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Biblioteca Evoliana

El fascismo visto desde la derecha (I) FASCISMO Y DERECHA AUTÉNCIA

El fascismo visto desde la derecha (I) FASCISMO Y DERECHA AUTÉNCIA

Biblioteca Evoliana.- Esta obra forma parte de los escritos de crítica política de Julius Evola. Junto con Los Hombres y las Ruinas y Orientaciones, esta obra es, sin duda, uno de los puntales del pensamiento político de la Derecha Tradicional en la postguerra. En este capítulo I, Evola disipa una duda: no toda la ideología del fascismo es equiparable al pensamiento de la Derecha Tradicional. Este, en el fondo, es el tema de toda la obra que iremos publicando íntegramente en los próximos días. La traducción fue realizada en 1985 por Ernesto Milà.

 

 

Julius Evola

EL FASCISMO VISTO DESDE LA DERECHA

 

CAPITULO I

FASCISMO Y DERECHA AUTENTICA

 

En las páginas que siguen  nos proponemos realizar un estudio del fascismo desde el punto de vista de la Derecha, estudio que se limitará, sin embargo, a los aspectos generales del fascismo y, esencialmente, al plano de los principios. En función de este objetivo, es primeramente necesario precisar lo que entendemos por Derecha, aunque no sea una tarea fácil, ya que sin esto es imposible facilitar al lector medio, puntos de referencia que tengan una relación directa con la realidad actual, y aun menos con la historia italiana más reciente, es decir, con la historia de Italia tras su unificación como nación.

Respecto al primer punto, sería preciso decir que hoy no existe en Italia una Derecha digna de este nombre, una Derecha como fuerza política unitaria organizada y poseedora de una doctrina precisa. Lo que se llama corrientemente Derecha en las luchas políticas actuales se define menos por un contenido positivo que por una oposición general a las formas más avanzadas de la subversión y de la revolución social, formas que gravitan en torno al marxismo y al comunismo. Esta Derecha comprende además tendencias muy diversas e incluso contradictorias. Un índice significativo de la confusión de las ideas y de la pequeñez de los horizontes actuales, lo constituye el hecho de que hoy en Italia los liberales y numerosos representantes de la democracia puedan ser considerados como hombres de derecha: esto habría horrorizado a los representantes de una Derecha auténtica y tradicional, por que en la época de esta Derecha, liberalismo y democracia fueron particular y precisamente considerados como corrientes de la subversión revolucionaria, más o menos como hoy el radicalismo, el marxismo y el comunismo, tal como se presentan a los ojos de lo que se dado en llamar "partidos del orden".

Lo que se llama la derecha en la Italia actual comprende diversas corrientes monárquicas y, sobre todo, tendencias de orientación "nacional" que intentan mantener lazos ideales con el régimen precedente, es decir, con el fascismo. Pero la diferenciación necesaria a fin de que estas tendencias puedan aparecer como representantes de una Derecha auténtica ha faltado hasta ahora. esto además se desprenderá de las consideraciones que desarrollaremos, consideraciones destinadas a establecer una discriminación en los contenidos ideológicos del fascismo; discriminación que, para el movimiento en cuestión habrían debido representar un deber teórico y práctico indispensable, pero que, por el contrario, ha sido olvidado.

¿Es preciso además revelar el absurdo consistente en identificar por todos los medios Derecha política y Derecha económica? La polémica de los marxistas apuesta notoria y fraudulentamente por esta identificación. Para estos últimos, la derecha, la burguesía capitalista, conservadora, "reaccionaria", tiende a defender sus intereses y privilegios, haciendo de todo uno. En nuestros escritos de carácter político, jamás hemos dejado de denunciar esta confusión insidiosa y la irresponsabilidad de los que, favoreciendo de cualquier forma esta forma de ver las cosas, ofrecen armas al adversario. ENTRE LA VERDADERA DERECHA Y LA DERECHA ECONOMICA, NO SOLO NO EXISTE IDENTIDAD ALGUNA, SINO QUE HAY INCLUSO UNA OPOSICION PRECISA. Este es uno de los puntos que serán puestos de relieve en las presentes páginas cuando hagamos alusión a las relaciones entre política y economía, tal como el fascismo intentó definirlas y tal como derivan, además, de toda verdadera doctrina tradicional del Estado.

