Los hombres y las ruinas. Capítulo I. REVOLUCIÓN CONTRA REVOLUCIÓN - TRADICIÓN
"Un modelo de este Estado existe en el cielo para todo aquel que quiere verlo y, viéndolo, ordene luego su propia vida interior. Pero que este Estado exista un día en alguna parte es algo sin importancia: pues es el único en cuya política este hombre puede identificarse".
Platón, La República,
Frente a las formas extremas que reviste, en el terreno político-social, el desorden contemporáneo, en nuestros días diversas fuerzas han intentado organizar la defensa y la resistencia. Vale la pena advertir que estos esfuerzos son inútiles, incluso a título de simples demostraciones, si no se ataca el mal de raíz, es decir, en lo que concierne al ciclo histórico al que limitaremos nuestro estudio, la subversión desencadenada en Europa por las revoluciones de 1789 y 1848. Es preciso tomar conciencia de este mal bajo todas sus formas y en todos sus grados. El problema fundamental consiste en determinar si existen aún hombres capaces de rechazar todas las ideologías, todas las formaciones y los partidos políticos que derivan, directa o indirectamente, de estas ideas, es decir, de hecho, de todo lo que va del liberalismo y la democracia, al marxismo y al comunismo. La contrapartida positiva que habría que proporcionar a estos hombres, es una orientación, une base sólida constituida por una visión general de la vida y una doctrina rigurosa del Estado.
La consigna podría ser "contra-revolución". Pero los orígenes revolucionarios quedan hoy demasiado alejados y prácticamente olvidados. La subversión se ha instalado desde hace mucho tiempo, hasta el punto de aparecer como algo evidente y natural en la mayor parte de las instituciones en vigor. Esta fórmula no valdría ya sino en el caso de que se hiciera referencia a las últimas etapas que la subversión mundial intenta cubrir gracias al comunismo revolucionario. Quizás valga más recurrir a otra consigna: la de reacción.
Es capital el que la asunción del término reaccionario, de partida, no se haga de manera temerosa. Desde hace mucho tiempo; los medios de izquierda han hecho de la palabra "reacción" el sinónimo de todas las iniquidades e infamias; no pierden ninguna ocasión para estigmatizar, a través de éste término, a todos los que no se prestan a su juego y no siguen le corriente de lo que la izquierda considera como el "sentido de la historia". Si esto es natural, por su parte, lo que no lo es en absoluto, por el contrario, es el complejo de angustia que la palabra suscita a menudo, en razón de une falta de valentía política, intelectual e incluso se podría decir, física, hasta en los representantes de la autotitulada "Derecha" o de una "oposición nacional". Apenas son tachados de "reaccionarios" protestan, se disculpan, se creen obligados e demostrar que la forma en que se presentan las cosas no se corresponde a la realidad.
Es preciso no perder nunca de vista lo que se pretende: mientras que los otros "actúen" haciendo progresar la subversión ¿debe permanecerse sin "reaccionar", contentarse con mirarles diciendo incluso "está muy bien, continúan" y tenderles la mano? Históricamente la única cosa que puede deplorarse es que le "reacción" haya sido inexistente, parcial e ineficaz, sin hombres, sin medios, ni doctrinas adecuadas, mientras que el mal estaba aún en estado embrionario, es decir, siendo susceptible de ser eliminado cauterizando inmediatamente los principales focos de infección: a través de lo cual todas las naciones europeas se hubieran ahorrado calamidades sin número.
Un frente intransigente y nuevo debería pues formarse, comportando fronteras rigurosas entre el amigo y el enemigo. La partida no está aun perdida, el porvenir no pertenecerá a los que se complacen en disquisiciones híbridas y delicuescentes propias de ciertos medios que no se declaran, hablando con propiedad, de izquierda. Pertenecerá a quienes hayan tenido el valor de adoptar una actitud radical, la de les "negaciones absolutas" y las "afirmaciones soberanas", por emplear la expresión de Donoso Cortés.
