NAVIDAD SOLAR. Julius Evola
Biblioteca Julius Evola.- En la víspera de Navidad tenemos el placer de ofrecer a los visitantes de la Biblioteca Julius Evola, este interesante artículo sobre la Navidad Solar que nos ha sido remitido amablemente por un amigo. Este texto ha sido traducido al castellano en los años 80, seguramente en distintas versiones y por distintas personas. Originariamente fue publicado el 20 de diciembre de 1940 y posteriormente reproducido en varias compilaciones de artículos, entre otras "La Tradición de Roma" y "Símbolos y mitos de la Tradición Occidental".
NAVIDAD SOLAR
Sobre el plano espiritual, la doctrina de la raza debería tener al menos, entre otros, dos resultados de una gran importancia. En primer lugar, provocando un retorno a los orígenes, debería aclarar los significados más profundos de la tradición y de los símbolos, oscurecidos en el curso de los milenios y que hoy no sobreviven sino fragmentados y bajo la forma de costumbres o fiestas convencionales. A continuación, la doctrina de la raza debería revivificar la concepción del mundo y de la naturaleza, limitar todo cuanto de racionalismo, de profano, de cientifista, y de fenomenológico, desde hace siglos, seduce al hombre occidental, pues todo ello está estrechamente relacionado. En cuanto al sentido viviente y espiritual de las cosas, de los fenómenos, encontraremos las mejores referencias en las concepciones solares y heroicas que son propias a las más antiguas tradiciones arias.
Pocos sospechan hoy que estas fiestas aún celebradas en la época de los grandes rascacielos, la televisión, los grandes movimientos de masas en las ciudades, perpetúan una antiquísima Tradición, que nos refieren a los tiempos, donde, casi en el alba de la humanidad, se inició el movimiento ascendente de la primera civilización aria. Una tradición en la que se expresa menos una creencia particular de los hombres que la gran voz de las mismas cosas.
A este respecto, es preciso decir, ante todo, que en el origen, la fecha de Navidad y la del principio de año, detalle generalmente ignorado, coincidían. Esta fecha no era arbitraria, sino que estaba en relación con un acontecimiento cósmico preciso: el solsticio de invierno. En efecto, el solsticio de invierno cae el 25 de diciembre, que posteriormente se convirtió en la fecha de Navidad pero que en el origen tenía un significado especialmente "solar", y esto ya en la Roma antigua. La fecha del nacimiento, en Roma, era la del nuevo Sol, Dios invencible –Natalis Solis Invicti-. Con ella, día del sol nuevo –Dies Solis Novi- en la época imperial comenzaba el año nuevo, el nuevo ciclo. Pero esta "Navidad Solar" de Roma en la época imperial, nos remite a su vez a una tradición más antigua de origen nórdico-ario. Por lo demás, el Sol, la divinidad solar, se menciona ya entre los dei indigetes. Las divinidades de los orígenes romanos, herederas de ciclos de civilizaciones todavía más antiguas. En realidad, la religión solar del período imperial, fue muy ampliamente recuperada, casi como un renacimiento, lamentablemente alterado por diferentes factores de descomposición, de la antigua herencia aria.
La prehistoria itálica pre-romana es por otra parte muy rica en rastros de cultos solares: carros solares, discos con radios, cruces de todos los tipos, sin exclusión de la svástica, grabadas, por ejemplo, sobre hachas arcaicas encontradas en el Piamonte y la Liguria. Se puede así constatar el paso, en Italia antigua, de una tradición que, desde la Edad de Piedra, deja, huellas idénticas a lo largo de los itinerarios de las grandes migraciones ario-occidentales y nórdico-arias. Símbolos, signos, hierogramas, rudimentarias anotaciones de calendarios o de astrología, representaciones sobre vajillas, armas, ornamentos, enigmáticas disposiciones de piedras rituales o de cavernas; luego, más tarde, ritos y mitos que sobrevivieron en las civilizaciones más tardías. Si se estudian estos vestigios según los nuevos puntos de vista, propios a las investigaciones espirituales y raciales del mundo de los orígenes, se encuentran testimonios concordantes y unívocos sobre la presencia de un culto solar unitario, centro de la civilización de los pueblos arios primordiales, pero también de la importancia que tenía la fecha "de Navidad" para ellos, es decir, de la fecha del solsticio de invierno, el 25 de diciembre.
