El Misterio del Grial - Capítulo II - La herencia del Grial - XXVII. El Grial y la Tradición Hermética
Biblioteca Julius Evola.- Evola, estudioso impenitente de la Tradición Hermética a la que consagró una de sus mejores obras, consideradas como referencia por los especialistas en la materia y traducida a todos los idiomas europeos, observó que las virtudes atribuidas por la leyenda gibelina al Grial, coincidían exactamente con las cualidades atribuidas por los textos herméticos y alquímicos a la piedra de transmutación, de lo cual pudo deducir, sin gran dificultad, que ambas corrientes eran hijas de la misma tradición primordial.
XXVII. EL GRIAL Y LA TRADICIÓN HERMÉTICA
Ya hemos dedicado una obra especial a la tradición hermética, en la que tratamos de demostrar el carácter esencialmente simbólico de gran parte de lo que en una literatura excesivamente compleja y abstrusa se presentó, en su forma exterior, como alquimia y como procedimientos alquímicos para la producción de oro y de la piedra de los filósofos. Remitimos a esa obra a cuantos deseen profundizar las doctrinas hermético-alquímicas. Nos limitaremos a indicar aquí algunos de sus temas que con otra forma reproducen los del misterio del Grial y de la realeza iniciática.
Por lo que respecta a su aspecto histórico, la tradición hermético-alquímica, si bien en Occidente apareció en el período de las Cruzadas, alcanzó su máximo desarrollo entre los siglos XIII y XVI, y continuó durante todo el XVIII, interfiriendo, en estos sus últimos desarrollos, con el rosacrucismo, pero tiene raíces mucho más remotas. Entre los siglos VII y XII queda atestiguada entre los árabes, que también en este aspecto hicieron de mediadores de la recuperación, por parte del Occidente medieval, de un legado más antiguo de la sabiduría precristiana. En efecto, los textos hermético-alquímicos árabes y sirios se remiten a su vez a textos del período alejandrino y bizantino y de una época entre los siglos III y V; textos que, si bien representan los más antiguos testimonios desde el punto de vista positivo de la historia de la ciencia, deben, sin embargo, de haber recogido y transmitido tradiciones anteriores anteriormente conservadas sólo en formas orales de estricta transmisión iniciática.
Los textos helenísticos, en efecto, remiten ya a toda clase de autores reales o imaginarios de la antigüedad precristiana, con escasísima base positiva pero con lo que tiene de significativo el síntoma, como confusa sensación de una verdad. A este respecto, y para nuestros propósitos, bastará poner aquí de relieve los siguientes puntos: Ante todo, la tradición se declara depositaria de un saber secreto, real y sacerdotal, de un misterio que, según Pebechio y Olimpiodoro, estaba reservado a las castas superiores, a los reyes, los sabios y los sacerdotes. El término predominante fue precisamente el de Ars Regia, Arte Regia. No sin relación con ello, aunque sea a través de referencias imaginarias ya veces extravagantes, la tradición del Arte Regia se hace remontar sobre todo a la tradición egipcia (bajo velos clásico-paganos, a Hermes, considerado como el jefe de estirpe o el maestro de los reyes egipcios) y a la irania. Según los Textos democriteos y Sinesío, es precisamente la ciencia ya poseída por los reyes egipcios y por los videntes persas. Se alude no sólo a Zarathustra, sino también a Mitra, que, junto con Osiris, marcará ciertas fases de la «obra divina».
Ahora bien, precisamente en el Egipto y el Irán antiguos se afirmó, de maneras típicas, la tradición de la «realeza solar». Los textos alquímicos helenísticos hablan de una estirpe de los siglos antiguos, inmaterial, libre y sin rey. Un texto medieval afirma que la «alquimia» era conocida en la época antediluviana. Otro autor antiguo la remite al «primero de los ángeles», que se une con «Isis».
