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Biblioteca Evoliana

El Misterio del Grial - Capítulo III - La herencia del Grial - XXVIII. El Grial y los Rosacruces

El Misterio del Grial - Capítulo III - La herencia del Grial - XXVIII. El Grial y los Rosacruces

Biblioteca Julius Evola.- Para Evola el fenómeno rosacruciano que irrumpió a principios del siglo XVII es la última aparición de una corriente tradicional sobre el territorio europeo. Evola entiende que el rosacrucianismo es el producto de algunos linajes de movimientos surgidos del templarismo, como los Fieles de Amor y otras corriente gibelinas. A partir de ahí, Evola analiza las propuestas del movimiento rosacruz (incluso sus propuestas políticas) y percibe su coincidencia con la corriente griálica que había irrumpido cinco siglos antes. 

 

XXVIII. EL GRIAL Y LOS ROSACRUCES

Resulta difícil aislar el rosacrucismo del hermetismo, al menos en el sentido de que, si bien el hermetismo en sus aspectos esenciales puede considerarse independientemente del rosacrucismo, no es cierto lo inverso, pues lo que sabemos del rosacrucismo nos lo muestra profundamente influido por elementos y símbolos del hermetismo.

Desde el punto de vista histórico, el rosacrucismo ha de considerarse como una de las corrientes secretas que siguieron a la destrucción de la Orden de los Templarios, algunas ya existentes en germen antes de este acontecimiento, pero que se definieron y organizaron sobre todo después, como continuadoras subterráneas de la misma tendencia.

Ello marca una diferencia respecto al hermetismo, que como ya hemos dicho, parece haber existido en formas inmutadas antes y después de las vicisitudes del esfuerzo medieval de reconstrucción tradicional. Un segundo carácter distintivo lo tenemos en el hecho de que

el rosacrucismo, aunque sea como punto de partida para una interpretación esotérica, adopta muchos elementos del cristianismo, así como de la literatura de los Fieles de Amor y de las tradiciones trovadorescas románticas, donde la rosa se había convertido en un símbolo de particular importancia. Ya de por sí revela estas conexiones el término que designa la corriente: Rosa+Cruz, por lo cual el movimiento presenta en el fondo un carácter menos originario que el del Grial - donde la vena esencial está constituida por un núcleo nórdico precristiano - y que el hermético, donde la vena esencial está constituida por un núcleo mediterráneo pagano.

Desde el punto de vista espiritual, «Rosacruz» - exactamente igual que «Buda», «preste Juan» o «Caballero de las dos Espadas» - es esencialmente un título que distingue un determinado grado de realización interior. El término se explica a partir de un simbolismo universal, más que específicamente cristiano. En este simbolismo, la cruz representa el encuentro de la dirección hacia lo alto, expresada por la vertical, con el estado terrestre, expresado por la horizontal - . Este encuentro se produce casi siempre en el sentido de una parada, de una neutralización, de una caída (la «crucifixión del hombre trascendente en la materia», como se expresaban los gnósticos y maniqueos). Por el contrario, en el iniciado se resuelve en una plena posesión de las posibilidades de la condición humana, que resulta transformada a causa de ello, y precisamente hay un desarrollo de este tipo, concebido como un abrirse, un expandirse y un florecer, indicado por la rosa, que en el símbolo rosacruz se abre hacia el centro de la cruz, o sea hacia el punto de intersección de la dirección vertical con la horizontal. Como verdaderos rosacruces deben considerarse personalidades unidas entre sí a través de la identidad de tal realización. La organización de la que formaron parte se considera algo derivado y contingente.

