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Cabalgar el Tigre. Disolución en el dominio social. 25.- Estados y partidos. La apoliteia

Cabalgar el Tigre. Disolución en el dominio social. 25.- Estados y partidos. La apoliteia

Entre todos, el dominio político social es aquel en el cual, por efecto de los procesos generales de disolución, aparece hoy de una ma­nera particularmente más manifiesta la ausencia de una estructura que posea, para enraizarse a significados superiores, el carisma de una verdadera legitimidad.

Dado este hecho consumado, que es necesario reconocer tam­bién abiertamente, el tipo de hombre que nos interesa no puede dejar de ordenar su comportamiento a principios completamente diversos de los que hubieran sido los suyos en una sociedad diferente.

En la época actual no existe un Estado que pueda, por su pro­pia naturaleza, reivindicar un principio de autoridad verdadera e ina­lienable. Y lo que es más: no puede hablarse, hoy en día, de Estado en el verdadero sentido de la palabra, tradicional. Hoy sólamente exis­ten sistemas "representativos" y administrativos, cuyo elemento prin­cipal ya no es el Estado, comprendido como una entidad en sí, como la encarnación de una idea y de un poder superiores, sino, la "so­ciedad", concebida, más o menos, en términos de "democracia" : es­te trasfondo permanece en los regímenes comunistas totalitarios, lo que explica su afición a ser calificados como "democracias populares". He aquí porque desde hace tiempo ya no existen más monarcas de de­recho divino capaces de sostener la espada y el cetro, símbolos de un ideal humano superior. Ya hace más de un siglo, Donoso Cortés cons­taba que ya no existían reyes capaces de proclamarse de otro modo que no fuera "por la voluntad de la nación", añadiendo que, aunque huhieran existido, no habrían sido reconocidos. Las poquísimas monarquías aún existentes son, notoriamente, supervivencias despro­vistas de sentido y huecas, mientras la nobleza tradicional, ha perdido su carácter esencial de clase política y, con ello, todo prestigio y todo rango existencial: sólo provoca interés por parte de nuestros contem­poráneos cuando, para hacer un artículo en una revista "del corazón", se les sitúa en el mismo plano que las estrellas de cine, los campeones deportivos y los príncipes de opereta, con ocasión de algu­na aventura privada, sentimental o escandalosa de alguno de sus últi­mos representantes.

Pero, hoy en día, fuera de los marcos tradicionales, no existen tampoco verdaderos jefes. "Les dí la espalda a los gobernantes y cuan­do ví a lo que llamaban gobernar: comerciar y pactar con la plebe... Entre todas las hipocresías, esta me parece la peor: que, también los que manden, simulen virtudes de esclavos", estas palabras de Nietz­sche se aplican todavía, sin excepción, a toda la considerada "clase di­rigente".

Del mismo modo que ya no existe un Estado verdadero, el es­tado jerárquico y orgánico, tampoco existe un partido o un movimien­to al que uno pueda adherirse incondicionalmente y por el cual valga la pena luchar con una convicción total porque se presente como de­fensor de una idea superior. A pesar de la variedad de las etiquetas, el mundo actual de los partidos se reduce a un régimen de politicastros, jugando a menudo el papel de hombres de paja al servicio de intereses financieros, industriales o sindicales. Por lo demás, la situación gene­ral es tal, que incluso si existieran partidos o movimientos de otro tipo ya no tendrían casi ninguna audiencia en las masas desarraigadas, da­do que estas masas sólo reaccionan positivamente a favor de quien les promete ventajas materiales y "conquistas sociales". Si bien estos no son los únicos resortes existentes, hoy en día, sólo puede actuarse en el plano de las fuerzas pasionales y subintelectuales, fuerzas que, por su misma naturaleza, carecen de toda estabilidad. Sobre estas fuerzas se apoyan los demagogos, los dirigentes de las masas, los manipuladores de mitos, los fabricantes de la "opinión pública". Es bastante instruc­tivo a este respecto ver lo que ha ocurrido con los regímenes que ayer, en Alemania e Italia, tomaron posición contra la democracia y el marxismo: el potencial de entusiasmo y de fe que entonces habían anima­do a grandes masas, incluso hasta el fanatismo, se desvaneció sin dejar rastro en el momento crítico, e incluso se ha llegado a transferir a mi­tos nuevos y opuestos que han reemplazado a los precedentes por la sola fuerza de las cosas. Es, por lo general, justo lo que debe esperarse de cualquier corriente colectiva a la que le falte una dimensión en pro­fundidad, que se apoye sobre las fuerzas de las que ya hemos hablado, correspondientes al demos y a su soberanía, es decir, a la "democracia" en el sentido literal de la palabra.

