Notas sobre el III Reich (04).Aspecto Racial y Cuestión Judía
Biblioteca Evoliana.- No es este un capítulo particularmente fvorable para la política nacional-socialista en estos dos terreno. Evola acusa l partido hitleriano de haberse reducido a la dimensión exclusivamente biológica de la doctrina sobre la raza, eludiendo el nivel espiritual de la cuestión. En cuanto al tema judío, Evola achaca al nacional-socialismo el tener una opinión simplista y errónea del papel del judaismo en la historia. En otras obras insistirá en este tema, especialmente en "Los hombres y las ruinas", afirmando que una de las técnicas de la subversión es crear "falsos señuelos".
CAPITULO IV
ASPECTO RACIAL Y CUESTION JUDIA
Debemos pasar ahora a un breve estudio de todo lo que se refiere en el Tercer Reich a la raza, a la visión del mundo y a la cuestión judía.
Ya hemos hecho alusión al fondo racial presentado por el concepto de VOLK, propio para engendrar una especie de "nacionalismo étnico" o "racial". El parágrafo 4 del programa original del partido nacional‑socialista distinguía ya, sobre una base biológico‑racial, al ciudadano propiamente dicho (REICHBURGER) del "dependiente del Estado" (STAATS‑ANGEHORIGER) en los términos siguientes: "Debe ser considerado como ciudadano con plenos derechos solo quien es compañero de raza (VOLKSGENOSSE) y solo es tal quien es de sangre alemana al margen de su confesión religiosa". El concepto de "dependiente del Estado", por el contrario, no es más que jurídico; se refiere a todos los que están ligados por una simple pertenencia formal al Estado por el único hecho de que no son extranjeros. Hitler había juzgado escandaloso el hecho de que, durante tiempo, no se hubiera tenido en cuenta del todo el fundamento étnico‑racial de la ciudadanía y que la adquisición de esta podía "llegar a la misma forma que la admisión en un círculo automovilístico"; bastaba, en suma, una "petición para que por decisión de un funcionario se hiciera lo que el mismo cielo no podría jamás realizar: una firma y un zulú o un mongol se convertirían en un alemán puro". El nacimiento en territorio alemán no podía facilitar más que la simple cualidad de "dependiente del Estado"; solo esto no debía dar derecho a asegurarle cargos públicos o ejercer una actividad política. Según los puntos de vista expuestos por Hitler en "Mein Kampf", para convertirse en "ciudadano", miembro verdadero del Reich, debería exigirse un elemento suplementario; debía reposar sobre la raza, la salud física y, luego, sobre una fidelidad solemne afirmada y probada a la volksgemeinschaft, a la "comunidad racial". Solo podía ser concedido un "certificado de ciudadanía" el cual era "como el lazo que une a todas las clases y salvo todos los abismos". Hitler llegó a afirmar que "ser un barrendero en este Reich sería un honor mayor que ser rey en un país extranjero". Esas palabras y otras del mismo género, atestiguan el espíritu completamente plebeyo del fundador del nacional‑socialismo. Hitler ofrecía lo que era preciso para no importa que alemán no nacido de un cruce con sangre "no aria" levantara la cabeza. Además, el punto 6 del programa original del Partido Nazi decía: "El derecho de decidir la dirección del Estado no puede ser reconocido más que a los ciudadanos compañeros de raza. Pedimos, en consecuencia, que todas las funciones públicas en Reich, las provincias y los distritos sean ocupadas por ciudadanos del Reich".
Una vez conquistado el poder se inició la realización de este programa. Todos los funcionarios a los que no se podía aplicar la plena calificación de "compañeros de raza" (para lo que era necesario no tener entre sus antepasados hasta tres generaciones, sangre judía o de otra raza no aria) fueron retirados. La misma medida se aplicó luego a los funcionarios que, aun siendo "arios", hubieran contraído o lo contrajeron con una persona de raza no‑aria. En caso de matrimonio consumado de un funcionario, oficial, etc. casado con una mujer no‑aria antes de la promulgación de estas leyes, se daba la posibilidad de elegir entre el divorcio y la pérdida del empleo. En un primer tiempo, algunas excepciones fueron hechas para los combatientes o parientes de combatientes condecorados o caídos durante la primera guerra mundial. Otras excepciones pudieron ser tomadas en consideración por el Ministerio del Interior de acuerdo con un servicio especializado por funcionarios destacados en el extranjero para los cuales se seguía un criterio esencialmente discrecional y pragmático; en fin, ciertas excepciones eran dictadas por razón de Estado: afectaban a los que había adquirido grandes méritos a los ojos del Reich, a los que se otorgaba la curiosa cualificación de enhrenarier, "arios de honor", la cual, para ser coherente, hubiera debido tener como contrapartida la calificación enhrenjude, es decir, "judíos de honor, "levantino de honor", etc. que habría podido ser aplicado a los numerosos que aun, "arios" sobre el plano biológico, lo eran muy poco en cuanto al carácter, comportamiento o mentalidad.