Así entró Isis en posesión de la Ciencia, que reveló a Horus. De esta forma, al tema de la «mujer divina» y del tipo de un restaurador (Horus, vengador y restaurador de Osiris, muerto y destrozado) se asocian aquí, de manera confusa pero significativa, reminiscencias bíblicas referentes a los ángeles que bajaron a la Tierra y a su estirpe, que, según la tradición, en la época antediluviana fue una estirpe de «seres gloriosos» o «famosos». Cabe, pues, pensar en elementos de la tradición primordial que se conservaron en el ciclo ascendente, «solar» o «heroico», de civilizaciones como la egipcia o la irania, y que pasaron luego a la forma mistérica, mezclados con otros elementos, y finalmente adoptaron la forma enmascarada hermético-alquímica, junto con un amplio uso de un simbolismo tomado de la mitología y de la astrología clásica.
En sí mucho más antigua que el cristianismo y ajena al espíritu cristiano, la doctrina hermética, precisamente gracias a la impenetrabilidad de su disfraz metalúrgico, pudo proseguir en los períodos históricos dominados por el islamismo y el catolicismo sin verse obligada a adoptar de estas religiones materiales de cobertura y sin sufrir, por esa razón, deformaciones relevantes. Las referencias al cristianismo en esos mismos textos medievales occidentales resultan extrínsecas incluso al examen más superficial, mucho más que los del mismo tipo que pueden encontrarse en el ciclo de Grial. El elemento clásico-pagano permanece bien visible en las mismas formas exteriores. Sólo en el período más tardío la interferencia con el rosacrucismo llevó a una mezcla de los símbolos herméticos con los de una especie de esoterismo cristiano que tiene algunos rasgos comunes con la tradición de los «Fieles de Amor».
Si de estas consideraciones resulta que la tradición hermética - en sus mismas documentaciones positivas occidentales - abarcó históricamente un período mucho más vasto que el ciclo iniciático caballeresco ya considerado, aquí sin embargo nos interesa considerarla en la fase en que históricamente se nos presenta como un filón que, surgido en Occidente en el mismo período del ciclo del Grial y de los Fieles de Amor, siguió cuando se agotaron estos ciclos, hasta el punto de establecer, de hecho, una continuidad definida por la correspondencia de algunos símbolos fundamentales, que examinaremos aquí brevemente:
1) El misterio del Arte Regia guarda estrecha relación con el de la reintegración «heroica». Ello resulta de forma incluso declarada, por ejemplo, de un texto de Della Riviera, donde, como tema central, tenemos la identificación de los «Héroes» con aquellos que llegan a conquistar el «segundo Árbol de la Vida» ya instaurar un segundo «paraíso terrenal», o sea, una imagen del centro primordial que, como el castillo del Grial, «no se muestra a los espíritus miopes e impuros, sino que permanece igualmente oculto en las altas calígines de la luz inaccesible del Sol celestial. Se muestra sólo al “feliz” héroe mágico, y es gloriosamente poseído por él, gozando y disfrutando del salutífero Madero de la Vida, colocado en el centro de este universo». El mismo tema encontramos en Basilio Valentín: la búsqueda del centro del Árbol que está en medio del «paraíso terrenal», búsqueda que se inicia con la de la «materia» de la Obra y que implica una lucha atroz. Ya hemos visto que el acceso al castillo del Grial - donde, según el Titurel, figura el Árbol de oro - se conquista con las armas en la mano. La «materia» buscada en la tradición hermética se identifíca a menudo con la «piedra» (en Wolfrarn y otros autores, la «piedra» es el Grial); y la segunda operación descrita por Basilio Valentín tiene por objeto encontrar en esta materia, junto con las cenizas del Águila, la sangre del León, dos símbolos de claro significado - después de cuanto hemos dicho – y característicos también en el ciclo gibelino-caballeresco.
2) En los textos medievales y post medievales herméticos, el simbolismo regio tiene una parte fundamental, en estrecha relación con el del Oro. Es una relación que entronca con la antigua tradición egipcia. Uno de los antiguos títulos faraónicos era el de «Horus hecho de oro», y si, en cuanto Horus, el rey aparecía como encarnación del dios solar restaurador, su ser hecho de oro expresaba su inmortalidad e incorruptibilidad, mientras que también alude, supratradicionalmente, al estado primordial, a la época que para algunos pueblos quedó marcada precisamente por dicho metal. Así, también en el hermetismo, los términos Oro, Sol y Rey aparecen como sinónimos y se usan continuamente el uno en lugar del otro. Aparte de eso, el desarrollo del Opus Hermeticum suele presentarse en forma de rey enfermo que sana, de rey o caballero tendido en un ataúd o encerrado en una tumba, y que resucita; de viejo decrépito que adquiere nuevamente vigor y juventud; de rey u otro personaje que es herido, sacrificado o muerto y que luego adquiere más alta vida y poder superior al de cualquier otro que lo haya precedido. Son motivos como los del misterio del Grial.
