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Biblioteca Evoliana

La Tradición Hermética (05) 3. El conocimiento hermético

La Tradición Hermética (05) 3. El conocimiento hermético

Biblioteca Evoliana.- El fin de la tradicion hermética en el aspecto que Evola trata en su libro, es decir hermético-alquímico, es una forma de gnosis, esto es de obtener el conocimiento. Evola en este capítulo aclara qué se entiende por este "conocimiento", una percepción objetiva, real y directa de la realidad última de la naturaleza, del ser humano y del cosmos.  Para este fin, Evola maneja un material documental excepcionalmente abundante compuesto por las obras clásicas de la alquimia. Manejando esas referencias, el lector podrá dirigirse luego a esas obras, casi completamente situadas on line en Internet.

 

3. El conocimiento hermético

 

Sobre esta base hay que entender todo el sentido de la ciencia hermético‑alquímica: en cierto sentido, podríamos llamarla también una «ciencia natural», pero prescindiendo por entero de todo aquello que este término puede evocar en nuestras mentes por su significado actual. Ya la denominación medieval de filosofía natural expresa, por el contrario, la síntesis de dos elementos, que hoy se hallan en dos planos separados, uno de íntelectualidad irreal (filosofía) y el otro de conocimiento material (ciencia). Pero, dado el carácter de unidad orgánica, de cosmos, que para el hombre tradicional presentaba el universo, en este conocimiento «natural» estaba implícita también una fuerza anagógica, es decir, la posibilidad de elevarse también a un plano trascendente, metafísico. Sobre esta base se comprende las expresiones de «ciencia hierática», de «arte divino» y «dogmático», de «Misterio de Mitra», de «obra divina», que aparecen en los orígenes de la alquimia, y que se conservan en toda la tradición ‑«ciencia divina y sobrenatural», dirá Zacarías[1]. Y cuando la sensibilidad psíquica hacia las fuerzas profundas de la naturaleza comenzó a debilitarse en las épocas más tardías, entonces, para prevenir el equívoco, en las expresiones de la tradición hermética se hizo común la distinción entre los «elementos vulgares» y «muertos», y los «vivos», los cuales son los «elementos nuestros» («nuestro» se refería a aquellos que habían conservado el estado espiritual al que correspondía la tradición): «nuestra» Agua, «nuestro» Fuego, «nuestro» Mercurio, etc. ‑no los del vulgo, los cornunes‑; era toda tina jerga para significar que se trata de elementns (físicamente) invisibles, ocultos, mágicos, conocidos sólo por los «Sabios» ya que todos los «tenemos escondidos»; que se trata de los «elementantes» que debemos conocer en nosotros y no de los «elementados»[2], sensibles, terrestres, impuros, que son modificación de la materia física. Los cuatro Elementos de los que todas las cosas participan ‑‑dice Flamel‑[3] «no son aparentes a la vista, sino que se conocen por sus efectos». El Aire y el Fuego, de los que se habla en Bernardo Trevísano, son «tenues y espirítuales» y «no pueden ser vistos con los ojos corporales»; su Azufre, Arsénico y Mercurio «no son los que piensa el vulgo» y que los farmacéutícos venden», «sino que son los espíritus de los filósofos».[4] Así pues, «Filosofía Alquímica es la que enseña a investigar, no según la apariencia, sino según la verdad concreta, las formas latentes (es decir, aristotélicamente, los ocultos principios forma­dores) de las cosas»[5]; idea confirmada por Razzi en el Lumen Luminum: «Este Arte trata de Filosofía Oculta. Para conseguirlo hay que conocer las naturalezas internas y desconocidas. Se habla en ella de la elevación (estado incorpóreo) y de la caída (estado visible) de los elementos y de sus compuestos».[6] Los verdaderos elementos son «como el aíma de los míxtos», los otros «no son más que el cuerpo», explica Pernety.[7]

