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Notas sobre el III Reich

Notas sobre el III Reich (05).El "Estado de la Orden" y las SS

Notas sobre el III Reich (05).El "Estado de la Orden" y las SS

Biblioteca Julius Evola.- De todo el aparato del Estado hitleriano, las SS eran la estructura que mejores comentarios recibió, no solamente de Julius Evola, sino también y sobre todo de la nobleza alemana, que lo consideraron el "único cuerpo respetable" en el que podían estar afiliados. Evola recuerda que las SS fue modelada por Himmler a imagen y semejanza de la Orden de los Caballeros Teutónicos y que su idea era constituir un "Estado de la Orden", que debería vertebrar toda Alemania de la misma forma que los teutónicos crearon Prusia. 

 

L' « Etat de l'Ordre » et les SS

Consideremos agora algunas iniciativas del Tercer Reich que, desde nuestro punto de vista, no están desprovistos de interés y en las cuales influencias y exigencias ligadas parcialmente a las ideas de la “revolucion conservadora” han tratado. Se trata de todo lo que estaba en relación con el concepto, o el ideal, de un Ordensstaat, es decir, de un Estado dirigido por una Orden (en oposición partícula a la fórmula del Estado-Partido) más allá de las fórmulas colectivizantes de la Volksgemeinschaft, de la colectividad nacional-racial y del “Estado del Führer» con base totalitaria, populista y dictatorial.

En cierta forma, se recuperaba así la tradición de los orígenes prusianos. Se sabe, en efecto, que el núcleo original de Prusia fue una Orden, la Orden de los Caballeros Teutónicos, que fueron llamados en 1226 por el duque polaco Conrad de Mazovia para defender las fronteras del Este. Los territorios conquistados y los dados en feudo formaron un Estado dirigido por esta Orden, protegida por la Santa Sede del que sin embargo sobre el plano de la disciplina y por el Sacro Imperio Romano. Este esado comprendía Prusia, Brandeburgo y Pomerania; fue a parar a los Hohenzollern en 1415. En 1525, con la Reforma, el Estado de la Orden se «secularizó», emancipándose de Roma. Pero si el lazo propiamente confesional de la Orden se encuentra así atenuado, este no conserva menos su fundamento ético, ascético y guerrero. Así continúa la tradición, que da forma al Estado prusiano bajo sus aspectos más característicos. Paralelamente a la constitución de Prusia en reino, la Orden del Águila Negra fue creada en 1701, Orden ligada a la nobleza hereditaria, que recuperó como divisa la de los orígenes y del principios clásico de justicia: Suum cuique. No deja de tener interés señalar que, en la formación « prusiana » del carácter, especialmente por lo que respecta al cuerpo de oficiales, se refería explícitamente a una recuperación viril del estoicismo a través del dominio de uno mismo, la disciplina, la firmeza de alma y un estilo de vida sobrio e integro. Así, por ejemplo, en el Corpus Juris Militaris introducido en las Academias en el siglo XVIII se recomendaba al oficial el estudio de las obra de Séneca, Marco Aurelio, Cicerón y Epíctero; Marco Aurelio en particular fue una de las lecturas de Federico el Grande. Correlativamente, se alimentaba cierta antipatía por el intelectualismo y el mundo de las letras (se puede recordar a este respecto la actitud sarcástica y drástica de Federico-Guillermo I, el “Rey Soldado” que quería hacer de Berlin una «Esparta nórdica» [1]. El lealismo («libertad en la obediencia») y el principio del servicio y del honor caracterizaban a la clase política superior que dirigía el Estado prusiano, antiguamente “Estado de la Orden”, y lo que le confería su forma y su fuerza.

Quizás es preciso indicar también la influencia que ejerció en algunos medios en un período más reciente y durante la Reública de Weimar, la Bundesgedanke, el pensamiento o el ideal Bund, implicaba forma organizativas. Bund quiere decir, en general, liga o asociación; pero, en este caso específico, la expresión había un conenido próximo al de Orden, y no estaba carente de relación con lo que había sido designado en ciertas investigaciones etnológicas y sociológicas, bajo el nombre de Männerbund, es decir, la «sociedad de hombres». Se penaba en una élite definida mediante una solidaridad exclusivamente viril, mediante una especie de autolegitimidad. En Alemania, antes mismo del desarrollo del nacional-socialismo, diferentes Bünde nacieron pues e, incluso cuando tenían modestos efectivos, con orientaciones diversas y un carácter casi siempre exclusivo; en los casos donde el dominio de sus intereses interfería con el dominio político, eran partidarios de un régimen elitista, opuesto a los regímenes de masas.

Estos precedentes eran recordados, es preciso saber que la idea que podía servir para corregir el hitlerismo, era que el Estado debía ser dirigido, antes que por un partido único, precisamente por algo parecido a una “Orden” y que, en consecuencia, el Tercer Reich, una de las tareas fundamentales era la creación de cuadros cualificados por medio de una formación sistemática de una élite, concebida como la encarnación típica de la idea de un nuevo Estado y de la visión del mundo correspondiente. Con esta diferencia parcial, en relación a la tradición precedente, que aquí se tomaba en consideración, además de las cualidades del carácter, cualidades físicas, el factor «raza» -con una referencia particular al tipo nórdico- era realzado. Las iniciativas tomadas en este sentido por el Tercer Reich fueron fundamentalmente dos.

La primera fue la constitución, mediante el partido, de tres Ordensburgen, de tres «castillos de la Orden». Se trataba de complejos con edificios cuya arquitectura quería inspirarse en el viejo estilo nórdico-germánico, con amplios terrenos anexos, bosques, prados, y lagos, donde los jóvenes eran acogidos, tras una selección previa. Se les daba una formación militar, física e intelectual, se les enseñaba una cierta «visión del mundo», una parte especial estaba considerada a todo lo que se tenía que ver con el valor y la resolución, con pruebas físicas bastante arriesgadas. Además, en los Castillos eran en ocasiones evocados procesos jurídicos con los aspirantes, o Junker, que tenían su desarrollo ante el público: se elegían procesos donde el honor y otros valores éticanos jugaban un papel para probar, mediante una serie de discusiones, la sensibilidad moral y las facultades naturales de juicio de los individuos. Rosemberg supervisaba los Ordensburgen; sus ideas servían de fundamento esencial para el adoctrinamiento, lo que, dadas las reservas que hemos hecho sobre ellas, introducía en el conjunto un factor problemático. Los jóvenes salidos de estas instituciones, donde llevaban una vida en «sociedad de hombres solos», aislados del resto del mundo, habrían asumido la posesión de un título particular y preferencial para asumir funciones políticas y obtener puestos de responsabilidad en el Tercer Reich o, más bien, en lo que el Tercer Reich hubiera debido convertirse.

Pero las SS tuvieron muchas más importancia. A partir de la propaganda bien conocida en la posguerra, a penas se habla de las SS, la mayor parte de la gente piensa especialmente en la Gestapo, en los campos de concentración, en el papel que algunas unidades de las SS jugaron en las represalias durante la guerra. Todo esto es una simplificación bastante grosera y tendenciosa. No entraremos en este terreno aquí, ya qe no tenemos porque ocuparnos de las contingencias. En ese caso como en otros, solo los principios nos interesan aquí, las ideas directrices que es preciso estudias independientemente de lo que algunas de sus aplicaciones pueden haber dado lugar. Es preciso pues aclarar algunos aspectos de las SS generalmente ignorados (o que se prefiere ignorar).

En el origen, las dos letras SS eran las iniciales de Saal-Schutz, designación de una especie de guardia personal que Hitler, durante el primer período de su actividad, tenía a disposición para su protección y para el servicio de orden en las reuniones políticas. Entonces no era más que un pequeño grupo. A continuación, las dos S se refirieron a Schutz-Staffeln (literalmente : « batallones de protección ») y fueron estilizados con dos signos en zig-zag, los cuales reproducían un viejo signo nórdico-germánico, las «runas de la victoria» e, igualmente, la «fuerza-rayo». Se llega a la formación de un verdadero cuerpo, para la protección del Estado, a partir de ahora –el “Cuerpo Negro”- distinto de las Camisas Pardas, o SA. Hitler y Göring se sirvieron de este cuerpo en la represión del 30 de junio de 1934, que puso fin a las veleidades de una “segunda revolución” radical en el interior del partido. Por su papel en esta acción, las SS obtuvieron un estatuvo y poderes particulares; fue considerada como la “guardia de la revolución nacional-socialista”.

El verdadero organizador de las SS fue Heinrich Himmler, quien fue nombrado Reichsführer SS, es decir jefe de las SS para todo el Reich. Himmler era de origen bávaro y educacion católica. Mientras era estudiante de agronomía había formado parte en 1919 de los cuerpos de voluntarios que lucharon contra el comunismo. Tenía tendencia promonárquicas y conservadoras de Derechas que le había sido transmitidas por su padre, el cual había sido el preceptos lealista del príncipe heredero Enrique dE baviera. Pero el ideal de una Orden, ejercía sobre él una fascinación particular ; su mirada estaba vuelta sobre los voluntarios de la antigua Orden de los Caballeros Teutónicos de la que ya hemos hablado. Las SS, hubieran debido ser un cuerpo capaz de asumir bajo una forma nueva la función misma de núcleo central del Estado, que la nobleza había tenido, con su lealismo. Para la formación del hombre de las SS, contempló una mezcla de espíritu estartano y de disciplina prusiana. Pero tuvo contemplo también la Orden de los Jesuitas (Hitler decía de él bromeando que Himmler era su “San Ignacio de Loyola”) en lo que concernía a cierta despersonalización llevada hasta límites inhumanos. Así, se decía, por ejemplo desde el principio que aquel que quería formar parte de las SS debía estar dispuesto, si era necesario, por su fidelidad y su obediencia a no perdonar a ninguno de sus hermanos; o que para un SS las excusas no existían; solo la palabra dada era algo absoluto. Por citar un ejemplo, extraído de un discurso de Himmer, se podía perdir a un SS que se abstuviera de fumar ; si no prometía hacerlo, era expulsado, pero si lo prometía y no cumplía, entonces “no le quedaba otra vía más que el revolver”, es decir, el suicidio. Pruebas de valor físico eran previstas en los regimientos militarizados : por ejemplo deber permanecer en calma en posición de firmes, esperando la explosión de una granada colocada sobre el casto de acero que llevaba.

Existía otro aspecto particular: la cláusula racial. Fuera de la sangre «aria» (ascendencia aria probada hasta 1750 al menos) y una constitución física sana, se concedia gran importancia al tipo racial nórdico de gran talla. Himmler, además, habría querido hacer de la SS una Sippenorden, es decir, una Orden que, a diferencia de las antiguas órdenes de caballeros, había correspondido en el futuro a una raza, a una sangre, a un linaje hereditario (Sippe). En consecuencia, la libertad de elección conyugal del SS estaba muy limitada. No debía casarse con cualquier mujer (por no hablar de mujeres de otra raza). La aprobación de una oficina racial especializada era necesaria. Si no se aceptaba su juicio, había que abandonar la Orden, pero en el momento de la admisión (tras un período probatorio), esta cláusula estaba claramente precisada para el aspirante SS. Así se reafirmaba el biologismo racista, ligado a cierta banalización del ideal femenino que daba un relieve particular al aspecto “madre” de la mujer.

Mientras que Hitler alimentaba aversión por los descendientes de las viejas casas reales alemanas, Himmler tenía una debilidad por ellas y estimaba que las SS eran, en el Tercer Reich, el único cuerpo que podía convenir a los príncipes. De hehco, diferentes representantes de la nobleza formaron parte de ella. El príncipe Waldeck-Pyrmont se había enrolado en 1929; en 1933 se adhirieron los príncipes de Mecklenburg, Hohenzollern-Sigmaringen, Lippe-Biesterfeld, etc. El príncipe Philippe de Hesse era un amigo personal de Himmler desde hacía tiempo. La aproximación de esta importante organización del Tercer Reich con la nobleza alemana en los últimos años se expresó también en las relaciones cordiales mantenidas con el Herrenklub de Berlín (el «Club de los Señores») y en el hecho de que Himmler diera un discurso en la Deutsche Adelsgenossenschaft (la Corporación de la Nobleza Alemana). Las relaciones con el ejército fueron más reservadas, menos por divergencias de orientación que por razones de prestigio, cuando fueron creadas en las SS regimientos armados y militarizados y, en último lugar, verdaderas divisiones que debían adoptar el nombre de Waffen-SS. Fue, sin embargo. Paul Hausser, que había abandonado el ejército cuando era teniente coronel, para militar en las fiulas de la «revolución conservadora» y del Stahlhelm de Seldte, que reorganizó en 1935 la academia de las SS y supervisó luego la escuela de cadeter de las SS en «Welfenschloss» de Brunswick. 

Al desarrollarse, las SS se ramificaron en múltiples secciones, algunas de las cuales, dado su carácter específico, dejaron sin duda en segundo plano los aspectos de “Orden”. Podemos hacer abstracción aquí de las SS «con la calavera” que tuvieron funciones paralelas a las de la policía ordinaria y a la policía del Estado (por lo demás, un decreto de 17 de junio de 1936, nombró a Himmler jefe de la policía en el ministerio del interior); es a este sector de las SS a los que eventualmente se atribuyen algunos aspectos negativos del cuerpo, utilizados para presentar como abominables a todo el cuerpo. Señalaremos solamente la Verfügungstruppe SS, que era una fuerza armada « a disposición», dependiente directamente del jefe del Reich, en julio de 1940,da nacimiento a las Waffen-SS, es decir a unidades militars de élite cuya preparación elevada (dada la formación personal exigida al hombre de las SS) durante la Segunda Guerra Mundial debieron imponer al enemigo respeto y admiración. La sección Rusha (iniciales de Rasse und Siedlungshauptamt), que se ocupaba de cuestiones raciales y de colonización interior puede igualmente se dejada de lado. Son iniciativas de orden cultural de las SS las que pueden quizás presentar aquí un interés.