3) Los textos herméticos medievales abundan en referencias a Saturno, que, como Osiris, es el rey de la Edad de oro, Edad que, como se sabe, está relacionada con la tradición primordial. Ya es significativo este título de una obrita de Gino da Barma: El reinado de Saturno, transmutado en Edad del Oro. El tema de un estado primordial que hay que despertar nuevamente toma en el hermetismo la forma de producir oro mediante la transformación del metal de Saturno, o sea, del plomo, en el que está contenido. En un jeroglífico de Basilio Valentín se ve a Saturno, coronado, en la cúspide de un símbolo complejo, que representa la obra hermética en su conjunto. Bajo Saturno tenemos el signo del Azufre, signo que, a su vez, contiene el símbolo de la resurrección, o sea el Ave Fénix.
Según Filaleteo, el elemento que necesitan lo encuentran los Sabios en la «raza de Saturno», una vez le han añadido el Azufre que le faltaba. Aquí tenemos la clave del doble sentido del término griego Oelov, que significa tanto Azufre como «el divino». Además, el Azufre suele equivaler al Fuego, que en el hermetismo es el principio activo y vivificador. En los textos helenísticos se encuentra el motivo de la sagrada piedra negra, cuyo poder es más fuerte que todo encantamiento, pero que para ser verdaderamente «nuestro Oro», «o sea Mitra», y poder producir «el gran misterio mitríaco», debe poseer el justo poder o el «fármaco de la justa acción».
Es otro modo de expresar el misterio del despertar y de la reintegración. Tenemos otro paralelismo con los temas del Grial: símbolos de una realeza primordial y de una «piedra» que esperan un poder viril y divino (Azufre = el divino) para poder manifestarse como «oro» y como la «piedra filosofal», que tiene el poder de destruir «toda enfermedad». 4) Partiendo de esta base sería posible interpretar el misterioso término lapsit exillis - usado por Wolfrarn para el Grial - incluso como lapis elixir; reconociendo una correspondencia entre el Grial y la «piedra divina» o «celestial» del hermetismo, que ha tenido también el valor de un elixir, de un principio que renueva, que da vida perenne, salud y victoria. Como ya hemos dicho, ésta es la tesis de Palgen, y podría desarrollarse más. Cuando, en un texto que nos ha llegado del Kitâb-el-Foçul, se lee: «Esta piedra os habla, y vosotros no la oís; os llama y no le respondéis. ¡Oh, maravilla!. ¡Qué sordera cierra vuestros oídos!. ¡Qué embriaguez sofoca vuestros corazones!», se piensa en la «pregunta» ínsita en el Grial, que el héroe no entiende al principio, pero finalmente la hace y realiza así su cometido. Los filósofos herméticos buscan su «Piedra» exactamente como los caballeros buscan el Grial, piedra celestial. Cuando Zaccaria escribe: «Nuestro cuerpo, que es nuestra piedra oculta, no puede conocerse ni verse sin inspiración..., y sin ese cuerpo, nuestra ciencia es vana», reproduce, con tantos otros autores, el tema de que el Grial no puede verse ni encontrarse y de que está reservado a los que están llamados o que, por feliz casualidad o por una inspiración, son conducidos a él. Por lo demás, el tema de que «la piedra no es piedra» y de que este conocimiento ha de tomarse «en sentido místico y no físico», se remonta al período helenístico, se encuentra en muchos textos herméticos y evoca la naturaleza inmaterial del Grial, que, según autores ya citados, no es ni de oro, ni de asta, ni de piedra, ni de otra sustancia. En un texto hermético árabe, la búsqueda de la piedra se une a los temas del monte (Montsalvatsche), de la mujer y de la virilidad, del modo más significativo. En efecto, «la piedra que no es piedra ni tiene naturaleza de piedra» se puede encontrar en la cumbre de la más alta montaña. De ella puede obtenerse el Arsénico, o sea la virilidad (a causa del doble sentido de un término griego, el Arsénico se ha empleado a menudo en la tradición hermética como un símbolo del principio viril, sinónimo de ese Azufre activo que hay que añadir a Saturno y del que nos habla Filaleteo). Bajo el Arsénico se encuentra su «esposa», o Mercurio, a la que él se une. Más adelante volveremos sobre esto.
