La Prostitución Sagrada. Julius Evola
Biblioteca Julius Evola.- El tema de la prostitución sagrada fue tratado en profundidad por Julius Evola en "Metafísica del Sexo". Esas ideas las desarrolló a partir de los años 30 en varios artículos publicados hasta los últimos años de su vida. Este artículo llegó hasta nosotros en los años 80 por la revista francesa "Rebis". Como es habitual en sus ensayos, Evola reune primeramente una abundante documentación sobre el tema para luego extraer conclusiones. En esta ocasion, el material va desde la antigua mitología hindú hasta el mundo clasico.
LA PROSTITUCION SAGRADA
JULIUS EVOLA
Todo culto tradicional apunta esencialmente a la actualización de la presencia real de cierta entidad suprasensible en un medio dado, o bien a la transmisión participativa, a un individuo o a un grupo, de la influencia espiritual que corresponde a esa entidad. Los principales medios empleados a tal objeto son los ritos, los sacrificios y los sacramentos. Ahora bien, en varias culturas, también la sexualidad se empleó con tal fin.
Uno de los casos más típicos puede observarse en el ámbito de los Misterios de la Gran Diosa, a través de las prácticas eróticas precisamente destinadas a evocar el principio de ésta y a reavivar su presencia en cierto lugar y en una comunidad determinada. Ese, entre otros, era particularmente el verdadero objeto de la prostitución sagrada practicada en los templos de muchas divinidades femeninas de tipo afrodítico pertenecientes al Mediterráneo: Ishtar, Mylitta, Anaitis, Afrodita, Innini y Athagatia. Hay que distinguir aquí dos aspectos. Por una parte, estaba la costumbre de que toda muchacha llegada a la pubertad no podía contraer posibles nupcias antes de haber ofrecido su virginidad, y ello no en un contexto de amor profano, sino de Sacralidad: debía entregarse, en el recinto sagrado del templo, a un extranjero que hiciese una ofrenda simbólica e invocase, a través de ella, a la diosa Por otro lado, había templos con un cuerpo fijo de hierodulas, es decir, de mujeres consagradas a la diosa, sacerdotisas cuyo culto consistía en el acto que los modernos no saben designar de otro modo que con el verbo “prostituirse”. Celebraban el misterio del amor carnal, en el sentido, no de un rito formalista y simbólico, sino de un rito mágico operativo: para alimentar la corriente de psiquismo que daba cuerpo a la presencia de la diosa y, al propio tiempo, para transmitir a los que se unían a ellas, como en un sacramento eficaz, la influencia o virtud de esta diosa. Estas jóvenes llevaban también el nombre de “vírgenes” (Parthónoj hierai), se consideraba que encarnaban en cierta forma a la diosa, que eran las “portadoras” de la diosa, de la que tomaban, en su función erótica específica, su denominación genérica ishtaritu Aquí, el acto sexual desempeñaba por una parte la función general propia de los sacrificios evocatorios o capaces de reavivar presencias divinas y por otra desempeñaba un papel estructuralmente idéntico al de la presencia eucarística era, para el hombre, el medio de participar en el sacrum, llevado y administrado por la mujer en este caso; era una técnica para obtener un contacto experimental con la divinidad, para abrirse a ella, pues el trauma del acto sexual, con la interrupción de la conciencia individual que trae consigo, constituye una condición particularmente propicia para ello. Todo esto, como principio.
Este empleo de la mujer no estaba restringido a los Misterios de la Gran Diosa del antiguo mundo mediterráneo; se sabe que se practicó también en Oriente. La ofrenda ritual de las vírgenes se encuentra igualmente en la India, en los templos de Jaggernaut, para “alimentar” a la divinidad, es decir, para activar eficazmente su presencia. En muchos casos, las danzarinas de los templos cumplían la misma función sacerdotal que las hierodulas de Ishtar y de Mylitta, y sus danzas consteladas de mudras, o sea de gestos simbólico-evocadores presentaba generalmente carácter sagrado. También su “prostitución” era sagrada. Por eso incluso familias muy destacadas consideraban un honor, y no una vergüenza, que sus hijas fuesen consagradas desde la mas tierna edad a este servicio en los templos. Con el nombre de devadási, a estas mujeres se las consideraba a veces las esposas de un dios. En tal caso, más que portadoras del sacrum femenino, iniciadoras de los hombres en los Misterios de la Diosa, eran las mujeres destinadas a servir genéricamente de fuego en la unión sexual, que, como hemos visto, en textos tradicionales hindúes es comparada con el sacrificio en el fuego.
