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El fascismo visto desde la derecha (IV) ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

El fascismo visto desde la derecha (IV)  ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

Biblioteca Evoliana.- El Estado fascista y el Estado tradicional no tienen la misma forma y estructuras. Evola, en el Capítulo Evola define uno y otro, desmintiendo a los que lo consideran un "autor fascista". Vale la pena recordar que Clemente Graziani, secretario general de Ordine Nuovo, cuando fue procesado por "reconstrucción del partido fascista", presentó como memorial defensivo un documento inspirado esencialmente en este capítulo. Evola definió los contenidos del "Estado Tradicional" en varias obras y artículos e incluso la revista "Civilta", publicada por el Centro Studi Ordine Nuovo en 1969 publicó el texto de una "Constitución" de inspiración tradicional, inspirado en todos estos textos.

 

 

CAPITULO IV

ESTADO FASCISTA Y ESTADO TRADICIONAL

 

En las líneas esenciales de su doctrina del Estado, el mensaje del fascismo debe ser considerado desde el punto de vista de la Derecha, a buen seguro, como positivo. Se encuentra precisamente en la órbita de un sano pensamiento político tradicional, y es partiendo de este pensamiento como es preciso rechazar netamente la polémica sectaria de denigramiento unilateral impuesta por el antifascismo. Pero una clarificación se impone. De un lado, es bueno precisar lo que había debido acentuarse para asegurarle un carácter inequívoco; del otro, es preciso indicar los puntos en donde se manifestaron, en el sistema y en la práctica fascista, las principales desviaciones.

En lo que respecta al primer punto, nos contentaremos con señalar que el principio de preeminencia del Estado sobre todo lo que es simplemente pueblo y nación debería articularse además a través de la oposición ideal entre Estado y "sociedad", debiendo estar reunidos bajo el término de "sociedad" todos los valores, todos los intereses y todas las disposiciones que entran en el dominio físico y vegetativo de una comunidad y de los individuos que la componen. En realidad, la antítesis entre los sistemas políticos que gravitan en torno a la idea del Estado y los que, por el contrario, lo hacen en torno a la idea de "sociedad" (tipo "social" del Estado) es fundamental sobre el plano de la doctrina. Entre los segundos, se encuentran las variantes del derecho natural, doctrinas del contrato con base utilitaria y de la democracia, con los desarrollos en cadena que llevan de la democracia liberal a las "democracias populares", es decir, marxistas y comunistas.

A este dualismo está ligada la definición del plano político en tanto que tal en términos, en cierto sentido, de una "trascendencia". Así, el contenido "heroico" o militar, por el servicio como honor y el lealismo en el sentido superior, que la existencia o al menos ciertos aspectos de la existencia, pueden adquirir en referencia al Estado, entra en juego. Se trata de una cierta tensión ideal elevada que lleva más allá de los valores no solo hedonistas (de simple bienestar material) sino también eudemonistas (incluso de bienestar espiritual). Es innegable que el fascismo se esfuerza en valorizar esta dimensión de la realidad política (que es preciso juzgar como opuesta a la realidad social), por su aspiración a una existencia antiburguesa, hecha de lucha y peligro (el famoso "vivir peligrosamente", prestado por Nietzsche a Mussolini, todo esto se resiente, además de la componente existencial, la de los antiguos combatientes, del movimiento fascista), y por la exigencia de una integración del hombre en medio de una "relación inmanente con una ley superior, una voluntad objetiva que transciende al individuo particular". La formulación de esta exigencia es significativa, incluso si no se llega a precisar el contenido de manera adecuada.

