 

 

El fascismo visto desde la derecha (V) FASCISMO Y MONARQUIA

El fascismo visto desde la derecha (V)  FASCISMO Y MONARQUIA

Biblioteca Evoliana.- Como se sabe, Evola era monárquico, así que no veía una particular contradicción en la coexistencia de un rey con un Dux. Existían antecedentes históricos de esta fórmula, así que Evola no duda de su legitimidad. Achaca a la República de Saló el haber caído en la trampa de confundir a un principio (la monarquía) con el representante material del mismo (el monarca mediocre y estúpido, Víctor Manuel II). Evola desarrolló las ideas sobre la monarquía en decenas de artículos que fueron recopilados en un volumen publicado con el título de "Monarquía, Aristocracia, Tradición"

 

 

CAPITULO V

FASCISMO Y MONARQUIA

 

Puede afirmarse con sólidas razones que una verdadera derecha sin monarquía está privada de su centro de gravedad y de fijación natural, pues en prácticamente todos los Estados tradicionales el punto de referencia principal para la encarnación del principio destacado y estable de pura autoridad política ha sido precisamente la Corona. Si podemos permitírnoslo aquí, nos sería fácil demostrarlo por una serie de consideraciones históricas. Esto vale particularmente para una época no muy alejada de la nuestra, pues los regímenes que, aunque representan en cierta medida un carácter tradicional regular, no tuvieron estructura monárquica o de tipo análogo, debieron este carácter a situaciones que pertenecen aún más al pasado. Por ejemplo, las repúblicas aristocráticas y oligárquicas que han existido en otros tiempos serían inconcebibles en el clima de la sociedad actual, donde serían inmediatamente desnaturalizadas.

@TEXTO PRINCIP =  Para volver a lo que hemos dicho inicialmente sobre la situación en la cual, en general, una Derecha cobra forma, podemos decir que la función principal de esta última debería corresponder, en un sentido, a la del cuerpo que, anteriormente, había estado caracterizado por un lealismo particular respecto a la Corona, aun siendo con ella el guardian de la idea del Estado y de la autoridad comprendida en el marco de una monarquía constituyente con un sistema representatito de tipo moderno ("constitucionalismo autoritario").

Es pues oportuno para nosotros emprender un breve estudio sobre las relaciones que existieron entre el fascismo y la monarquía.

El fascismo del Ventennio ha sido monárquico y existen declaraciones explícitas de Mussolini sin equívoco sobre el significado y la dignidad de la monarquía, declaraciones que permiten incluso establecer una relación entre el principio monárquico y la dignidad del nuevo Estado reivindicada por el fascismo, entre el principio monárquico y el principio de estabilidad y continuidad referido por Mussolini tanto al estado mismo, como, de forma más vaga y mítica, a la "raza". Para definir la monarquía, Mussolini habla textualmente de "síntesis suprema de los valores nacionales" y de "elemento fundamental de unidad de la nación". Es decir, si eliminamos la tendencia republicana (solidaria en amplia medida de la tendencia más o menos socialista) presente en el fascismo anterior a la marcha sobre Roma, debe ser considerado como un aspecto esencial del proceso de purificación, de mejora y de "romanización" del fascismo mismo, mientras que es preciso concebir el giro republicano del segundo fascismo, el fascismo de Saló, que además se proclamó "social", como una de estas regresiones, debidas al traumatismo frecuentemente observadas en psicopatología: el resentimiento legítimo de Mussolini, los factores humanos, contingentes y dramáticos, que actuaron en esta coyuntura pueden incluso ser perfectamente reconocidos, pero no pueden hacer aparecer de otra forma la naturaleza del fenómeno, si nos mantenemos en el plano de los puros valores político‑institucionales. Así, desde nuestro punto de vista, no hay gran cosa a extraer del fascismo de la República Social.

En el origen, Mussolini no "toma" el poder sino que lo recibe del rey, asistiéndose a una especie de investidura completamente legal; de acuerdo con las instituciones, Mussolini fue encargado de formar gobierno. Tras los desarrollos sucesivos, pudo hablarse de una "Diarquía", es decir, de una coexistencia de la monarquía con una especie de dictadura; es la importancia que toma el segundo término lo que ha permitido a los enemigos actuales del régimen pasado hablar simplemente de la "dictadura fascista" apartado el otro término, la presencia monárquica, como si esto estuviera privado de toda significación.

Se han dirigido al sistema de la "diarquía" críticas animadas de otro espíritu. De un lado, hay quienes han creído descubrir en el respeto por la monarquía un equívoco o falta de fuerza revolucionaria del movimiento mussoliniano (pero olvidan indicar con precisión lo que habría debido ser, entonces, la verdadera conclusión de este movimiento). La verdad es que si hubiera existido en Italia una verdadera monarquía, una monarquía con un poder capaz de intervenir enérgicamente en toda situación de crisis y desintegración del Estado y no una monarquía como simple símbolo de autoridad, el fascismo no habría nacido jamás, no habría habido "revolución", o por decirlo mejor, la superación de la situación crítica en la que se encontraba la nación antes de la marcha sobre Roma habría llegado exclusivamente y en tiempo útil gracias a esta "revolución de lo alto", (con suspensión eventual de las obligaciones constitucionales), que es la única revolución admisible en el Estado tradicional, y gracias a la revisión sucesiva de las estructuras que hubieran dado muestras de su ineficacia. Pero ya que no existía esto, se siguieron otras vías. Es posible que el soberano realizase la "revolución de lo alto", en el interior de ciertos límites, a través de Mussolini y del fascismo, pensando quizás salvaguardar una especie de principio de la "neutralidad", del "reinar sin gobernar", principio formulado por el monarca en los últimos años del constitucionalismo liberal.

En términos de pura doctrina, no se dice que la situación diárquica que resulta fuera necesariamente un compromiso híbrido. Pudo, por el contrario, encontrar una justificación tradicional, sobre la base de antecedentes precisos.A este respecto,se tiene un ejemplo típico en la dictadura tal como fue originariamente concebida en la Roma antigua: no como una institución "revolucionaria" sino como una institución prevista por el sistema del orden existente legítimo, esencialmente destinada a completarlo en caso de necesidad, tanto como durara la situación de urgencia o la oportunidad de una concentración y de una activación particulares de las fuerzas existentes. Además, diferentes constituciones tradicionales, y no solo en Europa, han conocido dualidades análogos a las del REX y del DUX, del REX y del HERETIGO o IMPERATOR (en el sentido, sobre todo militar, del término), el primero encarnando el principio puro, sagrado e intangible de la soberanía y de la autoridad, el segundo presentándose como el que, en un período tempestuoso asume tareas o misiones particulares, recibiendo poderes extraordinarios en una situación crítica, poderes que no podían ser atribuidos al REX por el carácter mismo de su fundación superior. Y se exigía una personalidad particularmente dotada, ya que no debía extraer su autoridad de una pura función simbólica no‑actuante, de carácter "olimpico", por llamarla así.

Por lo demás, en tiempos menos lejanos, figuras particulares, como Richelieu, Metternich o Bismarck reprodujeron, en parte, junto a los soberanos, esta situación dual, y bajo esta relación MUTATIS MUTANDIS, no habría en principio gran cosa a reprochar a la "diarquía" del período fascista. La dignidad de Mussolini por lo demás, no se habría visto comprometida si su actividad se hubiera limitado a la de un gran Canciller lealista. En efecto, bajo ciertos aspectos fue también la función que asume hasta la creación del Imperio, no por él mismo, sino por el Rey de Italia. Incumbía a la monarquía ser más o menos celosa de sus prerrogativas específicas (o mejor, prerrogativas naturales que habrían debido ser las suyas en el nuevo Estado) en esta situación de hecho. En el sistema del "constitucionalismo autoritario" que existió bajo el Segundo Reich, Guillermo II no dudó en separar a Bismarck del poder, a aquel "Canciller de Hierro" creador de la unidad y de la nueva potencia alemana, cuando este tomó iniciativas con las cuales el soberano no estaba de acuerdo: pero sin impedir que Bismarck fuera siempre honrado como un héroe y considerado como el mayor hombre de Estado de la nación alemana.

