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Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 28. Significado de la orgía

Metafísica del Sexo. Capítulo III. Fenómenos de trascendencia en el amor profano. 28. Significado de la orgía

Aparte los casos de regresión naturalista (como en ciertas formas modernas, casi castas, de impudor femenino) o de liberti­naje, uno de los raros contextos en que el eros se pone en eviden­cia de una forma desnuda, sin inhibición, es el constituído por los ritos y las fiestas orgíacas colectivas: experiencias, éstas, que nos llevan más allá de la fenomenología del amor y de la sexualidad profanas. Según lo que ya hemos dicho, parece natural que en estos casos desaparezca esa especie de "complejo de falta" que suele ir unido al uso del sexo, porque ya en el punto de partida la oscilación del eros es resuelta en el sentido sacral, sentido correspondiente a sus posibilidades positivas y opuesto a la nece­sidad concupiscente del mero individuo. Inclusive entre los pueblos primitivos, ocurre precisamente que, mientras que gene­ralmente persiste una repugnancia por el acto sexual visible y manifestado, este sentimiento está ausente cuando este acto for­ma parte de un conjunto cultual. Además de la desnudez ritual que, como en otro caso en la misma mujer, en la Grecia antigua, el gesto llamado anasurma, mediante el cual, según un paradig­ma divino, ella levantaba sus ropas para mostrar la parte más íntima de su cuerpo, da testimonio de cómo el mismo "pudor funcional" femenino puede desaparecer completamente cuando interviene el momento sacral. Algunas observaciones sobre la metafísica de la orgía pueden encontrar lugar aquí, a título de tránsito de la fenomenología del amor profano a aquella fenomenología que constituirá el objeto de los próximos capítulos. En efecto, las formas orgíacas repre­sentan algo de intermedio: aquí los condicionantes individuales del eros son superados, pero, al mismo tiempo, no se trata de un régimen de uniones diferente del régimen usual que lleva al riego espermático del seno de la mujer con la posibilidad correspon­diente de una fecundación. A propósito de este último punto, es sin embargo significativo que, según las noticias de que se dispo­ne, parece resultar que, en las orgías colectivas sacrales, los casos de fecundaciones han sido mucho menos numerosos de lo que se podía esperar, como si en las orgías la fuerza sexual recibiese, ya, desde el interior, una orientación diferente.

En la promiscuidad orgíaca, la finalidad más inmediata y evidente es la neutralización y la exclusión de todo cuanto se refiere al "individuo social". Inclusive en el dominio etnológico, la idea de la promiscuidad como estadio "naturalista" originario ha sido abandonada en gran parte (78). Realmente, también entre los salvajes la promiscuidad aparece casi siempre limitada a ocasiones especiales ligadas al elemento ritual. Ya se trate de orgías de pueblos primitivos y exóticos, ya de fiestas análogas de la antigüedad occidental, el denominador común es la abolición temporal de todas las prohibiciones, de todas las diferencias de condiciones sociales y de todos los lazos mediante los cuales cada manifestación en formas elementales se hace habitualmente imposible al eros. En principio, el régimen de la promiscuidad 'excluye no solamente los condicionamientos del individuo social, sino inclusive los del estrato más profundo, los del estrato del individuo como personalidad. Este régimen tiende pues a una liberación casi total. Ciertas fiestas de las poblaciones salvajes han tenido un carácter estacional que ha favorecido las interpre­taciones unilaterales, también porque no se ha tenido en cuenta la posibilidad de que todo lo que se encuentra en el dominio etno­lógico no representa algo primario, sino un orden de formas ya degradadas y oscurecidas. Hayan estado o no presentes intencio­nes "mágicas" en sentido estricto (ritos de fecundidad, de fecun­dación, etc.), la razón esencial de las fechas de estas fiestas se debe buscar en correspondencias cósmico-analógicas. Así, el emperador Juliano hizo recordar que, por ejemplo, la época del solsticio de verano era elegida para la celebración de ciertas fiestas de este género porque en esos momentos el sol parece separarse de su órbita y perderse en el infinito: fondo cósmico y "clima" muy conveniente para una tendencionalidad análoga a la libera­ción orgíaca y dionisíaca. El nombre romano de una fiesta que, aparte ciertos rasgos de licencia popular, conservaba indiscuti­blemente también los de un clima orgiaco, las Saturnalias, es significatÑo por otra parte. Según la intérpretación popular, en ella se intentaba celebrar un retorno momentáneo a la edad primordial én que Saturno-Cronos había sido el rey, edad en la que no existían ni leyes ni diferencias sociales entre los hombres. Esta es la traducción exotérica de una idea más profunda: se pre­sentaba en términos temporales, históricos —como la re-evoca­ción de un pasado mítico—, la participación en un estado que está más bien por encima del tiempo y de la historia, y en los términos de una abolición de las diferencias sociales y de las prohibiciones, se daba la finalidad más verdadera, la de superar interiormente la forma, el límite del individuo en tanto tal.