Nadie duda que la palabra "reacción" comporta en sí misma cierta coloración negativa: aquel que reacciona no tiene iniciativa en la acción; se reacciona en un marco polémico o defensivo, contra algo que está ya, de hecho, afirmado. Precisemos pues que no se trata de contrarrestar las iniciativas del adversario sin disponer uno mismo de ningún elemento positivo. El equívoco podría disiparse si se asociara a la fórmula de "reacción" la de "revolución conservadora", fórmula que pone de relieve un elemento dinámico, la "revolución" no significa hundimiento violento de un orden legítimo constituido; sino más bien, una acción destinada a barrer un desorden que se ha producido y a restablecer las condiciones normales. Joseph de Maistre observa que se trata, antes que de una "contra-revolución" en un sentido estricto y polémico, al contrario, de una revolución, a saber, de una acción positiva que se refleja en los orígenes. Extraño destino el de las palabras "revolución" que en su acepción etimológica latina no significaba otra cosa; derivado de re-volvere, este sustantivo expresaba un movimiento que llevaba al punto de partida, el origen. Puede pues, hablarse propiamente, de los orígenes donde debería extraer la fuerza "revolucionaria" y renovadora para combatir la situación presente.
Si desea incluir la idea de "conservación" ("Revolución Conservadora"), es preciso, sin embargo, proceder con prudencia. Según la interpretación que dan las gentes de izquierda, decirse "conservador" produce casi tanto miedo hoy como el definirse "reaccionario". Se trata evidentemente de explicar lo que se trata de "conservar". Hay muy pocas cosas hoy que merezcan ser "conservadas", cuando, por ejemplo, nos referimos al terreno concreto de las estructuras sociales y las instituciones. Se puede decir esto sin reservas en lo que se refiere a Europa. De hecho el término "revolución conservadora" fue adoptado tras la primera guerra mundial por algunos elementos alemanes que invocaron referencias históricas relativamente próximas (1). Por lo demás, es preciso reconocer la realidad de una situación que se presta a los ataques de las fuerzas de izquierda, a los ojos de quienes los conservadores defenderían, no ideas, sino intereses de tipo económico, la clase capitalista, más o menos políticamente organizada, para perpetuar en su propio beneficio lo que se supone no es más que un régimen de privilegios e injusticias sociales. Es pues relativamente fácil colocar en el mismo saco a los "conservadores", a los "reaccionarios", a los burgueses y a los capitalistas. Así se ha creado un "falso objetivo", según la terminología de los artilleros. Por otra parte, la táctica había sido idéntica a la utilizada en el tiempo de las primeras cabezas da puente de la subversión, cuando no tenían aún por bandera el marxismo y el comunismo sino el liberalismo y el constitucionalismo. La eficacia de esta táctica tendió a que los conservadores de ayer, parecidos a los de hoy aunque de una extracción incontestablemente superior, habían llegado a no tener esencialmente en el corazón más que sus posiciones político-sociales, los intereses materiales de cierta clase, en lugar de, en primer lugar, la defensa decidida de un derecho superior, de una dignidad, de una herencia impersonal de valores, ideas y principios: es en esto en lo que residió su debilidad fundamental.
Hoy se he descendido aun más bajo, si bien la idea "conservadora" que trata de defender, no sólo no debe tener ninguna relación con la clase que prácticamente ha tomado el relevo de una aristocracia caída, a saber, le burguesía capitalista, cuyo carácter es exclusivamente el de una simple clase económica, sino que incluso debe serle decididamente opuesta. Aquello que se trataría de "conservar" y "defender revolucionariamente" es una concepción general de la vida y del Estado que, fundada sobre valores e intereses superiores, trasciende netamente el plano de le economía y de todo lo que puede definirse en términos de clases económicas. En relación a estos valores, tanto como lo que se refiere a organizaciones concretes o a instituciones positivas, a situaciones históricas, la economía no es el factor primario sino apenas el secundario. Así definidas las cosas, el rechazo categórico a alinearse en el campo donde la polémica de la izquierda apunta al "falso objetivo" en cuestión, tendría por resultado reducirla a la nada.
