¿QUÉ ES EL ZEN?, por Julius Evola
Biblioteca Julius Evola.- En "Cabalgar el Tigre", lo que Evola, a fin de cuentas propone es una vía del Zen para occidentales, no otra cosa. Evola conocía perfectamente la doctrina budista, especialmente el canon Palî al que le dedicó una de sus mejores obras "técnicas", "La Doctrina del despertar". El Zen, en el fondo, no es más que un regreso a la pureza y simplicidad del budismo de los orígenes. Este artículo fue incluido en la recopilación "El Zen y la Tradición japonesa", publicada a finales de los años 80.
¿QUÉ ES EL ZEN?
Gracias a una nueva casa editorial, Rigores de Turín, ha salido recientemente un libro con el título Zen en el arte del tiro con el arco. Se trata de una obra única en su género al revelar el trasfondo espiritual de formas, disciplinas y comportamientos fundamentales de la civilización extremo-oriental y, sobre todo, de la japonesa. Su autor es Eugen Herringel, un alemán que, llamado para enseñar filosofía en una universidad japonesa, se propuso estudiar el espíritu tradicional del país en sus formas vivas más típicas. Algo aparentemente singular, la vía que le fue indicada para llegar a la comprensión del Zen, fue la de aprender el arte de tirar con el arco. Tal arte, Herringel lo estudio junto a un maestro incansablemente, por más de cinco años; el libro describe cómo los progresos en tal arte y la gradual penetración vivida en la esencia del Zen iban a la par, se condicionaban mutuamente, teniendo un efecto de profunda transformación interior en el autor.
No es fácil referirse breve y popularmente a de lo que se trata. El Zen, tradición que ha tenido y tiene parte esencialísima en la formación del hombre japonés, especialmente en la nobleza guerrera de los samuráis, es, como hemos dicho, de derivación budista. El budismo hace que se piense rápidamente en nirvana, y el nirvana en algún estado de ascética, evanescente beatitud. Pero aquí las cosas son diferentes. El nirvana, según el Zen, es un estado de liberación interna, un estado limpio de las fiebres, de las angustias y de los vínculos del Yo, que puede mantenerse en cualquier actividad y en cualquier forma de la vida ordinaria. Es una dimensión diferente que adquiere la vida en su complejidad, es un modo diverso en el que viene asumida y vivida. La “ausencia del Yo”, sobre lo que insiste el Zen, no equivale en absoluto a apatía ni atonía. Da lugar a una forma superior de espontaneidad, de seguridad, de libertad y de calma en el actuar. Es como quien, aferrándose espasmódicamente a algo, suelta la presa y entonces dispone de una calma superior, de una superior libertad y seguridad.
Pues bien, en Extremo Oriente existen las artes tradicionales, que, mientras por un lado, tienen origen en esta libertad del Zen, por otro son otras tantas vías para conseguirla a través del entrenamiento en las mismas. Por singular que pueda parecer, hay de Zen, en el arte extremo-oriental Maestros de pintura, del té, de decoración floral, del tiro con arco, de lucha (el judo), del manejo de la espada, y de varias más. Todas estas artes tienen un aspecto ritual. Además, hay relaciones inaferrables por medio de las cuales la auténtica maestría en una de ellas no se puede conseguir si no se realiza la indicada iluminación interna y la transformación del sentido del sí, en tanto que representa, de esta transformación, una especia de crisma tangible.
Así Herrigel nos narra cómo aprendiendo el arte de tirar con el arco, poco a poco, a través de los problemas propios que este arte -como vía todavía enseñada en Japón- le ponía, alcanzó el conocimiento y clarificación interna que buscaba. Vio que este arte no era un deporte, sino más bien, un acto ritual y una iniciación. Para profundizar verdaderamente, se debía llegar a la eliminación del propio Yo, la superación de toda tensión, una superior espontaneidad. Sólo entonces a un relajamiento muscular correspondía, efectiva y enigmáticamente, la máxima fuerza; el individuo, el arco, el blanco, se hacían todo uno, el golpe partía de sí y, casi sin mirar, era infalible. En tales términos, el reconocimiento de la alcanzada maestría era también el de un grado de espiritualidad, de Zen, pero no como teoría o filosofía, sino como experiencia efectiva, como un modo más profundo de ser.
En iluminarnos con situaciones similares, el libro de Herrigel es precioso porque no sólo nos introduce en el espíritu de una civilización exótica, sino también porque puede permitirnos considerar bajo una nueva luz algunas de nuestras tradiciones medievales. Se sabe cómo en la Antigüedad y, todavía en parte del Medievo, a las varias artes se asociaban tradiciones celosamente custodiadas, elementos de culto, ritos y finalmente misterios. Existías los “dioses” de las diferentes artes y había ritos de admisión a las mismas. La iniciación artesanal y profesional, en ciertas corporaciones y collegia, iba paralela a la iniciación espiritual. Como último caso, por vía del simbolismo que le era propio, el arte de los constructores medievales pudo servir a la primera Masonería, la cual recoge las alegorías de la “Gran Obra”.
Por lo tanto es posible que en todo Occidente se haya conocido algo similar a cuanto se ha conservado hasta hoy en Extremo Oriente, en disciplinas tales como “la vía del arco”, o “de la espada”, consideradas idénticas a la “vía del Zen”, en el marco de un budismo singularmente positivo. Posiblemente Occidente, dados los diferentes presupuestos en materia de tradiciones religiosas, no los ha conocido en la misma intensidad, pero sí ciertamente con la misma distancia del nivel en el cual todo debería convertirse en trabajo gris, oficio industrializado, actividad sin sentido, o como mucho, deporte sin alma hecho para reforzar y no para aliviar el endurecimiento y el enclaustramiento del “Yo físico” del hombre moderno
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