LA TRADICIÓN NÓRDICO-ARIA. Julius Evola
Biblioteca Julius Evola.- El artículo "La Tradición Nórdico-Aria" fue publicado por Evola en la revista "Bibliografía Fascista", correspondiente al año 1939. En realidad, es algo más, mucho más que un artículo, es un verdadero ensayo sobre la tradición nórdico-aria, elaborado con una documentación extremadamente sólida que figura al final del texto. Ciertamente estas ideas serán recuperadas luego en "Revuelta" y en otros muchos ensayos y artículos, algunos de los cuales ya hemos publicado en este blog. Lo importante es no confundir "nórdico-ario" con "nórdico-germánico". Penetrar en el fondo de este ensayo supone recuperar la memoria de los orígenes.
LA TRADICIÓN NÓRDICO-ARIA.
La exploración racista de los orígenes no tiene valor sólo teórico histórico retrospectivo. Al individuar las varias fuerzas que actuaron originariamente, por así decirlo, en estado puro, se tiene también el modo de reconocer aquéllas que poseen una especial dignidad y que en los conjuntos en los cuales han podido entrar (en las "razas" en el sentido no absoluto), fueron a constituir el elemento válido, la herencia más preciosa, a menudo latente, a vivificar y elevar hasta el grado de elemento central directivo de cualquier proceso de reconstrucción.
Ahora, si en Italia, en la actual orientación racista del fascismo, se ha declarado que la raza italiana es esencialmente nórdico-aria hay que entender esta afirmación precisamente en el sentido de que en el compuesto étnico que forma la gente italiana, el nórdico-ario es al que hay que reconocerle una dignidad superior, y que hay que poner en relieve en un ulterior potenciamiento de la conciencia fascista-nacional, ésta es la idea racista nuestra a la que, esencialmente, nos referimos.
Una tarea esencial, en este sentido, es por lo tanto individuar este elemento nórdico-ario en el mundo de los orígenes, en la historia itálica primordial. Con intención hemos dicho, ahora, "elemento". De hecho una búsqueda de este tipo no puede ser eficazmente conducida sobre la base de la idea de "raza", entendida de forma naturalista. Sería necesario más bien partir de la idea de "tradición", concibiendo en ésta el alma interna de la raza, su núcleo formador, respecto al cual todo lo que sólo étnico o biológico no es sino el aspecto externo, no la causa, sino el efecto, el símbolo, el indicio.
En otros términos, en el ámbito, del que ahora se trata, sería necesario concebir la raza y aquí, en particular, la raza nórdico-aria, como una "categoría", como una forma apriorística, en sí universal y súper étnica, por cuanto tiene numerosas manifestaciones étnicas e históricas. Los llamados tiempos prehistóricos, para la tradición nórdico-aria, son los que, lejos de representar un período de animalidad y de primitivismo, nos muestran máximamente una transparencia, en la cual el nórdico-ario, entendido en sentido espiritual y metafísico, y el entendido en sentido étnico, histórico y propiamente racista, coinciden. Este es el caso de lo que, en nuestros trabajos, hemos llamado el “ciclo hiperbóreo”- todavía en una consideración más general, que ya se refiere a tiempos dominados por 1a contingencia y el devenir, en tiempos en los cuales ya se produjeron las grandes migraciones de pueblos, la distinción entre nórdico-ario como raza y nórdico-ario como tipo de civilización y como característica visión del mundo debe valernos como una imprescindible premisa metodológica. Si primero no se define el nórdico-ario como categoría, es decir como forma típica de espiritualidad, y no se pasa sólo sucesivamente a estudiar las manifestaciones condicionadas por el tiempo, por el ambiente y por la sangre, nuestra búsqueda tendrá siempre un carácter empírico, contingente, a menudo unilateral y tendencioso. Ni siquiera podríamos hablar con rigor, de una nordicidad y arianidad no sólo de Roma o de la Hélade, sino del propio Egipto, o de otras civilizaciones tradicionales, surgidas, en sus elementos primordiales, del gran tronco hiperbóreo. Lo que aparece por el contrario legítimo y posible si nos situamos en el plano indicado, que puede llamarse el de la raza como elemento metafísico y como
"categoría".
Entonces, en este sentido, ¿qué debe entenderse como propiamente "nórdico-ario"? Aquí podemos indicar algunas características generales, remitiendo, para su justificación, a las obras que citaremos al final, y sobre todo a nuestra Rivolta contra il Mondo moderno. La espiritualidad nórdico-aria tiene dos aspectos esenciales, olímpico uno, heroico el otro.