Juzgar las formas concretas por las cuales el fascismo busca adaptarse a esta exigencia, contrapartida irreprochable de la doctrina del Estado de la que hemos hablado antes, no es cosa fácil. Si puede reconocer el carácter exterior y forzado de diferentes usos e iniciativas de la Italia de ayer, esto no debe servir como pretexto para olvidar un problema de importancia capital. Se trata en el fondo, de la siguiente cuestión: de qué forma canalizar el impulso a la "autotrascendencia", impulso que puede ser reprimido y no expresado en el hombre, pero que no puede jamás ser completamente extirpado, salvo en el caso límite de una sistemática bastardización de tipo bovino. Las "revoluciones nacionales" de ayer intentaron facilitar un centro político de cristalización a este impulso (es, de nuevo, la acción ya mencionada de una "forma" sobre una "materia"), para impedir su bastardización y su manifestación o irrupción bajo formas destructoras. En efecto, nadie puede ignorar la crisis profunda de la "racionalización de la existencia operada por la civilización burguesa, la múltiple emergencia de lo irracional y de lo "elemental" (en el sentido mismo donde se habla del carácter elemental de las fuerzas naturales) a través de las fisuras de esta civilización sobre todos los planos.

Hoy con la recuperación de quimera de la "racionalización" se tiende, por el contrario, a rechazar y desacreditar todo lo que es tensión existencial, heroísmo y fuerza galvanizadora de un mito, precisamente bajo el signo de un ideal ya no político, sino "social" y de bienestar físico. Pero se ha precisado justamente que una crisis profunda es inevitable pues, al fin, PROSPERITY y bienestar ABURRIRAN. Los signos anticipadoras de esta crisis no faltan: están representados por todas las formas de revuelta ciegas, anárquicas y destructoras de una juventud que precisamente en las naciones más prósperas, perciben el absurdo y el sin sentido completo de la existencia socializada, racionalizada, materializada, encuadrada en la "sociedad de consumo". En estas naciones, el impulso elemental no encuentra más objeto y, abandono a sí misma, vuelve a la barbarie.

En las sociedades tradicionales, una cierta liturgia o una cierta mística de la potencia y de la soberanía han existido siempre; era parte integrante del sistema y facilitaban una solución al problema del cual acabamos de hablar. No hay pues lugar para rechazar algunas iniciativas tomadas por el fascismo ni su voluntad de mantener un clima general de tensión elevada; se trata más bien de reconocer el límite más allá del cual esto solo tuvo algo de teatral  e inauténtico, en un marco, a menudo determinado por la inadecuación entre principios e intenciones de un lado, y por un cierto material humano de otro.

A decir verdad, un problema grande se plantea sin embargo en este contexto, que no puede ser estudiado a fondo en el presente análisis. Se refiere a la acusación según la cual un sistema político como el que estudiamos, usurpa un significado religioso, desvía la capacidad humana de creer y sacrificarse y, en general el poder de autotrascendencia del hombre en relación a su objeto legítimo, que sería precisamente la religión, para orientarlo hacia sucedáneos profundos. Se ve claramente que esta objeción es válida en la medida que se parte de un dualismo esencial e insuperable entre, mundo del Estado y mundo espiritual o de lo sagrado. Es preciso entonces aceptar netamente lo que comporta tal dualismo: implica, de un lado, la desacralización y la materialización de todo lo que es político, poder, autoridad; de otra la "des‑realización" de todo lo que es espiritual y sagrado. es preciso entonces aceptar netamente también, como consecuencia natural el "Dar al César", y todas las tentativas de la teología política para resolver la fractura así operada no pasando del simple compromiso.De otra parte, es preciso recordar que esta escisión fue ignorada por toda una serie de organismos políticos tradicionales europeos, en los cuales tal o cual forma de sacralización del poder y de la autoridad representó incluso el pivote de la legitimidad de todo el sistema. En principio, si la autoridad y la soberanía no poseen un cierto carisma espiritual, no pueden ni siquiera merecer ese nombre, y todo el sistema del estado auténtico queda falto de un sólido centro de gravedad para todo lo que no se reduzca a lo simplemente administrativo y "social".

