Revuelta contra el Mundo Moderno (II Parte) 7. Los ciclos de la decadencia: el ciclo heroico
Biblioteca Julius Evola.- Evola pasa a analizar las etapas del "descenso cíclico" y llega hasta lo que llama los "ciclos de la decadencia": la edad de plata, la edad de bronce, la edad del hierro. Entonces se pregunta si existe la posibilidad de reintegración en el estado originario propio a la Edad de Oro. La respuesta es sí: a través del ciclo heroico, en el cual, mediante una serie de pruebas el "héroe" logra es reintegración. La experiencia heroica es, en definitiva, una experiencia realizada, que Evola compara con la experiencia del titán de la mitología clásica: la historia de una frustración
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LOS CICLOS DE LA DECADENCIA ‑ EL CICLO HEROICO
A propósito de un período anterior al diluvio, el mito bíblico habla de una raza de "hombres poderosos que habían sido, antiguamente, hombre gloriosos", isti sunt potentes a sasculo viri famosi, nacidos de la unión de seres celestes con mujeres, que los habían "seducido" (1): unión que, como hemos visto, puede ser considerada como uno de los símbolos del proceso de mezcla, en virtud del cual la espiritualidad de la edad de la Madre sucedió a la espiritualidad de los orígenes. Es la raza de los Gigantes ‑Nephelin‑ que son llamados también en el Libro de Enoch, "gentes de extremo‑Occidente". Según el mito bíblico, a causa de esta raza la violencia reinó sobre la tierra, hasta el punto de provocar la catástrofe diluviana.
Recuerda, por otra parte, el mito platónico del andrógino. Una raza fabulosa y "andrógina" de seres poderosos habían logrado inspirar temor a los mismos dioses. Estos, a fin de paralizarlos, separaron a estos seres en dos partes, "macho" y "hembra" (2). Tal división destruyó su poder capaz de inspirar terror a los dioses, y en ocasiones se hace alusión al simbolismo de la "pareja enemiga" que se repite en muchas tradiciones y cuyo tema es suscetible de una interpretación no solo metafísica, sino igualmente histórica. Se puede hacer corresponder la raza original poderosa y divina, andrógina, con el estadio durante el cual los Nephelin "fueron hombres gloriosos": es la raza de la edad de oro. Luego, se produjo una división; del "dos", la pareja, la díada, se diferenció "uno". Uno de los términos es la Mujer (Atlántida): frente a la Mujer, el Hombre, un Hombre que ha dejado de ser espíritu y sin embargo se revuelve contra el simbolismo lunar afirmándose en tanto que tal, entregándose a la conquista violenta y usurpando poderes espirituales determinados.
Es el mito titánico. Son los "Gigantes". Es la edad de bronce. En el Critias platónico, la violencia y la injusticia, el deseo de poder y la avidez están asociadas a la degeneración de los atlantes (3). En otro mito helénico, se dice que "los hombres de los tiempos primordiales [a los cuales pertenece Deucalión, el superviviente del diluvio] estaban henchidos de prepotencia y orgullo, cometieron mas de un crimen, rompieron los juramentos y se mostraron despiadados".
Lo propio del mito y del símbolo es poder expresar una gran diversidad de sentido que conviene distinguir y ordenar interpretándolos caso por caso. Esto se aplica al símbolo de la pareja enemiga y de los titanes.
Es en función de la dualidad Hombre‑Mujer (en el sentido de virilidad materializada y de espiritualidad simplemente sacerdotal), premisa de los nuevos tipos de civilización que han sucedido involutivamente a la de los orígenes, como podemos comprender la definición de estos tipos.