Las búsquedas, a las que aludimos, han puesto ante todo en claro el carácter solar de la tradición nórdico-aria y han determinado el significado político, social y cultural de tal carácter: El mito hiperbóreo, nos da preciosos testimonios en este sentido: solaridad, fuego solar, luz, claridad, gloria son motivos recurrentes dondequiera que permanezca, en varios pueblos, el recuerdo de la sede primordial de la raza aria, es decir el Airyanem-Váejó (literalmente: "sede de la raza aria") que el Zend-Avesta, concordando, en eso, con testimonios de muchísimas otras tradiciones, sitúa en el extremo septentrión. Así en la tradición helénica la tierra de los hiperbóreos, aquélla de la que sus estirpes, como la dinastía de los Boreadi, trajeron su dignidad al mismo tiempo real y sacerdotal, es la tierra solar de Apolo.
Relativo a Thule, la isla ártica, que en cierta medida es una imagen diversa de la misma sede, aunque no exacta, es todavía significativa esta etimología "solar": Thule a sole nomen habens. En el recuerdo de los Edda, es decir de la antigua tradición germánico-escandinava, Asgard o Mitgard, es considerado como sede originaria de los "héroes divinos" o "Asen", que las familias reales góticas debían reivindicar para sus jefes de estirpe, comporta de modo muy evidente símbolos de claridad y de solaridad. En la tradición iránica, el ya mencionado Airyanem-Váejó es concebido, además de como "sede de la raza aria", como sede del Hvarenó, es decir de la "gloria" entendida como un "fuego divino", propio al Sol y de otras simbólicas naturalezas celestes y centralizado sobre todo en los dominadores arios: y a esta misma sede se liga la figura legendaria de Yima, llamado "el resplandeciente, el glorioso, aquél, entre los hombres, que es igual al Sol".
Pasamos a los recuerdos indo-arios. Aquí tenemos el recuerdo de la Cveta-dvipa, es decir, literalmente, la "isla blanca", la "isla de la luz". La misma es situada en el extremo septentrión; "hijos de los dioses" son todos sus habitantes, o bien seres provenientes del "cielo de Indra", es decir, según la mitología y la terminología de tal tradición, guerreros sacarles o, todavía, ascetas trascendentes: maháyogin. Éstos veneraban a Hari Vishnu bajo la forma del sol, es decir aquél "rubio" o "aureo" (hari) Vishnu, que entre sus símbolos tiene también la "cruz gamada". En esta isla blanca primordial hay un trono, "luciente como el sol y resplandeciente como el fuego". Éste es asociado al León, el animal solar que hasta nuestro Medioevo gibelino servirá como símbolo para la autoridad trascendente del Imperio. Podemos continuar fácilmente con testimonios del este tipo: incluso las tradiciones de América precolombina tiene el recuerdo de un Tlalocán o Tulla, que etimológicamente recuerda la ya citada Thule de los helenos, y también la Tulla americana es concebida como "Tierra del Sol".
Ahora, ¿cómo se debe entender este simbolismo solar, tan recurrente en relación a la tradición nórdico-aria primordial? Ya de lo señalado se anuncia la explicación. Elemento nórdico-ario es aquél que, en el campo del espíritu, y después de la raza y de los varios elementos de una organización social, encarna análogamente el significado mismo que el Sol tiene en la naturaleza. Este significado es doble: olímpico y heroico.
Acerca del primero, si ya en el mundo clásico la idea del día ártico sin noche, referido a la tierra hiperbórea, hizo nacer una confusa asociación precisamente con las figuras divinas del ciclo originario, de la leyenda de la Edad de Oro, se nos habla de la idea de una luz inmutable, de una luz que no tiene ni nacimiento ni ocaso. Y Apolo, el dios hiperbóreo, tiene exactamente este carácter en el culto de los conquistadores nórdico-arios de la Hélade (dorios y aqueos): no es, como Helios, el sol en ley de ascensión y descenso, sino el Sol en abstracto, como fuerza dominadora e inmutable de la luz pura. A eso nosotros lo llamamos elemento "olímpico" de la solaridad: una especie de sobrenaturalidad natural, si es lícito expresarse así, una espiritualidad calma y dominadora, cuyo poder, por así decirlo, se manifiesta inmediatamente por su presencia, irresistible, se impone sin lucha. Ahora, vale la pena recordar la correspondencia de este concepto con la idea que toda forma más elevada de civilización se formó acerca del extremo ápice jerárquico, acerca del dominador o el rey: en el cual, en las civilizaciones antigua tradicionales, siempre se refleja algo de trascendente y de sobrenatural. Por otro lado, esta dignidad "olímpica" del elemento nórdico-ario se va a testimoniar en las élites dominadoras de todo un ciclo de civilización: incluida la romana.
