El Emperador Juliano. Julius Evola
Biblioteca Evoliana.- Evola dedicó varios artículos a emperadores romanos y del Sacro Imperio, pero este artículo destaca sobre cualquier otro al glosar la figura de un gigante de la historia: el Juliano Emperador. El artículo fue originariamente publicado en el diario "Roma" el 17 de marzo de 1972 y posteriormente incluido en la recopilación publicada bajo el título de "Ultimi Scritti, publicado en 1977 por Editorial Controcorrente.
EL EMPERADOR JULIANO
Julius Evola
Es alentador dar con trabajos eruditos que van más allá de los prejuicios y distorsiones que caracterizan la mayoría de los puntos de vista de los historiadores contemporáneos. Este es el caso de Raffaello Prati, quien ha traducido al italiano e introducido al público los escritos especulativos del emperador romano Juliano Flavius, titulados colectivamente "De dioses y hombres".
Es destacable que Prati empleara el término "emperador Juliano" en lugar de la expresión predominante de "Juliano el apóstata". El término "apóstata" es difícilmente apropiado en este caso, puesto que más bien debería ser aplicado a aquellos que abandonaron las sagradas tradiciones y los cultos que eran el verdadero alma de la antigua grandeza de Roma y a quienes aceptaron una fe nueva, que no era la de la estirpe romana o latina sino de un origen asiático y judío. De este modo, el término "apóstata" no debería caracterizar a aquellos que, como Juliano Flavius, osaron ser fieles al espíritu de la tradición, tratando de reafirmar el ideal solar y sagrado del imperio.
La lectura de los textos publicados, que fueron escritos por Juliano en su tienda de campaña, entre largas marchas y batallas (como tratando de sacar nuevas energías de su espíritu para afrontar eventuales dificultades), debería de servir de provecho a los que siguen la corriente de opinión que define el paganismo, en sus componentes religiosos, como más o menos sinónimo de superstición. De hecho, Juliano, en su intento por restaurar la Tradición, opuso al cristianismo una visión metafísica. Los escritos de Juliano nos permiten ver, tras los elementos alegóricos y externos de los mitos paganos, una substancia de calidad superior.
Juliano es muy directo cuando escribe:
"Siempre que los mitos sobre asuntos sagrados sean absurdos según el pensamiento racional, siendo gritados en voz alta, como lo fueron, nos llaman a no creerlos literalmente, sino a estudiarlos y seguirles la pista de su significado oculto... Cuando el significado es expresado incongruente hay una esperanza de que los hombres descuiden el significado más obvio (aparente) de las palabras, y que la pura inteligencia pueda ascender a la comprensión de la naturaleza inequívoca de los dioses que trasciende todos los pensamientos actuales".
Este debería ser el principio hermético empleado por los que estudien los antiguos mitos y teologías. No obstante, cuando los eruditos utilizan términos despreciativos como "superstición" o "idolatría", vienen a demostrar que son cerrados de mente y de mala fe.
Por lo tanto, en la reevaluación de la antigua tradición sagrada de Roma, intentada por Juliano, es el punto de vista esotérico de la naturaleza de los "dioses" y su "conocimiento" el que finalmente importa. Este conocimiento corresponde a una realización interior. Desde esta perspectiva, los dioses no son retratados como invenciones poéticas o como abstracciones de teologías filosóficas, sino más bien como los símbolos y las proyecciones de estados trascendentes de consciencia.
De este modo, el mismo Juliano, como iniciado en los misterios de Mitra, vio una estrecha relación entre un conocimiento superior de uno mismo y la vía que conduce al "conocimiento de los dioses"; esta es una noble meta que a él no le impidió decir que incluso el dominio sobre las tierras de Roma y las bárbaras palidece en comparación.
Esto nos lleva de nuevo a la tradición de una disciplina secreta a través de la cual el conocimiento de uno mismo es transformado radicalmente y fortalecido por nuevos poderes y estados internos, que son simbolizados en la teología antigua por varios numina. Esta transformación se dice que ocurre tras una preparación inicial, consistente en vivir una vida pura y en la práctica del ascetismo y finalmente recibiendo experiencias especiales que están determinadas por ritos iniciátorios.
Helios es el poder al cual Juliano dedica sus himnos, cuyo nombre invoca incluso en sus últimas palabras, cuando muere al ponerse el sol en un campo de batalla en Asia Menor. Helios es el sol, el cual no es concebido como un cuerpo físico, sino más bien como un símbolo de una luz metafísica y un poder trascendente. Este poder se manifiesta en la humanidad y en aquellos que han sido regenerados, como soberano nous y como una fuerza mística de lo alto. En los días antiguos e incluso en la misma Roma, a través de la influencia persa, se consideraba que esta fuerza estaba estrictamente asociada con la dignidad real. El auténtico significado del culto imperial Romano que Juliano intentara restaurar e institucionalizar por encima de y contra el cristianismo, sólo puede ser apreciado dentro de este contexto. El motivo central en este culto es: el auténtico y legítimo líder es el único que está dotado de una superioridad sobrenatural ontológica y el cual es imagen del rey del cielo, llamado Helios. Cuando esto ocurre (y sólo entonces), la autoridad y la jerarquía están justificadas; el regnum es santificado; y un centro luminoso de gravedad viene a fundarse, el cual atrae hacia sí a un número de humanos y fuerzas naturales.
