Metafísica del Sexo: 29. El marqués de Sade y la "Vía de la Mano Izquierda"
Hablando del sadismo, hemos distinguido, en algunos individuos neurópatas o tarados, un sadismo aberrante, como necesidad de crueldad a título de afrodisíaco psíquico que les resulta necesario para llegar a la satisfacción sexual, del sadismo entendido como un elemento natural del eros que se puede particularmente activar para llevar sus posibilidades más allá de los límites habituales.
Sin embargo es preciso hacer otras dos distinciones. En primer lugar, se debe distinguir entre el sadismo de fondo sexual y el sadismo en sentido lato, en el que puede faltar la relación con el sexo y la mujer, o bien figurar solamente de una forma subordinada, siendo en él esencial el placer a través del mal y de la destrucción tomados en sí mismos y en cada forma. Se debe juzgar absolutamente sin fundamento la deducción genética de este segundo sadismo del primero, es decir, de un hecho sexual, deducción corriente en algunas psicologías y sobre todo en el psicoanálisis. El sadismo, inclusive en sentido general, entra dentro de una categoría más vasta y más importante, que comprende fenó-menos bastante complejos y que se definen, en última instancia, por una orientación existencial elemental. Para esclarecer este punto, es preciso sin embargo desbrozar el terreno mediante otra distinción, es decir, oponiendo a las experiencias que, aunque liminales y problemáticas, conservan un carácter puro, el artificialismo propio de lo que, en general, se debe llamar perversión. Hay perversión cuando se experimenta placer mediante el cumplimiento de actos determinados, simplemente porque ellos están prohibidos, simplemente porque, según una moral dada, se los considera como "mal" o como "pecado". El mismo sadismo puede adoptar este matiz. A este respecto, Baudelaire es significativo: la voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certidumbre de hacer el mal. Y, desde el nacimiento, el hombre y la mujer saben que es en el mal donde está la voluptuosidad (84). Todo cuanto presenta de "perverso" lo que se llama el decadentismo del siglo XIX (en parte Byron, después Baudelaire, Barbey d’Aurevilly, Oscar Wilde, Villiers de l’Isle Adam, Swinburne, Mirbeau, etc.) tiene este lado artificial: no es más que literatura y cerebralismo. Pero es casi cosa de niños: experimentar placer por una cosa, sólo porque su objeto representa lo "prohibido" y porque el acto tiene el carácter de una transgresión. De todas formas esto puede constituir para algunos un afrodisíaco, y Anatole France, refiriéndose a un orden de ideas similar, no estuvo equivocado al escribir que, "al considerarlo como un pecado, el cristianismo ha hecho mucho por el amor". El mismo escenario blasfemo de las misas negras y del satanismo, como el público minoritario lo ha conocido a través de obras como las de Huysmans, entra dentro de este cuadro. Es justamente el marco del decadentismo. Al presente, se trata de evaluar en esta medida el sadismo tomado en el sentido general indicado más arriba. Para esto, nos referimos directamente a quien ha dado nombre a esta tendencia, el "divino marqués" Alphonse Francois de Sade (1740-1814). Considerando la persona, más de un punto puede hacernos pensar que su sadismo habría tenido principalmente el carácter de una simple perversión intelectual. Es cierto que, más de una vez, a pesar de su posición social, cayó bajo el rigor de la ley y, durante un cierto tiempo, fue obligado a dejar Francia, pero todo cuanto le pudo ser imputado estaba muy lejos de los horrores descritos en sus libros. Por otra parte, habiendo vivido durante el período del Terror de la Revolución Francesa, de ningún modo se aprovechó de las ocasiones excepcionales que dicho período habría podido ofrecer a un ser ávido de sangre y de crueldad; por el contrario, se expuso inclusive a serios peligros por salvar de la guillotina a algunos de sus amigos y a sus propios suegros. Los dos principales amores de su vida fueron completamente normales: el amor por su esposa, de la que se separó (no a causa de abusos sádicos) y, después, el amor por la hermana de ésta, a la cual se unió. Su "sadismo" fue, pues, esencialmente imagi-nario, limitado a los relatos de las obras escritas por él, casi por compensación mental, en el curso de la vida solitaria que pasó en prisión y en la casa de salud de Charenton, donde Bonaparte le hizo encerrar, no por hechos reales de perversidad cruel, sino más bien porque, esencialmente sano de espíritu, había escrito un panfleto contra Bonaparte en el que se contenían determinadas alusiones malignas que éste no le supo perdonar. Fueron muchas las mujeres que le amaron y que intentaron obtener de Napoleón la liberación del "pobre marqués" (85).