De aquí, procede un punto fundamental. Este elemento olímpico-solar expresa algo de superior y de anterior a toda separación u oposición de los dos poderes, entre el real y el sacerdotal, entre sacralidad y virilidad. Es evidente que donde en el dominador se reconoce una especie de manifestación viviente y poderosamente personificada del supramundo en el mundo, el rey no podía tener en frente, y todavía menos encima de él, una casta sacerdotal, y a él, eminentemente, se debía referir el jus sacrum. Precisamente esto tenemos en el ciclo de la civilización y de las tradiciones nórdico-arias o indo-arias, el dominador era también el señor del "rito" y del "sacrificio", Y él, a su vez, era tal, en virtud de la misteriosa, simbólica fuerza "solar" de la cual, a diferencia de cualquier otro, estaba compenetrado o casi sustancializado. Por tal vía, estos jefes de las tradiciones nórdico-arias primordial no tenían nada de semejante con los sacerdotes postrados en plegaria ante la divinidad. Ellos eran libres. Nos aparecen como "reyes" también en sentido trascendente. Son olímpicos y, al mismo tiempo, en una temible naturaleza, un fuego divino arde en ellos. La casta suprema de los aryá, de los arios, identificada con la de los dvîja, es decir los que más allá de su nacimiento natural han tenido otro sobrenatural, dicha casta señora del rito, era concebida como dominadora no sólo de hombres, sino también de los dioses. El símbolo permanece hasta los patres, los padres romanos: los patres son señores de la lanza y del sacrificio. En el primer testimonio griego que se tiene en Roma, se dice que los embajadores griegos mientras se creían que en el Senado romano iban a encontrarse con una reunión de bárbaros, se encontraron -literalmente- como "en un concilio de reyes". Éste es el límite supremo de la espiritualidad nórdico-aria.
Ahora podemos pasar al segundo aspecto, el heroico, del simbolismo solar. Se refiere analógicamente al sol, en cuanto es luz que resurge cada día, casi como una perenne victoria sobre las tinieblas de la noche, y después también, y esencialmente, sobre las tinieblas del invierno en el solsticio de invierno. Este solsticio ha tenido en los ritos y en las tradiciones de origen nórdico-ario una impronta fundamental: pero aquí no podemos detenernos. Diremos sólo que, en relación, entra en cuestión el misterio de la "reintegración" o "restauración". La espiritualidad heroica es aquélla que, a través de una lucha y de una victoria, reactualiza formas de espiritualidad "olímpica", perdidas o degradadas.
Una aclaración sobre este punto se puede tener refiriéndose al saber conservado por de Hesíodo, enseñanza que encuentra exacta correspondencia en el de muchas tradiciones arias. Hesíodo nos habla de una "Edad de los Héroes", aparecida cerca de la "Edad del Bronce" con el sentido de una especie de resurrección guerrera de la espiritualidad propia de la Edad Primordial, llamada "de Oro". Esta edad -tal es el resultado de adecuadas búsquedas comparativas hace una con el ciclo solar nórdico primordial, o ciclo hiperbóreo; no es un mito, sino la trascripción mítica de una realidad histórica remota. La Edad sucesiva, la de Plata -continuamos asumiendo los resultados de las anteriores búsquedas- expresa una "feminización" de tal civilización, debida a la influencia de razas no arias, donde predominaba el culto panteístico de la Madre y de las Diosas de la naturaleza, el derecho matriarcal, la promiscuidad mágica con las potencias de la tierra y del agua (civilización ctónica o "telúrica"; en sus aspectos superiores, civilización demetérica). Esta decadencia, bajo un cierto aspecto, se acompaña con el paso de una espiritualidad de tipo "real" a una de tipo sacerdotal. La época demetérica es esencialmente materno-sacerdotal, éste es el efecto de una mezcla de la sangre nórdico aria con la de razas diversas, meridionales, y de aquí surge una separación y una antítesis antes desconocida. Frente a una espiritualidad feminizada, surge una virilidad salvaje, materializada, secularizada. Eso significa también: secularización de la casta guerrera, renuncia del principio propio de la misma y, en el plano mitológico, que siempre constituye una especie de barómetro de profundos revolvimientos racial-espirituales, revuelta titánica, tentativo prometeico de usurpar el fuego olímpico. Todo lo que caracteriza la tercera Era, la Edad del Bronce de Hesíodo, que en una cierta medida corresponde a la "Edad del Lobo", no sólo en la Hélade, sino también entre los celtas y en las razas nórdicas, ha tenido un doble significado. La similitud, tanto inconsistente etimológicamente, como interesante en tanto que señal, entre lobo, y luké, luz, ya hace referir al lobo al principio luminoso y también a Apolo, el dios hiperbóreo. Por otra parte, el lobo expresa una naturaleza feroz, salvaje, "inferior". En tal sentido, en la Edda la época del Lobo se relaciona con el Ragna-Rokk, es decir al período en el cual el poder de los "Asen", de los héroes divinos, declina (por lo que Wagner ha romantizado el término traduciéndolo por "Crepúsculo de los Dioses"). Frente a desencadenamiento de las fuerzas elementales, de los Elementarwasen. El paso del Lobo del significado (luminoso) a otro (inferior) expresa por lo tanto la involución, por la que un principio, que ya fue luminosidad, y real virilidad en el ciclo primordial nórdico-ario, o "Edad de Oro", se convirtió en las formas oscuras, salvajes o titánicas de la "Edad del Bronce". Los símbolos aluden, de nuevo, a la profunda dinámica de las fuerzas profundas de la raza que ascienden, caen, se unen o chocan en visicitudes prehistóricas.