Otras leyes extendieron medidas análogos más allá de la esfera política y estatal, hasta los dominios cultural, profesional y religioso incluso. Sobre este último punto, la "cláusula aria" hizo nacer conflictos tanto con los católicos como con los protestantes, porque en razón de esta cláusula los pastores y los demás religiosos de las dos iglesias que no tenían entre sus ancestros, hasta la tercera generación, sangre no‑aria, no eran autorizados para ejercer sus funciones bajo el III Reich. Esto era, naturalmente, inaceptable desde el punto de vista católico que sostiene la igualdad esencial de todas las criaturas y del carácter supra‑racial del sacerdocio establecido solo por un sacramento en el catolicismo. Solo los que se llamaron cristianos‑alemanes en el campo protestante aceptaron la nueva situación, votaron también ciertas leyes y eligieron obispos dependientes de un Episcopado Central del Reich, los cuales debían prestar juramento al jefe del Estado, es decir, a Hitler. En la misma perspectiva, algunos habían llegado a anhelar la creación de una "Iglesia Nacional Alemana" (Rosemberg, Hauer, Bergman, etc.).
La idea racial influenció de tal forma el plano político que Hitler escribió: "El Estado no es un fin sino un medio. Es la condición necesaria para la formación de una civilización humana superior, sin ser, sin embargo, el principio que crea esta civilización. Este principio, o esta causa, es solo la presencia de una raza que sea apta para la civilización. Aun cuando se encuentre sobre la tierra centenares de Estados‑modelo que no existieran siquiera en el caso en que desapareciera el hombre ario portador de civilización, una sola civilización a la altura espiritual de las naciones superiores de hoy... debemos distinguir con el máximo de precisión el Estado, que es el "continente", la raza que es el "contenido". Este continente tiene sentido solo si es capaz de contener y proteger al contenido; en el caso contrario, no lo tiene". El objetivo primordial del Estado es pues "la defensa de la raza". De ahí las "leyes para la Defensa de la Sangre y del Honor Alemanes", de un lado prohibiendo los casamientos e incluso las uniones mixtas, a menos de querer sufrir las consecuencias; se quería proteger la sustancia racial de todos los ciudadanos del Reich contra las mezclas suplementarias alteradoras de la raza; de otro, diferentes medidas eugenésicas fueron adoptadas para impedir, en el seno mismo de los alemanes, de los "arios", una descendencia hereditaria tarada.
Se ve claramente el papel que jugaron en todo esto el "mito" y la confusión de la noción de "raza" con la de "nación" (lo que contribuía, en el fondo, a democratizar y degradar la noción de raza); además, no se cuida en absoluto de definir en términos positivos, e igualmente espirituales, la noción de "arianidad". Implícitamente se deja a cada alemán el derecho de pensar que él mismo será este "ario" al cual se atribuye la creación y el origen de toda civilización superior. Esto incitaba naturalmente a una nefasta arrogancia más que nacionalista (totalmente ajena a la derecha tradicional) que tuvo ciertamente una incontestable eficacia para la movilización emocional de las masas alemanas, pero también tuvo consecuencias deletéreas, como por ejemplo la política seguida por la Alemania nazi en los territorios ocupados, sobre la que insistiremos más adelante. En realidad, cuando los autores racistas más serios, hablan de "ario", contemplan una amplia especie en la cual el "alemán" (o también el "germano") no podía figurar más que como un género particular. H.S. Chamberlain, tenido en alta estima por Rosemberg, principal ideólogo del nazismo, había relacionado el "ario" con el "conjunto céltico‑germano‑eslavo".
