Blogia
Biblioteca Evoliana

La Tradición Hermética (04) 2. La naturaleza viviente

La Tradición Hermética (04) 2. La naturaleza viviente

Biblioteca Evoliana.- La percepción que tiene el hermetista sobre la naturaleza, no es la misma que el que se tiene habitualmente. Para el hermetista cada lugar de la naturaleza (una fuente, un árbol, una montaña) es visto y considerado como la residencia de alguna potencia susceptible de ser aprovechada para la realización del trabajo hermético. Evola en este parágrafo de "La Tradición Hermética", insiste en este punto y ofrece algunos ejemplos extraídos de los textos herméticos más famosos para confirmar su tesis. Evola tenía conocimiento de esos textos desde que en 1929 su estudio fue abordado por los miembros del Grupo de Ur

 

2. La naturaleza viviente

El punto fundamental se refiere a la experiencia humana de la naturaleza. La relación del hombre moderno medio con la naturaleza no es la predominante en el «ciclo» premoderno al que, junto a muchas otras, pertenece la tradición hermético‑alquímica. La naturaleza se agota hoy en un conjunto de leyes puramente pensadas acerca de diversos fenómenos ‑luz, electricidad, calor, etcétera‑ que desfilan ante nosotros, carentes de todo significado espiritual, fijadas únicamente por relaciones matemáticas. Por el contrario, en el mundo tradicional, la naturaleza era no pensada, sino vivida como un gran cuerpo animado y sagrado, «expresión visible de lo invisible». Los conocimientos acerca de ella venían dados por inspiraciones, intuiciones y visiones, y se transmitían «iniciáticamente» como misterios vivos, se referían a cosas que hoy, que se ha perdido su sentido, pueden parecer triviales y de dominio común ‑como, por ejemplo, el arte de construir, la medicina, el cultivo del suelo, etc. El mito entonces no era una ideación arbitraria y fantástica: procedía de un proceso necesario, en el que las mismas fuerzas que constituyen las cosas actuaban sobre la facultad plástica de la imaginación, parcialmente difuminada por los sentidos corpóreos, hasta el punto de dramatizarse en imágenes y figuras que se insinuaban entre la trama de la experiencia sensorial y la completaban con un toque de «significado».[1]

«Universo, atiende a mi plegaria. Tierra, ábrete. Que la masa de las Aguas se me ábra. Árboles, no tembléis. ¡Que el cielo se abra y los vientos callen! ¡Que todas las facultades celebren en mí al Todo y al Uno!» Son expresiones del himno que los «hijos de Hermes» recitaban al comenzar sus sagradas operacio­nes[2] tal era el estado al que eran capaces de elevarse y que resuena de manera aún más impresionante en esta otra fórmula: “Las puertas del Cielo están abiertas; Las puertas de la Tierra están abiertas; La vía de la Corriente está abierta; Mí espíritu ha sido escuchado por todos los dioses y genios; Por el espíritu del Cielo ‑ de la Tierra ‑ del Mar ‑ de las Corrientes?”

Y tal es la enseñanza del Corpus Hermeticum: «Elévate por encima de toda altura; desciende más allá de toda profundidad; concentra en ti todas las sensaciones de las cosas creadas: del Agua, del Fuego, de lo Seco y de lo Húmedo. Piensa hallarte si­multáneamente por todas partes, en tierra, mar y cielo; piensa no haber nacido nunca, ser todavía embrión: joven y viejo, muerto y más allá de la muerte. Comprende todo al mismo tiempo: los tiempos, los lugares, las cosas, las cualidades y las cantidades»[3].

Estas posibilidades de percepción y de comunicación, esta aptitud para los contactos, a pesar de lo que hoy pueda creerse, no eran «lirismos», énfasis de excitaciones supersticiosas y fantásticas. Por el contrario, formaban parte de una experiencia tan real, como la de las cosas físicas. Más concretamente: la constitución espiritual del hombre de las «civilizaciones» tradicionales era tal que toda percepción física tenía simultáneamente una componente psíquica, que la «animaba», añadiendo a la imagen desnuda un «signíficado» y al propio tiempo un especial y poderoso tono emotívo.[4] Así es como la antigua «física» podía al mismo tiempo ser tina teología y una psicología trascendental: por los destellos que, a través y por debajo de la materia proporcionada por los sentidos corporales, llegaba de las esencias metafísicas y, en general, del mundo suprasensible. La ciencia natural era simultáneamente una ciencia espiritual y los muchos sentidos de los símbolos reflejaban los diversos aspectos de un conocimiento único.




[1] 1. F. W. SCHELLING, Einteitung ¡m die Philosophie der Mytologie, S. W., Il Abt. t. I, pp. 192, 215‑217, 222; Introducción a la Magia, vol. 111, p. 66.

[2] 2. Corpus Hermeticum, XIII, 18.

[3] 3. Papiro V de Leiden (M. BERTHELOT, Introducción al estudio de la química de los antiguos, París, 1889).

[4] En las investigaciones de las Ramadas «escuelas sociológicas» (DuRKHEM, LÉvy‑BRuHL, etc.) ha resultado hoy algo muy semejante en las formas de percepción de los pueblos llamados «primitivos»; los cuales, en realidad, no son «primitivos», sino residuos degenerescentes de ciclos de civílizaciones de carácter pre‑moderno.

 

0 comentarios