La realización del ideal de Himmler reconocía una especie de handicap en el hecho de que una Orden en sentido propio debería tener igualmente un fundamento espiritual; pero, en este caso concreto, no podía haber ninguna referencia al cristianismo. En efecto, la orientación anticristiana, la idea de que el cristianismo era inaceptable en razón de todo lo que contenía de no-ario y de no «germánico», esta idea estaba muy presente en las SS y, a pesar de cierta tensión existente entre Himmler y Rosenberg, había entre los dos, sobre este tema, una indiscutible convergencia de puntos de vista. Estando excluidos el catolicismo y el cristianismo, el problema de la visión del mundo se detenia pues, en todo lo que no fuera más lejos de una disciplina severa y de la formación del carácter; los SS tuvieron también la ambición de ser una weltanschauuliche Stosstruppe, es dcir, una fuerza de ruptura en el terreno de la Weltanschauung preciamente. Desde hacía tiempo en el seno de la SS, se había constituido la SD, o « Servicio de Seguridad » (Sicherheitsdienst), que habría debido tener también, en principio, actividades culturales y de control cultural (declaración de Himmler en 1937). Incluso si el SD se desarrollo luego en otras direcciones, comprendido el contra-espionaje, su Buró VII mantuvo un carácter cultural, y sabios y profesores serios formaron también parte del SD. Además, se podía devenir un SS «de oficio», ad honorem (Ehrendienst, servicio honorífico): esta posibilidad afectaba a las personalidades de la cultura que se estimaba que habían aportado una contribución válida en la dirección que hemos indicado antes. Podemos citar, por ejemplo, el profesor Franz Altheim, de la universidad de Halle, célebre historiador de la Antigüedad romana y el profesor O. Menghin, de la universidad de Viena, eminente especialista de la prehistoria. L'Ahnenerbe, instituto particular de las SS, tenía como tarea realizar investigaciones sobre la herencia de los orígenes, del terreno de los símbolos y de las tradiciones al dominio de la arqueología.

En efecto, la atención se había vuelto hacia lo que podía extraer de esta herencia en materia de visión del mundo y en este campo de investigación el exclusivismo nacionalistas de algunos medios fue descartado. Es así, por ejemplo, que Himmler subvencionó al holandés Hermann Wirth, autor de la Aurora de la Humanidad, gran obra sobre los orígenes nórdico-atlánticos, e invitó a pronunciar conferencia a un autor italiano [evidentemente, el autor habla de si mismo] que realizaba investigaciones en este terreno igualmente y, en general, sobre el mundo de la Tradición, manteniéndose a distancia del catolicismo y del cristianismo, pero evitando las desviaciones ya señaladas por nosotros a propósito de Rosenberg y de otros autores.

Se desprende de todo esto que las SS presentaron un marco bastante diferente y más complejo de lo que se cree generalmente. Si estas iniciativas particulares permanecieron como proyectos, el hecho de que pudieran pensarse tiene un sentido. En principio, el idea de un “Estado de la Orden », en su oposición al Estado totalitario, dictatorial, de masa, y al Estado-partido, no puede ser juzgado más que positivamente desde el punto de vista de la derecha; ya hemos tenido ocasión de expresarnos a este respecto criticando la noción fascista del partido único. En el caso específico de Alemania, todo habría dependido de esto: en qué media habría podido llegar a una integración de los elementos de Derecha aun en su lugar, con una rectificación de los aspectos del Tercer Reich que eran para algunos representantes de la “revolucion conservadora” y del espíritu prusiano, una contracción usurpadora de sus ideales.

La SS adquirió cada vez más importancia política, hasta el punto de que se pudo hablar de ella como de un “Estado dentro del Estado” o, más precisamente, del “Estado SS”. En efecto, tuvo células en numerosos puestos clave del Reich en la administración, la diplomacia, etc. La concepción de un Estado de la Orden implicaba en efecto, que los hombres de la Orden fueron designados para estos puestos, tal como fue el caso para la nobleza en el pasado.

Finalmente, es preciso hacer una alusión a las Waffen SS. En el mes de julio de 1940, las formaciones de las SS que, en el origen y en tiempos de paz, habían sido concebidas como una « fuerza a disposición », dieron nacimiento a unidades militares y a divisiones blindas que, aún guardando cierta autonomía, lucharon al lado de la Wehrmacht. De estas Waffen-SS nació, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, lo que algunos llamaron “el primer ejército europeo”. Himmler aprobó la idea, formulada primeramente por Paul Hausser y recuperada luego por Gottlob Berger, de constituir con voluntarios de todas las naciones de las divisiones de Waffen-SS para luchar contra Rusia comunista y para defender Europa y su civilización. Así fue recuperada, prácticamente la función que había tenido, en los orígenes la Orden de los Caballeros Teutónicos en tanto que guardia del Este, y que había animado a los Freikorps, los voluntarios que habían combatido a los bolcheviques en las regiones orientales y en los países bálticos tras la Primera Guerra Mundial. En total, más de 17 naciones estuvieron representadas en las Waffen-SS, con verdaderas divisiones: franceses, belgas, holandeses, escandinavos, belgas, holandeses, ucranianos, españoles e incluso suizos, etc. El conjunto contó con 800.000 combatientes, de los cuales solamente una parte procedían de la zona germánica, los voluntarios, a causa de esto, fueron frecuentemente, tratados como «colaboradores». Tras la guerra los supervivientes fueron a menudo perseguidos en sus naciones respectivas.

En un discurso pronunciado en Poznan el 4 de octubre de 1943, Himmler habló precisamente de las SS como de la Orden armada que, en el porvenir, tras la eliminación de la Unión Soviética, habría debido hacer guardia en Europa sobre los Urales contra las «hordas asiáticas». Lo importante, es que en esta situación un cierto cambio de perspectiva tuvo lugar. Se cesa de identificar la “arianidad” con el “germanismo”. Se quería combatir no por un nacional-socialismo expansionista reposando sobre un racismo unilateral, ni por el pangermanismo, sino por una idea superior, por Europa y por un «Orden Nuevo» europeo. Esta orientación ganó terreno en las SS y se expresó en la declaración de Charlottenburg publicada por el Bureau Central de las SS hacia final de la guerra; este texto era una respuesta a la declaración de San Francisco hecha por los aliados sobre los objetivos de la guera «cruzada de la democracia». En esta declaración de Charlottenburg, se trataba de la concepción del hombre y de la vida propia al Tercer Reich y, sobre todo, del concepto de Orden Nuevo, el cual no habría debido ser hegemónico, sino federalista y orgánico.

Es preciso recordar, por otra parte, que se debió a Himmler un intento de paz in extremis (considerado por Hitler como una traición). Por medio del conde Bernadotte, Himmler transmitió a los aliados occidentales una propuesta de paz por separado, a fin de continuar la guerra únicamente con la URSS y el comunismo. Se sabe que esta propuesta –que, si hubiera sido aceptada, habría podido asegurar a Europa otro destino, evitando así la « guerra fría » que seguiría y el paso al comunismo de la Europa situada tras el « telón de acero »- fue rechazada en nombre de un ciego radicalismo ideológico, al igual que había sido rechazada, por la misma razón, la oferta de paz hecha por Hitler a Inglaterra en términos razonables, durante un famoso discurso en 1940, en un momento en que los alemanes eran los vencedores.

 

 

Notas sobre el III Reich (05).Revolución Cultural y Problema Religioso

Notas sobre el III Reich (05).Revolución Cultural y Problema Religioso

Bilioteca Julus Evola.- Evola en este capítulo V aborda un tema que siempre ha relacionado polémico: el problema religioso. Se sabe que el nacional-socialismo combatía toda forma de ateísmo y que incluso el juramento de las SS mencionaba a Dios. Se consideraba que la religión era una de las formas de oponerse al materialismo y al marxismo. Hay, por supuesto, algo de ambiguo en la opción del III Reich en este terreno. Más neta es la defensa de una "concepción del mundo", frente a una ideología que propuso el mismo Hitler. 

 

CAPITULO V

REVOLUCION CULTURAL Y PROBLEMA RELIGIOSO

 

Es preciso reconocer al menos al nacional‑socialismo el mérito de haber percibido la necesidad de una "lucha por la visión del mundo". Para Hitler mismo, la visión del mundo era un factor de primera necesidad, situado por encima de las ideologías y de las fórmulas del partido. La revolución debía ser entendida en el dominio de esta, a algo sólido y unitario. Naturalmente, el mito y la mística de la sangre jugaron un papel esencial en esta WELSTANCHAUNG. Existiendo esto pueden abordarse también problemas más amplios. En razón del empleo del término "ario" y de la importancia otorgada al elemento nórdico, lo que entraba en juego, era el estudio de lo que podía definirse de una manera más general y seria como la visión ario o nórdico‑aria de la vida, en referencia a los planos ético, religioso y espiritual. En realidad, así solo se habría podido dar un contenido concreto y positivo a las simples consignas de la campaña racial y encontrar un apoyo fundamental para una acción formadora cuyo valor ya hemos reconocido hablando del fascismo, a condición de apartar los lastres del racismo puramente biológico y cientifista. Incluso si todo esto permaneció, bajo el Tercer Reich, en amplia medida en estado de mera exigencia, en tanto que "revolución cultural" tuvo el valor de plantear problemas en un terreno que quedó muy por encima de la Italia fascista (recuérdese, por ejemplo, lo que hemos señalado respecto a la ausencia de una clarificación y profundización del contenido del verdadero sentido de la romanidad en tanto que visión del mundo).

Para dar algunos rasgos, es preciso revelar inicialmente la toma de posición del nacional‑socialismo frente al problema religioso. El nacional‑socialismo combatía todas las formas de ateísmo; el ateísmo y la concepción materialista de la vida eran dos aspectos del marxismo y del comunismo que se ponían claramente de relieve en la lucha contra estas ideologías subversivas; es por esto que numerosos cristianos y católicos vieron precisamente en el nacional‑socialismo su aliado. En la fórmula misma del juramento de las S.S. se invoca a Dios, y Himmler tuvo ocasión de decir que "aquel que no cree en Dios es presuntuoso, megalómano y estúpido y no tiene lugar entre nosotros" (en las S.S.) Pero el giro del cristianismo debía legar. se declaraba oficialmente: "El partido defiende el punto de vista de un cristianismo positivo". Pero lo que era respectivamente el cristianismo positivo y el negativo jamás fue aclarado a un nivel oficial. Entre otras cosas, se pedía en que medida el cristianismo podía decirse "ario" y se preguntaba en qué grado podía escapar a la polémica antisemita. Algunos investigadores procuraron dar una salida "arianizando el cristianismo mediante la exclusión del Antiguo testamento ‑ juzgado como puramente judaico‑ y "purificado" el Nuevo Testamento de sus "escorias semitas" y de la teología del "judío" Pablo (mientras que se otorgaba al evangelio de Juan un carácter ario elevado). Naturalmente no se trataba más que de escapatorias y sofismas. No podían ser aceptadas por los cristianos, mientras que los ideólogos "nacionales" radicales (Rosemberg, Hauer, Reventlow y el grupo de los Ludendorf) veían un compromiso y afirmaban abiertamente la incompatibilidad del cristianismo con una visión de la vida auténticamente aria, nórdica o alemana, con una "fe germánica". A este respecto, hubo incluso el bosquejo de un "Movimiento de la Fe Alemana", la DEUTSCHE GLAUBENSBEGUNG.

En cuanto a Hitler mismo, se encuentran en sus discursos y escritos pocas contribuciones válidas a la problemática del mundo en un sentido superior. Su admiración exagerada por el wagnerianismo es ya significativa ‑para él, como para Chamberlain, Wagner era el "profeta del germanismo"‑ al igual que su incapacidad para reconocer de qué forma Wagner, aparte de la grandeza del arte romántico, había deformado numerosas tradiciones y sagas germánicas y nórdicas. Aunque Hitler hiciera frecuentemente apelación en sus escritos y discursos a Dios y al Providencia de la que estimaba ser enviado y ejecutor, no se ve muy bien lo que podía ser esta Providencia, ya que de un lado reconocía, siguiendo así a darwin más que a Nietzsche, el derecho del más fuerte como la ley suprema de la vida, mientras que excluía de la otra, como superstición, toda intervención o todo orden sobrenatural y se entregaba a una exaltación de la ciencia moderna y de las "leyes modernas de la naturaleza". Esta actitud fue también la del principal ideólogo del movimiento, Alfred Rosemberg, el cual había llegado a ver en la ciencia moderna la "creación más pura del espíritu ario" sin advertir que si bien se debe a esta ciencia las conquistas técnicas, se le debe también las devastaciones espirituales más negativas e irreversibles de la época moderna, así como la desacralización del universo. Una incomprensión típicamente heredada del siglo de las luces y del racionalismo por la religión, marchando paradójicamente pareja con la mística de la sangre, se deja entrever en Hitler y en Rosemberg fue, precisamente, explícita. Para él los ritos y sacramentos no eran más que supersticiones, creaciones de un espíritu no‑ario.

Puede comprenderse en consecuencia a qué nivel la lucha por la "visión del mundo" descendía tomando direcciones de este tipo. A este respecto, el límite principal fue el de un "naturalismo" que negaba toda verdadera trascendencia. Bastaba pensar que se condenaba como espíritu "no‑ario", sino "levantino", la distinción entre alma y cuerpo, postulando el racionalismo y su unidad esencial e indivisible. Algunos extraerán la consecuencia lógica negando la inmortalidad verdadera, para concebir más que una "inmortalidad según la raza". Se ve aquí como las consignas de la propaganda racial restaban la posibilidad clara de todo examen serio de las tradiciones de civilizaciones "arias" (indo‑europeas), pues en estas la transcendencia fue reconocida y sirvió a menudo de punto de referencia a virtudes étnicas a las cuales los ideólogos nacional‑socialistas dieron un valor puramente humano y, en el fondo, naturalista (ver a este respecto las perspectivas sin luz del "heroísmo trágico"). Las ideas de Nietzsche menos interesantes, jugaron también cierto papel en estas confusiones; por ejemplo, lo que se refiere al perjuicio anti‑ascético (cada vez que no se trate de una ascesis "inmanente", sino de una disciplina sobre sí ‑como si al margen de ésta no existiera más que una ascesis "masoquista" y mortificadora). Bastará señalar el absurdo que llega a formular un especialista, por lo demás indiscutiblemente cualificado como F.K. Ghunter, respecto al budismo: cuando los indo‑europeos (los arios) conquistaron la India las condiciones del medio y sobre todo las condiciones climáticas, hicieron que sus energías originariamente volcadas hacia la afirmación de la vida, conocieran un cambio de polaridad y fueran empleadas para negar la vida "que es sufrimiento" por medio del ascesis.