Es claro, de ahora en adelante, que no se trata tampoco de prolongar, mediante artificios o por la violencia, formas particulares que se ligan a un pasado pero que hoy han agotado sus posibilidades vitales y están periclitadas. Para el verdadero conservador revolucionario se trata de ser fiel, no a formas y a instituciones del pasado sino a principios de los que aquellas han podido ser la expresión particular y adecuada durante un período y en un país determinado. Todas estas expresiones particulares deben ser, en sí, tenidas por caducas y cambiantes, pues están ligadas a situaciones históricas que, a menudo, no pueden repetirse, todos los principios correspondientes mantienen un valor propio que no se ve afectado por tales contingencias, sino que permanecen, por el contrario, con una constante actualidad. Como de una semilla pueden nacer multitud de formas homólogas a las antiguas a las cuales sustituirán -incluso "revolucionariamente"- asegurando la continuidad en medio de los factores históricos y sociales, económicos y culturales cambiantes. Para garantizar esta continuidad, es preciso mantenerse firmemente sobre los principios y abandonar a la necesidad todo Io que debe ser abandonado en lugar de lanzarlo a las fauces del lobo por una especie de pánico y buscar confusamente ideas nuevas, cuando estallen les crisis o cambien los tiempos. Es esta la esencia del conservadurismo verdadero, aquel en que el espíritu conservador y el espíritu tradicional forman una sola cosa. En su verdad viviente, la tradición no representa un conformismo pasivo respecto a lo que ha sido, ni la continuación inerte del pasado en el presente. La tradición es, en su esencia, una realidad metahistórica y, al mismo tiempo, dinámica: es una fuerza general ordenadora, obedeciendo a principios que tienen la consagración de una legitimidad superior -se podría decir también: principios de lo alto- una fuerza uniforme en su espíritu y en su inspiración, ejercida esta a lo largo de generaciones apoyándose sobre los instituciones, las leyes, las formas de organización susceptibles de presentar una gran diversidad. Un error análogo al que acabamos de señalar consiste en identificar o confundir ciertas de estas formas, pertenecientes a un pasado más o menos lejano, con la tradición en sí (2).
Metódicamente, en la búsqueda de puntos de referencia, una cierta forma histórica tradicional podrá ser considerada exclusivamente a título de ejemplo y en tanto que aplicación más o menos exacta de ciertos principios. Es esta una forma de proceder perfectamente legítima, comparable a lo que es en matemáticas el paso de la diferencial a la integral. No hay lugar en este caso pera hablar de anacronismo ni de "regresión" pues no se "fetichiza" nada, no se "absolutiza" nada que no sea ya absoluto en su esencia, pues los principios son absolutos. De otra forma, se actuaría como alguien que acusa de anacronismo a los que defienden ciertas virtudes particulares del alma bajo pretexto de que se reclaman también de alguna figura particular del pasado en quien estas virtudes se han manifestado especialmente. Como dice Hegel: "se trata de reconocer, bajo les apariencias de lo temporal y de lo transitorio, la sustancia que es inmanente y lo eterno, que es actual".
Aquí aparecen las últimas crisis de dos actitudes opuestas. El axioma de la mentalidad revolucionaria-conservadora o revolucionaria-reaccionaria, es que, para los valores supremos, pare los principios de base de toda organización sana y normal -por ejemplo, los del verdadero Estado, el Imperium y la Auctoritas, la jerarquía, la justicia, las clases funcionales y las categorías de valores, la preeminencia del orden político sobre el orden social y económico, y así sucesivamente, para estos valores y principios, decimos, no existe cambio, no existe "devenir". En su plano, no hay "historia" y pensar en términos de historia es absurdo. Valores y principios de esta naturaleza tienen un carácter esencialmente normativo, lo que significa que, sobre el plano colectivo y político, revisten la dignidad que, en la vida individual, es inherente a los valores y a los principios de una moral absoluta: principios imperativos que requieren un derecho, un reconocimiento intrínseco (ser capaz de este reconocimiento distingue existencialmente e una categoría de seres de otra); principios que no afectan nunca a la incapacidad del individuo, débil o impedido por une fuerza superior, para realizarlos o al menos realizarlos íntegramente y en todos los terrenos, pues en tanto que no éste abdicara interiormente hasta caer en le abyección y la desesperanza, continuará reconociéndolos. Estos principios son de la misma naturaleza de aquellos que G.B. Vico llamaría "las leyes naturales de una república eterna variando en el espacio y el tiempo". Incluso cuando se objetivizan en una realidad histórica, este no les condiciona de ninguna manera, permanecen en el plano superior, metahistórico, que les es propio y, donde, aun una vez más, el cambio no existe. Así deben ser comprendidas las ideas que nosotros llamamos "tradicionales".
