Entrevista a Julius Evola en "La Nation Europeenne"
Biblioteca Evoliana.-A finales de 1966 y principios de 1967 la revista "La Nation Europeenne" publicó la entrevisa con Julius Evola que reproducimos a continuación, con introducción de Claudio Mutti. La "La Nation Europeenne" fue la revista que sucedió al movimiento paneuropeo "Joven Europa". La revista estaba dirigida por Gerard Berdes y Thiriart, su fundador, era el "consejero político". La entrevista es particularmente interesante porque resume los puntos esenciales del pensamiento evoliano con sencillez y claridad, incluso su postura contraria a los lineamientos de la revista en la que se publicaba. La hemos traducido por primera vez al castellano.
JULIUS EVOLA: ¿UN PESIMISMO JUSTIFICADO?
La entrevista que traducimos aquí en seguida apareció originariamente en francés, sobre los números. 13, del 15 de diciembre de 1966 al 15 de enero de 1967 y 14, del 15 de febrero al 15 de marzo de 1967, de la publicación mensual "La Nation Européenne" (París). La revista, dirigida por Gérard Bordes, tuvo como "consejero político" a Jean Thiriart, que la fundó en 1966, y contó con una red paneuropea de colaboradores. La entrevista, realizada por Franco Rosados, fue acompañada de una foto y de una bibliografía francesa de la producción evoliana y fue precedida por una breve presentación en la que, a pesar de Evola fuera definido como "uno de los más grandes pensadores europeos un líder, un maestro", se establecieron distancias respecto a su "desconfianza hacia el futuro unitario de Europa". Al texto de la entrevista siguió, en el nº 14, una nota editorial que expresó en términos claros la divergencia existente entre el tradicionalismo de Evola y el pragmatismo de Thiriart: "La 'Tradición', ciertamente, es respetable. Admitimos que extraemos de ella cierto modo de ver el mundo y cierto método de acción. Pero no podemos aceptar hacer de ésta 'Tradición' un nuevo 'sentido de la historia' y considerarla como una Biblia que lo encierra todo. Para nosotros, la verdad se construye cada día por métodos y vías diferentes. (...) La verdad no es colocada desde principio como un faro que alumbra la calle. Nosotros pensamos, antes bien, que, al final, el lento y difícil descubrimiento de la verdad nazca, en la mayoría de los casos, de la acción y gracias a la acción."
Claudio Mutti
¿Usted cree que existe una relación entre la filosofía y la política? ¿Puede influir una filosofía en una empresa de reconstrucción política nacional o europea?
Yo no creo que una filosofía entendida en sentido estrechamente teórico pueda influir en la política. Para influir, necesita que se encarna en una ideología o en una concepción del mundo. Y cuánto ha ocurrido, por ejemplo, con el Ilustración, con el materialismo dialéctico marxista y con algunas concepciones filosóficas que fueron incorporadas a la concepción del mundo del nacionalsocialismo alemán. En general, la época de los grandes sistemas filosóficos ha concluido; hoy, no existen más que filosofías bastardas y mediocres. En una de mis obras pasadas, de mi período filosófico, yo puse en exergo estas palabras de Jules Lachelier: "La filosofía, moderna, es una reflexión que ha acabado por reconocer la misma impotencia y la necesidad de una acción que parta del interior". El dominio propio de una acción de este tipo tiene un carácter metafilosofico. De aquí, la transición que se observa en mis libros, que no hablan de "filosofía", sino de "metafísica", de visión del mundo y doctrinas tradicionales.
¿Piensa usted que moral y ética son sinonímicas y que tengan que tener un fundamento filosófico?
Es posible establecer una distinción, si por "moral" se entiende específicamente la costumbre y por "ética" una disciplina filosófica (la llamada la "filosofía moral"). En mi opinión, cualquier ética o cualquier moral que quiera tener un fundamento filosófico de carácter absoluto, es ilusoria. Sin referencia a algo trascendente, la moral no puede tener más que un alcance relativo, contingente, "social", y no puede resistir una crítica del individualismo, del existencialismo o del nihilismo. Lo he demostrado en mi libro Cabalgar la tigre, en el capítulo titulado En el mundo donde Dios ha muerto. En este capítulo también he afrontado la problemática planteada por Nietzsche y por el existencialismo.
¿Usted cree que la influencia del Cristianismo ha sido positiva para la civilización europea? ¿No piensa que al haber adoptado una religión de origen semítico haya desnaturalizado algunos valores europeos tradicionales?