La noción de raza tenía pues, en la propaganda de la legislación nacional‑socialista, un contenido indeterminado y subsistía una degradación colectivizante; pero, por lo demás, y menos oficialmente, otra orientación selectiva nació en el III Reich. El lector puede remitirse aquí a lo que ya hemos dicho estudiando el sentido, la finalidad y los aspectos aceptables del giro "racista" del fascismo italiano. El racismo, en general, era un simple expediente para reforzar la conciencia nacional ‑y a este respecto, tal como ya hemos apuntado, la actitud no era muy diferente de la que había tenido, por ejemplo, Inglaterra en su Imperio respecto a otras razas; pero dado que la doctrina moderna de la raza no estudia solo las grandes reparticiones antropológicas, sino también "razas" en tanto que articulaciones especiales en el interior de cada repartición y en el interior de la raza "blanca" o "aria" misma, es preciso reconocer que si se refería a estas razas, Alemania no se presentaba como la expresión de una sola raza pura y homogénea, en general, sino como una mezcla de varias "razas" (en el sentido más diferenciado que acabamos de indicar). Es por ello que se pasa, por así decirlo, a un racismo de segundo grado. El colectivismo del volk y de la volksgemeinschaft ario‑alemana que era preciso delimitar, defender y utilizar de forma totalitaria a fuerza de gleichalstung, era superada gracias a la idea según la cual todos los componentes raciales del pueblo alemán no tenían el mismo valor que el elemento más cualificado, superior, el de la raza nórdica. Por otra parte, una acción destinada a favorecer en el III Reich a esta componente, a asegurarle posiciones dominantes, estaba prevista. Más allá del elemento biológico se tuvo en cuenta igualmente ciertos datos caractereológicos y una visión de la vida bien precisa y, por ello, fue forjado el término aufnordung, a saber "nordización" del pueblo alemán. Parecía necesario dar al pueblo alemán, para mejorarlo, una impronta esencialmente "nórdica". Si esta exigencia, en el seno del III Reich no tuvo nivel oficial propiamente dicho, un curso fue sin embargo mirada con simpatía en la cumbre y jugó un papel importante en ciertas organizaciones de las que hablaremos algo y en las SS en particular.
Sin embargo, el hombre de la calle alemán no carecía de buenas razones para hacer precisiones irónicas en relación con este hecho: por que en materia de raza, Hitler o tenía nada del puro tipo "nórdico", al igual que sus máximos colaboradores como Goebels, Himmler mismo, Ley, Borman, etc. (en el mejor de los casos podían encajar Rosemberg, Heidrich, von Sirach). Además, Hindemburg y Bismarck eran físicamente de raza nórdica, pero de su variante "fálica", mientras que en Prusia el elemento nórdico estaba fuertemente mezclado con el elemento dinárico‑eslavo. Era más bien en el cuerpo de oficiales, en la aristocracia y en algunos linajes campesinos de provincias, donde el elemento nórdico era bastante reconocible.
De todas formas, en cuanto a la apreciación de conjunto del racismo alemán desde nuestro punto de vista, el juicio es el siguiente: es preciso ver una aberración demagógica en la pretensión germano‑aria que llevaba a pensar, como había afirmado Hitler, que ser "un barrendero del Reich debía ser considerado como un honor mayor que ser rey en un país extranjero". Esto no resta nada al hecho de que desde el punto de vista de la Derecha, una cierta conciencia racial equilibrada y una cierta dignidad de "raza" puedan ser juzgadas saludables, si se piensa el punto que hemos alcanzado hoy de exaltación de la negritud, con la psicosis anticolonialista y el fanatismo de la "integración": fenómenos paralelos a la decadencia de toda Europa y de Occidente. En segundo lugar, hemos reconocido ya, hablando del fascismo, que sería legítimo proponer el ideal de un nuevo tipo humano superior en el centro de un proceso global de cristalización, de rectificación y de formación de la sustancia de una nación: a condición de no dar demasiada importancia en esta idea, al aspecto biológico, sino insistiendo sobre todo en la "raza del espíritu". Inversamente, en el racismo nacional‑socialista, fue precisamente el aspecto biológico el que ocupó una parte esencial. A causa de una deformación mental "cientifista" se creó la ilusión de que bastaba proceder a una profilaxis y erigir barreras contra los mestizages, sin olvidar las medidas eugenésicas, a fin de que las virtudes desaparecidas volvieran y que el hombre creador de una civilización superior reapareciera automáticamente. Hoy existen pueblos tales como los noruegos, suecos u holandeses, que presentan un grado elevado de pureza racial, incluso "nórdica", pero que están más o menos apagados interiormente, espiritualmente bastardizados, privados de las virtudes que en otro tiempo les caracterizaron.