Diametralmente opuesta es la premisa fundamental que emana con pocas diferencias de la mentalidad revolucionaria; se tiene por cierto el historicismo y el empirismo: el dominio mismo del-espíritu no escaparía al devenir; todo estaría condicionado, forjado por la época y por la coyuntura, todo principio, norma o sistema debería su valor al período en que ha tomado históricamente forma, en virtud, se piensa, de factores contingentes y totalmente humanos, físicos, sociales, económicos, pasionales y así sucesivamente. En le forma más extremista y rudimentaria de este pensamiento desviado, el factor verdaderamente determinante de toda estructura y de todo lo que tiene la pertenencia de un valor autónomo sería la contingencia propia a las diversas formas y el desarrollo de los medios de producción con sus consecuencias y sus repercusiones sociales.
Examinaremos más adelante le tesis historicista, que no se menciona aquí sino para demostrar la oposición de las premisas. Es inútil discutir cuando esta oposición no se reconoce de partida. Las dos concepciones son tan irreconciliables como el estilo y el pensamiento que revelan. Una es la verdad del conservador revolucionario y de toda formación que, sobre el plano propiamente político tiene el carácter de una verdadera "Derecha"; el otro es el mito de le subversión mundial, el fondo común de todas sus formas, sean extremistas o, por el contrario, mitigadas y diluidas.
Una nación representa raramente una continuidad tradicional viviente lo bastante fuerte como para poder referirse a ciertas instituciones que subsisten o que existían en un pasado relativamente reciente refiriéndose, en realidad, a las ideas que les corresponden. Puede incluso suceder que le continuidad sea interrumpida.
Esta situación no comporta más que inconvenientes. Tiene, en efecto, como consecuencia que si les tales ideas debían ser defendidas por un nuevo movimiento, pertenecerían al estado casi puro, con un mínimo de escorias históricas. Algunos Estados, en Europa central muy particularmente, presentaban como residuo histórico de una base positiva, o como una predisposición a una revolución conservadora de la que, en otros horizontes, no se podrán beneficiar. Pero la contrapartida positiva de esta desventaja es que si el movimiento en el cual pensamos se realiza, podrá ser absoluto y radical. Es precisamente aquí en donde falta el apoyo material de un pasado tradicional viviente y concretado en formas históricas que no están completamente desmanteladas, que la revolución restauradora deberá presentarse como un fenómeno sobre todo espiritual, fundado sobre la idea pura. El mundo actual aparece cada vez más como un mundo de ruinas y esta orientación, pronto o tarde, se impondrá probablemente por todas partes: en otros términos, se comprenderá que es inútil apoyarse sobre lo que conserva aún vestigios de un orden más normal pero que se encuentra ahora comprometido por múltiples factores históricos negativos; que es por el contrario necesario referirse cada vez más a los orígenes y apoyarse para progresar, con fuerzas puras, en la reacción de reconstrucción y vivificación.
Quizás no sea inútil respecto a un punto particular, añadir algunas anotaciones respecto al término "revolución"; se constata, en efecto, que diversos medios de oposición nacional suelen proclamarse "revolucionarios": tendencia que se había manifestado ya en movimientos recientes, que adoptaron términos tales como "revolución fascista", "revolución de las camisas negras", "revolución del orden" (Salazar en Portugal), etc. Naturalmente, es preciso preguntarse siempre: ¿Revolución contra qué? ¿Revolución en nombre de qué? Pero aparte de esto, toda palabra tiene un alma y es preciso guardarse de no sufrir inconscientemente su influencia. Ye hemos expuesto claramente nuestro punto de vista: no puede hablarse de "revolución" más que en un sentido relativo -se podrá decir con Hegel, como una "negación de le negación"- cuando se contempla como un ataque contra un estado de cosas negativo, como un conjunto de cambios, más o menos violentos, tendientes a restablecer un estado normal, de la misma forma que se produce en un organismo cuando se desembaraza de sus células degeneradas para detener un proceso cancerígeno. Pero interesa que el alma secreta de la palabra "revolución" no actúe también sobre los que no son de izquierda, llevándolos fuera de la dirección justa, cuando se declaran revolucionarios en un sentido que se aparte del que acabemos de indicar, y que es un sentido, de cierta forma, positivo.