Además, como ya hemos señalado, hay que considerar que, incluso cuando estaba fuera de tales marcos culturales e institucionales, el hetairismo (la actividad de hetaira) antiguo y oriental tenía aspectos no sólo profanos, pues las mujeres estaban calificadas para darle al acto del amor unas dimensiones y un desenlace que hoy en día se ignoran. Entre las hetairas de Extremo Oriente, que solían estar agrupadas en hermandades que tenían sus “armas”, sus insignias simbólicas y una antigua tradición propia, está comprobada la existencia de conocimientos de lo que podría denominarla fisiología suprabiológica y sutil. Hay razones para pensar que, en algunos casos, la ars amatoria profana nació por degradación de elementos externos de una ciencia sui generis basada en un saber sacerdotal y tradicional; no está excluido que, entre posturas indicadas en obras como las cuarenta y ocho Figurae Veneris de Forberg haya algunas que en su origen tuviesen valor de mudra, o sea de posturas mágico-rituales aplicadas al acto sexual, dado que, como señalaremos en su momento, hay significados de este tipo que han subsistido incluso en prácticas de magia sexual de algunos círculos modernos.
Ya hemos hablado de los filtros de amor, de los que también se ha perdido el sentido completo, puesto que ya sólo se conocen sus usos degradados, en la forma de mistificaciones supersticiosas populares propias de brujas. Aquí, en realidad, lo que podría entrar en juego, más que el arte de hacer nacer anormalmente una pasión común es el arte de dar a la experiencia sexual unas dimensiones distintas de las eros corriente. Se sabe que Demóstenes hizo condenar a una amante de Sófocles que tenía fama de confeccionar filtros de amor; pero en el proceso resultó que había recibido una iniciación y que frecuentaba ambientes cercanos a los Misterios. Por lo general, a muchas hetairas, o figuras de tipo hetérico, incluso en las sagas y las leyendas, se las describe como magas; a causa de la fascinación que ejercían, por supuesto pero también a causa de sus conocimientos específicos en el ámbito de la magia. Por lo que se refiere al Kâma Sutra (1, l), la lista de las habilidades que debía poseer una ganika, o hetaira de clase alta, resulta bastante prolija y barroca, pero es significativo que entre ellas figuren las artes mágicas, el arte de trazar diagramas místico-evocatorios (mandala) y la de preparar ensalmos De la famosa Frine se cuenta que se mostró desnuda no sólo en el contexto del conocido episodio de su proceso (donde por demás sus valedores destacan, más que el aspecto estético de su belleza profana. elaspecto sacral-afrodítico; por eso refiere Ateneo: “Los jueces quedaron embargados del sagrado temor de la divinidad: no osaron condenar a la profetisa y sacerdotisa de Afrodita”), sino también a los iniciados de Eleusis y luego en la gran fiesta de Poseidón, o sea en relación con las “Aguas”, de las que Poseidón es dios: ahí probablemente estaba en primer plano el lado profundo, mágico-abismal, de la desnudez femenina, de la que ya hemos hablado. En conjunto, debemos retener que, en el origen a la mujer-hetaira no le era ajena la función de administradora del Misterio femenino, según posibilidades que podían ser naturales o tradicionalmente cultivadas, abiertas a la mujer en la misma medida en que en ella se active un lado fundamental del principio del que ella, como ser humano, es encarnación, individuación, símbolo vivo.
Precisamente es esta posibilidad la que hay que considerar a la hora de examinar otros complejos rituales antiguos: una posible sexuación trascendente, o sea la incorporación efectiva, o momentánea o casi duradera, en determinados seres humanos femeninos, de las divinidades o arquetipos de su sexo: en los mismos términos con los que en el catolicismo se habla de la presencia real de la divinidad en las hostias, establecida por el rito. En muchos monumentos egeos, a menudo las representaciones de las sacerdotisas se confunden prácticamente con las de la Gran Diosa y permite suponer que las primeras eran el objeto concreto del culto rendido a la segunda, mientras que son bien conocidas las figuras, incluso históricas, de soberanas del Mediterráneo oriental en las que se veía la imagen viva de Ishtar. Isis y otras divinidades del mismo tipo. Pero además hay que considerar el caso de encarnaciones momentáneas de estas divinidades en un ser dado, determinadas por un clima mágico-ritual del mismo tipo del que en principio debería efectuarse el misterio “el mvsterium transformationis” de la propia misa cristiana.