Un punto esencial, que no puede ser olvidado aquí sino que es imposible eludir es el del antijudaismo nacional‑socialista y el juicio al que es preciso someterlo. Para Hitler el judío era el enemigo mortal de las razas arias y del pueblo alemán en particular; estimaba que el judío era portador de una fuerza que actuaba en un sentido destructor, subversivo, contaminador en el seno de las civilizaciones y de las sociedades, en el seno de las cuales buscaba asegurarse, además, poder e influencia. Debe reconocerse que el antisemitismo fue en Hitler como una idea fija, es imposible descubrir enteramente los orígenes de éste aspecto casi paranoico que tuvo dramáticas consecuencias. En sus escritos y discursos, Hitler atribuyó siempre al judío la causa de todos los males. Creía seriamente que el judío era el único obstáculo para la realización de una sociedad alemana ideal, e hizo de este tema un ingrediente esencial de su propaganda. Fuera del marxismo, para él, todo el bolchevismo era una creación y un instrumento del judaismo, incluida también la "plutocracia capitalista" occidental y la masonería: temas que en la época actual se habría debido ya reconocer su carácter unilateral. Hay motivos para preguntarse si, mediante esta, "fijación" Hitler no fue víctima de una de las tácticas de lo que hemos llamado "guerra oculta", táctica consistente en hacer que toda la atención se concentre sobre un sector particular donde actúan las fuerzas a combatir, desviando así de otros sectores donde la acción de estas fuerzas pueda entonces proseguir tranquilamente. No queremos decir con esto que la cuestión judía no existiera; por el contrario, pronto hablaremos de ella. Pero tal como Hitler la profesó, teniendo como antecedentes posiciones propias que hacía largo tiempo sostenía lo que se llamó el "movimiento alemán", el antisemitismo tomó la forma de un fanatismo obsesivo; si hoy muchos cometen el error de confundir racismo y antisemitismo esto se ha debido esencialmente al hitlerismo.
La actitud de Hitler creó una especie de círculo vicioso diabólico. Sus ideas sobre los judíos y la lucha contra ellos fueron ya declaradas en el primer programa del partido. Esto no pudo concentrar contra Alemania otra cosa que a todo el judaismo internacional ‑y tanto más cuanto el nazismo ganaba terreno‑ que, entre otras cosas controlaba buena parte de las grandes agencias de información. A su vez, esta polarización reforzó el feroz antisemitismo de hitler, le facilitó los medios para una justificación y así sucesivamente. En Alemania, a parte de los medios ya señalados del "movimiento alemán", incluso si bien no existía una especial simpatía por los judíos y estos eran frecuentemente excluidos de puestos públicos y de diferentes organizaciones, el pueblo, en general, no alimentaba contra ellos un odio violento, contrariamente a lo que ocurría en Polonia y en la vieja Rusia (como se sabe en estos países se produjeron persecuciones masivas y crueles contra los judíos especialmente con los pogroms). En el III Reich nazi se redujo primero al boicot a los judíos, como si se tratara de un apartheid; el judío no era considerado como miembro de la volksgemeischaft, de la "comunidad étnico‑nacional" alemana, sino solo como un ciudadano de raza no‑aria, casi como un extranjero (para Hitler los judíos no eran alemanes de otra confesión religiosa, sino un pueblo aparte), se quería que vivieran separadamente, que tuvieran sus comercios, sus profesiones, sus escuelas, etc. y que se distanciaran de la sociedad aria, pues era preciso evitar que ejercieran actividades juzgadas parasitarias, materialistas, prevaricadoras y turbias. Se dejaba a los judíos que no se sentían atraídos por esta perspectiva, abandonar el Reich pero no podían llevarse todos los bienes que habían adquirido. Sin embargo, el hecho ‑cosa que generalmente se silencia‑ es que para la mayor parte de las naciones, eran elementos indeseables y que les era muy difícil obtener un visado de entrada; se conoce, por ejemplo, la tragedia de un mercante cargado de judíos alemanes que fue detenido en el límite de las aguas territoriales de los EE.UU. hundiéndose finalmente y durante la guerra, la otra tragedia de cierto número de judíos refugiados en Hungría que habrían podido escapar a su destino funesto si tras las negociaciones favorecidas por el mismo mando de las SS, el gobierno británico no hubiera rechazado acogerlos en Egipto. En general, la solución global e ideal para la cuestión judía se veía así: liberarse dando a los judíos una tierra, incluso se habló de Madagascar. Se sabe, por otra parte, que el Estado de Israel, realizando el "sionismo" no ha resuelto del todo esta función y hay quienes plantean aun hoy la cuestión judía ‑aunque las persecuciones sufridas por los judíos los hayan convertido en "intocables"‑ estiman que los judíos más peligrosos no piensan del todo confinarse en el territorio palestino y abandonar sus posiciones en los países occidentales donde están arraigados y tienen las manos libres y muchas posibilidades.
