El fascismo visto desde la derecha (III) EL ESTADO Y LA NACION
Biblioteca Evoliana.- En el capítulo III de "El Fascismo visto desde la Derecha", Evola aborda un tema polémico: el concepto que el fascismo se forja del Estado y de la Nación. Evola recuerda que la idea de "nación" es fundamentalmente moderna, pero percibe en la voluntad de Imperio del fascismo un rasgo que remite a las mejores tradiciones europeas. En realidad, este capítulo III es una aplicación de la crítica de los conceptos de Estado, Nación e Imperio, que realiza Evola en "Los Hombres y las Ruinas".
CAPITULO III
EL ESTADO Y LA NACION
El significado fundamental que el fascismo revistió, definiéndolo y asumiéndolo fue, desde nuestro punto de vista, el de una reacción que partiendo de las fuerzas de ex‑combatientes y de nacionalistas, afrontó una crisis que era, esencialmente, la de la concepción misma del Estado, de la autoridad y del poder central en Italia.
La Italia de la inmediata pos‑guerra se presentaba como un Estado laico en el que la influencia masónica era considerable, con un débil y mediocre gobierno demo‑liberal y una monarquía privada de su poder, es decir, de tipo constitucional parlamentario, un Estado privado en su conjunto de un "mito" en sentido positivo, a saber, de una idea superior, animadora y formadora, que fuera algo más que una simple estructura de la administración pública. Que en tales condiciones la nación no estuvo a la altura de hacer frente a los graves problemas que las fuerzas puestas en movimiento por la guerra y tras la guerra, imponían y de combatir las sugestiones sociales revolucionarias difundidas en las masas y el proletariado por los activistas de izquierda, fue siempre demasiado evidente.
El mérito del fascismo, es pues, ante todo, haber alzado la idea de Estado en Italia, de haber creado las bases de un gobierno enérgico afirmando el principio puro de la autoridad y de la soberanía políticas. Este fue, por así decir, el aspecto positivo del movimiento, a medida que se definió y logró liberarse de sus principales componentes originales: la del espíritu combatiente revolucionario, la tendencia genéricamente nacionalista y también la de un sindicalista inspirado en Sorel.
En esta perspectiva, puede hablarse de una especie de inversión o desplazamiento "vectorial" del movimiento intervencionista italiano. En efecto, ideológicamente el intervencionismo, como ya hemos subrayado comportó la adhesión de Italia al frente de la democracia mundial coaligada contra los Imperios Centrales y refiriéndose, bajo distintos aspectos, al espíritu del Risorgimento, es decir a las ideas de 1848; pero, esencialmente, el intervencionismo tuvo un sentido revolucionario autónomo y la guerra fue una ocasión para el despertar de las fuerzas que no soportaban más el clima de la Italia burguesa, fuerzas que, como el espíritu combatiente, alimentaron al fascismo; no aceptando "normalizarse" de nuevo en este clima, cambiaron de polaridad sobre el plano ideológico y se orientaron hacia la Derecha, hacía el ideal de Estado jerárquico y de su "nación militar", las tendencias socialistas y puramente insurreccionales (así como republicanas) antes de la marcha sobre Roma fueron rápidamente eliminadas. Este aspecto "existencial" del fascismo debe ser colocado y apreciado en su justa medida. En cuanto al otro aspecto, fue tal que Mussolini una vez en el poder, pudo preconizar la aparición de nuevas jerarquías y hablar de un nuevo "siglo de autoridad, un siglo de la derecha, un siglo del fascismo". Cuando afirma (1926): "Representamos un principio nuevo en el mundo (actual). Representamos la oposición neta, categórica, definitiva, a todo el mundo... a los Inmortales Principios de 1789", pone de manifiesto el "momento contra‑ revolucionario" como uno de los aspectos más importantes del movimiento.