Parece ser que la actividad de los rosacruces se inició en la segunda mitad del siglo XIV, y que el nacimiento del legendario fundador y reorganizador de la Orden, Christian Rosenkreuz, en 1378, es sólo un símbolo de la primera organización de la corriente. Carácter igualmente simbólico parecen tener también los distintos tratados de la vida de Rosenkreuz, que pasa doce años en un convento y luego hace algunos viajes a Oriente, donde será iniciado en la verdadera sabiduría. Ya hemos visto que Federico II aludió a una misteriosa procedencia oriental de su «Rosa». De ahí que pudiera tratarse de un complemento de la enseñanza ascética cristiana (Rosenkreuz en el convento) mediante un saber superior, del que todavía eran depositarias algunas organizaciones secretas orientales (árabo-persas). De nuevo en Occidente, Christian Rosenkreuz fue expulsado de la España superlativamente católica, como sospechoso de herejía; se estableció luego en Alemania, su patria, y es interesante al respecto esta referencia: la tierra natal de Rosenkreuz se halla en Alemania, «sin embargo, no se encuentra en los mapas». No transmitió su saber más que a un grupo muy reducido.

Retirado a una cueva, que luego se convirtió en su tumba, quiso que ésta fuese ignorada por todos hasta que llegase la hora, o sea, 120 años después de su muerte. Dado que Rosenkreuz morirá en 1484, el descubrimiento de la cueva y de la tumba se producirá en 1604, o sea, poco más o menos en el período en que la corriente de los rosacruces empieza a dar que hablar y aflora, en cierto modo, en la historia, «como si literalmente hubiese salido de bajo tierra». El período intermedio, en este relato simbólico, tal vez aluda a una época de reorganización subterránea, mientras que en el período transcurrido entre 1604 y 1648 -fecha hacia la cual, según la tradición, los rosacruces abandonan definitivamente Europa- se puede ver un intento de ejercer una determinada influencia sobre el clima histórico de Occidente despertando la sensación de determinadas «presencias» y re evocando también el símbolo del Reino invisible. Es realmente asombroso el número de escritos que en ese período aparecen sobre los rosacruces. Por una especie de sugestión colectiva, pese a no saberse nada preciso sobre ellos, los rosacruces se convirtieron en un mito y dieron origen a la literatura más variada, en pro y en contra, hasta que en cierto momento aquel interés antaño tan vivo se desvaneció con la misma rapidez con que se había despertado: poco más o menos como había ocurrido con la literatura del Grial hacia finales del siglo XII y principios del XIII.

Para toda referencia, los documentos más importantes son la ya citada Allgemeine Reformation, con su complemento Confessio fraternitatis Rosae Crucis, ad eruditos Europae (Cassel, 1615) y los llamados Manifiestos de los rosacruces, aparecidos uno en Frankfurt y dos en París en el período comprendido entre 1613 y 1623. Los puntos esenciales que se pueden extraer de escritos de este tipo, una vez separadas las partes espurias y de adorno, son poco más o menos los siguientes:

1) Existe una «Confraternidad» de seres que hacen «estancia visible e invisible» en las ciudades de los hombres. «Dios los ha cubierto con una nube para protegerlos de la maldad de sus enemigos.» De ahí que los llamasen alumbrados e «invisibles», primero en España, y luego también en Francia, lo cual ha de referirse al ser trascendente de tan enigmáticas personalidades, a aquel por razón del cual son propiamente «Rosacruces». Nadie puede comunicarse con ellos si lo mueve sólo la mera curiosidad. En cambio, la relación se establece automáticamente y se queda inscrito en realidad y de hecho «en el registro de nuestra Confraternidad» a través de «la intención unida a la voluntad real del lector», que según los manifiestos rosacruces es el único medio «para darnos a conocer a él, y él, a nosotros». Por revelación - como en la Orden del Grial -, los rosacruces conocen a los que son dignos de formar parte de su Orden y que, al quedar inscritos en ella, pueden ser también rosacruces sin saberlo siquiera.