La primera posibilidad es precisamente la posibilidad titánica en sentido negativo, propia al espíritu de una raza materializada y violenta, que no reconoce la autoridad del principio espiritual correspondiente al símbolo sacerdotal o bien al "hermano" espiritualmente femenino (por ejemplo Abel frente a Caín) y se apoya ‑cuando no se apropia, frecuentemente por sorpresa, y para un uso inferior‑ en conocimientos que le permiten dominar ciertas fuerzas invisibles que actúan en las cosas y en el hombre. Se trata pues de una rebelión prevaricadora, de una deformación de lo que podía ser el derecho propio de los "hombres gloriosos" anteriores, es decir de una espiritualidad viril inherente a la función de orden y de dominación de lo alto. Es Prometeo quien usurpa el fuego celeste en provecho de razas solamente humanas, pero no sabe como soportarlo. El fuego se convierte así para él en una fuente de tormento y condenación (4) hasta que otro héroe, más digno, reconciliado con el principio olímpico ‑con Zeus‑ y aliado de este en la lucha contra los Gigantes ‑Hércules‑ lo libera. Se trata de la raza "muy inferior" tanto por su naturaleza, como por su inteligencia. Según Hesiodo, tras la primera edad, rechaza respetar a los dioses, se entrega a las fuerzas telúricas (al final de su ciclo, se convertirá ‑según Hesiodo (5)‑ en la raza de los demonios subterráneos. Preludia así a una generación ulterior, mortal, caracterizada solo por la tenacidad, la fuerza material, un gusto salvaje por la violencia, la guerra y el poder absoluto (la edad de Bronce de Hesiodo, la edad de acero según los iranios, de los gigantes ‑Nephelin‑ bíblicos) (6). Según otra tradición helénica (7), Zeus habría provocado el diluvio para extinguir al elemento "fuego" que amenazaba con destruir toda la tierra, cuando Faeton, hijo del Sol, no consiguió dominar la cuádriga cuyos caballos desbocados se habían acercado demasiado el disco solar a la tierra. "Tiempo del hacha y de la espada, tiempo del viento, tiempo del Lobo antes que el mundo sucumba. Ningún hombre perdonará a otro", tal es el recuerdo de los Edas (8). Los hombres de esta edad "tienen el corazón duro como el acero". Pero "aunque suscitan el miedo", no pueden evitar sucumbir ante la muerte negra y desaparecen en la humedad, morada larvaria del Hades (9). Si, según el mito bíblico, el diluvio puso fin a esta civilización, se debe pensar que es con el mismo linaje que se cierra el ciclo atlante, que es la misma civilización que fue tragada por las aguas a fines de la catástrofe oceánica, quizás (como lo presentan algunos) por efecto del abuso, mencionado anteriormente, de algunos poderes secretos (magia negra titánica).
Sea como fuere, los "tiempos del hacha" según la tradición nórdica, de forma general, habrían abierto la vía al desencadenamiento de las fuerzas elementales. Estas terminaron por derribar a la raza divina de los Ases ‑que puede corresponder aquí a las fuerzas residuales de la raza de oro‑ y romper las barreras de la "fortaleza del centro del mundo", es decir, los límites creadores definidos por la espiritualidad "polar" primordial. Es, tal como hemos visto, la aparición de mujeres, en el seno de una espiritualidad desvirilizada, lo que anunció el "crepúsculo de los Ases", el fin del ciclo de oro (10). Y he aquí que la fuerza oscura que los Ases mismos habían alimentado, pero que anteriormente mantenían encadenada ‑el lobo Fenrir e incluso los dos lobos‑, "creció desmesuradamente" (11). Es la prevaricación titánica, inmediatamente seguida por su revuelta y el advenimiento de todas las potencias elementales, del Fuego interior del Sur, de los seres de la tierra ‑hrinthursen‑ mantenidos anteriormente fuera de los muros del Asgard. El lazo se rompió. Tras la "época del hacha" (edad de bronce) no fue solamente el sol quien "perdió su fuerza", sino también la Luna que resultó devorada por dos Lobos (12). Y en otros términos, no fue solamente la espiritualidad solar, sino también la espiritualidad lunar, demetríaca, quien desapareció. Es la caida de Odín, rey de los Ases y de Thor mismo, que había conseguido matar al lobo Fenrir, pero que sucumbió a su veneno, es decir sucumbió por haber corrompido su naturaleza divina de As con el principio mortal que le transmitía esta criatura salvaje. El destino y el declive ‑rök‑ se consumó con el hundimiento del arco Bifröst que unía el cielo y la tierra (13); tras la revuelta titánica, la tierra fue abandonada a sì misma, privada de todo lazo con lo divino. Es la "edad sombría" o "edad de hierro", sobrevenida tras la del "bronce". Los testimonios concordantes de las tradiciones orales o escritos de numerosos pueblos facilitan, a este respecto, referencias más concretas. Hablan de una frecuente oposición entre los representantes de los dos poderes, el poder espiritual y el poder temporal (real o guerrero), cualquiera que sean las formas especiales revestidas por uno y otro para adaptarse a la diversidad de circunstancias (14). Este fenómeno es otro aspecto del proceso que desembocó en la tercera edad. A la usurpación del sacerdote sucedió la revuelta del guerrero, su lucha contra el sacerdote para asegurarse la autoridad suprema, fenómeno que produjo el advenimiento de un estadio aún más bajo que el de la sociedad demetríaca, sacerdotalmente sagrada. Tal es el aspecto social de la "edad del bronce", del tema titánico, luciferino, o prometeico.