Tampoco el análisis de la obra de De Sade ofrece un cuadro completamente unitario. Los escritores franceses que recientemente lo han exhumado y revalorizado han querido ver en él sobre todo al defensor del hombre natural u hombre real, esto es, del hombre que, contra todo, se afirma como lo que es, en la integridad de sus instintos, con lo que se terminaría en un plano bastante insípido. Además en él se encuentran síntomas de curiosos residuos moralizantes, porque no se explica, por ejemplo, cómo De Sade puede usar, más de una vez, el término infamie para designar las acciones nefandas cometidas por uno u otro de sus personajes. Si después se lee aquel cuento romanceado, sobre hechos realmente acaecidos, que se titula La marquesa de Gange, no solamente se encuentra en él una descripción del sacramento de la confesión y de la penitencia digna de ser inserta en un manual religioso, sino que se encuentra que revela un moralismo que llega hasta a falsificar la verdad de los hechos para presentar como golpeado por el castigo divino a uno de los culpables que en la realidad escapó al lazo de la ley y que vivió felizmente hasta su muerte.
Por todo esto es preciso en cierto modo "aislar" una línea dada de pensamiento en los escritos del marqués de Sade, si queremos encontrar un visión general de la vida que sirva como fundamento filosófico y justificación del "sadismo". Se trata de la idea de que la fuerza predominante en el universo es la del "mal", la destrucción, el delito. De Sade admite que existe un Dios creador y regidor del mundo, pero como un Dios malvado, como un Dios que contiene el "mal" por esencia y que se complace en la maldad, en el delito y en la destrucción, que utiliza como elementos esenciales para sus designios (86). Por lo cual, el predominio de lo negativo sobre lo positivo aparece como ley de la realidad: la naturaleza demuestra aquí que ella no crea sino para destruir y que la destrucción es la primera de sus leyes (87). Pero, una vez reconocido esto, se impone una inversión de todos los valores: el elemento negativo y destructivo debe valer como el positivo, como algo no sólo conforme a la naturaleza, sino también a la voluntad divina, al orden (o, por mejor decir, al desorden) universal; y quien siga el camino de la virtud, del bien, de la armonía, debería ser considerado como formando parte de los adversarios de Dios.
Otra consecuencia lógica es que el vicio y el crimen, para estar conformes con la fuerza cósmica predominante, serán siempre victoriosos, felices, recompensados, sublimados, mientras que la virtud será siempre frustrada, castigada, desgraciada, marcada por una impotencia fundamental (88). A lo cual se añade el tema sádico en sentido propio, la voluptuosidad, el éxtasis que se liga a la destrucción, a la crueldad, a la infracción. Dudar de que la más grande cantidad de felicidad que el hombre debe encontrar sobre la tierra no esté irremediablemente ligada al crimen es, verdaderamente, como dudar de que el sol es el primer instigador de la vegetación, escribía De Sade (89), y añadía: ¡Qué acción voluptuosa la de la destrucción! No hay éxtasis semejante al que se degusta entregándose a esta divina infamia (90). El placer por una acción destructora que querría infringir las leyes mismas de la naturaleza cósmica (91) se asocia en fin a una especie de teoría del superhombre. " ¡Somos dioses!", exclama un personaje de una de sus novelas.