2) Como ya hemos dicho, «Rosacruz» representa, esencialmente, un grado iniciático y una función, no la persona como tal. Así, se dice que el «Rosacruz» no está sometido a las contingencias de la Naturaleza, a las necesidades de ésta, a las enfermedades ni a la vejez; que vive en todo tiempo como vivió al principio del mundo y como vivirá al fin de los siglos. La Orden ha preexistido a sus fundadores y organizadores: Rosenkreuz y – según algunos - Salornón. Prácticamente, el «Rosacruz», cuando quiere morir - o sea salir de la condición humana -, escoge a una persona capaz de sucederle, o sea de asumir su función, que de ese modo permanece sin inmutación. Esa persona adopta el mismo nombre que su antecesor. La Orden tiene por jefe a un misterioso Imperator, cuyo nombre y sede han de permanecer desconocidos. Un escrito publicado en 1618, Clipeum Veritatis, da la secuencia de los Imperatores rosacruces. Entre otros, figuran los nombres de Set - del que ya conocemos la parte simbólica que tiene también en el ciclo del Grial -, Enoc y Elías, o sea, de los profetas «que nunca murieron», a veces presentados incluso en función de iniciadores misteriosos.

3) Los Rosacruces tienen que usar las indumentarias de los países por los que viajan o en los que residen. Esto quiere decir que deben escoger un aspecto exterior adaptado al lugar y al ambiente en que tratan de actuar. Sin libros ni signos, pueden hablar y enseñar la lengua de todas las tierras donde quieran estar presentes para sacar a los hombres del error y de la muerte. Mediante alegorías se alude aquí al llamado «don de las lenguas», a la capacidad de traducir y «hablar», desde el punto de vista de cada una de las tradiciones, la doctrina primordial única. En efecto, el poder poseído por los rosacruces no se considera nuevo: es el saber de los orígenes, «la luz que recibió Adán antes de caer». De ahí que ese saber no pueda contraponerse ni compararse con ninguna opinión de los hombres (Confessio fratemitatis). Los rosacruces ayudan ininterrumpidamente al mundo, pero de manera invisible e imponderable (Menapius).

4) La restauración del Rey, motivo fundamental del Grial y del hermetismo, es también el tema central del texto Chemische Hochzeit Christiani Rosenkreuz anno 1459 (Estrasburgo, 1616), donde varias aventuras, distribuidas en siete días, alegorizan los siete grados o estadios de la iniciación, En el último día, los elegidos son consagrados «Caballeros de la Piedra de Oro» (eques aurei lapidis). En este libro se describe, entre otras cosas, un viaje hasta la residencia del Rey; sigue a ello el misterio de la resurrección del soberano, misterio que se transforma, significativamente, en la comprobación de que el Rey vive ya y está despierto: «Muchos encuentran extraño que haya resucitado, pues están persuadidos de que era destino de ellos despertarlo».

Tenemos aquí una alusión a la idea de que el principio de la realeza, en su esencia metafísica, existe siempre y no se ha de confundir con una mera creación humana ni con la acción de quien puede propiciar su manifestación en la historia. Junto al Rey resucitado, Rosenkreuz, que deberá reconocer en él a «su padre», lleva la misma insignia que los templarios y la nave de Parsifal: un estandarte blanco, con una cruz roja. No falta tampoco el ave del Grial: la paloma. Los Caballeros de la Piedra de Oro juran fidelidad al Rey resucitado, o sea, que se les manifiesta nuevamente. La fórmula, dada en otro texto, mediante la cual se pide la participación en el misterio de la Rosacruz, corresponde exactamente al lema de los templarios: «No a nosotros, sino a Tu nombre, a Ti solo, Dios, oh Supremo, damos la gloria, de eternidad en eternidad».

5) Las imágenes de la sede de los Rosacruces y de su Emperador corresponden de nuevo a las del «Centro»: es la «ciudadela solar», la «montaña en el centro del mundo», a la vez «lejana y cercana»; el «Palacio del Espíritu en el fin del mundo, en la cumbre de una alta montaña, rodeado de nubes», reproducción casi exacta del Montsalvatsche. Damos aquí algunas referencias contenidas en los textos rosacruces: la correspondencia entre las dos tradiciones es lo suficientemente visible, como visible es que la búsqueda de dicho Centro misterioso va ligada, como en la leyenda del Grial, a pruebas y experiencias iniciáticas de características «heroicas».