Ya que debemos ocuparnos esencialmente de la doctrina, no tenemos que expresar un juicio de valor sobre la forma en que sobrevino la crisis de la "diarquía", cuando las cosas empeoraron en Italia, por razón de fuerza mayor, particularmente por el desarrollo desafortunado de la guerra. A decir verdad, desde el simple punto de vista jurídico, no habría gran cosa que criticar en el comportamiento de Victor Manuel III; puede incluso admitirse la existencia de una conspiración palaciega dirigida por Acquarone, Badoglio y algunos más. Formalmente Mussolini se presenta al rey como el jefe del fascismo, un jefe al cual la más alta asamblea de su movimiento, el gran Consejo, no habría renovado la confianza y que, designado por el mismo rey como jefe de gobierno, estaba ahora dispuesto a ofrecer su dimisión. Pero era muy cómodo, para el soberano, remitirse a las abstractas prerrogativas constitucionales, como si nada hubiera sucedido entre tanto, y emplear la caricatura liberal y constitucionalista de la no responsabilidad del REX. Las cosas hubieran debido suceder de otra manera: el lazo no escrito, pero por lo mismo más real, de una fidelidad de parte del soberano; un soberano que había permitido además que el blasón de la dinastía, en tanto que emblema oficial del reino italiano, hubiese sido modificado añadiéndosele el fascio litorio  ‑expresión clara y adecuada de la convergencia unitiva, que había caracterizado al Ventennio‑ autorizó, durante este período, que el poder del Estado fuera restablecido, no por la Derecha ‑inexistente‑ sino por el fascismo.

No es aquí el lugar para pronunciarse sobre el tratamiento al cual fue sometido Mussolini, ni sobre la manera con la cual se prestó fe a la declaración "la guerra continúa", ni sobre los acontencimientos que siguieron. Pero no podemos dejar de reconocer que, ante todo esto, los que juzgaron roto su lazo de fidelidad con el soberano y pasaron al servicio del segundo fascismo pueden reivindicar, por su comportamiento, una incontestable legitimidad; igualmente, puede comprenderse que un resentimiento muy humano llevase a Mussolini hacia lo que la historia, desgraciadamente, nos ofrece tantos ejemplos, para mayor gloria de la subversión: la toma de posición legítima contra una persona, se extiende o desplaza arbitrariamente hacia el principio del cual esta no es más que el representante, en este caso la monarquía. De ahí la proclamación por Mussolini de una república e incluso de una república llamada "social": cosa que ya hemos comparado a las regresiones involutivas que se verificaron en su personalidad tras los traumatismos psíquicos ya referidos.

Así, a través del encadenamiento de los acontecimientos que siguieron y que tuvieron de alguna manera el carácter de una Némesis, la monarquía en Italia debía acabar incluso sin ni siquiera una aureola de grandeza y tragedia.

 

 

El fascismo visto desde la derecha (IV) ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

El fascismo visto desde la derecha (IV)  ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

Biblioteca Evoliana.- El Estado fascista y el Estado tradicional no tienen la misma forma y estructuras. Evola, en el Capítulo Evola define uno y otro, desmintiendo a los que lo consideran un "autor fascista". Vale la pena recordar que Clemente Graziani, secretario general de Ordine Nuovo, cuando fue procesado por "reconstrucción del partido fascista", presentó como memorial defensivo un documento inspirado esencialmente en este capítulo. Evola definió los contenidos del "Estado Tradicional" en varias obras y artículos e incluso la revista "Civilta", publicada por el Centro Studi Ordine Nuovo en 1969 publicó el texto de una "Constitución" de inspiración tradicional, inspirado en todos estos textos.

 

 

CAPITULO IV

ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

 

En las líneas esenciales de su doctrina del Estado, el mensaje del fascismo debe ser considerado desde el punto de vista de la Derecha, a buen seguro, como positivo. Se encuentra precisamente en la órbita de un sano pensamiento político tradicional, y es partiendo de este pensamiento como es preciso rechazar netamente la polémica sectaria de denigramiento unilateral impuesta por el antifascismo. Pero una clarificación se impone. De un lado, es bueno precisar lo que había debido acentuarse para asegurarle un carácter inequívoco; del otro, es preciso indicar los puntos en donde se manifestaron, en el sistema y en la práctica fascista, las principales desviaciones.

En lo que respecta al primer punto, nos contentaremos con señalar que el principio de preeminencia del Estado sobre todo lo que es simplemente pueblo y nación debería articularse además a través de la oposición ideal entre Estado y "sociedad", debiendo estar reunidos bajo el término de "sociedad" todos los valores, todos los intereses y todas las disposiciones que entran en el dominio físico y vegetativo de una comunidad y de los individuos que la componen. En realidad, la antítesis entre los sistemas políticos que gravitan en torno a la idea del Estado y los que, por el contrario, lo hacen en torno a la idea de "sociedad" (tipo "social" del Estado) es fundamental sobre el plano de la doctrina. Entre los segundos, se encuentran las variantes del derecho natural, doctrinas del contrato con base utilitaria y de la democracia, con los desarrollos en cadena que llevan de la democracia liberal a las "democracias populares", es decir, marxistas y comunistas.

A este dualismo está ligada la definición del plano político en tanto que tal en términos, en cierto sentido, de una "trascendencia". Así, el contenido "heroico" o militar, por el servicio como honor y el lealismo en el sentido superior, que la existencia o al menos ciertos aspectos de la existencia, pueden adquirir en referencia al Estado, entra en juego. Se trata de una cierta tensión ideal elevada que lleva más allá de los valores no solo hedonistas (de simple bienestar material) sino también eudemonistas (incluso de bienestar espiritual). Es innegable que el fascismo se esfuerza en valorizar esta dimensión de la realidad política (que es preciso juzgar como opuesta a la realidad social), por su aspiración a una existencia antiburguesa, hecha de lucha y peligro (el famoso "vivir peligrosamente", prestado por Nietzsche a Mussolini, todo esto se resiente, además de la componente existencial, la de los antiguos combatientes, del movimiento fascista), y por la exigencia de una integración del hombre en medio de una "relación inmanente con una ley superior, una voluntad objetiva que transciende al individuo particular". La formulación de esta exigencia es significativa, incluso si no se llega a precisar el contenido de manera adecuada.

Juzgar las formas concretas por las cuales el fascismo busca adaptarse a esta exigencia, contrapartida irreprochable de la doctrina del Estado de la que hemos hablado antes, no es cosa fácil. Si puede reconocer el carácter exterior y forzado de diferentes usos e iniciativas de la Italia de ayer, esto no debe servir como pretexto para olvidar un problema de importancia capital. Se trata en el fondo, de la siguiente cuestión: de qué forma canalizar el impulso a la "autotrascendencia", impulso que puede ser reprimido y no expresado en el hombre, pero que no puede jamás ser completamente extirpado, salvo en el caso límite de una sistemática bastardización de tipo bovino. Las "revoluciones nacionales" de ayer intentaron facilitar un centro político de cristalización a este impulso (es, de nuevo, la acción ya mencionada de una "forma" sobre una "materia"), para impedir su bastardización y su manifestación o irrupción bajo formas destructoras. En efecto, nadie puede ignorar la crisis profunda de la "racionalización de la existencia operada por la civilización burguesa, la múltiple emergencia de lo irracional y de lo "elemental" (en el sentido mismo donde se habla del carácter elemental de las fuerzas naturales) a través de las fisuras de esta civilización sobre todos los planos.

Hoy con la recuperación de quimera de la "racionalización" se tiende, por el contrario, a rechazar y desacreditar todo lo que es tensión existencial, heroísmo y fuerza galvanizadora de un mito, precisamente bajo el signo de un ideal ya no político, sino "social" y de bienestar físico. Pero se ha precisado justamente que una crisis profunda es inevitable pues, al fin, PROSPERITY y bienestar ABURRIRAN. Los signos anticipadoras de esta crisis no faltan: están representados por todas las formas de revuelta ciegas, anárquicas y destructoras de una juventud que precisamente en las naciones más prósperas, perciben el absurdo y el sin sentido completo de la existencia socializada, racionalizada, materializada, encuadrada en la "sociedad de consumo". En estas naciones, el impulso elemental no encuentra más objeto y, abandono a sí misma, vuelve a la barbarie.

En las sociedades tradicionales, una cierta liturgia o una cierta mística de la potencia y de la soberanía han existido siempre; era parte integrante del sistema y facilitaban una solución al problema del cual acabamos de hablar. No hay pues lugar para rechazar algunas iniciativas tomadas por el fascismo ni su voluntad de mantener un clima general de tensión elevada; se trata más bien de reconocer el límite más allá del cual esto solo tuvo algo de teatral  e inauténtico, en un marco, a menudo determinado por la inadecuación entre principios e intenciones de un lado, y por un cierto material humano de otro.