Un orden de ideas análogo entra en cuestión en el caso del hieros gamos en sentido estricto, o sea de teogamias, de uniones rituales y culturales de un hombre con una mujer, destinadas entonces a celebrar y renovar el Misterio del Ternario, esa unión del eterno masculino con el eterno femenino, del Cielo con la Tierra, de donde procede la corriente central de la creación. En las personas de los que cumplían estos ritos era, pues, como si se encarnasen y actuasen los correspondientes principios, y su unión momentánea física se convertía en una reproducción evocativa de la unión divina mas allá del tiempo y del espacio. El fin de tales ritos, pues, era distinto del de los otros que ya hemos recordado y explicado como ritos de participación en la sustancia o influencia de una u otra divinidad. Era el Tres, el Ternario más allá del estado dual, el que era evocado a través de la acción nupcial de los dos, para activar periódicamente en una comunidad determinada una influencia correspondiente, pero en el mareo del ritualismo, y no de las experiencias individuales iniciáticas de las que hablaremos más adelante.
De este tipo de ritos podrían recordarse numerosos ejemplos procedentes de tradiciones culturales de civilizaciones muy diversas. De todos ellos, citaremos el ejemplo de los misterios antiguos en los cuales una vez al año la sacerdotisa principal que personificaba a la diosa se unía al hombre, que representaba el principio masculino, en el lugar sagrado. Consumado el rito, las demás sacerdotisas llevaban el nuevo fuego sagrado, que se consideraba generado por tal unión, y con su llama se encendía el fuego de los hogares de las distintas gentes. Algunos han señalado con razón la analogía de este rito con el que todavía se celebra el sábado santo en Jerusalén. Por lo demás, el propio rito pascual de consagración del agua, sobre todo tal como se celebra en la Iglesia ortodoxa, conserva huellas visibles del simbolismo sexual: el cirio, que tiene un significado fálico evidente, se sumerge por tres veces en la fuente, símbolo del principio femenino de las Aguas; se toca el agua, se sopla por tres veces sobre ella marcando la letra griega P, y la fórmula de consagración pronunciada durante este acto de unión incluye estas palabras: “Que la virtud del Espíritu Santo descienda en toda la profundidad de esta fuente.., y fecunde toda la sustancia de esta agua, para la regeneración”. En oriente, la difundidísima iconografía del lingam (el Phallus) puesto dentro del loto (padma) o dentro del triángulo invertido que es signo del yoni femenino y símbolo de la Diosa o Shakti, obedece al mismo significado; y este simbolismo como veremos más adelante, puede aludir también a Operaciones Sexuales concretas.
En efecto, a menudo el rito original de la hierogamia solo subsistió en formas en las que un rito simbólico o una unión simulada ocuparon el lugar de la unión sexual real de un hombre con una mujer. En materia de aplicaciones, esto nos permite pasar a una consideración sobre los ritos sexuales estacionales de fertilidad, que son uno de los caballos de batalla de las escuelas etnológicas actuales, que tras haberse fijado en un primer momento en el “mito solar”, tras haber pasado a continuación al “totemismo” y ver entonces totemismo por todas partes, se inclinan ahora por las interpretaciones “agrarias”, y recurren a ellas a cada instante.
