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Biblioteca Evoliana

La Tradición Hermética (06) 4. El conocimiento hermético

La Tradición Hermética (06) 4. El conocimiento hermético

Biblioteca Julius Evola.-  El primer principio que todo sincero investigador en la ciencia hermética debe ser éste que enuncia Evola en el capítulo 4 de su "Tradiciión Hermética". El "Todo en Uno" es el principio de la unidad del cosmos, representada por el símbolo hermético del "Uróboros", el dragón que se muerde la cola. A partir de aquí el hermetista deberá poder distinguir entre el "caos" y el "orden". De hecho, todo el trabajo hermético consiste en llevar el orden allí en donde hasta ese momento solamente ha existido el caos.  

 

4. «Uno el Todo». El dragón Uroboros

Pero cuando se ha realizado el retorno a una sensación animada y «simbólica» de eso que para los hombres modernos se ha petrificado en términos de naturaleza muerta y de conceptos abs­tractos por encima de ella, entonces, de esa misma realización, se deriva al propio tiempo el primer principio de la propia enseñanza hermética.

Este principio es la Unidad. La fórmula que expresa ese prin­cipio la encontramos ya en la Crisopea de Cleopatra:[1] «Uno el Todo», que debemos asimilar a «el Telesma, el Padre de todas las cosas, está aquí», de la Tabla Esmeraldina. No se trata, por supuesto, en este caso, de una teoría filosófica, sino de un estado concreto, debido a una cierta supresión de la ley de dualidad entre Yo y no‑Yo y entre «dentro» y «fuera», que salvo raros instantes domina la común y más reciente percepción de la realidad. Este estado es el secreto de lo que en los textos recibe el nombre de «Materia de Obra» o «Materia prima de los Sabios», ya que sólo partiendo de este estado es posible «extraer» y «formar», «según el rito» y «el arte», todo aquello que tanto en términos espirituales como en términos de aplicación operativa («en términos mágicos»), promete la tradición.

El ideograma alquímico de «Uno el Todo» es O, el círculo, línea o movimiento que se encierra en sí mismo y que en sí mismo tiene principio y fin. Pero este símbolo, en el hermetismo expresa el Universo y, al propio tiempo, la Gran Obra.[2] En la Crisopea toma también la forma de una serpiente ‑uroboros‑ que se muerde la cola, conteniendo en el espacio central del círculo así formado, el «en to pan». En el mismo palimpsesto se halla otro pantáculo formado por dos anillos, el más interior de los cuales lleva la inscripción: «Una es la serpiente, la que tiene el veneno, según el doble signo»; mientras que en el círculo externo se lee: «Uno es el todo, por medio de él el todo, y para con él el todo: si el todo no contuviera el todo, el todo no sería nada».[3]

Este «todo» ha sido llamado también caos («nuestro» caos), y huevo, porque contiene indistintamente las potencialidades de todo desarrollo o generación: duerme en lo profundo de cada ser y como mito sensible, para usar la expresión de Olimpiodoro, se despliega en la multiplicidad caótica de las cosas y de las formas dispersas aquí abajo, en el espacio y en el tiempo. Por otra parte, el círculo O del Uroboros comprende también otro significado: alude al principio de la clausura o «sello hermético» que metafísicamente expresa el hecho de ser extraña a esta tradición la idea de una trascendencia unilateralmente concebida. Aquí la trascendencia está concebida como un modo de ser comprendido en la «cosa una», la cual «tiene un doble signo»: en sí misma y al propio tiempo es la superación de sí misma; es idéntica y al propio tiempo veneno, es decir capacidad de alteración y de disolución; es a un tiempo principio dominante (macho) y principio dominado (hembra), y de aquí el andrógino. Uno de los más antiguos testimonios hermético‑alquímicos es la sentencia que Ostano habría dado como clave de los libros del «Arte» dejados al Pseudo‑Demócrito: «La Naturaleza se re‑crea en la Naturaleza, la naturaleza vence a la naturaleza, la naturaleza domina a la naturaleza».[4] Pero Zósimo, dice del mismo modo: «La naturaleza fascina, vence y domina a la naturalez” y añade: «Los sulfúreos dominan y retienen a los sulfúreos»,[5] principio que se hará recurrente en los desarrollos ulteriores de la tradición, desde la Turba Pb¡losophorum en adelante. De todo esto se derivan toda una serie de expresiones simbólicas, dirigidas a indicar la absoluta autosuficiencia del mismo principio en cualquier «operación»: «padre y madre para mismo,[6] de sí mismo es hijo, por sí se disuelve, por sí se mata y por sí mismo se da nueva vida». «Cosa única que contiene en sí los cuatro elementos y domina sobre ellos» la «materia de los Sabios», llamada también la «Piedra», «contiene en sí cualquier cosa de la que tengamos necesidad. Se mata por sí y luego por sí se resucita. Se casa consigo misma, se impregna a sí misma y se resuelve por sí misma en su propia . sangre»[7].

