El Misterio del Grial - Capítulo II - El ciclo del Grial. XVI La prueba del orgullo
Biblioteca Evoliana.- El Capítulo XVI de "El Misterio del Grial" nos sitúa ante la desviación titánica. Evola examina diversos episodios del Ciclo del Grial y extrae como conclusión que la humanidad medieval ya conocía la antigua diferencia entre el Titán y el Héroe, presente en el Antiguo Testamento en el episodio de la revuelta de los ángeles malvados. El orgullo, en el fondo, no es más que una sobresaturación del Ego. Por tanto, es un impedimento para alcanzar el objetivo buscado: la experiencia de la trascendencia.
XVI. LA PRUEBA DEL ORGULLO
Estos significados se precisan y se confirman en Wolfram con relación al personaje tanto de Galván como de Amfortas. En Wolfram, Trevrizent es hermano del rey del Grial derrocado, que se retira a la vida ascética junto a la «Fuente Salvaje» - Fontâne la Salvâtsche -, tratando de aliviar, precisamente mediante su ascesis, los sufrimientos del hermano y de remediar la decadencia del reino del Grial. Su mismo nombre pudiera traducirse como «tregua reciente», cosa que hace pensar en una solución provisional basada en el principio ascético en espera de la verdadera restauración. Ahora bien, Trevrizent no deja de recordar a Parsifal, justamente después de que éste decide proseguir la aventura sin Dios, ni más ni menos que la suerte de Lucifer y de sus huestes. Pero, al propio tiempo, indica el verdadero límite, la verdadera causa de la caída: si para tener derecho a custodiar el Grial hay que demostrar una fuerza y un valor excepcionales, también es necesario «estar puros de orgullo». Trevrizent le dice a Parsifal: «Quizá vuestra juventud os llevaría a carecer de la virtud de la renuncia», y aquí pasa a recordar significativamente el caso de Amfortas, «la miseria que le atormenta y que fue la recompensa de su orgullo». Debido a que «en su búsqueda del amor, no supo respetar la castidad - unt daz er germe minne - uzerhaip der kiusche sinne- (Amfortas) fue afectado de los males que también hubieron de sufrir todos los que lo rodean».
Wolfram representó en Arnfortas el tipo del rey herido e inútil a la espera del héroe que le curará y al cual después transmitirá el mandato del rey del Grial. La caída de Amfortas queda explicada del modo siguiente: Escogiendo por grito de guerra el lema «Amor, que no se dice mucho con la humildad», se puso al servicio de Orgeluse de Logrois, llevando a cabo esforzadas aventuras «dominadas por el anhelo de amor». Pero, en una de esas aventuras, acabó siendo herido en sus partes viriles por la lanza envenenada (mit einem gelüppeten sper - wart er ze tjostieren wunt) de un caballero pagano, que se creía seguro de conquistar el Grial. El adversario fue muerto, pero Amfortas quedó herido y su fuerza se desvaneció, ya no estaba en condiciones de ejercer adecuadamente la función de rey del Grial, por lo que todo el reino cayó en un profundo estado de postración y de desolación.
Detrás del simbolismo erótico de este episodio resulta bastante fácil reconocer la alusión a una desviación demoníaca, o sea a una afirmación o acción guiada no por una orientación transfiguradora, sino de anhelo y de orgullo. La castidad corriente no es la ley del Grial - en Wolfram, los reyes del Grial pueden también tener una mujer, designada por el propio Grial, y en otros textos los caballeros del Grial aceptan los favores de la mujer de los castillos y hay incluso quien la violenta; pero no pueden entregarse y unirse a esa «mujer», que es símbolo de orgullo, la Orgeluse (la «Orgullosa»). Esto significa ya lesionar, envenenar la virilidad heroica, condenándola a un ardor atormentado e inextinguible, que en cierto modo tiene el mismo significado que el castigo de Prometeo. Ese es, por tanto, el sentido de la herida de Amfortas, sinónimo de su propia caída.
Así pues, se comprende el motivo de que Trevrizent hable de Amfortas tras haber puesto en guardia a Parsifal recordándole la caída de Lucifer.