En su conjunto, sostenida por estructuras sacrales institucionales y alimentadas por el clima propio de una acción colectiva, la fiesta orgíaca tendía pues a esta obra de catarsis y de lavado de lo mental, de neutralización de todas las estratificaciones de la .conciencia empírica, que habíamos dicho que podía realizarse en varios casos de eros profano auténtico, ya en las uniones indivi­duales. La palabra "lavado" que acabamos de emplear permite, por otra parte, establecer nexos ulteriores de significación. En efecto, en el simbolismo tradicional, las "Aguas" han representa­do siempre la sustancia indiferenciada de toda vida, es decir, la vida en el estado anterior a cada forma, luego libre de todas las limitaciones de la individualización. Sobre esta base, en los ritos de muchas tradiciones, la "inmersión en las aguas simboliza la regresión a lo preformal, la regeneración total, el nuevo nacimien­to, porque una inmersión equivale a una disolución de las formas, a una reintegración en el mundo indiferenciado de la preexisten­cia" (79). Según este sentido, las Aguas representan el elemento que "purifica" y, en términos religiosos, exotéricos, que lava el pecado y justamente regenera: es notorio que un significado de este género, presente en la múltiple variedad de los ritos lustrales, se ha conservado en el mismo sacramento cristiano del bautismo.

Anticipando el orden de ideas que trataremos en el próximo capítulo, es preciso hacer notar en seguida que, en el simbolismo tradicional, las Aguas y el principio femenino divinizado bajo la forma de una Diosa o Madre están estrechamente asociados: el signo arcaico de las aguas —un triángulo invertido— es el mismo que el de la Mujer y el de la Diosa, o Gran Madre, obtenido por la esquematización de las líneas del pubis femenino y de la vulva. Podemos decir que este sentido fija el carácter específico propio de las orgías en uno de sus aspectos fundamentales: se trata de una regresión liberadora en lo informe, desarrollándose bajo el signo femenino. Así, para alegar hechos de un orden un poco diferente, puede ser interesante hacer notar la relación que tienen con las Aguas los Apsara, entidades femeninas fascinantes, "hetai­ras celestes", que en la epopeya hindú se encarnan también para seducir a los ascetas. Nacidas de las Aguas, su nombre viene de ap = agua y saca, cuya raíz es sri, que quiere decir correr (aquí, en el sentido de fluir). Y como encadenamiento de ideas simila­res, recordaremos también la fiesta siriaca antigua, desenfrenada, de las Aguas, Maiumas, en la que las mujeres se mostraban desnu­das en el agua, provocando la embriaguez y el transporte en aque­llos que habían acudido con el espíritu lúcido. Conviene tener presente este punto particular, que no resalta en la interpretación propuesta por el autor citado hace pocas líneas: interpretación que, sin embargo, conviene a todo el resto, a condición de que, por el momento, se haga abstracción de lo que él dice sobre el lado mágico, y no ya simplemente interior, de la experiencia orgíaca (en seguida hablaremos de ese otro aspecto): "En rela­ción directa con estas creencias de la regeneración cíclica --reali­zada para el ceremonial agrario— se encuentran también innume­rables rituales de la "orgía", de la reactualización fulgurante del caos primordial, de la reintegración en la unidad no diferenciada de antes de la creación" —escribe Eliade (80)—. "La orgía, lo mismo que la inmersión en el agua, anula la creación, pero al mismo tiempo la regenera; identificándose con la totalidad no diferenciada, precósmica, el hombre espera volver a sí restaurado y regene­rado, en una palabra, "un hombre nuevo" (81).

Dado el significado de una apertura cósmico-panteista que la orgía puede así también adquirir en lo que concierne a sus efectos como experiencia del individuo, aquí aparece de nuevo la doble posibilidad positiva y negativa del eros. De hecho, experiencias de este género pueden entrar en la línea de las liberaciones extáticas propias de los Misterios de la Mujer y de la Madre, a los cuales se opone la finalidad principal de las iniciaciones celebradas por el contrario bajo el signo uránico-viril. El contacto con las Aguas, con lo sin-forma, puede ser ambivalente, puede tener un doble resultado si se considera el núcleo sobrenatural de la personalidad; puede tanto poner este núcleo en libertad como disolverlo. El mismo Eliade (82) lo ha visto, en cierta medida, cuando ha recor­dado las palabras de Heráclito (fr. 68): "Es muerte para las almas convertirse en agua", que se corresponden con estas otras de un fragmento órfico: "Para el alma, el agua es la muerte" (Clem., VI, ü, 17, i). Son palabras que se justifican por relación al ideal solar, a la "vía seca" de la liberación uraniana, del desprendimiento absoluto del círculo de la generación, la sustancia y el alimen­to del cual, según otro aspecto más especial del simbolismo de que hemos hablado, es el principio húmedo. Es por esto por lo que en las doctrinas tradicionales se encuentra una diferencia­ción del simbolismo de las Aguas y por lo que las Aguas superio­res se oponen a las Aguas inferiores. Como es sabido, este motivo figura en la Biblia misma, y Giordano Bruno, refiriéndose a él, dice: "Hay dos especies de aguas: bajo el firmamento, las aguas inferiores que ciegan; sobre el firmamento, las aguas superiores que iluminan" (83). Sin detenernos sobre este punto, limitémo­nos a subrayar, respecto a la orgía, el sentido de una forma inter­media en la que la abolición de los condicionamientos individua­les y el momento de la superación presentan, sobre un plano supe­rior, con un fondo ya sacral, el doble rostro que tienen en el amor humano.

(78) Cfr., por ej., E. WESTERMARCK, History of human marriage, London — New York, 1891, cc. 1V-VI.

(79)  M. ELIADE, Traité d'histoire des religions, París, 1949, págs. 168, 173.

(80)        Ibid., pág. 299.

(81)        Ibid., pág. 307.

(82)        Ibid., págs. 175-176 nota.

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