Si aquí predominaban las situaciones de un sadismo sexual, idealmente este sadismo se convierte en un simple episodio en relación con esta concepción general, la cual se presenta como una aberración si no se la considera más que en sí; pero ella deja de serlo si se la libera de su matiz de perversión y si se la lleva a un horizonte más vasto. En Sade, el lado perverso se encuentra en todo cuanto es placer por la transgresión, por el mal en tanto que mal; lo que, considerando bien la idea central de su filosofía impli-ca, entre otras cosas, una auténtica contradicción. En efecto, hablar de mal y de transgresión, sentir como mal y transgresión determinados actos, no tiene sentido más que si se supone un orden positivo, una ley reconocida, mientras que, para Sade, como hemos visto, este orden y esta ley no existen, puesto que el mal constituiría la esencia de Dios y de la naturaleza. Lo que Praz (92) ha hecho notar a este respecto es, pues, justo, es decir, que queriendo gozar del placer de la transgresión, de la violencia contra lo que es, el sádico no tendría otra elección que la práctica de la bondad y de la virtud, porque justamente ellas serían las que significarían la anti-naturaleza y el anti-Dios, una rebelión y una violencia contra lo que, según la premisa, constituiría el fondo último —malo— de la creación. De hecho, todo satanismo, por el hecho de serlo, supone la admisión íntima, inconsciente, del carácter sagrado y de la ley que ultraja; puede pues ser sadismo sólo en un sentido sutil, como placer de violar, actuando de un determinado modo, cualquier cosa que en la propia conciencia se opondría a ello. Existe una diferencia esencial entre cumplir un acto porque se lo considera como mal y pecado (como otros, por la misma razón, no lo llevarían a cabo) y cumplirlo porque no se lo siente ni como mal ni como pecado. El que actúa positivamente, no por espíritu de polémica, no hablaría siquiera de "mal" o de "pecado" o "transgresión"; él no encontraría en sí mismo ningún punto de referencia para dar a estas palabras algún sentido. Sería simplemente quien se identificaría con una de las fuerzas que actúan en el mundo (93).
En este punto, es necesario indicar la posibilidad de horizontes muy diferentes para experiencias semejantes, y nosotros lo haremos volviendo sobre lo que ya hemos dicho a propósito de la metafísica del dolor. De Sade no fue el primero en poner de manifiesto el sentido y la extensión que el elemento destructor tiene en el mundo, intentando sacar de él el fundamento de una especie de contra-religión; únicamente la unilateralidad y la "perversidad" dan un carácter especial a sus ideas. En una concepción completa, se deben distinguir tres momentos en la creación: la potencia que crea, la potencia que conserva y la potencia que destruye, correspondiendo a la bien conocida triada hinduísta, Brahma, Vishnú y Shiva. En términos teológicos abstractos, se encuentra la misma tripartición en la idea occidental de la divinidad según su triple función de crear, preservar y devolver a ella lo que ha creado. Pero, bajo un cierto aspecto, o sea, del lado dinámico e inmanente, la llamada hacia sí puede equivaler también a la destrucción, a la función de Shiva, si en la divinidad se reconoce lo infinito, lo que en su esencia sobrepasa toda otra cosa, toda ley, todo ser fmito. Sobre esta base se define lo que se ha llamado la "Vía de la mano izquierda", el vámácára tántrico (94). En Occidente, el antiguo dionisismo pre-órfico, la religión de Zagreus como el "Gran Cazador que lo abate todo"; en Oriente, precisamente el Shivaismo y los cultos relacionados con Kali, con Durga y con otras divinidades "terribles", al encontrarse en otros pueblos, han sido igualmente caracterizadas por el conocimiento y por la exaltación de todo cuanto es destrucción, transgresión, desencadenamiento; ellos también han conocido el éxtasis liberador que puede provocar todo esto, a menudo en relación íntima con la experiencia orgiaca: pero, a diferencia de De Sade, sin ningún matiz de transgresión sacrílega y en un marco ritual, sacrificial y transfigurante.En un conocido texto que en la India tiene casi la importancia y