Pero la situación general de la época y el significado que el catolicismo en tanto que fuerza social ha tenido en Italia debían impedir al fascismo afrontar directamente la grave cuestión de la justificación suprema del Estado, aunque fue debido y se intentó mediante la recuperación verdadera y valiente de la idea romana. Y, de hecho, todo no cesa de vascular. De un lado, Mussolini reivindicó en varias ocasiones un valor "religioso" para el fascismo,pero de otro no llegó a precisar cual debía ser en concreto esta religiosidad, en la medida en que debería estas asociada a la idea política y, en consecuencia, diferente de una evolución común e informe orientada hacia el supra‑mundo. Mussolini declara que "el Estado no tiene teología, sino una moral". Pero con esto continúa el equívoco, pues toda moral, para tener una justificación profunda y un carácter intrínsecamente normativo, no debe ser una simple convención de la vida en sociedad; es preciso que tenga un fundamento "trascendente", a fin de remitir a un plano no diferente del plano religioso donde  nace la "teología". Era pues natural que se llegara a menudo al enfrentamiento, especialmente cuando se entraba en el terreno de la educación y de la formación espiritual de las jóvenes generaciones, entre el fascismo y los representantes de la religión dominante, deseosos de monopolizar todo lo que tuviera un carácter propiamente espiritual, apoyándose sobre las cláusulas del Concordato (1)

De otra parte, es bastante evidente que si no se afronta el problema es imposible separar completamente ciertas interpretaciones de los movimientos de tipo "fascista" que hacen de ellos sucedáneos en un mundo desacralizado, incluyéndolos en el marco de las modernas místicas secularizadas y "paganas": incluso elementos como la lucha y el heroísmo, la fidelidad y el sacrificio, el desprecio por la muerte y así sucesivamente, pueden tomar un carácter irracional, naturalista, trágico y oscuro (Keiselring había hablado concretamente de una coloración TELURICA de la "revolución mundial"), cuando falta este punto de referencia superior y, en cierta forma, transfigurante del que hemos hablado y que pertenece necesariamente a un plano trascendente diferente del dominio de la simple ética.

Para pasar a otro tema, en materia de compromisos, se debe recordar que si una oposición fundamental entre lo que es político y lo que es "social" fue suficientemente puesta de relieve en la doctrina fascista, por el contrario, una oposición análoga no fue formulada respecto al nacionalismo apelando simplemente a los sentimientos de patria y de pueblo, y asociados a un "tradicionalismo" que, en Italia, por el carácter mismo de la historia precedente de la nación, no tenía nada en común con la tradición entendida en el sentido superior, sino que se reducía a un mediocre conservadurismo de tipo burgués "bienpensante", más o menos católico y conformista. La unión de la corriente nacionalista, en la medida en que también, partiendo de estas posiciones de referencia, había buscado organizarse sobre el plano activista (los "camisas azul celeste") contra los movimientos subversivos italianos, y del movimiento fascista, contribuyó a una cierta desnaturalización de la idea política fascista. Ciertamente, no pueden olvidarse las condiciones en las cuales sucumbe la política cuando es el "arte de lo posible". En los últimos tiempos el PATHOS de la "patria" y la llamada a los sentimientos nacionales en la lucha contra las corrientes de izquierda han sido uno de los raros medios aún a disposición. Por ello en la Italia actual "ser nacional" sirve a menudo como sinónimo de "ser Derecha". Pero desde el punto de vista de los pincipios se tiene aquí una desnaturalización análoga a la ya observada que hace que el liberalismo, antigua bestia negra de los hombres de derecha, haya podido ser considerada hoy como orientado a derecha.

Históricamente, la relación entre movimientos "nacionales" y movimientos revolucionarios referidos a los principios de 1789, en innegable, incluso aunque no queramos remontarnos hasta el lejano período de la aparición y emanación de las "naciones" bajo la forma de "estados nacionales" monárquicos que provocaron la desintegración de la civilización imperial y feudal de la Edad Media europea. Desde el punto de vista de la doctrina es muy importante comprender el carácter naturalista y, en cierta forma, prepolítico que presentan los sentimientos de patria y de nación (carácter prepolítico y naturalista no diferente del sentimiento de la familia) en relación a lo que une, por el contrario, a los hombres sobre el plano específicamente político, en torno a una idea y un símbolo de soberanía. Además, todo PATHOS patriótico tendrá siempre algo de colectivista: se resiente de lo que se ha llamado el "Estado de las masas". Volveremos sobre este punto. Por un instante, creemos legítimo hablar de la desnaturalización habida en el fascismo (a parte de lo que puede referirse a la componente señalada antes del precedente partido nacionalista) por el mito de la nación en general, con consignas, referencias y prolongaciones que llevaban al populismo. Si la mezcla de todo esto con la doctrina, formulada además claramente, cuyo valor tradicional hemos puesto en evidencia, de la preeminencia del estado sobre la nación, puede ser considerado como una característica del fascismo en tanto que realidad de hecho, esto no impide que en esta mezcla se practique, según un puro pensamiento de Derecha, un compromiso, y que las diversas componentes deban ser separadas y referidas a dos mundos ideales bien distintos.