En cuanto al pasado italiano mismo, hemos dicho que desgraciadamente no hay gran cosa que extraer para la definición del punto de vista de la verdadera Derecha. En efecto, como cada uno sabe, Italia se unificó en tanto que nación principalmente bajo la influencia de las ideologías procedentes de la Revolución del Tercer Estado y de los "inmortales principios" de 1789, ideologías que no han jugado un papel puramente instrumental y provisional en los movimientos del Risorgimento, sino que se han implantado y proseguido en la Italia unificada del siglo XIX y principios del XX. Así, esta Italia ha estado siempre alejada de la estructura política de un nuevo Estado fuerte  y bien articulado que habría formado parte, como un recién llegado, del número de grandes monarquías europeas.

En esta pequeña Italia de la democracia parlamentaria y de una monarquía doméstica donde los movimientos subversivos explotadores de los conflictos sociales y las consecuencias de una administración implacable, no dejaron de provocar agitaciones frecuentemente violentas y sangrientas, existen, ciertamente, lo que se llama la "Derecha histórica", que se mantenía difícilmente en pie y adolecía de la falta de valor necesario para remontarse hasta las raíces de los males que habría debido combatir, aun cuando en la época de Di Rudini (1) y Crispi (2), supiera, en ocasiones, dar muestra de cierta resolución. Por otra parte, esta derecha era, en el fondo, una expresión de la burguesía; a diferencia de la Derecha de otras naciones, no representaba a una aristocracia en tanto que clase política portadora de una vieja tradición: la pequeña vena piamontesa, con lo que podía ofrecer en este sentido, se disolvió casi enteramente cuando se pasó del reino del Piamonte a la nación italiana. Aunque no en el terreno interior nacional y en la elaboración de una doctrina general del Estado, la derecha histórica tuvo una acción digna de este nombre en el dominio de la política extranjera, cuya coronación fue el acuerdo de la Triple Alianza (3). Si hubiera sido desarrollado en todos sus postulados lógicos, esta combinación habría podido sustraer a Italia de la órbita de las ideologías de origen francés y revolucionario para orientarla en el sentido de las ideologías que se habían conservado, por el contrario, en amplia medida, en los Estados Tradicionales de la Europa Central. Pero un desarrollo así, al que habría debido seguir una revisión de las ideas políticas fundamentales no estuvo en modo alguno presente; así, la derecha histórica, que se endeudó con el liberalismo moderado, no ha dejado ninguna herencia ideológica precisa. Con el final de la Triple Alianza y la intervención de Italia junto a la Entente, la cual defendía, fuera de sus intereses materiales, la causa de la democracia (a pesar de la presencia de una Rusia autocrática, que debería luego pagar trágicamente su política culpable), Italia vuelve idealmente a la dirección que había elegido durante el período del Risorgimento, en relación estrecha con las ideologías y los movimientos revolucionarios internacionales de 1848‑1849. Además, la coartada nacionalista del intervencionismo debía revelarse ilusoria si se considera solo el clima político‑social presentado por la Italia "victoriana", donde las fuerzas antinacionales, en su variedad, pudieron actuar libremente y donde ninguna revolución o renacimiento de lo alto, ninguna constitución de una verdadera Derecha sobre el plano legal tuvo lugar, antes del advenimiento del fascismo. Frente a este clima, ¿qué sentido tenía pues la satisfacción territorial parcial de las reivindicaciones irredentistas? (4).