El peligro en este caso consiste en adoptar más o menos implícitamente premisas fundamentales que no se diferencian de las del adversario real: por ejemplo, la idea de que la "historia avanza". O que es preciso mirar hacia el porvenir creyendo cosas nuevas y formulando principios nuevos. La "revolución" se convierte entonces en uno de los aspectos de un movimiento hacia delante, movimiento que comportaría también puntos de ruptura y desmantelamiento. Algunos piensan que la "acción revolucionaria" adquiere así una mayor dignidad y ejerce, en tanto que mito, una mayor fuerza de atracción. Esto supone caer en una trampa: sería difícil, en efecto, no ser la víctima, más o menos inconsciente, de la ilusión progresista, según la cual no importa que novedad representa un más y un mejor en relación a lo que la ha precedido, y santifica así todo cambio destructor y revolucionario.
Se sabe que el único fundamento del progresismo es el espejismo de la civilización técnica, la fascinación ejercida por algunos progresos materiales e industriales innegables, sin que sea tomada en consideración su contrapartida negativa en dominios mucho más importantes e interesantes de la existencia. Aquel que no se somete al materialismo que prevalece hoy, aquel para quien no hay más que un solo dominio en el que pueda hablarse legítimamente de progreso, se guardará de toda orientación influenciada, de alguna manera por el mito del progreso moderno. En la antigüedad, las ideas estaban más claras: al igual que en latín no se utilizaba, para designar le subversión la palabra revolution (que tenía, como hemos indicado entes, un sentido muy diferente) sino otros términos, tales como seditio, eversio, civilis perturbatio, rerum publicerum commutetio, etc..., así mismo para expresar el sentido moderno de la palabra "revolucionaria", se debería recurrir e circunlocuciones tales como rerum noverum studiosus o fautor, es decir, aquel que aspire a cosas nuevas, que es "fautor", les "cosas nuevas" para le mentalidad tradicionalista romana equivalían automáticamente a algo negativo, subversivo.
En lo que se refiere a las ambiciones "revolucionarias", es preciso pues salir del equívoco y escoger entre las dos posiciones contrarias que hemos definido y que se traducen en dos estilos igualmente opuestos. De un lado, en efecto, se encuentren los que reconocen como orden verdadero, la existencia de principios inmutables y permanecen firmemente ligados a ellos sin dejarse arrastrar por los acontecimientos; los que no creen en la "historia", ni en el "progreso" como misteriosas entidades supraordenadas y se esfuerzan en dominar les fuerzas contingentes y llevarlas a fórmulas superiores y estables. Esto es lo que significa pare ellos adherirse a la realidad. De otro lado, se encuentren, por el contrario, los que, nacidos ayer, no tienen nada tras de sí, no creen más que en el porvenir y se entregan a una acción desorganizada, empírica, improvisada, que creen poder dirigir las cosas sin conocer ni reconocer que trascienden el plano de le materia y de la contingencia, los que escogen tanto un sistema como otro, aunque no resulte un orden verdadero, sino solamente un desorden más o menos atenuado y una actividad puramente maniobrera. Si se reflexiona, es a esta segunda posición a la que pertenece la vocación "revolucionaria" cuando no está al servicio de la subversión pura. A la ausencia de principios se superpone aquí el mito del porvenir mediante el cual algunos intentan justificar y santificar las destrucciones sobrevenidas recientemente, alegando que han sido necesarias para alcanzar algo inédito y mejor de lo que siempre es difícil encontrar el menor rasgo positivo. Se llega, en la hipótesis más favorable, a un activismo histérico.