Ahora bien, es interesante que Wolfram nos hable también de otro caballero que emprende, en el fondo, la misma aventura de Amfortas, pero con un resultado diferente. Es Galván. Galván ha seguido el consejo de Parsifal de encomendarse a la «mujer», más bien que a Dios. En Oblilote encuentra a la que «lo defenderá en cualquier fea aventura», que le será «escolta y séquito», «techo que le protege en las tempestades de la desdicha», la que dice: «Mi amor nos dará la paz, nos salvaguardará felizmente de todo peligro aunque vos, con vuestro valor, no dejaréis de defendernos hasta el extremo. Estoy en vos, mi suerte va estrechamente ligada a la vuestra y quiero estar a vuestro lado en el combate. Si creéis firmemente en mí, fortuna y valor no os abandonarán jamás». Definida en estos términos la unión con su «mujer» y la eficiencia oculta de ella, Gawain se enfrenta a la aventura del «Castillo de las Doncellas» o Schastel Marveil. Esta aventura había sido indicada por la mensajera del Grial, Cundria, como a la que deben arriesgarse los caballeros de la Tabla Redonda, dado que Parsifal, aun habiendo llegado al castillo del Grial, todavía no había sabido realizar en él su misión restauradora. Esta, en Wolfram, se considera la más atrevida de todas las aventuras, y en la Morte Darthul; «una gran locura». Ahora bien, en Wolfram esta aventura se desarrolla exactamente durante el sueño de la que ya fuera causa de la ruina de Amfortas, o sea de Orgeluse. Y la aventura le salió bien a Galván, no le condujo a la ruina. Los detalles los expondremos más adelante. Aquí sólo hay que destacar que, en esa aventura, Galván debe mostrarse dispuesto a ejecutar empresas de toda clase, juntamente con toda suerte de humillaciones, de escarnios y de incomprensiones. Se trata, en suma, de una especie de prueba del orgullo, de la facultad ascética de saber luchar y vencer superando todo hybris, o sea junto a un sutil dominio interior, que bien pudiera estar contenido en la alegoría del paso de Galván por la estroite Voie con la que se inicia la aventura, vía peligrosa, que en el Diu Crône es de acero y apenas tan ancha como una mano sobre un torrente oscuro y profundo, única vía de acceso al «castillo que gira», y en la que otro caballero, Keii, no se atreve a entrar . (Generalizando, ese es el simbolismo de un arduo camino que equidista del «prometeísmo» y de una sacralidad no viril). Galván triunfa y hace a Orgeluse su esposa, en vez de acabar como Amfortas. Y es también símbolo significativo que Galván llegue al reino de Orgeluse en pos de quien ha «herido» a un caballero hallado por él en brazos de una mujer; es decir, que se vuelve a recorrer el mismo camino, se busca la misma causa, pero la empresa se lleva a bien.
En relación con ello, señalemos, pues, el doble aspecto que, conforme a cuanto hemos expuesto ya, adquiere en la leyenda el tema de la «mujer». En cierto aspecto, se plantea aquí la distinción entre una «caballería terrenal», cuyo móvil es la mujer, y una «caballería celestial», cuyo objetivo es el Grial, Esto se desprende, por ejemplo, de la Queste du Graal, donde los caballeros que parten en busca del Grial quisieran llevarse consigo a las mujeres, pero se lo impide un anacoreta, que en esa ocasión declara precisamente que «la caballería terrenal debe transformarse en caballería espiritual». Más interesante todavía, además, es que los textos del Grial den, frecuente y abiertamente, en forma de tentación de la mujer la propia tentación de Lucifer: cosa singular, si se prescinde de la interpretación dada por nosotros, porque la acción de Lucifer, tradicionalmente, nada ha tenido que ver con una tentación sensual. Pero la saga del Grial repite, en múltiples formas, el tema ya conocido de reinos obtenidos de una mujer, conquistada superando victoriosamente toda prueba heroica. Precisamente por esa razón, por ejemplo, no sólo el padre de Parsifal, Gamuret, llega dos veces a ser rey, sino que el propio Parsifal consigue tal dignidad mediante Condwiramur, cuya invocación por Wolfram acaba siendo asimilada a la misma del Grial. Incluso Gerbert relaciona el fracaso inicial