En el III Reich, las verdaderas persecuciones comenzaron en las represalias que fueron organizadas tras el asesinato en 1938 de un diplomático alemán de la Embajada de París, von Rath, por un judío, atentado cometido con un fin propagandístico. Dejando aparte devastaciones y excesos, esto favoreció la ocasión para promulgar duras leyes antihebreas que tuvieron como efecto endurecer hasta el límite la campaña llevada en el extranjero contra el III Reich, añadiendo así a la espiral un círculo suplementario. Italia misma, la Italia fascista amiga de Alemania se encontró implicada parcialmente, porque, como hemos dicho, esta campaña fue una de las causas que movieron a Mussolini a tomar medidas de tipo antisemita, más moderadas. Pero la liquidación física de judíos debe referirse esencialmente al período de la guerra y a los territorio ocupados, pues se estima generalmente que no quedaban en Alemania, en el inicio de las hostilidades, más de 25.000. Y por las masacres conocidas en un segundo tiempo por la mayoría del pueblo alemán, ninguna justificación, ninguna excusa, es concebible.
La cuestión judía presenta un aspecto social y un aspecto cultural. Bajo el primer aspecto no aparece más que en un período relativamente reciente, tras al revolución francesa y la emancipación de los judíos: antes, se podía hablar de un antisemitismo religioso que no tenía nada que ver con el antisemitismo social y racial (para los racistas modernos, un judío converso al cristianismo sigue siendo judío y debe ser obligado a considerarse como tal). Es la razón por la cual, desde el punto de vista de la Derecha no puede hacerse referencia a la actitud de los Estados de antes de la revolución francesa, Estados en los cuales el lealismo se encontraba en primer plano y no el origen étnico. Prusia mismo fue bastante liberal respecto a los judíos; en Inglaterra, figuraron judíos entre los conservadores, y es un judío, Disraeli, quien construyó en parte el Imperio Británico. En el Imperio de los Habsurgo, igualmente, el judío aunque no se beneficiaba de simpatías, tuvo concretamente bastante libertad. La tesis del antisemitismo social y nacional es que el judío emancipado habría aprovechado el espacio libre que se le habría concedido para dominar en dichas sociedades el antisemitismo; tuvo lugar como reacción provocada por el hecho de que los judíos, estrechamente solidarios, habían conseguido asegurarse la dirección gracias a posiciones en la vida económica, profesional y cultural, según proporciones que no tenían ninguna medida comparativa con el porcentaje numérico del grupo judío en relación al conjunto de la población "aria" de las diferentes naciones. En Alemania, en ciudades como Berlín, Frankfurt, Breslau, la proporción de abogados y médicos judíos parece haber alcanzado el 50%; en la Universidad de Berlín, la proporción de profesores de Derecho era de 15 judíos por 29 no judíos; en Medicina, 118 por 147. Además, en Viena y Bucarest, por ejemplo, existía poco más o menos la misma situación, los judíos eran igualmente muy numerosos en el periodismo y en la edición. En fin, la presencia de numerosos judíos entre los dirigentes del marxismo y del comunismo alemán era incontestable. Por lo demás, Metternich había notado ya que los judíos ocupaban puestos de importancia y eran "revolucionarios de primer orden" como "escritores, filósofos, poetas, oradores, publicistas y banqueros", añadiendo que iban probablemente a preparar un "porvenir nefasto" para Alemania.
