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Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y amor sexual. 11. Sexo físico y sexo interior

Metafísica del Sexo. Capítulo I. Eros y amor sexual. 11. Sexo físico y sexo interior

Al llegar aquí conviene hacer una consideración primor­dial, que es la siguiente: donde quiera que no haya formas demos­tradas de una superación real de la condición humana, el sexo debe ser concebido como un "destino", como un hecho funda­mental de la naturaleza humana. No se existe más que como hombres o como mujeres. Hay que sostener esta opinión contra todos los que en la actualidad estiman que ser hombre o mujer es algo accidental y secundario ante el hecho de ser, en general, personas; que el sexo es una diferencia relativa casi exclusiva­mente a la parte física y biológica de la naturaleza humana, y que por ello sólo debiera tener sentido y comportar implicacio­nes en los aspectos de la vida humana que dependen de esa parte naturalista. Este punto de vista es abstracto e inorgánico; en la. práctica únicamente se puede aplicar a una humanidad disgre­gada por regresión y degeneración. El que lo sigue demuestra que no ve más que los aspectos finales más groseros y más tangibles del sexo. Pero la verdad es que el sexo existente en el cuerpo existe también y primeramente en el alma y, en cierta medida, en el mismo espíritu. Se es hombre o mujer en el interior antes de serlo exteriormente: la cualidad masculina o femenina pri­mordial compenetra y empapa a todo el ser, visible e invisible­mente, en los términos antes explicados, lo mismo que un color se identifica con un líquido. Y si, como ya vimos, existen grados intermedios de sexualización, esto quiere decir únicamente que la cualidad-base indicada se manifiesta con una intensidad tanto menor y tanto mayor según los individuos. Esto no quita la condi­cionalidad del sexo.

Haciendo abstracción siempre de los casos excepcionales, en los que el sexo está superado sencillamente porque lo está la condición humana en general, suele tomarse frecuentemente por un "más allá del sexo" lo que, en efecto, concierne a un campo de acción aparte de la vida y de las fuerzas formadoras profundas, un campo de superestructuras y de formas intelectualizadas y sociales, cuya hipertrofia caracteriza las fases degenerantes y ciudadanas de una civilización. Yendo más lejos, resaltaremos que todos los seres humanos se componen de dos partes. Una es la esencial. La otra es la exterior, artificial, adquirida, que se for­ma en la vida de relación social y que crea la "persona" del indi­viduo: persona entendida aquí en el sentido etimológico de la palabra, que como es sabido quiere decir máscara, la máscara del actor (en oposición a la "cara", que en cambio puede corres­ponderse con la otra parte, la parte esencial). Según los indivi­duos,. pero también según el tipo de civilización, una parte puede desarrollarse más que la otra. El límite degenerativo corresponde a un desarrollo casi exclusivo, teratológico, de la parte exterior y construida, de la "máscara" del individuo "social", intelec­tual, práctico y "espiritualizado" que se constituye casi como un ser en sí y mantiene pocas relaciones orgánicas con el ser profundo y esencial. Sólo en estos casos el hecho constituido por el sexo puede ser considerado secundario y omisible; la contrapartida habitual y la consecuencia es una anestesia o una primitivización de la vida sexual. Sólo entonces podrá parecer poco importante el ser hombre o mujer, y se dará siempre menos valor a este hecho en lo relativo a la determinación de las voca­ciones, a la formación personal, a la conducta vital y a las ocu­paciones típicas, mientras que se la reconocerá siempre en cual­quier civilización normal. Efectivamente, en esta situación queda­rá notablemente reducida incluso la diferencia entre la psicolo­gía masculina y la psicología femenina.