El estudio de los orígenes y la vuelta a los orígenes habría podido ser en ciertos medios nacional‑socialistas o próximos al movimiento, una exigencia positiva. Se trataba de los orígenes germánicos y nórdicos, pero la mentalidad y los prejuicios señalados antes fueron nuevos obstáculos para alcanzar este dominio, donde precedentemente, algunos apóstoles del germanismo se habían ya aventurado, con garantías de llegar a algo verdaderamente positivo. Haremos alusión a ciertas iniciativas cuando hablemos de las SS, pero en el marco del NSDAP no se fue mucho más lejos de la exhumación por carácter casi folclórico de ciertas viejas costumbres. Entre las manifestaciones de masas que frecuentemente presentaban un carácter espectacular y sugestivo, se celebró la ceremonia del fuego alumbrado ritualmente y el movimiento de una cruz gamada formada por grupos de hombres portando antorchas  en el estadio de Berlín el día del solsticio de verano. Se exhumaron así viejos símbolos germánicos, las runas que sirvieron de símbolos a algunas organizaciones (empezando por las SS) pero en el terreno de los símbolos ‑terreno de relaciones estrechas con la visión tradicional del mundo‑ las incomprensiones de la dimensión de la trascendencia representaban un handicap insuperable. Por ejemplo, para las runas su viejo significado "mágico" fue completamente olvidado. Además, en este terreno, es decir, en lo que respecta a la justa comprensión y a la utilización de los símbolos de los orígenes es preciso preguntarse si, a partir de Hitler, se habría entendido el sentido del símbolo central del nacional‑socialismo: la cruz gamada, la svástica. Según las palabras de Hitler, este fue el símbolo de la "misión de combatir para la victoria del hombre ario, para el triunfo de la idea del trabajo creado (sic) el cual ha sido y será antisemita". En esta interpretación verdaderamente primitiva y profana, no se contempla en absoluto los orígenes arios, ni se entiende lo que la svástica podría tener que ver con el "trabajo creador", jamás una interpretación así fue tenida en consideración por los antiguos arios. Baste añadir que este símbolo no figura solo en las regiones de cultura aria y, en segundo lugar, que un hecho no ha sido aclarado: la cruz gamada, en tanto que insigne del nacional‑socialismo, era invertida; tenía un movimiento de rotación en el sentido opuesto al que era comúnmente empleado, con una significación polar y solar. Se podría excluir la hipótesis según la cual se sabía, adoptando esta opción, lo que había sido avanzado por algunos, es decir, que el movimiento invertido afecta a los contenidos del signo como símbolo de potencia, mientras que el movimiento en sentido normal estaría en relación con la "sapiencia". Nociones de este género están absolutamente ausentes en Hitler y en quienes estuvieron próximos a él en el momento en que la cruz gamada fue elegida como símbolo del partido (1).

Si el Mein Kampf fue la biblia política e ideológica del nacional‑socialismo, la obra principal en lo que se refiere a la visión del mundo y a la interpretación de la historia fue, en el III Reich, El mito del siglo XX de Alfred Rosemberg. Es a él a quien se hizo referencia en más de un aspecto de cara al adoctrinamiento de las jóvenes generaciones. Este libro, en lo esencial, es una compilación a la cual se debe sin embargo reconocer ciertas cualidades de síntesis y algunas interpretaciones válidas; son utilizadas, entre otras, las investigaciones de Herman Wirth, sobre la pre‑historia nórdico‑atlántica y de Johan Jacob Bachofen sobre la morfología de las civilizaciones de la antigüedad. Pero, aunque se hiciera abstracción de las incomprensiones ya señaladas y de su anticatolicismo que se diría inspirado en el siglo de las luces, numerosos aspectos esbozados en el libro ofrecían armas al adversario. La situación no hacía más que empeorar a medida que, más allá de los horizontes de la alta antigüedad, Rosemberg se aproxima a los tiempos modernos, porque entonces la manipulación del conjunto en un sentido unilateralmente alemán y político se vuelve cada vez más precisa. Sea como fuere, El mito del siglo XX fue, bajo el III Reich la principal obra propuesta, aunque de manera no oficial, en el marco de la "lucha por la visión del mundo" (2).

Las diversas reservas críticas que hemos debido hacer aquí no impiden reconocer que, en este dominio, algo se ponía en marcha en el seno del III Reich y que nuevos horizontes eran explorados valientemente; pero las diferentes corrientes adolecían de falta de puntos de referencia adecuados o bien prejuicios y desviaciones los bloqueaban de partida. Es imposible decir si se hubiera dado una situación diferente en el caso de que el III Reich hubiera conocido una existencia más amplia y calmada gracias a elementos más cualificados y no esclavos de consignas corrientes, sobre todo los que caían en el germano‑racismo primario. En cuanto a la cuestión del "paganismo" utilizada como acusación dirigida contra algunas tendencias de este terreno, desde nuestro punto de vista sería necesario decir que, en principio, un cuestionamiento de ciertos aspectos de la visión cristiana y católica de los sagrado, de su visión de la vida y de la moral, son atacables pero no para descender de nivel y a este respecto, la contestación a la validez exclusiva del cristianismo habría debido tener como  contrapartida el reconocimiento de los contenidos sagrados y trascendentales presentes en lo que es herencia no cristiana y pre‑cristiana. De otra forma, había en esto un peligro: la visión no cristiana de la vida que se quería descubrir y recuperar era "pagana" pero en el sentido inferior que la apología cristiana había atribuido deliberadamente a todo lo que no era cristiano a fin de poder exaltar la nueva fe. Lo que en tal o cual medio era presentado como la "religión" o la "fe germánica" tenía, evidentemente, un fondo naturalista y panteista que lo colocaba en un nivel espiritual muy bajo.

 

 

 

Notas sobre el III Reich (04).Aspecto Racial y Cuestión Judía

Notas sobre el III Reich (04).Aspecto Racial y Cuestión Judía

Biblioteca Evoliana.- No es este un capítulo particularmente fvorable para la política nacional-socialista en estos dos terreno. Evola acusa l partido hitleriano de haberse reducido a la dimensión exclusivamente biológica de la doctrina sobre la raza, eludiendo el nivel espiritual de la cuestión. En cuanto al tema judío, Evola achaca al nacional-socialismo el tener una opinión simplista y errónea del papel del judaismo en la historia. En otras obras insistirá en este tema, especialmente en "Los hombres y las ruinas", afirmando que una de las técnicas de la subversión es crear "falsos señuelos".

 

CAPITULO IV

ASPECTO RACIAL Y CUESTION JUDIA

 

Debemos pasar ahora a un breve estudio de todo lo que se refiere en el Tercer Reich a la raza, a la visión del mundo y a la cuestión judía.

Ya hemos hecho alusión al fondo racial presentado por el concepto de VOLK, propio para engendrar una especie de "nacionalismo étnico" o "racial". El parágrafo 4 del programa original del partido nacional‑socialista distinguía ya, sobre una base biológico‑racial, al ciudadano propiamente dicho (REICHBURGER) del "dependiente del Estado" (STAATSANGEHORIGER) en los términos siguientes: "Debe ser considerado como ciudadano con plenos derechos solo quien es compañero de raza (VOLKSGENOSSE) y solo es tal quien es de sangre alemana al margen de su confesión religiosa". El concepto de "dependiente del Estado", por el contrario, no es más que jurídico; se refiere a todos los que están ligados por una simple pertenencia formal al Estado por el único hecho de que no son extranjeros. Hitler había juzgado escandaloso el hecho de que, durante tiempo, no se hubiera  tenido en cuenta del todo el fundamento étnico‑racial de la ciudadanía y que la adquisición de esta podía "llegar a la misma forma que la admisión en un círculo automovilístico"; bastaba, en suma, una "petición para que por decisión de un funcionario se hiciera lo que el mismo cielo no podría jamás realizar: una firma y un zulú o un mongol se convertirían en un alemán puro". El nacimiento en territorio alemán no podía facilitar más que la simple cualidad de "dependiente del Estado"; solo esto no debía dar derecho a asegurarle cargos públicos o ejercer una actividad política. Según los puntos de vista expuestos por Hitler en "Mein Kampf", para convertirse en "ciudadano", miembro verdadero del Reich, debería exigirse un elemento suplementario; debía reposar sobre la raza, la salud física y, luego, sobre una fidelidad solemne afirmada y probada  a la volksgemeinschaft, a la "comunidad racial". Solo podía ser concedido un "certificado de ciudadanía" el cual era "como el lazo que une a todas las clases y salvo todos los abismos". Hitler llegó a afirmar que "ser un barrendero en este Reich sería un honor mayor que ser rey en un país extranjero". Esas palabras y otras del mismo género, atestiguan el espíritu completamente plebeyo del fundador del nacional‑socialismo. Hitler ofrecía lo que era preciso para no importa que alemán no nacido de un cruce con sangre "no aria" levantara la cabeza. Además, el punto 6 del programa original del Partido Nazi decía: "El derecho de decidir la dirección del Estado no puede ser reconocido más que a los ciudadanos compañeros de raza. Pedimos, en consecuencia, que todas las funciones públicas en Reich, las provincias y los distritos sean ocupadas por ciudadanos del Reich".

Una vez conquistado el poder se inició la realización de este programa. Todos los funcionarios a los que no se podía aplicar la plena calificación de "compañeros de raza" (para lo que era necesario no tener entre sus antepasados hasta tres generaciones, sangre judía o de otra raza no aria) fueron retirados. La misma medida se aplicó luego a los funcionarios que, aun siendo "arios", hubieran contraído o lo contrajeron con una persona de raza no‑aria. En caso de matrimonio consumado de un funcionario, oficial, etc. casado con una mujer no‑aria antes de la promulgación de estas leyes, se daba la posibilidad de elegir entre el divorcio y la pérdida del empleo. En un primer tiempo, algunas excepciones fueron hechas para los combatientes o parientes de combatientes condecorados o caídos durante la primera guerra mundial. Otras excepciones pudieron ser tomadas en consideración por el Ministerio del Interior de acuerdo con un servicio especializado por funcionarios destacados en el extranjero para los cuales se seguía un criterio esencialmente discrecional y pragmático; en fin, ciertas excepciones eran dictadas por razón de Estado: afectaban a los que había adquirido grandes méritos a los ojos del Reich, a los que se otorgaba la curiosa cualificación de enhrenarier, "arios de honor", la cual, para ser coherente, hubiera debido tener como contrapartida la calificación enhrenjude, es decir, "judíos de honor, "levantino de honor", etc. que habría podido ser aplicado a los numerosos que aun, "arios" sobre el plano biológico, lo eran muy poco en cuanto al carácter, comportamiento o mentalidad.

Otras leyes extendieron medidas análogos más allá de la esfera política y estatal, hasta los dominios cultural, profesional y religioso incluso. Sobre este último punto, la "cláusula aria" hizo nacer conflictos tanto con los católicos como con los protestantes, porque en razón de esta cláusula los pastores y los demás religiosos de las dos iglesias que no tenían entre sus ancestros, hasta la tercera generación, sangre no‑aria, no eran autorizados para ejercer sus funciones bajo el III Reich. Esto era, naturalmente, inaceptable desde el punto de vista católico que sostiene la igualdad esencial de todas las criaturas y del carácter supra‑racial del sacerdocio establecido solo por un sacramento en el catolicismo. Solo los que se llamaron cristianos‑alemanes en el campo protestante aceptaron la nueva situación, votaron también ciertas leyes y eligieron obispos dependientes de un Episcopado Central del Reich, los cuales debían prestar juramento al jefe del Estado, es decir, a Hitler. En la misma perspectiva, algunos habían llegado a anhelar la creación de una "Iglesia Nacional Alemana" (Rosemberg, Hauer, Bergman, etc.).

La idea racial influenció de tal forma el plano político que Hitler escribió: "El Estado no es un fin sino un medio. Es la condición necesaria para la formación de una civilización humana superior, sin ser, sin embargo, el principio que crea esta civilización. Este principio, o esta causa, es solo la presencia de una raza que sea apta para la civilización. Aun cuando se encuentre sobre la tierra  centenares de Estados‑modelo que no existieran siquiera en el caso en que desapareciera el hombre ario portador de civilización, una sola civilización a la altura espiritual de las naciones superiores de hoy... debemos distinguir con el máximo de precisión el Estado, que es el "continente", la raza que es el "contenido". Este continente tiene sentido solo si es capaz de contener y proteger al contenido; en el caso contrario, no lo tiene". El objetivo primordial del Estado es pues "la defensa de la raza". De ahí las "leyes para la Defensa de la Sangre y del Honor Alemanes", de un lado prohibiendo los casamientos e incluso las uniones mixtas, a menos de querer sufrir las consecuencias; se quería proteger la sustancia racial de todos los ciudadanos del Reich contra las mezclas suplementarias alteradoras de la raza; de otro, diferentes medidas eugenésicas fueron adoptadas para impedir, en el seno mismo de los alemanes, de los "arios", una descendencia hereditaria tarada.

Se ve claramente el papel que jugaron en todo esto el "mito" y la confusión de la noción de "raza" con la de "nación" (lo que contribuía, en el fondo, a democratizar y degradar la noción de raza); además, no se cuida en absoluto de definir en términos positivos, e igualmente espirituales, la noción de "arianidad". Implícitamente se deja a cada alemán el derecho de pensar que él mismo será este "ario" al cual se atribuye la creación y el origen de toda civilización superior. Esto incitaba naturalmente a una nefasta arrogancia más que nacionalista (totalmente ajena a la derecha tradicional) que tuvo ciertamente una incontestable eficacia para la movilización emocional de las masas alemanas, pero también tuvo consecuencias deletéreas, como por ejemplo la política seguida por la Alemania nazi en los territorios ocupados, sobre la que insistiremos más adelante. En realidad, cuando los autores racistas más serios, hablan de "ario", contemplan una amplia especie en la cual el "alemán" (o también el "germano") no podía figurar más que como un género particular. H.S. Chamberlain, tenido en alta estima por Rosemberg, principal ideólogo del nazismo, había relacionado el "ario" con el "conjunto céltico‑germano‑eslavo".

