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Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 21. Fenómenos de trascendencia en la pubertad

Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 21. Fenómenos de trascendencia en la pubertad

Un interés particular presentan los estados que frecuentemente acompañan la manifestación de la fuerza del sexo: en la puber­tad y en el amor.

En el punto en que por primera vez se experimenta el estado provocado por la polaridad de los sexos, es casi general sentir una especie de zozobra, de temor o angustia, porque se tiene la sen­sación más o menos distinta del actuar de una fuerza nueva, más alta, ilimitada, en el conjunto físico-psíquico del ser indivi­dual. Un miedo, justamente, por el presentimiento de la crisis que este ser individual sufrirá y del peligro que correrá, miedo mezclado a lo desconocido del deseo. La expresión empleada por Dante para el sentimiento suscitado en él por la primera aparición de la mujer (13) refleja esta experiencia: Ecce Deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi: una fuerza más fuerte que hace decir al "espíritu natural" (al que se puede hacer corresponder

el Yo físico): "Heu miser! Quia frequenter impeditus ero dein­ceps! " Y Geláleddfn

La muerte pone fin a la angustia de la vida.

Y sin embargo la vida tiembla ante la muerte... Así tiembla un corazón ante el amor,

Como si sintiera la amenaza de su fin.

Porque allí donde despierta el amor, muere

El Yo, el oscuro déspota (14).

Si se examina bajo una justa luz, la patología de los fenóme­nos de la pubertad es particularmente reveladora a este respecto. La aparición de la fuerza del sexo produce una perturbación que, cuando el organismo, a causa de taras hereditarias, de debilidad congénita, de algún traumatismo psíquico o de cualquier otra causa, tiene la resistencia necesaria para superar la crisis, se produ­cen en el individuo manifestaciones mórbidas que tienen por lími­te la misma locura, una forma especial de alienación Mental que Kahlbaum ha llamado justamente hebefrenia, esto es, locura de la pubertad (15). Todas estas manifestaciones se pueden inter­pretar como el efecto, bien de una inserción falta de energía en los circuitos en que la fuerza elemental, superindividual, del eros, transformada y reducida, da lugar a las formas ordinarias de la sexualidad individual, bien de una falta de estructura de estos circuitos, a causa de la cual la adaptación del conjunto psicofísico a la energía, o de ésta a aquél, no ha tenido lugar sino de una forma parcial. Ataques histérico-epilécticos o semicatalépticos, alternancia de formas de melancolía y de depresión y formas de exaltación, accesos de manía masturbatoria y otros análogos, son todos efectos posibles de la acción de la nueva fuerza no canali­zada o desviada, o desbordante. Mairet refiere que, en los accesos frenéticos de masturbación, como asimismo en otros actos, el individuo afectado se siente transportado por una fuerza interior independiente de su voluntad, como una especie de posesión (16). El mismo significado tiene una posible detención, en el curso de la crisis de la pubertad, del desarrollo intelectual: es la neutraliza­ción o la inhibición de lo mental, del manas, patológica aquí, pero que, en menores grados, es un fenómeno normal también en el amor y en la pasión ("impedimento de razonar"). En algu­nos jóvenes, el mismo sentido tienen frecuentes alucinaciones visuales o auditivas: ellas son debidas a un poder capaz de separar la facultad imaginativa y perceptiva del lazo de los sentidos del individuo físico, algo que se corresponde con esa activación mági­ca de la imaginación por el eros, de la que ya hemos hablado (§ 9). En fin, hay que considerar, además de los estados de ato­nía y tedium vitae, impulsos de suicidio que se manifiestan a veces en la pubertad: aquí es evidente el efecto de una experien­cia pasiva del impulso a la trascendencia, la anticipación del complejo sexualidad-muerte, del que hablaremos más adelan­te (17). También en este campo, la patología agranda, "macroscopiza", la fisiología: todas estas posibles "turbaciones" que seproducen durante la crisis de la pubertad se repiten, en menor grado, en todo enamoramiento serio y sobre todo en la primera experiencia del amor.

Marro (18) refiere el testimonio clínico de un adolescente afectado por estas alteraciones, que decía "sentía salir de las vísceras abdominales un fluido que sube por la espalda y llega al cerebro" (19): en este momento era presa de un impulso irresis­tible a llevar a cabo hechos violentos y paroxísticos. Este caso proporciona una idea del material precioso que podrían recoger los psiquiatras, en el caso de que tuvieran los conocimientos ade­cuados, referente a la fisiología hiperfísica del ser humano; por­que resulta bien visible que este testimonio se conexiona con una experiencia del despertar de la kundalini, es decir, del poder basal latente en la sexualidad ordinaria del que tratan las enseñanzas del Yoga: despertar que, se dice, puede tener por consecuencia la locura o la muerte, cuando se experimenta sin la adecuada prepa­ración (20). En las formas normales, no patológicas, correspon­dientes ya a una canalización parcial de la energía en los circuitos individuales de transformación, nos encontramos por el contrario

ante el despertar más o menos tempestuoso de las facultades afec­tivas en el momento de la pubertad (21).