Para evitar cualquier equívoco en el espíritu de algunos lectores, subrayamos que cada vez que hablamos de un culto solar prehistórico, no entendemos una forma inferior de religión naturalista e idolatrica. Si es una fábula estúpida que la antigua humanidad y sobre todo la de la gran raza aria, divinizara supersticiosamente los fenómenos naturales, por el contrario, es del todo exacto que la Antigüedad concibió los fenómenos naturales, esencialmente como símbolos sensibles de albergar significaciones espirituales, es decir, más o menos, como soportes ofrecidos a los sentidos, por la naturaleza, para presentir estos significados transcendentales. Quien haya podido decir en ocasiones que aquello sucedió en otros troncos y en otros pueblos, podemos decirle, aunque ello no pruebe nada, que el paso de ciertos cultos cristianos a formas supersticiosas, es bastante frecuentes en algunas poblaciones incultas y fanáticas.
Superada cualquier forma de malentendido, el significado simbólico de expresiones arcaicas arias como "Luz de los hombres", o "Luz de los campos" (Landa Ljome) aplicadas al sol quedan perfectamente claras. Se puede pues comprender que el curso del sol a lo largo del año, con sus fases ascendentes y descendentes, se haya planteado en términos de un grandioso símbolo cósmico. En esta trayectoria, el solsticio de invierno constituyó una especie de punto crítico, vivido en una perspectiva dramática durante el período en que los arios originarios no habían abandonado aún las regiones, sobre las que se había abatido un clima ártico y la pesadilla de una larga noche. En estás condiciones el punto del solsticio de invierno -el más bajo de la eclíptica- aparecía como aquel donde "la luz de la vida" parecía apagarse, desaparecer, precipitar en la tierra helada y desolada, en las aguas o en la sombra do los bosques, de donde, inmediatamente se eleva de nuevo desprendiendo una nueva claridad. Entonces, nace una nueva vida, se inicia un comienzo, se abre un nuevo ciclo. La "Luz de la vida" se vuelve a alumbrar. El "héroe solar" surge o renace de las aguas. Más allá de la oscuridad y del frío mortal, se vive una nueva liberación. El Árbol simbólico del Mundo y de la vida se anima con nuevas fuerzas. Está en relación con todos estos significados que, ya en la época de la prehistoria, milenios antes de la era vulgar, un gran número de fiestas sagradas celebraron la fecha del 25 de diciembre, como fecha del nacimiento o renacimiento, en el mundo como en el hombre, de la fuerza solar.
Pocos saben que incluso el tradicional Árbol de Navidad, todavía en uso en numerosos países, pero relegado al papel de juguete para niños y de costumbre para las familias burguesas, es una supervivencia miserable de la antigua y severa tradición aria y nórdico solar. Este árbol, siempre de la familia dé las coníferas, semper virens, planta que no muere durante el invierno, reproduce el arcaico Árbol de la Vida o del Mundo que, en el solsticio de invierno, se ilumina de una nueva luz, expresada precisamente por las velas que lo decoran y que se alumbran en esa fecha. En cuanto a los regalos que se cargan en sus ramas -hoy simples regalos para niños- representan efectivamente el simbólico "don de la vida", propio de la fuerza solar que nace o renace. Pero el momento donde el semper virens (la planta que permanece verde y que no muere jamás) se renueva y se ilumina en el simbolismo primordial es idéntico a aquel en el que el "héroe solar" surge de las aguas. Según un mito que se ha perpetuado hasta la Edad Media, tras haber jugado un papel importare en las leyendas relativas a Alejandro Magno, el Árbol Cósmico es también un Árbol Solar en relación estrecha con el llamado "Árbol del Imperio", Arbor Solis, Arbor Imperii.
Esto nos lleva a considerar otro aspecto interesante de estas tradiciones, que nos permitirá referirnos más particularmente a la antigua romanidad. El mitraismo, o el culto a Mitra es la forma más tardía asumida por la antigua religión ario-irania (mazdeísmo) en una formulación particularmente adaptada a una mentalidad guerrera. Este culto se extendió en el Imperio romano; bajo Aureliano, la fecha de la "navidad solar" o solsticio de invierno, el 25 de diciembre, se identificaba con la del Natalis Invicti, es decir, con el nacimiento de Mitra considerado como un héroe solar.
A propósito del mitraísmo en Roma sería muy superficial por no decir equivocado, hablar sic et simplicer, de "importación" o de "influencias orientales". Oriente en aquella época era muy complejo, figuraban elementos muy heterogéneos, y entre ellos, indudablemente, algunos rasgos importantes y no corruptos de la más antigua herencia espiritual de los pueblos arios e indo-europeos.
En cuanto a la relación que se estableció entre Mitra y la Navidad solar romana, un eminente estudioso confirmó pertinentemente que no constituía una alteración, sino más bien una renovación del calendario romano según el antiguo aspecto astronómico y cósmico, que había tenido en los tiempos primordiales de Rómulo y de Numa y que confería a las fiestas el significado de grandes símbolos en la coincidencia de sus fechas con las grandes épocas de la Vida del Mundo.