Aquí se manifiesta una tentativa de restauración, y es aquí donde se encuentra su lugar tipológico lo que Hesíodo llama "generación de los héroes" o ciclo heroico. La espiritualidad "heroica", en relación a ello, es aquélla llamada a superar ya sea a la de la Madre ya sea a la del Titán. Madre y Titán son dos opuestos peligrosos, que debe evitar un ser al que lo sobrenatural, es decir el principio solar, no es propio por naturaleza, sino que se ha convertido en una tarea, una mitad, una posibilidad. Aquí el tipo mitológico más expresivo nos lo da el Hércules dorio. Hércules tiene por adversaria permanente a Hera, que era una de las prefiguraciones del tipo pre-ario de la "Mujer divina". Hércules es aliado de Zeus, es decir el principio olímpico, contra los titanes y los gigantes, y esta figura realiza las hazañas, por mérito de las cuales Hércules habría conquistado la inmortalidad olímpica. Lo que significa que el desdeño por una espiritualidad feminizada y panteística y la fidelidad al principio olímpico de la acción "heróica" purificada, trasfigurada, es el camino para la reconquista de los estados espirituales primordiales. Y de hecho no es otro el sentido del mito, según el cual Hércules es también aquél que encuentra la misteriosa vía que conduce a la tierra de los hiperbóreos y de allí la trae el laurel, con el que se consagra los héroes victoriosos: o bien aquél del mito más general, por el cual los héroes son sustraídos de la muerte, convertida en destino de la gran parte de los hombres, en una isla, en la cual la vida es un reflejo de la vida olímpica y que es descrita con rasgos simbólicos, los cuales nos la hacen a menudo aparecer como un facsímil del mismo centro primordial de la tradición nórdico-aria.
Por lo demás, si tuviésemos que precisar el tan maltratado término "ario" sobre la base de rigurosas referencias históricas, seríamos llevados a horizontes de este tipo. El término ario -aryá- aparece de hecho, en vía positiva e incontestable, sólo entre los indogermanos de la India y de Irán, donde designa una casta: esta casta era definida bien por el nacimiento, bien por una acción espiritual, por la "iniciación", que determina este segundo nacimiento, o "nacimiento supranatural", al que ya nos hemos referido. Ambas cosas eran necesarias. Es decir, ario se nace, no se deviene, la arianidad es un privilegio de la sangre, y una herencia insustituible. Pero, al mismo tiempo, se da la iniciación, la cual a su vez es un privilegio del aryá: a través de la misma, el ario se convierte realmente en tal, "renaciendo", pasa a formar parte efectivamente y definitivamente parte de la gran Familia aria. Esto no se puede interpretar más que de un solo modo: la sangre aria contiene algo de "trascendente", pero de modo "virtual": algo que es actualizado, despertado, "renaciendo". Es algo similar a la "restauración" del ciclo heroico.
Hablando, generalmente, de "nórdico-ario", debemos por lo tanto entender razas que o conservan en forma todavía relativamente pura, elementos de la espiritualidad "olímpica" primordial, o bien supieron reconquistarlos por la vía "heroica", en el sentido técnico, ya definido con la referencia hesiodea, de tal (término. El conflicto entre tales formas de espiritualidad y de cultos, las creencias, os símbolos, los conceptos jurídicos y sociales de los estratos aborígenes pre-arios es; el hilo conductor para comprender la historia interna, la génesis, la grandeza y la decadencia de un ciclo de grandes civilizaciones, comprendidas en un periodo que, desde el Paleolítico (civilización de Cro-magnon) va hasta el umbral de los tiempos que se ha convenido en llamar históricos. A tal respecto, los llamados documentos positivos pueden decirnos bien poco. Puede hablarse en parte de la arqueología, pero son sobre todo los mitos y las leyendas y la épica tradicional lo que constituye el material más precioso.
A este respecto, podrá interesar una rápida indicación sobre dos símbolos hoy han reaflorado enigmáticamente en el centro de las dos principales corrientes anticomunistas occidentales: es decir el fascismo y el nazismo. Se trata del hacha y de la cruz gamada (Hakenkreuz o swástica).