A la orientación titánica, donde es preciso ver la degeneración, en un sentido materializado, violento y ya casi individualista, de un intento de restauración "viril", corresponde una desviación análoga del derecho sagrado femenino, desviación que, morfológicamente, definió el fenómeno amazónico. Simbólicamente, se puede ver, con Bachofen (15), en el amazonismo y el tipo general de las divinidades armadas, una ginecocracia anormalmente poderosa, un intento de reacción y de restauración de la antigua autoridad del principio "femenino" o lunar contra la revuelta y la usurpación masculina: defensa que se manifiesta en ocasiones sobre el mismo plano que la afirmación masculina violenta, atestiguando así la pérdida de este elemento espiritual sobre el cual se fundamentaba exclusivamente la primacía y el derecho "demetríacos". Haya sido o no una realidad histórica y social, el amazonismo presenta en todas partes en su mito rasgos constantes que nos permiten utilizar este término para caracterizar a un tipo humano de civilización.
Se puede pues olvidar el problema de la existencia efectiva de mujeres guerreras en el curso de la historia o de la prehistoria y concebir, de manera general, el amazonismo, como el símbolo de la reacción de una espiritualidad "lunar" o sacerdotal (aspecto femenino del espíritu), incapaz de oponerse a un poder material o incluso temporal (aspecto material de la virilidad) que no reconoce su autoridad (mito titánico), sino oponiéndose a él sobre un plano igualmente material y temporal, es decir, asumiendo el modo de ser de su opuesto (aspecto y fuerza viriles de la "amazona"). Esto nos lleva a lo que se ha dicho respecto a la alteración de las relaciones normales entre el sacerdocio y la realeza. En la perspectiva general donde nos situamos ahora, hay "amazonismo" allí en donde aparecen sacerdotes que no ambicionan ser reyes, sino dominar a los reyes.
Sobre el plano histórico, nos contentaremos con mencionar, y esto es significativo, que, según ciertas tradiciones helénicas (16), las amazonas habrían constituido un pueblo próximo a los atlantes, con los cuales entraron en guerra. Derrotadas, fueron desplazadas a la zona de los montes Atlantes hasta Libia (algunos autores han llamado la atención sobre la supervivencia, característica, en estas regiones, entre los bereberes y los tuaregs o los dahomeos, de huellas de constitución matriarcal). De aquí, intentaron luego abrirse una ruta hacia Europa y terminaron estableciéndose en Asia. Tal como se ha observado(17), esta guerra entre las amazonas y los atlantes no debe probablemente ser interpretada como una lucha entre mujeres y hombres, ni como una guerra entre dos pueblos diferentes, sino más bien como un conflicto entre dos capas o castas de una misma civilización, como una especie de "guerra civil"). Pero el intento de restauración "amazónica" debía fracasar. Las "amazonas" son expulsadas, la Atlántida permanece en manos de la "civilización de los titanes". Luego, intentan penetrar en los países del Mediterréneo y consiguieron establecerse sobre todo en Asia. En una leyenda cargada de sentido, las amazonas, que intentan en vano conquistar la simbólica "isla blanca" ‑la isla Leuke, de la que ya hemos indicado sus correspondencias tradicionales‑ son derrotadas por la sombra, no de un titán, sino de un héroe: Aquiles. Son combatidos por otros héroes, como Teseo, que puede ser considerado como el fundador del estado viril de Atenas (18) y Belerofonte. Habiendo usurpado el hacha hiperbórea de doble filo, acudieron en ayuda de Troya, la ciudad de Venus, contra los aqueos (19), siendo exterminadas definitivamente por otro héroe, Hércules, liberador de Prometeo, el cual arrancó a su reina el simbólico ceñidor de Ares‑Marte; el hacha que remitió como insignia del poder supremo a la dinastía lidia de los Heráclidas (20). Amazonismo contra heroismo "olímpico", tal es la antítesis cuyo sentido examinaremos.
