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Biblioteca Evoliana

El Yoga Tántrico. APÉNDICE II. EL SAKTISMO Y LOS «FIELES DEL AMOR»

El Yoga Tántrico. APÉNDICE II. EL SAKTISMO Y LOS «FIELES DEL AMOR»

Hay aspectos del saktismo hindú, particularmente en el dominio de las evocaciones, que encuentran ciertas correspondencias en el aspecto inter­no, esotérico, de determinados movimientos europeos medievales, como los de los «Fieles del Amor», en el que tomó parte Dante Alighieri. No ca­rece de interés hablar brevemente de estas correspondencias. Ya hemos tratado las experiencias iniciáticas de los fieles del amor de manera más ex­tensa en otra obra a la que remitimos al lector 1.

El papel que jugó la mujer en la literatura de los caballeros y los trova­dores, en las «cortes de amor» y en la tropa de poetas que fueron llamados justamente los Fieles del Amor, es bien conocido. Pero las historias co­rrientes de la literatura ni siquiera han presentido, a causa del espíritu aca­démico y profano de sus autores, el esoterismo que presentaba una parte de esta materia, y que es como el agua que se cuela entre los dedos. No ha servido de nada que Aroux y G. Rossetti hayan llamado la atención sobre el contenido oculto de muchas composiciones y sobre su lenguaje poliva­lente. En Italia, una obra fundamental como la de Luigi Valli, Dante e il linguaggio segreto dei Fedeli d'Amore, realizada con rigor crítico y analíti­co, no existe para los medios oficiales, como si no se hubiera escrito.

El punto esencial es el siguiente: existen innegablemente casos en los que las mujeres de las que habla esta literatura, y a las que ha asaltado de maneras diversas, no son «sublimaciones», figuras alegóricas o abstraccio­nes teológicas personificadas; con independencia del nombre que hayan te­nido, y del aspecto exterior que hayan presentado, no son más que una sola mujer, cuyo sentido y función corresponden en general a los de la Sakti, la mujer iniciática o la mujer iniciadora en el tantrismo. Allí donde mujeres reales han entrado en el juego, no lo han hecho más que en la medida en que han encarnado a esa mujer concebida como el principio de una ilumi­nación (la «Santa Sabiduría»), de una vivificación transcendente, casi de una «inmortalización» del fiel del amor, al que le ha servido de apoyo. La correspondencia se limita, sin embargo, a lo que hemos llamado el plano «platónico» o sutil del empleo tántrico de la mujer. No parece que se haya ido más lejos en los medios occidentales en cuestión, que la mujer haya ser­vido también en el nivel del pancatattva tántrico o que se haya unido a su cuerpo saktizado, o que se haya evocado y despertado la «mujer absoluta» en el cuerpo de una mujer particular.

Lo primero que hay que subrayar es que en los aspectos más significati­vos de esta literatura, desde nuestro punto de vista, el «amor» tiene un doble sentido. El primero está en relación con la inmortalidad, con el ele­mento «sin muerte»; es éste el que expresa de manera explícita Jacques de Baisieux, por ejemplo, cuando interpreta amor como a-mors, es decir, exactamente «sin muerte», de tal manera que hace que correspondan rigu­rosamente el Amor con amrita, con la «no-muerte» (ambrosía) que tan a menudo hemos visto en los textos hindúes. El segundo sentido se relaciona con el arrobamiento que suscita la «mujer» en el hombre, arrobamiento que se considera tiene efectos extáticos y que conduce a la experiencia de lo «sin-muerte», a la obtención de la «salute» (en «salute», salvación, puede verse el equivalente occidental de la «liberación» hindú). En relación con el primer sentido, sucede que en la literatura de los Fieles del Amor, el Amor personificado se presenta con rasgos «sivaicos»; se separa claramente de las imágenes dulcificadas y estereotipadas de los Cupidos y los Amores.

Y esto lo vemos también en Dante. Éste no sólo llama Amor, «el glorio­so señor» (Vita Nova, II, 22), pues he aquí las palabras que pone en sus la­bios: «Ego tamquam centrum circuli, cui simili modo se habent circumferen­tiae partes; tu non sic» (ibid. I, 12). «Amor» posee entonces en propiedad —y al encuentro de aquel que no es más que un hombre— la «centralidad», representa lo que es central por relación a sí mismo, ofrece los caracteres de estabilidad y de inmutabilidad que son atribuidos en el tantrismo al prin­cipio sivaico por relación al principio sáktico. Así, Amor aparece ante toda naturaleza perecedera y fugitiva como algo que aterra, que suscita el espan­to precisamente a causa de su centralidad y de su transcendencia. Amor envía a la «mujer», ofrece la «mujer» para la experiencia iniciática, pero precisamente como algo peligroso, como algo que impone casi la prueba de la muerte, pues no hay más posibilidad de elegir que entre despertar o ser golpeado de una forma mortal. Es por eso que Amor dice: «Huye si pere­cer te preocupa» (I, 15). «Amor se me ha aparecido súbitamente, dice Dante (I, 13), y su esencia es tal que contemplarlo me llena de horror.» En una visión, Amor se presenta bajo los rasgos de un «señor de aspecto terri­ble», que es el señor interior: «Ego dominus tuus.» En sus brazos me pare­cía ver una persona dormir desnuda, envuelta simplemente, me pareció, en un velo ligeramente «sanguíneo»; y yo supe... que ella era la dama de la sal­vación, que se había dignado saludarme el día anterior. Y me pareció que tenía en una de sus manos una cosa que quemaba totalmente; y me pareció que me dijo estas palabras: «Vide cor tuum» (Vita Nova, I, 3; el subrayado es nuestro).

