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EL 'ROJO' REVOLUCIONARIO Y EL 'ROJO' DE LOS SOBERANOS, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

EL 'ROJO' REVOLUCIONARIO Y EL 'ROJO' DE LOS SOBERANOS, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

En ocasión de las diferentes manifestaciones que entre nosotros se han vuelto vincular con el primero de mayo, se nos ha dado en pensar en un fenómeno sobre el cual más de una vez hemos dirigido nuestra atención y que puede definirse como el de la inversión de los símbolos.

Nos podemos referir en primer lugar al simbolismo del color rojo. Se conoce muy bien aquel cántico que nos dice: "Levántate o pueblo para la liberación, bandera roja triunfará". A partir de la bandera del Terror de los jacobinos en la Revolución Francesa , el "rojo" ha señalado permanentemente las consignas del radicalismo revolucionario, luego fue la insignia del marxismo y del comunismo hasta arribar a las "guardias rojas", a la estrella roja de los Soviet y a la armada roja de la Rusia bolchevique. Y bien, el color rojo, que se ha convertido ya en emblema exclusivo de la subversión mundial, es también aquel que, como la púrpura, se ha vinculado habitualmente con la función regia e imperial, es más, no sin relación con el carácter sagrado que tal función, fue muchas veces reconocido de esta manera. Al rojo de la revolución se le contrapone el rojo de la realeza. La tradición podría remitirnos hacia la antigüedad clásica, en donde tal color, que tenía una correspondencia con el fuego, concebido como el más noble entre todos los elementos (es el elemento radiante que, de acuerdo a los Antiguos, indicaría al cielo más elevado, el cual por tal causa fue denominado empíreo), se asoció también al simbolismo triunfal. En el rito romano del triunfo que, en la antigüedad tuvo un carácter más religioso que militar, el imperator vencedor no sólo vestía la púrpura, sino que en su origen se teñía de este mismo color, en el intento por representar a Júpiter, el rey de los dioses; esto en tanto se pensaba que Júpiter hubiese actuado a través de su persona, en modo tal de ser él el verdadero artífice de la victoria y el principio de la gloria humana.

Resulta superfluo citar ejemplos de las tradiciones siguientes, en razón de la recurrencia del rojo como color de la realeza. En el mismo catolicismo, los 'purpurados' son los 'príncipes de la Iglesia'. Existía el dicho: "haber nacido en la púrpura", con referencia a una cámara del palacio imperial bizantino, en donde se hacía en modo que nacieran los príncipes de la Casa reinante. Entró en el uso de la lengua inglesa la expresión: he was born in the purple, para significar que una persona había nacido en un ambiente regio o, por lo menos elevadísimo. Y con ejemplos de tal tipo que también aparecen en países no europeos, se podría fácilmente continuar. El hecho que, sucesivamente, la asociación del rojo con la subversión puede haber tenido ciertas relaciones con el Terror, con el esparcimiento de sangre que formaba parte integrante de los pregoneros de la religión jacobina de la humanidad, no le quita para nada su carácter singular de proceso efectivo de inversión: el color de los reyes se convierte en color de la revolución. Pero hay más: justamente el uso moderno de la palabra "revolución" acusa una idéntica inversión de significado. En efecto el término 'revolución', en su sentido primario y originario no quiere decir subversión y revuelta, sino justamente lo contrario, es decir el retorno a un punto de partida y movimiento ordenado alrededor de un centro inmóvil: por lo cual, en el lenguaje astronómico la "revolución" de un cuerpo celeste es justamente el movimiento que el mismo cumple gravitando alrededor de un centro, centro que regula la fuerza centrífuga, obedeciendo a la cual el mismo se perdería en el espacio infinito. Por lo cual, en razón de una natural analogía, también este concepto ha tenido un papel importante en la doctrina de la realeza. El simbolismo del 'pueblo' aplicado al Soberano, punto firme, 'neutro' y estable alrededor del cual se ordenan las diferentes actividades político-sociales, ha tenido carácter y difusión casi universales. He aquí por ejemplo un dicho característico de la antigua tradición extremo-oriental: "Aquel que reina  a través de la virtud del Cielo (en términos occidentales se diría 'por la gracia de Dios') se asemeja a la misma estrella polar: la misma permanece fija en su lugar, pero todas las otras estrellas giran a su alrededor". En el cercano Oriente el término Qutb, 'polo', ha designado no solamente al Soberano, sino también a aquel que en un determinado período histórico decreta la ley como jefe de la tradición.

Se puede resaltar por lo demás que la insignia regia e imperial del cetro (que se vuelve a encontrar sin embargo también como atributo de diferentes divinidades celestiales), en su origen ha tenido un no diferente significado. El cetro expresa en el fondo también el concepto de 'eje', análogo al de 'polo'. Y éste es un aspecto esencial de la función regia, base de la misma idea de 'orden'. Gracias al mismo, en un organismo político subsiste siempre algo firme y calmo, a pesar de todo desorden y agitación debida a la contingencia de los tiempos.

La 'revolución' en el sentido moderno, con todo cuanto la misma ha creado, incorpora exactamente el significado opuesto: las fuerzas políticas y sociales se disuelven de su órbita natural, declinan, no conocen ni toleran más un 'centro' (una verdadera autoridad) ni un orden que sea diferente de una forma malamente constituida a través del desorden. La expresión de Trotzky, "la revolución permanente" es el caso límite y, a tal respecto, resulta significativa cuál sea el sentido específico que quería darle su autor. Indica exactamente el punto de vista de la fundamental inestabilidad de fuerzas que en el fondo son las fuerzas mismas del caos y de la materia separada de cualquier principio superior. Éstos son sólo dos casos de 'inversión de los símbolos'. Se podrían dar muchísimos más ejemplos y, de presentarse la ocasión, se podrá volver sobre tal temática. No puede negarse que todos ellos son signos elocuentes y significativos de la 'señal de los tiempos'.

Roma, 4 de mayo de 1955

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