La noción de raza tenía pues, en la propaganda de la legislación nacional‑socialista, un contenido indeterminado y subsistía una degradación colectivizante; pero, por lo demás, y menos oficialmente, otra orientación selectiva nació en el III Reich. El lector puede remitirse aquí a lo que ya hemos dicho estudiando el sentido, la finalidad y los aspectos aceptables del giro "racista" del fascismo italiano. El racismo, en general, era un simple expediente para reforzar la conciencia nacional ‑y a este respecto, tal como ya hemos apuntado, la actitud no era muy diferente de la que había tenido, por ejemplo, Inglaterra en su Imperio respecto a otras razas; pero dado que la doctrina moderna de la raza no estudia solo las grandes reparticiones antropológicas, sino también "razas" en tanto que articulaciones especiales en el interior de cada repartición  y en el interior de la raza "blanca" o "aria" misma, es preciso reconocer que si se refería a estas razas, Alemania no se presentaba como la expresión de una sola raza pura y homogénea, en general, sino como una mezcla de varias "razas" (en el sentido más diferenciado que acabamos de indicar). Es por ello que se pasa, por así decirlo, a un racismo de segundo grado. El colectivismo del volk y de la volksgemeinschaft ario‑alemana que era preciso delimitar, defender y utilizar de forma totalitaria a fuerza de gleichalstung, era superada gracias a la idea según la cual todos los componentes raciales del pueblo alemán no tenían el mismo valor que el elemento más cualificado, superior, el de la raza nórdica. Por otra parte, una acción destinada a favorecer en el III Reich a esta componente, a asegurarle posiciones dominantes, estaba prevista. Más allá del elemento biológico se tuvo en cuenta igualmente ciertos datos caractereológicos y una visión de la vida bien precisa y, por ello, fue forjado el término aufnordung, a saber "nordización" del pueblo alemán. Parecía necesario dar al pueblo alemán, para mejorarlo, una impronta esencialmente "nórdica". Si esta exigencia, en el seno del III Reich no tuvo nivel oficial propiamente dicho, un curso fue sin embargo mirada con simpatía en la cumbre y jugó un papel importante en ciertas organizaciones de las que hablaremos algo y en las SS en particular.

Sin embargo, el hombre de la calle alemán no carecía de buenas razones para hacer precisiones irónicas en relación con este hecho: por que en materia de raza, Hitler o tenía nada del puro tipo "nórdico", al igual que sus máximos colaboradores como Goebels, Himmler mismo, Ley, Borman, etc. (en el mejor de los casos podían encajar Rosemberg, Heidrich, von Sirach). Además,  Hindemburg y Bismarck eran físicamente de raza nórdica, pero de su variante "fálica", mientras que en Prusia el elemento nórdico estaba fuertemente mezclado con el elemento dinárico‑eslavo. Era más bien en el cuerpo de oficiales, en la aristocracia y en algunos linajes campesinos de provincias, donde el elemento nórdico era bastante reconocible.

De todas formas, en cuanto a la apreciación de conjunto del racismo alemán desde nuestro punto de vista, el juicio es el siguiente: es preciso ver una aberración demagógica en la pretensión germano‑aria que llevaba a pensar, como había afirmado Hitler, que ser "un barrendero del Reich debía ser considerado como un honor mayor que ser rey en un país extranjero". Esto no resta nada al hecho de que desde el punto de vista de la Derecha, una cierta conciencia racial equilibrada y una cierta dignidad de "raza" puedan ser juzgadas saludables, si se piensa el punto que hemos alcanzado hoy de exaltación de la negritud, con la psicosis anticolonialista y el fanatismo de la "integración": fenómenos paralelos a la decadencia de toda Europa y de Occidente. En segundo lugar, hemos reconocido ya, hablando del fascismo, que sería legítimo proponer el ideal de un nuevo tipo humano superior en el centro  de un proceso global de cristalización, de rectificación y de formación de la sustancia de una nación: a condición de no dar demasiada importancia en esta idea, al aspecto biológico, sino insistiendo sobre todo en la "raza del espíritu". Inversamente, en el racismo nacional‑socialista, fue precisamente el aspecto biológico el que ocupó una parte esencial. A causa de una deformación mental "cientifista" se creó la ilusión de que bastaba proceder a una profilaxis y erigir barreras contra los mestizages, sin olvidar las medidas eugenésicas, a fin de que las virtudes desaparecidas volvieran y que el hombre creador de una civilización superior reapareciera automáticamente. Hoy existen pueblos tales como los noruegos, suecos u holandeses, que presentan un grado elevado de pureza racial, incluso "nórdica", pero que están más o menos apagados interiormente, espiritualmente bastardizados, privados de las virtudes que en otro tiempo les caracterizaron.

Un punto esencial, que no puede ser olvidado aquí sino que es imposible eludir es el del antijudaismo nacional‑socialista y el juicio al que es preciso someterlo. Para Hitler el judío era el enemigo mortal de las razas arias y del pueblo alemán en particular; estimaba que el judío era portador de una fuerza que actuaba en un sentido destructor, subversivo, contaminador en el seno de las civilizaciones y de las sociedades, en el seno de las cuales buscaba asegurarse, además, poder e influencia. Debe reconocerse que el antisemitismo fue en Hitler como una idea fija, es imposible descubrir enteramente los orígenes de éste aspecto casi paranoico que tuvo dramáticas consecuencias. En sus escritos y discursos, Hitler atribuyó siempre al judío la causa de todos los males. Creía seriamente que el judío era el único obstáculo para la realización de una sociedad alemana ideal, e hizo de este tema un ingrediente esencial de su propaganda. Fuera del marxismo, para él, todo el bolchevismo era una creación y un instrumento del judaismo, incluida también la "plutocracia capitalista" occidental y la masonería: temas que en la época actual se habría debido ya reconocer su carácter unilateral. Hay motivos para preguntarse si, mediante esta, "fijación" Hitler no fue víctima de una de las tácticas de lo que hemos llamado "guerra oculta", táctica consistente en hacer que toda la atención se concentre sobre un sector particular donde actúan las fuerzas a combatir, desviando así de otros sectores donde la acción de estas fuerzas pueda entonces proseguir tranquilamente. No queremos decir con esto que la cuestión judía no existiera; por el contrario, pronto hablaremos de ella. Pero tal como Hitler la profesó, teniendo como antecedentes posiciones propias que hacía largo tiempo sostenía lo que se llamó el "movimiento alemán", el antisemitismo tomó la forma de un fanatismo obsesivo; si hoy muchos cometen el error de confundir racismo y antisemitismo esto se ha debido esencialmente al hitlerismo.

La actitud de Hitler creó una especie de círculo vicioso diabólico. Sus ideas sobre los judíos y la lucha contra ellos fueron ya declaradas en el primer programa del partido. Esto no pudo concentrar contra Alemania otra cosa que a todo el judaismo internacional ‑y tanto más cuanto el nazismo ganaba terreno‑ que, entre otras cosas controlaba buena parte de las grandes agencias de información. A  su vez, esta polarización reforzó el feroz antisemitismo de hitler, le facilitó los medios para una justificación y así sucesivamente. En Alemania, a parte de los medios ya señalados del "movimiento alemán", incluso si bien no existía una especial simpatía por los judíos y estos eran frecuentemente excluidos de puestos públicos y de diferentes organizaciones, el pueblo, en general, no alimentaba contra ellos un odio violento, contrariamente a lo que ocurría en Polonia y en la vieja Rusia (como se sabe en estos países se produjeron persecuciones masivas y crueles contra los judíos especialmente con los pogroms). En el III Reich nazi se redujo primero al boicot a los judíos, como si se tratara de un apartheid; el judío no era considerado como miembro de la volksgemeischaft, de la "comunidad étnico‑nacional" alemana, sino solo como un ciudadano de raza no‑aria, casi como un extranjero (para Hitler los judíos no eran alemanes de otra confesión religiosa, sino un pueblo aparte), se quería que vivieran separadamente, que tuvieran sus comercios, sus profesiones, sus escuelas, etc. y que se distanciaran de la sociedad aria, pues era preciso evitar que ejercieran actividades juzgadas parasitarias, materialistas, prevaricadoras y turbias. Se dejaba a los judíos que no se sentían atraídos por esta perspectiva,  abandonar el Reich pero no podían llevarse todos los bienes que habían adquirido. Sin embargo, el hecho ‑cosa que generalmente se silencia‑ es que para la mayor parte de las naciones, eran elementos indeseables y que les era muy difícil obtener un visado de entrada;  se conoce, por ejemplo, la tragedia de un mercante cargado de judíos alemanes que fue detenido en el límite de las aguas territoriales de los EE.UU. hundiéndose finalmente y durante la guerra, la otra tragedia de cierto número de judíos refugiados en Hungría que habrían podido escapar a su destino funesto si tras las negociaciones favorecidas por el mismo mando de las SS, el gobierno británico no hubiera rechazado acogerlos en Egipto. En general, la solución global e ideal para la cuestión judía se veía así: liberarse dando a los judíos una tierra, incluso se habló de Madagascar. Se sabe, por otra parte, que el Estado de Israel, realizando el "sionismo" no ha resuelto del todo esta función y hay quienes plantean aun hoy la cuestión judía ‑aunque las persecuciones sufridas por los judíos los hayan convertido en "intocables"‑ estiman que los judíos más peligrosos no piensan del todo confinarse en el territorio palestino y abandonar sus posiciones en los países occidentales donde están arraigados y tienen las manos libres y muchas posibilidades.

En el III Reich, las verdaderas persecuciones comenzaron en las represalias que fueron organizadas tras el asesinato en 1938 de un diplomático alemán de la Embajada de París, von Rath, por un judío, atentado cometido con un fin propagandístico. Dejando aparte devastaciones y excesos, esto favoreció la ocasión para promulgar duras leyes antihebreas que tuvieron como efecto endurecer hasta el límite la campaña llevada en el extranjero contra el III Reich, añadiendo así a la espiral un círculo suplementario. Italia misma, la Italia fascista amiga de Alemania se encontró implicada parcialmente, porque, como hemos dicho, esta campaña fue una de las causas que movieron a Mussolini a tomar medidas de tipo antisemita, más moderadas. Pero la liquidación física de judíos debe referirse esencialmente al período de la guerra y a los territorio ocupados, pues se estima generalmente que no quedaban en Alemania, en el inicio de las hostilidades, más de 25.000. Y por las masacres conocidas en un segundo tiempo por la mayoría del pueblo alemán, ninguna justificación, ninguna excusa, es concebible.

La cuestión judía presenta un aspecto social y un aspecto cultural. Bajo el primer aspecto no aparece más que en un período relativamente reciente, tras al revolución francesa y la emancipación de los judíos: antes, se podía hablar de un antisemitismo religioso que no tenía nada que ver con el antisemitismo social y racial (para los racistas modernos, un judío converso al cristianismo sigue siendo judío y debe ser obligado a considerarse como tal). Es la razón por la cual, desde el punto de vista de la Derecha no puede hacerse referencia a la actitud de los Estados de antes de la revolución francesa, Estados en los cuales el lealismo se encontraba en primer plano y no el origen étnico. Prusia mismo fue bastante liberal respecto a los judíos; en Inglaterra, figuraron judíos entre los conservadores, y es un judío, Disraeli, quien construyó en parte el Imperio Británico. En el Imperio de los Habsurgo, igualmente, el judío aunque no se beneficiaba de simpatías, tuvo concretamente bastante libertad. La tesis del antisemitismo social y nacional es que el judío emancipado habría aprovechado el espacio libre que se le habría concedido para dominar en dichas sociedades el antisemitismo; tuvo lugar como reacción provocada por el hecho de que los judíos, estrechamente solidarios, habían conseguido asegurarse la dirección gracias a posiciones en la vida económica, profesional y cultural, según proporciones que no tenían ninguna medida comparativa con el porcentaje numérico del grupo judío en relación al conjunto de la población "aria" de las diferentes naciones. En Alemania, en ciudades como Berlín, Frankfurt, Breslau, la proporción de abogados y médicos judíos parece haber alcanzado el 50%; en la Universidad de Berlín, la proporción de profesores de Derecho era de 15 judíos por 29 no judíos; en Medicina, 118 por 147. Además, en Viena y Bucarest, por ejemplo, existía poco más o menos la misma situación, los judíos eran igualmente muy numerosos en el periodismo y en la edición. En fin, la presencia de numerosos judíos entre los dirigentes del marxismo y del comunismo alemán era incontestable. Por lo demás, Metternich había notado ya que los judíos ocupaban puestos de importancia y eran "revolucionarios de primer orden" como "escritores, filósofos, poetas, oradores, publicistas y banqueros", añadiendo que iban probablemente a preparar un "porvenir nefasto" para Alemania.

Desde el punto de vista del liberalismo democrático no hay nada que decir de todo esto y toda limitación del numerus clausus parecía absurdo e injusto. La aparición de la cuestión judía se refería y se refiere al punto de vista precisamente, de un "nacionalismo étnico" y a la suposición de que el judío es un elemento extraño a la comunidad nacional. Pero de una manera más general el problema se plantearía en la posición a tomar frente a la "integración" en el caso, no solo de los judíos, sino también de elementos heterogéneos, tales como el negro. Y entonces, objetivamente, hay motivos para preguntarse si puede suponerse que a una población que no tenga simpatía por una cierta raza en función de sus aspectos específicos, físicos y de carácter deba ser impuesta la promiscuidad por medio de la "integración", en "homenaje a la libertad democrática". Es lo que hoy deberían plantearse en los EE.UU.