Acerca de esta última es singular que en la propia Alemania se sepa bien poco de su significado más profundo. Se la ha visto como un símbolo del fuego, del sol sobre todo del movimiento. Algo exacto, pero incompleto. La cruz gamada no es un símbolo de simple movimiento, sino de un movimiento rotatorio entorno a un centro o eje inmutable; siendo el punto fijo, más que el movimiento, el elemento esencial del símbolo (Guénon). Y si es también símbolo solar, está siempre en relación con esta idea, o sea no se trata de una simple "revolución" del sol, sino del principio solar reconducido a un elemento central dominador, a un elemento "olímpico" inmutable. Este elemento refleja el movimiento primordial de la tradición nórdico-aria, conectándose todavía integrativamente con un elemento heroico, de orden y de conquista, cuando se recuerda que el símbolo de la rueda tuvo relación ya sea con el llamado "dominador universal" -cakravarti- ya sea con la noción aria de rta- que significa orden. Ley, cosmos victorioso sobre le caos. Como rueda turbinosa que todo arrolla son reconocidos, en las más antiguas tradiciones arias, bien el orden bien el dominador universal. Pero tal movimiento, en el simbolismo total de la cruz gamada, lleva con sí un calmo, inmóvil, elemento, un centro inmutable.
Y éste no es el significado completo de la cruza gamada, sino que es también el significado que tuvo la aparición de razas y de civilizaciones de carácter solar y heroico en la historia, su irrumpir en corrientes, sobre sus estelas encontramos precisamente símbolos fragmentados del signo solar: swástikas, ruedas con cruces y otras variantes o derivados de la cruz gamada o "cruz ártica". Nosotros mismos hemos tenido ocasión de estudiar todos estos símbolos en sus diferentes apariciones prehistóricas mediterráneas, testimoniando las ramificaciones de una única tradición de tipo solar, conectada ciertamente con venas de sangre nórdico-aria más o menos incorrupta.
En cuanto al hacha, es un símbolo hiperbóreo, que como hacha de sílice meteórico forma parte de más antiguos hallazgos prehistóricos y ha tenido un significado sobre todo ritual. En hachas y otros objetos de sílice incluso se han reencontrado trazados, que tenían la intención de reproducir la imagen del sol. Pero el hacha se conecta sobretodo al ciclo de la civilización de tipo "heroico", siempre en el sentido especial de este término, en su afirmarse como superación de una civilizaciones salvajemente guerreras o "titánicas". Nos limitaremos a dos ejemplos: la doble hacha hiperbórea y su equivalente del doble martillo Mjólnir, que es el arma simbólica con la que la divinidad nórdica Thor (Tarann) golpea a los gigantes y a los seres elementales en las visicitudes de los Edda ya mencionada. Con la doble hacha el héroe divino ario Rama extermina a los kshasiriya, es decir a la casta guerrera rebelde, cuando los antepasados de los conquistadores arios de la India habitaban todavía en una zona nórdica. En el ciclo mediterráneo la figura de Zeus Labrandeus nos muestra la asociación entre el hacha y el rayo: y el rayo es el atributo de las divinidades uranias arias, es el arma con la que Zeus extermina a los titanes.
El hacha, por el contrario, la encontramos despedazada, ofrecida a la divinidad, o bien usurpada por divinidades femeninas o amazónicas, en los más antiguos rasgos de la civilización pelasga. Siendo ésta la civilización en la cual domina la figura de la Diosa, en la que las mujeres tiene un papel predominante en el culto, en la que las figuras del dios de las aguas se mezcla con caóticas figuraciones demoníacas y con los dioses telúricos del suelo y de la fecundidad. El mismo Zeus deja aquí de ser un ente olímpico celeste, se convierte en una naturaleza sujeta a la muerte, que tiene una tumba, que retorna a la tierra. Todo esto nos reconduce al ciclo semítico-oriental, al dionisismo, al afroditismo, manifestaciones o reemergencias varias del espíritu no-ario. Es un ciclo que nunca ha conocido, o que no puede conocer más, ni el ideal hiperbóreo, ni el heroico; es un ciclo que tiene por centro la "pasión" de divinidades que se convierten, sufren, mueren y resucitan perennemente (los llamados "dioses de la vegetación") en una vida vana, frente a la inmovilidad y la eternidad de la gran Madre telúricolunar de la Vida. En Babilonia, se celebraba cada año el misterio antiario por excelencia; cada año el rey deponía las insignias reales, se vestía de esclavo, confesaba sus pecados, y sólo cuando, precedido del sacerdote, representante de la divinidad, las lágrimas le brotaban, era reconfirmado en su función. Ninguna idea de inmortalidad solar se encuentra en el ciclo hebreo original. El que quiere comer del árbol de la sabiduría no es la figura heroica del un héroe como Hércules, sino la de un rebelde y un maldito como Adán. El Cheol oscuro y mudo espera, según la antigua tradición hebrea, todas las almas, sin excluir la de grandes héroes como David; es una especie de Hades, frente al cual no existe ningún "mundo de los héroes". En el ciclo asirio, también semítico, no son más que transposiciones mitológicas de tipos salvajemente guerreros. Las fiestas más características para los misterios siriacos tenían lugar en el equinoccio de primavera, en el momento antisolar y antiolímpico por excelencia, allí donde -según el Emperador Juliano- el sol parecía sustraerse para siempre de su órbita y perderse en lo ilimitado: y estas fiestas tenían como centro la diosa y como característica la promiscuidad, el exceso, el salvaje ímpetu de una evasión antiviril. En el punto culminante de algunas de estas fiestas, los participantes, ya castrados en el espíritu, por un éxtasis disoludor, se castraban finalmente en sus carnes, para volverse similares a la diosa.
