Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 25. Extasis eróticos y éxtasis místicos
Sobre las formas de sadismo que no tienen relación con el sexo hablaremos en seguida. Aquí conviene señalar la eventual convertibilidad de las sensaciones dolorosas en sensaciones voluptuosas, convertibilidad que, partiendo de principios ya señalados, se muestra perfectamente comprensible. Por ejemplo, se cita el caso histórico típico de Isabel de Genton, a quien la flagelación "ponía en el estado de una bacante en delirio" (62), y también el de la carmelita Maria Magdalena dei Pazzi: cuando sufría la fustigación esta mujer hablaba de una llama interior que amenazaba envolverla y cuya dimensión erótica aparece clara en gritos suyos como éste: " ¡Basta, no inflaméis más este fuego que me devora. No es ésta la muerte que deseo, porqué me da demasiada alegría y voluptuosidad!" O sea, que no deja de aparecer, también aquí, una visión libidinosa. Al mismo tiempo, el estudio de estas regiones límites, donde se pone mejor en evidencia el factor de una auto-superación coactiva, es decir, no expresamente querida, lleva también a marcar los puntos comunes que existen entre los éxtasis místicos y los éxtasis eróticos. Los psicólogos y los psiquiatras han subrayado a menudo estas correspondencias, pero casi siempre de una manera impropia y con la intención más o menos deliberada de degradar determinadas formas de la experiencia religiosa, relacionándolas con hechos erótico-histéricos aberrantes.
Objetivamente, se debe reconocer que los éxtasis para los cuales pueden valer las analogías indicadas presentan a menudo un carácter impuro y sospechoso y, salvo casos excepcionales, tienen poco que ver con la verdadera espiritualidad (de la cual, sin embargo —esto sí debe ser puesto de manifiesto—, quienes se complacen en las interpretaciones psicopatológicas mencionadas no tienen la menor idea). Estamos en un dominio intermedio, y aquí puede inclusive verificarse una inversión, en el sentido de que el elemento sensual sigue siendo el fundamental, sirviendo el "misticismo" únicamente para alimentar su forma de manifestación desviada y exaltada (63). En el mundo del misticismo cristiano este caso es bastante frecuente. De la misma manera que lo propio del cristianismo ha sido humanizar lo divino más que divinizar lo humano, igualmente en dicha mística la sensualización de lo sagrado (unida a un empleo de símbolos conyugales y eróticos cuya frecuencia es significativa) toma el lugar de la sacralización de la sexualidad conocida por las formas dionisíaco-tántricas e iniciáticas. Considerados así los hechos extáticos de una cierta mística, pueden entrar en la fenomenología de la trascendencia propia ya del eros profano, y los puntos de contacto, indicados más arriba, entre el éxtasis "místico" y el éxtasis erótico explican cómo, cuando estos éxtasis alcanzan una intensidad particular, "el uno puede ser consecuencia del otro, o el uno y el otro pueden nacer al mismo tiempo" (64). Esto explica también la aparición de imágenes intensamente eróticas como "tentaciones" en las recaídas de algunos místicos: son formas de oscilaciones en las manifestaciones de una energía única. Como ejemplo interesante, se pueden recordar expresiones de San Jerónimo que, justamente en las formas anacoréticas más duras y del ayuno, sentía el deseo quemando su espíritu y la concupiscencia inflamando su carne "como sobre una hoguera".
A un plano más elevado pertenece por el contrario el hecho de que, en muchas poblaciones primitivas, las técnicas empleadas para acceder al éxtasis son a menudo esencialmente idénticas a la de ciertos ritos eróticos. Esto vale, en primer lugar, para la danza que, desde los tiempos más antiguos, y no solamente entre los salvajes, fue uno de los métodos más empleados para alcanzar el éxtasis. Por otra parte, reflejos degradados de. esto se han conservado, inclusive en el mundo de la humanidad "civilizada", a causa de la relación evidente que muchas danzas han conservado con el erotismo. Nos encontramos en presencia de un fenómeno de convergencia tendencia) de contenido de formas variadas de una misma embriaguez, fenómeno en el cual podríamos quizá reconocer todavía otra señal del poder virtual, en el ecos, de llevar más allá del, individuo. Respecto al punto particular que hemos señalado, Galaleddin Rumí pudo escribir: "Quien conoce la virtud de la danza vive en Dios, porque él sabe cómo el amor mata" (65). Y ésta puede decirse también que es la clave de las prácticas de una cadena, o escuela, de mística islámica que se ha continuado a través de los siglos y que considera su maestro a Geláleddin Rfunf.
(62) V. KRAFFT-EBING, Psychopathia sexualis, cit., pág. 40.
(63) Acerca de este mundo del erotismo místico, cfr. las expresiones más bien excesivas de E. LEVI (II Grande Arcano, tr. it., Roma, 1954, págs. 77-78): "María Alacoque y Mesalina sufrieron los mismos tormentos: en ambas se trató de deseos exaltados, más allá de la naturaleza, imposibles de satisfacer. Había entre ellas esta diferencia: que si Mesalina hubiese podido prever lo que María Alacoque debía experimentar, la hubiese envidiado. La pasión erótica desviada de su objeto legítimo y exaltada por el deseo intenso de hacer, en alguna medida, violencia al infinito... como la demencia del marqués de Sade, tiene sed de torturas y de sangre: cilicios, penitencias, maceraciones, accesos de histeria o de priapismo que hacen creer en la acción directa del diablo. Delirio de las hermanas, abandonos al Esposo Celestial, resistencia del súcubo coronado de estrellas, desdén de la Virgen reina de los ángeles. Levi concluye: "Los labios que han bebido en esta copa fatal permanecerán alterados y temblorosos; los corazones quemados una vez por este delirio, encontrarán en seguida insípidos los manantiales reales del amor." Estos son, sin embargo, puntos de vista curiosamente limitados de un autor que, como Levi, se declara esoterista, cuando habla de esta manera de los "manantiales reales del amor" y, más arriba, de "la exaltación más allá de la naturaleza". En realidad, aunque sea en formas desviadas de manifestación, son justamente los manantiales más reales y más profundos del eros los que producen estos "delirios".
(64) V. KRAFFT-EBING, Psychopathia sexualis, cit., pág. 12.
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