Al haber dado un relieve cada vez mayor a lo que no guarda relación con la parte esencial de los seres humanos, la civilización moderna, de carácter práctico, intelectualista y socializado, es inorgánica y potencialmente uniforme; estos valores derivan en parte de una regresión de los tipos, y fomentan y aumentan en parte esa regresión. La mujer moderna puede así ingresar rápida­mente en todos los campos, rivalizando con el hombre: precisa­mente porque las cualidades, los talentos, los comportamientos, las actividades más características y las más extendidas en la civi­lización moderna, guardan escasa relación con el plano profundo, donde la ley del sexo se manifiesta en términos ontológicos antes que físicos, biológicos o incluso psicológicos. El error que se halla en la base de la competición femenina y que la ha hecho posible, consiste precisamente en la sobrevaloración, propia de la civilización moderna, de la inteligencia lógica y práctica, simple accesorio de la vida y del espíritu, que están diferenciados, tanto la una como el otro, en tanto que la inteligencia es informe y "neutra", desarrollable en una medida casi igual para el hombre que para la mujer (42).

Sólo de pasada merece la pena tratar ahora un resumen de la vexata quaestio de la inferioridad, paridad o superioridad de la mujer en relación con el hombre. Tal cuestión carece de sentido, ya que supone una conmensurabilidad. Por el contrario, dejando aparte todo lo construido, adquirible y exterior, y. excluyendo los casos indicados en los que no se puede hablar de sexo porque únicamente se ha superado la condición humana hasta cierto punto, si nos referimos al tipo, es decir, a su "idea platónica", preciso es reconocer que entre el hombre y la mujer existe una diferencia que excluye cualquier medida común; incluso las facultades o las cualidades de apariencia común y "neutras", poseen una funcionalidad y una impronta diferentes según perte­nezcan al hombre o a la mujer. Nadie puede preguntarse si "la mujer" es superior o inferior al "hombre", lo mismo que no es posible preguntar si el agua es superior o inferior al fuego. Esto es así porque el criterio de medida para cada sexo no puede estar dado por el sexo contrario, sino únicamente por la "idea" del sexo propio. Dicho de otra manera, lo único que se puede hacer es señalar la superioridad o la inferioridad de una mujer Concreta., según esté más o menos próxima al tipo femenino de la mujer pura o absoluta; y lo mismo aplicaremos al hombre. Las "reivin­dicaciones" de la mujer moderna derivan de ambiciones erróneas, así como de un complejo de inferioridad: de la falsa idea de que una mujer en cuanto tal, en cuanto "sólo mujer", es inferior al hombre. Se ha resaltado precisamente que el feminismo no combatió en realidad por los "derechos de la mujer", sino (sin darse cuenta) por el derecho de la mujer a ser igual que el hombre: cosa que, si fuera posible, excepto en el plano externo práctico -intelectual antes señalado, equivaldría al derecho de la mujer a desnaturalizarse, a degenerar (43). El único criterió cualificativo es, repitámoslo, el grado más o menos perfecto de realización de su naturaleza propia. No puede ponerse en duda que una mujer que sea perfectamen­te mujer es superior a un hombre que sea imperfectamen­te hombre, lo mismo que un buen campesino que realiza perfectamente su trabajo es superior a un rey incapaz de cumplir el suyo.

En el orden de ideas que estamos tratando, es forzoso tener por cierto que la masculinidad y la femineidad son ante todo hechos de estructura interna, hasta el punto de que el sexo inte­rior puede no corresponder al sexo físico. Es bien sabido que se puede ser hombre en el cuerpo sin serlo en el alma (anima mulle­ris in corpore inclusa virili) y viceversa, siendo válido el concepto también para la mujer, naturalmente. Son casos de asimetría debidos a factores diversos, análogos a los casos que se dan en el terreno racial (individuos que tienen los caracteres somáticos de una raza con los psíquicos y espirituales de otra). Esto, sin embargo, no debe prejuzgar la cualidad básica del fluido que posee un ser, según sea físicamente hombre o mujer, ni la unidad del proceso de sexualización. Se explica este fenómeno por el hecho de que en casos determinados el proceso se centró princi­palmente sobre un terreno dado, creando asimetrías precisamente porque el resto no se formó en la misma medida. Empero, desde el punto de vista tipológico, siempre es decisivo el hecho interno, el sexo interno: una sexualización visible sólo en las formas físicas, por desarrollada que esté, en cierto modo es una sexua­lización truncada y vacía. Conviene ponerlo de relieve para tenerlo en cuenta en la ley de la atracción sexual antes enun­ciada: el que no es hombre según el espíritu y el ánimo no es verdaderamente hombre, y lo mismo vale para la mujer. La "cantidad" de masculinidad y de femineidad se completan recíprocamente, según la expresada ley, por lo que han de entenderse en sentido completo, en toda su eventual comple­jidad.