A decir verdad, un problema grande se plantea sin embargo en este contexto, que no puede ser estudiado a fondo en el presente análisis. Se refiere a la acusación según la cual un sistema político como el que estudiamos, usurpa un significado religioso, desvía la capacidad humana de creer y sacrificarse y, en general el poder de autotrascendencia del hombre en relación a su objeto legítimo, que sería precisamente la religión, para orientarlo hacia sucedáneos profundos. Se ve claramente que esta objeción es válida en la medida que se parte de un dualismo esencial e insuperable entre, mundo del Estado y mundo espiritual o de lo sagrado. Es preciso entonces aceptar netamente lo que comporta tal dualismo: implica, de un lado, la desacralización y la materialización de todo lo que es político, poder, autoridad; de otra la "des‑realización" de todo lo que es espiritual y sagrado. es preciso entonces aceptar netamente también, como consecuencia natural el "Dar al César", y todas las tentativas de la teología política para resolver la fractura así operada no pasando del simple compromiso.De otra parte, es preciso recordar que esta escisión fue ignorada por toda una serie de organismos políticos tradicionales europeos, en los cuales tal o cual forma de sacralización del poder y de la autoridad representó incluso el pivote de la legitimidad de todo el sistema. En principio, si la autoridad y la soberanía no poseen un cierto carisma espiritual, no pueden ni siquiera merecer ese nombre, y todo el sistema del estado auténtico queda falto de un sólido centro de gravedad para todo lo que no se reduzca a lo simplemente administrativo y "social".

Pero la situación general de la época y el significado que el catolicismo en tanto que fuerza social ha tenido en Italia debían impedir al fascismo afrontar directamente la grave cuestión de la justificación suprema del Estado, aunque fue debido y se intentó mediante la recuperación verdadera y valiente de la idea romana. Y, de hecho, todo no cesa de vascular. De un lado, Mussolini reivindicó en varias ocasiones un valor "religioso" para el fascismo,pero de otro no llegó a precisar cual debía ser en concreto esta religiosidad, en la medida en que debería estas asociada a la idea política y, en consecuencia, diferente de una evolución común e informe orientada hacia el supra‑mundo. Mussolini declara que "el Estado no tiene teología, sino una moral". Pero con esto continúa el equívoco, pues toda moral, para tener una justificación profunda y un carácter intrínsecamente normativo, no debe ser una simple convención de la vida en sociedad; es preciso que tenga un fundamento "trascendente", a fin de remitir a un plano no diferente del plano religioso donde  nace la "teología". Era pues natural que se llegara a menudo al enfrentamiento, especialmente cuando se entraba en el terreno de la educación y de la formación espiritual de las jóvenes generaciones, entre el fascismo y los representantes de la religión dominante, deseosos de monopolizar todo lo que tuviera un carácter propiamente espiritual, apoyándose sobre las cláusulas del Concordato (1)

De otra parte, es bastante evidente que si no se afronta el problema es imposible separar completamente ciertas interpretaciones de los movimientos de tipo "fascista" que hacen de ellos sucedáneos en un mundo desacralizado, incluyéndolos en el marco de las modernas místicas secularizadas y "paganas": incluso elementos como la lucha y el heroísmo, la fidelidad y el sacrificio, el desprecio por la muerte y así sucesivamente, pueden tomar un carácter irracional, naturalista, trágico y oscuro (Keiselring había hablado concretamente de una coloración TELURICA de la "revolución mundial"), cuando falta este punto de referencia superior y, en cierta forma, transfigurante del que hemos hablado y que pertenece necesariamente a un plano trascendente diferente del dominio de la simple ética.

Para pasar a otro tema, en materia de compromisos, se debe recordar que si una oposición fundamental entre lo que es político y lo que es "social" fue suficientemente puesta de relieve en la doctrina fascista, por el contrario, una oposición análoga no fue formulada respecto al nacionalismo apelando simplemente a los sentimientos de patria y de pueblo, y asociados a un "tradicionalismo" que, en Italia, por el carácter mismo de la historia precedente de la nación, no tenía nada en común con la tradición entendida en el sentido superior, sino que se reducía a un mediocre conservadurismo de tipo burgués "bienpensante", más o menos católico y conformista. La unión de la corriente nacionalista, en la medida en que también, partiendo de estas posiciones de referencia, había buscado organizarse sobre el plano activista (los "camisas azul celeste") contra los movimientos subversivos italianos, y del movimiento fascista, contribuyó a una cierta desnaturalización de la idea política fascista. Ciertamente, no pueden olvidarse las condiciones en las cuales sucumbe la política cuando es el "arte de lo posible". En los últimos tiempos el PATHOS de la "patria" y la llamada a los sentimientos nacionales en la lucha contra las corrientes de izquierda han sido uno de los raros medios aún a disposición. Por ello en la Italia actual "ser nacional" sirve a menudo como sinónimo de "ser Derecha". Pero desde el punto de vista de los pincipios se tiene aquí una desnaturalización análoga a la ya observada que hace que el liberalismo, antigua bestia negra de los hombres de derecha, haya podido ser considerada hoy como orientado a derecha.

Históricamente, la relación entre movimientos "nacionales" y movimientos revolucionarios referidos a los principios de 1789, en innegable, incluso aunque no queramos remontarnos hasta el lejano período de la aparición y emanación de las "naciones" bajo la forma de "estados nacionales" monárquicos que provocaron la desintegración de la civilización imperial y feudal de la Edad Media europea. Desde el punto de vista de la doctrina es muy importante comprender el carácter naturalista y, en cierta forma, prepolítico que presentan los sentimientos de patria y de nación (carácter prepolítico y naturalista no diferente del sentimiento de la familia) en relación a lo que une, por el contrario, a los hombres sobre el plano específicamente político, en torno a una idea y un símbolo de soberanía. Además, todo PATHOS patriótico tendrá siempre algo de colectivista: se resiente de lo que se ha llamado el "Estado de las masas". Volveremos sobre este punto. Por un instante, creemos legítimo hablar de la desnaturalización habida en el fascismo (a parte de lo que puede referirse a la componente señalada antes del precedente partido nacionalista) por el mito de la nación en general, con consignas, referencias y prolongaciones que llevaban al populismo. Si la mezcla de todo esto con la doctrina, formulada además claramente, cuyo valor tradicional hemos puesto en evidencia, de la preeminencia del estado sobre la nación, puede ser considerado como una característica del fascismo en tanto que realidad de hecho, esto no impide que en esta mezcla se practique, según un puro pensamiento de Derecha, un compromiso, y que las diversas componentes deban ser separadas y referidas a dos mundos ideales bien distintos.

Con la mentalidad hoy dominante, esta precisión sobre el valor del concepto de patria y de nación en vistas a una purificación del ideal de estado auténtico, podrá no parecer del todo evidente. Sin embargo, bastará quizás hacer observar cuan fácil es abusar de los llamamientos a la patria y a la nación mediante una retórica verbalista e imprudente, con fines inconfesables. Es fácil advertirlo hoy en el patriotismo anclado en Italia, con fines inconfesables, igualmente, pero de carácter táctico y electoral, incluso en partidos que, realmente, no tienden solo al anti‑estado, sino también a la negación del contenido superior eventual que podría recogerse en un nacionalismo purificado y mejorado. Por lo demás, se ha podido hablar en Rusia de una "patria soviética" y ayer, durante la guerra de los soviéticos contra Alemania, ha sido posible apelar al patriotismo de los "camaradas": puro absurdo, desde el punto de vista de la verdadera ideología comunista. Es preciso recordar, en fin, que a pesar de los compromisos indicados, la idea de la realidad trascendente del estado no deja de ser una característica del fascismo, que le diferenciaría de movimientos similares: esta idea fue a menudo percibida como un elemento distintivo, "romano", en relación a la ideología nacional‑socialista en la cual el énfasis se colocaba más bien (al menos en la doctrina) en el pueblo‑raza y sobre la VOLKSGEMEINSCHAFT (2).

De entre los peligros presentados por el sistema fascista desde el punto de vista, no de una informe democracia liberal, sino de la verdadera Derecha, el más grave puede ser quizás el totalitarismo.

El principio de una autoridad central inatacable se "esclerotiza" y degenera cuando se afirma a través de un sistema que lo controla todo, que militariza todo y que interviene por todas partes según la famosa fórmula "Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el Estado" Si no se precisa en ALGUNOS TERMINOS como se debe concebir tal inclusión, una fórmula de este tipo no puede valer más que en el marco de un estatismo de tipo soviético, estando presentes las premisas colectivistas, materialistas de este: no por un sistema de tipo tradicional reposando sobre valores espirituales, sobre el reconocimiento del sentido de la personalidad y sobre el principio jerárquico. Por ello, en la polémica política, se ha podido concebir un común denominador hablando de un totalitarismo de derecha y de un totalitarismo de izquierda: lo que no es sino un verdadero absurdo.

