El fascismo visto desde la derecha (V) FASCISMO Y MONARQUIA
Biblioteca Evoliana.- Como se sabe, Evola era monárquico, así que no veía una particular contradicción en la coexistencia de un rey con un Dux. Existían antecedentes históricos de esta fórmula, así que Evola no duda de su legitimidad. Achaca a la República de Saló el haber caído en la trampa de confundir a un principio (la monarquía) con el representante material del mismo (el monarca mediocre y estúpido, Víctor Manuel II). Evola desarrolló las ideas sobre la monarquía en decenas de artículos que fueron recopilados en un volumen publicado con el título de "Monarquía, Aristocracia, Tradición"
CAPITULO V
FASCISMO Y MONARQUIA
Puede afirmarse con sólidas razones que una verdadera derecha sin monarquía está privada de su centro de gravedad y de fijación natural, pues en prácticamente todos los Estados tradicionales el punto de referencia principal para la encarnación del principio destacado y estable de pura autoridad política ha sido precisamente la Corona. Si podemos permitírnoslo aquí, nos sería fácil demostrarlo por una serie de consideraciones históricas. Esto vale particularmente para una época no muy alejada de la nuestra, pues los regímenes que, aunque representan en cierta medida un carácter tradicional regular, no tuvieron estructura monárquica o de tipo análogo, debieron este carácter a situaciones que pertenecen aún más al pasado. Por ejemplo, las repúblicas aristocráticas y oligárquicas que han existido en otros tiempos serían inconcebibles en el clima de la sociedad actual, donde serían inmediatamente desnaturalizadas.
@TEXTO PRINCIP = Para volver a lo que hemos dicho inicialmente sobre la situación en la cual, en general, una Derecha cobra forma, podemos decir que la función principal de esta última debería corresponder, en un sentido, a la del cuerpo que, anteriormente, había estado caracterizado por un lealismo particular respecto a la Corona, aun siendo con ella el guardian de la idea del Estado y de la autoridad comprendida en el marco de una monarquía constituyente con un sistema representatito de tipo moderno ("constitucionalismo autoritario").
Es pues oportuno para nosotros emprender un breve estudio sobre las relaciones que existieron entre el fascismo y la monarquía.
El fascismo del Ventennio ha sido monárquico y existen declaraciones explícitas de Mussolini sin equívoco sobre el significado y la dignidad de la monarquía, declaraciones que permiten incluso establecer una relación entre el principio monárquico y la dignidad del nuevo Estado reivindicada por el fascismo, entre el principio monárquico y el principio de estabilidad y continuidad referido por Mussolini tanto al estado mismo, como, de forma más vaga y mítica, a la "raza". Para definir la monarquía, Mussolini habla textualmente de "síntesis suprema de los valores nacionales" y de "elemento fundamental de unidad de la nación". Es decir, si eliminamos la tendencia republicana (solidaria en amplia medida de la tendencia más o menos socialista) presente en el fascismo anterior a la marcha sobre Roma, debe ser considerado como un aspecto esencial del proceso de purificación, de mejora y de "romanización" del fascismo mismo, mientras que es preciso concebir el giro republicano del segundo fascismo, el fascismo de Saló, que además se proclamó "social", como una de estas regresiones, debidas al traumatismo frecuentemente observadas en psicopatología: el resentimiento legítimo de Mussolini, los factores humanos, contingentes y dramáticos, que actuaron en esta coyuntura pueden incluso ser perfectamente reconocidos, pero no pueden hacer aparecer de otra forma la naturaleza del fenómeno, si nos mantenemos en el plano de los puros valores político‑institucionales. Así, desde nuestro punto de vista, no hay gran cosa a extraer del fascismo de la República Social.
En el origen, Mussolini no "toma" el poder sino que lo recibe del rey, asistiéndose a una especie de investidura completamente legal; de acuerdo con las instituciones, Mussolini fue encargado de formar gobierno. Tras los desarrollos sucesivos, pudo hablarse de una "Diarquía", es decir, de una coexistencia de la monarquía con una especie de dictadura; es la importancia que toma el segundo término lo que ha permitido a los enemigos actuales del régimen pasado hablar simplemente de la "dictadura fascista" apartado el otro término, la presencia monárquica, como si esto estuviera privado de toda significación.
Se han dirigido al sistema de la "diarquía" críticas animadas de otro espíritu. De un lado, hay quienes han creído descubrir en el respeto por la monarquía un equívoco o falta de fuerza revolucionaria del movimiento mussoliniano (pero olvidan indicar con precisión lo que habría debido ser, entonces, la verdadera conclusión de este movimiento). La verdad es que si hubiera existido en Italia una verdadera monarquía, una monarquía con un poder capaz de intervenir enérgicamente en toda situación de crisis y desintegración del Estado y no una monarquía como simple símbolo de autoridad, el fascismo no habría nacido jamás, no habría habido "revolución", o por decirlo mejor, la superación de la situación crítica en la que se encontraba la nación antes de la marcha sobre Roma habría llegado exclusivamente y en tiempo útil gracias a esta "revolución de lo alto", (con suspensión eventual de las obligaciones constitucionales), que es la única revolución admisible en el Estado tradicional, y gracias a la revisión sucesiva de las estructuras que hubieran dado muestras de su ineficacia. Pero ya que no existía esto, se siguieron otras vías. Es posible que el soberano realizase la "revolución de lo alto", en el interior de ciertos límites, a través de Mussolini y del fascismo, pensando quizás salvaguardar una especie de principio de la "neutralidad", del "reinar sin gobernar", principio formulado por el monarca en los últimos años del constitucionalismo liberal.
