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Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 22. Amor, corazón, sueño, muerte

Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 22. Amor, corazón, sueño, muerte

La parte que tiene el corazón en el lenguaje de los amantes es notabilísima, y pertenece con preferencia al dominio del más edulcorado y delicuescente sentimentalismo. No obstante, inclusi­ve aquí se puede entrever el reflejo de un hecho profundo si tene­mos en cuenta lo que siempre significa el corazón en las tradicio­nes esotéricas y doctrinales. Más que como la sede de las simples emociones, estas tradiciones consideran el corazón como el centro del ser humano (30), aunque también como la "sede" en la cual la conciencia se transfiere en el estado de sueño, abandonando la de la cabeza, que habitualmente corresponde al estado de vigi­lia (31). Como ya hemos señalado, el equivalente consciente del estado de sueño es sin embargo el estado "sutil", en particular en la tradición hindú; pero, también en muchos místicos, el espa­cio interior, secreto, del corazón, es considerado como la sede de la luz suprasensible ("luz del corazón"). Ahora bien, cuando Dante, al hablar de la primera, súbita percepción del eros, hace referencia a "la secretísima cámara del corazón", no se trata ya de una alusión aproximativa y banal al lenguaje amoroso corrien­te, sino de algo mucho más preciso. Nada más insulso que el cora­zón atravesado por una flecha (la flecha, de la que ya los antiguos hicieron, junto con la antorcha, un atributo del Eros personifica­do): es tema preferido inclusive en los tatuajes de los marineros y los delincuentes. Pero, al mismo tiempo, es como un hieroglifo que, considerando lo que acabamos de recordar, conlleva una singular intensidad de sentido. En sus formas más típicas, el eros se manifiesta como una especie de traumatismo en el punto central del ser individual que esotéricamente es el corazón. Según tradiciones concordantes, es en el corazón donde se establece el vínculo del Yo individual que es preciso romper si se quiere participar en una vida más alta, en una libertad superior. Aquí, el eros actúa como la herida mortal de un flecha. Veremos cómo los "Fieles de Amor" medievales y, con ellos, Dante, elevaron de una manera consciente este contexto a un plano situado más allá de la experiencia profana de los amantes. Pero también en esta experiencia —en cada amor— la huella permanece. El térmi­no fat'hu-l-qalb (apertura o descubrimiento del corazón) pertene­ce al esoterismo islámico, así como el de "luz del corazón". Múltiples correspondencias se encuentran en el lenguaje de los místicos. En el Corpus Hermeticum (VII, 11; VI, 1) se encuen­tran las siguientes expresiones: abrir "los ojos del corazón", comprender "con los ojos del corazón". Ahora bien, se puede establecer una relación entre esta condición, ya desinviduali­zante en una cierta medida, del relajamiento del vínculo del corazón y la experiencia de novedad y casi de fresca, activa transfiguración del mundo que hemos dicho que acompaña al estado de amor: en ella se podría ver un esbozo de lo que en el sufismo es justamente llamado el mundo percibido con el ojo del corazón, ayn-el-qalb.

En el primer capítulo, hemos dicho que la experiencia erótica implica un desplazamiento del nivel de la conciencia ordinaria individual de vigilia. Esto es como un tendencial trans­ferirse, por "exaltación", hacia la sede del corazón. Justamente la condición de "exaltación" propia del eros, implicando un grado anormal de actividad interior, hace de manera que en ese comien­zo de desplazamiento la conciencia persista, que participe, por consiguiente, de una cierta iluminación y transformación "enso­ñadora" en estado lúcido, en lugar de pasar en la duermevela, en el trance y en el sueño, como nos ocurre a todos cada noche. Aparte de las ya dichas repercusiones sobre la percepción del mundo exterior, también podría tener alguna relación con esto una cierta luz que ilumina la fisonomía de algunos amantes, inclusive cuando su semblante esté normalmente privado de cualquier nobleza (cfr. la antorcha como atributo de Eros, además de la flecha) (32). 