Todo esto nos testimonia un núcleo mediterráneo de civilización antisolares y antiaria, cuyos orígenes retroceden a los orígenes de los tiempos, siendo posiblemente las últimas resonancias de aquella legendaria civilización absolutamente arcaica del Sur (antártica), llamada por algunos "lemúrica". Es más o menos conocido que tal fuese, en cualquier caso, el substrato prehistórico, triunfando sobre el cual se construyó, con los aqueos y los dorios, la Hélade "aria", que a nosotros nos puede parece como valor. Pero ésta no es más que una culminación relativamente reciente. Con el ocaso del antiguo régimen aristocrático-sacral, con el aparecer del humanismo, del esteticismo, del afroditismo, del pensamiento naturalista, crítico y filosófico, y después del impuro misticismo de raíz siraico-plebeya, la antigua Hélade olímpica y heroica muere.
El mismo ciclo se repite en Egipto. Las dinastías primordiales, que se alababan de proceder de un dios solar Horus, concebido como jefe de una raza suprehumana llegada a Egipto desde Occidente, encarnaba efectivamente otra forma de tipo solar de espiritualidad, de cultura y de Estado. El título de Hor ahar, es decir de "Horus combatiente", referido a los reyes, expresa característicamente la idea del dominio como manifestación triunfal y combativa del principio solar, pero esta tensión metafísica declina poco a poco. Ya con la construcción de la dinastía tebana, al rey se le opone el sacerdote. Más tarde, con el advenimiento de estratos sociales y de elementos raciales inferiores, el dios solar Osiris se transforma en un demonio lunar y en dios de la ebriedad dionisiaca, en primer plano aparece la idea de Isis, concebida como señora universal y única dadora de vida. Allí donde prima el ideal de la virilidad espiritual se manifestaba en un modo extremo, tanto que el señor del rito podía obligar y amenazar de destrucción incluso a los más altos dioses, más tarde irrumpe un misticismo popular, en el que resuenan ya los temas semitas de la culpa, la expiación, de la salvación o de la anhelante plegaria.
Sería necesario llevar, ahora, nuestra mirada hacia la antigua Italia. Su prehistoria, desde el punto de vista estrictamente racista, es incierta. Es indudable que la misma comporta trazas de razas de civilización nórdico-aria, pero probablemente ya entradas en decadencia o bien alteradas por cruces con elementos heterogéneos. Dionisio de Halicarnaso nos habla de bárbaros muy antiguos autóctonos, llamados sículos, que habrían sido los que primero ocuparon la región donde hoy se alza Roma. Estos sículos junto a otras estirpes itálicas, con gran probabilidad son ramificaciones de la civilización mediterránea prearia; a la cual, en el orden de nuestras búsquedas, a las que aquí nos referimos, se tiende a reportar el propio ciclo etrusco. El ciclo ligur, también éste antiquísimo, nos presenta carácter diverso. En Liguria recientísimamente se han hecho descubrimientos que testimonian el paso de una tradición de la misma edad y del mismo tipo de la paleolítica, nórdico-atlántica y nórdico-aria, de los llamados y ya citados Cro-magnon (civilización de Altamira). La tradición se refiere además a los ligures y a los tirrenos el símbolo del hacha; que sólo en un segundo momento debió pasar a los etruscos, perdiendo su valor originario en esta civilización de tipo oscuramente sacerdotal, pesimistas y predominantemente ctónico. Pero todavía más significativo es el hecho de que la leyenda haga figurar entre los ligures un símbolo nórdico-ario fundamental: el del cisne. El cisne es le animal simbólico de Apolo hiperbóreo. El cisne es el emblema de la "nave solar" e históricamente de las naves de los conquistadores nórdico occidentales, conservándose en incisiones rupestres prehistóricas de Fossum (Suecia) hasta los emblemas vikingos. El cisne reaparece en la tradición indo-aria, simbolizando el fuego y el sol, su nombre hamsah designa al mismo tiempo el "yo trascendente" (âtmâ), como a una raza primordial, anterior a cualquier modificación sucesiva. Y bien, después de todo esto es sin duda elocuente el hecho que en la forma de cisne, según la tradición itálica, Apolo, el dios hiperbóreo, habría hecho inmortal a un rey de los ligures, concebido como amigo y pariente del Sol. El cisne se vuelve a encontrar en las armaduras de los guerreros sacros de la prehistoria itálica septentrional, en las trazas de las inmigraciones célticas se asocia, en Italia, al símbolo del hacha y en el hachas, que llevan inciso el signo de la cruz gamada, se han encontrado en el Piamonte.