Además de todo esto, se deben considerar, en el período de la pubertad, manifestaciones no patológicas pero que genética­mente tienen el mismo origen, sobre el plano espiritual; manifes­taciones en las cuales se hace conocer directamente el aspecto superfísico propio de la nueva fuerza en acción, cuando en parte está todavía en estado libre, cuando no está completamente pola­rizada y especializada en el sentido de la sexualidad ordinaria. Aludimos a los casos de un despertar intenso del sentimiento reli­gioso y de las tendencias místicas en la pubertad. Los psicólogos han observado a menudo el hecho de que las crisis espirituales y las conversiones se producen principalmente en la época de la pubertad, acompañadas de estados a menudo semejantes a los propios de la patología de la pubertad: sentido de imperfección y falta de plenitud, angustia, introspección mórbida, ansiedad, disgusto, incertidumbre, vaga insatisfacción interior, hasta el punto de que Starbuck ha podido escribir: "La teología toma las tendencias del adolescente y construye con ellas" (22). A lo cual corresponde una analogía del mismo género, entre la modifica­ción del sentimiento del mundo y de la vida que marca la solu­ción positiva de las crisis religiosas y que se conecta con el entu­siasmo del primer amor feliz. Respecto al fenómeno religioso, escribe W. James: "Un semblante de novedad embellece cada objeto'4, en oposición a un precedente sentido de irrealidad y de extrañeza del mundo, "una voluntad positiva de ser, inclusive cuando cada cosa sigue siendo la misma" (23). Análogamente, escribe Stendhal refiriéndose al amor: "El amor pasión arroja ante los ojos de un hombre toda la naturaleza en sus aspectos más sublimes, como una novedad inventada ayer. Se asombra de no haber visto jamás el singular espectáculo que ahora se revela a su alma. Todo es nuevo. Todo es vivo e inspirador" (24). Schon wie ein junger Frühling ist diese Welt, dice una conocida canción en relación con el primer amor feliz. "Al enamorarte, verás ráshiq taró)"; es una sentencia árabe que, se dice, provoca la ilumina­ción espiritual en un Sufí. Todos estos fenómenos son reflejos del estado de plenitud, de integración metafísica del Yo, que hace presentir el eros, Y su contrapartida natural es, por el contrario, el sentimiento de vacío, de la falta de alma de las cosas, de indi­ferencia por todo, cuando un amor es decepcionado o acaba bruscamente. Asimismo se ha hecho notar la frecuencia de los éxtasis a la edad de la pubertad (25); se trata de un hecho que se relaciona con el mismo orden de ideas.

La misma situación se encuentra sobre un plano más profundo que el de la simple psicología individual si nos referimos a los hechos de la etnología. En muchos pueblos primitivos, las llama­das enfermedades iniciáticas o sagradas, que se consideran como signos de elección, coinciden generalmente con la llegada a la ma­durez sexual. Se ha hecho notar justamente (26), que la forma­ción del chaman, del mago o del sacerdote, que se deriva de un tal signo de elección, no tiene nada que ver con el hecho patoló­gico, como si equivaliese a una cultura sistemática del mismo en cuanto tal. Por el contrario, en el proceso formativo, una adecua­da técnica elimina en el sujeto todo cuanto tiene el carácter de pura enfermedad; la nueva fuerza viene fijada ya al estado nacien­te sobre el plano espiritual: por la cual circunstancia desaparecen automáticamente los fenómenos patológicos de la pubertad. El resultado no es la normalidad, sino algo más, un tipo humano que se aparta de la masa por su capacidad de tener contactos efecti­vos y activos con lo suprasensible. En este contexto, en la etnolo­gía, tan interesantes son los casos de una iniciación mediante la cual se elige a jóvenes llegados a la pubertad antes de que hayan tocado a una mujer (27): aquí la finalidad es justamente la de asir y fijar la fuerza de la virilidad trascendente antes de su especiali­zación o polarización sexual en sentido estricto.

Esto nos lleva a mencionar los que se llaman ritos de pasaje, que conducen también a lo que hemos dicho sobre el sexo en un sentido interior, espiritual, en oposición al sexo solamente físico. En diversos pueblos, ritos especiales acompañan el paso de la infancia a la pubertad, dándole el sentido de un tránsito desde el plano de la naturaleza al de una virilidad en sentido superior. Para nosotros, a este respecto, dos puntos sobre todo son impor­tantes.