Con la mentalidad hoy dominante, esta precisión sobre el valor del concepto de patria y de nación en vistas a una purificación del ideal de estado auténtico, podrá no parecer del todo evidente. Sin embargo, bastará quizás hacer observar cuan fácil es abusar de los llamamientos a la patria y a la nación mediante una retórica verbalista e imprudente, con fines inconfesables. Es fácil advertirlo hoy en el patriotismo anclado en Italia, con fines inconfesables, igualmente, pero de carácter táctico y electoral, incluso en partidos que, realmente, no tienden solo al anti‑estado, sino también a la negación del contenido superior eventual que podría recogerse en un nacionalismo purificado y mejorado. Por lo demás, se ha podido hablar en Rusia de una "patria soviética" y ayer, durante la guerra de los soviéticos contra Alemania, ha sido posible apelar al patriotismo de los "camaradas": puro absurdo, desde el punto de vista de la verdadera ideología comunista. Es preciso recordar, en fin, que a pesar de los compromisos indicados, la idea de la realidad trascendente del estado no deja de ser una característica del fascismo, que le diferenciaría de movimientos similares: esta idea fue a menudo percibida como un elemento distintivo, "romano", en relación a la ideología nacional‑socialista en la cual el énfasis se colocaba más bien (al menos en la doctrina) en el pueblo‑raza y sobre la VOLKSGEMEINSCHAFT (2).

De entre los peligros presentados por el sistema fascista desde el punto de vista, no de una informe democracia liberal, sino de la verdadera Derecha, el más grave puede ser quizás el totalitarismo.

El principio de una autoridad central inatacable se "esclerotiza" y degenera cuando se afirma a través de un sistema que lo controla todo, que militariza todo y que interviene por todas partes según la famosa fórmula "Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el Estado" Si no se precisa en ALGUNOS TERMINOS como se debe concebir tal inclusión, una fórmula de este tipo no puede valer más que en el marco de un estatismo de tipo soviético, estando presentes las premisas colectivistas, materialistas de este: no por un sistema de tipo tradicional reposando sobre valores espirituales, sobre el reconocimiento del sentido de la personalidad y sobre el principio jerárquico. Por ello, en la polémica política, se ha podido concebir un común denominador hablando de un totalitarismo de derecha y de un totalitarismo de izquierda: lo que no es sino un verdadero absurdo.

El Estado tradicional es orgánico y no totalitario.Es diferenciado y articulado, admite zonas de autonomía parcial. Coordina y hace participar en una unidad superior a fuerzas cuya libertad sin embargo reconoce. Precisamente por que es fuerte, no tiene necesidad de recurrir a una centralización mecánica: esta no es reclamada más que cuando es necesario controlar una masa informe y atómica de individuos y voluntades, lo que hace, además, que el desorden no pueda jamás ser verdaderamente eliminado, sino solo provisionalmente contenido. O por emplear una afortunada expresión de Walter Heyndrich, el Estado auténtico es OMNIA POTENS, no OMNIA FACENS, es decir que detenta en el centro un poder absoluto que puede y debe hacer valer sin trabas en caso de necesidad o en las decisiones últimas, más allá del fetichismo del "estado de derecho"; pero no interviene en todas partes, no se superpone a todo, no tiende a imponer una vida cuartelera (en sentido negativo), ni un conformismo nivelador, en lugar del reconocimiento libre y del lealismo; no procede a intromisiones  impertinentes e imbéciles de lo público y de lo "estatal" en lo privado. La imagen tradicional es la de una gravitación natural de sectores y unidades parciales en torno a un centro que dirige sin apremio, actúa por su prestigio, su autoridad, ciertamente puede recurrir a la fuerza, pero  se abstiene lo más posible. La prueba de la vitalidad efectiva de un Estado la   da la medida del margen que puede conceder a una descentralización parcial y racional (3). La ingerencia sistemática del Estado no puede ser un principio más que en el socialismo del Estado tecnocrático y materialista.