En términos de pura doctrina, no se dice que la situación diárquica que resulta fuera necesariamente un compromiso híbrido. Pudo, por el contrario, encontrar una justificación tradicional, sobre la base de antecedentes precisos.A este respecto,se tiene un ejemplo típico en la dictadura tal como fue originariamente concebida en la Roma antigua: no como una institución "revolucionaria" sino como una institución prevista por el sistema del orden existente legítimo, esencialmente destinada a completarlo en caso de necesidad, tanto como durara la situación de urgencia o la oportunidad de una concentración y de una activación particulares de las fuerzas existentes. Además, diferentes constituciones tradicionales, y no solo en Europa, han conocido dualidades análogos a las del REX y del DUX, del REX y del HERETIGO o IMPERATOR (en el sentido, sobre todo militar, del término), el primero encarnando el principio puro, sagrado e intangible de la soberanía y de la autoridad, el segundo presentándose como el que, en un período tempestuoso asume tareas o misiones particulares, recibiendo poderes extraordinarios en una situación crítica, poderes que no podían ser atribuidos al REX por el carácter mismo de su fundación superior. Y se exigía una personalidad particularmente dotada, ya que no debía extraer su autoridad de una pura función simbólica no‑actuante, de carácter "olimpico", por llamarla así.
Por lo demás, en tiempos menos lejanos, figuras particulares, como Richelieu, Metternich o Bismarck reprodujeron, en parte, junto a los soberanos, esta situación dual, y bajo esta relación MUTATIS MUTANDIS, no habría en principio gran cosa a reprochar a la "diarquía" del período fascista. La dignidad de Mussolini por lo demás, no se habría visto comprometida si su actividad se hubiera limitado a la de un gran Canciller lealista. En efecto, bajo ciertos aspectos fue también la función que asume hasta la creación del Imperio, no por él mismo, sino por el Rey de Italia. Incumbía a la monarquía ser más o menos celosa de sus prerrogativas específicas (o mejor, prerrogativas naturales que habrían debido ser las suyas en el nuevo Estado) en esta situación de hecho. En el sistema del "constitucionalismo autoritario" que existió bajo el Segundo Reich, Guillermo II no dudó en separar a Bismarck del poder, a aquel "Canciller de Hierro" creador de la unidad y de la nueva potencia alemana, cuando este tomó iniciativas con las cuales el soberano no estaba de acuerdo: pero sin impedir que Bismarck fuera siempre honrado como un héroe y considerado como el mayor hombre de Estado de la nación alemana.
Ya que debemos ocuparnos esencialmente de la doctrina, no tenemos que expresar un juicio de valor sobre la forma en que sobrevino la crisis de la "diarquía", cuando las cosas empeoraron en Italia, por razón de fuerza mayor, particularmente por el desarrollo desafortunado de la guerra. A decir verdad, desde el simple punto de vista jurídico, no habría gran cosa que criticar en el comportamiento de Victor Manuel III; puede incluso admitirse la existencia de una conspiración palaciega dirigida por Acquarone, Badoglio y algunos más. Formalmente Mussolini se presenta al rey como el jefe del fascismo, un jefe al cual la más alta asamblea de su movimiento, el gran Consejo, no habría renovado la confianza y que, designado por el mismo rey como jefe de gobierno, estaba ahora dispuesto a ofrecer su dimisión. Pero era muy cómodo, para el soberano, remitirse a las abstractas prerrogativas constitucionales, como si nada hubiera sucedido entre tanto, y emplear la caricatura liberal y constitucionalista de la no responsabilidad del REX. Las cosas hubieran debido suceder de otra manera: el lazo no escrito, pero por lo mismo más real, de una fidelidad de parte del soberano; un soberano que había permitido además que el blasón de la dinastía, en tanto que emblema oficial del reino italiano, hubiese sido modificado añadiéndosele el fascio litorio ‑expresión clara y adecuada de la convergencia unitiva, que había caracterizado al Ventennio‑ autorizó, durante este período, que el poder del Estado fuera restablecido, no por la Derecha ‑inexistente‑ sino por el fascismo.
No es aquí el lugar para pronunciarse sobre el tratamiento al cual fue sometido Mussolini, ni sobre la manera con la cual se prestó fe a la declaración "la guerra continúa", ni sobre los acontencimientos que siguieron. Pero no podemos dejar de reconocer que, ante todo esto, los que juzgaron roto su lazo de fidelidad con el soberano y pasaron al servicio del segundo fascismo pueden reivindicar, por su comportamiento, una incontestable legitimidad; igualmente, puede comprenderse que un resentimiento muy humano llevase a Mussolini hacia lo que la historia, desgraciadamente, nos ofrece tantos ejemplos, para mayor gloria de la subversión: la toma de posición legítima contra una persona, se extiende o desplaza arbitrariamente hacia el principio del cual esta no es más que el representante, en este caso la monarquía. De ahí la proclamación por Mussolini de una república e incluso de una república llamada "social": cosa que ya hemos comparado a las regresiones involutivas que se verificaron en su personalidad tras los traumatismos psíquicos ya referidos.
Así, a través del encadenamiento de los acontecimientos que siguieron y que tuvieron de alguna manera el carácter de una Némesis, la monarquía en Italia debía acabar incluso sin ni siquiera una aureola de grandeza y tragedia.
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