Habiendo tomado así una clara visión de las cosas, conviene examinar a fondo las ambiciones "revolucionarias", sabiendo que en ocasiones los mismos que sustentan tales posiciones forman parte de los equipos de demolición. Quien se mantiene aún verdaderamente en pié se sitúa en un nivel más elevado. Su consigna será más bien la de Tradición, bajo su aspecto dinámico ya evidenciado. Como hemos dicho, su estilo consistirá, cuando las circunstancias se modifiquen, cuando las crisis se manifiesten, cuando nuevos factores aparezcan, cuando los diques estén amenazados, en conservar la sangre fría, en saber abandonar lo que debe ser abandonado a fin de que lo esencial sea preservado, a saber, avanzar estudiando con sangre fría formas adaptadas a las nuevas circunstancias y a saber obtener, gracias a ellas, el restablecimiento o mantenimiento de una continuidad inmaterial, al mismo tiempo que el evitar toda acción "aventurerista" y desprovista de bases. Tal es la tarea, tal es el estilo de los verdaderos dominadores de la historia, estilo muy diferente y más viril que aquel que sólo es "revolucionario".
Terminaremos estas consideraciones previas mencionando un caso particular. Como falta en Italia un verdadero pasado "tradicional" (es más bien bajo el signo de la antitradición que bajo el de la tradición que Italia ha realizado su Risorgimento, refiriéndose esencialmente a las ideologías subversivas de 1789 y de la revolución del Tercer Estado) hoy, los hombres que, tendiendo a organizarse contra las formaciones de vanguardia de la subversión mundial para disponer de una cierta base concreta, histórica, se han referido a los principios y a las instituciones del período fascista. Fenómenos análogos pueden ser constatados igualmente en otras naciones, los puntos de referencia son en ocasiones las idees del Tercer Reich nacional-socialista y otros movimientos que, por una generalización abusiva del término, muchos tienen hoy la costumbre de calificarse como "fascistas" y "autoritarios" (3). No se debe nunca perder de vista el principio fundamental siguiente: si las ideas "fascistas" deben ser aun defendidas, deberían serlo, no en tanto que son "fascistas" sino en la medida en que representan, bajo una forma particular, le expresión y le afirmación de ideas anteriores y superiores al fascismo, teniendo este carácter de "permanencia" del que hemos hablado antes y que pueden, desde ese momento, ser consideradas como parte integrante de toda una gran tradición política europea. Adherirse a estas ideas, no con tal espíritu, sino porque son "revolucionarias", originales y propias sólo del "fascismo", equivale a disminuir su valor, a adoptar un punto de vista restrictivo y, además, a tornar difícil un necesario trabajo de discriminación. Pues aquellos para quienes todo comienza y termina con el "fascismo", aquellos cuyos horizontes se limitan a la simple polémica entre el "fascismo" y al "antifascismo" y que no conciben otros puntos de referencia, no podrían establecer sino muy difícilmente una distinción entre las exigencias más altas de una parte y los numerosos aspectos bajo los cuales, de una forma u otra, sufren males idénticos a aquellos contra los cuales se trata hoy de luchar (4). Además, confundir lo positivo y lo negativo tiene generalmente como resultado facilitar armas al adversario. Así pues, si se quieren considerar las ideas por les cuales se ha combatido ayer en Italia, en Alemania y en otros países, es preciso siempre hacerlo en un marco tradicional y tener siempre cuidado en limitar lo más posible toda referencia contingente al pasado y poner al contrario de relieve los principios, según su puro contenido ideal y "normativo", independientemente de todo período o de todo movimiento particular.
(1) Sobre este tema véase el lúcido estudio de Armin Mohler "Doctrinarios -de la Revolución Alemana" Wstutnard. 1950.
(2) Antonio Sardinha tuvo razón al escribir (en Ne Feira dos mitos) que “la tradición no es sólo el pasado. Es ente todo la permanencia en el desarrollo", "la permanencia en le continuidad".
(3) Alguién los llama también "movimientos europeos de Derecha". Pero hay en esto un equívoco pues, si se pretende encontrar antecedentes históri cos a los movimientos en cuestión, estos se presentan como una mezcla . de ideas de derecha e izquierda.
(4) Hemos intentado contribuir a este trabajo de separación de lo positivo y de lo negativo en el fascismo italiano en nuestra obre El fascismo. visto desde la Derecha (edición española en este misma colección).
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