Hablando de Cristianismo, a menudo he usado la expresión "la religión que ha prevalecido en Occidente". En efecto el mayor milagro del Cristianismo es haber logrado afirmarse entre los pueblos europeos, incluso teniendo en cuenta la decadencia en que cayeron numerosas tradiciones de estos pueblos. Sin embargo no hace falta olvidar los casos en los que la cristianización de occidente ha sido solamente exterior. Además, si el Cristianismo ha alterado, sin ninguna duda, algunos valores europeos, también hay casos en los que estos valores han resurgido del Cristianismo, rectificándolo y modificándolo. De otro modo el catolicismo sería inconcebible en sus diferentes aspectos "romanos"; del mismo modo sería inconcebible una parte de la civilización medieval con fenómenos como la aparición de las grandes órdenes caballerescos, del tomismo, cierta mística de alto nivel, por ejemplo Meister Eckhart, el espíritu de las Cruzadas, etcétera
¿Usted piensa que el conflicto entre güelfos y gibelinos en el curso de la historia europea sea algo de más que un simple episodio político y constituya un conflicto entre dos formas de espiritualidad? ¿Cree posible un recrudecimiento del "gibelinismo?"
La idea de que los orígenes de la lucha entre el Imperio y la Iglesia no haya sido solamente una rivalidad política, sino que esta lucha tradujo la antinomia de dos tipos de espiritualidad, constituye el tema central de mi libro El misterio del Grial y la tradición gibelina del Imperio. Este libro ha sido publicado en alemán y Se editará pronto también en francés. En el fondo, el "gibelinismo" atribuyó a la autoridad imperial un fundamento de carácter sobrenatural y trascendente, algo que sólo la Iglesia pretendió poseer, el propio Dante defiende en parte la misma tesis. Así, algunos teólogos gibelinos pudieron hablar de "religión real" y, en particular, atribuir un carácter sagrado a los descendientes de los Hohenstaufen. Naturalmente, con el imperio cristalizó un tipo de espiritualidad que no puede ser identificado con la espiritualidad cristiana. Pero si éstos son los datos del conflicto güelfo-gibelino, está claro, entonces, que una resurrección del "gibelinismo" en nuestra época es muy problemático. ¿Dónde encontrar, en efecto, las "referencias superiores" para oponerse a la Iglesia, si eso no ocurre en nombre de un Estado laico, secularizado, "democrático" o "social", desprovisto de la concepción de la autoridad procedente de lo alto? Ya el "los von Rom" y el "Kulturkampf" del tiempo de Bismarck tuvieron solamente un carácter político, por no hablar de las aberraciones y de la ficción de cierto neopaganismo.
En su libro El Camino del Cinabrio, dónde expone la génesis de sus obras, admite que el principal defensor contemporáneo de la concepción tradicional, René Guénon, ha ejercido cierta influencia sobre de ella, al punto que le han definido "el Guénon italiano". ¿Existe una correspondencia perfecta entre su pensamiento y el de Guénon? ¿Y no cree, a propósito de Guénon, que ciertos entornos sobrestimen la filosofía oriental?
Mi orientación no difiere de la de Guénon en lo que atañe al valor atribuido al Mundo de la Tradición. Por Mundo de la Tradición se entiende una civilización orgánica y jerárquica en la que todas las actividades están orientadas por lo alto y hacia lo alto y están ligadas a valores que no son sencillamente valores humanos. Cómo Guénon, he escrito muchas obras sobre la sabiduría tradicional, estudiando directamente sus manantiales. La primera parte de mi obra principal Revuelta contra el mundo moderno es precisamente una "Morfología del Mundo de la Tradición". También hay correspondencia entre Guénon y yo en lo que se refiere a la crítica radical del mundo moderno. Sobre este punto hay sin embargo divergencias menores entre él y yo. Dada su "ecuación personal", en la espiritualidad tradicional, Guénon ha asignado al "conocimiento" y a la "contemplación" la primacía sobre la “acción”; ha subordinado la majestad al sacerdocio. Yo, en cambio, me he esforzado en presentar y valorizar la herencia tradicional desde el punto de vista de una espiritualidad de la "casta guerrera" y de enseñar las posibilidades igualmente ofrecidas por la "vía" de la acción. Una consecuencia de estos puntos de vista diferentes es que, si Guénon asume como base para una eventual reconstrucción tradicional de Europa una elite intelectual, yo, por mi parte, soy bastante propensa a hablar de Orden. También divergen los juicios que Guénon y yo damos sobre el Catolicismo y la Masonería. Creo sin embargo que la fórmula de Guénon no se sitúa en la línea del hombre occidental, que a pesar de todo, por su naturaleza, está orientado especialmente hacia la acción.