Por las exigencias antisemitas contra la invasión judía de hecho puestas de lado al igual que las reacciones a menudo instintivas de la población, si se desea ser imparcial, además de las proporciones numéricas en los puestos claves ‑estimados como injustos y peligrosos‑, haría falta demostrar que el hecho de ser judío da una impronta particular, negativa, a la actividad; en ciertas profesiones, por ejemplo la medicina y las ciencias naturales, sería difícil de demostrar. Sin embargo, por regla general, en todas las épocas de judaísmo en tanto que manera de ser, comportamiento y forma particular del carácter, ha sido reconocido que tratar a alguién de judío jamás se ha considerado como una alabanza. A un nivel más elevado, el antisemitismo tiene a la vista influencias juzgadas negativas en los dominios cultural, ético y político (limitémonos a citar dos nombre, Karl Marx y Sigmund Freud) y es en este terreno, donde la polémica se desarrolla. Sería preciso entonces definir el judaismo ante todo en términos generales y espirituales (lo que un judío genial Otto Weininger, había hecho precisamente) poniendo de relieve ciertos rasgos característicos que deberían ser los únicos en tenerse en cuenta a  fin de indicar contra qué hay que defenderse y de lo que hay que alejarse. Una investigación de este tipo podría incluso intentarse; en otra obra hemos indicado ya los elementos de análisis (J. Evola, Il mito della sangue, 2ª Ed., Milano, 1942). Cuando un antisemita de tendencia conservadora del período wilhemiano, Adolf Stocker, afirma en el Reichtag que la cuestión judía era un "problema ético", indicaba en el fondo un punto de referencia bastante próximo para plantear la cuestión de manera justa. Por otra parte, un escritor muy apreciado en los medios "nacional‑alemanes", Paul de Lagarde, había distinguido entre el judío fiel a su propia tradición, por el cual mantenía cierto respeto, del judío moderno secularizado. En realidad, cuando se hacía referencia a motivos éticos se apuntaba, únicamente, al judío moderno. Se le atribuía una visión materialista de la vida y una práctica análoga, la avidez por el dinero, la inclinación por una especulación sin escrúpulos (un sociólogo serio e ilustrado, liberado de las ideologías, como Werner Sombart, había ya estudiado las relaciones existentes entre el espíritu judío y el desarrollo del capitalismo moderno), el racionalismo y el "modernismo" bajo su aspecto corrosivo, antitradicional, la deshonestidad de una doble moral respecto a los no‑judíos, enfin todo lo que podía derivar, incluso sin una intención consciente, de su condición de hombre "desarraigado" (en consecuencia, igualmente sus relaciones con un cosmopolitismo y un internacionalismo juzgados como mortales para el volk y sus valores), eventualmente la sed de poder (como "supercompensación" de su complejo de inferioridad creado en él por la condición impuesta durante siglos al "pueblo elegido").

De manera más general, el racismo nacional‑socialista empleó continuamente en su batalla cultural arteigen y artfremd, es decir, conforme o ajeno a la naturaleza del volk. Pero a este respecto, una delimitación precisa y convincente, por otra parte difíl de realizar, falta; de hecho, toda una serie de aspectos de la civilización y de la cultura modernas son intrínsecamente negativas para todos valor y toda forma superiores. Es preciso igualmente recordar que si se puede encontrar la presencia de judíos en diferentes corrientes intelectuales, ideológicas y artísticas modernas que se resienten incontestablemente de una subversión y de una desnaturalización, nunca esta acción habría sido posible si el terreno no hubiera sido ya preparado desde mucho antes, no por judíos, sino por "arios", a menudo bajo formas irreversibles.

 

 

Notas sobre el III Reich (02).Carácter Populista del III Reich

Notas sobre el III Reich (02).Carácter Populista del III Reich

Biblioteca Evoliana.- Movimiento de masas, cesarismo, democratismo, fueron las características más acusadas del nacional-socialismo. Estas tendencias figuran en lo más negativo que Evola percibe en el partido hitleriano. Este mismo reproche ya había sido dirigido por Evola contra el fascismo italiano y lo reitera ahora con la misma fuerza, pues, si cabe, veía en la dinámica nacional-socialista, una extremización de estos rasgos problemáticos. En particular, Evola critica uno de los temas favoritos de la propaganda nacional-socialista: el de la "nobleza del trabajo". 

 

CAPITULO III

CARACTER POPULISTA DEL TERCER REICH

 

Pero si la tradición prusiana del Estado había sido abandonada, numerosos rasgos fundamentales del carácter y del estilo prusiano de la vida fueron recuperados y utilizados por el Tercer Reich: lo mismo que, cuando Prusia con el Segundo Reich, cesó de ser un reino independiente, se extendieron también a otras partes de Alemania. En consecuencia, si se quiere buscar la fórmula del éxito del Tercer Reich debe verse precisamente la relación entre estos dos elementos. El primero, fue la fanatización del VOLK, la masa, con el culto a su Führer, que alcanzaba en ocasiones grados próximos a la histeria. Puede recordarse, por ejemplo, como en el Día del partido en Nuremberg, Hess, lugarteniente del Führer, gritó de manera histérica: "¡Alemania es Hitler! ¡Hitler es Alemania!" siendo acogido por los gritos frenéticos de varios cientos de miles de personas, dando el aspecto de un verdadero fenómeno de posesión. Pero el segundo elemento, asociado a todo lo que una organización de las manifestaciones de masa de una grandeza sin igual favoreció, fue precisamente el patrimonio de ciertas disposiciones "prusianas" lo cual se buscó, a través de una acción paralela, a fin de mantenerlas vivientes en la colectividad y en las formaciones del partido; la REICHSWHER, por su parte, continuaba siendo la guardiana típica del espíritu prusiano y mantuvo una autonomía que se tradujo incluso en un cierto divorcio cuando Hitler, a decir verdad, con medios más bien turbios, reveló y reemplazó a los generales von Blomberg y von Fritsch de sus puestos de mando.

Fue a la acción convergente de estos dos factores que se debió el fermento unitario del estado hitleriano, pudiendo alcanzar así records excepcionales. Es una vulgaridad pensar que todo esto no existió más que gracias a la represión. No era la represión lo que hace nacer el impulso para tantas realizaciones que, como las Olimpiadas de 1936 fueron ofrecidas a la sincera admiración de los extranjeros, ni las virtudes de toda la población y de la FFAA, virtudes tales que hicieron falta seis años de una guerra despiadada contra una coalición casi del mundo entero para batir militarmente al Tercer Reich y gracias a las cuales se mantuvo hasta el final sin un grito ni una revuelta, con recuperaciones milagrosas tras cada destrucción y en medio del horror. Es preciso citar también ejemplos, como los de la Juventud Hitleriana movilizada, no ciertamente bajo las pistolas de la Gestapo y que participó en la defensa desesperada de Berlín, dando caza a los gigantestos carros de combate soviéticos T‑34; esta Juventud Hitleriana consiguió batir en retirada a una unidad blindada americana en el bosque de Teotoburgo tras haberle infringido grave  pérdidas, obteniendo por esta acción la Cruz de Hierro. Se podría naturalmente hablar de un fanatismo suscitado por métodos y fórmulas de un gran brujo; sin embargo, sin la contrapartida de un amor por la disciplina, del espíritu de entrega personal y eventualmente heroico, de la fidelidad ‑es decir de un factor esencialmente diferente, que es preciso referir a la SEGUNDA de las componentes antes consideradas‑ el conjunto no se explica. Naturalmente, existe también el punto de vista de quienes acusan a Hitler de haber abusado de las cualidades intrínsecas del alemán utilizándolas para llevarlos a una vía que desembocó en la ruina.

Pero estos aspectos salen del marco preciso en el interior del cual desearíamos mantener nuestras consideraciones. Nos interesa ahora estudiar brevemente y juzgar ciertos aspectos concretos del Tercer Reich y de sus instituciones.

En forma de asistencia social en beneficio de las clases inferiores, la Alemania hitleriana fue la vanguardia de todas las naciones, no teniendo a su lado más que a la Italia fascista. Esto encajaba directamente en la política de Hitler, deseoso de tener con él a la clase trabajadora, a la cual asegurará un máximo de bienestar, mientras que la utilización del insípido slogan sobre la "nobleza del trabajo" le da una "conciencia" particular. Pero en ocasiones se superó el objetivo hasta el punto de adelantar la invasión de esta plebe presuntuosa, que disponía de los medios que,en nuestros días, prolifera como una verdadera peste en la "sociedad de consumo". Quienes habían visto las masas de VOLKSGENOSSEN (compañeros de raza, de VOLK) "arios" del Kdf (iniciales de "la fuerza por la alegría") y  constatar la pretensión del trabajador berlinés "desproletarizado" y evolucionando no podía retener sino un escalofrío de horror ante la perspectiva de una Alemania que se hubiera desarrollado en este sentido (1)

Varias iniciativas nazis en favor de la solidaridad social y nacional tuvieron, a menudo, un carácter obligatorio, incluso si se quería hacer de ellas inciativas espontáneas. De todas estas la más lamentable fue la institución del ARBETIDIENT, del servicio de trabajo, que una ley del 26 de junio de 1935 volvía obligatoria para todos los jóvenes de ambos sexos. Con la intención de consolidar la VOLKSGEMEINSCHAFT, es decir, la comunidad social, bajo el signo del VOLK (pero no sin un cierto sadismo jacobino) se hace del servicio de trabajo, voluntario primeramente, una obligación general; se obliga a no importa que joven de uno u otro sexo a hacer un trabajo manual durante un cierto período en compañía de otros jóvenes procedentes de las clases sociales más variadas ‑un hijo de la aristocracia podía así encontrarse obligado a vivir en común con un campesino o un proletario en una granja o en una fábrica. Naturalmente, el efecto de este instrumento "de educación político‑nacional" fue a menudo opuesto al buscado. No es este el único terreno de invasión totalitaria de lo privado por lo público, invasión ya subrayada a propósito de ciertos aspectos del fascismo, con su concepción del "Estado ético" y pedagógico, la campaña demográfica, la obligación de emplear el "voi" (el "vosotros" en lugar de "ustedes") en la conversación. La presencia de un aspecto proletario en el nazismo es innegable, así como en la misma persona de Hitler, que no demuestra ninguno de los rasgos propios de un "señor". De un tipo aristocrático y "de raza". Este aspecto proletario e incluso vulgar del nacional‑socialismo, se evidenció frecuentemente de forma particular en Austria tras el ANSCHLUSS y la fase de pretensión "nacional" inconsiderada de los austriacos por la "Gran Alemania".

La GLEICHSALTUNG, la integración niveladora en vistas de una unificación totalitaria tuvo también efectos negativos en algunos campos particulares; lleva, por ejemplo, a la disolución obligatoria de las corporaciones estudiantiles, las cuales con sus costumbres, sus tradiciones de honor, su espíritu de cuerpo (especialmente entre los KORPSTUDENTEN), habían sido uno de los lugares de la formación del carácter de una clase superior. Toda la juventud estudiantil, por el contrario, fue encuadrada en una sola organización controlada por el partido.

En lo que respecta al dominio económico, Hitler había afirmado desde hacía largo tiempo que los problemas políticos y los que se referían a la visión de la vida tenían preeminencia sobre los problemas económicos. Había declarado que "el Estado no tiene nada que hacer con una concepción económica  y con un desarrollo dado de la economía", que "el Estado es un organismo del VOLK y no una organización económica". Había presentido muy pronto el peligro de que el sindicalismo podía convertirse en una fuerza política capaz de allanar la vía de la conquista del estado al marxismo. "El sindicato  nacional‑socialista ‑había escrito‑ no es un instrumento de lucha de clases, sino un órgano de representación profesional". Tras la toma del poder, Hitler dió valientemente el paso decisivo. El 1º de mayo fue solemnemente transformado en "fiesta nacional del trabajo" (imitación de la iniciativa análoga tomada por el fascismo italiano) tras una manifestación que suscitó mucho entusiasmo; al día siguiente, todas las sedes de los sindicatos fueron ocupadas tras una acción sorpresa y numerosos dirigentes sindicalistas fueron arrestados preventivamente. Los sindicatos "libres" fueron disueltos y sus bienes confiscados por el Estado. Apoyándonos sobre lo que hemos dicho respecto a las instituciones fascistas podemos juzgar positivas, desde nuestro punto de vista, una medida de este tipo. Tras esto, se procedió en Alemania a la reorganización del trabajo y de la economía gracias a la reconstrucción "corporativa" de las empresas. No hablando de ello subrayando los defectos del corporativismo estático fascista. En consecuencia, recordaremos solamente que el espíritu de la reforma (la cual tenía por antecedentes la revalorización de las estructuras orgánico‑corporativas medievales por diferentes representantes de la "revolución corporativa" como fundamento de una "tercera vía", más allá del capitalismo degenerado y del marxismo) era la superación del clasismo, y de la lucha de clases EN EL INTERIOR de cada empresa en la medida en que, en cada una de ellas, una solidaridad de intereses y deberes de todos los elementos debía entrar en vigor; se debía reafirmar igualmente el FUHRERPRINZIP, es decir, la relación entre un jefe (FUHRER, l jefe de empresa) y sus "seguidores" (los obreros y empleados), ligados por relaciones de fidelidad mutua. Para solventar eventuales desacuerdos y para todo lo que afectaba a los intereses nacionales, "delegados del trabajo", miembros del partido, fueron nombrados, la llamada a un "tribunal de honor" se contemplaba igualmente. Según los términos de la ley del 20 de enero de 1934, "en la empresa el empresario, en tanto que jefe (FUHRER) de la sociedad y los empleados y obreros a sus órdenes (GEFOLSGCHAFT) trabajarán concertadamente para alcanzar los objetivos de la empresa y para el bien común de la nación y del Estado". Por otra parte, las carencias de una gran empresa no eran considerados como un simple asunto privado; por el contrario, se veía incluso una especie de delito político. El reagrupamiento, en el seno del "frente del trabajo Alemán" de las diferentes empresas, en tanto que unidades autónomas, no era obligatorio en principio; no comportaba, de todas formas, una reglamentación supra‑ordenada, como en el corporativismo fascista. Ya en el programa original del partido, uno de los objetivos designados había sido la BRECHUNG DER ZINKNECHTSCHFT, expresión que podría traducirse por la eliminación de la servidumbre ejercida por el capital con sus tasas de interés. En otros términos, si se respetaba al capitalista‑empresario, cuya autoridad incluso se reforzaba sobre el plano moral y político, se atacaba al simple capitalismo financiero de "tipo judío", extraño al proceso de producción. Esta orientación, igualmente, puede ser puesta en el activo del nacional‑socialismo.