Por lo demás, debemos tener siempre presente lo que ya hemos dicho: no estamos ante un concepto filosófico, sino ante el símbolo de una asunción de la naturaleza sub specie interioritatis, que por ello lleva en la antítesis entre material y espiritual, entre mundo y supermundo. Por ello Zacarías podrá decir: «Si declaramos espiritual nuestra materia, es verdad; si la declaramos corporal, no mentimos. Si la llamamos celeste, es su verdadero nombre. Si la denominamos terrestre, hablamos con propiedad»[8]. El huevo, que es la imagen del mundo, en los textos alquímicos helenísticos recibe el nombre de «lízon ton u lízon»[9] y Braccesco aclara: «Esto es piedra (o sea, forma, corporeidad, tangibilidad), y no es piedra, se halla en cualquier lugar, es vil y preciosa, oculta y conocida por todos»[10]. «Es un caos o espíritu bajo forma de cuerpo (el cosmos, la naturaleza sensible) y sin embargo no es cuerpo». En una sugestiva síntesis, estas palabras enigmáticas y al propio tiempo iluminadas de Zósimo proporcionan finalmente el conocimiento de esa cosa maravillosa, por el doble conducto y por el doble aspecto que, incluso en sentido evangélico, es la Piedra de los hermetistas «Déspotas del Templo», «dominadores del espíritu».

«Este es el misterio divino y grande, el objeto buscado. Esto es el todo. De él el todo y por él el todo. Dos naturalezas, una sola esencia: porque una atrae a la otra y una domina a la otra. Esta es el Agua luminosa (lit.: de plata), lo que siempre huye, lo que es atraído por sus propios elementos. Es el Agua divina, que fue ignorada por todos, cuya naturaleza es difícil de contemplar: porque no es un metal, ni el agua perpetuamente móvil, ni una corporeidad. Ella es indómita. Todo en todo, posee un conducto y un espíritu, y el poder de la destrucción.»

 



[1] 1. Códice Marciano, Ms. 2325, f. 188 b.; y Ms. 2327, f. 196.

 

[2] AGATHODAIMON, Cit. por Olimpiodoro, CAG, 11, 80; 111, 27.

 

[3] Cod. Marc., Ms. 2325, f. 188 b.

 

[4] CAG, 11, 43.

 

[5]  Se juega con el término «Zeíon», que en griego tanto quiere decir azufre como divino. Se trata de los «fuegos», de los poderes internos de las cosas. Estas expresiones, como las siguientes, tienen un sentido simultá­neamente microcósmico y macrocósmico.

 

[6] En MANGET (Biblioteca química curiosa, Génova, 1702, t. 1, 449); cl. Rosimo (Ad Sarratantam Episcopum, en‑Artis Aurijerae quam Chemiam vocant, Basilea, 1572, t. 1, 288), etc.

 

[7] 7. Corpus Hermeticum, IV, 5, 8. CI. en HiPóLITO, Philos., VI, 17.

 

[8] 8. MORIENO, COllOqUi0 col Re Kalid, BPQ 11, 86.

 

[9] 9. Trionfo Ermetico, BPC, 111, 196. CI. Rosimo, loc. cit., 325; BRAC­CESCo, La espositione di Geber Philosopbo, Venecia, 1551, f. 25a; Turba Nilos., BPQ 11, 17, etc.

 

[10] 10. De la Pbilos. nat. des Mét., BPQ 11, 523.

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