Este plano irracional y subintelectual, determinado por la pura utilidad material o "social" , es el único que, tras la desaparición de los antiguos regímenes, se ofrece para una acción política eficaz. Por ello, incluso cuando hoy aparecen jefes dignos de este nombre —hombres que apelan a fuerzas e intereses de otro tipo, que no pro­meten ventajas materiales, sino que exigen, imponiendo a cada uno una severa disciplina, que no consentirían prostituirse y degradarse para asegurarse un poder personal precario, efímero e informe—, es­tos jefes no tendrían ninguna influencia sobre la situación actual. Son los "inmortales principios de 1789 y los derechos niveladores concedi­dos por la democracia absoluta al individuo-átomo, sin tener en cuen­ta ninguna cualificación ni rango, la irrupción de las masas en el cuer­po político, verdadera "invasión vertical de los bárbaros, por lo bajo" (W. Rathenau), lo que ha conducido a ello. Sigue siendo válido, como consecuencia, lo dicho por Ortega y Gasset; "El hecho característico del momento es que el alma vulgar, reconociéndose vulgar, tiene la audacia de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone por todas partes" .

En la introducción se ha hecho alusión al pequeño número de los que, por temperamento y vocación, piensan aún, a pesar de todo, en la posibilidad de una acción política rectificadora. Es para la orien­tación ideológica de estos para lo que hemos escrito Los hombres y las ruinas hace algunos años (24). Pero en razón de las experiencias recogidas desde entonces, es necesario reconocer abiertamente la inexis­tencia de condiciones necesarias para que una lucha de este género lle­gue a resultados apreciables y concretos. Por otro lado, como ya hemos precisado, nos dedicamos particularmente en este libro a un tipo de hombre que, aunque emparentado espirituamente con los elementos ya indicados, dispuesto incluso a pelear sobre posiciones perdidas, tiene una orientación diversa. Tal tipo, sólo puede extraer de un ba­lance objetivo de la situación una ausencia de interés y un desapego por todo lo que hoy en día es "política" . Su principio será, por lo tan­to, el que la antigüedad ha llamado apoliteia.

Conviene, sin embargo, subrayar que este principio se refiereesencialmente a la actitud interior. En la situación política actual, en un clima de democracia y de "socialismo", las condiciones obligato rias del juego son tales para el hombre en cuestión que puede absolutamente tomar parte en él, reconociendo aquello que ha sido dicho: que hoy no existe ninguna idea, causa o meta digna de un compromiso del propio verdadero ser, ninguna exigencia a la cual pueda reconocerse el menor derecho moral y el menor fundamento, fuera de lo que en el plano puramente empírico y profano proviene de un simple estado de hecho. Pero la apoliteia, el distanciamiento, no conlleva necesariamente consecuencias particulares en el dominio de la actividad pura y simple. Hemos considerado precedentemente la ascesis consistente en dedicarse a la realización de una tarea determinada, por amor a la acción en ella misma y en un espíritu de perfección impersonal (25).

En principio no hay ninguna razón para excluir el mismo dominio político, considerándolo como un caso particular entre muchos otros, puesto que el tipo de acción del que acabamos de hablar no requiere ningún valor objetivo de orden superior, ni ningún impulso procedente de las capas irracionales y emotivas del ser. Pero si bien eventualmente es posible dedicarse a alguna actividad política enfocada de este modo, ya que sólo importan la acción en sí y el carácter enteramente impersonal de esta acción, esta actividad política no puede ofrecer o brindar para quien quiera dedicarse a ella un valor y una dig­nidad más grande que si uno se consagrara con el mismo espíritu a ac­tividades muy diferentes, a cualquier absurda obra de colonización, a especulaciones en la Bolsa, a la ciencia y, podríamos incluso añadir, para hacer la idea más evidente y cruda, al contrabando de armas o a la trata de blancas.