la popularidad de una Biblia, el Bhagavad-gitá, el fondo de la "Vía de la Mano Izquierda" viene dado precisamente en términos rigurosamente metafísicos y teológicos. Allí se dice que la Divinidad, en su forma suprema (en la "forma universal" que, por un privilegio especial, es revelada por un instante al guerrero Arjuna), no puede ser más que el infinito, y el infinito no puede más que representar la crisis, la destrucción, la fractura de todo lo que tiene un carácter finito, condicionado, mortal: casi como un voltaje demasiado elevado que fulmina el circuito en que se encuentra inserto. De esta manera, el tiempo entendido como la fuerza que altera y destruye, se dice que encarna en cierto modo este aspecto de la divinidad como trascendencia. La consecuencia, sin embargo, es que justamente en los momentos de las crisis más destructivas, la realidad suprema, la grandeza terrorífica que supera toda la manifestación puede resplandecer. Y es interesante hacer notar que en el texto que acabamos de citar esta opinión no es expuesta para justificar el mal o la perversidad, sino para dar una sanción metafísica al heroismo guerrero, contra cada humani-tarismo y sentimentalismo. El mismo Dios exhorta al guerrero Arjuna a que no vacile en combatir y golpear. "Los que tú mates —le dice— están ya muertos en mí; tú no eres más que el instrumento" (95). En su ímpetu heroico, que no debe ya considerar ni su vida ni la de otro y que atestiguará la fidelidad a la propia naturaleza del que ha nacido de la casta de los guerreros, Arjuna reflejará la potencia misma, grandiosa y terrible, de la trascendencia que todo lo rompe y todo lo perturba y que hace presentir la liberación absoluta (96). Es en vista de todo esto, y de la existencia de la correspondiente tradición debidamente atestiguada, por lo que hemos añadido al número de las formas de embriaguez o "manía" divina, de las que habla Platón, una, no considerada por él, de base heroico-guerrera en sentido propio. Finalmente, hay que retener que este estado de exaltación activa y transfigurante viviría y fulguraría también en los momentos supremos de la experiencia sacrifical en los ejecutores de sacrificios sangrientos, en particular si estos sacrificios fuesen cumplidos bajo el signo de divinidades "terribles" como las citadas anteriormente.
Un último eco de esta tradición se encuentra en Novalis. Ya hemos dicho cómo Novalis había adivinado el fenómeno de trascendencia que puede ocultarse en el sufrimiento e inclusive en la enfermedad. Según Novalis es a través del "mal" como en la naturaleza aparece la libertad, el libre arbitrio. "Cuando el hombre quiso convertirse en Dios fue cuando pecó." La causa de la caducidad, de la miiltiplicación, inclusive de la muerte debe ser vista en el espíritu, en el hecho de que la naturaleza está ligada al espíritu según su cualidad de un más-allá-de-la-naturaleza, de una fuerza trascendente más allá de lo finito y de todo condicionamiento. Estos fenómenos "negativos" no atestiguan pues el poder de la naturaleza sobre el espíritu, sino más bien el del espíritu sobre la naturaleza; "el proceso de la historia es un arder", dice Novalis, y la muerte puede representar el límite positivo de esta trascendencia de una vida más allá de la vida (97). Se pueden citar también estas palabras de Schlegel: otra información a propósito del fondo cosmológico que, en la tradición hindú, es propia de esta vía. En ella el punto de partida está constituido por la doctrina del desenvolvimiento cíclico de la manifestación, la cual comprendería dos fases o aspectos esenciales, el pravrtti-marga y el nivrtti-marga. En la primera fase, el espíritu absoluto se determina, se "finitiza", se liga a formas y a delimitaciones ("nombre-y-forma", mima-rapa) que son las visibles en todas las cosas y los seres que nos rodean. Este proceso se desenvuelve hasta un límite, más allá del cual la dirección cambia y la segunda fase, el nivrtti-marga, sucede en el sentido de un retorno, de un desprendimiento del espíritu de todo lo que es finito, formado y manifestado, de una rescisión de la relación de identificación con el del espíritu, propia de la fase precedente (99).