de Parsifal con el hecho de haber abandonado a su «mujer» (aquí es Blancheflour). El propio Grial nos aparece en estrecha relación con las «mujeres». Vírgenes regias y mujeres coronadas son siempre sus portadoras y, a veces, acaban incorporando algunos atributos del mismo Grial. El hermanastro de Parsifal, el «pagano» Feirefis, que «deseaba ardientemente la recompensa que las mujeres saben dar», dedicándose por eso a toda empresa heroica y peligrosa, precisamente concentrando la mente en la «mujer», adquiere tanta fuerza como para vencer al propio Parsifal; se casa con la portadora del Grial, Repanse de Schoye, y por esa razón, habiéndose además «bautizado», obtiene la visión del Grial y participa de la función regia trascendental convirtiéndose en el jefe de la estirpe de los «prestes Juanes». El «beso» de Antikonia tiene un poder singular: dado a un caballero, «lo inflamaba con su ardor, de tal suerte que estaba dispuesto a devastar un bosque para procurarse lanzas sin número». Pero Antikonia es también la que hace prometer «ir lealmente y sin demora a conquistar para ella el Grial».
Pero, sobre todo, en Heinrich von dem Turlin es bien visible la vinculación y casi la identificación del tema de la mujer como «mujer sobrenatural», Vrowe Saelde, con el tema del Grial. El palacio de Frau Saelde - hecho de oro y de piedras preciosas, de un esplendor tan deslumbrante que en un primer momento a Galván le parece que todo el país está en llamas y que contiene un símbolo equivalente al de la «Isla Giratoria» - es una reproducción del castillo del Grial, y la búsqueda de esta residencia de Frau Saelde presenta muchos rasgos en común con la del Grial, está condicionada por pruebas análogas (por ejemplo, vencer a un león que arroja fuego ya un mago, o bien aparece como fase propiciatoria de la verdadera conquista del Grial. El texto ofrece algunos símbolos muy significativos. En primer lugar, la prueba del Guante. Es un guante que, calzado por los «puros», vuelve invisible la mitad derecha de su cuerpo, mientras que en los otros acusa la parte del cuerpo que ha pecado. Quien supera la prueba recibe precisamente de Frau Saelde el segundo guante y obtiene de ella asistencia y protección para la búsqueda del Grial.
Aunque no se diga explícitatamente, cabe imaginar que el segundo guante produce también la invisibilidad de la otra mitad del cuerpo de los elegidos, o sea, la completa invisibilidad. Es un simbolismo que puede interpretarse como sigue: la virtud de la invisibilidad corresponde al poder de transferirse en lo invisible, o sea adoptar un estado que esté libre de la forma física; la «mujer» (en relación con el segundo guante de Saelde) actúa aquí en el sentido de completar lo que en ese aspecto puede derivar de la «pureza» de los caballeros puestos a prueba (aquí sólo Arturo y Galván superan la prueba). En segundo lugar, en otro episodio de la misma narración, Galván llega a la residencia de la propia Saelde, obtiene de ella augurio de «salud y de victoria para todos los tiempos» para él, y de «eterna duración» para el reino de Arturo, al cual pertenece. Pero inmediatamente después de esta especie de crisma, Galván debe enfrentarse a una prueba que en sus efectos corresponde a la del Galván de Wolfram, o sea la prueba de la inquebrantabilidad, del dominio interior: debe seguir adelante impasible, sin atender ni a provocaciones, ni a desafíos a combatir, ni a gritos de socorro, ni a cometidos caballerescos de justa venganza. Y el texto dice que si Galván hubiese faltado a esa prueba deseada por Frau Saelde, «la Corte se habría disuelto - der hof zergangen waere»: efecto análogo al provocado por la caída de Amfortas. Una vez más en otra forma, se presenta de nuevo el mismo símbolo cuando Galván, puesto a elegir entre la posesión de una mujer regia y, por tanto, asimismo de su reino, y la juventud eterna, no vacila en preferir la segunda, o sea una vida sobrenatural. Y justamente esta aventura precede a una prueba, que es la copia exacta de la que el Galván de Wolfram lleva a cabo en el «Castillo de las Doncellas» y que termina con la posesión de Orgeluse.