Estructuralmente, en cierta medida, podría aplicarse pues la designación de "revolución conservadora" potencial, designación que fue utilizada tras la primera guerra mundial y con el hitlerismo, igualmente con una fuerte componente de antiguos combatientes: pero esto a condición de referir el conservadurismo a algunos principios políticos (a los cuales la ideología de la Revolución francesa representaba la negación), no a una realidad de hecho preexistente, pues hemos visto que la Italia pre‑ fascista no tiene nada que hubiera podido dar al conservadurismo un contenido superior y positivo. No había gran cosa digna de ser "conservada". A diferencia del movimiento alemán paralelo que acabamos de mencionar, bajo varios aspectos el fascismo debió prácticamente partir de cero en Italia. Este hecho explica también, incluso aunque no los justifique, algunos de sus rasgos más problemáticos.
Por regla general, toda forma de ideología societaria y democrática fue suprimida en la doctrina política fascista. Se reconoció la preeminencia del Estado sobre el pueblo y la nación, es decir, la dignidad de un poder supraordenado, en función del cual la nación adquiere una conciencia verdadera, una forma y una voluntad, participando en un orden superador del plano naturalista. Mussolini tuvo ocasión de afirmar en 1924: "sin Estado no hay Nación. Hay solamente un conglomerado humano susceptible de recibir todas las desintegraciones que la historia pueda infligirle" (1927). Añade y precisa: "No es la nación quien engendra el Estado. Por el contrario, la nación es creada por el Estado que da al pueblo (...) una voluntad y, en consecuencia, una existencia afectiva". La fórmula "el pueblo es el cuerpo del Estado y el Estado el espíritu de este cuerpo" (1934) remite, si se interpreta de manera justa, a la idea clásica de una relación dinámica y creadora entre la "forma" y la "materia". El pueblo, la "nación" en el sentido corriente, naturalista y romántico, no son más que la "materia" (el cuerpo), el Estado es la "forma" concebida como fuerza organizada y animadora, según la interpretación de la "materia" y de la "forma" dada por la filosofía tradicional iniciada en Aristóteles.
La concepción falsa de un Estado que debería contentarse con proteger las "libertades negativas" de los ciudadanos como simples individuos empíricos, "garantizar un cierto bienestar y una vida comunitaria pacífica" reflejan o siguen pasivamente, en el fondo, a las fuerzas de la realidad económica y social concebidas como fuerzas primarias, tal concepción es pues rechazada. Se permanece también en oposición a la idea de una simple burocracia de la "administración pública", según la imagen agrandada de lo que pueden ser la forma y el espíritu de cualquier sociedad privada con fines puramente utilitarios.
Cuando junto a esta concepción de base el fascismo afirma el trinomio "autoridad, orden, justicia", es innegable que recupera la tradición que formó a los grandes Estados europeos. Se sabe además que el fascismo evoca y procura evocar, la idea romana como integración suprema y específica del "mito" del nuevo organismo político, "fuerte y orgánico". La tradición romana, para Mussolini, no debía ser retórica sino una "idea‑fuerza" y un ideal para la formación de un nuevo tipo humano que habría debido tener el poder entre las manos. "Roma es nuestro punto de partida y referencia. Es nuestro símbolo y nuestro mito" (1922). Esto testimonia una vocación precisa, pero también una gran audacia: era querer tender un puente sobre un abismo de siglos, para recuperar el contacto con la única herencia verdaderamente válida de toda la historia desarrollada sobre el suelo italiano. Pero una cierta continuidad positiva no se establecía más que a nivel del sentido del Estado y de la autoridad (del IMPERIUM en el sentido clásico) así como en relación con la ética viril y un estilo hecho de dureza y disciplina que el fascismo propuso al italiano. Una profundización de las demás dimensiones del símbolo romano ‑dimensiones espirituales en el sentido propio, de la visión del mundo‑ y de las precisiones sobre la romanidad a las cuales debía precisamente referirse, no tuvieron lugar, por el contrario, bajo el fascismo oficial; los elementos que podían emprender esta profundización no existían o no fueron utilizados.
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