Blogia
Biblioteca Evoliana

La Tradición Hermética (06) 5. La "presencia" hermética

La Tradición Hermética (06) 5. La "presencia" hermética

Biblioteca Julius Evola.- Evola en este capítulo aborda el tema esencial de lo que significa la realizacion hermética. Recuerda, a través del repaso de los textos, que se trata de una percepción diferente del mundo y de la vida, un estado de "metanoia", esto es, de cambio radical de conciancia, difícil de explicar con palabras y con conceptos racionales, como si se tratara de una brusca iluminación, de un fogonazo iluminador, a partir del cual cambia completamente el sentido de la existencia y la percepción que se tiene del mundo.

 

5. La «presencia» hermética

Ahora bien, cuando la coincidencia de lo corporal y lo espi­ritual de que se habla se entiende como debe ser entendida, es decir, no en la referencia a dos principios que, aunque uno de ellos se llame «espiritual», son pensados como partes de un todo en cualquier caso exterior a la conciencia, sino de un modo vivo, como dato de una experiencia real, entonces llegamos a otra de las enseñanzas herméticas fundamentales: la de la inmanencia, de la presencia en el hombre de la «cosa maravillosa», del «caos vivo», en el cual queda comprendida toda posibilidad. Por ello en los textos herméticos hay un continuo pasar con los mismos tér­minos de un significado cósmico‑natural a un significado interior humano: Piedra, Agua, Mina, Matriz, lluevo, Caos, Dragón, Plo­mo, Materia Prima, Árbol, Espíritu, Telesma, Quintaesencia, Mu­jer, Cielo, Semilla, Tierra, etc., son símbolos que en el lenguaje cifrado hermético son objeto continuo de esta transposición, inclu­so dentro de un mismo período, provocando inmensas dificultades para el lector inexperto.

Los textos son también claros acerca de] principio de inma­nencia: El ya citado «Telesma, el Padre de todas las cosas, está aquí», de la Tabla Esmeraldina, se complementa con la terrible revelación del Corpus Hermeticum[1]: «Eres todo en todo, com­puesto de todos los poderes». Morieno, en respuesta al rey Kalid, revelará: «Oh, rey, yo os confieso la verdad: Dios, para su pla­cer, ha creado en vos esta cosa admirabilísima[2], y en cualquier lu­gar donde os halléis, estará en vos, y no podréis ser despojado de ella... Vos sois la Mina, por ella está en vos y, a decir verdad, vos mismo sois quien la recoge y quien la recibe. Y quien busque otra piedra en el Magisterio quedará defraudado en su trabajo»[3]. Las expresiones de Ostano en el texto árabe de Kitab El‑Foçul son las mismas. «Nada hay en el mundo tan común como esta cosa misteriosa: se halla en el rico y en el pobre, junto al que viaja y junto a quien se queda»[4]. Y añade: «¡Por Dios! Si la designara por su nombre verdadero, los ignorantes gritarían: ¡Mentira!, y los inteligentes quedarían perplejos». Y también: «Esta piedra os habla y no la escucháis. Os llama y no le respondéis. ¡Oh asom­bro! ¡Qué sordera cierra vuestros oídos! ¡Qué embeleso oprime vuestro corazón!»[5]. El Cosmopolita: «Vuestro interés se halla ante vuestros ojos; nadie puede vivir sin él, todas las criaturas se sir­ven de él, pero pocos lo distinguen; y nadie lo posee»[6] Y en los Siete Capítulos de Hermes: «He aquí que os declaro lo que es desconocido: la Obra está con vosotros y en vosotros: si la ha­lláis en vosotros, donde está continuamente, la poseeréis también siempre, allí donde vosotros estéis»[7]

La expresión «cielo», de la que evangélicamente se dijo «el reino de los cielos está en vosotros», también se utiliza para el Principio en la tradición hermético‑alquímica, pero para él es aún más frecuente y más típico ‑como ya hemos adelantado y como veremos‑ otro símbolo: el Agua. El hermetismo místico böh­miano habla así de ella: «Esta agua subsiste por toda la eternidad... Se extiende a todos los puntos de este mundo y es Agua de Vida que penetra más allá de la muerte... En ningún lugar es aprehen­sible ni perceptible ("difícil de contemplar", había dicho Zósimo).