Por ahora diremos tan sólo, para terminar, que, según uno de sus motivos más frecuentes, el Arte Regia de los herméticos se centra en una «piedra», identificada a menudo con Saturno, que contiene el Ave Fénix, el elixir; el oro o «nuestro rey» en estado latente, y que «el misterio extraño y terrible transmitido a los discípulos del rey Hermetes» y a los «Héroes» que tratan de abrirse camino hacia el «paraíso terrenal» con «una lucha atroz», consiste en destruir este estado de latencia, llamado a menudo «muerte», «enfermedad», «impureza» o «imperfección», mediante operaciones de carácter iniciático.
5) Aludamos, finalmente, al mysterium coniunctionis. Ya conforme a la enseñanza de los textos helenísticos la unión del «macho» con la «hembra» es parte esencial de la Obra hermética. El «macho» es el Sol, el Azufre, el Fuego, el Arsénico. Ese principio debe convertirse, de pasivo, en «viviente y activo», y de vez en cuando se une al principio femenino, llamado la «Mujer de los filósofos herméticos», su «Fuente» o «Agua divina» (en el simbolismo metalúrgico: con el Mercurio). Y aquí se hace más explícito el sentido oculto que tiene la Mujer en muchas partes de la literatura caballeresca e incluso de los «Fieles de Amor». Según las palabras de Della Riviera, es la «Ebe nostra», unida al «segundo Madero de Vida», que proporciona a los Héroes la «bienaventuranza natural [olímpica] del ánimo y la inmortalidad del cuerpo», A menudo equivale al «Agua de Vida».
Además, el hermetismo nos indica su lado peligroso, que actúa de modo destructivo, como el Grial, como la lanza o la segunda espada, para quien se una a ella sin ser capaz de hacer que su propio «Oro» o «Fuego» - o sea, el principio de la personalidad y la fuerza «heroica» - supere su límite natural. Las bodas, o sea, la unión con la Mujer, acarrean daño si no van precedidas por una «purificación» completa. El Mercurio, o Mujer de los filósofos, a la vez que es el Agua de Vida, tiene también carácter de «rayo», de «veneno ígneo que disuelve todas las cosas», que «todo lo quema y lo mata», mientras que al «Fuego de los filósofos», al que lleva a la acción, se le aplica un simbolismo usado también en el ciclo del Grial: la Espada, la Lanza, el Hacha, todo cuanto destroza y hiere.
En este contexto son interesantes las alegorías contenidas en una obra herméticorosacruz de Andreae. Podemos poner aquí de relieve dos puntos. Ante todo ciertas pruebas - sobre las que se advierte: «Es mejor huir que hacer frente a lo que supera a las propias fuerzas» -, que son vencidas sólo por guerreros y por aquellos que, al creer que no podían nada, se han mostrado exentos de orgullo. En segundo lugar se habla de una Fuente, junto a la que hay un León que, de pronto, coge una Espada desnuda y la rompe, y que sólo se calma cuando una paloma le entrega un ramo de olivo, que el león devora. El león, la espada y la paloma pertenecen también al simbolismo del ciclo del Grial.
La espada, o sea, la fuerza solamente guerrera, es rota por el poder desatado que se encuentra en relación con la «Fuente». La crisis puede superarse únicamente con la mediación de la paloma, que es asimismo un ave consagrada a Diana (Diana es también uno de los nombres herméticos con que se designa a la «Mujer de los filósofos»), mientras que en las novelas del Grial se halla asociada a veces al misterio de la renovación de la fuerza del propio Grial. Una vez más tenemos aquí la alusión a una realización más allá de la común virilidad y de la «crisis de contacto».