Juliano añoraba realizar este ideal "pagano" dentro de una jerarquía imperial estable y unitaria, dotada de un fundamento dogmático, un sistema de disciplinas y leyes y una clase sacerdotal. La clase sacerdotal se suponía tener como líder al mismo emperador, el cual, habiendo sido regenerado y elevado por encima de las meras condiciones mortales gracias a los Misterios, encarnaba simultáneamente la autoridad espiritual y el poder temporal. De acuerdo con este punto de vista, el emperador era tenido como el Pontifex Maximus, un término antiguo recuperado por Augusto. Los presupuestos ideológicos sobre los que se fundamenta la visión de Juliano, son: 1) la naturaleza, es entendida como formada por un todo armonioso y penetrada por fuerzas vivas pero invisibles; 2) un monoteísmo profesado por el estado; 3) un cuerpo de "filósofos" (sería más apropiado llamarles hombres sabios) capaces de interpretar la teología tradicional de la antigua Roma y de actualizarla mediante ritos iniciáticos.
Esta visión está en duro contraste con el temprano dualismo cristiano, ejemplificado por la frase de Jesús que dice: "dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César". Esta frase lleva finalmente al cristianismo a rechazar rendir homenaje al emperador en ningún otro rol que no sea el de un gobernante. Este rechazo, ocasionalmente, fue considerado como una manifestación de anarquía y de subversión, y culminó en la persecución estatal contra los cristianos.
Desgraciadamente el tiempo no estaba maduro para la realización del ideal de Juliano. Una realización semejante habría requerido la participación activa, mediante sinergía, de todos los estratos de la sociedad así como un relanzamiento de la antigua Weltanschauung en términos más vibrantes. En lugar de esto, dentro de la sociedad pagana se dio una separación irreversible entre forma y contenido.
Incluso el consenso que había conseguido el cristianismo fue un signo fatal de la decadencia de los tiempos. Para una amplia mayoría del pueblo, hablar acerca de dioses como experiencias internas o considerar los principios solares y trascendentes arriba mencionados como requisitos necesarios para el imperio era nada más que una ficción o mera "filosofía". En otras palabras, lo que faltaba era una fundación existencial. Además, Juliano se engañó creyendo que sería capaz de transformar ciertas enseñanzas esotéricas en fuerzas formativas políticas, culturales y sociales. Debido a su verdadera naturaleza, esas enseñanzas estaban destinadas, no obstante, a caer únicamente dentro de la competencia de círculos restringidos.
Esto no debería llevarnos a la conclusión de que, al menos en principio, existiera una contradicción entre la visión de Juliano y el ideal de un estado forjado en la aplicación de estos elementos espirituales y trascendentes. La misma existencia histórica de una sucesión de civilizaciones que fueron centradas en una espiritualidad "solar" (abarcando desde el antiguo Egipto y el antiguo Irán, hasta el Japón anterior a la II Guerra Mundial) debería demostrar que esta contradicción no existe en realidad. Debería decirse más bien que Roma, en tiempos de Juliano, carecía ya de la sustancia humana y espiritual capaz de establecer las conexiones y relaciones de participación que caracterizan a una nueva jerarquía viva que pueda crear un organismo imperial totalitario merecedor del nombre pagano.
El célebre texto de Dimitri Merezhkovsky, "Muerte de los dioses", reúne de modo admirable y sugestivo el ambiente cultural de tiempos de Juliano con sus presagios de un ocaso de los dioses.
Tras un largo paréntesis, algunos elementos de la antigua Tradición fueron destinados a resurgir. Gracias a la emergencia de las dinastías germánicas en las escenas de la historia europea, fue posible hablar de nuevo de restauratio imperii, en la forma del Sacro Imperio Romano Germánico medieval. Esto es cierto especialmente si consideramos la tradición gibelina que trató de reclamar para el Imperio, contra las demandas hegemónicas de la Iglesia de Roma, una dignidad sobrenatural no inferior a la que la misma Iglesia disfrutaba.
Atendiendo a esto, es importante para un examen más de cerca tener en cuenta lo que fue ocultado en la literatura caballeresca, en la así llamada leyenda imperial y también en otros documentos. He tratado de reunir e interpretar adecuadamente todas estas fuentes en nuestra obra "El misterio del Graal y la tradición gibelina del imperio", año 1937.
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