Tal como es concebida aquí, la apoliteia no implica ningún cri­terio preliminar especial en el plano exterior, no tiene necesariamente por corolario un abstencionismo práctico. El hombre verdaderamente distanciado no es ni el outsider profesional y polémico, ni el "objetor de conciencia", ni el anarquista. Una vez ha conseguido que la vida, con sus interacciones, no comprometa su ser, podrá eventualmente manifestar las cualidades del soldado que para actuar y para realizar una tarea no exige previamente una justificación trascendente, ni una seguridad casi teológica en cuanto a la justificación de la causa. Podríamos hablar en este caso de un compromiso voluntario referido a la "persona" , pero no al ser, compromiso en virtud del cual, uno per­manece autónomo, incluso asociándose. Ya se ha dicho que la supera­ción positiva del nihilismo consiste precisamente en que la ausencia de sentido no paraliza la acción de la "persona" . Excluida, en términos existenciales, sólo queda la posibilidad de actuar bajo el dominio y el impulso de cualquier mito político o social actual, debido a que uno se lo tomara en serio, considerando significativo o importante todo lo que representa la vida política actual. La apoliteia es la irrevocable dis­tancia interior respecto a la sociedad moderna y a sus "valores" ; es el rechazo a unirse a ella por cualquier lado espiritual o moral. Quedan­do esto bien claro, con un espíritu diverso podrán ser también ejercita­das las actividades que uno puede hacer servir para un fin superior e invisible, tal como hemos indicado, por ejemplo, al hablar de los dos aspectos de la impersonalidad y de cuanto puede retenerse de ciertas formas de la existencia moderna.

Un punto particular merece ser precisado: esta actitud de dis­tanciamiento debe ser mantenida en relación al enfrentamiento de los dos bloques que se disputan, hoy en día, el imperio del mundo, el "Occidente" democrático y capitalista y el "Oriente" comunista. En el plano espiritual, en efecto, esta lucha está desprovista de toda signi­ficación. "Occidente" no representa ninguna idea superior. Incluso su civilización, basada sobre una negación esencial de los valores tradi­cionales, comporta las mismas destrucciones:el mismo fondo nihilista que aparece corr evidencia en el universo marxista y comunista, aun­que en formas y grados diferentes. No nos extenderemos en este pun­to, ya que lo hemos desarrollado en otro libro (Rivolta contro il mondo moderno), dando una concepción de conjunto del sentido de la histo­ria, capaz de destruir toda ilusión en cuanto al sentido último de conclusión de este combate por el control del mundo. Dado que el problema de los valores ya no se plantea, el hombre diferenciado sólo tendrá que resolver aquí un problema de orden práctico. Este pe­queño margen de libertad material que el mundo de la democracia concede todavía, en algunas actividades exteriores, para el que no se deja condicionar interiormente por ellas, desaparecería ciertamente en un régimen comunista. Es sencillamente desde este punto de vista co­mo puede tomarse posición contra el sistema soviético y comunista: por razones que casi podrían calificarse de elementalmente físicas y no, desde luego, porque uno crea que el sistema adverso se inspira en un ideal más elevado.

Por otra parte, puede tenerse presente que, el hombre que consideramos, no tiene ningún interés en afirmarse y exponerse en la vida exterior de hoy en día, su vida interior permanece invisible e in­vulnerable, por lo cual el sistema comunista no tendría para él la signi­ficación dramática que trendría para cualquier otro; y que incluso en este sistema un "frente de las catacumbas", también podría existir. En la lucha actual por la hegemonía mundial, orientarse en un sentido o en otro no es un problema espiritual: es una elección banal que de­pende solamente del gusto o del temperamento.

La situación general es, en todo caso, la que Nietzsche ya había definido en estos términos: "La lucha por la supremacía en medio de condiciones desprovistas de todo valor: esta civilización de las grandes ciudades, de los periódicos, de la fiebre, de la inutilidad" . Tal es el marco que justifica el imperativo interior de la apoliteia, para defen­der el modo de ser y la dignidad de aquel que siente pertenecer a una humanidad diferente y que sólo ve el desierto en torno suyo.

 

(24). Existe una traducción abreviada en Ediciones Alternativa. Barcelona, 1984.

(25). Es lo que ha sido denominado karma yoga, en el hinduismo, pero que también se encuentra en Europa en las Hermandades Artesanales del Medievo (N.d.T.).

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