En realidad, en estos ritos hay que considerar una de las posibles aplicaciones mágicas operativas del contexto que hemos examinado hace poco. Hablando de las orgías, ya hemos dicho que éstas pueden propiciar el contacto experimental con lo primigenio y lo preformal en el espíritu de quienes participan en ellas. Por su propia naturaleza, por el cambio de nivel existencial que implica, ese estado hace posible. llegado el caso, una eficaz inserción extranormal de la fuerza del hombre en la trama cósmica, en el orden de los fenómenos naturales y en general en todo ciclo de fecundidad: como intervención, en la dirección fundamental del proceso natural, de un poder superior que intensifica y galvaniza. Así, en esencia, es exacto lo que dice Eliade a este respecto: “Generalmente, la orgía corresponde a la hierogamia. A la union de la pareja divina ha de corresponder, en la tierra, el frenesí genesíaco ilimitado.. Los excesos cumplen una función precisa y saludable en la economía de lo sagrado Rompen las barreras entre el hombre, la sociedad, la naturaleza y los dioses; ayudan a hacer circular la fuerza, la vida, los gérmenes, de un nivel a otro, de una zona de la realidad a todas las demás”. Es, efectivamente, uno de los significados posibles de una parte del vasto acervo de ritos “agrarios” recogidos por Frazer. Sin embargo. cuando no se trata de pueblos salvajes, sino de tradiciones históricas en las que unas formas aisladas y bien circunscritas de hierogamia ritual sustituyen en principio a los fenómenos orgiásticos colectivos, es importante no generalizar, distinguir entre el contenido del rito mágico -naturalista en cierto modo- puesto unilateralmente de relieve por las escuelas etnológicas, y un contenido superior, misteriosófico, que se refiere esencialmente a la obra de regeneración interna: y ello aunque en ciertos casos un mismo complejo hierogámico, basándose en relaciones de correspondencia analogica, puede haber integrado los dos contenidos. Tal parece haber sido el caso de 1os Misterios de Eleusis, en los que el rito de arar se asoció al hieros gamos como rito iniciático. El descuidar esta bivalencia es un rasgo característico de una investigación que, sin darse cuenta, obedece a la tendencia general de las disciplinas profanas modernas, que consiste en reducir constantemente lo superior a lo inferior, o bien en poner de relieve únicamente lo inferior cada vez que es posible hacerlo.
Según los casos, en el sistema de las participaciones rituales realizadas por medio de la sexualidad, la fuente de lo sagrado puede ser ya el hombre, ya la mujer. Por eso pueden encontrarse hierogamias parciales y no bilaterales, o sea uniones, en las que sólo una de las partes se transforma en su naturaleza y reviste carácter no humano sino divino, mientras que la otra conserva rasgos puramente humanos, y entonces la unión puede orientarse no a la participación mística, sino incluso a la procreación. Los relatos legendarios en los que aparece este tema “mujeres poseídas por un “dios”, hombres que poseen a una diosa” son demasiado conocidos para que haga falta recordarlos. Bastará aludir a algunos casos en los que tales conexiones se presentan dentro de marcos institucionales regulares. Así, en el antiguo Egipto, no era el soberano como hombre, sino como encarnación de Horus, quien se unía a la esposa y la fecundaba para continuar la línea de la “realeza divina”. En la fiesta helénica de las Antesterias, la acción más importante era el sacrificio privado que la mujer del arconte-rey hacía a Dioniso en su templo del Leneo, y su unión con el dios, así como en Babilonia se conocía la hierogamia de una joven escogida que, ascendidos ritualmente los siete planos de la torre sagrada aterrazada, el zikurrat, de noche, en una estancia nupcial situada por encima de estos niveles (“más allá de los siete”) esperaba la unión sexual con el dios. Igualmente se consideraba que la sacerdotisa de Apolo en Patara pasaba la noche unida con el dios en el “lecho sagrado”.
El hecho de que el dios (y por tanto también uno de sus representantes) pudiese algunas veces tener por simbolismo un animal determinado, a causa de una tosca interpretación literal, dio paso más tarde a la variante constituida por aparentes acoplamientos de seres humanos con animales sagrados. Así Herodoto (II, 46) habla del carnero sagrado de Mendes, llamado “el señor de las jóvenes”, al que se entregaban las mujeres para tener descendencia “divina”; y en las propias tradiciones romanas subsiste un eco de temas relacionados: lo que dice Ovidio (Fast., II, 438-442) de la voz divina que había mandado a las esposas sabinas de los romanos que se dejasen fecundar por el sacer hircus.
De nuevo el fundamento doctrinal de todo esto es la idea de que pueda suprimirse el límite humano e individual, que en el individuo “hombre o mujer” por transubstanciación, en determinados casos pueda encarnarse, aflorar o atisbarse la “presencia real”. Esta idea le parecía natural a la humanidad tradicional a causa de la concepción del mundo que le era inherente; no ocurre lo mismo con el hombre moderno, que tiene que considerarla pura fantasía y que puede tomársela en serio, como máximo, en la forma desrealizada y psicologizada de irrupción de los arquetipos del inconsciente. Todavía más difícil le resultará, por tanto, entender el contenido de realidad presente en las tradiciones que hablan de integraciones a través del principio femenino, en las que no figura en modo alguno ninguna mujer real, y en cambio interviene esencialmente una “mujer invisible”, una influencia que no pertenece al mundo fenoménico, sino que es una manifestación no individual, e indirecta, del poder que representan las distintas imágenes de la mitología del sexo.
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