Pero considerando la relación del desplazamiento en cuestión justamente con la noche, durante la cual se verifica normalmente en cada una, se llega a otro punto que tampoco está privado de significado signalético. De hecho, la conexión entre el amor y la noche no es solamente un bien conocido tema de la poesía romántica; tiene también un sustrato existencial diversamente atestiguado. Todavía hoy, la noche es considerada como el momento propio del amor sexual. Universalmente, es sobre todo por la noche cuando los hombres y las mujeres se unen sexual­mente. También cuando se trata de una simple aventura la fórmu­la típica y la promesa será siempre de "una noche de amor"; una "mañana de amor" daría inclusive la impresión de algo antinatu­ral en este contexto. También aquí la biología es contradicha, a causa de la intervención de un factor de orden diferente; de orden, en el fondo, hiperfísico: porque las mejores condiciones fisiológicas para un amor "sano y normal", con la mayor reserva de energías frescas, se darían justamente por la mañana. No se pueden alegar aquí circunstancias ambientales contingentes y de modos de vida, como la de la menor disponibilidad de tiempo libre durante el día en el caso de la mayoría, porque, por un lado, la preferencia por la noche está atestiguada como costumbre inclusive en casos en que una tal preferencia no aparece impuesta por ninguna razón externa, dadas las condiciones sociales o el estado social; en segundo lugar, porque se dan precedentes en los cuales a la costumbre se adhiere todavía el correspondiente significado intrínseco. De hecho, en algunos pueblos, la costum­bre de unirse a la mujer de noche está ritualmente, rigurosamente prescrita; unas veces en general, otras durante un primer período más o menos largo de las relaciones sexuales. Al alba, el hombre debe separarse de la mujer. Pero hay algo más preciso: en el tantrismo se prescribe "el corazón de la noche" para las prácticas mágico-iniciáticas con la mujer, así como en la Fang-pi-shu, en el arte secreto chino de alcoba, con referencia al mismo período se habla del "soplo viviente". Este era también el tiempo igualmente elegido para ciertos ritos orgiásticos, como por ejemplo los de los Khlysti, sobre los que volveremos. Asimismo, en la noche y en lugar no iluminado, se celebraba, en los Misterios de Eleusis, el rito de la cópula sagrada, en principio no solamente simbólico, del hieros gamos. Una parte del rito orgíaco y frenético dioni­síaco, esencialmente oficiado por mujeres, llevaba el nombre de Nyctelia y era nocturno. Puede considerarse como una deriva­ción de esto la condición de simple oscuridad, como por ejemplo en la costumbre espartana según la cual el hombre podía ir junto a la esposa adquirida mediante el rapto, desnudar su cintura y unirse a ella solamente de noche y en la oscuridad (33). Y si a menudo las mujeres —algunas mujeres— desean todavía una tal condición, más que el pudor lo que actúa en ellas es un lejano eco o reflejo instintivo del hecho que sirve de base a las costumbres o disposiciones rituales que acabamos de indicar, y que les confie­re un sentido distinto al de la simple extravagancia. Hathor, diosa egipcia del amor, tenía también el nombre de "Nuestra Señora de la Noche", y quizá un eco lejano de esto podría encontrarse en este verso de Baudelaire: "Tu charmes comme le soir — Nymphe ténébreuse et chaude."