Otra posibilidad debe ser contemplada. En primer plano se encuentra siempre la pareja, sin embargo una crisis se produce: la primacía femenina permanece, pero solo gracias a un nuevo principio, el principio afroditico. La Madre es sustituida por la Hetaira, a la Hija, la Amante, a la Virgen solitaria, la pareja divina, que, como hemos indicado, marca frecuentemente, en las mitologías, un compromiso entre dos cultos opuestos. Pero aquí, el papel de la mujer no es como por ejemplo en la síntesis olímpica, donde Hera está subordinada a Zeus, aunque siempre en desacuerdo latente con él, y tampoco se asemeja a la síntesis extremo‑oriental, donde el Ying conserva su carácter activo y celeste en relación al Yin, su complemento femenino terrestre.
La naturaleza telúrica e inferior penetra el principio viril y lo rebaja al plano fálico. En el presente la mujer domina al hombre en la medida en que este se convierte en esclavo de los sentidos y simple instrumento de procreación. Ante la diosa afrodítica, el macho divino aparece como demonio de la tierra, como dios de las aguas fecundadoras, fuerza turbia e insuficiente sometida a la magia del principio femenino. De esta concepción se desprende analógicamente, según diversas adaptaciones, un tipo de civilización que se puede llamar, indiferentemente, fálico o afrodítico. La teoría del Eros que Platón une al mito del andrógino paralizado en su potencia convirtiéndose en doble, "macho" y "hembra", puede tener el mismo sentido. El amor sexual nace entre los mortales del oscuro deseo del macho caido que, experimentando su propia privación interior, busca, en el éxtasis fulgurante de la unión, encontrar la plenitud del estado "andrógino" primordial. Bajo este aspecto se esconde pues, en la experiencia erótica, una modalidad del intento titánico, con la diferencia que, por su naturaleza misma, permanece bajo el signo del principio femenino. Una civilización orientada en este sentido comporta inevitablemente un principio de decadencia ética y de corrupción, tal como atestiguan las diferentes fiestas que, incluso en una época relativamente reciente, se inspiran en el afroditismo. Si la Moûru, "creación" mazdeana que corresponde verosímilmente a la Atlántida, se refiere a la civilización demetríaca, el hecho de que el dios de las tinieblas le oponga, como contra‑creación, placeres culpables (21), puede referir precisamente al período ulterior de degeneración afrodítica de esta civilización, paralela a la convulsión titánica, pues se encuentran diosas afrodíticas frecuentemente asociadas a figuras divinas violentas y brutalmente guerreras.
