El fascismo visto desde la derecha (II) NEOFASCISMO, ANTIFASCISMO: MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO
Biblioteca Evoliana.- El segundo capítulo de "El Fascismo Visto desde la Derecha" nos evoca una frase del Secretario General del Partido Comunista Italiano, Amadeo Bordhiga: "Lo peor del fascismo... será el antifascismo". Y Bordhiga debía saberlo en tanto que antifascista. En este capítulo estamos todavía en los prolegómenos de la obra, en la que Evola sigue definiendo los puntos de partida de su análisis: ni exaltación, ni denigración. Evola, en toda su obra, persigue la búsqueda de la objetividad: ver la realidad tal cual es, sin aditamentos, sin falsificación, cueste lo que cueste y lleve a donde lleve. Por eso, este no es un libro "fascista", simplemente intenta analizar el fascismo desde el punto de vista del pensamiento tradicional.
CAPITULO II
NEOFASCISMO, ANTIFASCISMO: MITOLOGIA Y DENIGRAMIENTO
Hoy tanto la democracia como el comunismo designan por "neofascismo" a las fuerzas "nacionales" que en Italia se les oponen más firmemente. En la medida en que esta designación fue aceptada sin reservas por las fuerzas en cuestión,se creó una situación compleja llena de equívocos y que se presta peligrosamente al juego de los adversarios. Entre otros, es también la causa de esto que puede definirse en un sentido evidentemente peyorativo como "nostálgicos". El fascismo ha sufrido un proceso que puede calificarse de MITOLOGIZACION y la actitud adoptada respecto a él por la mayor parte de las gentes reviste un carácter pasional e irracional, antes que crítico e intelectual. Esto vale en primer lugar para los que, precisamente, conservan una fidelidad a la Italia de ayer. En amplia medida estos últimos han hecho de Mussolini precisamente y del fascismo un "mito", y su mirada se ha vuelto hacia una realidad históricamente condicionada y hacia el hombre que ha sido el centro, antes que hacia las ideas políticas consideradas en sí mismas y por sí mismas, independientemente de estas condiciones, a fin de que puedan siempre guardar, eventualmente, su valor normativo en relación a un sistema político bien definido.
En el caso contemplado en el presente, la mitologización ha tenido naturalmente como contrapartida la IDEALIZACION, es decir, la valoración solo de aspectos positivos del régimen fascista, mientras que se relegaba en la sombra deliberadamente o inconscientemente a los aspectos negativos. El mismo procedimiento se ha practicado en sentido opuesto por las fuerzas antinacionales en vistas a una mitologización teniendo como contrapartida, esta vez, la denigración sistemática, la construcción de un mito del fascismo en el cual se evidencia, de manera tendenciosa, solo los aspectos más problemáticos del fascismo, a fin de desacreditarlo y hacerlo odioso en su conjunto.
Se sabe que en este segundo caso la mala fe y la pasión partisana están manifestándose en el origen de un procedimiento suplementario y de una argumentación privada de toda legitimidad: se pretende establecer un lazo causal entre lo que concierne exclusivamente a los acontecimientos y las consecuencias de una guerra perdida y el valor intrínseco de la doctrina fascista. Para todo pensamiento riguroso, un lazo de este tipo no puede ser sino arbitrario. Debe afirmarse que el valor eventual del fascismo como doctrina (abstracción hecha de una política internacional dada) está tan poco comprometido con las consecuencias de una guerra perdida como tampoco hubiera podido ser confirmado por una guerra victoriosa. Los dos planos son totalmente distintos aunque disguste a los partidarios del dogma historicista AL CUAL SE REFIEREN GUSTOSOS HOMBRES sin carácter.
Más allá de todo unilateralismo partidista, quienes a diferencia de los "nostálgicos" de la joven generación, han vivido el fascismo y han tenido en consecuencia una experiencia directa del sistema y de los hombres, saben que muchas cosas no funcionaban en el fascismo. Tanto como el fascismo existió y pudo ser considerado como un movimiento de reconstrucción en marcha, cuyas posibilidades no estaban todavía agotadas y cristalizadas, era incluso permisible no criticarlo en otros aspectos. Los que, como nosotros, aunque defendiendo ideas que no coincidían más que parcialmente con el fascismo (o con el nacional‑socialismo) no condenaron estos movimientos aun teniendo claramente conciencia de sus aspectos problemáticos o desviados, actuaron así porque esperaban precisamente otros eventuales desarrollos ‑que era preciso favorecer por todos los medios comprometiéndose‑ desarrollos que habrían rectificado o eliminado los aspectos en cuestión.
Pero siendo ahora el fascismo una realidad histórica pasada, ya no es posible mantener la misma actitud. Antes que la idealización propia del mito, lo que se impone es la separación entre lo positivo y lo negativo, no con una finalidad teórica, sino también con una función práctica en vistas a una posible lucha política. No debería pues aceptarse la etiqueta de "fascista" o "neo‑fascista" sin discusión: debería decirse fascista (si hay lugar) en relación con lo que hubo de positivo en el fascismo y no con lo que hubo de negativo.