El Estado tradicional es orgánico y no totalitario.Es diferenciado y articulado, admite zonas de autonomía parcial. Coordina y hace participar en una unidad superior a fuerzas cuya libertad sin embargo reconoce. Precisamente por que es fuerte, no tiene necesidad de recurrir a una centralización mecánica: esta no es reclamada más que cuando es necesario controlar una masa informe y atómica de individuos y voluntades, lo que hace, además, que el desorden no pueda jamás ser verdaderamente eliminado, sino solo provisionalmente contenido. O por emplear una afortunada expresión de Walter Heyndrich, el Estado auténtico es OMNIA POTENS, no OMNIA FACENS, es decir que detenta en el centro un poder absoluto que puede y debe hacer valer sin trabas en caso de necesidad o en las decisiones últimas, más allá del fetichismo del "estado de derecho"; pero no interviene en todas partes, no se superpone a todo, no tiende a imponer una vida cuartelera (en sentido negativo), ni un conformismo nivelador, en lugar del reconocimiento libre y del lealismo; no procede a intromisiones  impertinentes e imbéciles de lo público y de lo "estatal" en lo privado. La imagen tradicional es la de una gravitación natural de sectores y unidades parciales en torno a un centro que dirige sin apremio, actúa por su prestigio, su autoridad, ciertamente puede recurrir a la fuerza, pero  se abstiene lo más posible. La prueba de la vitalidad efectiva de un Estado la   da la medida del margen que puede conceder a una descentralización parcial y racional (3). La ingerencia sistemática del Estado no puede ser un principio más que en el socialismo del Estado tecnocrático y materialista.

En oposición a esto, la tarea esencial del Estado auténtico es crear un cierto clima general, inmaterial en un sentido, según lo  propio a los regímenes de la época precedente. Tal es la condición necesaria a fin de que un sistema en que la libertad es siempre el factor fundamental tome cuerpo de manera prácticamente espontánea y funcione de forma justa con un mínimo de intervenciones rectificaciones. A este respecto, la oposición es significativa, sobre el plano económico, entre el ejemplo norte‑ americano, donde el gobierno federal ha debido promulgar una severa ley anti‑trust para combatir las formas de piratería y de cínico despotismo económico nacidos en el clima de la "libertad" y del libre‑cambio, y el ejemplo de la actual Alemania Federal donde, bajo otro clima ‑que es preciso considerar en buena parte como una herencia residual ligada a ciertas predisposiciones raciales de los regímenes precedentes‑ la libertad económica se desarrolla en una dirección esencialmente positiva y constructora, sin intervenciones particulares, centralizadoras del Estado.

Cuando el fascismo presenta un carácter "totalitario" debe pensarse en una desviación en relación a su exigencia más profunda y válida. En efecto, Mussolini ha podido hablar del Estado como de un "sistema de jerarquías" jerarquías que "deben tener un alma" y culminar en una élite: el ideal diferente del ideal totalitario. Ya que hemos hablado de economía ‑aunque volveremos sobre esta cuestión‑ la tendencia "pancorporativa" que tenía efectivamente un carácter totalitario fue desaprobada por Mussolini, y en la Carta del Trabajo la importancia de la iniciativa privada fue ampliamente reconocida. Por lo demás, podría hacerse referencia al símbolo mismo del fascio litorio, del que el movimiento de revolución antidemocrática y antimarxista de los Camisas Negras extrajo su nombre y que, según una frase de Mussolini, debía significar "unidad, voluntad, disciplina". El fascio, en efecto, se compone de varas distintas unidas entorno a un hacha central, la cual, según un simbolismo arcaico común a numerosas tradiciones antiguas expresa la potencia de lo alto, el puro principio del Imperio. Se tiene pues a la vez unidad y multiplicidad, en sinergia y orgánicamente unidos, en correspondencia visible con las ideas mencionadas anteriormente.

De otra parte, es preciso observar que el Estado democrático italiano actual, ha mostrado que podría ser, bajo pretextos "sociales", mucho más invasor y estatizante que el régimen precedente, el fascismo y, es sobre todo en otro sector, en relación con lo que fue el "Estado ético", que el mundo del Estado automáticamente debe ser rectificado. Hemos reconocido un carácter positivo a la concepción del Estado en tanto que principio o poder supra‑ordenado que da forma a la nación, y hace poco hemos hablado de la tarea consistente en crear un cierto clima general. Una de las principales aspiraciones del fascismo fue también marcar el comienzo de un nuevo estilo de vida: al Estado agnóstico demoliberal, "el colchón sobre el cual todo el mundo pasa", Mussolini opone un Estado "que transforme al pueblo continuamente", llegará incluso a decir: "hasta en su aspecto físico".

Pero para todo esto el peligro y la tentación de medidas directas y mecanicistas, de tipo "totalitario" en concreto, se presenta inevitablemente. En efecto lo que se trata esencialmente debería ser pensado en términos análogos a lo que se llama en química acción catalítica o a lo que fue designado en Extremo‑Oriente, con una expresión que no es paradójica más que en apariencia, el "actuar sin actuar", es decir, la acción debida a una influencia espiritual, no por medidas exteriores y obligatorias. Cualquiera que tenga suficiente sensibilidad no puede dejar de presentir la oposición entre esta idea y la dirección propia al Estado ético tal como la concibió una cierta filosofía representada esencialmente por Giovanni Gentile (4). En esta interpretación el clima de un Estado desciende al nivel de un centro de reeducación o de reforma, y el carácter del jefe es el de un pedagogo invasor y presuntuoso. Y aunque se refieran  a un dominio particular, las palabras siguientes son del mismo Mussolini: "Que no se piense que el Estado tal como lo concebimos y queremos, toma al ciudadano por la mano como el padre la de un hijo para guiarlo". Las relaciones existentes entre soberanos y sujetos, así como entre jefes y subordinados, sobre un plano viril y combatiente, reposan sobre la libre adhesión y el respeto recíproco, sin ingerencia en lo que es solamente personal y cae fuera de lo que es objetivamente requerido por los fines de toda acción común, ofrecen otro ejemplo claro de la dirección opuesta y positiva. Todo lo que ha revestido en el fascismo el carácter de una pedagogía del Estado y de una expresión ejercida no sobre el plano político y objetivo sino sobre el de la vía normal personal, como uno de los aspectos del "totalitarismo", debe ser pues incluido en la lista de las desviaciones del sistema. A este respecto, fue típico entre todos el ejemplo de la "campaña demográfica" fascista, odiosa independientemente del hecho de que reposaba sobre el absurdo principio de que el "número es potencia", principio desmentido por toda la historia, el "mando" ha estado siempre contenido en pequeños grupos de dominadores y no por la explosión democrática de masas de desheredados y de parias invasores de las tierras más ricas sin otros derechos que su miseria y su incontinencia procreadora. Que a una campaña demográfica en Italia, cuya población era ya excedentaria, fue además absurda como en no importa que otra nación, aparte del equívoco sobre la significación del "número", eran hechos evidentes. En general, prejuicios y una cierta irresponsabilidad impidieron reconocer un punto cuya importancia no será jamás subrayada suficientemente, a saber, que el crecimiento natural de la población global es uno de los primeros factores de la crisis y de la inestabilidad política y social de los tiempos modernos. En el caso donde medidas enérgicas apareciesen como verdaderamente necesarias al bien común, precisamente para limitar este mal pandémico, y no para agudizarlo más (como con la campaña demográfica fascista) deberían ser recuperadas sin ninguna duda.

Sobre la misma línea que el "Estado ético", es decir, de pretensión pedagógica, la preocupación por la "pequeña moral" antes que por la "gran moral" se evidencia a menudo en el fascismo: en lo que concierne a la vida sexual particularmente, con medidas públicas represivas e inhibitorias. Esto se debió en parte a la componente burguesa del fascismo, que no fue muy diferente por su moralismo ‑hay que reconocerlo‑ de un régimen más o menos puritano de tipo demócrata‑cristiano, pero el ETHOS, en el sentido antiguo, es cosa diferente de la moral tal como la ha concebido la sociedad burguesa. Una civilización "guerrera" ‑y la ambición del fascismo era precisamente dar nacimiento a una civilización "moralista" o, mejor, para utilizar un término de Wilfredo Paretto, una civilización de "virtuosismo".

Aquí también la libertad de la persona debe ser respetada y se debe tender a una tensión ideal elevada y no a una "moralización".

Todo esto nos lleva sin embargo fuera del dominio particular de las presentes consideraciones. Lo que es preciso establecer aquí, en general, es la idea de la acción por el prestigio, por la llamada a formas especiales de sensibilidad, de vocación y de interés de los individuos, idea que debe ser propia del Estado auténtico y de sus jefes. Si el llamamiento no encuentra eco, no se podrá siquiera alcanzar por otras vías lo que importa verdaderamente; un pueblo, y una nación irán a la deriva o se reducirán a una masa impotente entre las manos de los demagogos expertos en el arte de actuar sobre las capas sub‑personales, pre‑personales y las más primitivas del ser humano.