Según la Lettre de F. G. Menapius 15 juillet 1617, los Rosacruces viven en un castillo construido sobre roca, envuelto de nubes en su parte alta y rodeado por las aguas en su parte baja, y en cuyo centro hay un cetro de oro y una fuente de la que mana el Agua de Vida. Para alcanzar ese castillo hay que pasar primero por una torre, llamada la «torre incierta», y luego por otra, denominada «la torre peligrosa», para escalar, a continuación, la roca y tocar el centro. Entonces aparecerá una Virgen, que guiará al caballero. Desaparecen las nubes, el castillo se hace visible, y el elegido es hecho copartícipe del señorío «celestial y terrenal».

Podemos referirnos también al escrito Gründlicher Bericht von dem Vorhaben, Gelegenheit und Inhalt der lobl. Bruderschaft des R+C (Frankfurt, 1617), donde se lee: «En medio del mundo» se yergue un monte, «lejano y cercano, con los más grandes tesoros y la malicia del demonio. El camino que conduce a él puede encontrarse sólo con el propio esfuerzo. Rogad y preguntad por ese camino, seguid al guía, que no es un ser terreno y que se encuentra en vosotros, aunque no lo conozcáis. Él os conducirá a la meta hacia la medianoche (cf. el «Sol de medianoche» de los Misterios clásicos). Necesitaréis un valor de héroe... En cuanto tengáis la visión del castillo, soplará un viento impetuoso que hará temblar las rocas. Os asaltarán tigres y dragones. Un terremoto abatirá todo lo que el viento haya respetado, y un gran fuego consumirá toda materia terrestre (cf. las pruebas en el castillo de Orguelluse). Con el alba volverá la calma y veréis el tesoro». Este tesoro, como la «Piedra» de los hermetistas, tiene el poder de transformar en «oro», o sea, volver a despertar en el hombre el estado «solar» originario. Ella devuelve la salud. «Sin embargo, nadie en el mundo debe saber que la poseéis.» Tras haber descubierto el tesoro, «deberéis volveros y encontraréis a alguien, que os agregará a la Confraternidad y que en toda ocasión os servirá de guía».

6) Los rosacruces no titubeaban en condenar a «los blasfemos de Oriente y Occidente», aludiendo visiblemente con ello a los islámicos y a los católicos; y añadían  que tenían intenciones de «hacer polvo la triple diadema del Papa», reivindicando para sí mismos una más elevada «ortodoxia» y autoridad espiritual. La referencia a la triple corona papal no carece aquí de significado especial, ya que esa diadema figura entre los símbolos que se refieren propiamente al «Rey del Mundo» y a su función, función que por tanto -para los rosacruces- había usurpado el jefe de la Iglesia católica, y cuyo verdadero representante es su Imperator: Estas enigmáticas personalidades anunciaban que Europa estaba preñada y había de parir un poderoso hijo; además, hablaban de un Imperator «romano», «Señor del Cuarto Imperio», que decían que podía proporcionar inagotables tesoros. Del texto rosacruz ya citado, Allgemeine Reformation der gantzen weiten Welt, así como de la Fama fraternitatis, se desprende la idea fundamental de que los rosacruces tienen la misión de llevar a cabo, antes de que llegue el «fin del mundo», un restablecimiento general, precisamente en el signo de su misterioso Imperator.

Sin embargo, tras aparecer en París los dos últimos manifiestos rosacruces, una vez estallada la Guerra de los Treinta Años y acabada ésta con el Tratado de Westfalia, que dio el golpe de gracia a la autoridad efectiva de lo que quedaba del Sacro Romano Imperio, parece que los últimos rosacruces abandonaron Europa, para trasladarse a una «India» que probablemente ha de interpretarse como aquella misma India simbólica que se asimilaba al reino del preste Juan, a la que, como veremos más adelante, se trasladaron el Montsalvatsche, el Grial y sus caballeros. El «fin del mundo» del que hablaban los rosacruces tan sólo aludía probablemente al fin de un mundo, o sea, de un ciclo de civilización, del mismo modo que la visión apocalíptica del desencadenamiento de las gentes de Gog y Magog - que aparece en la saga imperial - era sólo la prefiguración de aquella «locura de las masas» que en los tiempos modernos, tras la Revolución francesa y la caída de las mayores tradiciones dinásticas europeas, adquiriría proporciones cada vez más impresionantes.