Desde el punto de vista del liberalismo democrático no hay nada que decir de todo esto y toda limitación del numerus clausus parecía absurdo e injusto. La aparición de la cuestión judía se refería y se refiere al punto de vista precisamente, de un "nacionalismo étnico" y a la suposición de que el judío es un elemento extraño a la comunidad nacional. Pero de una manera más general el problema se plantearía en la posición a tomar frente a la "integración" en el caso, no solo de los judíos, sino también de elementos heterogéneos, tales como el negro. Y entonces, objetivamente, hay motivos para preguntarse si puede suponerse que a una población que no tenga simpatía por una cierta raza en función de sus aspectos específicos, físicos y de carácter deba ser impuesta la promiscuidad por medio de la "integración", en "homenaje a la libertad democrática". Es lo que hoy deberían plantearse en los EE.UU.
Por las exigencias antisemitas contra la invasión judía de hecho puestas de lado al igual que las reacciones a menudo instintivas de la población, si se desea ser imparcial, además de las proporciones numéricas en los puestos claves ‑estimados como injustos y peligrosos‑, haría falta demostrar que el hecho de ser judío da una impronta particular, negativa, a la actividad; en ciertas profesiones, por ejemplo la medicina y las ciencias naturales, sería difícil de demostrar. Sin embargo, por regla general, en todas las épocas de judaísmo en tanto que manera de ser, comportamiento y forma particular del carácter, ha sido reconocido que tratar a alguién de judío jamás se ha considerado como una alabanza. A un nivel más elevado, el antisemitismo tiene a la vista influencias juzgadas negativas en los dominios cultural, ético y político (limitémonos a citar dos nombre, Karl Marx y Sigmund Freud) y es en este terreno, donde la polémica se desarrolla. Sería preciso entonces definir el judaismo ante todo en términos generales y espirituales (lo que un judío genial Otto Weininger, había hecho precisamente) poniendo de relieve ciertos rasgos característicos que deberían ser los únicos en tenerse en cuenta a fin de indicar contra qué hay que defenderse y de lo que hay que alejarse. Una investigación de este tipo podría incluso intentarse; en otra obra hemos indicado ya los elementos de análisis (J. Evola, Il mito della sangue, 2ª Ed., Milano, 1942). Cuando un antisemita de tendencia conservadora del período wilhemiano, Adolf Stocker, afirma en el Reichtag que la cuestión judía era un "problema ético", indicaba en el fondo un punto de referencia bastante próximo para plantear la cuestión de manera justa. Por otra parte, un escritor muy apreciado en los medios "nacional‑alemanes", Paul de Lagarde, había distinguido entre el judío fiel a su propia tradición, por el cual mantenía cierto respeto, del judío moderno secularizado. En realidad, cuando se hacía referencia a motivos éticos se apuntaba, únicamente, al judío moderno. Se le atribuía una visión materialista de la vida y una práctica análoga, la avidez por el dinero, la inclinación por una especulación sin escrúpulos (un sociólogo serio e ilustrado, liberado de las ideologías, como Werner Sombart, había ya estudiado las relaciones existentes entre el espíritu judío y el desarrollo del capitalismo moderno), el racionalismo y el "modernismo" bajo su aspecto corrosivo, antitradicional, la deshonestidad de una doble moral respecto a los no‑judíos, enfin todo lo que podía derivar, incluso sin una intención consciente, de su condición de hombre "desarraigado" (en consecuencia, igualmente sus relaciones con un cosmopolitismo y un internacionalismo juzgados como mortales para el volk y sus valores), eventualmente la sed de poder (como "supercompensación" de su complejo de inferioridad creado en él por la condición impuesta durante siglos al "pueblo elegido").
De manera más general, el racismo nacional‑socialista empleó continuamente en su batalla cultural arteigen y artfremd, es decir, conforme o ajeno a la naturaleza del volk. Pero a este respecto, una delimitación precisa y convincente, por otra parte difíl de realizar, falta; de hecho, toda una serie de aspectos de la civilización y de la cultura modernas son intrínsecamente negativas para todos valor y toda forma superiores. Es preciso igualmente recordar que si se puede encontrar la presencia de judíos en diferentes corrientes intelectuales, ideológicas y artísticas modernas que se resienten incontestablemente de una subversión y de una desnaturalización, nunca esta acción habría sido posible si el terreno no hubiera sido ya preparado desde mucho antes, no por judíos, sino por "arios", a menudo bajo formas irreversibles.
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