El Misterio del Grial - Capítulo II - El ciclo del Grial - XVII. El Rayo y la Lanza
Biblioteca Julius Evola.- El parágrafo XVII del primer capítulo de "El Misterio del Grial" está destinado a fijar la naturaleza del Grial. Al autor se dedica a tratar dos símbolos que suelen acompañar al Grial en los distintos escritos del siglo XII: el rayo y la lanza. Ambos símbolos están asociados al elemento uránico en todas las tradiciones. La lanza suele asociarse a meteoritos que se incendian al atravesar la atmóstera con la forma de... una lanza. En cuanto al rayo su carácter uránico es todavía más evidente siendo uno de los atributos de Zeus.
XVII. EL RAYO Y LA LANZA
Y ahora fijemos nuestra atención en el propio Grial.
Se ha destacado que, como piedra caída de la frente de Lucifer, el Grial recuerda de modo preciso y significativo la piedra frontal - urna -, que en el simbolismo hindú, y sobre todo en el budismo, tiene con frecuencia el lugar del «tercer ojo» u Ojo de Siva. Es un ojo al que se atribuye tanto la visión trascendental o «cíclica» (en el budismo es la bodhi, la iluminación espiritual), como un poder fulgurante. Y en este segundo aspecto hay una relación directa con lo que acabamos de decir, si se recuerda que con ese ojo fulminó Siva a Kama, el dios del amor, que intentaba despertar en él el deseo por su mujer o çakti. Por lo demás, en las tradiciones esotéricas de Yoga de igual origen, al ojo central corresponde el llamado «centro del mando» -ajña chakra-, que, al mismo tiempo, es la sede más alta de la «virilidad trascendente», aquella en la que el phallus simbólico de Siva se manifiesta en la forma itara, a la que se atribuye el poder de atravesar la «corriente del tiempo» y por ello de conducir más allá de la muerte.
Por lo demás, según su propio aspecto genérico de piedra caída del Cielo, la piedra luciferina remite al poder fulgurante a través del simbolismo de las denominadas «piedras del rayo», de las piedras meteóricas, de las que se trata en muchas tradiciones, donde a menudo acaban simbolizando al propio rayo. Y aquí Guénon ha demostrado la posibilidad de referirse al propio simbolismo de la antigua hacha de piedra, que destroza y hiende y que por esto ha simbolizado a su vez al rayo en tradiciones que casi siempre acaban conectando con la tradición primordial hiperbórea, con los representantes heroicos u olímpicos, en todo caso antititánicos, de esta tradición. Así, el hacha, además de a Siva, fulminador como hemos visto del Eros hindú, también se atribuye a Paraçu-Râma y corresponde al martillo Mijolnir de Thor, es el arma simbólica con la que estos dos últimos personajes atacan y derriban entidades telúricas o salvajemente guerreras. El hacha, de este modo, se convierte en sinónimo del rayo con el que el dios olímpico helénico extermina a los titanes, y, sobre todo, del vajra de Indra, el dios celestial y guerrero de las tropas indo-arias primordiales. Para lo que aquí nos interesa, esta última referencia ofrece un especial interés en el sentido de que el vajra tiene tres significados: significado de cetro, significado de rayo y significado de piedra inmaculada. El primero de ellos remite a los mismos significados que en el fondo encuentran expresión en el simbolismo de la lanza. Existe una leyenda que guarda estrecha relación con la del Grial: es la saga de Peronnik. En ella, son temas fundamentales una jofaina de oro y una lanza de diamante que hay que conquistar en el castillo de un gigante. La jofaina posee las mismas virtudes benéficas que el Grial: «Proporciona instantáneamente todos los alimentos y las riquezas que se desean, bebiendo en ella se sana de todo mal y los muertos recobran la vida». La lanza diamantina, en cambio, presenta los caracteres «terribles» de la piedra luciferina, del vajra, fuerza-cetrorayo; es la lanza implacable, la lance sans merci; resplandeciente como una llama, elle tue et brise tout ce qu'elle touche, pero precisamente como tal es prenda de victoria. Apenas el héroe Peronnik toca estos objetos, la tierra tiembla, se oye un trueno terrible, desaparece el palacio y él se encuentra en el bosque, con la lanza y la jofaina, que lleva al rey de Bretaña: fenomenología que, como cualquiera puede ver, es una reproducción de la del Grial y del «asiento peligroso». Visión cíclica, virilidad trascendente, fuerza de mando, hacha-rayo, rayo-cetro, en el contexto de los mitos, todo ello se asocia, pues, a la misteriosa piedra, de la que se sacó el Grial, que adornó la diadema de Lucifer y que sus huestes, en una especie de «desquite de los ángeles», trataron de reconquistar; que ya estuvo en poder de Adán en el «estado primordial», en el «Paraíso Terrenal», pero que también la perdió; que por último, en cierto aspecto, está todavía misteriosamente presente en este mundo como «piedra del exilio». Por lo demás, a la tradición del Paraíso Terrenal como sede del Grial se ajusta también la que acaba identificando uno con otro.