Ocurre que en esto intervienen factores sutiles tanto de ordencósmico como analógico: cósmico, porque, como ya hemos dicho, es durante la noche cuando, cíclicamente, tiene lugar en todo el mundo un cambio de estado, el paso de la conciencia a la sede del corazón, por lo cual también, cuando se permanece despierto, se da la tendencia a ese desplazamiento que va a integrar todo cuanto el eros puede proporcionar; analógico, porque el amor se encuentra bajo el signo de la mujer y la mujer corresponde al aspecto oscuro, subterráneo y nocturno del ser, al inconsciente vital, y su reino es, por consiguiente, la noche, la oscuridad (34). Sobre esta base, la noche es justamente el tiempo más propicio para las obras de la mujer, sea como el clima más propicio para los desarrollos sutiles del eros, sea por la evocación de fuerzas profun­das bajo la superficie iluminada de la conciencia individual finita. En cuanto a realizaciones no ordinarias que pueden ser propicia­do, por tales convergencias, y a estados que de costumbre perma­necen por el contrario sumergidos por sensaciones sensuales más o menos turbias, no se debe considerar como pura poesía román­tica lo que Novalis escribió en algunos de sus Himnos a la noche (35).

Respecto a estas referencias al corazón, merece ser señalado un último punto. Según la fisiología hiperfísica, en los momentos de la muerte o en caso de peligro mortal, los espíritus vitales afloran al centro del ser humano, al corazón (ellos abandonarán esta sede siguiendo una dirección ascendente con la muerte efectiva o en la muerte aparente, la catalepsia y en los estados equiva­lentes pero positivos de la alta accesis) (36). Ahora bien, un fenó­meno análogo puede intervenir en toda experiencia de deseo intenso e inclusive en la emoción suscitada, en determinadas cir­cunstancias, por la visión de la mujer amada o por la evocación de su imagen (37), especialmente de la mujer desnuda; mientras que en los autores orientales se encuentra a menudo la mención de una detención de la respiración en el amante, por amor, por fascinación amorosa, por deseo.extremado o en el clima mismo de la unión sexual. En la fisiología, la contrapartida externa, profana y banal de todo esto es bien conocida. La manera más corriente de expresar esto es: "mi corazón se detiene". Este es otro sínto­ma susceptible de insertarse en el grupo de los ya señalados, en lo que concierne a la virtud potencial del eros. Y aquí también se establece un tránsito natural de la fenomenología del amor corriente al dominio del erotismo ya no profano: lo veremos, por ejemplo, cuando tratemos de la mors osculi, de la muerte por el beso, mencionada por los cabalistas, y del efecto del "salu­do" de la dama sobre los "Fieles de amor".

Y todavía un detalle que quizá no deje de tener interés: algunos trovadores franceses hablan de la mujer vista, no ya con los ojos o con el espíritu, sino "con el corazón".

 

(30)       En cuanto a documentaciones, no tenemos otra dificultad que el embarazo de la elección; ellas van desde la Brhaddranyaka-upani­shad, IV, i, 7 ("El corazón es la parte esencial de todos los seres que, todos, tienen en efecto su base en el corazón") hasta ZENON (Armin, II, fr. 837-839): "La parte principal del alma reside en el corazón", y a la misma escolástica (UGO DE SAN VICTOR: "Vis vitalis est in corde") y a AGRI­PPA (De occulta philosophia, III, 37), etc.

(31)       Cfr. Brhadárankaya-upanishad, II, i, 16-17; Cf. AGRIPPA, III, 37.

(32)       Vita nuova, II, 4.

(33)       Cfr. PLUTARCO, Lyc., 23. Hemos escogido el caso de Esparta, porque aquí el factor pudor no puede entrar en cuestión; en efecto, en Esparta las jóvenes estaban acostumbradas a mostrarse desnudas en muchas ocasiones de la vida ordinaria y los hombres a verlas en tal estado.

(34)       En la tradición china se llama p'o a la energía elemental de la vida, al inconsciente de naturaleza femenina yin, que es puesto en relación con la parte oscura de la luna, que se adivina solamente cuando brilla el cre­ciente lunar.

(35)       Se trata especialmente de los últimos versos del primero de los Himnos: "Sobre el altar de la noche, — sobre el lecho mórbido — caen los cuerpos enlazados — y encendidos por el ardiente abrazo queman — como puro fuego el dulce holocausto. — Consume mi corazón con el ardor del espíritu — de manera que más íntimamente aéreo contigo — se mezcle y dure eternamente — la noche de las nupcias.

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