Brahma y Vishnú, entendido el uno como el dios que crea y el otro como el dios que conserva, reinan en el pravrtti-marga, mientras que Shiva reina en el nivrtti-marga. En cuanto a las orientaciones, vocaciones profundas y actitudes, la "Vía de la Mano Derecha" (dakshinácára) se liga a la primera fase; la "Vía de la Mano Izquierda" (vámácárá) se relaciona con la segunda. Al aspecto creador, positivo y conservador de la manifestación corresponden leyes, normas y cultos determinados; como ética, corresponde la de la fidelidad a su naturaleza (svádharma) en el marco de la tradición. En la segunda fase, la vía es la opuesta: es el desprendimiento, el arrancamiento de todo esto. A su vez, para este desprendimiento son posibles dos formas, una ascética y la otra destructora y disolutiva. Es la segunda la que caracteriza el vámácára, la "Vía de la Mano Izquierda" en sentido propio, ligada también a las prácticas tántricas de lo que se llama "el ritual secreto" (el Pancatattva), mientras que la dirección ascética está representada sobre todo por el Laya yoga o Yoga de las disoluciones. La palabra vámá (izquierda), en vámácára, es también interpretada en algunos textos con el sentido de "contrario": se entiende por esto la oposición a todo lo que es propio del pravrtti-marga, de los aspectos creadores-conservadores de la manifestación y, en consecuencia, más que una actitud de desprendimiento, de desprecio por cada ley y norma, la ética del antinomismo o mejor de la anomia en quien se pone bajo el signo del nivrtti-marga. Técnicamente, "el método indicado por los maestros [de esta vía] es el de emplear las fuerzas de pravrtti [las fuerzas propias de la fase positiva y vinculante de la manifestación], de manera de hacerlas autodisolutivas" (100). El siddha, es decir, el adepto de esta vía no conoce leyes; se le llama svecchácári, es decir, "el que puede hacer todo lo que quiere".
Otra interpretación convenida de vámá, izquierda, es "mujer": lo que lleva en particular al papel que el empleo de la mujer y el orgiasmo (puesto que el Pancatattva tántrico considera, además del empleo de la mujer, el de bebidas embriagantes) pueden tener en la "Vía de la Mano Izquierda". De esta manera, desde el punto de vista técnico, se llega a considerar esta vía como sinónimo de latá-sadhána, término que comprende una alusión a la complicada postura que, en los medios hindúes, asume la mujer en la unión sexual mágica (101).
Es natural que los secuaces de las dos vías exaltan la que han elegido y condenen la otra. Por ejemplo, los Tantra dicen que la diferencia entre la "Vía de la Mano Izquierda" y la de la "Mano Derecha" es la misma que la que existe entre el vino y la leche (102). Sin embargo, las dos vías están consideradas como dos métodos diferentes para alcanzar una única finalidad. Así, se trata solamente de establecer, caso por caso, cual de las dos vías convienen a las inclinaciones y a la naturaleza propia de cada uno. A este respecto, J. Woodroffe ha observado justamente que, en lugar de del "mal", cada uno debería hablar de "lo que no es conveniente para mí", y en lugar de del "bien", de "lo que es conveniente". No es más que en el entusiasmo de la destrucción donde se revela el sentido de la creación divina. No es sino en medio de la muerte donde fulgura la vida eterna" (98).
Son referencias, éstas, ya no privadas de sombras, a causa de la falta, en Novalis, de una conexión con una de las tradiciones indicadas de la "Vía de la Mano Izquierda"; y es por esto mismo por lo que en él todo permanece sobre el plano de las puras intuiciones filosóficas, sin una contrapartida práctica. Pero en el "divino marqués", en De Sade, ya nada es divino, apareciendo los reflejos lejanos de esta peligrosa sabiduría de una manera que no puede ser más deformada y satanizada. También donde parece haber intuido sobre todo la destrucción de cada límite no es celebrado más que un "superhombrismo" sombrío, sin luz. Comentadores modernos como Georges Bataille y Maurice Blanchot han sabido hablar solamente de una "soledad soberana" cuando el hombre de De Sade lleva al ápice, inexorablemente, todo aquello que es violencia y destrucción. No por esto la relación particular que aparece en Sade entre la mística de la negación y la esfera sexual es menos significativa. Poniendo lo esencial en su justo lugar, encontramos el fondo en el que se integran ciertos aspectos liminales de la experiencia erótica misma y se tiene la posibilidad de discernir convenientemente en ellos lo que es perversión y lo que no lo es en absoluto. Puesto que el punto de vista principalmente seguido en este libro es el de la "Vía de la Mano Izquierda", añadiremos alguna mente para mí". El mismo sentido tiene el antiguo adagio que dice: non licet omnibus Citheram adore.