Platón, como se sabe, estableció una jerarquía de las formas del eros que va de lo sensual y lo profano a lo sagrado (22), culminando en el eros a través del cual el "mortal busca vivir siempre, ser inmortal" (23). En el dionisismo, el eros se convierte precisamente en una "mania sagrada", un órgano místico: es la más alta posibilidad de esta vía, que tiende a liberar el ser de los lazos de la materialidad y a producir la transfiguración del oscuro principio fálico‑telúrico a través del desencadenamiento, el exceso y el éxtasis. Pero si el símbolo de Dionisos que combate él mismo a las amazonas expresa el ideal más elevado de este mundo esiritual, no es menos cierto que se trata de algo inferior si se le compara con lo que será la tercera posibilidad de la nueva era: la reintegración heroica que solo es verderamente libre tanto en relación a lo femenino como a lo telúrico (24). Dionisos, en efecto, al igual que Zagreo, no es más que un ser telúrico e infernal ‑"Dionisos y el Hades no son más que una sola y misma cosa" dice Heráclito (25)‑ que se asocia frecuentemente al principio de las aguas (Poseidón) o del fuego subterráneo (Hefaisto) (26). Esta siempre acompañado de figuras femeninas, Madres de Vírgenes o Diosas de la Naturaleza convertidas en amantes: Démeter y Koré, Ariana y Aridela, Semele y Libera. La virilidad misma de los coribantes, que vestían a menudo ropas femeninas como los sacerdotes del culto frigio de la Madre es equívoco (27). En el Misterio, en la "orgía sagrada", predomina aquí, asociada al elemento sexual, el elemento extático‑panteista de la ginecocracia: contactos frenéticos con las fuerzas ocultas de la tierra, liberaciones menádicas y pandémicas se producen en un terreno que es al mismo tiempo el del sexo desencadenado, la noche y la muerte, y en una promiscuidad que reproduce las formas meridionales más bajas y salvajes de los cultos colectivos de la Madre. Y el hecho de que en Roma, las bacanales fueran celebradas sobre todo, en su origen, por mujeres (28), el hecho de que en los Misterios dionisíacos las mujeres pudieran figurar como sacerdotisas e incluso como iniciadoras y que históricamente, en fin, todos los recuerdos de epidemias dionisíacas se relacionen esencialmente con el estado femenino (29), denota claramente que subsiste, en este ciclo, el tema de la preponderancia de la mujer, no solo bajo la forma groseramente afrodítica donde domina gracias al lazo que el eros, en su forma carnal, representa para el hombre fálico, sino también en tanto que favorece un éxtasis que significa disolución, una destrucción de la forma y en el fondo, una adquisición del espíritu, a condición, sin embargo, de renunciar simultáneamente a poseerlo bajo una forma viril. Ya hemos hecho alusión a estas formas del Misterio orgiástico que celebraban a Afrodita y la resurrección de su hijo y amante Adonis, formas en las que el pathos no está carente de relación con el impulso dionisíaco y donde el iniciado, en el momento del éxtasis, golpeado por el furor divino, se castraba. Se podría ver en este acto, del que ya hemos comenzado a explicar su significado, el símbolo vivido más radical y dramáticamente del sentido íntimo de la liberción desvirilizadora y extática propia al apogeo dionisíaco de esta civilización, que llamaremos afrodítica, forma nueva o degenerada de la espiritualidad demetríaca, pero donde subsiste sin embargo su significado central, el tema característico de la primacía del principio femenino, que lo opone a la "Luz del Norte".
La tercera y última posibilidad es la civilización de los héroes. Hesiodo refiere que tras la edad del bronce, antes de la del hierro, en las razas cuyo destino era a partir de ahora la "extinción sin gloria en el Hades", Zeus crea una raza mejor, que Hesiodo llama la raza de los héroes. Le es dada la posibilidad de conquistar la importalidad y de participar, a pesar de todo, en un estado parecido al de la edad primordial (30). Se trata pues de un tipo de civilización donde se manifiesta el intento de restaurar la tradición de los orígenes sobre la base del principio guerrero y de la cualificación guerrera. En verdad, los "héroes" no devienen todos inmortales, ni escapan todos al Hades. Este es solo el destino de una parte de ellos. Y si se examina, en su conjunto, los mitos helénicos y los de las otras tradiciones, se constata, tras la diversidad de los símbolos, la afinidad de las empresas de los titanes y de los héroes, y puede pues admitirse, que en el fondo, los unos y los otros pertenecen a un mismo linaje, son los audaces actores de una misma aventura trascendente que puede en ocasiones triunfar y en otras abortar. Los héroes que se convierten en inmortales son aquellos que realizan triunfalmente la aventura, aquellos que saben realmente evitar, gracias a un impulso hacia la trascendencia, la desviación propia al intento titánico de restaurar la virilidad espiritual primordial y superar la mujer ‑es decir, el espíritu lunar, afrodítico o amazónico‑. Los otros, aquellos que no saben realizar esta posibilidad virtualmente conferida por el principio olímpico, por Zeus ‑esta posibilidad a la que aluden los Evangelios diciendo que el humbral de los cielos puede ser violado (31)‑ descienden al mismo nivel que la raza de los titanes y de los gigantes, golpeados por maldiciones y castigos diversos, consecuencias de su temeridad y de la corrupción operada en ellos en las "vías de la carne sobre la tierra". A propósito de estas correspondencias entre la vía de los titanes y la vía de los héroes, es interesante señalar el mito, según el cual Prometeo, una vez liberado, habría enseñado a Hércules el camino del jardín de las Hespérides, donde deberá recojer el fruto de la inmortalidad. Pero este fruto, una vez conquistado por Hércules, es tomado por Atenea, que representa aquí el intelecto olímpico, y es colocado en su lugar "por que no está permido llevarlo a cualquier lugar" (32). Es preciso entender por ello que esta conquista debe ser reservada a la raza a quien pertenece y no debe ser profanada al servicio de lo humano, tal como Prometeo tenía intención de hacer.