No se puede hablar aquí de "filosofía oriental"; se trata, en realidad, de una modalidad de pensamiento oriental que forma parte de un saber tradicional que, también en Oriente, se ha mantenido más íntegro y más puro y ha tomado el lugar de la religión, pero que estuvo difundido igualmente en el occidente premoderno. Si estas modalidades de pensamiento valorizan lo que tiene un contenido universal metafísico, no se puede decir que sean sobrestimadas. Cuando se trata de concepción del mundo, hace falta guardarse de las simplificaciones superficiales. Oriente no comprende sólo la India del Vêdanta, de la doctrina del Mâyâ y la contemplación separada por el mundo; también comprende a la India que, con el Bhagavad Gîtâ, ha dado una justificación sacra a la guerra y al deber del guerrero; también incluye la concepción dualista y combativa de la Persia antiguo, la concepción imperial cosmocrática de la antigua China, la civilización japonesa, tan lejana por ser únicamente contemplativa e introvertida, donde una fracción esotérica del budismo ha dado nacimiento a la "filosofía" de los Samurais, etcétera
Desdichadamente, lo que caracteriza el mundo europeo moderno no es la acción sino su falsificación, es decir un activismo sin fundamento, que se limita al dominio de las realizaciones puramente materiales. "Está separada del cielo con el pretexto de conquistar la tierra", hasta no saber ya qué es realmente la acción.
Su juicio sobre la ciencia y sobre la técnica parece, en su obra, negativo. ¿Cuáles son las razones de su posición? ¿No cree que las conquistas materiales y la eliminación del hambre y la miseria permitirán de afrontar con más energía los problemas espirituales?
En lo que respecta el segundo tema que plantea, le diré que, al igual que existe un estado de embrutecimiento debido a la miseria, así también existe un estado de embrutecimiento debido al bienestar y a la prosperidad. Las "sociedades" del bienestar, en las que no se puede hablar de existencia de hambre y de miseria, están lejos de engendrar un aumento de la verdadera espiritualidad; más bien, allí consta una forma violenta y destructiva de revuelta de las nuevas generaciones contra el sistema en su conjunto y contra una existencia desprovista de sentido, EEUU-Inglaterra-Escandinavia. El problema consiste en fijar un justo límite, frenando el frenesí de una economía capitalista creadora de necesidades artificiales y liberando al individuo de su creciente dependencia del engranaje social y productivo. Haría falta establecer un equilibrio. Hasta hace poco, el Japón dio el ejemplo de un equilibrio de este tipo; se modernizó y no se dejó distanciar de occidente en los dominós científicos y técnicos, incluso salvaguardando sus tradiciones específicas. Pero hoy la situación es bien diferente.
Hay un otro apunto fundamental a subrayar: es difícil adoptar la ciencia y la técnica circunscribiéndolas dentro de los límites materiales y como instrumentos de una civilización; al revés, es prácticamente inevitable que se empapen de la concepción del mundo sobre que se basa la moderna ciencia profana, concepción prácticamente inculcada en nuestros espíritus por los métodos de instrucción habitual que tiene, sobre el plano espiritual, un efecto destructivo. El concepto mismo del verdadero conocimiento viene así a ser falseado totalmente.
¿D. - Usted también ha hablado de su "racismo espiritual". Cuál es el sentido exacto de esta expresión?
En mi fase anterior, he creído bien formular una doctrina de la raza que habría impedido al racismo alemán e italiano concluir como una forma de "materialismo biológico". Mi punto de partida ha sido la concepción del hombre como ser constituido de cuerpo, de alma y de espíritu, con la primacía de la parte espiritual sobre la parte corpórea. El problema de la raza debió pues considerar cada uno de estos tres elementos. De aquí la posibilidad de hablar de una raza del espíritu y del alma, además de una raza biológica. La oportunidad de esta formulación reside en el hecho de que una raza puede degenerar, aún permaneciendo biológicamente pura, si la parte interior y espiritual ha muerto, menguado u obnubilada, si ha perdido la misma fuerza, como ocurre con algunos tipos norteños actuales. Además los cruces, de los que hoy pocas estirpes quedan fuera, pueden tener como resultado que a un cuerpo de determinada raza estén ligados, en un individuo dado, el carácter y la orientación espiritual propia de otra raza, de donde deriva una concepción más compleja del mestizaje. La "raza interior" se manifiesta por el modo de ser, por un comportamiento específico, por el carácter, por no hablar de la manera de concebir la realidad espiritual, los muchos tipos de religiones, de ética, de visiones del mundo etcétera, pueden expresar "razas interiores" bien ajustadas. Este punto de vista permite superar muchas concepciones unilaterales y ampliar el campo de las investigaciones. Por ejemplo, el judaísmo se define sobre todo en los términos de una "raza" del alma, de una conducta, única, observable en individuos que, desde el punto de vista de la raza del cuerpo, son muy diferentes. De otra parte, para decirse "arios", en el sentido completo de la palabra, no es necesario tener la mínima gota de sangre hebrea o de una raza de color; haría falta ante todo examinar cuál es la verdadera "raza interior" o sea el conjunto de calidad que en origen correspondieron al ideal del hombre ario. He tenido ocasión de declarar que, hoy en día, no debería insistirse demasiado sobre el problema hebreo; en efecto, las calidades que dominaron y dominan hoy en muchos tipos de judíos son, así mismo, evidentes en tipos "arios", sin que en este últimos se pueda invocar como atenuante la mínima circunstancia hereditaria.