En fin, conviene subrayar que la "Vía de la Mano Izquierda" puede también mantenerse sobre el plano general indicado por la Bhagavad-gitd, donde se habla, por ejemplo, de la vía propia del guerrero, sin referencias sexuales u orgíacas de ningún género. En la misma Bhagavad-gitá esta vía es asimilada, en cuanto a su fm supremo, a la de la fidelidad a su modo de existencia y de la ritualización o sacralización de la vida (la fórmula correspondiente es: tat madarpanam kurushva), es decir, es precisamente asimilada al dakshinácdra, a la "Vía de la Mano Derecha".
Notas a pie de página
(83) Degli heroici furori, cit., intr., págs. 22-23.
(84) Oeuvres posthumes, pág. 78.
(85) Sobre todo esto, cfr. E. DUHREN, Der Marquis De Sade and seine Seit, Jena, 1901.
(86) DE SADE, Juliette, ou les prosperités du vice, ed. 1797, II. Existe "un Dios que ha creado todo lo que yo veo, pero para el mal; él solamente se goza en el mal y el mal es su esencia... Ha creado el mundo en el mal, por el mal lo sostiene y por el mal lo perpetúa; es impregnada de mal como la creación debe existir... Yo veo el mal eterno y universal en el mundo... El autor del universo es el más malvado, el más feroz, el más espantoso de todos los seres. Existirá pues después de todas las criatu¬ras que pueblan este mundo; y en él todas reentrarán". Citado por M. PRAZ, La carne, la morte e il diavolo nella letteratura romantica, Milano-Roma, 1930.
(87) DE SADE, Justine, ou les malheurs de la vertu, I.
(88) De Sade habla de un "perderse sobre el sendero de la virtud" y llega a decir que, "al ser la virtud un modo contrario al sistema del mundo, todos aquéllos que la siguen pueden estar ciertos de sufrir tor¬mentos espantosos por la fatiga que experimentarán para reingresar en el seno del mal, autor y regenerador de todo lo que vemos"
(89) Juliete II, 345.
(90) Juliette, II, 63.
(91) Justine, IV, 40-41.
(92) Op. cit., pág. 104.
(93) Un tipo de sádico no cerebral como De Sade, pero autor real de atrocidades y perversidades inauditas fue el mariscal Gilles de Rais, que ya había combatido bajo Juana de Arco. Aparte del hecho de que él se nos presenta como una especie de obseso, que inclusive murió en perfecta contricción. Oscar Wilde, apologista de la perversidad, se arrepintió en la prisión de todo, pese a lo poco a que se redujo en él la perversidad —una homosexualidad de fuertes tintes estetizantes—, mientras que su héroe, Dorian Gray, lo vemos actuar continuamente en la conciencia de obrar el mal, por lo tanto reconociéndolo, a pesar de todo, como opuesto al bien.
(94) Sobre la vía de la Mano Izquierda, cfr. J. EVOLA, Lo Yoga delta Potenza, Roma, 1968.
(95) Es la contrapartida de lo que dice DE SADE (Justine, II): "Si la destrucción es una de las leyes [de la naturaleza], quien destruye, pues, la obedece."
(96) Sobre todo esto, cf. Bhagavad-gitá, IX, passim y 33.
(97) Ed. Heilborn, v. II, págs. 230, 650, 586, 502 sgg., 514.
(98) F. SCHLEGEL, Kritische Schriften (ed. Rasch), Munchen, 1956, pág. 101.
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