Tras lo cual, se vuelve importante examinar el atributo de Invictus-Aniketos, dado a Mitra, al héroe solar en la nueva concepción romana. Es un atributo "triunfal". En las tradiciones ario-iranias originarias, y en las que les son próximas, es el atributo de cualquier naturaleza celeste y, en particular del sol (cuya luz triunfa sobre las tinieblas) fuerza uránica luminosa contra la cual las potencias de la noche y de la sombría tierra son importantes. Pero en Roma, vemos que el epíteto, Invictus, se convierte en el título imperial de los Césares; y sabemos, por otra parte, que el mitraísmo era menos el culto a una divinidad abstracta que la voluntad de infundir a los iniciados, gracias a una cierta transformación de su naturaleza, la cualidad misma de Mitra. Lo que explica la tendencia a concebir simbólicamente y analógicamente el atributo solar, dotando de él al hombre y haciéndolo la marca y el tipo de un ideal superior de humanidad, es decir, de una supra-humanidad. Al igual que el sol renace, eterna y victoriosamente de las tinieblas, igualmente una eterna victoria interior sobre la naturaleza mortal e instintiva se realiza en el individuo que una virtud mística vuelve, en general, verdaderamente digno de la función regia, el jefe, el Dux. Es así como Roma veneró a Mitra y en Mitra veneró al héroe solar, un fautor imperii y como se establecía una estrecha relación de simbolismo solar con las ideas de realeza y de Imperio, bajo su forma más elevada.
Tal relación un relieve particular en las tradiciones heroicas de los antiguos pueblos arios, como ya hemos dicho estudiando la doctrina mística de la "gloria". No deseando detenernos en ello, nos limitaremos a recordar la presencia de significados idénticos en la antigua Roma. La Victoria Caesaris, es decir, la fuerza triunfal mística simbolizada por una estatua que se transmitía de un César a otro, refleja exactamente las más antiguas tradiciones ario-iranias de la realeza y del Hvareno; pues no olvidemos que el Hvareno equivalía a una misteriosa fuerza solar de invencibilidad y de gloria que investía a los jefes, haciendo algo más que simples mortales y testimoniando su victoria.
Una antigua efigie del Sol representa este dios simbólico con la mano derecha elevada en gesto "pontifical" de protección y la mano izquierda manteniendo un globo, símbolo de la dominación universal. En otra representación, sin embargo, se puede ver a este Dios que transmite el globo al Emperador, junto a una inscripción refiriéndose a la "solidaridad", a la estabilidad y al Imperium de Roma: SOL CONSERVATOR ORBIS, SOL DOMINUS ROMANI IMPERII. Otra medallón particularmente interesante lleva, en el anverso, la imagen del Emperador con la cabeza ceñida del semper virens, con el follaje siempre verde, mientras que el reverso representa al dios solar con el globo y además, una svástica (de lo que constatamos así la presencia igualmente en la Roma antigua de este símbolo) y la inscripción: SOLI INVICTO CONITI (al Dios solar, compañero invencible). Otra imagen, conservada en el Museo del Capitolio, nos muestra la asociación del símbolo del Sol Sanctissimus con el águila, el animal fatídico de Roma, del que se creía que portaba el espíritu y el alma de los Emperadores muertos lejos de la pira funeraria, hacia el cielo. No pensamos que sea casual afirmar que estos testimonios, que se podría multiplicar, nos hablan de un verdadero y real mandato divino solar, alma viviente de la función imperial de los Césares que, para nosotros, en el mundo antiguo, fue una especie de última luz de significados arcaicos que se perdieron poco a poco.
En la antigua semana romana, el "Día del Sol", era el día del maestro, y este sentido se conservó en las épocas sucesivas bajo el vocablo domenica en italiano, sonntag en alemán o sunday en inglés para este día que festeja literalmente el "Día del Sol" reflejando así la antigua concepción solar aria. Algo de la sabiduría de los orígenes parece pues haberse conservado, de cierta manera, en la fiesta anual de Navidad, aunque la celebración del nuevo año se haya disociado. El simbolismo de la luz se ha conservado -y si recordamos también en el Evangelio de Juan se dice: "Erat Lux vera, quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum"- así como el atributo de "gloria" que permanece posteriormente. En los monumentos del primer período romano el símbolo solar está unido al de la cruz.
En la tradición aria y nórdico-aria y en Roma, el mismo tema tuvo un alcance no sólo religioso y místico, sino también sagrado, heroico y cósmico al mismo tiempo. Fue la tradición de un pueblo, a quien la naturaleza, la gran voz de las cosas hablaron de un misterio de resurrección, de nacimiento o de renacimiento de un principio no sólo de "luz" y de vida nueva, sino también de Imperium, en el sentido más alto y más augusto de la palabra.
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