En oposición a esto, la tarea esencial del Estado auténtico es crear un cierto clima general, inmaterial en un sentido, según lo  propio a los regímenes de la época precedente. Tal es la condición necesaria a fin de que un sistema en que la libertad es siempre el factor fundamental tome cuerpo de manera prácticamente espontánea y funcione de forma justa con un mínimo de intervenciones rectificaciones. A este respecto, la oposición es significativa, sobre el plano económico, entre el ejemplo norte‑ americano, donde el gobierno federal ha debido promulgar una severa ley anti‑trust para combatir las formas de piratería y de cínico despotismo económico nacidos en el clima de la "libertad" y del libre‑cambio, y el ejemplo de la actual Alemania Federal donde, bajo otro clima ‑que es preciso considerar en buena parte como una herencia residual ligada a ciertas predisposiciones raciales de los regímenes precedentes‑ la libertad económica se desarrolla en una dirección esencialmente positiva y constructora, sin intervenciones particulares, centralizadoras del Estado.

Cuando el fascismo presenta un carácter "totalitario" debe pensarse en una desviación en relación a su exigencia más profunda y válida. En efecto, Mussolini ha podido hablar del Estado como de un "sistema de jerarquías" jerarquías que "deben tener un alma" y culminar en una élite: el ideal diferente del ideal totalitario. Ya que hemos hablado de economía ‑aunque volveremos sobre esta cuestión‑ la tendencia "pancorporativa" que tenía efectivamente un carácter totalitario fue desaprobada por Mussolini, y en la Carta del Trabajo la importancia de la iniciativa privada fue ampliamente reconocida. Por lo demás, podría hacerse referencia al símbolo mismo del fascio litorio, del que el movimiento de revolución antidemocrática y antimarxista de los Camisas Negras extrajo su nombre y que, según una frase de Mussolini, debía significar "unidad, voluntad, disciplina". El fascio, en efecto, se compone de varas distintas unidas entorno a un hacha central, la cual, según un simbolismo arcaico común a numerosas tradiciones antiguas expresa la potencia de lo alto, el puro principio del Imperio. Se tiene pues a la vez unidad y multiplicidad, en sinergia y orgánicamente unidos, en correspondencia visible con las ideas mencionadas anteriormente.

De otra parte, es preciso observar que el Estado democrático italiano actual, ha mostrado que podría ser, bajo pretextos "sociales", mucho más invasor y estatizante que el régimen precedente, el fascismo y, es sobre todo en otro sector, en relación con lo que fue el "Estado ético", que el mundo del Estado automáticamente debe ser rectificado. Hemos reconocido un carácter positivo a la concepción del Estado en tanto que principio o poder supra‑ordenado que da forma a la nación, y hace poco hemos hablado de la tarea consistente en crear un cierto clima general. Una de las principales aspiraciones del fascismo fue también marcar el comienzo de un nuevo estilo de vida: al Estado agnóstico demoliberal, "el colchón sobre el cual todo el mundo pasa", Mussolini opone un Estado "que transforme al pueblo continuamente", llegará incluso a decir: "hasta en su aspecto físico".