Habiendo entrado en consideración el concepto de libertad en estas últimas precisiones críticas, será bueno añadir algunas breves consideraciones sobre el sentido que la libertad puede tener en un Estado de tipo voluntarista, como quiso ser el Estado fascista, y no de tipo contractual.

Hay una palabra de Platón que hemos citado ya en otras ocasiones y que dice que es bueno que quien no tiene un soberano en sí mismo, tenga al menos un buen soberano fuera de sí mismo.Esto lleva también a distinguir una libertad positiva de la libertad puramente negativa, es decir, exterior, de la que puede igualmente gozar quien, libre en relación a los otros, no lo es del todo en relación a sí mismo, en relación a la parte naturalista  de su ser; a lo que es preciso añadir la distinción bien conocida entre el hecho de ser libre DE alguna cosa y el de ser libre PARA alguna cosa (para una tarea, para una función dada). En una obra reciente, hemos indicado que la conquista de una libertad "negativa" con la que no se ha sabido que hacer, visto el no‑sentido y el absoluto absurdo de la sociedad moderna, es la causa principal de la crisis existencial del hombre contemporáneo. En verdad, personalidad y libertad no pueden ser concebidas más que a medida en que el individuo se libera más o menos de los lazos naturalistas, biológicos, individualistas que caracterizan las formas pre‑estatales y pre‑políticas en un sentido puramente social, utilitario y contractual. Puede entonces concebirse que el Estado auténtico, el Estado caracterizado por la "trascendencia" del plano político, facilite un medio propicio para el desarrollo de la personalidad y de la verdadera libertad, en el sentido de una VIRTUS, según la acepción clásica; por su clima de tensión elevada, se dirige una llamada permanente al individuo para que este se recupere, vaya más allá de la simple vida vegetativa. Evidentemente, todo tiene justos puntos de referencia, especialmente el hecho de dar, debe ser realmente "anagógico", es decir, "tendiente hacia lo alto" (para esto, digámoslo de paso, poner como punto de referencia un "bien común" abstracto que refleja, en mayor medida, el "bien individual" concebido en términos materiales, es absolutamente inadecuado). Una vez eliminado el equívoco del totalitarismo, es preciso  desterrar de la forma más neta la acusación según la cual un sistema político que repose sobre la autoridad es en principio incompatible con los valores de la persona y elimina la libertad. La libertad que puede sentirse negada por un sistema de este tipo, no es más que la libertad insípida, sin forma, la pequeña y, en el fondo, poco interesante libertad: y todas las argumentaciones de un "nuevo humanismo" de intelectuales descentrados no pueden nada contra esta verdad fundamental.

Para evitar todo equívoco, y recuperando lo que hemos dicho anteriormente sobre el arte de los demagogos, es preciso sin embargo reconocer fuera de toda duda que además de la posibilidad "anagógica", existe la posibilidad "catagógica" (tendiente hacia lo bajo). Es decir que el individuo puede "transcenderse", salir de sí subordinando incluso sus propios intereses inmediatos, en un sentido no ascendente sino descendente. Lo que sucede precisamente en los "Estados de masa", en los movimientos colectivistas y demagógicos con fondo pasional e infra‑racional, los cuales pueden también dar al individuo la sensación ilusoria, momentánea de una vida exaltada e intensa; pero esta sensación es condicionada por una regresión, por una disminución de la personalidad y de la verdadera libertad. Los casos donde es difícil distinguir entre las dos posibilidades no faltan, los dos fenómenos pueden incluso presentarse simultáneamente. Pero lo que hemos dicho facilita puntos de referencia precisos y permite impedir que se haga valer de forma tendenciosa contra el sistema político que buscamos definir en función de elementos positivos y tradicionales (incluso cuando estos no superan el estado de exigencias y aspiraciones) argumentos que no pueden haber tomado cuerpo más que sobre un sistema de tipo completamente diferente. Ya hemos afirmado que era absurdo establecer paralelismo hablando de totalitarismo de derecha y de totalitarismo de izquierda. Si se quiere emplear el término "totalitarismo" de manera precisa, la diferencia esencial podría ser expresada de forma perentoria diciendo que el totalitarismo de Derecha es "anagógico", mientras que el de izquierda es "catagógico", y  es solo porque ambos están igualmente opuestos al inmovilismo del individuo burgués, limitado y hueco, que un pensamiento miope cree que tienen algo en común.

 

 

El fascismo visto desde la derecha (III) EL ESTADO Y LA NACION

El fascismo visto desde la derecha (III) EL ESTADO  Y LA NACION

Biblioteca Evoliana.- En el capítulo III de "El Fascismo visto desde la Derecha", Evola aborda un tema polémico: el concepto que el fascismo se forja del Estado y de la Nación. Evola recuerda que la idea de "nación" es fundamentalmente moderna, pero percibe en la voluntad de Imperio del fascismo un rasgo que remite a las mejores tradiciones europeas. En realidad, este capítulo III es una aplicación de la crítica de los conceptos de Estado, Nación e Imperio, que realiza Evola en "Los Hombres y las Ruinas".

 

CAPITULO III

EL ESTADO Y LA NACION

El significado fundamental que el fascismo revistió, definiéndolo y asumiéndolo fue, desde nuestro punto de vista, el de una reacción que partiendo de las fuerzas de ex‑combatientes y de nacionalistas, afrontó una crisis que era, esencialmente, la de la concepción misma del Estado, de la autoridad y del poder central en Italia.

La Italia de la inmediata pos‑guerra se presentaba como un Estado laico en el que la influencia masónica era considerable, con un débil y mediocre gobierno demo‑liberal y una monarquía privada de su poder, es decir, de tipo constitucional parlamentario, un Estado privado en su conjunto de un "mito" en sentido positivo, a saber, de una idea superior, animadora y formadora, que fuera algo más que una simple estructura de la administración pública. Que en tales condiciones la nación no estuvo a la altura de hacer frente a los graves problemas que las fuerzas puestas en movimiento por la guerra y tras la guerra, imponían y de combatir las sugestiones sociales revolucionarias difundidas en las masas y el proletariado por los activistas de izquierda, fue siempre demasiado evidente.

El mérito del fascismo, es pues, ante todo, haber alzado la idea de Estado en Italia, de haber creado las bases de un gobierno enérgico afirmando el principio puro de la autoridad y de la soberanía políticas. Este fue, por así decir, el aspecto positivo del movimiento, a medida que se definió y logró liberarse de sus principales componentes originales: la del espíritu combatiente revolucionario, la tendencia genéricamente nacionalista y también la de un sindicalista inspirado en Sorel.

En esta perspectiva, puede hablarse de una especie de inversión o desplazamiento "vectorial" del movimiento intervencionista italiano. En efecto, ideológicamente el intervencionismo, como ya hemos subrayado comportó la adhesión de Italia al frente de la democracia mundial coaligada contra los Imperios Centrales y refiriéndose, bajo distintos aspectos, al espíritu del Risorgimento, es decir a las ideas de 1848; pero, esencialmente, el intervencionismo tuvo un sentido revolucionario autónomo y la guerra fue una ocasión para el despertar de las fuerzas que no soportaban más el clima de la Italia burguesa, fuerzas que, como el espíritu combatiente, alimentaron al fascismo; no aceptando "normalizarse" de nuevo en este clima, cambiaron de polaridad sobre el plano ideológico y se orientaron hacia la Derecha, hacía el ideal de Estado jerárquico y de su "nación militar", las tendencias socialistas y puramente insurreccionales (así como republicanas) antes de la marcha sobre Roma fueron rápidamente eliminadas. Este aspecto "existencial" del fascismo debe ser colocado y apreciado en su justa medida. En cuanto al otro aspecto, fue tal que Mussolini una vez en el poder, pudo preconizar la aparición de nuevas jerarquías y hablar de un nuevo "siglo de autoridad, un siglo de la derecha, un siglo del fascismo". Cuando afirma (1926): "Representamos un principio nuevo en el mundo (actual). Representamos la oposición neta, categórica, definitiva, a todo el mundo... a los Inmortales Principios de 1789", pone de manifiesto el "momento contra‑ revolucionario" como uno de los aspectos más importantes del movimiento.

Estructuralmente, en cierta medida, podría aplicarse pues la designación de "revolución conservadora" potencial, designación que fue utilizada tras la primera guerra mundial y con el hitlerismo, igualmente con una fuerte componente de antiguos combatientes: pero esto a condición de referir el conservadurismo a algunos principios políticos (a los cuales la ideología de la Revolución francesa representaba la negación), no a una realidad de hecho preexistente, pues hemos visto que la Italia pre‑ fascista no tiene nada que hubiera podido dar al conservadurismo un contenido superior y positivo. No había gran cosa digna de ser "conservada". A diferencia del movimiento alemán paralelo que acabamos de mencionar, bajo varios aspectos el fascismo debió prácticamente partir de cero en Italia. Este hecho explica también, incluso aunque no los justifique, algunos de sus rasgos más problemáticos.