Además, en el marco mismo de las nuevas leyes del tercer Reich, la economía privada pudo desarrollarse con una gran libertad. Los grandes complejos industriales subsistieron y el sentido de la solidaridad de los diferentes elementos, sentido que había caracterizado estos complejos en el pasado, más allá del marxismo y del sindicalismo, fue reforzado. No se procede ni a nacionalizaciones, ni a socializaciones, algunos artículos radicales del programa del partido (artículo 13 y 14) fueron eliminados. Aquí, el principio de la "integración niveladora" encontró límites saludables, hasta el punto de que algunos pudieron hablar de colisión entre Hitler y los "barones de la industria".

En realidad, se trataba de un frente nacional donde cada uno mantenía su puesto y tenía una libertad de empresa fecunda y responsable. Bajo el tercer Reich, este sistema dió prueba de una extrema eficacia y superó todas las pruebas hasta el final. En cuanto al paro, no solo desapareció rápidamente sino que se llegó al extremo en ocasiones, de carácter de fuerzas productivas suficientes en el marco de las tareas confiadas por el Estado para la realización de los planes de reconstrucción, desarrollo y grandeza nacional.

En lo que respecta a la política comercial, en cierta medida el tercer Reich siguió también el principio de autarquía para asegurarse un máximo de independencia económica. La norma de Schacht, hombre de derecha y prestigioso profesor de economía fue que "no debe comprarse en los países en donde las mercancías estén a mejor mercado, sino en aquellos donde pueden pagarse con un máximo de exportaciones".

Otro aspecto positivo del Tercer Reich se refiere a las medidas en favor del campesinado. Es preciso recordar a este respecto que el campesinado de Europa Central había conservado una cierta dignidad que lo volvía diferente del de los países meridionales. Se podía declarar con orgullo: "Pertenezco a una vieja familia de campesinos". Hitler siguió las ideas de Walter Darré, que se convirtió en ministro de agricultura del Reich, respecto a la fórmula "sangre y tierra". Se veía en el campesino fiel a su tierra la fuente de fuerzas más sanas de la sangre, de la raza, del VOLK; sobre esta cuestión Darré había escrito un libro donde, en referencia a las antiguas civilizaciones indo‑europeas ("arias") había intentado el justificar esta idea (otra de sus obras, más tardía ‑aparecida en 1929‑ se titulada NOBLEZA DE SANGRE Y SUELO). Los antecedentes de esta corriente eran abundantes en Alemania. Puede recordarse las ideas "antimodernas" de S.H. Riehl, que había visto en el campesinado a la única capa social, junto a la nobleza, "no desarraigada". Se había forjado también la consigna "la tierra libera del dinero", que algunos grupos habían incluso intentado traducir bajo una forma utópica por la creación de colonias (SIEDELUNGEN). Por lo demás, esta situación lamentable había sido esquematizada de forma drástica desde fin de siglo pasado en la novela, nuy conocida de W. von Polenz, DER BUTTNERBALER. Esta describía la tragedia de un viejo campesino cuyo fondo ancestral, en razón de las deudas que había sido obligado a contraer, había perdido su propiedad, vendiéndola a un prestamista (un judío se utilizaba una representación tradicional del judío) miembro de un grupo de especuladores que hizo construir una fábrica. A este espectáculo no puede asistir impasible el viejo campesino que termina suicidándose. Pero durante el período de la República de Weimar, en ciertas regiones, como en Schleswing‑Holstein, se introdujeron movimientos de revuelta campesina, en razón de secuestros y requisas a los que no podían hacer frente al endeudamiento y a la presión fiscal.

Aunque el Tercer Reich no estaba en absoluto opuesto a la industria, se ocupó de prevenir enérgicamente el "desarraigo del campesino" (implícitamente su éxodo urbano), proteger la base natural de sus existencia, es decir, las tierras, no solo contra toda expropiación y especulación económica, sino también contra todo fraccionamiento y endeudamiento. El centro de esta política, fue el concepto de ETRBHOF, es decir, de una propiedad hereditaria inalienable, a transmitir a un solo heredero, al más cualificado (lo que a menudo correspondía ya a un uso secular): a conservar a través de generaciones "la herencia del linaje  en las manos de campesinos libres". El Estado estaba dispuesto a ayudar cuando ciertas circunstancias amenazaban  la existencia y la integridad  de este ERBHOF. Expropiaciones y participaciones de las grandes propiedades no fueron emprendidas más que en raros casos típicos de mala gestión. Para numerosas grandes propiedades se observó, por el contrario, el principio conservador y fueron protegidos bajo ciertas condiciones. En efecto, la base tradicional de los JUNKERS era precisamente la propiedad de las haciendas sobre el telón de fondo de un mundo prácticamente feudal. El Tercer Reich extendía así, en cierta forma, el principio que había conducido a federico el grande, en 1748, a promulgar leyes que prohibían, además del crecimiento del estado en detrimento de las haciendas de la nobleza, su alienación y comercialización, su recuperación en beneficio de la clase burguesa rica y especuladora. A penas es preciso decir que desde nuestro punto de vista, estas iniciativas del tercer Reich, marcadas por un espíritu sanamente antimoderno y en absoluto "totalitario", figuran entre las más positivas.

 

 

Notas sobre el III Reich 02). Nacional Socialismo y Revolución Conservadora

Notas sobre el III Reich 02). Nacional Socialismo y Revolución Conservadora

Biblioteca Evoliana.-Paralelamente a la irrupción del nacional-socialismo se había producido la aparición de un equipo de intelectuales que formaron parte de lo que se llamó "la revolución conservadora". Evola se sentía mucho más cerca de esta tendencia que del espíritu del partido nacional-socialista. De hecho, en el primer capítulo de "Los Hombres y las Ruinas", sostiene que la definición más exacta del "tradicionalismo político" es el que dió la "revolución conservadora", un movimiento de retorno -una "revolución"-  a los orígenes. En este segundo capítulo de "Notas Sobre el Tercer Reich", Evola aborda estos aspectos además de un análisis histórico del ascenso del NSDAP al poder.

 

CAPITULO II

NACIONAL SOCIALISMO
Y REVOLUCION CONSERVADORA

 

Tal era el marco global presentado por la Alemania anti‑marxista y no democrática antes de la aparición del partido nacional‑ socialista. Si, entre estas diferentes corrientes, hubiese existido un acuerdo y, sobre todo, si hubiera habido entre ellos, hombres poseedores de la talla de un jefe, a la altura de la situación una "revolución conservadora" habría sido posible tras el entierro de la República de Weimar y la liquidación de la social‑democracia.

Pero las cosas tomaron otro giro. La acción directa de Hitler sobre las masas ganó cada vez más terreno y tras las elecciones de 1930, encuentra a su disposición un partido y una reprentación parlamentaria (107 escaños del Reichtang) que estaba obligados a tener en cuenta.

Fue entonces cuando se realizó una coyuntura que, en cierta medida, debía ser fatal. La conquista progresiva del poder por Hitler tuvo lugar en el marco de una perfecta legalidad, sin que fuera preciso no siquiera el equivalente a una marcha sobre Roma como en el fascismo. Las fuerzas de derecha que tenían aún sólidas posiciones, estimaron que la mejor solución era la de una coalición con la intención, sin embargo, de servirse de alguna manera del nacional‑socialismo, el cual, a su vez, reconocía en la época no poder ir más lejos sin una entente con los nacional‑ alemanes y el Centro. Fue pues Hindemburg quien ofreció, a proposición de von Papen ‑también representante de la Derecha‑ la cancillería a Hitler, el mismo Papen sería nombrado vice‑ canciller. Hombres como Seldte, Düsterberg, von Neurath von Schwrerin‑Krosigk, von Blomberg y otros representantes de la derecha figuraron como ministros del Reich en el primer gabinete, se estimaba que era necesario mantener a Hitler en su lugar. Por otra parte, los desarrollos principales que debían precipitar la situación y dar nacimiento a un Reich nazi totalitario sobrevinieron cuando Hindenburg aún a la cabeza del estado, es decir, con su adhesión y sanción, dió el visto bueno. El hecho es que la concentración nacional de las fuerzas, la eliminación de la subversión y del informe parlamentarismo democrático, parecían, a los hombres de derecha igualmente, tareas fundamentales; es por ello que dejaron libre el campo a Hitler.

El primer paso fue franqueado en febrero de 1933. Con ocasión del incendio del Reichtang (acontecimiento sobre el cual jamás se ha conocido toda la verdad, pero que, en la época, fue atribuido a un comunista), un "Derecho para la protección de la nación y del Estado" fue promulgado, decreto esencialmente dirigido contra los comunistas; comportaba también la suspensión de ciertos artículos de la Constitución. El decreto, firmado por Hindemburg tenía un carácter legal. La acción concreta contra los comunistas no tuvo este carácter, en la medida en que no fue realizada solo por la policía, sino también por las S.A. y las S.S. hitlerianas por propia inicitativa, lo que dió lugar a excesos. Pero si ahora debemos formular un juicio desde el punto de vista general de la Derecha, deberíamos decir que en todo estado digno de este nombre medidas de este género se imponen en ciertas coyunturas. Es precisamente por que nada de este tipo fue hecho, para mayor gloria de la sacrosanta democracia, que en Italia, tras la segunda guerra mundial, el cáncer representado por el comunismo y sus compañeros de viaje ha tomado una amplitud alarmante y ha plantado sólidas raices hasta el punto de que su extirpación aparece como poco probable sin una verdadera guerra civil. Puede notarse, por el contrario, que la República Federal Alemana, tras la guerra (la de Bonn), ha dado muestras de clarividencia y espíritu de decisión: desde el punto de vista de la democracia misma, de una democracia mejor comprendida, ha prohibido el partido comunista.

tras la disolución del Reichtang, nuevas elecciones fueron fijadas y, desde la segunda sesión del parlamento, la aprobación del ERMACHTIGUNSGESETZ, de una ley que confería plenos poderes a Hitler y a su gobierno a costa de la "representación popular" en el sentido demo‑liberal del término, fue pedida. La ley se probó con 441 votos favorables contra 94 en contra, y es preciso hacer constar que estaban presentes en el Reichtang, además de los diputados nacional‑socialistas, los de diferentes partidos de centro y derecha; faltaron solo los comunistas y, de manera parcial, los socialistas, pero aun cuando estos hubieran estado presentes habría existido siempre la mayoría requerida de dos tercios contra ellos, para aprobar la ley:

Gracias a esto, Hitler tuvo las manos libres para iniciar la realización de sus programas. Hindemburg seguía siendo Jefe del Estado, se asiste a la disolución de los diferentes partidos en el marco de la GLEICHSCHALTUNG, es decir, de un alineamiento general que habría debido significar la unificación. Finalmente, el 14 de Julio de 1933, un decreto puso fin completamente al régimen de los partidos, prohibiendo la pertenencia a cualquier partido que no fuera el nacional‑socialista. El sistema de "partido único" concebido como la fuerza política portadora y organizadora del Reich era pues puesto en marcha.

Ya hemos expresado nuestra opinión sobre este sistema hablando del fascismo. En el caso de Alemania es preciso señalar, además, que el fin del parlamento y de los partidos no tuvo en contrapartida, como en Italia, la constitución de una Cámara Corporativa u otro organismo análogo. Solo las personas y las administraciones privadas representaban eventualmente otras orientaciones, la última instancia estaba siempre sin embargo encarnada por Hitler, sin que hubiera un verdadero órgano consultivo sobre el plano institucional. La idea según la cual el reichtang, en el porvenir, sería convertido en la expresión de varias corrientes en el interior del partido fue siempre incumplida. En el Tercer Reich, ciertamente, existieron tensiones que a veces hicieron que su sinergía y su unidad parecieran milagrosas, pero quedaron limitadas a las altas esferas del partido. Fueron las existentes entre Göering y Goebels, entre Ribbentrop y Himmler, entre Ley y algunos representantes de la gran industria, por ejemplo, por no hablar de la tensión entre la REICHSWEHR y las S.A., tensión suprimida en un primer tiempo de forma dramática y draconiana, como veremos más adelante.

En cuanto a la ley confiriendo los plenos poderes, quedó en vigor el fin en lugar de los cuatro años reclamados por Hitler para la "reconstrucción nacional". Incluso sin adheririnos al fetichismo del "Estado de Derecho" de inspiración liberal, se debe ver en esto un exceso; no puede perpetuarse y, en suma, no puede institucionalizarse lo que no puede ser legítimo más en situaciones particulares. Lazos éticos, necesariamente indeterminados y elásticos, de la responsabilidad directa de un lado (en la cumbre), de la confianza y de la fidelidad del otro, no pueden suplir a la legislación positiva que, incluso en un Estado autoritario de Derecha, debe ser contemplada a fin de prevenir el arbitrio "dictatorial". La presencia simultánea de una autoridad supra‑ordenada, al menos la que encarnaba Hindemburg, parecía ser una condición indispensable.

Una iniciativa tomada por Hitler durante el período en que Hindemburg era aún jefe del estado tuvo un carácter anti‑ tradicional: fue la GLEICHSCHALTUNG de los LANDER, es decir, de las diversas unidades regionales que correspondía, con su autonomía y su soberanía parciales a los diferentes reinos principados y ciudades libres de la federación que componían el Segundo Reich, estando Prusia en posición dominante. Una tras otra, estas autonomías fueron abolidas, los diferentes LANDER fueron integrados en el gobierno central bajo la forma de los GALE, circunscripciones a la cabeza de las cuales habían funcionarios del gobierno central del reich y no representantes de las comunidades respectivas. Prusia fue la primera en sufrir esta suerte. Von Papen, representante de la derecha, se prestó desgraciadamente a esta maniobra. Incluso Hindemburg no encontró nada que decir a todo esto. Centralismo, pues, y nivelación. Una vez más, la coartada fue la necesidad de una organización total de todas las fuerzas en vistas del máximo de eficacia, y se la pone también de relieve el hecho de que Alemania era así, por primera vez en su historia una "nación" unificada (en el sentido del nacionalismo moderno). pero, desde nuestro punto de vista, el aspecto negativo de una iniciativa así, es claro, pues era el sistema precedente ‑una autoridad central supraordenada asociada a una articulación de unidades políticas menores gozando de cierta autonomía‑ el que tenía un carácter orgánico y cualitativo, tradicional en el sentido superior. Y, a este respecto, es precisamente Alemania quien había ofrecido, de todas las naciones europeas modernas, un ejemplo más típico.

