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Biblioteca Evoliana

Notas sobre el III Reich (05).Revolución Cultural y Problema Religioso

Notas sobre el III Reich (05).Revolución Cultural y Problema Religioso

Bilioteca Julus Evola.- Evola en este capítulo V aborda un tema que siempre ha relacionado polémico: el problema religioso. Se sabe que el nacional-socialismo combatía toda forma de ateísmo y que incluso el juramento de las SS mencionaba a Dios. Se consideraba que la religión era una de las formas de oponerse al materialismo y al marxismo. Hay, por supuesto, algo de ambiguo en la opción del III Reich en este terreno. Más neta es la defensa de una "concepción del mundo", frente a una ideología que propuso el mismo Hitler. 

 

CAPITULO V

REVOLUCION CULTURAL Y PROBLEMA RELIGIOSO

 

Es preciso reconocer al menos al nacional‑socialismo el mérito de haber percibido la necesidad de una "lucha por la visión del mundo". Para Hitler mismo, la visión del mundo era un factor de primera necesidad, situado por encima de las ideologías y de las fórmulas del partido. La revolución debía ser entendida en el dominio de esta, a algo sólido y unitario. Naturalmente, el mito y la mística de la sangre jugaron un papel esencial en esta WELSTANCHAUNG. Existiendo esto pueden abordarse también problemas más amplios. En razón del empleo del término "ario" y de la importancia otorgada al elemento nórdico, lo que entraba en juego, era el estudio de lo que podía definirse de una manera más general y seria como la visión ario o nórdico‑aria de la vida, en referencia a los planos ético, religioso y espiritual. En realidad, así solo se habría podido dar un contenido concreto y positivo a las simples consignas de la campaña racial y encontrar un apoyo fundamental para una acción formadora cuyo valor ya hemos reconocido hablando del fascismo, a condición de apartar los lastres del racismo puramente biológico y cientifista. Incluso si todo esto permaneció, bajo el Tercer Reich, en amplia medida en estado de mera exigencia, en tanto que "revolución cultural" tuvo el valor de plantear problemas en un terreno que quedó muy por encima de la Italia fascista (recuérdese, por ejemplo, lo que hemos señalado respecto a la ausencia de una clarificación y profundización del contenido del verdadero sentido de la romanidad en tanto que visión del mundo).

Para dar algunos rasgos, es preciso revelar inicialmente la toma de posición del nacional‑socialismo frente al problema religioso. El nacional‑socialismo combatía todas las formas de ateísmo; el ateísmo y la concepción materialista de la vida eran dos aspectos del marxismo y del comunismo que se ponían claramente de relieve en la lucha contra estas ideologías subversivas; es por esto que numerosos cristianos y católicos vieron precisamente en el nacional‑socialismo su aliado. En la fórmula misma del juramento de las S.S. se invoca a Dios, y Himmler tuvo ocasión de decir que "aquel que no cree en Dios es presuntuoso, megalómano y estúpido y no tiene lugar entre nosotros" (en las S.S.) Pero el giro del cristianismo debía legar. se declaraba oficialmente: "El partido defiende el punto de vista de un cristianismo positivo". Pero lo que era respectivamente el cristianismo positivo y el negativo jamás fue aclarado a un nivel oficial. Entre otras cosas, se pedía en que medida el cristianismo podía decirse "ario" y se preguntaba en qué grado podía escapar a la polémica antisemita. Algunos investigadores procuraron dar una salida "arianizando el cristianismo mediante la exclusión del Antiguo testamento ‑ juzgado como puramente judaico‑ y "purificado" el Nuevo Testamento de sus "escorias semitas" y de la teología del "judío" Pablo (mientras que se otorgaba al evangelio de Juan un carácter ario elevado). Naturalmente no se trataba más que de escapatorias y sofismas. No podían ser aceptadas por los cristianos, mientras que los ideólogos "nacionales" radicales (Rosemberg, Hauer, Reventlow y el grupo de los Ludendorf) veían un compromiso y afirmaban abiertamente la incompatibilidad del cristianismo con una visión de la vida auténticamente aria, nórdica o alemana, con una "fe germánica". A este respecto, hubo incluso el bosquejo de un "Movimiento de la Fe Alemana", la DEUTSCHE GLAUBENSBEGUNG.