En efecto, la virilidad espiritual es la que, aunque sea oscura­mente, excita y alerta a la mujer absoluta: en el caso extremo, cuando esta virilidad además de ser la del guerrero y la del con­quistador, tiende completamente a lo sobrenatural. Trataremos más adelante del lado metafísico, no sólo existencial, de este último caso. Es muy expresivo un ejemplo creado por el arte, el de la Salomé wildeana. Salomé no repara en el centurión pren­dado de amor por ella, que le ofrece cuanto tiene y que al fin se mata por ella. Está fascinada por Jokanán, el profeta, el asceta. Ella, la virginal, le dice: "Era casta, y me has contaminado; era pura, y me has llenado las venas de fuego... ¿Qué haré sin ti? Ni los ríos ni los grandes lagos podrán apagar el fuego de mi pasión" (44).

Respecto al hecho antes mencionado del eventual grado dife­rente de sexualización en lo físico y en lo espiritual, hay que aña­dir otro: el de la intercondicionalidad distinta entre el sexo inter­no y el sexo corporal. Esta intercondicionalidad sólo es rígida cuando se trata de individuos primitivos, es decir, degradados en comparación al tipo. Si, por el contrario, el sexo interno se halla suficientemente diferenciado, puede afirmarse en una cierta inde­pendencia de las condiciones físicas. Así, todas las manipulacio­nes hormonales de carácter auténticamente nigrománticas, a las cuales se entregan los biólogos modernos, basándose en la idea de que el sexo sólo depende de una cierta "fórmula hormonal", podrán producir importantes cambios de las verdaderas caracte­rísticas del sexo sólo en los animales y en los seres humanos poco diferenciados interiormente: no en las mujeres y los hombres completos, "típicos". La relatividad de las condicionalidades ínfimas se confirma en el caso de algunos castrados: no sólo la mutilación física, según se dijo, puede no destruir el impul­so sexual, sino que puede también no alterar la virilidad inte­rior. Los ejemplos más conocidos son a este respecto, Narseto, uno de los mejores generales de la antigüedad; Aristónico; los ministros Fotino y Eutropo; Salomón, que fue uno de los lugar‑

tenientes de Belisario; Haly, gran visir de Solimán II; el filósofo Favorino, el propio Abelardo, y otros muchos.

Notas:

(42)       Respecto a la forma-límite de los subproductos femeninos modernos, véase la opinión de L. O'FLAHERTY: "Esas mujeres sin sexo que frecuentan los barrios elegantes de las grandes ciudades, llenas de ambiciones llamadas intelectuales, espiritualistas, recurso principal de los médicos, de los psicoanalistas, de los escritores."

(43)       Para mayor información sobre esto cf. EVOLA: Rivolta contro il mondo moderno, cit., 1, págs. 244 y s.

(44)        En el drama de Oscar WILDE hay que prescindir de los elemen­tos esteticistas que lo rodean. Pero en él, o incluso mejor en la ópera de Richard STRAUSS, se aprecia una atmósfera que, aparte el gran poder evocador, tiene un fondo cósmico-analógico muy adecuado; el tema de la Luna y de la Noche domina el desenlace. Sin olvidar la "danza de los siete velos" de Salomé, sobre la cual volveremos. En la fiesta del Mahávrata se practicaba la unión ritual de una prosti­tuta. (pumpcalí) con un asceta (brahmacárin) en el mismo lugar consagrado al sacrificio (cf. M. ELIADE: Yoga: immortalité et liberté, París, 1954, págs. 115 y 257-58). Esto puede relacionarse con las dos diferenciaciones extremas de lo femenino y lo masculino.

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