Superados positivo y negativo, es preciso también recordar que el fascismo por su carácter, ya señalado, de movimiento susceptible de conocer desarrollos comprendía diversas tendencias, cuyo único porvenir ‑si el desastre militar y el hundimiento interno de la nación no lo hubieran paralizado todo‑ habría podido decir cuales debían prevalecer. En Italia ‑pero también en Alemania‑ la unidad no excluía las tensiones importantes en el interior del sistema. No haremos alusión aquí a simples tendencias ideólogicas representadas por tal o cual individuo, por tal o cual grupo; en amplia medida estas tendencias fueron inoperantes y no pueden ser tenidas en consideración en nuestro estudio. Se trata más bien de elementos concernientes a la estructura del sistema y del régimen fascista, tomados en su realidad concreta en su organización estética y, en general, institucional. Esta es la segunda razón y la más importante, de la necesidad de superar la mitologización y de no recuperar el fascismo de forma ciega. Si se piensa además en los dos fascismos, en el fascismo clásico del Ventennio (1) y en el de la República Social Italiana, ciertamente unidos por una continuidad de fidelidad y de combate, pero fuertemente diferentes sobre el plano de la doctrina política ‑en parte bajo el efecto de la influencia fatal de las circunstancias‑ el problema de la discriminación parecerá aun más evidente; y se verá como el mito lleva a peligrosas confusiones que perjudican la formación de un frente duro y compacto.
En relación con esto es preciso poner de relieve la necesidad de agrandar los horizontes y de mantener el sentido de las distancias. Hoy, en realidad, mientras que unos consideran al fascismo como un simple paréntesis y una aberración de nuestra historia más reciente, los otros dan la impresión de quien, apenas nacido, cree que nada ha existido fuera de su pasado inmediato. Estas dos actitudes son inadecuadas y sería necesario oponerse con la mayor energía a los que desearían imponer la alternativa fascismo‑antifascismo, para agotar toda posibilidad política y cualquier discusión. Una consecuencia de esta alternativa, es, por ejemplo, que puede uno no ser antidemócrata sin ser automáticamente "fascista" o "comunista". Este círculo vicioso es absurdo y para denunciar la perspectiva miope que implica es preciso hacer referencia a nuestras consideraciones preliminares.
Siempre en la investigación de lo positivo, hay efectivamente una diferencia esencial entre aquello cuyo único punto de referencia es el fascismo (y eventualmente los movimientos análogos de otras naciones: el nacional‑socialismo alemán, el rexismo belga, la primera Falange Española, el régimen de Salazar, la Guardia de Hierro rumana, se pudo hablar ayer de una "revolución mundial" como movimiento global opuesto a la revolución proletaria) en que hace comenzar y terminar el propio horizonte político, histórico y doctrinal; y aquel que, por el contrario, considera en estos movimientos lo que se presenta como formas particulares más o menos imperfectas, adaptadas a las circunstancias, formas en las cuales se habían manifestado y habían actuado (ideas y principios a los cuales es preciso reconocer un carácter de "normalidad" y constancia), haciendo así entrar los aspectos originarios "revolucionarios" en sentido estricto, de estos movimientos en el dominio de lo que es secundario y contingente. En pocas palabras, se trata de ligar por todas partes en donde sea posible, el fascismo a la gran tradición política europea y de poner de lado lo que, en él existe a título de compromiso, de posibilidades divergentes o de planteamientos desviados, de fenómenos que se resentían en parte de los males contra los cuales, por reacción se quería luchar.
Ya que hoy no tenemos ante nosotros la realidad concreta del fascismo, su situación histórica específica, todo esto es ciertamente posible y muestra la única vía que se ofrece prácticamente a las "fuerzas nacionales" dado que la nostalgia y la mitologización no sirven para gran cosa y no puede hacerse resucitar a Mussolini o fabricar otro a medida, por no hablar de la situación actual, diferente de la coyuntura que hizo posible el fascismo bajo este aspecto histórico determinado.
En estas condiciones, no es difícil descubrir que significado superior eventual puede adquirir el análisis del fascismo, análisis que, evidentemente, es también una integración. Más allá de toda confusión y de toda debilidad, ofrece en efecto a las vocaciones una piedra angular. Un gran espíritu del siglo pasado, Donoso Cortés, habló de los tiempos que preparaban Europa para las convulsiones revolucionarias y socialistas, como los de las "negaciones absolutas y las afirmaciones soberanas". A pesar del nivel bien bajo de la época actual, algunos pueden hoy aun tener este sentimiento.
En cuanto a la materia del breve estudio que vamos a emprender se limitará a lo que fue la realidad estructural e institucional, régimen y práctica concreta nacidas de las diferentes fuerzas que alimentaron el movimiento fascista con una atención particular por los principios que se pudo recoger en todo esto, directa o indirectamente. Habiendo sido Mussolini el centro de coagulación de estas fuerzas, es a la doctrina y a las posiciones de éste a quien nos referimos, tal como se definieron a través de la lógica interna del movimiento del cual fue jefe: pues, como se sabe, a diferencia del comunismo y, en parte, igualmente al nacional‑ socialismo, el fascismo antes de la acción y la "revolución" no tuvo doctrina exactamente formulada y unívoca (el mismo Mussolini lo afirma: "La acción es en el fascismo lo que ha precedido a la doctrina"). Tal como hemos señalado ignoraremos por el contrario las tendencias ideológicas a menudo discordantes que permanecieron simplemente así y que, tras la conquista del poder, formaron parte de grupos minoritarios particulares, grupos a los que, en su conjunto, se les dió una libertad de expresión bastante amplia, debida probablemente al hecho de que su influencia era prácticamente nula.
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