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Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y Amor Sexual. 4. Amor y Sexo

Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y Amor Sexual. 4. Amor y Sexo

Expuesta la premisa general, vamos a delimitar el objetivo principal de nuestro estudio.

No lo constituye el hecho sexual en sus aspectos groseros y físicos. Puesto que nos referimos esencialmente al hombre, nos planteamos ese fenómeno más vasto y más complejo que constituye el amor. Pero, como es natural, se impone establecer de inmediato una delimitación, ya que puede hablarse de amor en sentido general, toda vez que existe un amor a los padres, un amor a la belleza, un amor a la patria, un amor maternal, etcétera; existe igualmente un concepto ideal o sentimental del amor, que se desdibuja en el simple afecto, en la vida en común inter-sexual o en la afinidad intelectual. Es conveniente, pues, para precisar, que empleemos el concepto más reducido de amor sexual.

Examinaremos, en consecuencia, una práctica humana capaz de englobar un conjunto de factores psíquicos, afectivos, morales, incluso intelectuales, que sobrepasan el terreno biológico, pero que tiene por centro de gravedad natural la unión efectiva de dos seres de sexo opuesto, como habitualmente se realiza en la unión sexual.

De hecho, se han diferenciado diversas formas de amor humano. Es conocida la distinción hecha por Stendhal en el siglo XIX entre un amor-pasión, un amor que es principalmente estético y cuestión de gusto, un amor físico y un amor basado en la vanidad. Tal distinción no es muy útil; se basa en parte sobre elementos periféricos, elementos que se presentan separados de cualquier experiencia profunda desde el momento en que uno de ellos, sea el que fuere, llegue a ser verdaderamente el factor predominante; en parte, sólo se trata de la distinción de los diferentes aspectos del fenómeno erótico tomado en su conjunto. El amor que puede interesar a nuestro intento es esencialmente el amor-pasión (que, en el fondo, es el único que merece el nombre de amor). Podría valer para él la definición dada por Bourget: "Existe un estado mental y físico en el que todo queda abolido en nosotros, en nuestro pensamiento, en nuestro corazón y en nuestro sentido: el estado amoroso" (1). El amor físico, en el sentido indicado por Stendhal, puede presentarse como una variedad distinta del amor sólo en el caso de un proceso de disociación y de "primitivización". Lo normal es que forme parte integrante del' amor-pasión. En sí mismo representa el límite inferior de este último; aunque siempre conserva la naturaleza.

En líneas generales, interesa fijar este punto fundamental: que la diferencia entre nuestra concepción y la concepción "positivista" radica en la interpretación diferente, no física o biológica, del sentido de la unión sexual: por lo demás, vemos igualmente en esta unión el fin esencial y la conclusión de cada experiencia basada en la atracción intersexual, el centro de gravedad de cada amor.

También pueden desempeñar un papel en el amor las afinidades ideales, devoción y afecto, espíritu de sacrificio, manifestaciones sublimes del sentimiento; pero desde el punto de vista existencial todo esto representa algo "distinto" o algo incompleto, si no tiene como contrapartida esa atracción que suele llamarse "física", cuya consecuencia es la unión de los cuerpos y el traumatismo del acto sexual. Ese es el momento, por así decir, de la precipitación, el paso al acto y la consumación en un punto culminante o climax, que es su natural terminus ad quem, de toda la experiencia erótica en su conjunto como tal. Cuando debido a la atracción "física" se despierta el impulso sexual, las capas más profundas del ser se mueven, capas existencialmente elementales en comparación con el simple sentimiento. El amor más elevado entre los seres de sexo opuesto es en cierto modo irreal sin esa especie de cortocircuito que tiene como forma de aparición más tosca el climax sexual, pero al que corresponde encerrar la dimensión metafísica y no individual del sexo. Ciertamente, un puro amor también puede llegar más allá de la limitación individual, por ejemplo mediante la abnegación continua y absoluta y mediante cada sacrificio personal; sin embargo, lo hará como una disposición espiritual que sólo conseguirá fructificar de manera concreta en otro plano: nunca en una experiencia en acto, nunca en una sensación y casi en una fractura real del ser. En el terreno que tratamos, las profundidades del ser, repitámoslo, sólo son alcanzadas y removidas por la unión efectiva de los sexos.

Por otra parte, hay una idea que debe inscribirse en el activo de las investigaciones psicoanalíticas y que conviene tener en cuenta: la de que frecuentemente la simpatía, la ternura y otras formas de amor "no material" ligadas por regla general a la sexualidad, no representan a menudo más que sublimaciones, trasposiciones o desviaciones regresivas infantiles.

Conviene, sin embargo, ponerse en guardia contra la idea que presenta como un progreso y un enriquecimiento el paso del amor sexual al amor de matiz principalmente afectivo y social, basado en la vida en común, con el matrimonio, la familia, la procreación y todo lo demás. Existencialmente, no hay en ello un más, sino un menos, una caída intensiva de nivel. En estas formas, aunque oscuro, el contacto con las fuerzas primordiales se pierde o se mantiene sólo como un reflejo. Ya comprobaremos que un amor colocado en semejante plano —en el plano nietzscheano "demasiado humano"— sólo es un sucedáneo. Metafísi-camente, el hombre se crea mediante él una solución ilusoria, debido a esa necesidad de confirmación y de integración ontológica que constituye el fondo esencial e inconsciente del impulso sexual. Schiller escribió: "La pasión se acaba, el amor debe permanecer." Habría que ver en esto una suplantación y uno de los dramas de la condición humana, porque solamente la pasión puede llevar al "momento fulgurante de la unidad".

Notas a pie de página

(1) P. BOURGET: Physiologie de l'amour moderna, París, 1890 (trad. italiana, pág. 47, par. 1). Como corolario: "El amante que busca en el amor algo más que el amor, desde el interés hasta la estima, no es un amante" (íd.).

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