No es éste el lugar adecuado para tratar de las distintas fases de la obra hermética (para las cuales remitimos a nuestra obra, ya citada). Sólo interesa indicar dos símbolos esenciales, que marcan el cumplimiento último de la obra, o sea el «adeptado». El primero es el Rebis, o sea, el Andrógino, que se basa en el simbolismo erótico y en el de las «bodas ocultas»; ya lo hemos encontrado al hablar de los templarios y de los Fieles de Amor. El segundo es el color rojo, color real (se habla incluso de la «púrpura tiria» del Imperator), supraordinado al color blanco, usado para señalar una fase preliminar, estática -y podemos decir que incluso «Iunar» - de la Obra (en ella - se dice -, la que domina es la Mujer): fase por superar. El rojo corresponde a la realeza iniciática. Un símbolo paralelo para la Obra en su conjunto, que aparece en Filaleteo, es el «acceso al palacio cerrado del rey», casi contrapartida del acceso al castillo de Montsalvatsche, de la misma forma que la virtud curadora de la Piedra y del elixir hermético-alquímico es casi un paralelo de la curación o del despertar del decaído rey del Grial y de otros símbolos correspondientes.
Tras este cotejo global cabe preguntar cuál fue el significado de la tradición hermética en Occidente. Hay que repetir lo ya apuntado. El Ars Regia, el arte regio, testimonia una vena secreta de iniciación cuyo carácter viril, «heroico» y solar, está fuera de toda duda. Pero, a diferencia de todo cuanto en el ciclo del Grial y en la saga imperial refleja el mismo espíritu (aparte de tener conexiones con la tradición primordial), le falta el carácter «comprometido». Queremos decir que no cabe suponer ninguna conexión precisa de los adeptos herméticos con organizaciones militantes, como la caballería gibelina y los propios Fieles de Amor. Por tanto, falta incluso cualquier intento de intervención directa en el juego de las fuerzas históricas para restablecer el contacto entre un determinado poder político y el «Centro» invisible; de concretar, a través del Misterio, la dignidad trascendente que el gibelinismo reivindicó para un soberano; de determinar nuevamente la unión de los «dos poderes». Así, el testimonio propio de la tradición que nos ocupa se refiere sólo a la especial dignidad interior a la que siguió aspirando una serie de individualidades que, por esa razón, custodiaron un antiguo legado incluso después del ocaso de la civilización medieval y del Sacrum Imperium, más allá de la disgregación humanista de la tradición de los Fieles de Amor, de las contaminaciones del naturalismo, del humanismo y del laicismo propias de los tiempos posteriores. De ahí que «nuestro Oro», el Muerto que hay que resucitar, el Señor solar del doble poder, etc. apareciesen esencialmente como símbolos de la obra interior: invisible, como el «Centro» y el «segundo paraíso» hasta el cual trataban de abrirse camino los «Héroes» de Della Riviera.
Por otra parte, tras el Renacimiento y la Reforma, los dominadores visibles se presentaron cada vez más como jefes sólo temporales, privados de todo crisma superior y de toda autoridad trascendente, de toda capacidad de representar la que en el gibelinismo se llamó «la religión regia de Melquisedec», y no sólo decaen las monarquías y ya no existe una «caballería espiritual», sino que decae la propia caballería, y los caballeros se transforman en soldados y oficiales al servicio de las naciones y de las ambiciones políticas de éstas. En un período tal parecía convenir al máximo, para transmitir la tradición, precisamente la forma «hermética» en el sentido corriente del término, que alude a todo cuanto es impenetrable y sibilino. Como ya hemos dicho, esta forma utilizó esencialmente la jerga metalúrgica y química, con sus extravagantes y desconcertantes combinaciones de símbolos, signos, operaciones y referencias mitológicas. En virtud de ello, la «cobertura» fue perfecta; y comoquiera que, por otra parte, el hermetismo se remitía, sobre todo, a tradiciones precristianas autónomas, por ambas razones no chocó con el catolicismo ortodoxo, aun teniendo que ver mucho menos con éste que con el esoterismo de un Dante o de los Fieles de Amor.
Sólo en las formas más tardías de un hermetismo preponderantemente rosacruz se presentaron las cosas en cierta medida de otra manera, y se produjo incluso una especie de momentánea reaparición de la tradición secreta en la historia, reaparición a la que, sin embargo, seguiría su desaparición definitiva.
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