En primer lugar, en estos ritos se celebra algo así como una muerte y un nuevo nacimiento. De ahí que el que ha sido some­tido a ellos recibe a veces un nuevo nombre, pierde el recuerdo de su vida precedente, emplea una nueva lengua secreta y entra en comunicación con las fuerzas místicas de su raza. Así nos encontramos frente a un forma precisa del fenómeno de la tras­cendencia que, en este caso, está guiada por una técnica cons­ciente dentro de unos marcos institucionales y tradicionales.

En segundo lugar, nos encontramos con la idea de que, sobre esta base, una virilidad, un sexo masculino espiritual se diferencia de la virilidad solamente física, porque únicamente quien ha pasado por estos ritos es considerado como verdadera­mente hombre y "hecho hombre"; sustraído a la jurisdicción materna, él va a formar parte de lo que se llama "la sociedad de los hombres", a la cual pueden corresponder las "casas de los hombres", aisladas de las otras habitaciones y que posee —esta sociedad— formas particulares de autoridad sacral o político-guerrera frente al resto de la población. El que no ha sufrido el rito, cualquiera que sea su edad, no es considerado como verdade­ramente hombre, sino como formando un cuerpo con las mujeres, los animales y los niños. Para marcar simbólicamente el pasa­je, a veces se hace llevar primeramente al iniciado vestidos feme­ninos: porque él no se ha "hecho un hombre" todavía (28).

En el conjunto, es pues bastante visible aquí la puesta en funcionamiento de técnicos especiales para asir la fuerza del sexo en estado libre, en el momento de su primera manifestación en el individuo, y para hacerla actuar de manera que produzca una transformación profunda del ser. En el caso del sexo masculino, el resultado es la diferenciación de lo que. justamente hemos llamado la virilidad interior (29). Es posible que hasta en el rito católico de la confirmación, habitualmente celebrada a la llegada de la pubertad, haya que ver un último reflejo de la tradición de las acciones que se efectuaban sobre la fuerza todavía pura, no materializada, del sexo: tanto más cuanto que a este rito se asocia la primera utilización de la eucaristía, sacramento que, en su forma, comprende asimismo la idea de transubstanciación, de una muerte y una resurrección.

Todo esto conduce ya al dominio del eros no profano, al dominio de las sacralizaciones del sexo, pero según una indiscu­tible continuidad. En efecto, las significaciones fundamentales siguen siendo las mismas. Se confirma la trascendencia del eros, la cual, lo mismo que está en la base de la patología de la puber­tad, también, cuando la fuerza se despierta en los circuitos cerra­dos del individuo, caracteriza la pasión que trastorna, que, en los amantes ordinarios, consume, que, en una forma positiva o nega­tiva, lleva más allá de sí mismo: pasivamente, como objetos más que como sujetos de la superación de los límites del Yo; mientras que los hechos indicados de la etnología y otros pertenecientes al mundo tradicional, de los cuales hablaremos, atestiguan la posibi­lidad de un empleo consciente y activo de esta trascendencia potencial con fines de especiales consagraciones, y sobre todo de la realización del aspecto no-físico de la cualidad viril.

 

(12)     Cfr. O. HELEY OTHMAN, El Kitab des lois secretes de l'a­mour, París, 1906, pág. 261.

(13)       Vita Nuova, II, 4.

(14)       Trad. Rückert, apud KLAGES, cit., pág. 68.

(15)       A. MARRO, La Pubertá, Torino, 1900, págs. 203-204, 106.

(16)       A. MAIRET, La folie de la puberté, apud MARRO, cit., pág. 122.

(17)       Para esta fenomenología, vista desde el punto de vista profano, es decir, psiquiátrico "positivista", cf. MARRO, La Pubertá, cit., págs. 103, 106 sgg., 159, 118-119, 121, etc.

(18)        Op. cit., pág. 159.

(19)       Cf. en LAWRENCE: "Para él [la mirada de esta mujer] era una mirada de espera. Y una pequeña lengua de fuego serpenteó bruscamente en sus riñones, en la raíz de la espalda."

(20)       Cfr. EVOLA, Lo Yoga della potenza, cit.; A. AVALON, The Serpent Power, London, 1925. Volveremos sobre esto más adelante, en el capítulo VI.

Cfr. MARRO, Op. cit., pág. 206.

(21)    Cfr. W. JAMES, Varieties of the religious experience.

(22)     Ibid., pág. 217.

(23)     De 1 'Amour, II, 59.

(24)    V. KRAFFT-EBING, Psychopathia sexualis, cit., pág. 15.

(25)    M. ELIADE, Le chamanisme et les techniques archaiques de l'extase, París, 1951, c. III y págs. 29 sgg.

(27) Ibid.

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