En la historia de Europa, han sido muchos los intentos de formar un "Imperio europeo": Carlomagno, Federico I y Federico II, Carlos V, Napoleón, Hitler, pero nadie ha logrado rehacer, de manera estable, el Imperio de Roma. ¿Cuáles han sido, según usted, las causas de estos fracasos? ¿Piensa que hoy la construcción de un Imperio europeo sea posible? ¿Si no, cuales son las razones de su pesimismo?
Para contestar, incluso de manera sumaria, a esta pregunta, haría falta poder contar con un espacio más grande que el de una entrevista. Me limitaré a decir que los obstáculos principales, en el caso del Sacro Romano Imperio, ha sido la oposición de la Iglesia, el inicio de la revuelta del Tercer Estado, como en el caso de las Comunas italianas, el nacimiento de Estados nacionales centralizados que no admitieron alguna autoridad superior y, por fin, la política, no imperial, sino imperialista de la dinastía francesa. Yo no atribuiría, al intento de Napoleón, un verdadero carácter imperial. A pesar de todo, Napoleón ha sido el exportador de las ideas de la Revolución francesa, ideas que han sido utilizadas contra la Europa dinástica y tradicional.
En lo que se refiere a Hitler, haría mantener algunas reservas en la medida en que su concepción del imperio se basó en el mito del Pueblo, Volk = Pueblo-raza, concepción que revistió un aspecto de colectivización y exclusivismo nacionalista, etnocentrismo. Sólo en el último período del Tercer Reich los puntos de vista se extendieron, de una parte gracias a la idea de un Orden, defendida por algunos entornos de las SS, de otra gracias a la unidad internacional de las divisiones europeas de voluntarios que combatieron sobre la frente del este.
Por el contrario, convendría recordar el principio de un Orden europeo que ha existido con la Santa Alianza, cuya decadencia fue imputable en gran parte a Inglaterra, y también con el proyecto llamado Drei Kaiserbund, en tiempos de Bismarck: la línea defensiva de los tres emperadores que habría tenido que englobar también a Italia, con la Tríple Alianza y al Vaticano y oponerse a las maniobras antieuropeas de Inglaterra y de la misma América.
Un "Reich Europeo", no una "Nación Europea", sería la única fórmula aceptable desde el punto de vista tradicional por la realización de una unificación auténtica y orgánica de Europa. En cuánto a la posibilidad de realizar la unidad europea de este modo, no puedo no ser pesimista por las mismas razones que me han inducido a decir que hoy, hay poco espacio para un renacimiento del "gibelinismo": no hay un punto de referencia superior, no existe un fundamento para dar solidez y legitimidad a un principio de autoridad supranacional. No se puede en efecto descuidar este apunto fundamental y conformarse con recurrir a la "solidaridad activa" de los europeos contra las potencias antieuropeas, pasando por encima de las divergencias ideológicas. Incluso cuando se llegara, con este método pragmático, a hacer de Europa una unidad, siempre existiría el peligro de ver nacer, en esta Europa, nuevas contradicciones disgregadoras, en particular en lo que respecta a las divergencias ideológicas y a causa de la falta de un principio de autoridad superior. Hoy es difícil hablar de una "común cultura europea": la cultura moderna no conoce fronteras; Europa importa y exporta "bienes culturales"; no sólo en el dominio de la cultura, sino también en el dominio del modo de vivir, manifiesta cada vez más una nivelación general que, conjugada con la nivelación producida por la ciencia y la técnica, provee argumentos no a los que quieren una Europa unitaria, sino a los que desearían edificar un Estado mundial. De nuevo, nos estrellamos con el obstáculo constituido por la inexistencia de una verdadera idea superior diferenciadora, que debería ser el núcleo del imperio europeo. Más allá de todo esto, el clima general es desfavorable: el estado espiritual de devoción, de heroísmo, de fidelidad, de honor en la unidad, que debería servir de cemento al sistema orgánico de un Orden europeo imperial es hoy, por así decirlo, inexistente. Lo primer a realizar debería ser una purificación sistemática de los espíritus, antidemócrata y antimarxista, en las naciones europeas. Sucesivamente, haría falta poder sacudir las grandes masas de nuestros pueblos con medios diferentes, sea recurriendo a los intereses materiales, sea con una acción de carácter demagógico y fanático que, necesariamente, influiría en la capa subpersonal e irracional del hombre. Estos medios implicarían fatalmente ciertos riesgos. Pero todos estos problemas son extremadamente difíciles de solventar en la práctica; por otra parte, ya he tenido ocasión de hablar de ello en uno de mis libros, Los hombres y las ruinas.
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