En el ciclo heroico aparece en ocasiones el tema de la díada, es decir, de la pareja y de la mujer, entendidos, no en un sentido análogo a aquel de los diversos casos que acabamos de examinar, sino en el sentido ya expuesto en la primera parte de esta obra a propósito de la leyenda del Rex Nemorensis, de las "mujeres" que "hacen" reyes divinos, "mujeres" del ciclo caballeresco y así sucesivamente. A propósito del contenido diferente que presenta, según los casos, un simbolismo idéntico, nos contentaremos con observar que la mujer que encarna, sea un principio vivificante (Eva, "la viviente", Hebe, todo lo que se desprende de la relación entre las mujeres dininas y el árbol de la vida, etc.) sea un principio de iluminación o de sabiduría trascendente (Atenea, nacida del cerebro del Zeus olímpico, guía de Hércules; la virgen Sofía, la Dama Inteligencia de los "Files de Amor", etc.) sea un poder (la Shatki hindú, las walkirias nórdicas, la diosa de las batallas Morrigu que ofrece su amor a los héroes solares del ciclo céltico de los Ulster, etc.), tal mujer, decimos, es objeto de una conquista, que no resta al héroe su carácter viril, sino que le permite integrarlo en un plano superior. Más importante, sin embargo, en los ciclos del tipo heroico es el tema de la oposición contra toda pretensión ginecocrática y todo intento amazónico. Este tema, es como aquel, igualmente esencial para la definición del concepto de "héroe", de una alianza con el principio olímpico y de una lucha contra el principio titánico (33), ha sido claramente expresado en el ciclo helénico, especialemente en la figura del Hércules dórico.
Ya hemos visto que a semejanza de Teseo, Belerofonte y Aquiles, Hércules combate contra las amazonas simbólicas hasta su exterminio. Si el Hércules lidio conoce una caída afrodítica con Omphalo, el Hércules dórico merece siempre el título del “enemigo de la mujer”. Desde su nacimiento, la diosa de la tierra, Hera, le es hostil; viniendo al mundo, estrangula a dos serpientes que Hera había enviado para suprimirlo. Se ve obligado continuamente a combatir a Hera, sin ser jamás vencido. Consigue incluso herir y poseer en la inmortalidad olímpica, a su hija única Hebe, la "eterna juventud". Si se considera a otras figuras del ciclo en cuestión, tanto en Occidente como en Oriente, se encontrará siempre, en una cierta medida, estos mismos temas fundamentales. Es así como Hera (significativamente ayudada por Ares, el dios violento de la guerra) intenta impedir el nacimiento de Apolo, enviando a la serpiente Python para perseguirlo. Apolo debe combatir a Tatius, hijo de la misma diosa que le protege, pero, en la lucha, ella misma resulta herida por el héroe hiperbóreo, al igual que Afrodita es herida por Ajax. Por incierto que sea el resultado final de la empresa del héroe caldeo Gilgamesh a la búsqueda de la planta de la inmortalidad, todo su historia no es más que el relato de la lucha que mantiene contra la diosa Isthar, tipo afrodítico de la Madre de la vida, cuyo amor rechaza reprochándole crudamente la suerte que conocieron ya sus otros amantes; y mata al animal demoníaco, el ureus o toro, que la diosa había lanzado contra él (34). Indra, prototipo celeste del héroe, en un gesto considerado como "heróico y viril", golpea con su rayo a la mujer celeste amazónica Usha, aun siendo el señor de esta "mujer" que como shakti tiene también el sentido de "potencia" (35). Y cuando Parsifal provoca con su partida la muerte de su madre, opuesta a su vocación heroica, que era también de "Caballero celeste" (36); cuando el héroe