Por regla general, toda forma de ideología societaria y democrática fue suprimida en la doctrina política fascista. Se reconoció la preeminencia del Estado sobre el pueblo y la nación, es decir, la dignidad de un poder supraordenado, en función del cual la nación adquiere una conciencia verdadera, una forma y una voluntad, participando en un orden superador del plano naturalista. Mussolini tuvo ocasión de afirmar en 1924: "sin Estado no hay Nación. Hay solamente un conglomerado humano susceptible de recibir todas las desintegraciones que la historia pueda infligirle" (1927). Añade y precisa: "No es la nación quien engendra el Estado. Por el contrario, la nación es creada por el Estado que da al pueblo (...) una voluntad y, en consecuencia, una existencia afectiva". La fórmula "el pueblo es el cuerpo del Estado y el Estado el espíritu de este cuerpo" (1934) remite, si se interpreta de manera justa, a la idea clásica de una relación dinámica y creadora entre la "forma" y la "materia". El pueblo, la "nación" en el sentido corriente, naturalista y romántico, no son más que la "materia" (el cuerpo), el Estado es la "forma" concebida como fuerza organizada y animadora, según la interpretación de la "materia" y de la "forma" dada por la filosofía tradicional iniciada en Aristóteles.

La concepción falsa de un Estado que debería contentarse con proteger las "libertades negativas" de los ciudadanos como simples individuos empíricos, "garantizar un cierto bienestar y una vida comunitaria pacífica" reflejan o siguen pasivamente, en el fondo, a las fuerzas de la realidad económica y social concebidas como fuerzas primarias, tal concepción es pues rechazada. Se permanece también en oposición a la idea de una simple burocracia de la "administración pública", según la imagen agrandada de lo que pueden ser la forma y el espíritu de cualquier sociedad privada con fines puramente utilitarios.

Cuando junto a esta concepción de base el fascismo afirma el trinomio "autoridad, orden, justicia", es innegable que recupera la tradición que formó a los grandes Estados europeos. Se sabe además que el fascismo evoca y procura evocar, la idea romana como integración suprema y específica del "mito" del nuevo organismo político, "fuerte y orgánico". La tradición romana, para Mussolini, no debía ser retórica sino una "idea‑fuerza" y un ideal para la formación de un nuevo tipo humano que habría debido tener el poder entre las manos. "Roma es nuestro punto de partida y referencia. Es nuestro símbolo y nuestro mito" (1922). Esto testimonia una vocación precisa, pero también una gran audacia: era querer tender un puente sobre un abismo de siglos, para recuperar el contacto con la única herencia verdaderamente válida de toda la historia desarrollada sobre el suelo italiano. Pero una cierta continuidad positiva no se establecía más que a nivel del sentido del Estado y de la autoridad (del IMPERIUM en el sentido clásico) así como en relación con la ética viril y un estilo hecho de dureza y disciplina que el fascismo propuso al italiano. Una profundización de las demás dimensiones del símbolo romano ‑dimensiones espirituales en el sentido propio, de la visión del mundo‑ y de las precisiones sobre la romanidad a las cuales debía precisamente referirse, no tuvieron lugar, por el contrario, bajo el fascismo oficial; los elementos que podían emprender esta profundización no existían o no fueron utilizados.

 

 

El fascismo visto desde la derecha (II) NEOFASCISMO, ANTIFASCISMO: MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO

El fascismo visto desde la derecha (II) NEOFASCISMO, ANTIFASCISMO: MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO

Biblioteca Evoliana.- El segundo capítulo de "El Fascismo Visto desde la Derecha" nos evoca una frase del Secretario General del Partido Comunista Italiano, Amadeo Bordhiga: "Lo peor del fascismo... será el antifascismo". Y Bordhiga debía saberlo en tanto que antifascista. En este capítulo estamos todavía en los prolegómenos de la obra, en la que Evola sigue definiendo los puntos de partida de su análisis: ni exaltación, ni denigración. Evola, en toda su obra, persigue la búsqueda de la objetividad: ver la realidad tal cual es, sin aditamentos, sin falsificación, cueste lo que cueste y lleve a donde lleve. Por eso, este no es un libro "fascista", simplemente intenta analizar el fascismo desde el punto de vista del pensamiento tradicional.

 

 

CAPITULO II

NEOFASCISMO, ANTIFASCISMO: MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO

Hoy tanto la democracia como el comunismo designan por "neofascismo" a las fuerzas "nacionales" que en Italia se les oponen más firmemente. En la medida en que esta designación fue aceptada sin reservas por las fuerzas en cuestión,se creó una situación compleja llena de equívocos y que se presta peligrosamente al juego de los adversarios. Entre otros, es también la causa de esto que puede definirse en un sentido evidentemente peyorativo como "nostálgicos". El fascismo ha sufrido un proceso que puede calificarse de MITOLOGIZACION y la actitud adoptada respecto a él por la mayor parte de las gentes reviste un carácter pasional e irracional, antes que crítico e intelectual. Esto vale en primer lugar para los que, precisamente, conservan una fidelidad a la Italia de ayer. En amplia medida estos últimos han hecho de Mussolini precisamente y del fascismo un "mito", y su mirada se ha vuelto hacia una realidad históricamente condicionada y hacia el hombre que ha sido el centro, antes que hacia las ideas políticas consideradas en sí mismas y por sí mismas, independientemente de estas condiciones, a fin de que puedan siempre guardar, eventualmente, su valor normativo en relación a un sistema político bien definido.

En el caso contemplado en el presente, la mitologización ha tenido naturalmente como contrapartida la IDEALIZACION, es decir, la valoración solo de aspectos positivos del régimen fascista, mientras que se relegaba en la sombra deliberadamente o inconscientemente a los aspectos negativos. El mismo procedimiento se ha practicado en sentido opuesto por las fuerzas antinacionales en vistas a una mitologización teniendo como contrapartida, esta vez, la denigración sistemática, la construcción de un mito del fascismo en el cual se evidencia, de manera tendenciosa, solo los aspectos más problemáticos del fascismo, a fin de desacreditarlo y hacerlo odioso en su conjunto.

Se sabe que en este segundo caso la mala fe y la pasión partisana están manifestándose en el origen de un procedimiento suplementario y de una argumentación privada de toda legitimidad: se pretende establecer un lazo causal entre lo que concierne exclusivamente a los acontecimientos y las consecuencias de una guerra perdida y el valor intrínseco de la doctrina fascista. Para todo pensamiento riguroso, un lazo de este tipo no puede ser sino arbitrario. Debe afirmarse que el valor eventual del fascismo como doctrina (abstracción hecha de una política internacional dada) está tan poco comprometido con las consecuencias de una guerra perdida como tampoco hubiera podido ser confirmado por una guerra victoriosa. Los dos planos son totalmente distintos aunque disguste a los partidarios del dogma historicista AL CUAL SE REFIEREN GUSTOSOS HOMBRES sin carácter.

Más allá de todo unilateralismo partidista, quienes a diferencia de los "nostálgicos" de la joven generación, han vivido el fascismo y han tenido en consecuencia una experiencia directa del sistema y de los hombres, saben que muchas cosas no funcionaban en el fascismo. Tanto como el fascismo existió y pudo ser considerado como un movimiento de reconstrucción en marcha, cuyas posibilidades no estaban todavía agotadas y cristalizadas, era incluso permisible no criticarlo en otros aspectos. Los que, como nosotros, aunque defendiendo ideas que no coincidían más que parcialmente con el fascismo (o con el nacional‑socialismo) no condenaron estos movimientos aun teniendo claramente conciencia de sus aspectos problemáticos o desviados, actuaron así porque esperaban precisamente otros eventuales desarrollos ‑que era preciso favorecer por todos los medios comprometiéndose‑ desarrollos que habrían rectificado o eliminado los aspectos en cuestión.

Pero siendo ahora el fascismo una realidad histórica pasada, ya no es posible mantener la misma actitud. Antes que la idealización propia del mito, lo que se impone es la separación entre lo positivo y lo negativo, no con una finalidad teórica, sino también con una función práctica en vistas a una posible lucha política. No debería pues aceptarse la etiqueta de "fascista" o "neo‑fascista" sin discusión: debería decirse fascista (si hay lugar) en relación con lo que hubo de positivo en el fascismo y no con lo que hubo de negativo.