Wolfram habla del Grial como de «un objeto tan augusto, que el Paraíso no tiene nada de más bello»: «flor de toda felicidad, que traía a la Tierra tal plenitud de dones que sus virtudes igualaban a las que se atribuyen al Reino de los Cielos». En la Queste du Graal, Galahad, contemplando el Grial en el Palais espirituel, es presa de un escalofrío maravilloso y ruega a Dios que lo saque de esta vida y le haga entrar en el Paraíso, por haber conocido ya plenamente el misterio del Grial. En el Perceval li Gallois, el propio castillo del Grial lleva el nombre de Edén. En el Diu Cróne, la búsqueda conduce a Galván a un país tal «que pudiera ser considerado el Paraíso Terrenal».
Veldenaer, en el siglo XVI, refiere que, según las fuentes antiguas, el «Caballero del cisne», Lohengrin, «venía del Grial (dat Greal), que antes se llamaba el paraíso sobre la Tierra, pero que no es el paraíso, sino un lugar de pecado ya! que además se llega con grandes aventuras y del que se sale con numerosas vicisitudes y con suerte». Así, el Grial, de un modo u otro, se relaciona también con la reconquista del estado primordial, representado por el «Paraíso Terrenal».
Hemos aludido ya a la tradición según la cual Set reconquistó el Grial en el Paraíso Terrenal. Este es un motivo muy interesante por el hecho de que Set, en hebreo, es un término al que se pueden dar los significados opuestos de «tumulto» y «ruina» por un lado, y de «fundamento» por el otro. El primer significado nos remite al sustrato «luciférico», al principio guerrero salvaje destinado, a través de la reintegración «heroica», a cambiar de naturaleza y a transformarse en «fundamento»; de ahí el otro significado de Set, «fundamento», «polo», que tiene una relación esencial con la función regia concebida en general como emanación del «poder del Centro». Pero por esa razón se encuentra también la interpretación del misterioso lapsit exillis, de Wolfram, como lapis beryllus, «piedra central», y lapis erilis, «piedra del Señor».
En algunos textos siríacos, en efecto, se habla de una piedra preciosa que es «fundamento» o «centro» del mundo, escondida en las «profundidades primordiales, junto al templo de Dios». Se la relaciona con el cuerpo del hombre primordial, Adán y, cosa igualmente interesante, con un lugar montañoso inaccesible, cuyo camino no debe ser revelado a los hombres, donde Melquisedec, «en servicio divino y eterno», custodia el propio cuerpo de Adán. Pero resulta que, en Melquisedec, tenemos de nuevo una representación de la suprema función, al tiempo regia y sacerdotal, del «Rey del Mundo»; asociada pues aquí a una especie de guardia del cuerpo de Adán, de aquel que originariamente poseyó el Grial, que lo perdió y que ya no vive; y esto, juntamente con el motivo de una misteriosa piedra y de una sede inaccesible.