El hecho de haber mencionado a la Derecha histórica italiana, la cual se ha definido bajo un régimen parlamentario, nos lleva a realizar una precisión. En rigor, en relación a lo que tenemos ante la vista y que constituirá nuestro punto de referencia, el término "derecha" es impropio. Este término, en efecto, supone una dualidad; la Derecha, prácticamente, se define en el marco del régimen demoparlamentario de los partidos, en oposición a una "izquierda", es decir, en un marco diferente del tradicional, de los regímenes precedentes. En tales regímenes pudo existir, como máximo,  un sistema sobre el modelo inglés en sus formas originales pre‑victorianas, es decir, con un partido que representaba al gobierno (y este era de cierta forma, la Derecha) y una oposición no comprendida   como una oposición ideológica o de  principio, ni tampoco como una oposición al sistema, sino como una oposición EN el sistema (o la estructura) con funciones de crítica rectificadora, sin que fuera cuestionada, de ninguna manera, la idea, trascendente e intangible, del Estado. Tal oposición "funcional", aunque delimitada en un contexto orgánico y siempre lealista, no tiene nada que ver con la oposición que puede ejercer tal o cual de los múltiples partidos, cada uno por su propia cuenta, volcados a la conquista del poder y del Estado, si no es la institución del anti‑Estado como pueda ser el caso, ayer del Partido Republicano y como es hoy el caso del Partido Comunista.

Es preciso, pues, concebir a la Derecha, tomada en su mejor sentido, político y no económico, como algo ligado a una fase ya involutiva, a la fase marcada por el advenimiento del parlamentarismo democrático y con el régimen de numerosos partidos. En esta fase, la derecha se presenta fatalmente como la antítesis de las diferentes izquierdas, prácticamente en competición con ellas sobre el mismo plano. Pero en principio representa, o debería representar, una exigencia más elevada, debería ser depositaria y afirmadora de valores directamente ligados a la idea del Estado verdadero: valores en cierta forma CENTRALES, es decir, superiores a toda oposición de partidos, según la superioridad comprendida en el concepto mismo de autoridad o soberanía tomado en su sentido más completo.

Estas aproximaciones llevan a la definición de nuestro punto de referencia, por lo cual será lícito hablar, como regla general, de la gran tradición política europea, no pensando en un régimen particular como modelo, sino más bien, en ciertas formas o ideas fundamentales que, de manera variada pero constante, han estado presentes en la base de diferentes Estados y que, en profundidad, no fueron jamás cuestionadas. A causa de una singular amnesia parece natural, y por tanto no hay necesidad de explicarlo sino (en el mejor de los casos, es decir, abstracción hecha de las falsificaciones y las sugestiones de cierta historiografía) como un efecto patológico de traumatismos profundos, el que nuestros contemporáneos no tengan ninguna idea viviente y adecuada del mundo al cual se aplica habitualmente la etiqueta de "antiguo régimen". A este respecto, es evidente que se tienen a la vista, no principios directores, sino ciertas encarnaciones de estos principios siempre sujetos a usura, desnaturalización o agotamiento, y que admiten en todos los casos condiciones determinadas, más o menos únicas. Pero la contingencia, la longevidad más o menos prolongada de estas formas, que se sitúan naturalmente en un momento dado en el pasado, no tiene y no debe tener incidencia sobre la validez de los principios, tal es la piedra angular de toda ojeada que quiera recoger lo esencial y no sucumbir al embrutecimiento HISTORICISTA.

No debemos pues concluir estas consideraciones preliminares sino diciendo que idealmente el concepto de la verdadera Derecha, de la derecha tal como la entendemos, debe ser definida en función de las fuerzas y de las tradiciones que actuaron de una manera formadora en un grupo nacional y también en ocasiones en las unidades supranacionales, antes de la Revolución Francesa, antes del advenimiento del Tercer Estado y del mundo de las masas, antes de la civilización burguesa e industrial, con todas sus consecuencias y los juegos de acciones y reacciones concordantes que han conducido al marasmo actual y a lo que amenaza con la destrucción definitiva de lo poco que queda aún de la civilización y del prestigio europeo.

Que no se nos pida ser más precisos, puesto que esto volvería a exigir la exposición sistemática de una teoría general del Estado. A este respecto, el lector podrá referirse en parte a nuestro libro LOS HOMBRES Y LAS RUINAS. Pero precisamente, una explicación suplementaria saldrá, de forma suficiente de nuestro estudio en relación con las diferentes cuestiones que trataremos.

 

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