La «salvación» de la mujer, en la literatura de los Fieles de Amor, tiene un sentido cifrado basado en la anfibología de los términos «salvación» y «salud» 2. Que no espere nunca tener por compañera a la «mujer», «Bea­triz», se dice (I, 8), quien «no merezca la salud», es decir, «quien no merez­ca la salvación», la liberación. La mujer que «salva» es la que da la salva­ción o, por mejor decirlo, la que suscita una crisis y una experencia de donde brotar la «salvación». Así, Dante puede hablar de los efectos de la «salvación» que superan a menudo sus fuerzas (I, 12). Pero ya, en el fondo, la visión de la «mujer» actúa en ese sentido; verla es como morir. Dante dice a este respecto: «He puesto los pies en esta parte de la vida más allá de la cual no se puede ya avanzar si se tiene la intención de volver» (I, 14). Y, más claramente todavía (II, 19):

Quien es capaz de sostener su opinión se convertirá en algo noble o morirá

y cuando ella encuentre a alguien que es digno de verla, éste la atestimonia a su valor;

y sucede que ella le concede la salud.

El tema general de los Fieles de Amor es, como en el saktismo iniciáti­co, que «amor» y «mujer» activan algo que en el hombre está en potencia o duerme (cf. Vita Nova, II, 20-21). En términos aristotélicos es «el Intelec­to posible» (pues no está ya dado; es solamente una posibilidad), y, en términos tántricos, el elemento sivaico, que está inerte antes de la unión con la «mujer». Una vez despertado, se impone a todo lo que es humano y samsá­rico. Al principio mismo de la Vita Nova (1, 2) se hace alusión a la expe­riencia del «contacto». Dante habla, precisamente, de la aparición de la «gloriosa dama de mi espíritu», que «fue llamada Beatriz por muchos, que no sabían llamarla de otro modo» (que no sabían de qué se trataba verda­deramente). Y ése es el momento de una transformación del ser humano: «En este punto, digo verdaderamente que el espíritu de vida que reside en la cámara muy secreta del corazón res el atman, con la misma localización que dan los Upanishad, pero concebido como principio individual = jivat­man] comienza a temblar tan fuerte que mis sienes batían terriblemente, y temblando, dijo estas palabras: Ecce Deus fortior me, qui veniens domina­bitur mihi.» Se anuncia así el despertar del maestro interior, del «señor del cetro». Y el «espíritu animal», que equivale aquí al principio vital, se asom­bra e impulsa ya la transfiguración: Apparuit jam beatitudo vestra. Final­mente, el «espíritu natural» —al que se podría relacionar con la naturaleza samsárica— comienza a llorar, diciendo: «Heu miser! Quia frequenter im­peditus ero deinceps»: ve que le quedan pocas posibilidades de dirigir toda­vía al ser humano en el Fiel de Amor. Y Dante añade: «Desde entonces digo que Amor fue el señor de mi alma, que se convirtió inmediatamente en su esposa.» Además, en el pasaje citado anteriormente, la «mujer» es pues­ta en relación con el «conocimiento del corazón», como algo que «quema todo entero»: centro de un fuego mágico animador. Todo esto da un senti­do extremadamente posible al título del tratado de Dante. Vita Nova. La mujer desnuda, dormida, envuelta solamente por un ligero velo «sanguí­neo», podría ocultar también ella una importante alusión. Podría relacio­nársela con aquella, encerrada en la sangre, a la que se da el nombre de divya tántrico, que dice no tener necesidad de una mujer exterior.

Como la de los adeptos de saktismo, la experiencia iniciática de los Fie­les de Amor y de las corrientes occidentales semejantes se apoya pues, en los puntos siguientes: 1) el Amor provoca una crisis profunda, despierta un poder que «mata» casi al vivo y vuelve activo un principio superior latente en el hombre; 2) la «mujer» engendra así un ser nuevo, lo que entraña una jerarquía nueva de todos los poderes de la naturaleza humana; lo que do­mina ahora es el elemento supranatural sivaico; 3) es la «salud» (la salva­ción) y el principio de una existencia nueva.

En qué situaciones existenciales reales ha podido realizarse todo esto, en diversos casos, es naturalmente algo difícil de determinar. En el fondo, una especie de evocación y de contacto en el plano suprasensible, «sutil», ha debido entrar en juego, incluso si, tal como se ha dicho, alguna dama real puede haber servido de punto de apoyo. Probablemente, como en al­gunos aspectos de la práctica tántrica, se han podido provocar también si­tuaciones en las que un deseo exasperado y sutilizado, inhibiendo toda des­carga natural, ha terminado por consumirse a sí mismo desembocando en una experiencia superior (no es sin razón que se habla del «Misterio» del Amor platónico en la Edad Media). Otra correspondencia, llena de senti­do, merece ser señalada. Recordemos ese ritual tántrico en el que el hom­bre, primero y durante un largo periodo dividido entre tres partes, debe pasar las noches en la misma cámara que la joven que ha elegido como sakti y debe dormir con ella sin poseerla carnalmente (cf. p. 203). Hemos creído reconocer ahí el grado preliminar constituido por una «unión sutil». Y no entre los Fieles de Amor, sino en la caballería que procesaba el culto de la «mujer», la prueba última del caballero, llamada asag, consistía en pasar una noche en el lecho con la mujer completamente desnuda sin realizar nin­gún acto carnal, no como una disciplina de castidad, sino para exasperar el deseo.

 

1 Métaphysique du sexe, op. cit.

2 Existe la misma anfibología en el francés salut y en el alemán Heil. En cuanto a este último, el simbolismo de los Minnesünger (Los Fieles de Amor alemanes) es significativo, pues Heil (la «salud») se considera como el «hijo» de la «mujer» (de Vrovre Saelde), es decir, como engendrado por ella.

 

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