Si existe una directa continuidad entre estos ecos de la tradición nórdico solar en Italia y las fuerzas que han dado nacimiento a Roma, esto es un problema sobre el que no es fácil pronunciarse. Cierto es sin embargo que Roma se sobre el que nos es fácil precipuo de desarrolla según un ciclo, que en su culmen manifiesta el carácter más precipuo de las civilizaciones heroico-solares. En el mundo mediterráneo ya crepuscular, ya por las fuerzas oscuras, que la Hélade simbolizó con el alterado o reconquistado subyugamiento en la victoria del Apolo délfico sobre el demonio Pitón; en tal mundo ya invadido por el fermento de descomposición semítico-oriental, Roma constituyó el último gran tentativo de restauración universal de la una mas alta civilización. Un símbolo nórdico-ario está en su origen: el de la loba. Y la ambigüedad ya indicada en tal principio, que puede significar bien la luz hiperbórea, bien la ferocidad guerrera, se refleja en la propia dualidad de gemelos, alimentados por la loba: Rómulo y Remo. Esta dualidad nos recuerda en una cierta medida a la misma, egipcia, de Osiris y Set, también ellos hermanos. Osiris encarna el principio solar, Set genera los llamados "hijos de la revuelta impotente", y encuentra su fin por obra de otra figura solar, Horus, hijo de Osiris y su vengador v restaurador. Algo de eso parece reflejarse -digámoslo así- en la "superhistoria" de los orígenes humanos. Rómulo es el que traza el contorno de la ciudad sacra en el sentido de un rito sacro y de un simbólico principio del límite, de orden, de leyes, habiendo recibido el derecho de poner su propio nombre a la ciudad por la aparición de un número solar: los doce buitres. Remo es por el contrario el que ultraja tal límite, y por eso es asesinado. Él es también quien, contra Rómulo, elige por monte el Aventino; el monte que acogerá a la plebe en revuelta, el monte consagrado no a las divinidades viriles del cielo, sino a las femeninas de la tierra y de la luna; el monte en que los esclavos fugitivos podrían también encontrar la inmunidad y asilo y donde, con preponderancia, la plebe celebraba sus fiestas promiscuas, en antítesis con los ritos severos, cerrados y claros del patriciado. Son oposiciones en las cuales, como en tantas otras, anteriormente indicadas, se manifiesta, certeramente, en mayor o en menor conexión con elementos raciales, la antítesis entre la idea aria y la idea anti-aria.
El triunfo de Rómulo, la muerte de Remo es el primer elemento simbólico de una vicisitud dramática, interior y exterior, espiritual y política, en parte desconocida, en parte -más bien en la gran parte- contenida en símbolos todavía mudos, vicisitudes a través de la cual Roma, bajo símbolos nórdico-arios –el hacha, el lobo, el águila- una espiritualidad heroica buscó crearse un cuerpo universal. Roma fue efectivamente nórdico-aria en su origen ético originario, en su derecho gentilicio, en su espíritu guerrero en su culto a la fidelidad, en su mística de la victoria, en su desdén originario, por lo anecdótico, por lo sentimental, por lo promiscuo. También fue nórdico-aria en un elemento generalmente incomprendido por los modernos: en la potencia que en ella tenía el rito, la acción ritual alejada de dogmas, creencias o efusiones devotas, y concebida como privilegio del patriciado. También aún sólo en parte y en una realidad ya debilitada, nórdico-aria fue también el culto solar y la nueva síntesis de los dos poderes en tiempo de los césares, y esta conciencia, que ya Julio César, naturaleza "sidera", hace reivindicar la doble dignidad divina y real -est ergo in genere (mío) et sanctitas regnum, qui plurimun inter Nomines pollent, et caeremonia deorum, quorum ipsi in potestate sunt reges. Al vértice del Impero, cuando, bajo Augusto, una paz triunfal que se extendía hasta los límites del mundo conocido hizo preconizar a un Virgilio el retomo del Dios hiperbóreo, de los héroes y de la Edad Dorada primordial, lo real y lo sacerdotal parecían de nuevo unificarse. Pero todo esto no se corresponde más que a conatos obstaculizados y a menudo desviados o deshechos por fuerzas adversas, a símbolos aparecidos enigmáticamente, a los que a corresponden ninguna conciencia exacta ni ninguna adecuada nobleza espiritual humana. No vale la destrucción política de la civilización etrusca: fragmentos de la misma permanecieron para alterar, junto a elementos de otras razas igualmente no arias, desde el principio. En el tiempo de las guerras púnicas Roma ya acoge la Diosa pelasga, siendo esto uno de los varios efectos de la misteriosa acción ejercida por los Libros Sibilinos. El elemento asiático-meridional poco a poco desde ese momento, inicia un progresivo avance, casi diríamos, pasa, al contraataque. La influencia creciente de la decadencia, literatizada, afrodítica, no más dórica ni aria de la Hélade acelera la descomposición interna. El misticismo plebeyo de las fiestas dionisiacas y de las fiestas sacarles a las Diosas de Siria y de Egipto prepara una atmósfera, en la cual debía cumplirse la asianización y la desarianización del mundo clásico mediterráneo en correspondencia al más inverosímil caos étnico y a la extinción del último filón de la antigua sangre aristocrática romana.