Pero para todo esto el peligro y la tentación de medidas directas y mecanicistas, de tipo "totalitario" en concreto, se presenta inevitablemente. En efecto lo que se trata esencialmente debería ser pensado en términos análogos a lo que se llama en química acción catalítica o a lo que fue designado en Extremo‑Oriente, con una expresión que no es paradójica más que en apariencia, el "actuar sin actuar", es decir, la acción debida a una influencia espiritual, no por medidas exteriores y obligatorias. Cualquiera que tenga suficiente sensibilidad no puede dejar de presentir la oposición entre esta idea y la dirección propia al Estado ético tal como la concibió una cierta filosofía representada esencialmente por Giovanni Gentile (4). En esta interpretación el clima de un Estado desciende al nivel de un centro de reeducación o de reforma, y el carácter del jefe es el de un pedagogo invasor y presuntuoso. Y aunque se refieran  a un dominio particular, las palabras siguientes son del mismo Mussolini: "Que no se piense que el Estado tal como lo concebimos y queremos, toma al ciudadano por la mano como el padre la de un hijo para guiarlo". Las relaciones existentes entre soberanos y sujetos, así como entre jefes y subordinados, sobre un plano viril y combatiente, reposan sobre la libre adhesión y el respeto recíproco, sin ingerencia en lo que es solamente personal y cae fuera de lo que es objetivamente requerido por los fines de toda acción común, ofrecen otro ejemplo claro de la dirección opuesta y positiva. Todo lo que ha revestido en el fascismo el carácter de una pedagogía del Estado y de una expresión ejercida no sobre el plano político y objetivo sino sobre el de la vía normal personal, como uno de los aspectos del "totalitarismo", debe ser pues incluido en la lista de las desviaciones del sistema. A este respecto, fue típico entre todos el ejemplo de la "campaña demográfica" fascista, odiosa independientemente del hecho de que reposaba sobre el absurdo principio de que el "número es potencia", principio desmentido por toda la historia, el "mando" ha estado siempre contenido en pequeños grupos de dominadores y no por la explosión democrática de masas de desheredados y de parias invasores de las tierras más ricas sin otros derechos que su miseria y su incontinencia procreadora. Que a una campaña demográfica en Italia, cuya población era ya excedentaria, fue además absurda como en no importa que otra nación, aparte del equívoco sobre la significación del "número", eran hechos evidentes. En general, prejuicios y una cierta irresponsabilidad impidieron reconocer un punto cuya importancia no será jamás subrayada suficientemente, a saber, que el crecimiento natural de la población global es uno de los primeros factores de la crisis y de la inestabilidad política y social de los tiempos modernos. En el caso donde medidas enérgicas apareciesen como verdaderamente necesarias al bien común, precisamente para limitar este mal pandémico, y no para agudizarlo más (como con la campaña demográfica fascista) deberían ser recuperadas sin ninguna duda.

Sobre la misma línea que el "Estado ético", es decir, de pretensión pedagógica, la preocupación por la "pequeña moral" antes que por la "gran moral" se evidencia a menudo en el fascismo: en lo que concierne a la vida sexual particularmente, con medidas públicas represivas e inhibitorias. Esto se debió en parte a la componente burguesa del fascismo, que no fue muy diferente por su moralismo ‑hay que reconocerlo‑ de un régimen más o menos puritano de tipo demócrata‑cristiano, pero el ETHOS, en el sentido antiguo, es cosa diferente de la moral tal como la ha concebido la sociedad burguesa. Una civilización "guerrera" ‑y la ambición del fascismo era precisamente dar nacimiento a una civilización "moralista" o, mejor, para utilizar un término de Wilfredo Paretto, una civilización de "virtuosismo".

Aquí también la libertad de la persona debe ser respetada y se debe tender a una tensión ideal elevada y no a una "moralización".

Todo esto nos lleva sin embargo fuera del dominio particular de las presentes consideraciones. Lo que es preciso establecer aquí, en general, es la idea de la acción por el prestigio, por la llamada a formas especiales de sensibilidad, de vocación y de interés de los individuos, idea que debe ser propia del Estado auténtico y de sus jefes. Si el llamamiento no encuentra eco, no se podrá siquiera alcanzar por otras vías lo que importa verdaderamente; un pueblo, y una nación irán a la deriva o se reducirán a una masa impotente entre las manos de los demagogos expertos en el arte de actuar sobre las capas sub‑personales, pre‑personales y las más primitivas del ser humano.

Habiendo entrado en consideración el concepto de libertad en estas últimas precisiones críticas, será bueno añadir algunas breves consideraciones sobre el sentido que la libertad puede tener en un Estado de tipo voluntarista, como quiso ser el Estado fascista, y no de tipo contractual.