Un episodio debe ser recordado aquí por que muestra l doble rostro del hitlerismo en este primer período: los acontecimientos del 30 de junio de 1934. Este día y precisamente durante la noche que fue llamada "de los cuchillos largos", un cierto número de personalidades fueron eliminadas gracias a los métodos expeditivos de las S.S. Entre ellos figuraban los elementos que no tenían la misma orientación política; además del ex‑canciller von Schleichen, hombres de la derecha como von Bösse, von der Decken, von Alvensleben, un secretario de von Papen, Edgar Jung. Pero el significado dado a la operación fue el siguiente: entre las SA, las camisas pardas, cuyo jefe era Ernst Rohem, se había extendido la idea de una "segunda revolución" o de un segundo momento de la revolución; se denunciaba la supervivencia, en el seno del reich de grupos "reaccionarios" que eran los de la derecha y una convivencia de Hitler con los "barones del ejército y de la industria". Era la RECHSWEHR, con sus altas jerarquías, sus relaciones con la aristocracia de los JUNKERS, a quienes se dirigían principalmente; se deseaban oponer a la REICHSWEHR, resto del antiguo régimen, para reemplazarla por un nuevo "ejército popular", un VOLKSHEER revolucionario en la pura línea nacional‑socialista (como idea, algo próxima al ejército tal como se le concibe hoy en la China maoista), y se quería suprimir al tipo "reaccionario" del oficial en beneficio del nuevo "soldado político" nacional‑socialista. El 30 de junio de 1934 esencialmente lo que se contempló fue el aplastamiento de esta corriente radical del partido y de su presunto complot. Rohem, jefe de las SA y antiguo amigo íntimo de Hitler, así como Gregor Strasser, organizador de las Camisas Pardas de Berlín, perdieron la vida. es significativo que Hindemburg, no viendo evidentemente más que este aspecto de la acción draconiana de Hitler ‑acción favorable a la clase que representaba y que fue seguida por el desarme de las SA‑ no dudó en agradecer a Hitler mismo, su intervención "valiente contra los traidores" que habían intentado poner en peligro la unidad del reich. Göering igualmente recibió un mensaje de Hindemburg, redactado en términos análogos.

Fue con la muerte de Hindemburg (2 de Agosto de 1934) que los acontecimientos se precipitaron y como se llegó al cambio institucional y a la instauración de un puro FUHRER‑STAAT (Estado del Führer) totalitario. Hitler reclama para sí y reune en su persona los cargos de presidente del Reich (el que había asumido Hindemburg) y la carga que ya tenía de canciller, aún permaneciendo como jefe supremo del partido nacional‑socialista. pero aquí también la sanción democrática no falta. Un plebiscito nacional aprueba el cambio con una mayoría del 90% de los sufragios (mayoría que no puiede ser explicada solo por la coacción ‑no pudo ser así por que el porcentaje no fue muy diferente en las regiones y ciudades aún bajo control extranjero‑ sino que fue debido, más bien, a un espectacular aparato de propaganda). Entre otros cargos, Hitler se convirtió igualmente en comandante en jefe de las fuerzas armadas y le fue consecuentemente prestado juramento de "obediencia incondicional", juramento que, teniendo todo el peso que le daba la tradición, debía representar luego una pesada hipoteca.

El Tercer Reich es pues presentado bajo la forma de una dictadura popular, el poder estaba en manos de un solo individuo privado de toda legitimidad superior, extrayendo solamente del VOLK y de su consenso el origen de su poder. Tal es la esencia del FUHRERPRINZIP. Con él, se habría querido volver a una tradición del tiempo de los germanos, estableciendo la relación entre el jefe y quienes la siguen mediante un lazo de fidelidad. Pero se olvidaba  en primer luagr que este lazo no se establecía entonces más que en caso de necesidad o en vista de objetivos militares determinados y que, al igual que la dictadura del primer período romano, el Führer (DUX o HERETIGO) no tenía un carácter permanente; en segundo lugar, por que los "partisanos" eran los diferentes jefes de los linajes, no una masa, un VOLK; en tercer lugar, por que en la antigua constitución germánica, había, fuera del jefe excepcional que podía exigir una obediencia incondicional en ciertas circunstancias ‑fuera del DUX O HERETIGO‑ el REX poseedor de una dignidad superior en razón de su origen. Todo esto, lo hemos ya recordado hablando de la "Dyarquía", que se estableció bajo el fascismo en razón de la presencia de la monarquía, dyarquía a la cual hemos atribuido un valor positivo. En cuanto a Hitler, alimentaba una aversión fundamental por la monarquía y, tal como hemos señalado, su problemática contra el Imperio de los Hausburgo fue, a menudo, de una vulgaridad inigualable. par él, solo el VOLK, del cual había tomado la cabeza y del que estimaba ser el representante directa, sin intermediario, quien debía seguirle ciegamente, era el origen de su legitimidad. Ningún otro principio existía ni era tolerado por él. Se puede hablar en justicia de una dictadura populista considerada gracias al instrumento del partido único y del mito del Volk. No solo las antiguas tradiciones germánicas, sino también el concepto de Reich y, como veremos, el de raza fueron traducidos por Hitler sobre el plano de la masa, lo que provoca su degradación y deformación. Se adivinaron, sin embargo, en este marco, instrumentos de gran eficacia. Una de las razones del éxito de Hitler, es que supo dar un valor para las masas, para el VOLK, a ideas y símbolos pertenecientes a un patrimonio alemán superior y que conservaban, a pesar de todo una cierta fuerza en el inconsciente colectivo.

Bajo esta relación es evidente que no había gran cosa de válido a recoger objetivamente, más allá de la contingencia histórica del tercer Reich. Todo gravitaba entorno a un hombre de capacidades excepcionales para captar, transportar, activar y fanatizar al pueblo; él mismo presentaba bajo más de un aspecto, los rasgos de un poseso, como si una fuerza superior actuara a través suyo concediéndole una lucidez y una lógica inhumanas en la acción, pero privándole también de todo sentido del límite. Son estos rasgos de carácter los que diferenciaban profundamente a Hitler de Mussolini, pues en este último los rasgos de una persona que mantenía el control de sí y una cierta distancia en la utilización de las situaciones se evidenciaba más claramente. Naturalmente, para un sistema que gravitaba en torno al Führer, como era el Tercer Reich, una estabilidad futura era inconcebible. Constitucionalmente, se habría podido tener solamente una especie de tribunado del pueblo. Pero en realidad, si no hubiese ocurrido el desastre militar, un vacío habría quedado tras la muerte de Hitler, existiendo la imposibilidad de hacer surgir a petición y en serie, hombres poseedores de las mismas cualidades individuales excepcionales, cualidades que, solas, le aseguraban el poder y hacían de él el centro de gravedad del sistema. El FUHRER‑STAAT habría debido dar nacimiento necesariamente a un orden diferente. Tanto como Hitler vivió y tanto como la fortuna le asistió, su fuerza galvanizadora consiguió tener ligado el todo y dar lugar a marcas increíbles hasta última hora, hasta el borde del abismo; pero el total hundimiento ideológico de Alemania tras 1945 ‑no comparable al que siguió tras su derrota en la primera guerra mundial‑ cuando esta tensión faltó, prueba como la acción magnética de masa había penetrado poco, fuera de la contrapartida de los "mitos" y de la rigurosa organización totalitaria.

Fue a partir de este momento, tras la afirmación del FUHRER‑STAAT después de la muerte de Hindemburg, que diferentes representante de la "revolución conservadora" reconocieron claramente la oposición existente entre ciertos de sus ideales y el Estado nuevo y vieron en esta una confusión o una profanación de los primeros, que marcaba una ruptura con la tradición precedente; entre ellos algunos abandonaron Alemania (tal como Hermann Rausching, antiguo presidente nazi del senado de Danzing, que atacó violentamente al Tercer Reich en 1936 en un libro publicado en el extranjero y titulado La revolución del nihilismo; otros permanecieron pero se refugiaron en el silencio o se ocuparon solo de literatura (tales como von Salomon), otros en fin, sufrieron persecuciones. Si hubo quienes ‑y en gran número‑ siguieron en la ciudadela, es por que tenían la esperanza de una rectificación progresiva y de una acentuación de todo lo que estaba más o menos ligado a sus ideas en el seno del tercer reich.

En efecto, la tradición prusiana había tenido como propio el principio consistente en no actuar POR  el pueblo, sino manteniéndolo a distancia: no A TRAVES del pueblo, siendo llevando por él tras haberlo politizado y fanatizado de forma adecuada, según el modelo típicamente jacobino. Este principio había sido también el fundamento de lo que se llamó el "socialismo prusiano", o también la "monarquía social" de los Hohenzollern. Con el FUHRER‑STAAT, con la autoridad que, al menos en la ideología, venía de la masa o de la colectividad del VOLK, y con el tandem inarticulado VOLK‑FUHRER, se encontraba en una orientación opuesta a la que había dado nacimiento a la misma Prusia y que había sido fundamental bajo el segundo Reich. En efecto, Prusia había sido creada por una dinastía teniendo como espina dorsal la nobleza, el ejército y la alta adminsitración. No la "nación", no el VOLK como elemento primario, sino al contrario al Estado más que la tierrra o un ETHNOS, representaba la base verdadera y el principio unificador. Nada de todo esto ‑al menos sobre el plano de la ideología política general‑ existió en el hitlerismo. El Estado fue concebido como una realidad secundaria, como un medio, siendo la fuerza formadora primaria, fuerza arrebatadora, el VOLK con su representante y su encarnación, el Führer. Es también por esto que algunos han podido revelar con razón una diferencia entre la doctrina nacional‑socialista y la del fascismo italiano; pues esta, a pesar de la ausencia de un antecedente comparable, siguió de lejos a la tradición prusiana, pues acordaba ‑como hemos visto‑ la primacía al Estado y no a la "nación" y al "pueblo". Para algunos autores nazis, cuya pretensión no tenía parangón más que con su ignorancia de la misma historia de su país., este aspecto del fascismo habría sido un rasgo "romano", ajeno a la "naturaleza alemana". De donde, aquí también, derivará el ataque contra las estructuras estéticas supranacionales, tal como la que había representado el Imperio de los Hausburgo. EIN REICH, EIN VOLK, EIN FUHRER ‑un solo pueblo, unificado en un solo Reich, que sigue su Führer ésta fue la consigna fundamental de este sistema. Una consigna que, en su obstinación ciega para reagrupar a todos los alemanes habitantes fuera de las fronteras del estado, debía llevar a la aventura cuya conclusión fue la catástrofe, tras el breve espejismo de la GROSS DEUTSCHLAND; una consigna, en fin, destinada a entrar en contradicción consigo misma, como cuando el Tercer Reich ‑en razón de un renacimiento más o menos pangermanista y hegemonista y de la teoría expansionista del "espacio vital"‑ reafirma su poder sobre los terrritorios situados más allá de los límites de este DETSCHIUM, de esta "germanidad" étnica en el interior de la cual, en teoría, habría debido existir.

Observando retrospectivamente este período, un escritor que había formado parte de la Brigada Ehrhardt, implicado luego en el asesinato de Rathenau, Ernst von Salomon, ha escrito: "Comprendimos que la primera tentativa seria y grande del movimiento nacional para provocar un giro en la situación alemana procediendo de lo alto, a partir del Estado ‑es decir, más o menos, en el sentido anhelado por los representantes de la "revolución conservadora", había fracasado a causa de este hombre, a causa de Adolf Hitler". Pero él y otros (Armin Mohler por ejemplo) reconocieron también que el fracaso fue debido, de hecho, a que no gustaba nada a los medios de la Derecha el emplear los métodos adoptados por Hitler para tener las masas de sus lado (estos métodos, por lo demás, jamás hubieran sido utilizados con habilidad por los medios de la "revolución conservadora"). Hacerse llevar por un movimiento de masas, que era preciso politizar y fanatizar por la propaganda abandonando todo escrúpulo, era lo contrario de su mentalidad anti‑ demagógica, esto les parecía como algo "muy sucio". De ahí su posición de inferioridad frente a Hitler que, por el contrario, había comprendido la situación ligada a la época. Ya lo hemos dicho: ante este estado de cosas, los elementos guardianes de la tradición tuvieron la ilusión de poder manipular a Hitler (al igual que el rey de Italia creyó poder hacer la revolución nacional a través de Mussolini), pero, en cierta medida, fue lo contrario, lo que ocurrió.

 

Notas sobre el III Reich (01). El concepto del "Volk" y Comunidad Popular

Notas sobre el III Reich (01). El concepto del "Volk" y Comunidad Popular

Bibblioteca Evoliana.- Evola acomete su crítica al Tercer Reich partiendo del concepto de "Volk". Como se sabe el concepto tradicional da prioridad al Estado sobre la "nación" o sobre el "pueblo". Fue a partir de la Revolución Francesa cuando la burguesía impuso su primacía social y generó el concepto de "nación". Más tarde, la revolución de 1848 confirmó esta tendencia. Detrás del concepto "nación" se percibe la idea del "demos". El mismo nombre de "nacional-socialista" que asumió el partido de Hitler ya es suficientemente elocuente de por donde iba lo esencial de sus preocupaciones.

 

CAPITULO I

EL CONCEPTO DEL "VOLK" Y COMUNIDAD POPULAR.

Puede hacerse abstracción de las fuerzas políticas social‑ demócratas y liberales de la república de Weimar, fuerzas cuya inadecuación y fragilidad fueron cada vez más manifiestas, así como su incapacidad para salir del marasmo social, consecuencia fatal de la derrota alemana, del hundimiento del régimen precedente, de las cláusulas funestas del Tratado de Versalles y del paro creciente. Solo este clima había permitido al marxismo y, en parte, al comunismo, asentarse, en la postguerra, más firmemente en el pasado; se trataba, por lo demás, de un "fenómeno de coyuntura", que habría podido conocer desarrollos determinantes y alarmantes si no hubiese existido una intervención para cambiar el curso de las cosas sobre el plano concreto, social.