En cuanto a la misión de los verdaderos rosacruces en el citado período del siglo XVIII, debió de limitarse a producir, no sin intención «experimental» precisa, y por vía indirecta, «inspirando» a distintos autores, cierto rumor, cierta agitación en el ambiente, sin ninguna iniciativa militante propiamente dicha. En efecto, todo permite pensar que los rosacruces no constituyeron nunca una organización material «comprometida» en el plano político y por tanto susceptible de ser localizada y herida, y que permanecieron efectivamente invisibles, más allá del mito que se hizo de ellos (por lo demás, una de las designaciones de su grupo fue precisamente el de «La Junta de los Invisibles»). Parece ser que los rosacruces sacaron de su experimento una respuesta negativa, lo cual los indujo a «partir». No se excluye que contribuyera a ello el hecho de comprobar la deformación que ciertas ideas iban a sufrir de inmediato a causa del ambiente, hasta el punto de producir efectos opuestos a los deseados. En la maraña que presentan las obras de un Valentin Andreae, así como en las de otros autores que imitan a los rosacruces, es clara, por ejemplo, una notable tendencia a utilizar en sentido protestante e ilustrado la aversión rosacruz por la Iglesia católica, determinando así uno de los más graves equívocos y una de las más peligrosas desviaciones, la misma desviación que llevó a los príncipes teutónicos a traicionar la sagrada idea del Imperio en el punto mismo en que se emanciparon luteranamente de Roma; a aquella misma involución mediante la cual, en vez de superar la imperfecta espiritualidad «lunar» representada por la Iglesia con una forma más alta, más próxima a la realeza trascendente del Grial, en los tiempos modernos sólo se supo emanciparse de ella pasando al frente del racionalismo ilustrado, del liberalismo y de la cultura laica, lo cual representa un vuelco casi demoníaco del gibelinismo. En efecto, en la época moderna no es raro encontrar casi un uso invertido del «misterio». Éste, que en su sede propia y en los tiempos anteriores había sido siempre privilegio aristocrático y base para una autoridad absoluta y legítima procedente de lo alto, se transforma en arma de herejes, de fuerzas degradadas que se alzan esencialmente de lo inferior contra las jerarquías supervivientes, contra la autoridad de la Iglesia y posteriormente contra la de los representantes de organizaciones políticas tradicionales. Pero sobre esto trataremos en el capítulo siguiente.

En tiempos más recientes, el hermetismo y el rosacrucismo inspiraron a varias sectas ya distintos autores, que se presentaban como representantes de esas tradiciones, más o menos.en conexión con el teosofismo, el «ocultismo», la antroposofía y análogos productos de la desviación pseudoespiritualista contemporánea; hasta el punto de que el gran público, al ignorar hasta los principios de este tipo de cosas, se ve fatalmente llevado a pensar en una u otra de estas sectas tan pronto como oye pronunciar los términos «hermético» o «rosacruz». Lo cual no obsta para que la verdad sea muy otra, es decir, que las sectas en cuestión no tienen nada que ver con las tradiciones cuyo nombre e incluso símbolos han usurpado a veces y cuyos auténticos representantes no parecen tener ya, en efecto, desde hace tiempo, ninguna residencia visible en Occidente. La relación entre unas y otras es más o menos la misma que existe entre ese Grial y ese Parsifal cocinados por Wagner en salsa místico-cristiana y romántico-musical, y la verdadera tradición de los «Señores del Templo».

 

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