Y en el caso de que, espontáneamente, la presencia o ausencia de la necesaria sensibilidad metafísica determinase por sí misma la separación entre aquellos que están iniciados, y a los cuales únicamente hablan los textos, y cuyas acciones dan frutos de potencia, y aquellos otros que no lo son, y para los cuales se ha escrito que no hay que arrojar perlas a los cerdos[8] aun para estos últimos quedaba la posibilidad de alcanzar el estado necesario mediante una dura ascesis, si faltase el milagro de una iluminación transformadora. En su momento hablaremos sobre esta ascesis, pero ahora nos limitaremos a destacar que, en el marco del hermetismo, ésta no tiene una justificación moral o religiosa, sino simplemente técnica: se dirige a proporcionar el tipo de experiencia posible que no se detiene en el aspecto «muerto» y «vulgar» de los Elementos (como sucede en la experiencia sobre la cual se asientan las ciencias profanas modernas), sino que entretejido con él aprehende un elemento «sutil», incorpóreo, espiritual, tal como se enseña en la expresión de Paracelso: «Ella (la naturaleza) me conoce, y yo la conozco. Yo he contemplado la luz que hay en ella, y la he comprobado en el microcosmos y la he vuelto a encontrar en el macrocosmos».[9]

Como dice el llamado Triunlo Hermético,[10] «conocer interior y exteriormente las propiedades de todas las cosas» y penetrar en el fondo de las operaciones de la naturaleza» es la condición que se impone a quien aspira a poseer esta ciencia. Y así podrá decirse que «quien no comprende por sí mismo, nunca nadie podrá hacérselo comprender, hiciere lo que hiciere».[11]

Esta ciencia no se adquiere con los libros y con razonamientos ‑afirman otros‑ «sino con un movimiento, con una impetuosidad del espíritu». «Por eso declaro que ni los filósofos que me han precedido, ni yo mismo, hemos escrito nunca sino para nosotros» ‑nisi solis nobis scripsimus‑, y para los filósofos, «nuestros sucesores, y para nadie más»[12].

 



[1] 1. Q., por ejemplo, CAG, 11, 209, 124, 145; 188, 114.

 

[2] ZACAMAS, De la Philosopbie Naturelle des Métaux, § 1.

 

[3] N. FLAMEL, Le Désir désiré, § VI.

 

[4] B. TREVISANO, La Parole Delaissée (ed. en SALMON, Bibliothéque des Nilosophes chimiques, París, 1741, que en adelante indicaremos como BPQ t. II, pp. 401, 416. CI. UEsPAGNET, Arcanum Herm. Pbilosophiae Opus, § 44: «Quien diga que la Luna o el Mercurio de los Filósofos es el Mercurio vulgar, o quiere engañar o se engaña a sí mismo». FILALETES, Epist. de Ripley, § LXI: «Son esos ignorantes que tratan de encontrar nuestro secreto en las materias vulgares, y que, sin embargo, esperan encontrar oro».

 

[5] G. DORN, Clavis Pbilosopbiae Chemisticae, citado en Manget, 1, p.210.

 

[6] En BERTHELOT, La Chimie au Moyen‑Age, París, 1893, t. 1, p. 312.

 

 

[7] PERNETY, Fables, cit., t. 1, p. 75.

 

[8] CI. C. AGRIPPA, De Occulta Philos., 111, 65; DoRN, op. cit., 1, 244. Este tema procede de los alquimistas griegos (CAG, 11, 62, 63), quienes declaraban hablar para aquellos que han sido iniciados y tienen el espíritu adiestrado ‑«para quien posee ínteligencia», dirían luego los autores árabes (CAIA, 111, 64)‑‑‑ «Todo cuanto decimos se dirige únicamente al Sabio, no al Ignorante» (Libro del Fuego de la Piedra, CMA, 111, 220)

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[9] Thesaurus Thesaurorum Alchimistorum, citado en A. POISSON, Cinq Traités d'Alchimie, París, 1890, p. 86.

 

[10] Colloquio di Eudosso e Pirolilo sul Trionfo Ermetico, BPQ III, 225.

 

[11] B. TREVISANO, De la pbil. Nat. des Mét., BPQ 11, 398.

 

[12] GEBER, Summa Perlectionis Magisterii, Manget, 1, 383.€

 

 

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