Pero lo llena todo igualmente. Se halla también en el cuerpo del hombre y cuando éste tiene sed de esta Agua y bebe de ella, en­tonces se enciende en él la Luz de Vida»[8]. Y acaba afirmando de­cididamente que «el hombre es el centro donde todo tiene fin: encierra la quintaesencia de todo el universo. Participa de las virtudes y de las propiedades de todos los individuos»[9].

Al ser el cuerpo la concreción de la entidad humana; aquello que en el hermetismo viene a designar con los mismos símbolos cósmicos el misterio de la corporeidad, comenzamos a entender mejor lo que es esa «cosa más próxima que cualquier otra», que *todos tienen ante los ojos y bajo las manos», considerada vil por los ignorantes y tenida por los sabios como la más preciosa de todas. El dicho budista: «En este cuerpo de ocho palmos de al­tura está comprendido el mundo, la génesis del mundo, la resolu­ción del mundo y el sendero que conduce a la resolución del mun­do», se complementa rigurosamente con el de la Tabla Esmeral­dina: «Lo que está arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está arriba, para hacer la maravilla de una cosa Única», y que ya había sido formulado en los textos griegos: «Todo aquello que contiene el macrocosmos también el hombre lo contiene»[10], y luego repetido por Böheme así: «El cuer­po terrestre que lleváis es todo uno con la totalidad del cuerpo inflamado (es decir, del cuerpo vivido en el estado especial de "fuego" del espíritu) de este mundo»[11].

Este principio fundamental del hermetismo, como veremos, da lugar a varias formas de correspondencias: reales, analógicas y «mágicas». Algunas estructuras de la realidad, algunas metalidades ‑concebidas como silenciosas fecundaciones astrales en el gre­mium matris terrae‑, algunas naturalezas del mundo urano‑plane­tario, están concebidas como mineralizaciones de fuerzas, que re­velan su secreto en los correspondientes estados del espíritu que duermen en el seno de la corporeidad.

En Oriente se enseñaba que siguiendo las huellas dejadas en nosotros por el átmá, por su intermedio se consigue el conocimien­to del universo[12] y Agrippa, parafraseando a Geber, expone la misma enseñanza de un modo igualmente claro: «Nadie puede so­bresalir en el arte alquímico sin conocer los principios en sí mismo; y cuanto mayor será el conocimiento de sí mismo, mayor será el poder de atracción adquirido, y se realizarán más cosas gran­des y maravillosas*.[13] «Ambula ab intra», es una sentencia del De Pharmaco Catholico.

Y esta «vía ínterior», esta «vía,sacra» que parte de la «pie­dra negra hierática», de esta «piedra que no es píedra» sino «ima­gen del cosmos», de «nuestro plomo negro» (símbolos todos, des­de este punto de vista, del cuerpo humano), y a lo largo de la cual surgirán Héroes y Dioses, cielos y planetas, hombres ele­mentales, metálicos y sidéreós[14], está enigmáticamente contenida en las siglas V.I.T.R.I.0.L., explicadas así por Basílio Valentino: «Visita Interiora Terrae, Rectilicando Invenies Occultum Lapi­dem» (recorre las entrañas de la Tierra (del Cuerpo), y rectífican­do encontrarás la piedra oculta). A lo largo de esa vía el conoci­miento de sí y el conocimiento del mundo se intercondicionan hasta hacerse una sola y la misma cosa maravillosa, verdadero ob­jetivo de la Obra Magna: como aquí, fuera (como arriba así aba­jo, como en el espíritu en la naturaleza), así en el organismo hu­mano se hallan. presentes los Tres, los Cuatro, los Siete, los Doce; Azufre, Mercurio, Sal; Tierra, Agua, Aire, Fuego; los Planetas; el Zodíaco. El horno es único ‑dicen enigmáticamente los Hi­jos de Hermes‑, único el camino y única también la Obra.»[15] «Hay una sola Naturaleza y un solo Arte... La operación es única, y fuera de elli no hay ni existen, otras ‑verdaderas.»[16]