En cuanto a Hitler mismo, se encuentran en sus discursos y escritos pocas contribuciones válidas a la problemática del mundo en un sentido superior. Su admiración exagerada por el wagnerianismo es ya significativa ‑para él, como para Chamberlain, Wagner era el "profeta del germanismo"‑ al igual que su incapacidad para reconocer de qué forma Wagner, aparte de la grandeza del arte romántico, había deformado numerosas tradiciones y sagas germánicas y nórdicas. Aunque Hitler hiciera frecuentemente apelación en sus escritos y discursos a Dios y al Providencia de la que estimaba ser enviado y ejecutor, no se ve muy bien lo que podía ser esta Providencia, ya que de un lado reconocía, siguiendo así a darwin más que a Nietzsche, el derecho del más fuerte como la ley suprema de la vida, mientras que excluía de la otra, como superstición, toda intervención o todo orden sobrenatural y se entregaba a una exaltación de la ciencia moderna y de las "leyes modernas de la naturaleza". Esta actitud fue también la del principal ideólogo del movimiento, Alfred Rosemberg, el cual había llegado a ver en la ciencia moderna la "creación más pura del espíritu ario" sin advertir que si bien se debe a esta ciencia las conquistas técnicas, se le debe también las devastaciones espirituales más negativas e irreversibles de la época moderna, así como la desacralización del universo. Una incomprensión típicamente heredada del siglo de las luces y del racionalismo por la religión, marchando paradójicamente pareja con la mística de la sangre, se deja entrever en Hitler y en Rosemberg fue, precisamente, explícita. Para él los ritos y sacramentos no eran más que supersticiones, creaciones de un espíritu no‑ario.

Puede comprenderse en consecuencia a qué nivel la lucha por la "visión del mundo" descendía tomando direcciones de este tipo. A este respecto, el límite principal fue el de un "naturalismo" que negaba toda verdadera trascendencia. Bastaba pensar que se condenaba como espíritu "no‑ario", sino "levantino", la distinción entre alma y cuerpo, postulando el racionalismo y su unidad esencial e indivisible. Algunos extraerán la consecuencia lógica negando la inmortalidad verdadera, para concebir más que una "inmortalidad según la raza". Se ve aquí como las consignas de la propaganda racial restaban la posibilidad clara de todo examen serio de las tradiciones de civilizaciones "arias" (indo‑europeas), pues en estas la transcendencia fue reconocida y sirvió a menudo de punto de referencia a virtudes étnicas a las cuales los ideólogos nacional‑socialistas dieron un valor puramente humano y, en el fondo, naturalista (ver a este respecto las perspectivas sin luz del "heroísmo trágico"). Las ideas de Nietzsche menos interesantes, jugaron también cierto papel en estas confusiones; por ejemplo, lo que se refiere al perjuicio anti‑ascético (cada vez que no se trate de una ascesis "inmanente", sino de una disciplina sobre sí ‑como si al margen de ésta no existiera más que una ascesis "masoquista" y mortificadora). Bastará señalar el absurdo que llega a formular un especialista, por lo demás indiscutiblemente cualificado como F.K. Ghunter, respecto al budismo: cuando los indo‑europeos (los arios) conquistaron la India las condiciones del medio y sobre todo las condiciones climáticas, hicieron que sus energías originariamente volcadas hacia la afirmación de la vida, conocieran un cambio de polaridad y fueran empleadas para negar la vida "que es sufrimiento" por medio del ascesis.