Por lo demás, como ya hemos destacado, un significado «central» es inherente al simbolismo de las «piedras celestes» en general, tan a menudo presentes allí donde una raza determinada encarnó o pretendió encarnar una función «polar» en el ciclo de una civilización dada. Y de la piedra regia irlandesa, de la que repetidamente hemos hablado, se pasa al lapis niger situado en Roma, al principio de la «vía sacra», a la piedra negra de la Kaaba, centro tradicional del islamismo, a la piedra negra enviada - según una leyenda – por el «Rey del Mundo» al Dalai Lama, a la piedra sagrada que en los himnos griegos es altar y casa de Zeus y, además, el «trono en el centro del mundo», para llegar, por fin, al mismo omphalos, a la piedra sagrada de Delfos, centro tradicional de la Hélade, concebido, sin embargo, también como la primera creación postdiluviana de la raza primordial, de la raza de Deucalión.
No carece de interés destacar también lo que sigue: esta piedra sagrada central, omphalos, fue igualmente denominada «betilo», y el betilo es una piedra que, como el Grial, en cierto aspecto es la piedra de la victoria. Esto se desprende ya de Plinio: Sotacus et alia duo genera fecit cerauniae, nigrae rubentisque, similes eas esse securibus, ex his quae nigrae sint ac rotundae sacros esse, urbes per illas expugnari et Classes, baetulos (betillos) vocari, quae vera longae sint ceraunias.
Pero el nombre Baetulos es idéntico al hebraico beth-el, que quiere decir «la casa del Señor» y que no puede dejar de rememorar la conocida historia de Jacob, «vencedor del ángel». De Jacob recibió el nombre de Bethella región en que una piedra sagrada señala el lugar temible donde una escalera une el Cielo con la Tierra. «¡Qué espantoso es este lugar!», dice Jacob. «Este lugar no es sino la casa de Dios y esta es la puerta del Cielo.» Pero en Jacob es también bastante visible el componente «luciférico» propio de las realizaciones de tipo «heroico». Ya su nombre significa «suplantador». Jacob es aquel que lucha contra el ángel y le impone bendecirlo, consigue ver a «Elohim cara a cara» y «salvar su vida», combatiendo contra la divinidad misma. El ángel ha de decirle: «Ya no te llamaré Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Elohim y contra los hombres, y has vencido».
Se han destacado aquí acertadamente rasgos de singular concordancia entre Jacob y Parsifal, que, a pesar de Dios, alcanza su objetivo e impone su elección: igual que Jacob, venciendo, obtiene su bendición. Por nuestra parte, destacaremos una correspondencia todavía más enigmática: el rey del Grial, que espera la curación, cojea o está herido en el muslo. En la historia de Jacob, éste resulta herido en el muslo por el ángel, y cojea. «(Elohim), al ver que no podía vencerlo, le tocó la articulación del muslo, y la articulación del muslo de Jacob quedó dislocada, mientras éste luchaba contra él». Una vez más se nos presentan nuevas conexiones que nunca acabaríamos de explicar y de profundizar. Limitémonos a establecer este punto: el Grial-betilo está vinculado con el «estado primordial» como «fundamento» y, en relación con esto, como la piedra de Jacob, expresa algo que une el Cielo a la Tierra, esencialmente bajo el signo de una victoria heroico sobrenatural y de una función «central».