Hay una palabra de Platón que hemos citado ya en otras ocasiones y que dice que es bueno que quien no tiene un soberano en sí mismo, tenga al menos un buen soberano fuera de sí mismo.Esto lleva también a distinguir una libertad positiva de la libertad puramente negativa, es decir, exterior, de la que puede igualmente gozar quien, libre en relación a los otros, no lo es del todo en relación a sí mismo, en relación a la parte naturalista  de su ser; a lo que es preciso añadir la distinción bien conocida entre el hecho de ser libre DE alguna cosa y el de ser libre PARA alguna cosa (para una tarea, para una función dada). En una obra reciente, hemos indicado que la conquista de una libertad "negativa" con la que no se ha sabido que hacer, visto el no‑sentido y el absoluto absurdo de la sociedad moderna, es la causa principal de la crisis existencial del hombre contemporáneo. En verdad, personalidad y libertad no pueden ser concebidas más que a medida en que el individuo se libera más o menos de los lazos naturalistas, biológicos, individualistas que caracterizan las formas pre‑estatales y pre‑políticas en un sentido puramente social, utilitario y contractual. Puede entonces concebirse que el Estado auténtico, el Estado caracterizado por la "trascendencia" del plano político, facilite un medio propicio para el desarrollo de la personalidad y de la verdadera libertad, en el sentido de una VIRTUS, según la acepción clásica; por su clima de tensión elevada, se dirige una llamada permanente al individuo para que este se recupere, vaya más allá de la simple vida vegetativa. Evidentemente, todo tiene justos puntos de referencia, especialmente el hecho de dar, debe ser realmente "anagógico", es decir, "tendiente hacia lo alto" (para esto, digámoslo de paso, poner como punto de referencia un "bien común" abstracto que refleja, en mayor medida, el "bien individual" concebido en términos materiales, es absolutamente inadecuado). Una vez eliminado el equívoco del totalitarismo, es preciso  desterrar de la forma más neta la acusación según la cual un sistema político que repose sobre la autoridad es en principio incompatible con los valores de la persona y elimina la libertad. La libertad que puede sentirse negada por un sistema de este tipo, no es más que la libertad insípida, sin forma, la pequeña y, en el fondo, poco interesante libertad: y todas las argumentaciones de un "nuevo humanismo" de intelectuales descentrados no pueden nada contra esta verdad fundamental.

Para evitar todo equívoco, y recuperando lo que hemos dicho anteriormente sobre el arte de los demagogos, es preciso sin embargo reconocer fuera de toda duda que además de la posibilidad "anagógica", existe la posibilidad "catagógica" (tendiente hacia lo bajo). Es decir que el individuo puede "transcenderse", salir de sí subordinando incluso sus propios intereses inmediatos, en un sentido no ascendente sino descendente. Lo que sucede precisamente en los "Estados de masa", en los movimientos colectivistas y demagógicos con fondo pasional e infra‑racional, los cuales pueden también dar al individuo la sensación ilusoria, momentánea de una vida exaltada e intensa; pero esta sensación es condicionada por una regresión, por una disminución de la personalidad y de la verdadera libertad. Los casos donde es difícil distinguir entre las dos posibilidades no faltan, los dos fenómenos pueden incluso presentarse simultáneamente. Pero lo que hemos dicho facilita puntos de referencia precisos y permite impedir que se haga valer de forma tendenciosa contra el sistema político que buscamos definir en función de elementos positivos y tradicionales (incluso cuando estos no superan el estado de exigencias y aspiraciones) argumentos que no pueden haber tomado cuerpo más que sobre un sistema de tipo completamente diferente. Ya hemos afirmado que era absurdo establecer paralelismo hablando de totalitarismo de derecha y de totalitarismo de izquierda. Si se quiere emplear el término "totalitarismo" de manera precisa, la diferencia esencial podría ser expresada de forma perentoria diciendo que el totalitarismo de Derecha es "anagógico", mientras que el de izquierda es "catagógico", y  es solo porque ambos están igualmente opuestos al inmovilismo del individuo burgués, limitado y hueco, que un pensamiento miope cree que tienen algo en común.

 

 

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