El estudio de los orígenes y la vuelta a los orígenes habría podido ser en ciertos medios nacional‑socialistas o próximos al movimiento, una exigencia positiva. Se trataba de los orígenes germánicos y nórdicos, pero la mentalidad y los prejuicios señalados antes fueron nuevos obstáculos para alcanzar este dominio, donde precedentemente, algunos apóstoles del germanismo se habían ya aventurado, con garantías de llegar a algo verdaderamente positivo. Haremos alusión a ciertas iniciativas cuando hablemos de las SS, pero en el marco del NSDAP no se fue mucho más lejos de la exhumación por carácter casi folclórico de ciertas viejas costumbres. Entre las manifestaciones de masas que frecuentemente presentaban un carácter espectacular y sugestivo, se celebró la ceremonia del fuego alumbrado ritualmente y el movimiento de una cruz gamada formada por grupos de hombres portando antorchas  en el estadio de Berlín el día del solsticio de verano. Se exhumaron así viejos símbolos germánicos, las runas que sirvieron de símbolos a algunas organizaciones (empezando por las SS) pero en el terreno de los símbolos ‑terreno de relaciones estrechas con la visión tradicional del mundo‑ las incomprensiones de la dimensión de la trascendencia representaban un handicap insuperable. Por ejemplo, para las runas su viejo significado "mágico" fue completamente olvidado. Además, en este terreno, es decir, en lo que respecta a la justa comprensión y a la utilización de los símbolos de los orígenes es preciso preguntarse si, a partir de Hitler, se habría entendido el sentido del símbolo central del nacional‑socialismo: la cruz gamada, la svástica. Según las palabras de Hitler, este fue el símbolo de la "misión de combatir para la victoria del hombre ario, para el triunfo de la idea del trabajo creado (sic) el cual ha sido y será antisemita". En esta interpretación verdaderamente primitiva y profana, no se contempla en absoluto los orígenes arios, ni se entiende lo que la svástica podría tener que ver con el "trabajo creador", jamás una interpretación así fue tenida en consideración por los antiguos arios. Baste añadir que este símbolo no figura solo en las regiones de cultura aria y, en segundo lugar, que un hecho no ha sido aclarado: la cruz gamada, en tanto que insigne del nacional‑socialismo, era invertida; tenía un movimiento de rotación en el sentido opuesto al que era comúnmente empleado, con una significación polar y solar. Se podría excluir la hipótesis según la cual se sabía, adoptando esta opción, lo que había sido avanzado por algunos, es decir, que el movimiento invertido afecta a los contenidos del signo como símbolo de potencia, mientras que el movimiento en sentido normal estaría en relación con la "sapiencia". Nociones de este género están absolutamente ausentes en Hitler y en quienes estuvieron próximos a él en el momento en que la cruz gamada fue elegida como símbolo del partido (1).

Si el Mein Kampf fue la biblia política e ideológica del nacional‑socialismo, la obra principal en lo que se refiere a la visión del mundo y a la interpretación de la historia fue, en el III Reich, El mito del siglo XX de Alfred Rosemberg. Es a él a quien se hizo referencia en más de un aspecto de cara al adoctrinamiento de las jóvenes generaciones. Este libro, en lo esencial, es una compilación a la cual se debe sin embargo reconocer ciertas cualidades de síntesis y algunas interpretaciones válidas; son utilizadas, entre otras, las investigaciones de Herman Wirth, sobre la pre‑historia nórdico‑atlántica y de Johan Jacob Bachofen sobre la morfología de las civilizaciones de la antigüedad. Pero, aunque se hiciera abstracción de las incomprensiones ya señaladas y de su anticatolicismo que se diría inspirado en el siglo de las luces, numerosos aspectos esbozados en el libro ofrecían armas al adversario. La situación no hacía más que empeorar a medida que, más allá de los horizontes de la alta antigüedad, Rosemberg se aproxima a los tiempos modernos, porque entonces la manipulación del conjunto en un sentido unilateralmente alemán y político se vuelve cada vez más precisa. Sea como fuere, El mito del siglo XX fue, bajo el III Reich la principal obra propuesta, aunque de manera no oficial, en el marco de la "lucha por la visión del mundo" (2).

Las diversas reservas críticas que hemos debido hacer aquí no impiden reconocer que, en este dominio, algo se ponía en marcha en el seno del III Reich y que nuevos horizontes eran explorados valientemente; pero las diferentes corrientes adolecían de falta de puntos de referencia adecuados o bien prejuicios y desviaciones los bloqueaban de partida. Es imposible decir si se hubiera dado una situación diferente en el caso de que el III Reich hubiera conocido una existencia más amplia y calmada gracias a elementos más cualificados y no esclavos de consignas corrientes, sobre todo los que caían en el germano‑racismo primario. En cuanto a la cuestión del "paganismo" utilizada como acusación dirigida contra algunas tendencias de este terreno, desde nuestro punto de vista sería necesario decir que, en principio, un cuestionamiento de ciertos aspectos de la visión cristiana y católica de los sagrado, de su visión de la vida y de la moral, son atacables pero no para descender de nivel y a este respecto, la contestación a la validez exclusiva del cristianismo habría debido tener como  contrapartida el reconocimiento de los contenidos sagrados y trascendentales presentes en lo que es herencia no cristiana y pre‑cristiana. De otra forma, había en esto un peligro: la visión no cristiana de la vida que se quería descubrir y recuperar era "pagana" pero en el sentido inferior que la apología cristiana había atribuido deliberadamente a todo lo que no era cristiano a fin de poder exaltar la nueva fe. Lo que en tal o cual medio era presentado como la "religión" o la "fe germánica" tenía, evidentemente, un fondo naturalista y panteista que lo colocaba en un nivel espiritual muy bajo.

 

 

 

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