En el Triunfo Hermétíco se dice que «nuestra[17] Piedra» existe, pero que se oculta basta que el «artista» no ayude a la naturale­za[18]. Arte hermético es iluminar de nuevo el sentido de las ana­logías restableciendo la realidad de los contactos: autosuficiente y no necesitada de nada como autosuficiente y no necesitada de nada es la «cosa única»[19], «técnica divina y operativa»; ella, «medíante la afinidad de las naturalezas fascina las naturalezas consustanciales»[20], por lo que se puede decir, de la manera más rigurosa, que «la Obra es un tercer mundo porque es semejante a los otros dos mundos y porque las fuerzas del macrocosmos y del microcosmos están reunidas en él».[21]

 



[1] Corpus Herm., XIII, 2.

 

[2] 2. Este tema teísta‑creacionista, y varios otros semejantes, en los textos medievales, no son sino una concesión a las ideas religiosas exoté­ricas dominantes.

 

[3] Colloquio, etc., cit., BPQ 11, 86, 87, 88.

 

[4] Texto en CMA, 111, 124.

 

[5] Texto en CMA, 111, 117, 124. CI. Commentatio de Pharmaco Catho­lico, Arnsterdam, 1666, IV, § 8.

 

[6] De Sulphure, Venecia, 1644, p. 208; BPQ 111, 273, 279.

 

[7] Texto de la BPQ § 1.

 

[8] J.Böheme, Morgenrotte, XXV-38.

 

[9] Pernety, Fables, I, 72

 

[10] Olimpodoro, Texto en CAG, II, 10

 

[11] Branarandhyaka-Upanishad, I, IV, 7

[12] Op. Cit., 24, 67

 

[13] AGRIPPA, De Occ. Phil., III, § 36.

 

[14] 14. Conviene recordar que los romanos pusieron una piedra negra ‑4apis miger‑ al comienzo de la vía sacra. La obra hermética en los textos griegos se denomina a veces «misterio de Mitra», y Mitra fue concebido como un dios, o Héroe, nacido de piedra, que subyugará al Sol. Sobre «esta piedra» ‑evangélicamente‑ se edificará el «templo»; y «señores del templo», corno ya hemos dicho, se denominaron los maestros herméticos. Podríamos llegar bastante lejos con asociaciones igualmente significativas.

 

[15] Cfr.  BÓHME, Morgenróte, XXV, 83: «Para conocer la generación de las estrellas, hay que conocer la generación de la vída, y cómo la vida se genera en el cuerpo, porque en todo sólo hay una cola clase de generación.»

 

[16] Textos Pseudodemocriteos, CAG. 111, 37.

 

[17] Novum Lumen Chemicc4m, Venecia, 1644, p. 62.

 

[18] Texto en BPC, 111, 272.

 

[19] A esta idea se deben referir, según uno de sus significados prin­cipales, las muy numerosas expresiones herméticas, según las cuales no debe añadirse nada a las simbólicas «materias»; que ellas se bastan para darse su perfección, y que por nada exterior a ellas se le podría conferir; que ellas tienen en sí mismas los principios de todas las operaciones. Cite­mos a MORIENO, por todos (Colloquio, BPC, 11 62): «Aquellos que tienen en sí mismos todo lo que (los maestros herméticos) necesitan, no tienen necesidad de la ayuda de nadie».

 

[20] CAG, 11, 209.

 

[21] Libro delta Misericordia, texto en CMA, 111, 179.

 

0 comentarios