Además, resulta evidente que la tradición que hace de Set un conquistador del Grial está en relación con la otra tradición que encontramos entretejida en la leyenda imperial medieval antes citada, según la cual, por el contrario, Set tomó del Paraíso un brote de la planta, del cual, en el sentido de una imagen del propio Árbol de la Vida, se desarrolló aquel árbol que ya hemos visto aparecer en la leyenda del preste Juan, de Alejandro, del Gran Kan, etc., en diversas formas, incluida la del Árbol Seco del Imperio. Precisamente un árbol de este tipo sale a escena en el Grand Saint Graal y en la Morte Darthur; en relación con la llamada «nave de Salomón» y la «prueba de la espada». Se trata de una nave misteriosa en la que hay un lecho, una corona de oro y una espada «de extraño tahalí», tahalí constituido por tres tiras de diferente color - blanca una, verde la otra y roja la tercera -, que hizo Salomón, o su mujer, con ramitas de un árbol igualmente crecido de un brote sacado del árbol central del Paraíso, en tres fases de su desarrollo. La espada es la de David, el rey sacerdotal que a menudo hemos visto confundirse con la figura del preste Juan. Detalle sumamente significativo: la vaina de esta espada recibe el nombre de memoria de la sangre, memoire de sang. Un escrito advierte que un solo caballero podrá empuñar esa espada, y éste superará a todos cuantos lo ayan precedido y lo sucedan. La nave con esos objetos no tiene tripulación, ha sido abandonada en el mar y navega bajo guía divina. Nos parece evidente que todo ello es un equivalente de «la pregunta que hay que hacer» tal como la interpretaremos, o sea, que simboliza la herencia abandonada de la tradición regia primordial, que espera al predestinado y al restaurador. Otro símbolo equivalente: la espada perdida de Arturo, que de vez en cuando emerge resplandeciente de las aguas, en espera de aquel que por fin volverá a empuñarla. En el Grand Saint Graal, la nave en cuestión acude a recoger a Nescien de la isle tornoiante - una isla que gira constantemente por estar fijada al imán terrestre y se sustrae a la influencia de cualquier elemento -; en la Morte Darthur; análogamente, de las «parts of West, that man call the Isle of Turnance». Con la cual, a temas de la antigua tradición hebraica se unen los de la tradición céltico-hiperbórea, pues la «isla giratoria» tiene el significado «polar» de la misma Corte del rey Arturo, de la Tabla Redonda, de la rueda en movimiento ante Frau Saelde, del propio Avalon o «Isla de Cristal» o «Isla occidental».
Por lo demás, el Grial vuelve a revelar su significado de «piedra del Centro»; por tanto, también del imperio - lapis erilis - en la estrecha relación que así tiene con los distintos temas y las varias leyendas ya expuestos en la introducción. Para concluir este orden de cotejos, recordaremos que Alejandro, como Set, se acercó al Centro primordial en la Tierra, al «Paraíso Terrenal», llevándose consigo de él una piedra de idénticas características que el Grial, cogida por Set del mismo lugar: la piedra brilla como el Sol, confiere la juventud eterna y da la victoria. Tiene forma de ojo (¿alusión alojo frontal?) o de manzana (¿Hespérides?) o de esfera. Pero, como el imperio de Alejandro, también el de Roma parece haber estado enigmáticamente marcado por la leyenda con los mismos símbolos que afloran en la leyenda del Grial. Como pignus imperii, para asegurar la perennidad de Roma. Numa recibió efectivamente del dios olímpico un anillo. Este anillo se había obtenido de una piedra meteórica, o sea de una «piedra del cielo»; al propio tiempo, correspondía a una antigua jofaina de la ambrosía, es decir, del alimento de los Inmortales. El ancilo fue custodiado por el colegio de los salios, que junto a él tenían el asta - la lanza - y eran doce en total. Ahora hemos visto que este número «solar» aparece también en la Orden de la Tabla Redonda y del propio Grial: y la piedra celeste, el recipiente que proporciona el alimento sobrenatural, la lanza, estos tres objetos esenciales de la saga nórdico-medieval se encuentran ya como «signos» proféticos que velan el misterio de los orígenes de Roma y su destino de centro imperial universal. Hay una correspondencia, casi diríamos que mágica, de significados entre todas esas tradiciones tan distantes en el tiempo y el espacio.
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