Superados positivo y negativo, es preciso también recordar que el fascismo por su carácter, ya señalado, de movimiento susceptible de conocer desarrollos comprendía diversas tendencias, cuyo único porvenir ‑si el desastre militar y el hundimiento interno de la nación no lo hubieran paralizado todo‑ habría podido decir cuales debían prevalecer. En Italia ‑pero también en Alemania‑ la unidad no excluía las tensiones importantes en el interior del sistema. No haremos alusión aquí a simples tendencias ideólogicas representadas por tal o cual individuo, por tal o cual grupo; en amplia medida estas tendencias fueron inoperantes y no pueden ser tenidas en consideración en nuestro estudio. Se trata más bien de elementos concernientes a la estructura del sistema y del régimen fascista, tomados en su realidad concreta en su organización estética y, en general, institucional. Esta es la segunda razón y la más importante, de la necesidad de superar la mitologización y de no recuperar el fascismo de forma ciega. Si se piensa además en los dos fascismos, en el fascismo clásico del Ventennio (1) y en el de la República Social Italiana, ciertamente unidos por una continuidad de fidelidad y de combate, pero fuertemente diferentes sobre el plano de la doctrina política ‑en parte bajo el efecto de la influencia fatal de las circunstancias‑ el problema de la discriminación parecerá aun más evidente; y se verá como el mito lleva a peligrosas confusiones que perjudican la formación de un frente duro y compacto.

En relación con esto es preciso poner de relieve la necesidad de agrandar los horizontes y de mantener el sentido de las distancias. Hoy, en realidad, mientras que unos consideran al fascismo como un simple paréntesis y una aberración de nuestra historia más reciente, los otros dan la impresión de quien, apenas nacido, cree que nada ha existido fuera de su pasado inmediato. Estas dos actitudes son inadecuadas y sería necesario oponerse con la mayor energía a los que desearían imponer la alternativa fascismo‑antifascismo, para agotar toda posibilidad política y cualquier discusión. Una consecuencia de esta alternativa, es, por ejemplo, que puede uno no ser antidemócrata sin ser automáticamente "fascista" o "comunista". Este círculo vicioso es absurdo y para denunciar la perspectiva miope que implica es preciso hacer referencia a nuestras consideraciones preliminares.

Siempre en la investigación de lo positivo, hay efectivamente una diferencia esencial entre aquello cuyo único punto de referencia es el fascismo (y eventualmente los movimientos análogos de otras naciones: el nacional‑socialismo alemán, el rexismo belga, la primera Falange Española, el régimen de Salazar, la Guardia de Hierro rumana, se pudo hablar ayer de una "revolución mundial" como movimiento global opuesto a la revolución proletaria) en que hace comenzar y terminar el propio horizonte político, histórico y doctrinal; y aquel que, por el contrario, considera en estos movimientos lo que se presenta como formas particulares más o menos imperfectas, adaptadas a las circunstancias, formas en las cuales se habían manifestado y habían actuado (ideas y principios a los cuales es preciso reconocer un carácter de "normalidad" y constancia), haciendo así entrar los aspectos originarios "revolucionarios" en sentido estricto, de estos movimientos en el dominio de lo que es secundario y contingente. En pocas palabras, se trata de ligar por todas partes en donde sea posible, el fascismo a la gran tradición política europea y de poner de lado lo que, en él existe a título de compromiso, de posibilidades divergentes o de planteamientos desviados, de fenómenos que se resentían en parte de los males contra los cuales, por reacción se quería luchar.

Ya que hoy no tenemos ante nosotros la realidad concreta del fascismo, su situación histórica específica, todo esto es ciertamente posible y muestra la única vía que se ofrece prácticamente a las "fuerzas nacionales" dado que la nostalgia y la mitologización no sirven para gran cosa y no puede hacerse resucitar a Mussolini o fabricar otro a medida, por no hablar de la situación actual, diferente de la coyuntura que hizo posible el fascismo bajo este aspecto histórico determinado.

En estas condiciones, no es difícil descubrir que significado superior eventual puede adquirir el análisis del fascismo, análisis que, evidentemente, es también una integración. Más allá de toda confusión y de toda debilidad, ofrece en efecto a las vocaciones una piedra angular. Un gran espíritu del siglo pasado, Donoso Cortés, habló de los tiempos que preparaban Europa para las convulsiones revolucionarias y socialistas, como los de las "negaciones absolutas y las afirmaciones soberanas". A pesar del nivel bien bajo de la época actual, algunos pueden hoy aun tener este sentimiento.

En cuanto a la materia del breve estudio que vamos a emprender se limitará a lo que fue la realidad estructural e institucional, régimen y práctica concreta nacidas de las diferentes fuerzas que alimentaron el movimiento fascista con una atención particular por los principios que se pudo recoger en todo esto, directa o indirectamente. Habiendo sido Mussolini el centro de coagulación de estas fuerzas, es a la doctrina y a las posiciones de éste a quien nos referimos, tal como se definieron a través de la lógica interna del movimiento del cual fue jefe: pues, como se sabe, a diferencia del comunismo y, en parte, igualmente al nacional‑ socialismo, el fascismo antes de la acción y la "revolución" no tuvo doctrina exactamente formulada y unívoca (el mismo Mussolini lo afirma: "La acción es en el fascismo lo que ha precedido a la doctrina"). Tal como hemos señalado ignoraremos por el contrario las tendencias ideológicas a menudo discordantes que permanecieron simplemente así y que, tras la conquista del poder, formaron parte de grupos minoritarios particulares, grupos a los que, en su conjunto, se les dió una libertad de expresión bastante amplia, debida probablemente al hecho de que su influencia era prácticamente nula.

 

El fascismo visto desde la derecha (I) FASCISMO Y DERECHA AUTÉNCIA

El fascismo visto desde la derecha (I) FASCISMO Y DERECHA AUTÉNCIA

Biblioteca Evoliana.- Esta obra forma parte de los escritos de crítica política de Julius Evola. Junto con Los Hombres y las Ruinas y Orientaciones, esta obra es, sin duda, uno de los puntales del pensamiento político de la Derecha Tradicional en la postguerra. En este capítulo I, Evola disipa una duda: no toda la ideología del fascismo es equiparable al pensamiento de la Derecha Tradicional. Este, en el fondo, es el tema de toda la obra que iremos publicando íntegramente en los próximos días. La traducción fue realizada en 1985 por Ernesto Milà.

 

 

Julius Evola

EL FASCISMO VISTO DESDE LA DERECHA

 

CAPITULO I

FASCISMO Y DERECHA AUTENTICA

 

En las páginas que siguen  nos proponemos realizar un estudio del fascismo desde el punto de vista de la Derecha, estudio que se limitará, sin embargo, a los aspectos generales del fascismo y, esencialmente, al plano de los principios. En función de este objetivo, es primeramente necesario precisar lo que entendemos por Derecha, aunque no sea una tarea fácil, ya que sin esto es imposible facilitar al lector medio, puntos de referencia que tengan una relación directa con la realidad actual, y aun menos con la historia italiana más reciente, es decir, con la historia de Italia tras su unificación como nación.

Respecto al primer punto, sería preciso decir que hoy no existe en Italia una Derecha digna de este nombre, una Derecha como fuerza política unitaria organizada y poseedora de una doctrina precisa. Lo que se llama corrientemente Derecha en las luchas políticas actuales se define menos por un contenido positivo que por una oposición general a las formas más avanzadas de la subversión y de la revolución social, formas que gravitan en torno al marxismo y al comunismo. Esta Derecha comprende además tendencias muy diversas e incluso contradictorias. Un índice significativo de la confusión de las ideas y de la pequeñez de los horizontes actuales, lo constituye el hecho de que hoy en Italia los liberales y numerosos representantes de la democracia puedan ser considerados como hombres de derecha: esto habría horrorizado a los representantes de una Derecha auténtica y tradicional, por que en la época de esta Derecha, liberalismo y democracia fueron particular y precisamente considerados como corrientes de la subversión revolucionaria, más o menos como hoy el radicalismo, el marxismo y el comunismo, tal como se presentan a los ojos de lo que se dado en llamar "partidos del orden".

Lo que se llama la derecha en la Italia actual comprende diversas corrientes monárquicas y, sobre todo, tendencias de orientación "nacional" que intentan mantener lazos ideales con el régimen precedente, es decir, con el fascismo. Pero la diferenciación necesaria a fin de que estas tendencias puedan aparecer como representantes de una Derecha auténtica ha faltado hasta ahora. esto además se desprenderá de las consideraciones que desarrollaremos, consideraciones destinadas a establecer una discriminación en los contenidos ideológicos del fascismo; discriminación que, para el movimiento en cuestión habrían debido representar un deber teórico y práctico indispensable, pero que, por el contrario, ha sido olvidado.