persa Rostam, según el Shamani, debe descubrir la trampa del dragón que se le presenta bajo la apariencia de una mujer seductora, antes de poder liberar un rey que, gracias a Rastam, recupera la vista e intenta escalar el cielo por medio del "águila", siempre se repite el mismo tema. La trampa seductora de una mujer que, por medios afrodíticos o encantamientos, intenta desviar de una empresa simbólica a un héroe concebido como destructor de titanes, de seres monstruosos o de guerreros en revuelta, o como afirmador de un derecho superior, es un tema tan frecuente y tan popular, que es inutil multiplicar aquí los ejemplos. Lo cierto es que en las sagas y leyendas de este tipo, únicamente sobre el plano más inferior, la trampa de la mujer puede ser asimilada a la de la carne. Si es cierto que "si la mujer aporta la muerte, el hombre la domina a través del espíritu" pasando de la virilidad fálica a la virilidad espiritual (37), es preciso añadir que en realidad, la trampa tendida por la mujer o por la diosa expresa también, esotéricamente, la trampa de una forma de espiritualidad que desviriliza y tiende a sincopar, o a desviar, el impulso hacia lo verdaderamente sobrenatural.
La superioridad consistía, no en ser la fuerza original sino en dominarla, cualidad que estuvo estrechamente asociada, en Hélade, al ideal heroico. Esta cualidad se ha expresado en ocasiones a través del simbolismo del parricidio o del incesto: parricidio, en el sentido de una emancipación, en el sentido de devenir su propio principio; incesto, en el sentido, análogo, de poseer la materia prima. El arquetipo de Zeus, que habría matado a su propio padre y poseido a su madre Rea cuando, para huir de ella, tomó la forma de una serpiente (38), aparece como un reflejo del mismo espíritu en el mundo de los dioses, al igual que Agni, personificación del fuego sagrado de las razas heróicas arias que "apenas nacido, devora a sus dos padres" (39) e Indra que, como Apolo mata a Python, extermina a la serpiente Ahi, pero mata también al padre celeste Dyaus (40). En el simbolismo del Ars Regia hermético, se conserva igualmente el tema del "incesto filosofal".
La tradición hindú ofrece un ejemplo interesante de la forma en que se presenta, en un ciclo heroico, el tema de los "dos". Primeramente el dios Varuna que, como Dyaus (y como el Urano griego, al cual Varuna corresponde incluso etimológicamente) designa el principio celeste primordial. Pero Varuna, en las formas ulteriores de la tradición, se transforma, por así decirlo, en dos gemelos, de los que uno continúa llevando el nombre de Varuna, y el otro pasa a llamarse Mitra ‑equivalente bajo diversos aspecto a Indra‑ se opone a él como una divinidad heroica y luminosa, como el día a la noche (41). Es propio del ciclo heroico el transfigurar luminosamente lo que, en la dualidad, está diferenciado en el sentido masculino, es decir, guerrero, y atribuir carácteres negativos al aspecto del "cielo" que deviene la expresión de una espiritualidad lunar.
De forma general, si se hace referencia a las dos preformaciones del simbolismo solar que nos han servido ya para definir el proceso de diferenciación de la tradición, se puede pues decir que el mito heroico corresponde al sol asociado a un principio de cambio, pero no de una forma esencial ‑segun el destino de caducidad y de continua redisolución en la Tierra Madre, propia de los dioses‑año, o como en el pathos dionisíaco‑ sino disociándose de este principio, a fin de transfigurarse y reintegrarse en la inmutabilidad olímpica, en la naturaleza urania, inmortal.