El hecho de que el partido de Hitler eligiera como denominación la de Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP) indica en que sentido se orientó la propaganda hitleriana; buscó atraer a las masas obreras alemanas arrancándolas del marxismo internacional, proponiéndoles una solución "nacional", "alemana", a sus problemas. Los autores que estiman que la reunión o síntesis (ya contemplada por Sorel) de lo "nacional" y lo "social" (o de lo "socialista") es, en general, la característica de los diferentes "fascismo" del período precedente, no se equivocan. Esta característica puede haber sido la fórmula gracias a la cual Hitler dispuso de un gran partido de masas como fuerza determinante. Pero es superfluo decir que reduciendo a esto todos estos movimientos se olvida los elementos que son desde nuestro punto de vista, lo más importantes. Y respecto a Alemania es necesario ser más precisos.

Es necesario, en efecto, ponerse de acuerdo sobre lo que Hitler entendía por "nacional". Puede decirse que en Alemania el nacionalismo democrático y de masas, de tipo moderno, no fue más que en una aparición furtiva. Precisamente fue Napoleón, un "revolucionario imperialista", quien provocó este fenómeno por contagio o contragolpe, pues durante las guerras de liberación contra el invasor francés, se despertaron entre los alemanes sentimientos propiamente nacionalistas, más allá de las estructuras lealistas, dinásticas y tradicionales, las cuales tenían como centro de gravedad el Estado, y no el "pueblo" o la "nación". Pero el "nacionalismo", tomando en este sentido con un su basamento democrático, no va más lejos que el fenómeno del fugaz parlamento de Frankfurt en 1848, en relación con los movimientos revolucionarios que, durante este período, sirvieron en toda Europa (un hecho significativo, es que el rey de Prusia Federico Guillermo IV rechazo la oferta, que le había hecho este parlamento, de ponerse a la cabeza de toda Alemania por que aceptándolo habría aceptado también el principio democrático ‑el poder conferido por una representación popular‑ renunciando así a su derecho legítimo, fue restringido solo a Prusia). Y Bismarck, creando el Segundo Reich, no exige del todo una "base nacional", sino que vió por el contrario en esta ideología el origen de peligrosos desórdenes para las monarquías europeas, mientras que los conservadores de la KREUZZEITUNG percibían en el nacionalismo un fenómeno "naturalista" y regresivo, exterior a la más alta concepción y a la más alta tradición del estado.

Pero es una corriente diferente, precedentemente confinada en grupos poco importantes, la que es necesario considerar. Debe precisarse el significado de la palabra "nacional" expresada por el término alemán VOLKISCH, tal como fue utilizado en estos medios. Se podría hablar aquí de un "nacionalismo étnico" en la medida en el que VOLK (de donde proceden VOLKISCH y VOKSTRUM) fue entendido como una especie de entidad determinada por una raza común y cuya identidad se mantendría a través de los siglos. Se podría remitir también a la concepción romántica de la nación, al concepto de VOLK formulado por le mismo Fichte en sus DISCURSOS A LA NACION ALEMANA, no sin relación con la lucha de liberación. tras Fichte, Arndt, Jhan y Lange (1) desarrollarán el mismo tema, un DUTSCHBUND (desde 1894) y un VOLKISCHE BEWEGUNG fueron creados, la idea de la nación‑raza no estaba limitada a un "uso interno", sino que adquiría en ocasiones connotaciones pangermanistas. Se adoptaron en ocasiones tomas de posición antisemitas en nombre del VOLK. Aquí está en cierta forma, el origen del "racismo" alemán.

Sea como fuere, el término "nacional" no tuvo en Alemania el mismo sentido que en el resto de occidente; es en la connotación VOLKISCH donde es preciso ver el antecedente que tuvo una parte muy importante en el hitlerismo. Hitler habla siempre del VOLK, del pueblo‑raza, que será la consigna de su III Reich, en el cual jugará además, un papel muy problemático.

Es así que la relación establecida por Hitler, entre "nacional" y "social" tuvo un carácter particular. Mientras que estigmatizada de un lado el marxismo como un movimiento antinacional mortífero para el VOLKSTRUM alemán, apela del otro a una especie de orgullo nacional‑racial alemán y proclama un "socialismo nacional" que como indica la designación original del partido, tuvo primeramente en el punto de mira, esencialmente, a las masas y clases trabajadoras. Este fue pues el primer componente del nazismo. Por regla general, la condición de "desarraigo" y alienación del individuo y de las masas fue rodeada de esta especie de a lo místico.

Pero otros elementos, otros antecedentes, muy diferentes sobre el plano del espíritu y de los orígenes, deben ser considerados. Tras la primera guerra mundial la situación en Alemania era sensiblemente diferente de la de Italia. Como ya se ha dicho, Mussolini debió crear un partido de la nada, es decir que para combatir la subversión roja y poner en pie el estado no podía referirse a ninguna tradición, en el sentido más elevado del término. Además lo que estaba amenazado, no era más que la prolongación de la pequeña Italia democrática y liberal del siglo XIX, con una herencia del Risorgimento que se resentía de las ideologías de la Revolución Francesa, con una monarquía que reinaba pero no gobernaba y sin sólidas articulaciones sociales. En Alemania, no ocurría lo mismo. Incluso tras el hundimiento militar y la revolución de 1918, y a pesar del marasmo social, subsistieron aun estructuras profundamente arraigadas en el mundo jerárquico, en ocasiones todavía feudal, centrado sobre los valores del Estado y de su autoridad, que formaban parte de la tradición precedente, y del prusianismo en particular; esta tradición era la que hacía que a los ojos de las democracias occidentales los Imperios centrales apareciesen como un "insoportable residuo de oscurantismo". En efecto, las ideas de la Revolución Francesa no se implantaron nunca en profundidad en la Europa Central a diferencia de otros regímenes europeos.

Siempre tras 1918 y antes del advenimiento de Hitler, existieron en primer lugar intelectuales que, hablando de esta herencia tradicional, buscaron promover un movimiento a la vez de renovación y de restauración. Aquí también se pensaba en una revolución, no en el sentido progresista y subversivo, sino como una superación de lo negativo, de lo que estaba esclerotizado y de lo que, en el régimen precedente, había perdido en parte sus posibilidades vitales originales, para resentirse, por el contrario, del advenimiento de la nueva edad industrial. De ahí la fórmula empleada de "revolución conservadora". No se trataba de una simple regresión al pasado; lo que era preciso conservar, no eran ciertas formas históricas, sino lo que tuviera un valor imperecedero. Möeller van den Bruck (muerto hacia 1925), que fue uno de los principales representantes de esta corriente, escribía justamente que "ser conservador no quiere decir permanecer ligado a lo que ha sido, sino vivir y actuar hablando de lo que tiene un valor eterno". La orientación espiritualista prevalecía en estos medios. El énfasis era puesto sobre una revolución, ante todo espiritual.

El término "Tercer Reich" que debía ser recuperado por Hitler, fue precisamente forjado por Van den Bruck, y es también el título de su libro aparecido en 1923 (el título de otra de sus obras, publicado poco antes de su muerte, es DAS EWINGE REICH, es decir, el reich eterno, y es posible que ciertos delirios "milenaristas" de Hitler no estuvieran sin relación con la lectura de este libro). En estos grupo se hablada también de una "Alemania Secreta" (GEHEIMES DEUTSCHLAND) que se mantenía a través de las contingencias históricas y que se trataba de evocar. El primer Reich había sido el Sacro Imperio Romano, el Segundo Imperio Alemán fue fundado por Bismarck en 1871 y continuó con Guillermo II, hasta la primera guerra mundial; el Tercer Reich habría debido nacer de la superación de todo lo que había tenido de inauténtico la época de Guillermo. La República de Weimar era considerada como un simple interregno y el terreno era virgen para una nueva creación política. Se trataría aquí de exigencias propias, sobre todo, de los medios intelectuales. Pero deben ser consideradas también como formando parte de los antecedentes del Tercer Reich.

Otra corriente presentaba por el contrario aspectos fuertemente existenciales y su origen debe ser buscado en lo que se llamó la "generación del frente". La Alemania de la inmediata postguerra conoció a un F.M. Remarque, autor del tristemente célebre libro derrotista Sin novedad en el frente, pero también un anti‑ Remarque, en relación con la profesión de fe de los combatientes que, en la guerra como EXPERIENCIA, no habían vivido algo que les "había destrozado incluso aunque las granadas les hubieran respetado" (estas son palabras de remarque), sino más bien una prueba que había provocado en los mejores un proceso de purificación y de liberación. Tal era la idea de un Thomas Mann, de un Fraz Schauweker, de un H. Fisher pero sobre todo de un Ernst Jünger, combatiente voluntario condecorado y herido en numerosas ocasiones, antes de que se convirtiera en escritor. Para Jünger, la Gran Guerra había sido destructora y nihilista, pero solo de todo lo que es retórica, "idealismo", grandes palabras hipócritas, concepción burguesa de la existencia. Para una cierta generación, la guerra, a la inversa, había sido el origen de un "realismo heróico", el crisol en el cual habían tomado forma, "en medio de tempestades de acero", un tipo humano nuevo que Jünger describía y al cual el porvenir, creía, le estaba prometido. En efecto, el desarrollo de ideas análogas en un marco que no estaba limitado a la guerra, sino que abrazaba toda la existencia, fue facilitado por Jünger en su libro DER ARBEITER, el cual tuvo una gran resonancia en Alemania antes del adversario de Hitler (2). Aunque en términos diferentes e insistiendo sobre la necesidad de llegar primero, por un "nihilismo positivo", al punto cero de todos los valores del mundo burgués, en el fondo la perspectiva última era, aquí también, la de un nuevo Reich rigurosamente organizado, cuya espina dorsal y su fuerza formadora hubieran sido un tipo humano nuevo.

Fuera de estas formulaciones teóricas, la "generación del frente no destrozada" había ya dado nacimiento a los FREIKORPS, a los cuerpos de voluntarios que, tras 1918, combatieron contra el bolchevismo en las regiones orientales y bálticas en las fronteras mal definidas (una de las tropas más famosas fue la brigada del comandante Ehrhart), sino también en el interior, contribuyendo así al aplastamiento de las tentativas de revolución comunista y "espartakista".

Sin embargo, sobre un plano ya más político, otras fuerzas tuvieron mucha más importancia, los antiguos combatientes de la Derecha nacional, reunidos en el STANHELM (el "caso de Acero") de Seldte y Düsterberg y el partido político de los "nacional alemanes" (DNVP) de Hugemberg. Con ellos se solidarizó naturalmente la fuerza principal tradicional y conservadora de la época, la REICHSWER, el ejército; ciertamente, formalmente era fiel al gobierno legal de la República de Weimar, pero, sobre un plano interno, no aceptaba al nuevo régimen, mantenía las ideas, los ideales y el ETHOS de la tradición precedente, que había formado el cuerpo de los oficiales. Fiel al espíritu del prusianismo, la REICHSWEHR no se consideraba pues como una simple fuerza militar a disposición de un régimen parlamentario burgués, sino, por el contrario, como la representación de una cierta visión de la vida y de una cierta idea política. Gracias a esta actitud, marcada por un sentido riguroso del honor y de la disciplina, la REICHSWHER debía mantener, en amplia medida estas características incluso a través de las sucesivas visicitudes del III Reich.

El presidente de la República, el feldmarchal Paul von Hindemburg, era un representante de la REICHSWHER. Por otra parte, había entre esta y la nobleza era el HERREMKLUB de Berlín), en particular con los JUNKER, mientras que una buena parte de los diplomáticos de carrera, de la alta administración y de la gran industria tenían la misma orientación de derecha.

 

Notas sobre el III Reich 01). Introducción

Notas sobre el III Reich 01). Introducción

Biblioteca Evoliana.- A pesar de constituir un ensayo autónomo, su brevedad aconsejó a los editores publicarla como apéndice a "El Fascismo visto desde la Derecha". Se trata de un texto breve y muy conciso en el que Evola define lo que podía aprovecharse del nacionalsocialismo en función de us presunta o real "tradicionalidad". Evola insiste en las diferencias entre su doctrina de la raza y la temática racista del nacionalsocialismo. En la breve introducción se limita a exponer cuál va a ser la trayectoria de la obra que recuperamos para nuestros lectores en una traducción que realizamos en los años 80.

 

JULIUS EVOLA

NOTAS SOBRE EL TERCER REICH

 

INTRODUCCION

 

En estas notas, el nacional‑socialismo alemán será solo objeto de un examen muy sucinto. Primero, porque en lo referente a un juicio desde el punto de vista de la Derecha sobre ciertos aspectos del movimiento, deberíamos repetir lo que ya hemos dicho a propósito del fascismo en el ensayo precedente, ensayo en el que, entre otras cosas, hemos tenido ocasión de hacer referencia a orientaciones del tercer Reich y a ciertas de sus iniciativas. No nos detendremos pues más que sobre algunos elementos que hacen del tercer Reich algo diferente al fascismo.

Es preciso tener en cuenta, a continuación, el hecho de que en el caso del tercer Reich el estudio de las fuerzas concretas intrínsecamente válidas y susceptibles de ser separadas de las contingencias es más difícil que en el caso del fascismo, y esto por varios motivos. En primer lugar, los elementos negativos que, hoy, son generalmente colocados en primer plano cuando se trata del "nazismo" ‑es decir, los campos de concentración, la persecución de los judíos, las responsabilidades en la segunda guerra mundial, etc.‑ deberían ser separados del resto. En segundo lugar, el papel central y aplastante que tuvo una individualidad, hasta el punto de que puede hablarse de un FUHRER‑STAAT, es decir, de un "Estado del Führer", papel que ha relegado todo lo restante a un segundo plano para los ojos de numerosos observadores. En último lugar, en el caso del tercer Reich visto desde el extranjero, y también en la Alemania actual, todo el período que va desde el fin de la República de Weimar a la segunda guerra mundial está etiquetado, de manera expeditiva, bajo la palabra "nazismo", como si se tratara de algo perfectamente homogéneo y unitario. Los componentes particulares que contribuyeron al nacimiento y a la construcción del tercer Reich, con la persistencia, tras la estructura totalitaria, de tensiones y divergencias en momentos importantes, no son generalmente contempladas.

Es a este examen, antes que a cualquier otro, al que debemos proceder arremetiendo sobre aspectos poco conocidos, pero que tienen una importancia particular para los objetivos de este estudio. Y esto por que para tener una orientación general, es preciso también hacer referencia a los antecedentes, a la situación de conjunto, ideología y política, propia a la Alemania anterior al hitlerismo.