¿Es preciso además revelar el absurdo consistente en identificar por todos los medios Derecha política y Derecha económica? La polémica de los marxistas apuesta notoria y fraudulentamente por esta identificación. Para estos últimos, la derecha, la burguesía capitalista, conservadora, "reaccionaria", tiende a defender sus intereses y privilegios, haciendo de todo uno. En nuestros escritos de carácter político, jamás hemos dejado de denunciar esta confusión insidiosa y la irresponsabilidad de los que, favoreciendo de cualquier forma esta forma de ver las cosas, ofrecen armas al adversario. ENTRE LA VERDADERA DERECHA Y LA DERECHA ECONOMICA, NO SOLO NO EXISTE IDENTIDAD ALGUNA, SINO QUE HAY INCLUSO UNA OPOSICION PRECISA. Este es uno de los puntos que serán puestos de relieve en las presentes páginas cuando hagamos alusión a las relaciones entre política y economía, tal como el fascismo intentó definirlas y tal como derivan, además, de toda verdadera doctrina tradicional del Estado.

En cuanto al pasado italiano mismo, hemos dicho que desgraciadamente no hay gran cosa que extraer para la definición del punto de vista de la verdadera Derecha. En efecto, como cada uno sabe, Italia se unificó en tanto que nación principalmente bajo la influencia de las ideologías procedentes de la Revolución del Tercer Estado y de los "inmortales principios" de 1789, ideologías que no han jugado un papel puramente instrumental y provisional en los movimientos del Risorgimento, sino que se han implantado y proseguido en la Italia unificada del siglo XIX y principios del XX. Así, esta Italia ha estado siempre alejada de la estructura política de un nuevo Estado fuerte  y bien articulado que habría formado parte, como un recién llegado, del número de grandes monarquías europeas.

En esta pequeña Italia de la democracia parlamentaria y de una monarquía doméstica donde los movimientos subversivos explotadores de los conflictos sociales y las consecuencias de una administración implacable, no dejaron de provocar agitaciones frecuentemente violentas y sangrientas, existen, ciertamente, lo que se llama la "Derecha histórica", que se mantenía difícilmente en pie y adolecía de la falta de valor necesario para remontarse hasta las raíces de los males que habría debido combatir, aun cuando en la época de Di Rudini (1) y Crispi (2), supiera, en ocasiones, dar muestra de cierta resolución. Por otra parte, esta derecha era, en el fondo, una expresión de la burguesía; a diferencia de la Derecha de otras naciones, no representaba a una aristocracia en tanto que clase política portadora de una vieja tradición: la pequeña vena piamontesa, con lo que podía ofrecer en este sentido, se disolvió casi enteramente cuando se pasó del reino del Piamonte a la nación italiana. Aunque no en el terreno interior nacional y en la elaboración de una doctrina general del Estado, la derecha histórica tuvo una acción digna de este nombre en el dominio de la política extranjera, cuya coronación fue el acuerdo de la Triple Alianza (3). Si hubiera sido desarrollado en todos sus postulados lógicos, esta combinación habría podido sustraer a Italia de la órbita de las ideologías de origen francés y revolucionario para orientarla en el sentido de las ideologías que se habían conservado, por el contrario, en amplia medida, en los Estados Tradicionales de la Europa Central. Pero un desarrollo así, al que habría debido seguir una revisión de las ideas políticas fundamentales no estuvo en modo alguno presente; así, la derecha histórica, que se endeudó con el liberalismo moderado, no ha dejado ninguna herencia ideológica precisa. Con el final de la Triple Alianza y la intervención de Italia junto a la Entente, la cual defendía, fuera de sus intereses materiales, la causa de la democracia (a pesar de la presencia de una Rusia autocrática, que debería luego pagar trágicamente su política culpable), Italia vuelve idealmente a la dirección que había elegido durante el período del Risorgimento, en relación estrecha con las ideologías y los movimientos revolucionarios internacionales de 1848‑1849. Además, la coartada nacionalista del intervencionismo debía revelarse ilusoria si se considera solo el clima político‑social presentado por la Italia "victoriana", donde las fuerzas antinacionales, en su variedad, pudieron actuar libremente y donde ninguna revolución o renacimiento de lo alto, ninguna constitución de una verdadera Derecha sobre el plano legal tuvo lugar, antes del advenimiento del fascismo. Frente a este clima, ¿qué sentido tenía pues la satisfacción territorial parcial de las reivindicaciones irredentistas? (4).

El hecho de haber mencionado a la Derecha histórica italiana, la cual se ha definido bajo un régimen parlamentario, nos lleva a realizar una precisión. En rigor, en relación a lo que tenemos ante la vista y que constituirá nuestro punto de referencia, el término "derecha" es impropio. Este término, en efecto, supone una dualidad; la Derecha, prácticamente, se define en el marco del régimen demoparlamentario de los partidos, en oposición a una "izquierda", es decir, en un marco diferente del tradicional, de los regímenes precedentes. En tales regímenes pudo existir, como máximo,  un sistema sobre el modelo inglés en sus formas originales pre‑victorianas, es decir, con un partido que representaba al gobierno (y este era de cierta forma, la Derecha) y una oposición no comprendida   como una oposición ideológica o de  principio, ni tampoco como una oposición al sistema, sino como una oposición EN el sistema (o la estructura) con funciones de crítica rectificadora, sin que fuera cuestionada, de ninguna manera, la idea, trascendente e intangible, del Estado. Tal oposición "funcional", aunque delimitada en un contexto orgánico y siempre lealista, no tiene nada que ver con la oposición que puede ejercer tal o cual de los múltiples partidos, cada uno por su propia cuenta, volcados a la conquista del poder y del Estado, si no es la institución del anti‑Estado como pueda ser el caso, ayer del Partido Republicano y como es hoy el caso del Partido Comunista.

Es preciso, pues, concebir a la Derecha, tomada en su mejor sentido, político y no económico, como algo ligado a una fase ya involutiva, a la fase marcada por el advenimiento del parlamentarismo democrático y con el régimen de numerosos partidos. En esta fase, la derecha se presenta fatalmente como la antítesis de las diferentes izquierdas, prácticamente en competición con ellas sobre el mismo plano. Pero en principio representa, o debería representar, una exigencia más elevada, debería ser depositaria y afirmadora de valores directamente ligados a la idea del Estado verdadero: valores en cierta forma CENTRALES, es decir, superiores a toda oposición de partidos, según la superioridad comprendida en el concepto mismo de autoridad o soberanía tomado en su sentido más completo.

Estas aproximaciones llevan a la definición de nuestro punto de referencia, por lo cual será lícito hablar, como regla general, de la gran tradición política europea, no pensando en un régimen particular como modelo, sino más bien, en ciertas formas o ideas fundamentales que, de manera variada pero constante, han estado presentes en la base de diferentes Estados y que, en profundidad, no fueron jamás cuestionadas. A causa de una singular amnesia parece natural, y por tanto no hay necesidad de explicarlo sino (en el mejor de los casos, es decir, abstracción hecha de las falsificaciones y las sugestiones de cierta historiografía) como un efecto patológico de traumatismos profundos, el que nuestros contemporáneos no tengan ninguna idea viviente y adecuada del mundo al cual se aplica habitualmente la etiqueta de "antiguo régimen". A este respecto, es evidente que se tienen a la vista, no principios directores, sino ciertas encarnaciones de estos principios siempre sujetos a usura, desnaturalización o agotamiento, y que admiten en todos los casos condiciones determinadas, más o menos únicas. Pero la contingencia, la longevidad más o menos prolongada de estas formas, que se sitúan naturalmente en un momento dado en el pasado, no tiene y no debe tener incidencia sobre la validez de los principios, tal es la piedra angular de toda ojeada que quiera recoger lo esencial y no sucumbir al embrutecimiento HISTORICISTA.

No debemos pues concluir estas consideraciones preliminares sino diciendo que idealmente el concepto de la verdadera Derecha, de la derecha tal como la entendemos, debe ser definida en función de las fuerzas y de las tradiciones que actuaron de una manera formadora en un grupo nacional y también en ocasiones en las unidades supranacionales, antes de la Revolución Francesa, antes del advenimiento del Tercer Estado y del mundo de las masas, antes de la civilización burguesa e industrial, con todas sus consecuencias y los juegos de acciones y reacciones concordantes que han conducido al marasmo actual y a lo que amenaza con la destrucción definitiva de lo poco que queda aún de la civilización y del prestigio europeo.

Que no se nos pida ser más precisos, puesto que esto volvería a exigir la exposición sistemática de una teoría general del Estado. A este respecto, el lector podrá referirse en parte a nuestro libro LOS HOMBRES Y LAS RUINAS. Pero precisamente, una explicación suplementaria saldrá, de forma suficiente de nuestro estudio en relación con las diferentes cuestiones que trataremos.