Hemos llegado así a lo que se ha llamado el Misterio de Occidente: la región occidental considerada como trascendente en relación a la luz sometida a la ley de ascenso y descenso, considerada como residencia del Héroe, como estos Campos Elíseos donde gozan de una vida a imagen de la vida olímpica, es decir del estado primordial. Sobre el plano de las jerarquías y las dignidades tradicionales, coresponde a la iniciación y a la consagración, es decir, a las acciones mediante las cuales son sobrenaturalmente integradas las cualidades puramente guerreras de aquel que, aunque no poseyendo aun la naturaleza olímpica del dominador, debe asumir la función real.
Las civilizaciones heroicas que surgen antes de la edad del hierro ‑es decir antes de la época desprovista de todo principio espiritual, de la naturaleza que sea‑ y al margen de la edad de bronce, en el sentido de una superación de la espiritualidad demetríaco‑afrodítica o del hybris titánico, o para vencer los intentos amazónicos, representan resurrecciones parciales de la Luz del Norte, de los momentos de restauración del ciclo de oro ártico. Es significativo, a este respecto, que entre las empresas que habrían conferido a Hércules la inmortalidad olímpica, figura la del jardín de las Hespérides y que, para alcanzarlo, haya pasado, según algunas tradiciones, por la región simbólica del norte "que los mortales no alcanzarán ni por tierra, ni por mar" (42), por el país de los Hiperbóreos, de donde este héroe ‑el "hermoso vencedor"- habría traído el olivo con el cual se corona a los vencedores (43). Desde cierto punto de vista, estas civilizaciones representan la buena semilla, el resultado positivo de la unión de los "ángeles" con los habitantes de la tierra o dioses inmortales con mujeres mortales. No existe, en último análisis, ninguna diferencia entre los héroes cuya generación es explicada por la entrada de fuerzas divinas en los cuerpos humanos y por la unión de dioses olímpicos con mujeres (44), ‑y estos "hombres gloriosos" fueron los Nephelin, engendrados igualmente por la unión de àngeles con mujeres, antes de entregarse a la violencia‑ la raza heroica de los Völsungen que, según la leyenda de los Niebelungen, habrían sido engendrados por la unión de un dios con una mujer mortal y estos reyes solares, en fin, a los que frecuentemente se les atribuyó el mismo origen (45).
Hemos sido llevados, en resumen, a definir seis tipos fundamentales de civilizaciones y de tradiciones posteriores a la civilización primordial (edad de oro): de una parte, el demetrismo, pureza de la Luz del Sur (edad de plata, ciclo atlántico, sociedad sacerdotal); el afroditismo que es su forma degenerada y el amazonismo, intento desviado de restauración lunar. De otra parte, el titanismo o luciferismo, degenerado de la Luz del Norte (edad del bronce, época de los guerreros y los gigantes); dionisismo, aspiración masculina desviada, desvirilizada en las formas pasivas y mezcladas del éxtasis (46); enfin el heroismo, en tanto que restauración de la esiritualidad olímpico‑solar y la superación tanto de la Madre como del Titán. Tales son los momentos fundamentales a los cuales, de forma general, se puede reducir analíticamente todas las formas mezcladas de civilizaciones encaminándose hacia los tiempos "históricos", es decir hacia el ciclo de la "edad oscura", o edad de hierro.
ESPIRITUALIDAD SOLAR
Ciclo ártico de la Edad de Oro ‑ Ciclo de la realeza divina
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ES ESPIRITUALIDAD DEMETRIACA |
Cic Ciclo Atlántico‑meridional |
Edad de Plata |
Gi ginecocracia sacerdotal |
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CI CICLO AMAZONICO | CICLO TITANICO
| | Edad del Bronce
| | Segundo período atlántico
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CIC CICLO AFRODITICO | CICLO DIONISIACO
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| ESPIRITUALIDAD HEROICA |
| Ciclo ario |
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| Crepúsculo de los Héroes |
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EDAD DEL HIERRO EDAD DEL HIERRO
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