Resumiendo, el sentido de todo ello es esotéricamente que la «mujer» - la fuerza vivificadora, la potencia, el conocimiento trascendente - no es un peligro sino como objeto de codicia. Sólo como tal materializa la tentación luciferina y es causa de la herida en la «virilidad» que degrada y paraliza a Amfortas: es la mujer que en el mito de Kalki, que antes hemos referido, en el fondo no se casa en verdad con nadie, excepto con el héroe restaurador, ya que los otros, en el acto de desearla, se transforman de hombres en «mujeres», o sea, que pierden como Amfortas su virilidad espiritual. Como anhelo, o sea como impulso salvaje, el eros heroico es un peligro. La castidad significa aquí freno, límite, pureza antititánica, superación del orgullo e inquebrantabilidad inmaterial, no un trivial precepto moralista y sexófobo. Son significativas estas palabras de Trevrizent a Parsifal: «Sólo hay una cosa que el Grial y sus virtudes secretas no podrán tolerar jamás en ti: la desmesura en los deseos».
La «paz triunfal» corresponde al «estado olímpico» reconquistado por el héroe: «A fuerza de combatir, has conquistado la paz del alma». Ascesis de la potencia, superación tanto del elemento viril salvaje como del elemento deseo y pureza en la victoria: sólo con ello cobra forma en un ser humano el núcleo viril inquebrantable, sidéreo, purificado, que hace apto para asumir el Grial, para tener la plena visión de él sin quedar cegado, quebrantado o abrasado.
Todo esto en cuanto al significado más esencial de ciertas partes de la leyenda del Grial. Tras haberlo establecido, pues, tal vez convenga en todos los sentidos aludir a otra posible perspectiva interpretativa del episodio de Amfortas, en la que cabe el motivo de la mujer, tomado ahora en un sentido más concreto. La posibilidad de admitir subordinadamente también una interpretación de este tipo va ligada a la medida en que sea legítimo suponer que los ambientes desde los que se difundió la «literatura de amor» medieval estaban en posesión de algunos conocimientos en materia de magia sexual y también que quisieran aludir a ellos en su simbolismo. No es fácil responder a esta cuestión de modo terminante. En cualquier caso, he aquí, en resumen, los puntos de referencia.
Según las tradiciones secretas, el hombre posee el principio de una fuerza eminentemente viril que, liberada de la materialidad, se manifiesta como poder mágico y de mando. Esa fuerza se ve paralizada por la sexualidad, a menos que a ésta se le dé una orientación muy particular. Así, la mujer, cuando despierta en el iniciado el deseo y lo atrae al acto destinado a la generación, actúa de modo letal para dicha fuerza; y como el poder de la virilidad mágica y supramaterial es también el que hace sobrepasar «la corriente de la muerte», así se ha podido hablar con razón de una «muerte succionadora que procede de la mujer».
Se presenta, pues, un nuevo aspecto del simbolismo, que justo acabamos de recordar, del hombre que – paradójicamente - se vuelve mujer en el momento de desear a una mujer y, además, sobre todo en el punto de cumplir lo que vulgarmente se cree que es «poseerla». Al margen de cualquier moralismo, para el iniciado, cuando ello suceda bajo el signo del deseo y de un abandono, equivale a una castración, a una herida o lesión de su virilidad mágica. Con las debidas reservas, se podría esgrimir una visión de este género para una interpretación adicional, subordinada, del motivo de Amfortas herido y vuelto inútil, con particular atención por el hecho de que esa herida envenenada suele referirse a las partes genitales. En el campo de la magia sexual, la mujer se presenta como una fuerza tan esencial como peligrosa, en medida no diferente de como lo es en el plano del que hemos hablado más arriba y que - convendrá subrayarlo - debe quedar aquí como básico punto de referencia.
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