En tales términos, en síntesis, se presenta el horizonte del antiguo mundo mediterráneo desde el punto de vista de la tradición nórdico-aria, del elemento verdaderamente creador de nuestros orígenes. Fuera de la penumbra de la prehistoria mediterránea, en la perspectiva de los siglos, Roma se nos presenta como una realidad y como un símbolo. Una misteriosa realidad solar penetra ciertamente en ella, casi como avatar de la luz de los orígenes -pero para pasar poco después significado de algo, que espera a los audaces capaces de retomarla y de llevarla a su más alta cima. Estos audaces, por un momento, parecieron entrar en la historia, en la figura de los grandes emperadores gibelinos medievales, junto con un renacimiento y una síntesis de espíritu romano-germánico. Pero en el ocaso .del Medioevo ecuménico también esta tensión conoce su derrota, Esto no impide, que el testamento de aquella tradición nórdico-solar, transmitido por Roma por el Águila por el Hacha al ciclo de la civilización de la Edad Media, haya subsistido en la forma de varios símbolos enigmáticos, como por ejemplo la leyenda del Graal: la espera de un héroe, que soldará de nuevo una espada rota, o desenvainará, otra cuya vaina lleve el nombre de "Memoria de la Sangre", y tendrá el valor de efectuar una pregunta, que dará nueva vida a un rey decaído, herido o en letargo, pero capaz de restaurar un reino, el cual, por clara correspondencia de símbolos, no es más que una imagen de la sede hiperbórea, del centro de la tradición nórdico aria primordial.
"Memoria de la Sangre": este misterio de la leyenda medieval, y puede que también de la Edad que viene. De la crisis última del mundo moderno, fuerzas profundas son llamadas a la superficie, y entre ellas viene una enigmática evocación de símbolos primordiales. Aun cuando burdas, y a menudo materialísticas hoy son muchas las asunciones de la idea de raza; siendo signos de un instinto oscuro pero seguro: cuando éstas se afinen, se espiritualicen, ganen en profundidad, y se liguen cada vez más al mito nórdico-ario, los contactos podrán restablecerse, la "Memoria de la Sangre", podrá hablar, y su verbo convertirse, en un nuevo ciclo imperial de nuestra estirpe, en un poder realmente transfigurador y creador.
BIBLIOGRAFÍA.
Como indicaciones bibliográficas para este artículo de síntesis sobre la tradición nórdico-aria, indicaremos algunas obras actuales no teniendo en cuenta la fecha de su publicación, sino la cultura italiana que, por voluntad del Duce, hoy se va orientando en esta dirección. Aparte de nuestras obras: Rivolta contra il Mondo moderno (Milán, 1934), Il Misterio del Graal e la tradizione ghibelina dell Impero (Bari, 1937), Il Mito del Sangue (Milán, 1937). Señalamos: J.J. Bachofen, Die Sage von Tanaquil, Heidelberg 1870; Mutterrecht, Basilea, 1897; W. Rideway, The early Age of Greece, Cambridge 1901; J.E. Harrison, Prolegomena to the Study of Greek Religión, Cambridge, 1903; A. Piganiol, Essai sur les Origines de Rome, París 1917; H. F. K. Gunther, Die nordische Rasse bei den Indogermanen Asiens, Munich, 1935; G.B. Tilák, The Artic Home in the Veda (A new key to the interpretation of many Vedic Texts and Legends), Bombay 1903; J. Déchelette, “La Culture du Soleil aus temps préhistoriques" (Revista Archéol, 1909, vol. 1, 305 ss., vol II, 94 ss.); H. Wirth, Der Ay/gang der Menschheit, Leipzig, 1932; Kynast, Apollon and Dionysos, Munich, 1927; S. Kadner, Urhemait and Wege der kulturmenschen, Jena, 1931; G. Colona di Cesarò, Il "Mistero" Belle origine di Roma, Milán 1939; W. Wilser, Herkunf and Vorgeschiste der Arier, Leipzig, 1939.
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